La Transformación

Un chico tímido y sin suerte en el amor, se enfrenta a algo que nunca había pensado.

Sé que lo que estoy a punto de contar a muchos les parecerá fantástico o falso; de hecho si yo no fuera uno de los protagonistas pensaría lo mismo. Pero sin poder aportar pruebas solo les digo que es real.

Antecedentes

Mi nombre actual es Gabriela E. pero todo el mundo me conoce como Gaby o Gabita, pero nací con el nombre de Gabriel E. Soy el mayor de tres hijos, de un matrimonio relativamente normal. Digo relativamente porque mis padres tenían problemas, seguramente como cualquier otra pareja; e intentaron educarnos, a mis hermanos y a mí lo mejor posible.

Desde pequeño fui un chico tímido, tranquilo e inteligente. No me metía en problemas, cumplía con mis deberes en la escuela y en la casa, para beneplácito de mis padres, pero para enojo de mis hermanos y compañeros de clase. Notaba su rechazo, tanto de compañeros masculinos, como femeninos; y eso me llenaba de angustia. Yo quería encajar y de alguna manera, el chip ese que todos los demás niños llevan de nacimiento que les permite comportarse tal y como la sociedad espera que lo hagan para que se conviertan en parte de ella, pues ese chip venia mal en mí o simplemente ni siquiera me lo habían incluido. Pues en todas las actividades, no importa cuál fuera, siempre me sentía como un forastero, un externo que intenta integrarse. A pesar de algunas sonrisas, algún apretón de manos, era el de afuera, el que no se integra. Ese rechazo o es falta de adaptabilidad o integración marco mi niñez y adolescencia.

Sin embargo a pesar de ese constante rechazo, real o imaginario, yo verdaderamente sufrí ese rechazo como real, progrese en la escuela. Constantemente sacaba buenas calificaciones, era el mejor de la clase, y ya en la secundaria y en la prepa no era un rechazo abierto y constante, sino más bien una fría indiferencia. Y hasta cierto punto aprendí a soportarla, a vivir con ella. Me molestaba claro pero ya podía avanzar a pesar de ella.

Así al terminar preparatoria con una de las calificaciones más altas de mi generación. Logré una beca para una importante universidad de la capital del país. Mi naturaleza retraída y tímida, me llevo a dudar en aceptar o no la beca, pues implicaba dejar la casa la seguridad de mis padres y embarcarme a una nueva aventura. Al entenderlo así, más que disuadirme, la idea me atrajo. Soñé que podía ser un nuevo principio, uno donde sería más valiente, menos tímido, nadie me conocería y podría tener un borrón y cuenta nueva como se dice. Así que luego de titubear un par de días, lo acepte sin más.

La transformación

Al llegar a la capital y conforme avanzaba el semestre me di cuenta que el nuevo principio no era como lo esperaba o quizá no hubo nuevo principio. El patrón de mi comportamiento fue el mismo y la reacción de mis compañeros y compañeras fue el mismo. Una amabilidad que no iba más allá de ese trato en aula. Seguía sacando excelentes calificaciones pero no más. No me hice popular de la noche a la mañana, ni los amigos y ni las mujeres llegaron.

Dentro de todo, encontré una agradable casa muy cerca de la universidad. Vi un anuncio los primeros días y llamé. Resulto ser una casa relativamente pequeña pero agradable, el dueño era un chico algunos años mayor que yo, pero no demasiados, yo tenía 19 en aquella época, y el chico tendía 24. Lo que más me llamó la atención fue que lucía decididamente amanerado. Muy delgado, facciones delicadas, y los movimientos clásicos de una mujer. Pensé en rechazarlo, básicamente por eso, pero luego pensé que ahí encontraba todo lo que buscaba, y si lo rechazaba por el chico haría lo mismo que me han hecho a mí toda la vida. Entonces arreglamos y esa sería mi casa por lo que esperaba fueran los 4 años y medio que duraría mi carrera.

Los días fueron transcurriendo con relativa normalidad, yo me centré en el estudio. Por las tardes o noches a veces cenábamos juntos y platicábamos. Él era homosexual, como lo había previsto, pero a mí nunca se me insinuó (ni los gays lo hacían). Platicábamos tranquilos de temas cualesquiera. Me contó que sus papás se habían ido al extranjero y que le mandaban dinero ocasionalmente. Por ello el chico no se preocupaba por trabajar o estudiar. Yo una vez acabada la cena me retiraba a mi habitación y leía si tenía tiempo libre o estudiaba si no lo tenía.

