La trampa

Entró en la habitación Carlota, una morenaza de 20 años, con cuerpo 10... Largas piernas, buenas tetas, anchas caderas y cintura fina. Vestía con lencería blanca. Traía una fusta en la mano derecha y le largó con ella en las piernas y en los pies.

Jacoba era esquiva. Me mandara un mensaje preguntándome si tenía más relatos de sexting, le contesté y tardó días en responder. Hasta una mañana que se soltó un poquito...

-Tus relatos de sexting están muy excitantes. ¿Son experiencias propias?

-Son. A veces me hago una paja con alguna lectora. Dime: ¿Te tocaste al leer alguno?

-Sí, lo hice. Se sentía muy rico.

-¿Cómo son tus fantasías?

-Fuertes, me gusta el BDSM...

-¿Quieres hacer realidad alguna de esas fantasías?

-No, una cosa es la fantasía y otra muy distinta la realidad.

Seguimos hablando y el no se hizo sí.

Era de noche, Jacoba llegó al picadero cubierta solamente con un abrigo gris de piel de zorro. Raúl, un moreno cubano, alto, con cuerpo de gimnasio, con una verga gorda y larga colgando le abrió la puerta de la casa. Otro moreno, Ernesto, este colombiano, y aún más alto y musculado que Raúl, estaba sentado en un sillón jugando con su verga. Yo, el flaco, estaba sentado en otro sillón, con la polla morcillona colgando. Los tres estábamos en pelota picada y llevábamos puesto antifaces.

Al ver a Jacoba, me levanté y le dije:

-¡Qué coño haces aquí, Diana!

-Llámame Jacoba y quítame el abrigo.

Me había pillao con el carrito del helado. El show debía continuar.

Me levanté, le quité el abrigo y quedó vestida únicamente con unas medias y dos ligas y calzando unos zapatos de tacón de aguja de color gris.

-Juega conmigo, tío.

Le acaricié el ojete con un dedo de una mano y el clítoris con un dedo de la otra. Raúl le mamó las tetas y quiso besarla. Diana, le hizo la cobra. No sabía donde se había metido. El cubano se cabreó, le dio una bofetada en la cara, le cogió los mofletes con una mano, apretó y le comió la boca. Ernesto se agachó y le comió el coño.

Quería castigarme. Me dijo:

-Fóllame el culo antes de que me lo reviente el negro con ese inmensa tran

Raúl, se molestó.

Le volvió a apretar los mofletes, y al abrir la boca le escupió en ella, después le dijo:

-Cubano, guaricandilla, cubano.

Me puse detrás de ella. Cogiéndola por la parte de abajo de las rodillas la levanté en alto en peso y se la clavé en el culo. Raúl le comió el coño con su enorme lengua. Ernesto la besaba y le pellizcaba las tetas. Diana, pasado un tiempo, comenzó a gemir. Raúl, le largó con las manos en las tetas, tetas que iban de un lado a otro sin rumbo...

Entró en la habitación Carlota, una morenaza de veinte años, con cuerpo diez... Largas piernas, buenas tetas, anchas cadera y cintura fina. Vestía con lencería blanca. Traía una fusta en la mano derecha y le largó con ella en las piernas y en los pies.

-¡Trassss, trassssss, trasssssss, trassssss....!

Los gemidos de placer dieron paso a los gritos de dolor.

-¡Ay, ayyyy, ayyyyy, ay, ayyyy...!

Carlota, se acercó a ella y le metió la lengua hasta la campanilla, tan al fondo se la metió que le dieron arcadas y casi vomita. Le cogió los pezones, se los apretó y después se los lamió y se los besó. Ernesto se masturbaba la polla. Diana, gozaba una cosa mala.

-¡Que rico, que rico, que rico...!

No íbamos a dejar que se corriera. Le quitamos la polla del coño y del culo. Carlota le dio con la fusta en el coño.

-Plassssss, trasssssss, plassssss, trasssss...

