La última fue la primera (Parte dos).
Segunda parte de esta interesante historia.
A medida que nuestra actividad sexual se iba convirtiendo en más frecuente e intensa me fui enterando de muchas cosas de la vida de Mamen como que llevaba varios años tomando anticonceptivos orales ó que siendo muy joven y aprovechándose de que había bebido más de la cuenta, fue violada en varias ocasiones por parte de los chicos que asistieron a la fiesta de celebración del cumpleaños de una de sus amigas y que dos de ellos la habían estado chantajeando durante bastante tiempo con el propósito de poder disfrutar con plena libertad de su cuerpo siempre que les apetecía hasta que Mamen se decidió a contraer matrimonio, más por quitárselos de encima y nunca mejor dicho ya que se habituaron a “clavársela” echados sobre ella que por amor, con el que se convirtió en su marido que, aunque era muy buena persona y disponía de una chorra de unas dimensiones sobresalientes, era de eyaculación rápida, escasa en cantidad y única por lo que en muy pocas ocasiones conseguía dejarla complacida y satisfecha.
Durante el verano empezamos a mantener sesiones sexuales completas. Aunque me la cepillé y a conciencia varias veces tanto en su domicilio como en el mío, a Mamen la encantaba que se la “clavara” al aire libre y cabalgarme hasta que me sacaba dos polvos y su correspondiente meada ocultándonos entre la maleza en parques ó en las márgenes del río. En cierta ocasión y sin que nos diéramos cuenta, unos chicos jóvenes nos descubrieron, nos grabaron en plena acción y colgaron el vídeo en Internet. Una compañera de Mamen en la entidad bancaria en la que trabajaba lo vio y a la mañana siguiente se lo comentó. Aunque conseguimos que lo quitaran de aquella página es más que probable que estuviera en otras.
Mamen se había propuesto sacar el mayor provecho sexual de mí hasta llegar a convertirme en una autentica “vaca lechera” por lo que cada tarde la echaba cuatro polvos y dos meadas y en cuanto llegábamos a un rellano del edificio en el que residíamos, la hacía apoyar su espalda contra la pared ó colocarse a cuatro patas para echarla otro par de polvos y extraérsela tras mi segunda eyaculación con el propósito de mearme en su boca mientras me la chupaba. La chica superaba día a día su límite de orgasmos y me agradaba hacerla llegar al clímax frotándola enérgicamente el chocho con mi mano extendida y que me la meneara bien apretados en ciertas cabinas telefónicas situadas en lugares de poca afluencia de público lo que me permitía tocarla las tetas y el culo mientras ella me sacaba dos polvos antes de terminar meándome dentro de la cabina que, al igual que sucedía cuándo íbamos al cine, abandonábamos dejando un buen charco de pis en el suelo y con grandes goterones de leche y de micción en los cristales.
Mamen consiguió convencer a la hermana de una de sus amigas para que dos tardes a la semana y mientras ella estaba ausente, nos dejara utilizar la habitación que ocupaba en una vivienda que compartía con dos jóvenes universitarias con la intención de poder llevar a cabo nuestros contactos sexuales con un mayor sosiego y tranquilidad que en nuestros respectivos domicilios en los que siempre temíamos ser descubiertos por la pareja de la chica ó por mis padres ó hermana. Fue entonces cuándo me encontré con la noticia de que mis progenitores, que desde hacía bastante tiempo estaban contrariados por el hecho de que estuviera manteniendo relaciones sexuales con una mujer bastante más mayor que yo y casada, habían decidido terminar de golpe con lo nuestro obligándome a cursar mis estudios universitarios en la facultad de otra capital distinta a la de mi actual lugar de residencia. Al enterarse, Mamen pensó en dejar a su marido para irnos juntos y vivir de continuo conmigo pero al no encontrarme demasiado convencido de que, fuera del terreno sexual, nuestra convivencia pudiera resultar satisfactoria decidí desechar su idea. Durante las últimas semanas que pasamos juntos nos prodigamos más en el sexo hasta el punto de que hubo días en los que llegó a sacarme y soltándolos con absoluta normalidad, hasta diez polvos echados de dos en dos en distintas sesiones. Una tarde en la habitación de la hermana de su amiga me comentó que la había poseído muchas veces por el coño pero que aún no la había dado por el culo. Nunca se la había metido a nadie por el trasero por lo que, además de tener que explicarme como debía de hacerlo, no sé si en las ocasiones en que se la “clavé” por detrás la llegué a introducir entero el miembro viril pero lo cierto es que, en cuanto la abría el ojete con mis manos, la ponía en él mi cipote, la agarraba con fuerza de la cintura y hacía toda la fuerza que me era posible para lograrlo. Mamen, que a pesar de estar acostumbrada al sexo anal reconocía que mi nabo era tan sumamente grueso que no parecía aconsejar que la perforara el ano, solía esconder su cabeza debajo de la almohada al sentirse penetrada para aguantar mejor el dolor mientras yo empezaba a notar un gusto tremendo que me llevaba a seguir disfrutando de su bonito, estrecho y redondo culo al mismo tiempo que Mamen intentaba colaborar moviéndose y oprimiendo con fuerza sus paredes réctales contra mi pene. Al tratarse de un conducto angosto tardaba más en eyacular que cuándo me la trajinaba vaginalmente y al echarla siempre dos polvos y su posterior meada, cuándo la podía extraer la picha, tras esperar a que perdiera parte de su erección, me encontraba pletórico y con unas ganas tremendas de follármela por la seta aunque, para ello, tuviera que esperar a que volviera del aseo al que acudía rauda y veloz para defecar en cuanto se la sacaba del culo ya que era bastante raro que me permitiera “degustar” e ingerir la copiosa caca líquida que expulsaba en tales circunstancias.