Todo cambió una noche que aparentemente era normal. Estaba preparando la cena, le preparaba a Javi (se llamaba Javier, pero todos lo conocían como Javi) también. En eso escuchó la puerta principal y entra como tropel. Sé que significa que tenia algún chisme grande que contarme y me preparó para la tormenta que significa un chisme de Javi, vio algún chico guapo que se le insinuó o ropa muy linda. Y así sucedió, Javi entró como loco en la cocina, llevaba bolsas en las manos, había ido de compras.

—¿Cómo te fue Javi? ¿Qué te compraste?—, le pregunté. —Pues, un poco de todo me contesto. Pero lo más bonito fue esto—, dijo mientras sacaba de una pequeña bolsa negra sin nombre un cacharro que al principio no pude identificar. Luego de un instante me di cuenta que era una lámpara, de aceite, al estilo de la lámpara maravillo. —¿Qué es eso?— le pregunté. —¿Qué parece?—, me contestó. —Javi, parece una lámpara maravillosa, como esa que sale en los cuentos—. —Pues está no es “como” la que sale en los cuentos, es la que sale en los cuentos—. “¿Qué podía contestar a eso?” El chico ya había gastado su dinero y le habían tomado el pelo. ¿Serviría de algo que yo se lo echara en cara? Probablemente no, así que mejor me gire y seguí preparando la cena.

—No me crees ¿verdad?—, me preguntó Javi a medias ofendido, y creo que a medias entre divertido y confiado. Parecía bastante seguro que su lámpara era real. —No es que no te crea a ti, pero bueno tienes que aceptar que es una historia difícil de creer por donde la veas. Pero bueno, ¿pagaste mucho por ella?—, Javi ignoró mi pregunta y se sentó a la mesa. La cena ya estaba y me serví un plato a mí y otro para él.

—Y bueno ¿Qué más compraste? Cuéntame—.  Le pedí, pero creo que se había ofendido y no quiso responder, seguimos comiendo en silencio. Cuando acabe me levante y deje el plato en el fregadero, yo había cocinado le tocaba a él lavarlos. Pero como estaba enojado supuse que quizá mañana me los encontraría todavía ahí, pero bueno ya sería un problema de otro día. Me senté en la televisión un rato antes de dormir para despejarme un poco del día.

Al cabo de unos quince minutos escuche la silla de Javi y luego como lavó los platos. Supuse que se le estaba pasando el enojo. Luego  escuche como subió a su habitación. Estaba viendo un juego de beisbol, no soy un gran fan y me fui quedando dormido.

De pronto me despertó Javi, se había cambiado, estaba con una especie de pijama medio andrógina, no andaba vestido como chica, pero ningún hombre que se respete traería esa ropa. —Hace rato no me creíste lo de la lámpara, te voy a demostrar que es cierto—. Empezó a decir antes de que yo estuviera realmente despierto. —¿Qué?, ¿de qué estás hablando Javier?—, le pregunté pero ya no me estaba prestando atención. Sujetaba con su mano izquierda la lámpara, mientras con la derecha la frotaba, mientras movía sus labios, como murmurando algunas palabras que yo no alcanzaba a entender. Me levanté del sillón —Javi, ¿Qué estás…— no terminé la frase porque Javi levantó en ese momento la vista, dejó de frotar la lámpara y la puso sobre una pequeña mesa que estaba frente al sillón.

Nos quedamos en silencio, él al parecer esperando que sucediera algo, yo totalmente incapaz de moverme, “¿Qué demonios estaba pasando?”. Después de unos 30 segundos, cuando al parecer se hizo evidente que no iba a pasar nada, no salió humo de la lámpara, ni un genio apareció en la habitación, ni una voz grave resonó de ninguna parte. Ni siquiera quise mirar a Javi, no quería que mis ojos le dijeran te lo dije; así que solo le di una palmada en el hombro y me encamine a dormir. —Descansa—, le dije intentando que mi voz no fuese paternal o un reproche. Él no me respondió, pero no me detuve.

Empecé a subir las escaleras y comencé a sentir algo extraño, no podría definirlo con exactitud, simplemente como si algunas partes de mi cuerpo empezaran a moverse. Pero era una sensación apenas sutil, casi insensible, lo ignoré como fruto de mi imaginación y seguí subiendo. Casi llegaba a mi habitación, cuando escuche un grito, era Javi, luego me llamo —GABRIEL—, su voz transmitía terror. Baje corriendo y encontré a Javi, de pie, en la sala, justo como lo había dejado hacía menos de un minuto.

