La última esperanza
Como último recurso para salvar mi matrimonio, decido hacerle caso a mi prima Aurora. Todo reaulta mejor de lo esperado.
No había persona que pudiera cortar mi llanto. Por enésima vez en la semana, mi marido y yo habíamos peleado. Estábamos por festejar nuestro tercer aniversario de bodas. No acordábamos el lugar donde celebraríamos, por lo que terminamos metidos en una lucha de insultos. Éramos un matrimonio joven, pero sentía como si hubiera pasado una eternidad a su lado. Casi cualquier cosa que él hacía me molestaba. Yo le parecía cada vez más irritante. Los dos kilogramos que fue ganando desde el día de que nos casamos, yo los veía como un excesivo sobrepeso. Al mirarlo veía a un cerdo, ya no me atraía. Mis senos y glúteos grandes, a él ya hasta asco le producían. No habíamos tenido relaciones en seis meses, la razón principal de nuestra eterna guerra. Nuestro matrimonio se estaba yendo por el caño.
Pero, a pesar de nuestras constantes peleas y demás problemas, lo seguía amando, y sabía que él me amaba a mí. Habíamos intentado de todo para llevarnos mejor, como en la época de novios. Nada había dado resultado. Desde hace unas semanas, tratamos de hacer como que nada pasaba. El ambiente era cada vez más pesado, pero, por miedo al que dirán o la esperanza de un milagro, no lo se, ninguno hablaba de divorcio. Decidimos ignorar los problemas, así nada más, para ver si se marchaban solos. Obviamente, la indiferencia tampoco estaba funcionando. Me encontraba desesperada, las ideas se me habían terminado. Como última opción, llamé a mi prima Aurora.
Ella siempre ha sido mi última esperanza, a quien acudo cuando ya no veo salida. Nunca he sido una persona que cruce los brazos, hago todo lo que esté en mis manos para solucionar mi vida, pero cuando ya no puedo más, la prima Aurora está ahí para salvarme, con un consejo que me devuelve el ánimo. Cuando mi esposo y yo dejamos de tener sexo, tuve una plática con ella. Me sugirió experimentar cosas nuevas, para devolverle la pasión a nuestra relación. Llevé a cabo varias de sus propuestas, pero todas fallaron. Una de ellas en particular, la que pensé nunca haría, representaba en ese momento la última opción. Recuerdo que mi prima me dijo: "cuando quieras, sólo llámame". Entonces lo quería, así que la llamé. Quedamos en vernos el fin de semana siguiente, para poner en marcha el plan, que según ella, salvaría mi matrimonio.
Lo que Aurora me había aconsejado, era tener sexo con otras personas. Para ella, una aventura de vez en cuando, es la mejor arma contra la monotonía. En sus propias palabras, "una canita al aire, hace matrimonios duraderos". En un principio, incluso me ofendí, pero en la situación que estábamos Patricio y yo, podría hacer cualquier cosa. Sabía perfectamente, que mi marido no dudaría un segundo en acostarse con mi prima, si se le presentara la oportunidad, pero nadie me aseguraba que lo haría al yo proponérselo. Nada podía salir mal ese día, ambos debíamos estar de acuerdo. Esperé a la noche para hablar con él.
Como todos los días, desde que no hacíamos el amor, me fui a acostar antes que él. A las dos horas, cansado de ver televisión en el estudio, Patricio se metió a la cama. Ya ni nos deseábamos buenas noches. Nos acomodábamos de lado, dándonos la espalda, y dormíamos. Hicimos lo mismo esa vez. No me atrevía a empezar aquella conversación, pero tenía que hacerlo, por más penoso y difícil que me resultara. Casi tartamudeando, le pedí que habláramos un momento. Renegando, prendió la lámpara del buró, y se sentó dispuesto a escucharme. "Se breve por favor, que tengo sueño", fue su condición.
-¿Sabes desde cuando no hacemos el amor Patricio? - le pregunté con la mirada gacha.
