La última fue la primera (Parte cinco).

Quinta parte de esta interesante historia.

A cuenta de aquel proceso diarreico hasta la mañana siguiente no me acordé del sobre que me había entregado la chica del puti club por indicación de doña Ursula. Bajé al coche, lo recogí y lo abrí enterándome de que tenía que acudir a un lugar diseminado situado a varios kilómetros de distancia. Debo de reconocer que no me hizo demasiada gracia puesto que mi situación económica no era muy boyante como para malgastar gasolina y el día anterior había tenido que desplazarme a casi diez kilómetros para acudir a mi cita con doña Ursula pero, aunque no dejé de renegar a lo largo de la mañana, en cuanto terminé de comer y tras intentar ir bien meado y cagado, tal y como me había aconsejado la “madame”, me dirigí hacía allí. La carretera de acceso, aunque se encontraba en un buen estado de conservación, resultó ser sinuosa y estrecha y al llegar ante la amplia y descuidada extensión de terreno que se correspondía con la dirección, me encontré con una verja cerrada que daba acceso a dos grandes chalets siendo uno de ellos mucho más moderno que el otro. Llamé al portero automático, me abrieron la verja y me encaminé despacio hacía las viviendas aparcando en sus inmediaciones. En cuanto descendí del coche me encontré ante un grupo de hembras, todas ellas encapuchadas, vistiendo botas negras por encima de las rodillas y prendas íntimas de cuero imitando la piel de los tigres con el grosor apropiado para que no se las marcaran los pezones, la raja vaginal y la del culo, que se abalanzaron sobre mi y que, entre insultos y casi a empujones, me cogieron de los brazos y me hicieron dirigir mis pasos hacía el chalet más antiguo. Al pasar por delante de la piscina, que no tenía agua, observé que otro grupo de mujeres estaba azotando a un chico de cabello rubio, al que habían atado abierto de piernas a las escaleras de acceso, usando una especie de fustas al mismo tiempo que una de ellas le daba golpes secos en los cojones con los que el joven no dejaba de gritar. En cuanto entramos en el chalet escuché un par de alaridos de dolor que venían del piso superior lo que me hizo suponer que allí y sin que nadie pudiera verles ni oírles, se reunían varios grupos de féminas con el único propósito de humillar, someter y vejar lo más sádicamente posible a los hombres. Las hembras me obligaron a entrar en una amplísima, aunque destartalada, habitación en la que lo primero que vi fueron varias cadenas colgadas del techo y de las paredes y en el suelo dos colchones viejos llenos de manchas que me dio la impresión de que eran de lefa y excrementos masculinos. Las mujeres me indicaron que me desnudara con rapidez y mientras lo hacía me percaté de que, aunque podía ver si eran altas ó bajas ó delgadas ó de constitución gruesa, no podía conocer su edad ó si su cabello era claro, moreno ó rubio. Observé que algunas lucían estómagos un tanto pronunciados por lo que pensé que, probablemente, se trataba de féminas menopáusicas que, en todo momento, se dirigían entre ellas usando las que, supuse, serían las iniciales de sus nombres por lo que me encontré en medio de las señoras A, C, E, L, M, R y S y su acento al hablar, sin dejar de insultarme, delataba que dos de las integrantes del grupo que, inicialmente, se ocupó de mí eran extranjeras pero como cambiaban de grupo con cierta frecuencia no conseguía centrarme en la voz de ninguna de ellas. En cuanto me quité la ropa una de ellas se quedó con el calzoncillo mientras las demás amontonaba el resto de mi ropa en un rincón y me ataban de manos y pies a las cadenas que estaban colgadas del techo. Una de las hembras se colocó delante de mí y al ver que estaba empalmado, se dedicó a sobarme la verga y a acariciarme los cojones mientras el resto no se cansaba de pasarme por la masa glútea algo parecido a unos plumeros con púas para intercambiar su posición cada poco tiempo de forma que todas ellas pudieran disfrutar mirándome y tocándome los atributos sexuales. A pesar de sus insultos y de que me resultaba evidente que aquellas golfas sentían verdadero odio por los hombres, con sus tocamientos la chorra se me puso a tope y una de las mujeres me apretó con fuerza los cojones para evitar una eyaculación rápida hasta hacerme mucho daño al mismo tiempo que me decía:

“¿Pensabas, hijo de puta, que íbamos a dejar que te corrieras con tanta facilidad?” .

