La Turista Madura (Primera Parte)
Un triángulo sexual entre una mujer sumisa madrileña, su marido cornudo consentido y un joven y salido vecino en unos apartamentos de la costa.
Era Agosto, el cambio climático nos regalaba el verano más caluroso desde hacía años, otro, y el clima mediterráneo era cada año más húmedo y más tropical. Por mi parte, recientemente había terminado una relación de dos años con mi pareja y había venido a pasar las vacaciones al apartamento que tenemos cerca de la costa. Era un complejo de apartamentos que rodeaba a una enorme piscina, estaban todos pegados unos a otros, compartiendo jardín, como si fuera la comunidad de vecinos chismosos de Melrose Place. La verdad es que era lo que necesitaba después de una ruptura, estar unos días cerca del agua y compaginar la lectura de alguna novela con la disimulada mirada hacia los culos y tetas que lucen las diferentes esposas cuarentonas de los turistas plurinacionales en la piscina, eso siempre era un baúl de recuerdos y fantasías para el posterior desahogo en la intimidad del apartamento, sin embargo, para mi frustración, siempre se quedaba en eso, pura fantasía para una masturbación placentera y eso que yo era un chico relativamente joven y relativamente atractivo.
Siempre fantaseaba con que alguna de las parejas que venían, fueran una de esas parejas liberales, de cornudo consentido y esposa sumisa y que me ofrecieran participar en alguno de sus perversos juegos, sin embargo, cada año vivía un eterno retorno de matrimonios normativos dónde la mayor picardía de la esposa era hacer top-less y dirigir hacia mi alguna mirada picante mientras vigilaba a sus hijos en la piscina lejos de sus maridos. No creo que fueran capaces de imaginar que clase de tórridas escenas venían a mi mente cuando les devolvía la mirada, como me las imaginaba de rodillas en mi apartamento, con sus tetas saliendo de su bañador y sus pezones en punta, su bikini bajado mientras ellas tragaban mi polla hasta el límite de su garganta, sus maridos delante, mirando sentados en el sofá, con el bañador bajado a la altura de las rodillas y tocando su polla con gesto apático con la mano, todo esto mientras sus hijos duermen plácidamente a un par de apartamentos de separación. No, desde luego que no, ninguna de ellas imaginaba eso. Así que esa primera noche me dormí con grandes esperanzas en las aventuras sexuales (imaginarias) de mis vacaciones.
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Habían pasado ya un par de días, los suficientes para valorar el terreno. Mientras me preparaba para desayunar pensaba que, a diferencia de otros años, este parecía todavía más aburrido y sin sustancia que los anteriores, no había ninguna pareja, ni ninguna mujer madura que hiciera volar mi perversa mente. En los apartamentos de delante estaban los cincuentones de siempre, tan elitistas, tan pedantes, siempre mirando a todo el mundo por encima del hombro, él era piloto y ella… ella no sé a qué se dedicaba. En el apartamento de la derecha vivía siempre la misma pareja joven, eran tan interesantes y atractivos como trabajar de ayudante de odontología. Había una pareja francesa en los apartamentos de la parte superior, pero eran turistas jóvenes, así que pasaban todo el día fuera y por la noche tomaban una copa de vino en el porche y después se encerraban en el apartamento a follar como bonobos. Mientras untaba mantequilla en mi tostada vi que los turistas del apartamento de al lado se iban, una familia de ingleses del sur de Londres, que, a pesar de tener esa educación y flema inglesa, conseguían hincharte las pelotas con los gritos de sus histéricos hijos saltando sobre esa enorme masa de plástico con forma de cocodrilo. Cuándo se despidieron crucé los dedos con la próxima entrada.
Esa noche dormí con cierta ansiedad. No sé en que momento llego a ser para mi tan importante tener alguna mujer con la que fantasear, pero así era, estaba desesperado por tener alguna madurita entrada en carnes pero bien conservada que hiciera volar mi mente para no pensar en mi ex-pareja, yo siempre había sido selecto con mis fantasías con mujeres maduras, no me valía cualquiera, tenía mi prototipo, pero esta vez estaba dispuesto a abrir mi paladar y a dejar volar mi imaginación con un mayor abanico de carnes entradas en años.
