La última fue la primera (Parte seis).
Sexta parte de esta interesante historia.
A medida que mis compañeros de piscina se fueron despertando me di cuenta de que lo que más llamaba su atención era el encontrarme con la tranca en aquellas condiciones puesto que, aunque el tiempo pasaba, no perdía ni un ápice de su erección. Mientras un sol de justicia comenzaba a tostarnos y me hacía sudar casi igual que en el transcurso de la calurosa noche anterior mientras me cepillaba sin descanso y sin poder llegar a eyacular a aquellas tres cerdas, me comentaron que la mayor parte de las integrantes de aquellos grupos de pedorras que no se cansaban de humillarnos y vejarnos disfrutaban de una inmejorable posición económica, cosa que había deducido al ver la ropa que usaban las mujeres con las que me había visto obligado a pasar la velada nocturna; que abonaban mensualmente una cuota bastante elevada a doña Ursula que era la propietaria de aquellos chalets por permitir que los utilizaran para estos fines y que por unas cosas ú otras, aunque generalmente era a cuenta de embarazos no deseados a los que sus acomodados esposos las habían forzado, se encontraban resentidas con el sexo masculino por lo que, animadas por la “madame” que era quien había ideado todo, se desquitaban de aquella forma. Me dijeron que por la tarde la actividad sexual que nos iban a obligar a llevar a cabo era homosexual y que al mismo tiempo que nos observaban, ellas disfrutaban tocándose, “haciéndose unos dedos”, mamándose las tetas y comiéndose el coño. A pesar de que los seis estábamos allí por propia voluntad me pareció que ninguno había previsto verse sometido de aquella forma y que lo que deseábamos era echar más polvos, aunque las féminas se limitaran a “cascarnos” la pirula una vez tras otra, pero que alguna de ellas disponía de los suficientes conocimientos como para saber que mientras nos mantuvieran con el pito aprisionado por las anillas era imposible que saliera una sola gota de semen. Nuestras meadas y alguna que otra defecación, eran bastante frecuentes y al estar atados ó esposados a las escaleras de acceso a la piscina no disponíamos de la menor intimidad a la hora de soltar nuestras micciones y excrementos. Dos de aquellos jóvenes se mostraron sorprendidos de que la polla se me mantuviera tan tiesa y de que meara cada poco tiempo y en tal cantidad dándome la impresión de que a uno de ellos, de no haber estado atado, le hubiera agradado comerme el rabo y beberse la micción. A última hora de la mañana aparecieron por la piscina dos hembras que, completamente vestidas y con la cabeza cubierta, nos dieron agua para beber y un poco después, de comer. El menú consistió en un abundante plato de arroz hervido con el que intentaron reducir los efectos de nuestros procesos diarreicos, un grueso filete a la plancha que parecía una autentica suela de zapato y un plátano. Mientras una de ellas nos daba la comida la otra se entretenía jugando con nuestros capullos haciéndonos sentir gusto mientras la verga cada vez estaba más próxima a explotar al no poder soltar la leche que seguía acumulándose en los huevos que, asimismo, habían adquirido un grosor superior al normal. Las dos mujeres nos indicaron que no nos teníamos que preocupar por ello puesto que no iban a tardar en quitarnos las anillas para que pudiéramos soltar un montón de lefa.
El día era muy caluroso y el sol llevaba varias horas dándonos de plano haciéndonos temer que acabáramos cogiendo una insolación por lo que llegamos a agradecer que, al acabar de comer, nos volvieran a poner la correa, nos liberaran de nuestras ataduras y haciendo que nos desplazáramos a cuatro patas, nos llevaran hasta una zona de hierba en la que daba la sombra en donde nos hicieron tumbarnos boca abajo para poder introducirnos por el ojete los tacones de sus botas al mismo tiempo que nos mantenían fuertemente apretados contra el suelo. Permanecimos así durante más de medía hora y cuándo dejaron de forzarnos el culo y pudimos darnos la vuelta, nos encontramos en medio de un nutrido grupo de féminas todas ellas con la cabeza cubierta, la mayor parte vestidas, otras luciendo su ropa interior ó bikini y las menos en bolas. Las dos hembras que nos habían llevado hasta allí nos fueron liberando de las anillas, lo que en mi caso resultó todo un alivio y después de menearnos un poco la chorra, nos dividieron en dos grupos de tres hombres para que, al aire libre, dos de nosotros realizáramos un sesenta y nueve recibiendo en nuestra boca todo aquello que saliera del cipote del otro mientras el tercero daba por el culo al que se encontraba tumbado en la parte superior al mismo tiempo que unas cuantas mujeres le daban cachetes en los glúteos y le azotaban el trasero con cinturones y fustas con la intención de que su eyaculación se demorara más. Para tener estómago poder llevar a cabo aquello me vino de maravilla el estar manteniendo relaciones con “la nena”. Una vez que los tres echamos la leche nos hicieron cambiar nuestra posición de forma que cada uno chupara el nabo a los otros dos, les diera por el culo y recibiera de ellos por el trasero. Al principio, las eyaculaciones se producían con bastante celeridad y eran sumamente copiosas a cuenta de toda la leche que, desde la tarde anterior, habíamos tenido que retener y de que, con el pene bien tieso, ardíamos en deseos de soltar unos cuantos polvos sin que nos importara demasiado como y con quien echarlos pero, a medida que iba avanzando la tarde, tardaban bastante más en producirse. Cada vez que teníamos ganas de mear nos obligaban a hacer pis delante del grupo de féminas que disfrutaba viéndonos y que, en ciertas ocasiones, se colocaban delante de nosotros para bebérselo ó para que las mojáramos las tetas y en otras, nos obligaban a “cascárnosla” para poder masturbarse mientras nos veían. A última hora me hicieron cambiar de grupo para que diera por el culo y echara mi último polvo al atractivo joven de cabello rubio al que estaban azotando y dando golpes en los cojones en la piscina cuándo llegué la tarde anterior y que, al parecer, tenía encandiladas a buena parte de aquellas guarras. A las nueve y medía de la noche nuestros huevos se encontraban completamente vacíos y aunque era el que más polvos y meadas había soltado, finalmente resultó que aquello era follar por follar para general regocijo de las hembras que, considerando que aquella era la mejor forma de humillarnos, no habían dejado durante toda la tarde de incitarnos a seguir incluso cuándo alguno había perdido por completo su erección y no era capaz de recobrarla y a los que aún teníamos la picha tiesa nos costaba el llegar a eyacular.
Las mujeres aprovechaban aquellos momentos de decadencia sexual masculina para repartirnos en un par de habitaciones donde de tres a cinco féminas, provistas de unas monumentales bragas-pene, se ocupaban de nosotros obligándonos a ponernos de cara a la pared para poder penetrarnos y darnos repetidamente por el culo al mismo tiempo que nos meneaban nuestra maltrecha pilila que, en mi caso y a pesar de conservarse bastante erecta, no sentía otra cosa que no fuera dolor y molestias. Aquella nueva tortura solía durar hasta la medianoche ya que las hembras parecían encontrarse muy a gusto haciéndonos recibir por detrás. Parecíamos liberados cuándo nos permitían darnos una reconfortante, aunque siempre fría, ducha para, sobre las doce y medía, vestirnos y de uno en uno, ir abandonando los chalets para volver a nuestros respectivos domicilios con intención de descansar puesto que al día siguiente era lunes y todos teníamos que atender a nuestros estudios ó trabajo.
C o n t i n u a r á