La transformación de Cris y Julia (II)
... Y las amigas salen el martes con ganas de guerra.
Mi marido llegó sobre las diez de la noche del jueves. Cuando escuché el ruido de la puerta, me levanté del sofá y fui a su encuentro. Me había puesto el body y unos zapatos de tacón. Hacía tiempo que no le recibía así y su mirada, a pesar del evidente cansancio del viaje, lo decía todo… Le di un abrazo y nos besamos en el mismo recibidor, sin ninguna prisa.
- Cariño…, te he echado tanto de menos… - le dije.
Sus manos no dejaban de manosearme el culo, y yo me pegaba a su cuerpo como una gata en celo.
Qué sorpresa, Cris – dijo entre besos.
Creo que es una buena idea que empecemos a animarnos otra vez, ¿no te parece? - y le puse la mano sobre la polla, que ya estaba bastante dura.
Me cogió de la mano y fuimos hacia el sofá; me senté a horcajadas sobre él y, mientras me recorría los muslos, el culo, las caderas y las tetas con sus manos, le quité la americana, la corbata y la camisa. Empecé a besarle el cuello, me eché un poco hacia atrás sobre sus muslos y bajé mi cabeza. Le lamí los pezones, el vientre; mis manos ya le habían desabrochado el cinturón y los pantalones; le bajé la bragueta y me retiré hasta quedarme de rodillas ante él. Le quité los zapatos, los calcetines y tiré de los pantalones hasta que quedó solo con los slips y su verga esculpida bajo ellos.
Recordaba la charla de la víspera con Julia, y no podía evitar que mi mente reprodujera el dedo que se hizo delante de mí después de decirme que a veces se pajeaba pensando en él. Besaba sus muslos y, cuando estiré del slip, su polla, esa polla que tan cachonda ponía a mi amiga, me pareció la polla más bonita del mundo, la más deseable, la que tanto gusto iba a darme e iba a recibir.
Él se dejaba querer; mi boca rodeó su capullo y empecé a mamársela como le gusta; era otra mamada, nueva; incluso llegué a pensar que Julia podía estar espiándonos y esa idea me puso más perra todavía.
- Espera, cariño… - deja que te vea.
Me puse de pie delante de él, para que viera lo bien que me sentaba el body. Tenía la polla completamente descapullada, durísima. Me acerqué y le dije:
- Mira qué maravilla.
Y me desabroché el body por abajo; se subió hasta mi cintura y mi coño quedó expuesto en todo su esplendor. Me cogió de las nalgas hasta que tuvo su cara entre mis piernas. Empezó a comérmelo…
- Cris… - decía – tenemos que volver a recuperar estos momentos.
Mis manos empujaban su cabeza y mis dedos revolvían su pelo. Apoyé un pie en el sofá para facilitarle la comida. Me metió dos dedos y concentró su lengua en mi clítoris. Me corrí enseguida, tan cerda estaba desde hacía veinticuatro horas. Me temblaron los muslos y el vientre. Puse una pierna a cada lado de sus muslos y me fui dejando caer sobre su polla. Me acoplé el tronco a los labios y empecé a moverme, frotando.
- Sácame las tetas.
Me las sacó y me mordió los pezones, con las manos bien agarradas a mi culo. Me incorporé apenas y dejé el capullo a la entrada de mi coño, con los labios ya muy abiertos. Me dejé caer, poco a poco, notando cómo iba llenándome hasta sentirme completamente ensartada por su rabo.
- Quiero ser tu puta, cariño…
Me agarró las caderas y empecé a subir y bajar. Cada vez que entraba entera, hasta las pelotas, me sentía más hembra, más caliente. Nos corrimos casi juntos, y por la cantidad de leche que soltó supe que ni siquiera se había hecho una paja en los tres días que estuvo fuera.
Después del recibimiento que le ofrecí y lo bien que nos lo pasamos tras tanto tiempo de rutina sexual, no sé por qué extraño motivo, mi marido no volvió a prestarme la menor atención. La noche del body incluso se me pasó por la cabeza contarle mi conversación con Julia, sin hablarle de la paja que nos habíamos hecho, pero vista su actitud, abandoné la idea de morbosear con él. Ni siquiera volvimos a follar durante el fin de semana ni el lunes por la noche, como despedida antes de que se marchara el martes.