Por la mañana me desperté y en la piscina y el jardín no había nadie. Empecé a sacar las cosas para desayunar, taza, plato, cuchillo, tenedor, jamón, mantequi… en ese momento oí el traqueteo de las maletas de los nuevos inquilinos, hasta me hizo ilusión ese sonido, para mi eran como las trompetas que anuncian la llegada de algo importante. Apareció primero ella por las escaleras de delante de mi apartamento, mientras él aparcaba el coche. Ella tenía un simpático sombrero de paja con unos detalles bordados de colores, en la parte superior llevaba un bikini blanco y en la parte inferior un pareo blanco, que transparentaba y dejaba intuir un tanga de hilo blanco, debía rondar la cuarentena, llevaba unas bonitas sandalias con la suela alzada y caminaba con elegancia. Al pasar repasé su culo, que se marcaba sobre la tela transparente, era una delicia, un culo grande, un culazo, de esos que no necesitas repetir la ración aunque te pasaras una noche entera lamiéndolo no te lo habrías acabado. Tanga de Hilo se giró, me dirigió una sonrisa preciosa y un saludo amable antes de entrar con el traqueteo de la maleta en el apartamento de al lado. Después, otro traqueteo anunció la llegada de él, era un hombre atractivo, unos diez años más mayor que ella pero iba a la par con la mujer que acababa de entrar, me sonrió más tímidamente y entro por dónde ella. Por fin! La suerte me había sonreído, solo faltaba que fueran un par de perezosos, o al menos ella, y se quedaran todo el día alrededor de la piscina para que pudiera deleitarme con sus sinuosas formas.
Quedé a la expectativa mientras desayunaba, esperé pacientemente mientras dejaban sus cosas y se preparaban para disfrutar del sol, el calor y ojalá, la piscina. De repente, salió Tanga de Hilo del apartamento y pude observarla más detenidamente mientras se acercaba hasta mi porche, era castaña y con el pelo largo, de piel blanca, más bien pálida, tenía un torso ancho pero delicado, femenino, una cintura de avispa que contrastaba con su culo, culazo, para que mentir, unos brazos finos y unas manos de dedos finos y largos, me llamó la atención como se le marcaban las venas de las manos, le daban un ligero toque masculino, lo suficiente para exagerar, gracias al contraste, una figura que transpiraba feminidad por cada poro.
– Oye, perdona, ¿conoces la zona? - me preguntó.
– Si, claro ¿que necesitáis? – le dije mientras repasaba su escote, se intuían unas buenas tetas y claramente se le marcaban los pezones.
– Queremos comprar algunas cosas ¿hay algún super por aquí cerca?
– Si, hay dos, un super de playa en el pueblo, no os lo recomiendo, y otro más grande al cuál solo se puede llegar en coche – creo que se dió cuenta de mi lasciva mirada y no pareció molestarle, todo lo contrario, diría que disfrutaba de la situación.
Entonces salió su marido del apartamento y se acercó a nosotros.
– Cielo, vas tú al súper y yo me quedo tomando el sol – le dijo a su marido.
– Vale.
– También hay un Eroski en el otro pueblo, dónde encontraréis de todo, es la mejor opción – les dije, con la esperanza de que su marido se entretuviera el mayor tiempo posible.
– Si, creo que será lo mejor, gracias – dijo su marido mientras volvía a buscar las llaves del coche al apartamento.
– ¿Vives aquí? – me dijo sonriente, parecía como si estuviera coqueteando, era raro continuar la conversación, pero por nada del mundo iba a ser yo quién la parara.
– No, estoy de vacaciones, aunque crecí por aquí cerca.
– Por cierto, me llamo Sara, y mi marido es Jose Luis. – Jose Luis se despidió de nosotros y nos quedamos los dos solos.
– Encantado! yo me llamo Emanuel.
– Emanuel, que nombre tan bonito – tenía una sonrisa preciosa, por un momento me imaginé que se ponía de rodillas y se comía mi polla allí mismo, sin ni siquiera quitarse el sombrero.
– ¿De dónde sois?
– Vivimos en Madrid y nos quedaremos un par de semanas por la isla.
– Me alegro, yo estaré por aquí más o menos igual que vosotros.
– ¿Estás tu solo?
– Ehm... Si.
– Bueno, voy a cambiarme y a tumbarme un rato al sol, ha sido un placer hablar contigo.
– Gracias! Cuando querías podemos tomar una copa de vino los tres juntos.
– Si, por supuesto, seguro que JL también estará encantado.
Se metió dentro del apartamento y tardó un rato en salir, cuando tienes sed de morbo el tiempo pasa a otro ritmo, imagino que estuvo escogiendo el mejor conjunto, porqué cuando salió, joder! valió la pena esperar, supe que me había tocado el premio gordo esas vacaciones. Se había puesto un bikini negro y el adjetivo que mejor lo definiría es diminuto, en cada una de sus triangulares partes, llevaba puesto un fino tanga negro que se ataba por los laterales, un triángulo diminuto en la parte trasera, y un triángulo algo más grande, pero lo justo, en la parte delantera. Los triángulos que tapaban la parte de arriba eran desproporcionadamente pequeños en comparación con sus tetas, estaba claro que esa prenda de vestir estaba pensada para provocar. Mientras se acercaba a la tumbona se giró, me miró y me dirigió una sonrisa pícara, sin palabras, tampoco hacían falta, en un solo gesto lo dijo todo, tuve una erección que me dejaría atornillado en mi porche mientras ella estuviera ahí delante, exhibiéndose, o eso me hacia creer mi sucia mente, tal vez solo era una mujer normal con un conjunto normal en un complejo normal de apartamentos.