-No, por Dios. ¿Ya vas a empezar Fabiola? ¿Para esto me despertaste? ¿No te bastó con la pelea que tuvimos en la tarde? - me contestó molesto, e hizo el intento por volverse a acostar.
-No por favor, espérame. No te desperté para que discutiéramos. Escúchame un segundo nada más. Tengo algo muy importante que decirte. - le dije evitando que pusiera su cabeza en la almohada.
-Está bien, te voy a escuchar. Más te vale que en verdad sea importante. - habló mientras se sentaba y cruzaba los brazos, la señal de que estaba hablando en serio, si me pondría atención, algo que le agradecí.
-Ésta tarde hablé con mi prima Aurora. - hice una pequeña pausa para pensar mi siguiente frase - Me dijo que la solución a nuestro problema - otra pausa -, podría ser tener sexo con otras personas. - terminé de hablar. Tenía la cara roja, roja.
-¿Qué? ¿Le contaste a tu prima que no hemos tenido relaciones en seis meses? ¿Estás loca? De seguro se lo va a contar a todo el mundo. - sus brazos ya no estaban cruzados, se movían al compás de sus gritos.
-No, ella no es una chismosa. Además, ¿qué querías que hiciera? Estoy desesperada, nuestro matrimonio se está cayendo a pedazos. Ya no se que hacer para evitarlo. - dije con cierta dificultad. Mis ojos estaban vidriosos, estaba a punto de llorar.
-Lo que me faltaba, que te pusieras a llorar. Mira, me parece una estupidez lo que te dijo tu prima, pero con tal de que no chilles, te voy a seguir escuchando. - su tono de voz era de nuevo bajo. Volvió a cruzar los brazos.
-Gracias. Bueno, lo que me propuso, fue acostarse con tigo. Dice que así romperíamos la monotonía, que la pasión regresaría. - apenas y podía hablar, no podía creer que le estuviera pidiendo a mi esposo, tener relaciones con otra mujer. Era una mujer abierta a nuevas opciones, incluido el campo sexual, pero aquello me parecía demasiado.
-¿Qué? ¿Estás hablando en serio? - me dijo intentando aparentar indignación, pero noté que la idea no le desagradó.
-Sí, lo estoy diciendo en serio. Ella dice que una aventura, no es tan grave como la ve la sociedad, que por el contrario, puede ser muy benéfica para la relación. No se si tenga razón, pero creo que no perdemos nada con intentar, las cosas no se pueden poner peor entre nosotros. - hablé con voz dulce, tomando a Patricio de la mano.
-Pero, ¿tener sexo con alguien más? ¿No te parece excesivo? ¿Qué no te dan celos? - su voz también era suave, correspondió a mi apretón de manos.
-Claro que me dan celos. En nuestra cultura, la infidelidad es sinónimo de final, catástrofe, pecado, no la imagino como una solución, pero estoy dispuesta a hacer lo que sea con tal de no perderte. Te amo, y si para que las cosas mejoren tengo que verte en los brazos de otra, no me importa. - Acaricié su mejilla mientras hablaba.
-Yo también te amo, mi Fabi preciosa. - se acercó para darme un beso en la boca - Si crees que acostándome con Aurora las cosas mejoraran, pues lo haré.
-Gracias por aceptar. Ya que has aceptado, confirmaré la cita con mi prima para éste sábado. Te amo. - le di otro beso y me acosté.
-Yo también te amo. - me contestó y se acostó también, abrazándome por primera vez en mucho tiempo.
Luego de varios meses de gritos y peleas, habíamos hablado como gente civilizada. Ahora entiendo, que no habría sido necesario tener sexo con alguien más para salvar nuestro matrimonio, no teniendo una buena comunicación. No se si aquella noche no pude verlo, o no quise verlo, segada por el morbo que me provocaba imaginar a mi marido en brazos de mi prima. La idea que en un principio fue como una ofensa, comenzaba a excitarme. Antes de dormir, bajé mi mano a mi entrepierna. La metí debajo de mis bragas y descubrí, que estaba mojada. A partir de entonces, la espera fue casi insoportable. Quería que llegara el sábado.