Yo estaba en un permanente estado de hervor, y me hacía un dedo o dos todos los días, incluso en la cama, a su lado, a ver si reaccionaba. No entendía nada; así que decidí no darle mayor importancia. El martes se despidió de mí con un abrazo y me fui a trabajar. Las llamadas y los whatsapps entre las tres no paraban; parecía un concurso a ver cuál de las tres era la más guarra. Julia nos mandó fotos de un conjunto de bragas y sujetador a juego que se había comprado. Le sentaba de maravilla; las braguitas eran tan bajas que incluso le asomaba un poco de vello por arriba; y las tetas, comprimidas dentro del sostén, le perfilaban un canalillo irresistible.
Ana también compartió fotos con lo que pensaba ponerse esa noche. Tanga blanco y sujetador a juego, con unos encajes monísimos. Lucía un liguero blanco con unas medias color carne y taconazos.
“¿Estoy buena?”, nos preguntó. “Buena y zorra”, le dije yo. “Estás que quiero ver cómo te follan sin que te quites nada de eso, ni el tanga”, se soltó Julia. Nuestros últimos mensajes fueron para quedar y confirmarnos que “bajo ningún concepto” romperíamos nuestra promesa.
El martes tenía toda la tarde para mí, así que después de una buena siesta me duché y di un masaje por todo el cuerpo con leche hidratante. Me puse cachonda con el masajito. De pie, delante del espejo del baño, empecé a tocarme. Recordé las fotos de Julia y de Ana y me senté en el sofá, recostada en uno de los brazos, con las piernas abiertas mientras veía las fotos e imaginaba situaciones que podían producirse esa noche. Estaba tan perra que llamé a Julia:
Nena – le dije entre jadeos - ¿estás sola?
No; ¿por…?
Porque me estoy haciendo un dedo. Por eso…
Serás…
Dímelo tú. ¿Qué soy?
Bajó el volumen de su voz y dijo: “Guarra”.
Sí, estoy guarrísima; además, me estoy tocando con vuestras fotos delante…
Joder, Cris, que no estoy sola…
¿Cuelgo?
¡No! Espera…
Esperé. Al poco, me dijo que se había encerrado en el baño. Hablaba entre susurros.
¿Vas a pensar en la verga que te frotó el tipo del martes? - le pregunté.
Grrrr.
Era un gruñido, pero de placer. Le dije que me la describiera mientras nos tocábamos. Lo hizo, sin olvidar la sensación de notarla en su vientre. Le pregunté cómo se estaba haciendo el dedo. Me dijo que sentada en la taza, con las bragas por los tobillos. Me hice una foto con todo mi coño abierto y húmedo y se la mandé.
Quiero que me lo llenen bien lleno esta noche. Una buena polla mientras nos miramos las tres…
Joder, Cris…
Se estaba corriendo. Casi en un murmullo, pero estaba viniéndose, así que me dejé ir y me corrí con ella, aunque yo gemía sin cortarme.
Qué guarra me he puesto de repente… - dijo. - Por cierto, ya le he dicho que me quedaba a dormir en tu casa, que te daba miedo quedarte solo desde que viste el otro día a unos tíos en el patio. Se ha limitado a decir, “muy bien”. Si supiera lo que se pierde…
Perfecto, nena. Ana te recoge y luego pasáis a por mí.
Me dio un beso sonoro. Al poco, me llegó una foto de su coño con las bragas por las rodillas. ¿Qué nos estaba pasando? Fuera lo que fuera, me encantaba. Solo había que ver cómo me brillaban los ojos.
Volví a ducharme, me puse el body y un vestido por encima de la rodilla con tirantes y bastante vuelo. Y los tacones. Dudé si ponerme medias o no, y decidí que no; quería sentir el contacto directo de los muslos de mis acompañantes bailando entre mis piernas desnudas. Me pinté lo justo, me arreglé el pelo con un aspecto de despeinado que me encantaba, y esperé a que sonara el timbre.
No tardó nada en sonar. Cogí el bolso y salí.
En el coche nos dedicamos a piropearnos las tres y a levantarnos los vestidos para enseñarnos cómo íbamos por dentro.