Le gustaba que la machacara.

-¡¡¡Oooooooooooich, oooooooooich, oooooooooich...!!!

Cuando dejó de azotarla, le dije:

-¡De rodillas, perra!

Se seguía riendo de mí.

-¿Tú también me quieres sodomizar, tío?

Se arrodilló. Las pollas del Colombiano, la del cubano y la mía se acercaron a sus labios. Cogió las más gordas y las fue mamando por turnos. Yo se la metía al sacar las otras. Babeaba cómo una perra rabiosa y gemía cómo si estuviera comiendo algo delicioso.

El primero en correrse fue el cubano, la corrida de la gran verga fue cómo la de un burro, o sea, echó cantidad y calidad de leche, que salía de su boca y bajaba por sus tetas, luego fue la del colombiano la que bajó por sus tetas y por último la mía.

Al acabar de mamar, se levantó. Carlota, dándole fustazos en las nalgas la llevó a una cama con barrotes de hierro a los pies y a la cabecera. Le até las manos por las muñecas a los barrotes de la cabecera de la cama, y le ordené:

-¡Ponte a cuatro patas!

Hizo lo que le dije. Vimos su coño abierto y empapado de babas. Carlota le comió el coño hasta que sintió que estaba a punto de correrse. En ese momento paró.

Diana ya desesperaba.

-Sigue, cariño, sigue. ¡No me dejes así!

Raúl y Ernesto se pusieron detrás de ella. El cubano se la metió en el coño y le dio leña, pero leña, leña, la follaba con fuerza, Cada acometida era cómo la coz de un caballo de fuerte, si a eso añadimos la velocidad, no es extraño que poco más de un minuto tardara en decir:

-¡¡¡Me cooorro, tío, me coooooorro!!!

Se corrió mirando para mí, pero enseguida dejó de verme. Sus ojos se cerraron, su ceño se frunció y de su boca ya solo salieron gemidos. Se seguía corriendo cuando se apartó el cubano y se la clavó el colombiano. Le siguió dando a toda mecha, y empalmó un orgasmo con otro y con otro, iba por el quinto cuando se apartó el colombiano y se la clavé yo. Se corrió dos veces más antes de derrumbarse sobre la cama.

A recuperarse, la solté. Se dio la vuelta, me cogió la polla, y la cosa dio un giro de 180 grados, cuando Diana, con voz autoritaria, le dijo a Carlota:

-Masturba y mámasela a los dos, zorra -le dijo a Carlota-, y tu tío, soba mis tetas.

Aquello no me cuadraba. La sumisa se volviera ama de repente. Algo raro pasaba que no alcanzaba a entender, pero seguí el juego.

Carlota, en cuclillas masturbó y mamó las vergas de Raúl y Ernesto y le chupó los huevos. Diana hizo otro tanto con mi polla y mis pelotas mientras se tocaba el coño mojado. Tiempo después, cuando me iba a correr, me dijo:

-Córrete frotando la polla en los labios de mi coño.

Me corrí en su coño sin meterla.

El colombiano y el cubano se corrieron en la cara y las tetas de Carlota.

Después de corrernos los tres, Diana le dijo a Carlota:

-Cómeme el coño. Quiero correrme en tu boca, perra.

Carlota, bañada de semen, se metió en la cama y le lamió el coño empapado con mi leche... La muchacha estaba tan caliente que se tocó y en nada se corrió. Jadeando de placer, Diana, le cogió la cabeza con las dos manos, y moviendo la pelvis, de abajo a arriba, de arriba a abajo y alrededor, se corrió en la boca de Carlota, diciendo:

-¡¡¡Tooooooooma, guarra!!!

Y aquí lo dejo. Solo decir que fuera Diana la que preparara todo, la que contratara a la chica y a los chicos. Con eso me dio a entender que nunca acabaríamos juntos, y lo gracioso es que la sigo amando.

Quique.