Y finalmente llegó. Mi marido salió temprano de trabajar. Llegó a la casa para tomar un baño y arreglarse para la ocasión. Se vistió con una camisa blanca y unos pantalones beige. Se rasuró, se perfumó, y hasta se peinó de manera diferente. Para no haberle gustado la idea, pensé, era demasiado todo aquello, pero no me importó. Cuando quedó listo, volví a ver al hombre guapo y varonil con el que me había casado años atrás. A su lado, y con las garras que llevaba encima, me sentí afortunada. Después de mucho tiempo, me dieron ganas de un buen acostón, pero no había tiempo. Aurora estaba por llegar, y yo, pronto saldría sobrando.
El timbre sonó diez minutos después de que Patricio llegó a la sala. Él mismo abrió la puerta. Cuando Aurora lo vio, no disimuló su agrado, lo recorrió de arriba a abajo. Mi esposo la dejó sorprendida, y no era para menos, en verdad se veía divino. Ojos color miel, nariz grande, labios carnoso, mandíbula cuadrada y un poco oscurecida a pesar de haberse rasurado, y cabello castaño arreglado de manera moderna, su cara lucía sumamente atractiva. Su físico no se quedaba rezagado. El poco peso de más que tenía, le agregaba mayor encanto, parece como si hubiera ido directo a su retaguardia, porque estaba más apetecible que nunca. A través de la camisa, se veía un poco de sus firmes pectorales, su abdomen plano, y el oscuro pelaje cubriendo todo. La delgada tela de los pantalones, marcaba un prometedor bulto. Y sus manos, que decir de ella, grandes, fuertes y velludas. Cuando Aurora lo saludó y sintió su potencia, me di cuenta de que temblaba un poco. Cuando mi prima entró a la casa, los tres nos sentamos a tomar una copa.
Hablábamos de cosas sin importancia, tratando de romper la tensión que había en el aire. Por más que estuviéramos de acuerdo, y por más que la idea me excitara, la situación no dejaba de ser incómoda, al menos para mí. Me levanté del sillón y me despedí de ellos. No puse atención a lo que me dijeron, ni siquiera volteé a ver a mi marido, no quería arrepentirme en el último momento. Caminé hacia la puerta. Justo cuando estaba a punto de abrirla, sonó de nuevo el timbre. Un poco sorprendida, no esperaba a nadie y los vecinos no eran nuestros amigos, la abrí. Lo que miré después, me quitó el aliento. Frente a mí, estaba el hombre más guapo que había visto en mi vida.
Aurora gritó su nombre desde adentro, pero no lo escuché. Estaba embobada con él. Su cara era una perfecta mezcla de ternura y rudeza, de belleza y tosquedad: ojos verdes, nariz recta, boca gruesa, barba descuidada y cabello rubio alborotado. Lo que más me impresionó, fue su personalidad. Lo rodeaba una vibra de seguridad irresistible. Y su mirada, fija, profunda, seductora, me atrapó desde el primer momento. De no ser porque mi marido estaba presente, creo que, me habría lanzado a sus brazos.
Como no lo dejaba entrar, concentrada en admirar su rostro, Aurora se dirigió hasta la entrada y lo introdujo en la casa. Cerré la puerta, algo me decía que ya no salía sobrando. Mi prima nos lo presentó como Orlando, su amigo inglés recién llegado a México. Escucharlo hablar español era muy cómico, le pedimos que lo hiciera en su lengua natal. Tenía ese acento tan elegante y sensual, característico de los ingleses. Era lo que faltaba para babear por él. Cuando Aurora le dijo que yo era su prima Fabiola, dijo: "So, she's the one. What a lucky guy I am". En cuanto cerró la boca, se acercó a mí, me tomó por la cintura, y me besó.