Chicas – dijo Ana – esta noche puede ser memorable. Pero como sois novatas en esto, no vayáis a quedaros con el primero que os eche los trastos y se frote la cebolleta en vosotras. Recordad una cosa: hemos prometido follar las tres juntas en el mismo cuarto, así que ante todo, nivel. ¿Vale?
Vale – dijimos las dos a la vez.
Las palabras de Ana y las imágenes que me provocaban me pusieron cachonda. Se lo dije.
- Paciencia, putón -rio Ana.
Cenamos con vino, sin dejar de proponer situaciones para más tarde.
Hijas mías, ¿qué os han dado? - rio Ana.
Ganas – dijo Julia.
Muchas ganas – reí yo.
¿Has hecho esto alguna vez? - le pregunté a Ana.
¿Follar con más de uno a la vez? Claro.
Zorra, y tú sin decírnoslo…
He estado en una orgía; pero lo de esta noche va a ser mucho mejor… Con mis amiguitas del alma… Viendo cómo zorrean con desconocidos y se corren como cerdas…
¡Qué basta eres! ¡Me encanta!
Pagamos y salimos a la calle. No cogimos el coche porque el local estaba muy cerca. Por la calle, sentimos más de una mirada masculina. Nos vinimos arriba…
Entramos en el local y estaba más animado que la semana anterior. Nos acercamos a la barra y pedimos un combinado observando el ambiente, a la espera de que nos sacaran a bailar. Que te saquen a bailar no deja de ser una demostración de que eres atractiva, y empezaba a volverme a gustar la sensación.
Ya he visto al del otro día – dije. Le sonreí y se acercó.
Buen mozo – dijo Ana. Te doy mi aprobación.
Nos reímos las tres.
Hola Cristina – dijo. - ¿Bailas?
Claro.
Y fuimos hacia la pista. Tomó mi mano derecha y apoyó la suya en mi cadera. Me llevaba de una forma que me hacía flotar. Dábamos vueltas y en una de ellas, pude ver que Julia y Ana ya estaban bailando con unos tipos muy altos y delgados, cuya piel era más clara que la de un mulato convencional. Parecían conocerse también entre ellos, porque se saludaban cuando el baile nos acercaba.
No sé qué ritmo pusieron de repente, pero en ese instante, cuando cambió la música, noté la polla de Raúl por primera vez. Parecía formar parte del baile, porque no demostró la menor sorpresa. En cambió, a mí se me empezaron a hacer agua las entrañas. Me estreché a él y sentí su pecho en mis tetas. Estaba encantada. Sus manos bajaron un poco y pude notarlas en la parte superior de mis nalgas, apretando fuerte. Su polla estaba al máximo, y no hacía el menor movimiento por retirarme cuando me la frotaba. Tenía calor, por dentro y por fuera, pero tampoco quería parecer que estaba tan guarra.
¿Tomamos algo? - le pregunté.
Claro – dijo mostrando sus dientes perfectos.
Al separarme no pude ni quise evitar que mis ojos fueran hacia su paquete. Tenía un bulto grueso y largo hacia abajo, que se le dibujaba en la pernera del pantalón. Se dio cuenta, pero no hizo el menor comentario, algo que me gustó. No me apetecía nada que fuera un macarra vacilando de polla.
Julia y Ana se acercaron a la barra con sus maromos. Estábamos los seis de pie, bastante apretujados porque el local se había llenado. El contacto era, pues, inevitable. Me apetecía tanto sentirme deseada por Raúl… Quedaron dos taburetes altos libres y se sentaron Ana y Julia en ellos. Sus cruces de piernas fueron espectaculares; si me di cuenta yo, los mulatos debieron alucinar. Dije que iba al baño y me alejé. Esperaba que alguna de las dos me acompañara, pero prefirieron quedarse. Cuando volví, las dos seguían sentadas, pero ahora tenían frente a ellas, casi entre sus piernas, a los dos tipos. Me acerqué a Raúl, que me sonrió.
Parece que se han hecho muy amigos – dije pegándome a su cuerpo.
Sí. Espero que como tú y yo – y puso una mano en mi cadera.