Mire a mi alrededor, buscando alguna amenaza, no había nada, Javier estaba inmóvil. Aunque sus manos estaban extendidas frente a él, como un zombie o un sonámbulo de película. —Javi, ¿Qué pasó? ¿Por qué gritaste?— Javi escucho mis palabras porque me miró, pero no dijo nada. Yo lo miré como entre un sueño, todo se volvía irreal. Tuve conciencia de que la sensación que había indicado cuando subí las escaleras era más fuerte ahora. —¿Lo sientes?—, me dijo Javi. Lo miré y por un instante dudé de mi cordura. Su rostro era el mismo, pero al mismo tiempo, no lo era. Sus rasgos se habían hecho diferentes. —¿Qué está pasando Javi?— Ahora la sensación en mi cuerpo era inconfundible, no lo estaba imaginando, no estaba soñando, algo estaba pasando en mi cuerpo

—Te dije que la lámpara era autentica—. Entendí que lo que estaba pasando era, según idea de Javi, por el deseo. —¿Javi que pediste? Javi—, me tuve que sentar en el sofá en donde había estado durmiendo hace poco. No tenía dolor, o una sensación desagradable, únicamente era más de lo que podía soportar y el peso de mi cuerpo hizo que me desmoronara en el sillón.

Como narrar lo que sucedió a continuación.  Miré otra vez a Javi y solo puedo decir, que sus rasgos se habían dulcificado, como he dicho Javi nunca fue el prototipo masculino, pero creo que su rostro se había adelgazado, aun más. Sus pómulos se habían levantado, la protuberancia bajo sus cejas había desaparecido. Sus labios se habían vuelto un poco más carnosos, su nariz se había redondeado.

Entonces note como la camisa que yo mismo traía puesto me empezaba a rozar en el pecho de manera extraña. Bajé la vista y bajo mi camisa estaban surgiendo unos bultos, la rugosidad de la camisa incomodaba mis pezones. Eran pechos, senos, como los de una mujer lo que estaba saliendo. Miré nuevamente a Javi y estaba sufriendo lo mismo, ahora entendía lo que sucedía, Javi y yo nos estábamos volviendo chicas. Fui más rápido que él al entenderlo, me levanté y corrí al baño. No reconocí el reflejo que estaba frente a mí. Era mi ropa, pero sólo eso. Mi rostro había cambiado. Por instinto toque mi entrepierna y no había nada, no hubo bulto, mis genitales habían desaparecido. Luego levante mi mano derecha y toque mi pecho izquierdo, sentí la protuberancia cálida y suave de mi seno. “¿Qué era esto? ¿Es imposible?” Miles de cosas pasaban por mi mente con la velocidad de un rayo. Ninguna tenía sentido.

Salí del baño, incluso mi andar había cambiado, note que el pants que traía ahora me ajustaba bajo la espalda. Pero luego revisaría eso. Volví a la sala donde estaba Javi. Estaba de espaldas a mí y a pesar de eso al verlo o verla, quede impactado. La pijama que se había visto ridícula en el chico de hace unos minutos se veía espectacular en la chica nueva. La altura de la nueva Javi era la misma creo, pero su espalda se había adelgazado, que por otra parte nunca fue muy ancha. Su cintura, se notaba a contra luz, se había hecho más endulzado, y sus caderas eran anchas y sensuales (es la única palabra que se me ocurre usar para describirlas). También su trasero se había vuelto generoso y sus piernas delgadas, pero bien formadas. Me quedé un instante mirándola en silencio, hasta que quizá percibió mi presencia y se giró para mirarme.

Su rostro era tan impactante como el resto de su cuerpo. Su piel se había hecho más tersa, el pelo áspero de su barba se había vuelto el bello suave de un durazno, sus ojos, su nariz, la simetría y distancia entre su boca, nariz, todo era perfecto. Comencé a caminar hacia dentro de la habitación, dejando la mayor distancia posible entre Javi y yo. En parte por miedo, en parte para poder mirarla toda, o mirarlo. La pijama dejaba adivinar que bajo ella había una par de senos grandes.

—¿Qué es esto Javi?— le pregunté, y mi propia voz me sobresalto. Se había vuelto varios timbres más suave. Javi me miró y sonrió, nuevamente su sonrisa fue perfecta, dejaba ver una hilera blanca de dientes alineados sin error. —Estoy “segura” que lo puedes entender, sin que te lo explique—. Hizo énfasis en la palabra segura. Lo entendí, de alguna forma la lámpara en realidad había hecho lo que Javi, le había pedido. Y Javi siempre había querido esto, pero porque yo.

