La Trampa (Epilogo: Penitencia)

Se cierra la historia de Mara que cae en una casa donde es vendida y forzada a ofrecer su cuerpo.

La Trampa (Epilogo: Penitencia)

Siete meses después Mara tocaba a la puerta de la casa de Pablo, éste, que tenía la pálida apariencia de un enfermo, creía que la presencia de Mara ante él se trataba de una aparición que venía a torturarlo aun más, hasta que ella, evidentemente asustada y viendo en todas direcciones, comenzó a llorar rogándole que por lo que más quisiera la dejara entrar. Pablo sólo dejó caer los brazos, incrédulo, sin poder reaccionar y Mara se apresuró a entrar creyendo ver en este gesto una invitación. Para cuando Pablo cerró la puerta y giró sobre sí, Mara ya estaba de pie en la salita que Pablo había convertido en su dormitorio, apretando una gastada y sucia bolsa de papel café y observándolo con grandes ojos de expectación, temor y vergüenza.

Pablo apenas la reconocía y la veía de pies a cabeza tratando de reconocer que era Mara esa otra persona que estaba frente a él. Esa mujer estaba maquillada exageradamente y llevaba el cabello más largo de lo que acostumbraba su novia, sin un corte definido. Portaba una minifalda y una blusa escotada de apariencia barata y desgastada por el uso. Llevaba también unos zapatos de tacón alto que le dificultaban caminar y medias negras corridas en diferentes partes. Todo en conjunto le daba una apariencia vulgar y repelente a los ojos de Pablo.

-Por favor, déjame explicarte- le dijo al atónito Pablo, rogándole que se sentara frente a ella - solo, no me toques, ya sabrás ahora porque no merezco que me veas siquiera- le dijo y lentamente y con infinita vergüenza le pidió con todo el corazón que la perdonara antes de relatarle su lúdica odisea. Con lujo de detalles le relató su "liberación erótica" a manos de sus "maestros" y le explicó, sin ocultar nada, como llegó a ella y que, a pesar de su mejor juicio, disfrutó sin arrepentirse hasta ese momento, a pesar de la vergüenza que sentía ante él. Pero el infierno empezó después cuando al día siguiente despertó con un extraño en una cama y una habitación que olía a alcohol y humo de cigarro.

-Busqué mis ropas para huir de ahí pero no las encontré- le relataba Mara a Pablo que escuchaba atento pero sin expresión- presa del temor me arrinconé sobre un viejo sillón, cubierta por una sabana, tratando de recomponer mis confusos pensamientos. Tras quince minutos de terror expectante el tipo despertó, se vistió y dejando algo de dinero sobre la mesita de noche se marchó. Poco después entró una mujer de rostro demacrado por la mala vida y excesivo maquillaje que tomó la mayor parte del dinero dejando solo un billete. "Mario te cobró muy cara" me dijo "así que vas a estar pagando tu entrada en esta casa y mis cuidados por un buen tiempo" luego salió dejándome sola.

Pasé un par de horas tratando de deshacer mi confusión, tratando de imaginarme como había ido a dar ahí y sobre todo que clase de lugar era en el que me encontraba. Lo último que recordaba antes de esa mañana era un mar de cuerpos que me poseía, luego el frío de la noche sobre la motocicleta de Mario que deteniéndose en una calle me dio algo en la boca y después nada, solo brumas.

Oí voces tras la puerta. Por el calor asfixiante y la luz que entraba a través de las pesadas cortinas rojas y la ventana enrejada supuse que era el medio día. En la otra habitación reconocí la voz de Mario que hablaba con la mujer que había visto antes. Él le exigía el pago por haberme llevado ahí y ella se negaba alegando que solo me había abandonado ahí como un fardo y que mis primeros clientes no estaban satisfechos. Entonces me di cuenta de todo. Como un relámpago que recorriera mi cuerpo llegó el recuerdo de la fantasía de Mario de abandonarme en un burdel barato. Me senté en el borde de la cama y casi en estado de shock tomé el pringoso billete que la mujer había dejado. Lo miré atónita. Era el mísero pago por una día de placer proporcionado sin siquiera haberme dado cuenta a quien sabe cuantos hombres durante el tiempo que había estado ahí inconsciente. Un sucio placer invadió mi cuerpo y me puse a llorar sin consuelo.