¡Qué mano! Grande, dedos largos, fuerte… El tonteo me excitaba muchísimo. Raúl era un maestro. Hablando y tocando. Era dominicano, y se había casado con una española de la que se había divorciado casi un año atrás.
Aquí me divierto y, con las clases de baile, pues me gano unos euros.
Después de lo bien que lo pasamos el otro día, hemos decidido volver – dije.
Pero el martes pasado me rechazaste – dijo, y noté cómo su mano me apretaba la cadera atrayéndome hacia él.
No tenía tiempo ni me apetecía.
¿Y hoy sí?
Antes de que le respondiera me besó en el cuello con la punta de la lengua en el borde de sus labios. Sentí un escalofrío inmenso e interminable; incluso cerré por un momento los ojos. Me giré hacia él para tenerlo frente a frente y le abracé por el cuello. Le ofrecí mis labios entreabiertos y noté cómo jugaba con los suyos, apretándolos contra los míos. Pasé la punta de la lengua, recorriéndolos. Me la chupó a la vez que me empujaba hacia él con las manos en mi culo. Metí una pierna entre las suyas y subí el muslo hasta alcanzar su polla.
¿Viste cómo me pusiste? - me susurró al oído.
Me encanta – respondí. Y seguí un poco más con el juego.
Estaba realmente encendida, pero no era cuestión de montar el numerito. Me separé apenas para mirar en dirección a Julia y Ana. No estaban; y sus parejas tampoco. Miré hacia la pista de baile y tampoco los vi.
¿Dónde están? ¿Les has visto irse? - pregunté a Raúl, muy confundida.
Yo creo que estarán allá al fondo, en unos sofás muy cómodos. ¿Quieres tú que vayamos a ver?
Cogimos las copas y atravesamos el local. Pasamos por debajo de una especie de arco y allí estaban los cuatro, en dos sofás muy pequeños con una mesa delante y muy poca luz. Se estaban besando como adolescentes.
- Podíais haber avisado, ¿no?
Se separaron de los mulatos y las dos, con el carmín corrido, sonrieron y señalaron un tercer sofá, frente a ellas. Raúl y yo nos sentamos; bebí un sorbo y luego otro. Estaba sentada en el borde del asiento, mirando a mis amigas. Echadas hacia atrás y con los hombres inclinados sobre ellas, se besaban con unas lenguas que brillaban en la oscuridad. Ellas tenían una mano en la nuca de ellos, y ellos jugaban con sus manos en un viaje que iba desde los muslos hasta las tetas; discreto, por encima de la ropa.
- ¿Te gusta mirar que tanto tú miras?
Raúl me sacó del ensimismamiento. Me apoyé en el respaldo del sofá y dije:
- Ven.
Raúl era delicado. Besaba y acariciaba sin ninguna ansiedad, y las yemas de sus dedos sobre mis rodillas desnudas me excitaban hasta lo tolerable. Me metió la lengua en la boca y me repasó las encías, el paladar, la lengua… Me notaba muy húmeda; qué coño, estaba chorreando…
Me retiré un momento; recobré el aliento y le dije:
Vamos a parar un poco, Raúl, me estoy excitando mucho…
Y yo, Cris… - y me tomó una mano para dejarla sobre su rabo. No me la apretó, sólo la dejó caer, con suavidad, sin violencia. Yo sí la apreté, y mucho.
Raúl… - le susurré.
Mira – me dijo señalando con la vista a nuestros amigos.
Joder. No me lo esperaba. Estaba oscuro, pero no lo suficiente para comprobar que Julia y Ana estaban cada una con una verga en la mano. Dos vergas preciosas, gordas.
No me gustaría que me viera nadie hacer eso aquí – dije.
No te preocupes por eso – dijo Raúl.
Se levantó, corrió una cortina que no había visto, y cerró una puerta que había visto menos aún.
- Gracias, hermano – dijo el tipo que tenía la polla en la mano de Julia al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse.
Raúl me explicó que Néstor, el maromo de Julia, era el dueño del local, y que ese reservado era para ocasiones especiales. No sé por qué, pero se me ocurrió que igual que cobraban por las clases de baile, podrían cobrar por sexo. Se lo pregunté con la mayor delicadeza del mundo y me respondió:
A vosotras no.
¿Y a otras?
Solo si no me gustan.