Que manera de besar. De tan sólo sentir su lengua, atravesada por un piercing, buscando la mía, mis pezones despertaron. Sus manos fueron a dar a mis nalgas, las sobaba y por momentos apretaba. Imité su osadía, encontrándome con un trasero muy bien formado. Lo empujé hacia mí, y sentí su miembro chocar contra mi vientre. No estaba erecto, ni tenía el tamaño del de Patricio, pero aún así no estaba mal. Me moví de manera vertical, para despertarlo. Tardé poco en conseguirlo. En unos cuantos segundos, toda su dureza presionaba mi estómago. Su lengua, continuaba encendiéndome, con tan hábiles movimientos.
Patricio, que se había quedado paralizado ante la escena, finalmente reaccionó. Se paró del sofá. Entre gritos caminó hacia nosotros, con la intención de separarnos. Aurora se interpuso en su camino. Mi prima puso sus brazos sobre los hombros de mi esposo, y lo llevó de regreso al sillón. Lo sentó, se hincó sobre él, y lo besó con tremendas ganas. Patricio seguía mirándome, sin corresponder al beso de mi prima, pero bastó que ella pusiera su mano sobre su entrepierna, para que se olvidara de mí y Orlando. Ellos también empezaron a magrearse, no con menos pasión que nosotros.
Orlando, sin dejar de besarme, me quitó con rapidez toda la ropa. Se apartó un poco y, mirando en dirección a mis senos, dijo: "What a beauty¡ And they're all mine". Me sentí alagada. Acto seguido, puso sus manos sobre mis tetas. Modestia aparte, tengo un par de bubis dignas de admiración, grandes y aún paraditas. Ni siquiera con sus grandes manos, Orlando podía abarcarlas. Las acariciaba delicadamente, mientras la punta de su lengua, partía de mi cuello hacia ellas. Cuando su cabeza quedó frente a mis pechos, los besó con dedicación, como Patricio había dejado de hacerlo hace mucho. Al mismo tiempo que su boca saboreaba cada centímetro de ellos, seguía haciendo comentarios, algunos en verdad vulgares, que no hacían otra cosa que excitarme más. Mi sexo ya parecía manantial.
Giré mi rostro hacia el sillón. Aurora le había quitado la camisa a mi esposo, y succionaba con gran gozo sus tetillas. Él tenía la cabeza inclinada hacia atrás, gemía en tono bajo. Cuando mi prima bajó a su ombligo y le metió su lengua, Patricio se desabrochó con impaciencia los pantalones. Ella entendió a la perfección lo que mi marido deseaba. Terminó de desvestirlo, y quedó impresionada con lo que descubrió. La verga de Patricio apuntaba hacia el cielo, con toda su grandeza, tiesa y palpitante. Aurora no pudo resistirse a tan apetitoso manjar, lo engulló entero desde el principio. Sus labios bajaban y subían por todo el tronco, aprisionándolo, ensalivándolo, haciendo que los gemidos de mi esposo se volvieran más fuertes.
Patricio estaba muy, pero muy bien dotado, me enloquecía mamar su enorme falo, o tenerlo dentro; sin embargo, a últimas fechas su gran dimensión sólo representaba un problema, me lastimaba al ser penetrada. El verlo salir y entrar de la boca de Aurora, me devolvió la necesidad de tenerlo. Estuve a punto de correr y tomar el lugar de mi prima, pero Orlando me lo impidió. Su cabeza estaba hundida entre mis piernas. Al contacto con su lengua, mi concha mandó un impulso que estremeció todo mi cuerpo. El guapo inglés era en verdad un maestro en el sexo oral. Con su boca y sus manos me estaba dando un enorme placer. Su piercing incrementaba todas mis sensaciones. Me retorcía como un animal. Me metió un dedo, dos. Cuando entró el tercero, no aguanté más. Me corrí de una manera impresionante. Mi cuerpo temblaba y mi vagina no dejaba de expulsar sus jugos, al igual que Orlando no paraba con su lengua.
Cuando Patricio escuchó mis gritos, en su cara se dibujo la señal de su próxima venida. Aurora, que se dio cuenta de ello, no del gesto, ella no lo conocía, sino de la pronta eyaculación de mi marido, dejó de mamarle la polla y la apretó en su base, deteniendo el flujo del semen.