Entre llantos pude oír como Mario y la mujer llegaban a un acuerdo, el podía poseerme gratuitamente mientras ella le pagaba y él se despidió satisfecho, mientras yo en mi inconciencia lo odiaba y adoraba como amo al mismo tiempo.

Los días pasaron y me mantenían encerrada en esa sucia habitación, sin ropa para que no escapara, pero no pretendía hacerlo, el morboso placer que me daba aquella situación me tenía atada a aquella cama y además me sentía tan sucia por mis propios deseos que creía que pertenecía ahí y que en ese lugar permanecería por siempre o por lo menos hasta que el fuego que me consumía por dentro se apagara y hubiera pagado por mis pecados y debilidades.

Pronto me hice a la idea de que ese pequeño cuarto era mi dominio y los hombres pasaban por ahí y se satisfacían en mi cuerpo, dejaban mi pago y se iban, por lo menos cinco por día y los fines de semana también me ocupaban por las noches. De vez en cuando regresaba Mario a cobrar su pago por entregarme a esa mujer, disfrutaba humillándome mientras me penetraba, me recordaba la vida acomodada y tranquila pero falsa que había tenido y la comparaba con la que tenía entonces y me decía que por lo menos era la real, la que siempre había negado. Me decía como se había encargado de correr la voz por los barrios bajos de que la puta nueva en casa de Juana era una riquilla que buscaba apagar su fuego con la plebe. Y le creí porque cada vez eran más los que llegaban a buscar mis servicios. Por docenas comenzaron a llegar diariamente hombres de los mas bajos estratos, con ojos morbosos y sonrisas burlonas que me poseían profiriendo insultos contra mí y contra la que llamaban mi clase eyaculando su odio entre mis piernas, pero no sabían que sus insultos y humillaciones, la fuerza que les daba su odio y frustración solo me complacía y me hacía gozar más. Al irse dejando el pago y después de que Doña Juana tomaba su parte yo tomaba el billete que era mi parte y lo escondía en un hoyo al costado del colchón, era el salario por mi humillación y me daba placer el pensar que nadie podía quitarme por lo menos eso.

Después de un tiempo pareció pasar la novedad y al ver que no tenía intención de escapar y amenazándome con golpizas, supuestamente para amansarme, me vistieron y maquillaron y me sentaron en una descuidada y polvorienta sala junto a otras mujeres, cinco más, que me recibieron malencaradas, enojadas aún por mi éxito inicial, y por lo mismo ni siquiera me dirigieron la palabra, yo solo me senté en un rincón encogida y temerosa de su reacción.

Los hombres entraban ahí y escogían a la que más les gustaba. Todos eran del más humilde origen, albañiles, cargadores, jornaleros, la clase de hombre que tan pronto tienen un poco de dinero en las manos lo desperdician en alcohol o putas. Mi primera noche en aquella salita penetrada del olor a humo de cigarro y tequila barato, entró un hombre desgarbado, con ropas y zapatos de trabajo gastados, se notaban algunas manchas de grasa en su camisa y bajo las uñas, por lo que supuse que era alguna clase de obrero de fábrica o mecánico, tenía el aspecto de haber bebido o de estar drogado y tenía una terrible mirada que me dio miedo. Rogué porque no me escogiera a mí y apreté los ojos deseando ser invisible cuando se acercó a nosotras. Cuando volví a abrir los ojos el hombre estaba parado junto a mí tomando de la mano a una de las otras, una mujer bajita y entrada en carnes que le sonreía complacida. Esto me sorprendió, no me explicaba como pudo haber preferido a esa mujer y no a mí. Se dirigieron a una de las habitaciones y al apenas cerrar la puerta me sentí defraudada, realmente creí que me escogería a mi y me di cuenta entonces que lo que me excitaba en ese momento era el peligro y la anticipación.