Mi cabeza centrifugaba a una velocidad insólita: eran putos, pero solo con las feas… No nos iban a cobrar porque les gustábamos… Follaban por dinero con maduras, supuse, desatadas y cachondas… Todo ello junto me encendió. ¿No quería emociones? Pues iba a tenerlas con todo un profesional, que además no me iba a cobrar porque le ponía cachondo. Miré otra vez a mis amigas; con la puerta cerrada, ya no había el menor disimulo que interpretar. Néstor y el otro habían subido sus vestidos hasta la cintura y les habían bajado las bragas a la altura de las rodillas. Parecían sincronizados metiendo sus dedos en los coños de Julia y Ana. Ellas les apretaban las nucas sin dejar de morrearse, y movían los culos, calentísimas.
- ¿Estás incómoda que tanto tú miras y no me haces caso? - Raúl me giró la cabeza con su mano en mi barbilla.
Le respondí con un beso profundo. Mi mano le apretó la polla ahora de verdad, como si estuviéramos en una habitación. Las yemas de sus dedos subieron por mi muslo hasta llegar a mi coño. Le desabroché el pantalón y lo bajé. Llevaba unos slips diminutos, y su polla asomaba por abajo, sobre el muslo. Le apreté el capullo y noté la palma de su mano haciendo lo mismo sobre mi coño. Escuché los gemidos de Julia y Ana. Le bajé los slips y le acaricié los huevos. Su lengua se movía como una batidora dentro de mi boca. Le cogí el tronco de la verga. Joder. Casi no podía abarcarla con la mano. Noté su torpeza con mi body y le dije: “Espera”.
Me puse de pie delante de él y, mirando su polla, lo desabroché hasta que se subió y mi coño quedó al aire.
- Nenas, tengo una idea – era la voz de Ana. - ¿Nos quedamos los seis en ropa interior y bailamos perreando?
En menos de un minuto estábamos tal y como había propuesto. Aunque el único coño desnudo era el mío, y me lo froté en el muslo de Raúl hasta correrme. Estaba deliciosamente cerda, igual que mis amigas. El muslo de Raúl brillaba con mi corrida, y me cogió del culo, apretándome contra su polla, que quedó entre mis muslos.
- Qué caliente me tienes – dijo.
Metí la mano entre nuestros cuerpos y le apreté la polla y luego las pelotas. Me frotaba las tetas en su pecho como una perra. Julia estaba de espaldas a Néstor, y movía el culo con la polla del mulato entre las nalgas. Le manoseaba las tetas hasta estrujarlas. Ana y el otro se pajeaban de pie. Allí ya no bailaba nadie. Estaba viendo a mis amigas del instituto ahí mismo, delante de mí, guarreando como dos hembras en celo. Ellas también me miraban a mí y se miraban entre ellas. Eran miradas húmedas, con los labios entreabiertos y los cuerpos bailando la danza del sexo en estado puro.
- Nenas, ¿empezamos en serio?
Fue como la señal de algo ensayado, pero fue espontáneo. Supongo que a las tres nos apetecía lo mismo. Nos arrodillamos, les bajamos los slips hasta quitárselos y les besamos los capullos. Las tres nos miramos con cara de vicio. Nos relamimos y pasamos las lenguas por los troncos. No sabría decir cuál de las tres pollas era más gorda ni más larga; eran tres pollones de la hostia. Conseguí meterme media en la boca y empecé a succionar. Con una mano le acariciaba los huevos y con la otra mi coño.
No podía dejar de mirar a mis amigas, ni ellas a mí, ni entre nosotras. Ya estábamos cumpliendo la promesa. Nos mirábamos y nuestros ojos decían, “no me cabe” y “me va a desencajar la mandíbula”. Les estábamos haciendo una mamada gloriosa, y estaba por correrme otra vez, cuando Ana dijo:
- Cambio de pareja…
De pronto era otra la polla que tenía en la boca, pero parecía la misma.
- Qué puta me siento – dijo Julia antes de seguir con la polla de Raúl.
