La última fue la primera (Parte nueve).
Novena parte de esta interesante historia.
Salimos de la habitación y una vez más, la seguí por los pasillos hasta llegar a la cocina donde Judith, la criada, se encontraba recogiendo los platos de la comida después de haberlos fregado. Mientras Marisol me comentaba que era hija de la cocinera, me fijé en ella con más detenimiento observando que era tal su belleza que cada segundo que pasaba deseaba con más ganas disfrutar de su “arco del triunfo”, de su boca, de su culo y de sus tetas. Debí de permanecer en las nubes unos instantes hasta que oí que Marisol la decía que había decidido que me alojara en la habitación contigua a la suya y que debía de brindarme todo el sexo que la demandara sin poner la menor objeción a nada. Judith me miró con un gesto un tanto despectivo y seco y cuándo Marisol la indicó que si me complacía sería recompensada, se limitó a asentir con la cabeza. La mujer la subió la menguada falda del uniforme hasta la cintura dejando al descubierto un reducido tanguita en una tonalidad azul oscuro que apenas ocultaba nada; una entrepierna de lo más sustanciosa provista de un poblado “felpudo” pélvico y una masa glútea dura y tersa que Marisol no dudó en tocarla y pellizcarla mientras comentaba que Judith estaba realmente maciza y que aquel culo estaba pidiendo guerra. De allí nos dirigimos al despacho de Paloma, su secretaria. Si Judith estaba imponente, la secretaria resultó ser un autentico bombón de cabello moreno, alta y muy delgada. Marisol la hizo ponerse de pie y darse lentamente una vuelta en redondo para que observara sus preciosas curvas a través del ceñido vestido que llevaba puesto en el que se la marcaba un deseable culo que me pareció bastante delgado. Esta vez Marisol la indicó que se subiera la falda y se bajara el estampado tanga para lucir ante nosotros su abierta, amplia y húmeda seta; su “bosque” pélvico y su trasero del que, a pesar de que era delgado y estrecho, podía sacar un magnífico provecho. Me indicó que para fomentar nuestros contactos sexuales había decidido que Paloma y yo comiéramos y cenáramos a diario juntos. Después de conocer a aquellas dos preciosidades y quedar encandilado de ambas, cuándo Marisol me preguntó que cuándo iba a comenzar a vivir en su domicilio, no dudé en contestarla que esa misma noche dormiría allí y que al día siguiente me encargaría de todo lo referente al traslado de mis cosas desde la vivienda que había compartido con otros estudiantes.
De nuevo, me encontré inmerso en una situación atípica y una vez más, funcionó perfectamente hasta el punto de que no tardé en olvidarme de doña Ursula y sus fulanas; de que voluntariamente había permitido que unos grupos de féminas sádicas me humillaran, sometieran y ultrajaran a su antojo y conveniencia; de haberme visto obligado a mantener relaciones homosexuales y de Diana y Lidia, a las que pensaba que me iba a costar mucho más borrar de mi mente. Además de chuparme la chorra dos veces al día, por la mañana en cuanto me despertaba y antes de comer, hasta que conseguía que la soltara mi leche en la boca supe aprovecharme de que el matrimonio de Marisol no estaba pasando por su mejor momento puesto que, aunque residían en la misma mansión y guardaban muy bien las apariencias, vivían totalmente independientes sin que apenas existiera comunicación y entendimiento entre ellos y si no se habían separado era porque a ninguno de los dos les interesaba, para tardar poco más de un mes en pasar las veladas nocturnas con la hembra en su habitación tirándomela a conciencia para, tres semanas más tarde, lograr desvirgarla el culo en el que, de la misma forma que dentro de su almeja y de su boca, cogí la costumbre de “descargar” casi a diario y a plena satisfacción. Marisol me demostraba que era mucho más golfa, guarra y viciosa y menos altiva y creída de lo que me había parecido el día que la conocí pero tenía el inconveniente de que no lograba mejorar su aguante sexual, lo que achacaba a que cuándo era más joven no había permitido que se la “clavaran” con asiduidad, por lo que no solía aguantarme más de dos polvos, que la agradaba sacarme acostado sobre ella y como culminación a sus intensas cabalgadas y recibir por vía vaginal, lo que ocasionaba que, después de echárselos junto a su correspondiente meada, no tardara en ponerse de lado en la cama para quedarse dormida enseguida con la punta de mi cipote metida en su culo y mientras la apretaba las tetas ó la acariciaba el cabello. Cuándo mejor rendimiento sexual obtenía de ella era los días que su marido, que ocupaba la habitación contigua, pasaba la noche acompañado por alguna fulana. Los gemidos y jadeos de placer de aquellas cerdas y los constantes insultos que las dedicaba su pareja, conseguían excitar de tal forma a Marisol que aprovechaba aquellas ocasiones para poder echarla un tercer polvo que, generalmente, solía soltarla dentro del trasero para que, después, fuera ella la que buscara sacarme el cuarto y su posterior meada efectuándome una exhaustiva y placentera comida de nabo. Pero como esto no sucedía con frecuencia, cuándo me quedaba con ganas de más y mi nueva amiga se dormía, acudía a la habitación de Paloma a la que echaba otros dos ó tres polvos antes de volver a compartir cama con Marisol. Aparte de que, para entonces, mi micción se producía con suma facilidad y relativa frecuencia, a partir del tercer polvo mi leche se resistía a salir lo que me permitía disfrutar durante más tiempo del acto sexual y desgastar a la golfa de turno de manera que, al echarla la lefa inmerso en un intenso y largo gusto, la recibiera ansiosa y completamente entregada.