Mi paladar ansiaba el sabor de un pene. Le pedí a Orlando que se pusiera de pie y lo desnudé. No me detuve a explorar otras partes de su cuerpo, pasé directo a su pija, que estaba dura y escurriendo lubricante. Le descubrí el glande y me tragué todo el líquido que de éste salía. El calor de mi boca, arrancó los primeros sonidos de satisfacción a mi amante extranjero. El miembro que se encontraba entre mis labios, era sin duda más pequeño que el de mi esposo, pero no por eso disfruté menos el mamarlo. Lo hacía como una perra en celo, como si mi vida dependiera de ello. Él me empujaba hacia adelante, encajándome la punta en la garganta. Eso me excitaba demasiado, me daban más ganas de seguir con mi trabajo.
Aurora, por su parte, había dejado de atender el pene de mi marido. Estaba parada, ya desnuda, Patricio acariciaba sus senos y su raja. Entre las piernas de ella, se podía ver la tranca de él, a punto de estallar. Imaginé que era a ese monstruo al que me tragaba y aceleré el ritmo de mi mamada. Orlando se había convertido en una fuente de gemidos y suspiros. Me follaba la boca, moviendo mi cabeza por los cabellos. Aurora se sentó encima de la verga de Patricio, no se detuvo hasta tenerla toda adentro. Cuando sintió el glande de ésta tocar fondo, ambos gritaron de placer. Tiré al suelo a Orlando, y también me senté en su falo.
Las dos nos movíamos como unas locas, Aurora ensartada en la polla de Patricio, y yo en la de Orlando. Ellos apretaban las tetas de su respectiva pareja. Los cuatro estábamos gozando como niños. La expresión en nuestros rostros, era de lujuria, morbo, placer infinito. No se si a Patricio le pasaba lo mismo, pero a mí lo que más me excitaba, era verlo cogiéndose a otra mujer. La sala se había transformado en un espectáculo obsceno, uno capaz de haber escandalizado a cualquiera. Ninguno estaba lejos de alcanzar el clímax.
Aurora fue la primera. Sus gritos se intensificaron en demasía. Al escucharla también yo terminé, con la misma, o mayor intensidad. Las violentas contracciones de mi vagina sobre su pija, hicieron que Orlando tirara toda su leche en mi interior, enterrando sus dedos en mis pechos. Ni Aurora ni yo dejamos de movernos. A los pocos segundos, el gesto que anunciaba su inminente corrida, volvió a aparecer en el rostro de Patricio. Mi prima no lo detuvo entonces. Los jadeos de mi esposo, me avisaron que se había vaciado dentro de ella. El simple hecho de saberlo, me hizo acabar por tercera ocasión en menos de treinta minutos. El placer que sentía Orlando por mis constantes espasmos, fue demasiado, lo llevó al dolor. Se incorporó y me pidió que parara. Los dos nos acostamos sobre la alfombra, tratando de recuperar la normalidad en nuestra respiración. Al poco rato, Aurora y Patricio hicieron lo mismo, sólo que en el sofá.
No se si mi prima experimento más de un orgasmo, la verdad no puse mucha atención, pero al menos a mí, todo aquello me había devuelto la capacidad de hacerlo. Tomé la mano de mi amante inglés, y lo conduje al sillón. Nos sentamos juntos los cuatro. Todos nos mirábamos con complicidad y ganas de continuar. El coraje y los celos que había en la mirada de Patricio, cuando Orlando me besó por primera vez, habían desaparecido. Me sonrió, yo le soplé un beso. Aurora, que nos observaba a ambos, se veía feliz de sabernos contentos.
-Se los dije. Sabía que mi plan les devolvería la armonía. - dijo mi prima, orgullosa de haber conseguido su propósito - Díganme algo, ¿hace cuánto que no le soplabas un beso a tu marido? Y tú, ¿cuándo fue la última vez que le sonreíste de esa manera? - preguntó.
-Hace mucho. - respondió Patricio.