Después de recrearse tocándome todo lo que quiso el cipote y los huevos y manteniendo la piel bajada y el capullo totalmente abierto, procedió a meneármelo muy lentamente. Exceptuando a las tres que seguían ocupándose de mi trasero las demás parecían encontrarse muy complacidas e impresionadas por las dimensiones que había adquirido mi tranca. Una de ellas se colocó a mi derecha y estuvo muy pendiente para cortarme la eyaculación varias veces ejerciendo una fuerte presión en la base del nabo con sus dedos en forma de tijera cada vez que, por la “boca” del pene, hacían sus aparición las gotas de lubricación previa con lo que lograron que alcanzara tal grado de excitación y de ganas por echar la leche que mis piernas no dejaban de temblar lo que provocó varias carcajadas entre las féminas. Cuándo la que me la estaba “cascando” se cansó, dejó que otra ocupara su lugar y la dijo:

“Sácale de una vez a este cabronazo la leche para que podamos ver si suelta mucha” .

Antes de que la hembra procediera a meneármela con movimientos rápidos, noté que las que se encontraban detrás de mí me colocaban una especie de fórceps con el que me abrieron a tope el ojete para poder introducirme el palo de dos de los felpudos que comenzaron a mover hacia dentro y hacía fuera como si quisieran follarme el trasero. Con semejante estímulo la lefa enseguida hizo acto de presencia, en espesos y largos chorros, con lo que se recrudecieron sus insultos al mismo tiempo que la que me había sacado la leche decía que seguro que, como todos los hombres, hubiera deseado echársela a alguna de ellas dentro de la almeja y repetir hasta hacerla un “bombo”. No había acabado de eyacular cuándo otras dos comenzaron a colocarme un montón de anillas que ejercían una fuerte presión desde la base de la picha dejándome únicamente al descubierto el capullo con lo que me empecé a sentir realmente incomodo ya que, a cuenta del grosor de la pilila, me oprimían demasiado. En cuanto se cansaron de sobarme, me extrajeron de golpe y sin la menor delicadeza los palos de los felpudos del culo, me liberaron de las cadenas y me obligaron a tumbarme boca abajo para que me restregara por el suelo al mismo tiempo que aquellas golfas, poniéndome sus botas en el trasero e introduciéndome los finos y largos tacones por el ojete, lograban que semejante prueba me resultara de todo menos agradable. Después de pasarme así bastante tiempo, me obligaron a lamerlas los pies antes de que me dirigiera hacía una de las mujeres que, sentándose en una silla, me indicó que me tumbara boca abajo sobre sus piernas de forma que la pirula quedara colgando justo en medio de ellas. Mientras unas se dedicaban a ponerme el trasero como un autentico tomate al azotarme los glúteos con cinturones, fustas y reglas de madera, otras optaron por escupirme, insultarme y juguetear con mi capullo animándome a que volviera a eyacular comentando entre ellas que quizás chispeara pero que no iba a conseguir que lloviera mientras “E”, que era la fémina sobre cuyas piernas estaba echado, me hurgaba en el ojete primero con dos dedos y más tarde con tres con lo que, al no haberme recuperado de los exhaustivos hurgamientos anales que me había efectuado doña Ursula la tarde anterior, logró provocarme una masiva defecación líquida que me hizo retener, aumentando más mi suplicio, hasta que se hartó de hurgarme y me extrajo de golpe los dedos. Una vez más y mientras la mierda salía al exterior y se iba depositando en el suelo, los insultos se incrementaron mientras algunas decidían colocarse detrás de mí y subirse un poco la capucha para poder “degustar” mi caca según iba apareciendo por el ano lo que me pareció de lo más repugnante. No había terminado de defecar cuándo noté que, hasta llegar a hacerme mucho daño, me volvían a poner el fórceps para abrirme al máximo el ojete y facilitar que una de ellas me metiera el puño dentro del culo sin ninguna contemplación haciendo que, sin poder evitarlo, gritara de dolor. “E”, agarrándome del pelo, me escupió en la