Para despedirnos pasamos las dos últimas noches en la habitación de un hotel de mala fama que era frecuentado por las fulanas que buscaban a sus clientes por la calle y que abonó Mamen con una parte de sus ahorros pero el hecho de no dormir para poder llevar a cabo una actividad sexual realmente frenética hasta acabar escocidos no nos ayudó a que nuestra despedida fuera menos amarga y dolorosa a pesar de haber acordado que nos llamaríamos con frecuencia y que volvería a mi lugar de nacimiento y actual residencia aprovechando los periodos vacacionales y los puentes festivos lo que, a cuenta de los líos sexuales en los que me metí, no llegué a cumplir.
Pensaba que los primeros meses de mi nueva etapa universitaria se convertirían en un autentico suplicio puesto que, tras haber llevado una actividad sexual tan frecuente e intensa con Mamen, iba a estar sumido en un periodo de abstinencia sexual que me resultaría realmente desolador por lo que, al principio, hablaba con ella por teléfono varias veces al día y Mamen intentaba ponerme lo suficientemente cachondo como para que tuviera que “cascármela” pero la situación no era ni remotamente similar a la que había vivido con ella y me deprimía más el verme en la obligación de tener que efectuarme aquellas pajas en solitario, cosa que nunca me había agradado. Para colmo y probablemente a cuenta de la intensa actividad sexual que había desarrollado en las últimas semanas, mi micción se convirtió en más abundante y frecuente y siendo incapaz de retenerla, tenía que apresurarme a mear en cuanto sentía las ganas de hacerlo si no quería que se me saliera el pis y evidenciara que estaba bajo los efectos de una incontinencia urinaria de consideración que más de una vez me puso en una situación bastante comprometida. Intenté solucionar mi problema mediante un acercamiento sexual con ciertas compañeras a las que, a través de los comentarios que oía en la facultad, se consideraba ardientes y fáciles pero todas se mostraron estrechas y secas conmigo por lo que, aparte de seguir acordándome de Mamen, no lograba llegar a mojar y mi desasosiego sexual era cada día mayor. Pero, a mitad del primer trimestre, encontré la respuesta adecuada en dos compañeras de cabello moreno, Inés y María Cruz ( Mari Cruz ), que cursaban estudios superiores a los míos con las que no tardé en hacer amistad e intimidar para mantener relaciones sexuales. Inés se encontraba inválida y la encantaba poder menearme y comerme la pilila de la misma forma que me gustaba aprovechar la voluminosidad de sus tetas para que me hiciera cubanas pero nunca llegué a mantener con ella relaciones sexuales completas puesto que era de constitución gruesa y a pesar de que en varias ocasiones intenté ponerla en posición para penetrarla, parecía estar pegada al asiento de su silla de ruedas y sin ayuda me resultaba imposible separar a sus más de ochenta kilos de ella por lo que tuvimos que desistir de aquel propósito quedándonos con las ganas. Por otro lado y fuera por un motivo ó por otro, no acudía muchos días a la facultad lo que ocasionó que lo nuestro no llegara a cuajar y terminara pocas semanas más tarde. Mari Cruz, por su parte, era una chica alta y delgada que, con ciertos rasgos orientales en su cara, se mantenía muy joven y aparentaba una edad menor a la que realmente tenía. Al llegar a la facultad se cambiaba de ropa quitándose la que había llevado desde casa para ponerse vestidos cortos, escotados y provocativos con los que poder lucir sus múltiples encantos. Con ella me entendía bastante bien y en cuanto coincidíamos en los periodos de descanso entre clase y clase, lo que sucedía de dos a tres veces por semana, nos encerrábamos en el aseo femenino en donde me quitaba el pantalón y el calzoncillo y me acomodaba en el inodoro luciendo mi pirula bien tiesa para que Mari Cruz, que sólo necesitaba separarse la parte textil del tanga de la raja vaginal y abrirse de piernas, se colocara sobre mí y se metiera entero mi pito en su almeja con intención de realizarme una intensa cabalgada con la que, en poco más de un cuarto de hora e inmerso en un intenso gusto, me sacaba un par de polvos y una larga meada que, al estar muy sincronizados, solía producirse casi al mismo tiempo en que ella soltaba su micción con la que me mojaba la polla, los pelos púbicos y las piernas. La agradaba que en cada uno de nuestros contactos la insultara, la recordara lo golfa que era y la hiciera comerme el rabo después de echarla la leche y el pis mientras ella me comentaba que disponía de la verga más dura, larga y tiesa de la facultad. Pero el tirarme a Mari Cruz tenía el gran inconveniente de que, a medida que se acercaba al orgasmo, sus gemidos y jadeos de placer adquirían un mayor volumen y como solía llegar en tres ó cuatro ocasiones al clímax y casi siempre entraba en el aseo alguna compañera mientras me la cepillaba, la reconocían y la lógica curiosidad de las hembras las hacía permanecer al tanto hasta saber quien era el afortunado que se la había trajinado.
C o n t i n u a r á