La última fue la primera (Parte ocho).

Octava parte de esta interesante historia.

Pero al darse cuenta de que aún tenía libres la tarde de los martes y miércoles y la mañana del sábado, doña Ursula consideró que había que “exprimirme” más para que no me faltara sexo y echara cada día unos cuantos polvos. Al principio, sólo tuve ocupada la tarde-noche del martes pero, pasado un mes, mi actividad sexual se convirtió en diaria y los sábados tanto por la mañana como por la tarde. Pero, aunque me las prometía muy felices con ello y no me importaba que me hubieran asignado a unas cuantas mujeres con deficiencias físicas, el número de féminas a las que me tiraba con regularidad se fue reduciendo paulatinamente para que, en su lugar, me encargara de dar por el culo a hombres, la mayoría maduros que se habituaban con rapidez al sexo anal, que, al ver que tenía una buena potencia sexual, pretendían que sacara el máximo partido de su trasero echándoles dos ó tres polvos y una de mis copiosas y largas meadas siempre delante de dos hembras encapuchadas que, además de asegurarse de que aquel contacto se llevaba debidamente a cabo, solían aprovechar para, durante el proceso, menearle la verga sin que las costara mucho sacarle una buena ración de leche y sobarme hasta la saciedad los cojones y el culo. No tardé en enterarme de que buena parte de los hombres que me estaban comiendo la chorra y a los que daba regularmente por el culo eran los maridos, amantes ó parejas de aquellas golfas a las que las encantaba humillarme y vejarme y que les obligaban a ello a cambio de poder seguir disfrutando de sus favores sexuales ó de hacerlas ciertas cosas que, al considerarlas asquerosas ó un tanto comprometidas, no las agradaban demasiado como el realizar un trío con algunas amigas ó conocidas de las mujeres; conseguir que se habituaran a mearse delante de ellos; sacarlas la caca con los dedos ó simplemente, darlas por el culo.

Pasé algo más de un año inmerso en aquello y cada día lo veía como más normal. A pesar de que las féminas que me dominaban cambiaban continuamente y al ser más jóvenes, las nuevas demostraban mucho más sadismo que sus predecesoras, estaba plenamente satisfecho con la única objeción de ese anillamiento del cipote desde la tarde del sábado a la del domingo que no llegué a entender ni a aceptar de buen grado. Ciertos compañeros de estudios y sobre todo algunas hembras, me veían como un chico raro por dejarme someter de aquella manera a cambio de sexo y viéndome en la obligación de tirarme a otros hombres y aunque hubo varias que intentaron que me olvidara de todo aquello permitiendo que, en cuanto tenía un hueco en mi apretada agenda, me acostara con ellas y las echara todos los polvos que quisiera no llegaron a conseguirlo.

Una noche me llamó por teléfono una de las fulanas al servicio de doña Ursula para indicarme que, en su nombre, debía de acudir a la tarde siguiente al domicilio de una buena amiga suya que se llamaba Marisol advirtiéndome que se trataba de una de esa mujeres que, al disfrutar de una acomodada posición social, entendía que los demás se encontraban a su servicio y que sólo se quitaba la braga y se abría de piernas para que la echaran un único polvo cuándo la regalaban algún objeto de valor, como un anillo ó un broche. Como desconocía donde estaba emplazada la dirección que me facilitó tuve que preguntar informándome de que se trataba de una mansión señorial situada a las afueras de la localidad en una zona residencial que era conocida como “la de los ricos”. A pesar de que mi situación económica había mejorado a cuenta de los “donativos” de Diana y Lidia, me fastidió el tener que volver a utilizar mi coche para desplazarme hasta allí. Al llegar observé que aquella fémina vivía en algo similar a un palacio rodeada de todo tipo de lujos. Una criada muy atractiva me abrió la puerta y después de decirla que venía de parte de doña Ursula y que estaba citado con Marisol, me hizo pasar y seguirla a través de un largo pasillo hasta llegar a una especie de jardín privado en el que una elegante y sofisticada hembra de unos cincuenta años, de cabello claro que llevaba a media melena y estatura y complexión normal, se encontraba acostada en un diván en una seductora posición lateral que la permitía lucir unas piernas preciosas. En cuanto la sirvienta me anunció, me hizo indicaciones con su mano para que entrara y me acercara y una vez que la criada cerró la puerta, me indicó que me desnudara para poder verme de cerca los atributos sexuales de los que la habían hablado muy bien. Me pareció que mi destino era el quitarme la ropa una y otra vez delante de aquel tipo de golfas maduras. En cuanto me desnudé, Marisol, sin modificar su posición y dejando la bebida que estaba tomando en la mesa que tenía junto al diván, estiró sus manos para acariciarme y tocarme los cojones y el nabo bien tieso comprobando su dureza y mirándome fijamente a los ojos me indicó que no la habían mentido al asegurarla que me encontraba muy bien dotado por lo que sólo tenía que demostrarla que echaba mucha leche y que era un potente semental. Haciéndome permanecer de pie delante de ella con intención de poder continuar sobándome el pene me explicó que había utilizado a Diana y Lidia, a las que al igual que a sus respectivas madres no iba a volver a ver, para que me llevaran hasta ella; que los generosos “donativos” que periódicamente me daban eran suyos; que si me encontraba dispuesto a hacer su santa voluntad no tardaría en quedar en el olvido el que un grupo de mujeres resentidas y viciosas me hubieran humillado, sometido y vejado; que el acabar mis estudios universitarios me resultaría mucho más fácil que al resto de mis compañeros y que, aparte de darme alojamiento y comida en su casa, nunca me faltaría dinero en el bolsillo. Semejante propuesta me pareció maravillosa pero adolecía de algo que consideraba fundamental y de lo que no podía prescindir como era el sexo y más después de decirme que no volvería a ver a Diana y Lidia por lo que la pedí que me hablara de su oferta sexual. Marisol se incorporó y procedió a moverme lentamente la picha mientras me decía que, lógicamente, no podía llegar a pensar en acostarme con ella a diario ya que tenía su mirada puesta mucho más alta que en un simple estudiante pero que podría “cascármela” con frecuencia y que la agradaría que luciera mis atributos sexuales y si me ponía de acuerdo con ellas, que me cepillara a algunas de sus amistades femeninas que, gozando de una posición económica envidiable, alardeaban de tener unos amantes bien dotados. Al darse cuenta de que no me acababa de convencer en lo referente al tema sexual me explicó que no podía permitir que jodiera a mi antojo a las distintas “yeguas” que formaban parte del personal de la vivienda pero que podía poner a mi total disposición a Paloma, su secretaria, una monja frustrada que no había sido capaz de superar el noviciado a la que había acogido en su domicilio después de que abandonara el convento de la que me dijo que se masturbaba con frecuencia por lo que debía de tener la almeja con ganas de que la dieran tralla y a Judith, la bella criada que me había abierto la puerta y acompañado hasta allí, sin tener que preocuparme de nada puesto que, si las hacía un “bombo”, ella se ocuparía de proporcionarlas todo lo necesario para abortar. El pensar en poder follarme a aquella preciosa sirvienta siempre que quisiera hizo que me excitara de tal manera que, en cuanto Marisol comenzó a moverme la pilila más deprisa, solté una impresionante cantidad de leche. Me resultó penoso que cayera y se depositara en aquellos muebles que parecían valiosísimos pero Marisol me dijo que no me preocupara y que me centrara en correrme a plena satisfacción ya que era un autentico espectáculo verme echar semen. En cuanto acabó de salir lefa, la hembra contempló entusiasmada la pirula antes de pasarme varias veces su lengua por el capullo y la “boca” del pito.