cara y me dijo que chillara todo lo que quisiera puesto que allí nadie me iba a oír antes de animar a la otra a que me forzara el trasero a conciencia con su fisting. Llegué a perder la noción del tiempo mientras notaba que cada vez me poseía con más ganas y que no dejaba de hacer fuerza para que el puño se introdujera más profundo en mi interior consiguiendo que perdiera por completo el control del esfínter y que llegara a dilatar al máximo el intestino mientras otras dos golfas se encargaban de moverme y comerme el capullo del pito haciendo que llegara a sentir un gusto tremendo pero, por más excitado que estaba, no era capaz de volver a eyacular puesto que la leche parecía quedar retenida en los cojones y en el conducto de salida haciéndome sentir un intenso dolor. Lo que sí echaba eran las gotas previas de lubricación y ello me hizo entender su comentario anterior en el sentido de que mi polla podría llegar a chispear pero que no volvería a llover antes de que soltara una copiosa meada que una de ellas, tumbándose en el suelo y evidenciando ser muy guarra, se bebió prácticamente íntegra. No sé el tiempo que pasó hasta que la hembra que me estaba forzando el culo decidió extraerme el puño con lo que, bastante escocido y molesto, volví a defecar y de nuevo de una manera abundante y líquida, mientras volvía a escuchar un montón de insultos y la mujer que me había poseído de aquella manera me obligaba a limpiarla con mi lengua la gran cantidad de caca que se había depositado en su puño hasta la altura de la muñeca. En cuanto terminé, “E” me volvió a meter tres dedos con los que me forzó hasta que consiguió que, aunque fuera en escasa cantidad y algo más sólida, defecara por tercera vez lo que permitió a la golfa que se había bebido mi pis completar su ingesta “degustando” y comiéndose la mierda que comentó que, al igual que la micción, estaba realmente deliciosa. Me dio la impresión de que la habían tomado con mi culo cuándo, un poco después, me pusieron tres lavativas seguidas para, acto seguido, mantenerme bien cerrado el ojete con sus manos hasta que, al liberarme de su presión, eché en tromba la tremenda cantidad de líquido que me habían introducido en el trasero aunque a “E” no pareció gustarla que lo devolviera sin volver a defecar, cosa que resultaba imposible puesto que me habían vaciado el intestino por completo, por lo que me empujó bruscamente haciendo que cayera al suelo donde me dieron varias patadas y me colocaron una correa al cuello como si fuera un perro antes de obligarme a ponerme a cuatro patas con intención de que se pudieran turnar en sentarse sobre mi espalda para hacerme salir de la habitación y recorrer buena parte del chalet con cada una de ellas de un lado para otro sin que nunca faltara alguna dispuesta a hurgarme con sus dedos en el culo y a ocuparse de mi aprisionado rabo con el propósito de que, como ellas decían, llegara a colgarme como a un buey; continuara inmerso en esa mezcla de dolor, gusto e incomodidad y me desesperara viendo que era incapaz de soltar una sola gota de semen. Me tiraron repetidamente del pelo, me arrancaron una buena mata de pelos púbicos y me hicieron subir en varias ocasiones un tramo de escaleras obligándome a que me golpeara la verga en cada escalón con una ó dos de ellas sobre mi espalda lo que aprovechaban para restregar el chocho a través de su braga de cuero que, exceptuando a una con acento extranjero que la tenía empapada, retenía perfectamente su humedad vaginal. Aunque comenzaba a estar agotado y anhelaba echar un nuevo polvo, regresamos a la habitación donde me hicieron seguir a cuatro patas. Cada una de las féminas se puso una braga-pene provista de un “instrumento” a cual más gordo y largo y algunos llenos de estrías y mientras unas se turnaban en darme por el culo otras me obligaban a mantener al mismo tiempo dos de aquellas inmensas chorras artificiales introducidas en la boca para que las chupara con esmero y ganas. Aunque, tras el más que exhaustivo fisting anal que me habían