-En verdad que nos sorprendiste prima. No me esperaba que quisieras tener sexo con mi esposo delante de mí, y mucho menos, que fueras a invitar a Orlando. - comenté entre risas.
-La verdad, tengo que confesarles, que todo salió mejor de lo que esperaba. Tenía miedo de que las cosas terminaran en una pelea, pero afortunadamente, finalizaron en una sonrisa y un beso. - nos dijo Aurora a Patricio y a mí, al mismo tiempo que acariciaba nuestras frentes.
-I'm not getting most of what you're saying, but I can say I'm still in the mood. - dijo Orlando, tomando su miembro y sus testículos con una mano, y acariciando mi entrepierna con la otra.
-Creo que tiene toda la razón, aún tengo cuerda para más, ¿ustedes no? - preguntó mi esposo.
-Claro que si. - respondimos mi prima y yo.
Aurora se hincó en el suelo. Se metió el flácido falo de Patricio a la boca, para regresarle las ganas de combatir. Orlando también se bajó del sillón. Perdió su boca en mis labios vaginales. Mi cuerpo volvía a calentarse al sentir la experta lengua del inglés, saborear mi concha. La verga de mi esposo, crecía entre los labios de mi prima. Pronto alcanzó de nuevo, su máximo esplendor. Estiré mi mano para masturbar lo que ella no se metía en la boca. Él puso la suya sobre una de mis tetas, apretando mi pezón con sus dedos. No tardamos mucho en gemir con la misma fuerza, que hacía unos minutos.
Cerré los ojos, para abandonarme en plenitud entre las emociones, al menos por un momento. En la oscuridad, escuchaba los sonidos de gozo de Patricio, como una melodía. Se hacían cada vez más escandalosos. Cuando eran casi alaridos, dejé de sentir la lengua de Orlando en mi concha. Volví a mirar, y era el atractivo inglés quien le comía la polla a mi esposo, no mi prima. Ella estaba sentada junto a mí, admirando la maestría con que su amigo practicaba el sexo oral. Volteé hacia la cara de mi marido, creyendo que él no sabía lo que pasaba, pero me equivoqué. Tenía los ojos tan abiertos como los míos. Estaba enterado de que era un hombre quien se la estaba mamando, y no parecía molestarle, por le contrario, aullaba como un animal.
Aurora, al darse cuenta de mi turbación, me besó. Al principio me dio asco, la rechacé. Ella movió su mano a mi raja y se apoderó de mi clítoris. Gemí de placer, lo que ella aprovechó para meter su lengua en mi boca. Ya no quise negarme. Comenzamos a manosear todos los rincones de nuestra anatomía. Orlando acostó a mi marido. Volteó su cuerpo y colocó sus grandes nalgas en la cara de Patricio. Él inició con un beso negro. Sus dedos separaban los glúteos del extranjero, para abrirle paso a su lengua, que luchaba por atravesar el rosado y apretado ano.
Luego de varios minutos de chuparle el culo a Orlando, y de éste mamarle la verga a mi marido, se levantaron del sofá. Patricio lo puso en cuatro sobre el piso. Apuntó con la punta de su enorme pija a la entrada del inglés. Empujó un poco y entró la cabeza, sin muchas dificultades. El inglés apretaba los dientes del dolor. Ya con el glande adentro, lo demás fue aún más fácil. Mi esposo no paró, hasta que enterró por completo su falo en los intestinos de Orlando. Éste se quejaba, mordía sus brazos. El enorme mástil de mi Pato lo estaba destrozando.
Mi prima y yo seguíamos con nuestro faje. Nos acariciábamos las tetas y la raja de manera superficial. A pesar de no ser tan intensos, esos toqueteos bastaban para que nuestros sexos estuvieran empapados. Ambas mirábamos sorprendidas como Patricio había enculado a Orlando. Era impresionante ver, como le cabía tan grande pedazo de carne masculina al, desfigurado de dolor, inglés. Poco a poco su expresión fue cambiando. Mi marido no se portó de manera salvaje, esperó a que Orlando le permitiera seguir, para empezar a follarlo. Cuando eso sucedió, Aurora y yo nos metimos dedo simultáneamente.