Como Marisol lo tenía todo hecho, por lo que nunca se levantaba antes de las diez de la mañana y sus mayores compromisos eran acudir al gimnasio y a jugar al bingo; mostrarse pura y recatada en su conducta en las frecuentes visitas que la realizaban ciertos sacerdotes para agradecerla sus últimos donativos al mismo tiempo que aprovechaban para pedirla otros nuevos amparándose en su bondad e intachable vida cristiana; mantener todo tipo de reuniones de tipo cultural y social; bañarse y casi siempre desnuda en la piscina de su domicilio y retozar conmigo, no tardé en convertirme en el centro de atención de su grupo de amistades femeninas que, vistiendo como unas autenticas adolescentes, comenzaron a frecuentar el domicilio de Marisol para poder disfrutar viéndome el pene mientras permanecía abierto de piernas y completamente desnudo. Pero como Marisol sólo me dejaba lucir los atributos sexuales ante ellas y las decía que la que quisiera más tendría que pagar por ello, me convertí en un puto que todos los días tenía que complacer en mi habitación a dos ó tres de aquellas viejas pedorras. Como no estaba dispuesto a dejarme someter de nuevo, asumí desde el principio el papel de macho dominante obligándolas a hacer lo que más me convenía como el que me comieran la picha hasta recibir mi leche en su boca para después proceder a “clavársela” por vía vaginal con el propósito de cepillármelas y echarlas otro polvo y su posterior meada dentro del chocho para acabar haciéndolas sufrir dándolas por el culo durante mucho tiempo y de una forma un tanto bárbara. Hubo algunas que resultaron realmente duras para su edad y después de obligarlas a que me volvieran a comer la pilila, me encantaba forzarlas con un exhaustivo fisting vaginal al más puro estilo de los que efectuaba doña Ursula para dejar a sus fulanas convertidas en una autentica braga, escocidas y exhaustas, pero satisfechas y con ganas de repetir. Otras optaban por montar en sus domicilios fiestas, reuniones y saraos con cualquier motivo que casi siempre terminaban convirtiéndose en autenticas bacanales en las que, aunque ante todo debía de satisfacer a la anfitriona que era la que pagaba por ello, podía echar varios polvos agrandándome ir poseyéndolas, una a una, por el culo en público para que, cuándo las sacaba la pirula tras “descargar” en su interior, la mayoría de ellas tuvieran que defecar sin la menor intimidad mientras las demás se acomodaban a nuestro lado para masturbarse al mismo tiempo que me veían encular a sus amigas para lo que llegaban a meterse en el coño hasta los tacones de sus zapatos lo que me hizo pensar que algunas de aquellas cerdas formaban parte de los grupos que, durante más de un año, me habían estado ultrajando y vejado los fines de semana. Lo que peor llevaba fue el ver que, con esas guarras, había tocado fondo puesto que la mayoría de las amigas de Marisol estaban más próximas a cumplir sesenta años que cincuenta y excepto con tres de ellas, Elena, Lourdes y Sara que eran las que más ardientes, cerdas, seductoras y viciosas y las que mejor se movían en la cama, sus escasos atractivos físicos no lograban motivarme. Además me encontré con que buena parte de las mujeres disponía de un voluminoso culo, cosa que nunca me ha agradado en una fémina; que casi no tenía que hacer fuerza para introducirlas el pito por el ojete y que con verlas en ropa interior ó despojarse de la braga, que más parecía la carpa de un circo, era más que suficiente para que mi miembro viril quedara por debajo de su habitual dureza y erección llegándome a costar tanto eyacular en su interior que, aunque a ellas las agradaba que fuera así y a mí me encantaba el poder culminar meándome dentro de ellas, las dejaba tan reventadas que, en cuanto recibían un único polvo, se consideraban complacidas y satisfechas por lo que lo más que llegaba a conseguir es que me comieran la polla en busca de una nueva ración de leche y de su posterior micción. Una mañana mientras Marisol, tras beberse mi primera meada matinal, me la estaba “cascando” me indicó que la gustaría que llegáramos a convertirnos en el chulo y su ramera para que, a cambio de dinero, la obligara a prostituirse con mis amigos. Aquello me dio una buena idea para librarme del acoso que sufría por parte de aquel grupo de hembras por lo que me decidí a probar con una de ellas diciéndola que tenía que intentar seducir con fines sexuales al marido de nuestra mutua amiga. El resultado, como pude comprobar desde la habitación de Marisol, fue muy satisfactorio y después de que mantuvieran tres sesiones sexuales nocturnas en una semana decidí hacer lo propio con el resto, dejando para mi disfrute personal a Elena, Lourdes y Sara, consiguiendo que se fueran acostando con los maridos de las demás con lo que, además de librarme de la mayoría de ellas, logré que, a través de aquel continuo intercambio de parejas, las mujeres consideraran que aún se encontraban lo suficientemente potables como para levantar ciertas pasiones y los más bajos instintos masculinos mientras más de un varón me agradecería que, a cuenta de mi idea, se le volviera a poner bien tieso el rabo y recordara lo que era follarse a una fémina y echarla, al menos, un polvo.
C o n t i n u a r á