Probablemente alucinarían, pero dado que se sacaban sus buenos euros con el sexo, igual ya habrían vivido situaciones parecidas. Hubo otro cambio de polla, de forma que ya podíamos decir que habíamos probado las tres. Sinceramente, si me hubiesen vendado los ojos, no habría sabido distinguir una de otra. Me concentraba en la mamada sin quitar ojo de Julia, que se volvía loca por meterse más tranca en la boca.
Prohibido correrse, machotes. Esto solo es el principio.
Yo no tengo problema en repetir – dijo Raúl.
Ni yo.
Ni yo.
Ante tal seguridad, miré hacia arriba y le dije:
- Avisa.
Asintió con la cabeza y aceleré mi mamada. Empezó a temblarle el vientre, le apreté los huevos y dijo:
- Cuidado.
Me la saqué de la boca y dije, “mirad, chicas”, mientras le pajeaba. Gruñó entre temblores de muslos y soltó el primer chorro de leche, enseguida, dos más, y luego, un par muy escasos. Había salido la leche con tal fuerza, con una presión tan desmedida, que no daba crédito. Llegó a salpicar a Julia en la espalda, y no estaba a mi lado ni mucho menos. Me levantó con delicadeza y me dio un larguísimo morreo. Nos sentamos en un sofá para ver las corridas de los otros dos. Julia y Ana estaban entregadas. No tuvieron nada que envidiar a la que había soltado el mío. Madre mía, qué cantidad de leche.
Nos relajamos los seis y ellos se limpiaron los capullos con toallitas húmedas. El suelo estaba enmoquetado y se podían ver por lo menos una docena de manchurrones de leche. Nos sentamos en la moqueta, con cuidado de no apoyarnos en las corridas. Estábamos tan mezclados, que cuando vi a Raúl a mi lado, me pareció alguien a quien no veía hacía tiempo. Le besé y le acaricié la polla. Aun en reposo era un pedazo de verga. Él también empezó a masturbarme. Vi a mis amigas mirándonos y me puse perrísima. La polla de Raúl crecía en mi mano a ojos vista, y pronto estuvo completamente dura. Ver sus cuatro ojos – y los cuatro de los mulatos – clavados en mi cuerpo me excitaba de una forma nueva, tan desinhibida como llena de camaradería. Sonreían mientras mi mano subía y bajaba por el tronco duro de Raúl. Me imitaron; enseguida las tres vergas estuvieron como antes de correrse. ¡Qué delicia! ¡Eran unos verdaderos profesionales del sexo! ¡Unos artistas!
- Cómeme las tetas – le dije.
Me hizo caso. Con una mano en mi coño y sus labios y su lengua en mis pezones y viendo cómo me miraban Julia y Ana me corrí enseguida, sin esperarlo. Grité como una loca, sin ningún pudor, encantada de vivir ese momento.
Vaya corrida, nena. Cómo te brilla el coño – dijo Ana sin soltar el nabo de su compañero.
Yo estoy que casi otra vez – dijo Julia. - Miradme, chicas…
La miramos. Estaba sentada, apoyada ahora en el pecho de Néstor; tenía las rodillas flexionadas y los muslos abiertos. Néstor le lamía el cuello, con toda la lengua fuera; una de sus manos magreaba las tetas de Julia, y la otra hundía varios dedos en su coño. Julia movía las caderas, entregada. A veces abría los ojos y su brillo expresaba una lujuria maravillosa.
- Me voy a correr… Siento cómo se acerca desde los dedos de los pies… No cambies el ritmo, cariño…
Nos estaba radiando su orgasmo, era una delicia verla… Aceleró los movimientos de su pelvis y de repente se quedó quieta, con el culo levantado un palmo por encima de la moqueta. Parecía acalambrada, poseída.
- Joder, joder, joder… ¡Cómo me estoy corriendo!
Soltó un chorro de flujo, breve; un flujo espeso y transparente. Sin soltar la polla de Raúl, le pregunté:
- ¿Te gusta?
Su polla palpitó en mi mano; no hacían falta palabras. Julia iba recuperando el resuello poco a poco; ahora se besaba apasionadamente con el tipo que le había dado tanto placer. Iba a moverse, pero tuve una idea.
- ¡Espera, Julia! No te muevas. Así, sigue bien abierta…
Miré a Raúl y le dije:
- Límpiale el coño y los muslos con la lengua, ¿quieres?