—Bueno y ¿Por qué yo?—, le pregunté. Sonrió otra vez, esa sonrisa era increíble, —no sé, simplemente lo hice, creo que tenía un poco de coraje porque no me creíste—. —¿Se puede deshacer?—. —No sé, es la primera vez que toco esto—. Me dijo mientras tomaba la lámpara nuevamente. Yo me deje caer nuevamente sobre el sillón, seguía siendo demasiado para mí. Javi hizo nuevamente lo que ya había hecho hace un momento, mientras sostenía la lámpara con la mano izquierda, la frotaba con la derecha y murmuraba palabras que no alcanzaba a escuchar, ni entender.

Luego de unos segundos, dejo nuevamente la lámpara en la mesa y la lámpara se volvió un cacharro frente a mis ojos. No lo había notado, pero la lámpara había tenido un brillo propio; muy sutil, tan tenue que no lo había percibido. Pero ahora que no la lámpara lo había perdido se volvió evidente que había existido.

—¿Lo viste?— Me preguntó Javi, su voz también se había endulzado, era la voz de una chica. Extendí la mano y tomé la lámpara. Nunca la había tocado, pero ahora comprendí que en mí no funcionaria. Sea lo que sea, la magia que tuvo ya no estaba allí, solo las manos de Javi la había activado o solo en sus manos había respondido, pero ahora fuese lo que fuese era solo una pieza de lámina o bronce que solo valía lo que pesaba en el metal del que estaba hecho.

A pesar de esa evidencia, sujeté la lámpara con mi mano izquierda, la frote con le derecha y murmuré: —Que todo vuelva a la normalidad, que todo vuelva a la normalidad, que todo vuelva a la normalidad—. Y deje la lámpara en la mesita. Sabía que no pasaría nada, como dije, la magia que habito ese objeto ya no estaba, Y sin embargo espere, espere sentir que mi cuerpo cambiaba otra vez, que mis senos se “metían” nuevamente dentro de mi cuerpo, que mi voz se engrosaría, que mis brazos tomarían nuevamente la anchura que habían tenido, pero nada pasó.

—¿Cómo funciona?— Le pregunté a Javi, el sonrió nuevamente y sólo dijo: —No sé, solo funcionó conmigo y contigo no—. Y dejó la sala, escuché como subía las escaleras yo no sabía qué hacer y lentamente la seguí. Al caminar y subir por la escalera, pude sentir el ligero bamboleo de mis senos. Al llegar a su habitación nuevamente quedé impactado. Vi a Javi o la chica que era Javi desnuda. Estaba girada de tres cuartos dándome un poco la espalda. Pude apreciar sus curvas, eran los de una chica en plenitud, quizá atleta. Sus nalgas eran prominentes, su espalda bien definida, su vientre plano y marcado, sus brazos y piernas bien definidos. Nuevamente me percibió y se giró para verme. Se puso totalmente de frente a mí y nuevamente pude admirarla. Su cuerpo en forma de reloj de arena era armónico casi hasta lo imposible, sus senos eras grandes, pero no tanto para verse innaturales o falsos. Sus pezones eran sonrosados, del mismo tono durazno que sus labios. El bello de su pubis era oscuro y bien recortado.

Javi extendió sus manos, como invitándome a que me acercara. Así lo hice. Al hacerlo, miré sus manos, que también habían cambiado, tenía unas uñas largas de un brillo vivo y sano. Llegue hasta ella. Me tomó suavemente por los hombros, su olor era increíble, no tenía perfume, únicamente su cuerpo despedía un aroma intoxicador. Me deje guiar. Me giró y pude ver frente mí el reflejo de un espejo de cuerpo enteró que Javi tenía en su cuarto.

Nuevamente no reconocí el rostro que veía en él. Levante mi mano derecha y el reflejo en el espejo levanto “su” izquierda de forma reciproca. Lo saludé y me devolvió el saludo, era yo, era mi reflejo el que estaba ahí, aunque no era el reflejo que me había acompañado durante toda mi vida. Sentí y pude ver en el reflejo como Javi tomaba la parte baja de camisa y la jalaba hacía arriba. Dejé que me desnudará y me contemplé.

Mi cuerpo al igual que el Javi había cambiado. Los cambios eran similares, la cadera y el trasero se ensancharon, el vientre se aplanó, los senos surgieron, mi piel se hizo más tersa, mi rostro se volvió más dulce. Era un poco más alta que Javi, mis caderas un poco más ancha y mis senos ligeramente más pequeños. Pero al igual que Javi, era una chica atractiva ahí donde fuera.