efectuado, me encontraba escocido y molesto no dejaron de darme por el culo hasta bien entrada la noche en que, separándose la parte textil de la braga de la raja vaginal, seis de las siete hembras me hicieron beberme sus deliciosas y sustanciosas meadas, que habían estado reteniendo durante mucho tiempo para poder echármelas más concentradas, lo que me resultó tan sumamente agradable y placentero que me ayudó a reponerme. Pero no pude disfrutar demasiado de ello puesto que, en cuanto la última terminó de depositar su micción en mi boca, empezaron a darme patadas por todos los lados al mismo tiempo que me insultaban llegando a llamarme autenticas barbaridades. Algunas me dieron de lleno en los cojones causándome tal dolor que me tuve que retorcer en el suelo mientras escuchaba sus carcajadas. Mientras me recuperaba cuatro de ellas se fueron y las otras tres, después de darme agua, me llevaron atado por el cuello al chalet más moderno donde me hicieron entrar en una habitación de dimensiones más reducidas pero perfectamente amueblada que disponía de una gran cama de matrimonio. Me pareció que aquellas golfas eran las más jóvenes del grupo y después de entretenerse durante unos minutos jugando con mi cipote, se quitaron las botas, el sujetador y la braga de cuero y se acostaron en la cama con las piernas muy abiertas explicándome que debía de turnarme en echarme sobre ellas para hacerlas disfrutar de lo que denominaban sexo limpio, es decir sin eyaculaciones, puesto que, para entonces, se habían asegurado de que con el nabo anillado no podía echarlas ni una sola gota de leche. Estaba tan sumamente salido y tenía tantas ganas de tirármelas que, a pesar del cansancio que acumulaba, el poder joderlas me pareció de lo más gratificante pero, al final, fueron tantas las horas que empleé en ello sin que me permitieran descansar que acabó convirtiéndose en la peor tortura a la que puede someterse a un hombre puesto que mientras ellas llegaban una y otra vez al orgasmo y se meaban de autentico placer al más puro estilo fuente con mi pene introducido en su coño me tuve que conformar con sentir su gran humedad vaginal puesto que, a pesar de que las gotas de lubricación previas salían y llegaba a sentir mucho gusto, no fui capaz de echarlas un solo polvo y lo que más que las solté fueron cuatro ó cinco meadas y dos de ellas en el exterior de la seta para mojarlas con mi pis su zona vaginal y la parte superior de sus piernas. Cuándo vieron que no era capaz de controlar ni la micción, me hicieron tumbarme boca arriba en la cama y después de esposarme las manos a la espalda, me chuparon el capullo al mismo tiempo que me hurgaban con sus dedos en el ojete y se sobaban y comían la almeja mutuamente haciendo que la sabana terminara empapada en su “baba” vaginal y en su pis. Estaba a punto de amanecer cuándo se dieron por satisfechas y mientras se vestían, manteniendo su cara tapada, con una ropa muy elegante y sofisticada me dijeron que me fuera olvidando de mi higiene personal ya que las encantaba que la picha de los hombres despidiera una fuerte fragancia a varón, a leche, a pis y a chocho femenino. Después volvieron a colocarme la cuerda al cuello, me obligaron a ponerme a cuatro patas y tirando de mí como si fuera un dócil perro me llevaron, arrastrándome en algunos momentos, totalmente desnudo hasta la piscina donde se encontraban despatarrados y con sus atributos sexuales al aire cinco jóvenes con los que me dijeron que iba a compartir “habitación” para reponerme puesto que por la tarde iba a tener más sexo. Una vez que me hicieron entrar en la seca piscina y me acomodaron en un rincón, como los demás entre un montón de hojas secas, me ataron ambas manos a las escaleras de acceso y después de escupirme e insultarme se fueron. Los demás debían de estar más acostumbrados a dormir en esas condiciones pero a mí, sintiendo escozores y molestias por todos los lados y con la pilila incomodándome al mantenerse totalmente tiesa, me resultó imposible pegar ojo.

C o n t i n u a r á