Me sentía insatisfecha así que decidí luchar con las otras por la atención del siguiente hombre que entrara ahí sin importar su apariencia, y tuve éxito. el hombre satisfizo mi morboso placer y el siguiente y todos los demás que me escogieron hasta que la sensación perdió fuerza y empecé a hacerlo todo mecánicamente, pensando que cada hombre al que satisfacía y me humillaba era un punto más a mi favor en mi penitencia para lavar la culpa de haberme traicionado a mi misma, la vida que había dejado atrás, pero sobre todo a ti- dijo Mara levantando la vista para ver la reacción de Pablo- y como te había abandonado sin darte siquiera una explicación.

Una noche oí desde mi cuarto como Mario hablaba con Doña Juana y le decía que había conseguido a un tratante de blancas que estaba interesado en mí, que como era joven , fina y de muy buen ver pensaban asociarse para venderme a ese hombre que me llevaría a un burdel en Europa. Esto me aterrorizó y me decidió a escapar aún sintiendo que no había expiado todas mis culpas, habiendo estado ahí no sé cuantos meses sin darme cuenta del paso del tiempo.

Pero Doña Juana me tenía aún vigilada. por mi origen decía que no confiaba en mí y me repetía como otras que Mario le había llevado escapaban tras unos días de servicios y me decía que no permitiría que eso pasara conmigo, que atraía mucha clientela y además mintió diciendo que había pagado mucho dinero por mi. Además yo sabía que ella ya no tenía ninguna intención de separarse de mí hasta hacer el negocio que tenía en mente con Mario.

Cuando Doña Juana no estaba tampoco tenía oportunidad de escapar pues dejaba a la más veterana a cargo de la casa, la llamaban Gaby, aunque imagino que los nombres que usaban eran solo nombres de trabajo. Esa mujer me odiaba como las otras por según ella haberle quitado sus mejores clientes y no me quitaba el ojo de encima. Además estaba el Tuco, un jorobado, disminuido mentalmente que como un perro vivía en una caseta de lamina en el patio frontal de la casa e impedía que saliéramos de la casa las que estábamos ahí "a prueba", en ese momento solo yo, e impedía que los no invitados, como la policía o borrachos sin dinero, entraran. A veces el Tuco entraba a la casa a ayudar en algún trabajo pesado como mover un mueble o a limpiar los pisos y cuando lo hacía se le notaba la lujuria en la mirada al ver a las mujeres con sus pequeñas faldas y amplios escotes, pero prestaba especial atención a mis piernas, no se atrevía siquiera a verme a los ojos, solo mi pecho y piernas, me daba lástima pero a la vez me llenaba de asco pues era repugnante ver como un hilillo de baba se le escapaba de la boca al ver mi cuerpo y las otras se burlaban de mi por mi reacción, llamándome princesita.

Noche tras noche y cliente tras cliente, el dinero que recibía por mis servicios se fue acumulando en mi colchón, pero no me importaba, ni siquiera lo contaba, ni lo tomaba en cuenta, en aquel momento podría haberme entregado por un trago fuerte o un cigarrillo, pues el sucio placer de la humillación me dominaba al mismo tiempo que sentía que cada penetración, la situación que me auto imponía se acumulaba en mi penitencia por haber caído tan bajo sin importarme la gente que me amaba sinceramente.