Seguía mirando mi reflejo. Javi, que estaba atrás de mí y un poco a la derecha, extendió su mano izquierda y acarició mi seno izquierdo. Su mano estaba ligeramente fría y sentí como mi pezón reaccionó de inmediato endureciéndose. El roce de sus dedos contra mi seno desato un torrente de sensaciones nuevas. Mi vientre se llenó de un calor indescriptible. Acercó su rostro al mío, pude verla por el espejo, sus labios, instintivamente, porque no recuerdo haberlo pensado, mis labios buscaron los de ella. El instante donde ambos se tocaron fue eléctrico. Pero su descarga, duró solo un instante. Recordé quien era, o quien creía ser. Me alejé de ella, ella intentó brevemente sujetarme, pero cuando se dio cuenta que iba en serio me dejó ir. Pero me miró y me dijo —¿Qué pasa?— No le dije nada y me aleje. Ella me tomó nuevamente por los hombros y me giró. Pude verme otra vez frente al espejo.

—“Ésta” eres tú ahora—. Me dijo con la intensidad de voz que sólo una mujer enfadad puede lanzar. —Ya no eres quien recuerdas—. No podía escucharla más me liberé de sus manos, tomé mi ropa, y sin pensarlo, cubrí mis senos con la ropa. Entré a mi habitación y miré un segundo alrededor, ¿Qué podía hacer? Me deje caer sobre la cama, incluso el acto de recostarme en la cama había cambiado. Pude sentir la protuberancia de mis senos bajo el peso de mi cuerpo. Me acomodé hasta que no sentí molestia y me quedé dormida.

Desperté sin saber donde me encontraba. Al cabo de un instante lo recordé, no sólo que estaba en mi habitación, sino toda la experiencia con la lámpara y eso. Me levanté, y me acerque a mi guardarropa. Miré el reloj y eran las dos de la mañana. Abrí mi guardarropa y toda mi ropa de hombre había desaparecido. Había sido sustituido por un guadarropa completo de chica. Abrí los cajones y éstos parecían no tener fin. El cajón donde guardaba mi ropa interior, estaba repleto de conjuntos, pantis, brasieres, tangas, calzones, coulotess. Pero además en los demás cajones, había blusas, medias, shorts, leggins, y en los ganchos, vestidos pantalones, blusas de todo tipo, desde vestir y formales hasta ropa que habría hecho enrojecer a una prostituta. Que me podía poner, solo quería algo cómodo para salir al resto de la casa, no me sentía bien estando desnuda. Encontré un pants más o menos discreto y una camisa de tirantes. Me los puse y me miré en el espejo. Ya no quiero decirlo, pero nuevamente era increíble verme, mi cuerpo era espectacular. Salí de mi habitación y noté que la luz de la habitación de Javi estaba encendida. Me acerqué y vi por la puerta entrecerrada como Javi estaba arreglada, traía un vestido demasiado corto y ajustado; maquilla, unos tacones altísimos, y el pelo se lo había peinado de manera coqueta. Estaba vestida como para una noche de antro, pero para ser la sensación y fácilmente lo sería con esas piernas y ese trasero.

De pronto fui consciente de la presión en mi vejiga y me encaminé al baño. Al abrir la puerta supe que esto sería diferente. Me baje el pantalón, me senté sobre la taza y deja escapar el liquido. Mientras me concentraba en las nuevas sensaciones escuche la nueva voz de Javi gritarme: —Recuerda corazón, de adelante hacia atrás—. “¿De qué demonios hablaba?”, me pregunté, cuando terminé, me levanté y tomé el rollo. Entendí de qué estaba hablando. Me limpié lo mejor posible y salí del baño.

Javi me esperaba parada en la puerta, estaba vestida como había visto, tenía una de sus piernas ligeramente flexionadas y las manos sobre el marco de la puerta por encima de su cabeza. Creo que ella se sentía como un millón de dólares y ciertamente así lucía. Caminé hacía su cuarto, —¿Qué haces?— le pregunté, mi voz aun sonaba un poco somnolienta. Me sonrió con coquetería. —Viendo mi ropita—, se giró para que pudiera verla: —¿No hay ropa así en tu cuarto?—. Me preguntó. —Sí, si hay, pero no sé—. Era increíble como ella de inmediato se había adaptado a nuestra nueva condición, yo todavía me sentía extraño. —¿No sabes qué? Corazón—, mientras me preguntaba eso, no sé que me paso, me derrumbé. Ella se acercó y me abrazó y comencé a llorar como una magdalena.

Ella me guió a su cuarto. Me acostó en su cama, y me estuvo acariciando el pelo, la cabeza hasta que me quedé dormida. El día siguiente iniciaría la aceptación de mi cambio.