Después de indicarme que soltaba y en abundancia una leche realmente sabrosa, me pidió que me vistiera para enseñarme personalmente la habitación que se iba a convertir en mi nuevo alojamiento. A pesar de que estaba un tanto confuso y sorprendido porque Marisol tomaba las decisiones sin tan siquiera dejarme opinar, la seguí a lo largo de interminables pasillos hasta unas escaleras por la que descendimos para llegar a otro pasillo en el que se encontraban las habitaciones que ocupaba la servidumbre. Al pasar por delante de una de las puertas me la señaló diciéndome que aquella era la de Paloma. Mientras procedía a abrir la puerta de la que me había asignado me dijo que iba a ocupar la situada al lado de la de Judith. Me encontré con una amplia, cómoda y espaciosa habitación dotada de todo aquello que podía desear por lo que pensé que, si eran así las de las criadas, las de su marido y ella tendrían que ser impresionantes. En cuanto pasamos a su interior Marisol se apresuró a cerrar la puerta con llave y abalanzándose sobre mí me hizo caer boca arriba en la cama y colocando su zona vaginal sobre mi pantalón, me dijo:

“Jódeme aquí todo lo que quieras y lléname de tu leche” .

Una vez más Marisol no me dio tiempo a reaccionar ya que, después de quitarme el pantalón y el calzoncillo y despojarse de la braga, se puso sobre mí, se subió la falda y se introdujo entera y de golpe mi polla dentro del chocho para proceder a cabalgarme. Estaba tremendamente mojada y aunque hacía escasos minutos que había eyaculado con la paja que me había hecho, fue tal el ímpetu que puso en su cabalgada que logró que, en menos de cinco minutos y después de dejarla las tetas al descubierto, la echara una descomunal cantidad de leche para, un poco después, mearme en su interior a lo que, muy complacida, no tardó en corresponder al hacer lo propio mientras continuaba cabalgándome y me comentaba que la había puesto tan caliente que se sentía incapaz de retener su pis. Pero mi tercera eyaculación tardó bastante más en producirse y como Marisol no estaba acostumbrada a disfrutar de más de dos ó tres orgasmos, cuándo sintió que la estaba mojando por segunda vez con mi leche se volvió a mear para terminar exhausta, echada sobre mí totalmente despatarrada y con dos de mis dedos hurgándola en el culo lo que hizo que se tirara unos cuantos pedos. Un tanto avergonzada me hizo extraerla lentamente los dedos del ojete y en cuanto se recuperó un poco, se incorporó, se puso la braga, ocultó sus tetas en el sujetador y colocándose bien el vestido, me indicó que esperaba que fuera discreto y que me olvidara por completo de que aquello había sucedido. Después se sentó en una silla y esperó pacientemente a que me vistiera. Enseguida abrió sus piernas lo que me hizo pensar que iba a ser a ella a la que no la iba a resultar fácil quitárselo de la cabeza puesto que resultaba bastante evidente que su coño la estaba pidiendo más guerra; que aprovechara las excepcionales dimensiones de mi rabo y mi potencia sexual y que debía de intentar vaciarme los cojones pero creo que, aunque pensó en volver a la cama con intención de comerme la verga, se reprimió al darse cuenta de que sus fuerzas se habían agotado con demasiada celeridad y lo que quería evitar a toda costa era quedar en ridículo si se la volvía a “clavar”.

C o n t i n u a r á