El ritmo de nuestra masturbación alternada, subía conforme Patricio penetraba con más fuerza a Orlando. Mi esposo tenía agarrado al inglés por la cintura. Lo atraía hacia él, al mismo tiempo que el arremetía. Las embestidas eran tremendas. La cara y las expresiones del amigo de mi prima, me excitaban mucho, y creo que a ella también, porque había dejado de masajear mis pechos, para llevar sus dos manos a mi entrepierna. Hice lo mismo. Todo el atractivo que encontré en el sorpresivo visitante, toda su imponente personalidad, ya no estaban. En su lugar, lo que veía era una puta ansiosa de verga.
-Oh¡ What a men¡ What a sword¡ So big, so huge. Yeah, it fills me like no one before. Yes¡ Yes¡ Give it all to me¡ I want it all¡ Don't stop, give me more, give me more¡ Harder¡ Yeah, harder¡ Oh¡ - decía Orlando. Se había transformado en cuestión de minutos. Estaba gozando que mi esposo se lo cogiera. Hasta el acento le había cambiado. Me pareció escucharlo hablar como mexicano.
Las palabras del inglés, y la majestuosidad de sus nalgas, porque eran en verdad hermosas, más que las de Patricio, y eso ya es mucho decir, tenían en el cielo a mi esposo. Se movía como un toro, estaba destrozando a Orlando, y éste, no hacía más que pedir más. Por nuestra parte, Aurora y yo nos penetrábamos con ya cuatro dedos. También retorcíamos nuestro botoncitos. Nuestras lenguas se unían, sin dejar de mirar a los otros dos. No se cuantas veces me vine, pero fueron demasiadas. Estaba disfrutando como nunca.
De pronto, Orlando se vino, sin si quiera tocar su herramienta, manchando la alfombra con abundantes chorros de semen. Patricio apretó los dientes. Aceleró la velocidad de sus movimientos. Le dio una última y profunda estocada al inglés, y le inundó los intestinos con su leche. Los gemidos de mi esposo ayudaron a los dedos de Aurora, a regalarme el último y más intenso orgasmo de la noche. Ella también terminó, desplomándose encima de mí. Las dos caímos en el sofá, abrazadas y agotadas. Ellos, se tiraron en el suelo, sobre el charco de leche que dejó Orlando, sin mi marido salirse de éste.
La tarde había sido una inolvidable experiencia, pero había llegado a su final, al menos para mi prima y su amigo. Luego de descansar por un rato, los dos se vistieron, se limpiaron un poco, y se marcharon, no sin antes despedirse de ambos. Me sorprendió que Patricio besara al inglés con tanta pasión, pero eso volvió a encenderme. En cuanto se cerró la puerta, corrí hacia mi esposo. Tomé su polla con una mano. Ésta comenzó a crecer y ponerse como piedra. Él me besó y me puso en cuatro. Quería follarme como lo había hecho con Orlando. La simple idea de tener su cosota en mi culo, de sentir su dureza pasearse por mis nalgas, casi me hace acabar. Metió sus manos por debajo de mis piernas y acarició mi clítoris. Me sentía tan feliz, por fin volveríamos a hacer el amor. De lo contenta y excitada que estaba, ni siquiera me dolió cuando me penetró.
Tuvimos sexo toda la noche. Nuestros problemas se habían esfumado. Entendimos que hubiéramos podido resolver todos, sin recurrir a lo de hace un rato, pero no nos arrepentíamos de haberlo hecho, resultó una placentera experiencia. Las cosas mejoraron desde entonces. Prometimos no repetir lo que pasó ese día, nuestra intimidad era algo nuestro, no podíamos estarla compartiendo así como así, pensamos. No pudimos cumplirlo. Aurora y Orlando, el atractivo inglés, se volvieron nuestros mejores amigos. Sus visitas se hicieron, cada vez más frecuentes.