Colocó la toalla y se tumbó frontalmente en la hamaca, en la zona de jardín justo delante de mi apartamento, es decir, justo delante de mi. Ahí estaba yo, en mi silla de plástico observando el culazo de esa cuarentona que se exhibía delante de mi sin ningún pudor, la miraba sin perder detalle, la ligera celulitis de su culo me volvía loco y solo pensaba en meter mi boca entre sus nalgas y perderme durante horas allí impregnándome con el olor de sus jugos vaginales. Tanga de Hilo había venido a castigar mi voyeurismo, y mi adicción desmesurada por el morbo y la fantasía. No sé si era un juego inocente o sabía exactamente lo que hacía pero no paraba de jugar con sus piernas, las levantaba y las mecía de un lado a otro en un ejercicio que para mi era hipnótico, es posible que fuera exactamente lo que pretendía, hipnotizarme, estaba completamente absorto en su cuerpo, embelesado observando desde las uñas rojas de sus pies hasta su pelo castaño. Entonces, cuando creía que había llegado a mi límite, se daba la vuelta y seguía jugando conmigo utilizando el bamboleo de sus piernas como herramienta. Tenía los ojos cerrados, como si no prestara atención a que estaba yo allí, levantaba las piernas cruzándolas con la planta de sus pies en la hamaca, luego subía su pie a su rodilla, de un lado, luego de otro, y con cada movimiento la tela interior de su bikini adoptaba otra provocativa forma. Luego volvía a la posición inicial, así hasta que subió la apuesta y empezó a abrir sus rodillas de poco en poco, definitivamente, la muy zorra, quería que le mirara la entrepierna y sí, claramente se marcaba su coño, acabábamos de conocernos, su marido había ido al super a comprar y ella se había puesto delante de mi apartamento, con un tanga diminuto y con las piernas abiertas para que mirara todo lo que quisiera y joder si la iba a mirar, estaba paladeando cada rincón de su cuerpo, intentaba deducir como lo llevaría depilado, sin con una fina tira o rasurado, me preguntaba si se debía estar excitando o si lo hacía sin querer, pero, ¿qué clase de pregunta era esa?, claramente la de alguien que no se puede creer tan afortunado de tener a una zorrilla de primera al lado de su apartamento durante dos semanas. Entonces se incorporó, poniendo la planta de sus pies en la hierba y con sus piernas completamente abiertas, me miró fijamente a los ojos, sin ningún tipo de rubor, como si fuera una obra que tenía ensayada y representaba cada Jueves en el teatro del barrio, se quitó la parte de arriba del bikini y volvió a tumbarse quedándose con las piernas abiertas de par en par en la hamaca. Había que ser idiota para no darse cuenta, hacer top less era algo normal en esa piscina, pero lo que no era tan normal era el tanga que se había puesto a conjunto con sus tetas, y esa forma de exhibirse, delante de mi, así que cogí mi silla y me acerqué un poco, todo lo que pude sin que pareciera extraño, para poder observarla con detenimiento, sabía que su marido volvería en algún momento y la situación tenía que parecer lo más natural posible, pero no iba a ser un pringado, claramente estaba mostrándose ante mi e iba a aprovechar para empacharme de mirarla, de mirar sus tetas y sus pezones en punta, no sé si por la excitación o por la ligera brisa del norte que soplaba.
En ese momento llegó su marido con las bolsas de la compra, me pregunté que pensaría al ver a su mujer de esta guisa, le debió parecer algo normal, porqué me saludó con cierta complicidad, como si con ese saludo quisiera decirme, ¡ eh! ¡disfruta de las vistas! ¿has visto lo zorra qué es? , después dejó las bolsas dentro del apartamento, salió, se acercó a ella y le dió un largo beso en la boca, lo hizo delante de mi, como buscando provocar mi envidia, ponerme los dientes largos, que supiera que él se iba a follar a esa diosa cuando quisiera, que podía disponer de su boca y su culo a voluntad, o, tal vez a él también le había excitado la situación con su mujer y le costaba disimularlo casi tanto como a mi. Le susurró algo al oido y los dos fueron a darse un baño a la piscina, todo ante mi atenta mirada de pajero voyeur.
La verdad es que me costaba disimular mi erección, tenía la boca seca y me temblaban los dedos de la excitación, estaba obnubilado y era mejor que me recuperara así que decidí levantarme mientras se daban un baño.