Raúl se puso cuatro patas, y se acercó gateando hasta que su cabeza estuvo entre los muslos de Julia. Le veía avanzar, con ese pollón que se perfilaba casi paralelo al suelo, y no pude evitar ponerme detrás de él, también a cuatro patas. Le pasé la lengua por el agujero del culo; su estremecimiento me demostró cuánto le gustaba.
- Vaya, parece un trenecito – dijo Ana con una voz risueña y caliente. - Sigamos con el trenecito – dijo al tercer mulato – y se pusieron los dos de pie.
Se acercaron a un mueble pequeño con cajones y el tipo sacó una caja de condones. Vi que eran de talla gigante. Normal, para ese rabo, pensé. Ana le puso el condón en la punta de la polla y se lo fue bajando con la boca. Sin dejar de comerle el culo a Raúl, mi mirada suplicaba que me la metiera desde detrás. Ana le cuchicheó algo a su amigo y ambos se pusieron detrás de mí. Movía el culo de deseo, giré la cabeza y vi al tipo arrodillarse en la moqueta con la polla durísima, conducida por la mano de Ana. Tomé aire mientras me disponía a acogerla con la piel de gallina.
- Joder, qué bien lo comes, bandido; voy a correrme otra vez. ¡Qué limpieza…! - era Julia, cuyos gemidos componían la banda sonora de la escena.
Sentí la verga recorriendo los labios de mi coño. No me gustaba el tacto del condón, pero era lo que había. La mano de Ana la dirigía como una maestra, y poco a poco me fui abriendo del todo. Las manos del tipo se aferraban a mis caderas, y mi culo se movía, impaciente. Estaba licuándome de la cabeza a los pies.
Cuando entró el capullo, y antes de poder reaccionar, Ana dijo:
- De golpe, hasta lo cojones. Disfruta de un buen rabo, Cris…
Aullé. La sensación primera fue que me había partido en dos; luego, que algo me tocaba la boca del estómago; por último, la inminencia del orgasmo.
- No te muevas, quédate así dentro de mí; quiero sentirla bien.
Era complaciente. Con toda esa polla dentro, moví las caderas y los músculos de mi coño; unos músculos que, allá al fondo, eran nuevos. Y me corrí largo, sin freno. Mi culo aplastado en la pelvis del macho que me follaba no paraba de moverse; ni mi coño de succionar.
- Joder, qué gusto… - gritaba soplando en el culo de Raúl. - Qué maravilla, tías…
Había llegado ese momento memorable en que pierdes la noción del tiempo y del espacio… Mi mente solo pensaba en sexo, y mi cuerpo era el de una perra en celo, que solo deseaba más pollas, más lenguas, más ojos…
Cuando quise darme cuenta, ya no tenía la polla dentro de mí. Me di la vuelta y vi cómo se estaba follando a Ana, en un misionero salvaje. Ana era cañera, pero no sospechaba que pudiera serlo hasta ese extremo.
- Mirad todos cómo entra y sale de mí. Qué gusto, joder…
El tipo, con las manos apoyadas en la moqueta como si hiciera flexiones, la taladraba sin parar. Su polla chapoteaba en el coño de Ana, cuyas piernas le abrazaban los riñones. Estábamos los cuatro mirándoles, embelesados. Calientes. Raúl maniobró hasta quedarse tumbado, con la cabeza al lado de la de Ana. Me dirigió como si jugara con una muñeca hambrienta. Me senté en sus muslos, dándole la espalda, para no dejar de mirar el polvo de Ana. Cogió un condón y se lo puso. Estábamos los dos hirviendo, y me dejé caer en su rabo, notando cómo cada centímetro se abría paso en mi interior. Así hasta los huevos. Joder, joder, joder…
Julia puso la cara entre los muslos de Ana y se abrió de piernas mientras Néstor se ponía el condón.
- Ven – le dijo. - Quiero sentir una buena polla dentro…
Con las rodillas flexionadas, se dirigió la verga hasta la entrada de su coño. Frotando, poco a poco iba desapareciendo de mi vista. Me sentía follada hasta más allá del vientre, mucho más hondo. Subía y bajaba acariciando las pelotas de Raúl. Había perdido la cuenta de mis orgasmos, o tal vez era todo un mismo orgasmo con altibajos…
No puedo parar de correrme – gritó Ana. - Esto es la hostia.
Fóllame duro. Así, me encanta tu polla – decía Julia, tratando de dar lametones a los huevos del tipo que se follaba a Ana.
Olía a sudor; a sexo; a semen y a flujo. Olía a animales cachondos. Si ellos decían algo, no lo recuerdo, tan centrada como me sentía en nosotras. Eran nuestros objetos sexuales. Tres pollas pegadas a tres cuerpos, nacidas para dar y recibir placer. Las manos de Raúl me sobaban las tetas y, por lo que escuchaba, se estaba morreando con Ana. Los seis, de una forma u otra, en contacto; entrelazados.
- No puedo más, un respiro… - jadeó Ana.
Vi cómo salía una polla interminable de su coño, con el condón empapado en flujos. Le hice una seña al tipo para que se acercara. Cuando tuve la polla delante de mi cara, la cacé al vuelo con la boca, sin manos, y empecé a succionarla.
Me gusta el sabor de tu coño, Anita…
Golfa.
Cogí la tranca con una mano y le limpié el condón de arriba abajo. A través de la goma notaba las venas hinchadas de la verga. Fui consciente de que por primera vez en mi vida tenía dos pollas para mí. Otro orgasmo… Una delicia…
Ana se movía a gatas a nuestro alrededor. Acercaba la cara hasta lo impensable a nuestros coños, repletos de nabo. Le lamió los huevos y el culo al tipo que recibía mi mamada. Sin saber cómo, nos estábamos comiendo las bocas con una verga en medio. Joder, Cris, pensaba, qué pasote… Le quité el condón para sentir la carne en mi boca, para compartir con Ana esa tranca. Raúl era incansable, como un consolador gigante pero con manos y cara. Qué dura tenía la polla, santo cielo…
Si alguien se hubiese asomado, algo que se me pasó por la cabeza en un momento de calentón máximo, habría visto seis cuerpos sudorosos, puro gemido. Seis cuerpos guarreando hasta decir basta. Y el olor… Ese inconfundible olor a sexo multiplicado por un millón. Como si estuvieran adiestrados o lo hubiesen ensayado muchas veces, los tres nos avisaron de su inminente corrida casi al mismo tiempo.
- Aquí, machotes – dijo Ana, toda espitosa.
Los puso de pie uno al lado del otro y nos dijo que nosotras nos colocáramos detrás de ellos, pajeándolos desde atrás. Con las tetas en sus espaldas y las manos en sus pollas y sus huevos, nos mirábamos como locas desatadas y luego mirábamos las pollas que meneábamos.
- Leche, queremos leche.
Empezaron a soltarla a chorros, arqueando la espalda, gruñendo de gusto. Parecía una competición para ver quién echaba más y más lejos. Joder, joder, joder… Qué barbaridad. Qué corridas. Qué cerdas estábamos. Lástima no tener confianza para lamer esas pollas y dejarlas como una patena.
Entre risas y morreos nos echamos en el trozo de moqueta que todavía estaba limpio.
¿Me has comido los morros? - me preguntó Ana.
¿Le has comido los morros? - exclamó Julia.
Sí – respondí a ambas.
Nos miramos y una risa nerviosa atravesó la expresión de las tres.
Joder, qué hora es ya – dijo Julia.
Mañana madrugón… Y resaca de sexo – se rio Ana.
Nos besamos con los tres, con mucha lengua y mucho juego. Estaban empezando a ponerse duros otra vez. A lo mejor otro día; el martes que viene…
Hasta llegar a casa no pudimos ducharnos Julia y yo. Lo hicimos juntas, excitadas por todo lo que nos había pasado. Ella me enjabonaba a mí y yo a ella.
¿De verdad le has comido la boca? - me preguntó mientras pasaba la palma de la mano por mi pubis.
De verdad.
Estoy segura de que podría haber pasado cualquier cosa, pero estaba muy cansada, tenía que madrugar y, para una noche, ya estaba bien; o eso me pareció, porque Julia tenía cara de contrariedad. No insistió. Nos dormimos desnudas y, cuando sonó el despertador, Julia me preguntó:
- Cris, ¿estás tan escocida como yo?