Además en aquel lugar no necesitaba comprar zapatos, ni ropa, ni comida pues todo me lo proporcionaba mi regenteadora. El dinero se acumuló hasta que un día por morbosa curiosidad, al querer saber a que cantidad se comparaba mi penitencia, llegué a contar cinco mil pesos, cifra con la que las otras ni siquiera soñaban. Esto me dio una idea que fue madurando en mi cabeza con los días hasta que una noche decidí poner en marcha mi plan para poder escapar lo más pronto posible de ese lugar, así que me acerqué a Gaby y traté de platicar con ella de cualquier intrascendencia, fue imposible, no teníamos nada en común y su cultura era muy limitada, por lo que aprovechando la ausencia de Doña Juana me dejé de rodeos y le propuse mi idea, le dije que le daría mis cinco mil pesos si me ayudaba a escapar. Sus ojos brillaron de codicia y sonrió como imaginándose lo que haría con tal cantidad, pero luego me vio a los ojos con despreció y tras pensarlo un poco más me dijo que era imposible.

Un cliente llegó antes de poder responderle y me escogió a mi, el hombre se tomó su tiempo y yo solo quería que terminara para poder salir y seguir tratando de convencer a Gaby, pero parecía saber que entre más se tardaba más me hacía sufrir. El tipo, completamente borracho, comenzó a insultarme, ya antes me había poseído cuando todos se habían enterado de mi origen y en manadas como bestias desfilaban entre mis piernas para gozar humillando a una mujer cuya clase odiaban pero muy a su pesar deseaban. El hombre comenzó relatarme la primera vez que me había comprado y poseído, buscando las palabras que pensaba me lastimarían más, y esta vez el morbo y placer de la humillación habían desaparecido por completo, las palabras del tipo me estaban haciendo despertar de mi trance físico y lo que me decía me dolía hasta el alma y comencé a llorar sin poder contenerme. El hombre se enfureció ante mi reacción y comenzó a abofetearme bestialmente hasta que satisfizo su furia e incorporándose se retiró dejándome con la cara amoratada y adolorida.

Al regresar a la sala Gaby todavía estaba ahí, me recibió con una sonrisa irónica, disfrutando el estado en el que el tipo me había dejado, me dijo que todas tenían que pasar por eso alguna vez y me dio la espalda para seguir fumando con descuido. Volví a rogarle que me ayudara a escapar, ahora con mas ahínco y le dije que además de el dinero que le ofrecía, al escapar, conseguiría más y se lo haría llegar. Ella hizo un gesto como si lo pensara, pero era obvio que durante mi ausencia había tenido tiempo para pensarlo y forjar un plan, regodeándose en el poder que repentinamente tenía sobre mí.

  • "Esta bien" me dijo sonriendo "el próximo lunes, cuando casi no hay clientes, la Juana se va a visitar a su novio, ese será el mejor momento, pero hay un problema"

-"Cual?" le pregunté entusiasmada ante la posibilidad de escapar y ella dijo que era el Tuco, que no podría convencerlo a él con dinero pues era casi un animal. Entonces le pregunté que era lo que podía hacer y sonriendo terroríficamente me dijo que lo mismo que hacia siempre, acostarme con él para ganar su lealtad. El solo pensamiento me pareció repugnante por lo que enfurecida le dije que lo olvidara. La ramera dejó escapar una carcajada que hizo a las otras preguntarle que pasaba, pero ella no les contestó.

Pasaron unos días antes del lunes y el hastío y la interminable fila de hombres, sucios y malolientes, que desfilaban mecánicamente sobre mi cuerpo me estaban matando lentamente. Al fin, tratando de pensar solo en mi libertad, cedí y le dije a Gaby que aceptaba su plan. vi entonces de nuevo el brillo en sus ojos, un brillo que esta vez no era de codicia, pero que me hizo estremecer por saber el odio que me tenía.

El lunes llegó y doña Juana no parecía tener intenciones de irse, nos daba órdenes y regañaba caminando por la casa en bata hasta que recibió una llamada telefónica y alegremente se arregló y salió, justo al mediodía. Apenas había salido cuando Gaby me llevó aparte y me dijo que era el momento de hacerlo, que le diera el dinero, me negué y le dije que solo se lo daría al cruzar la puerta. A regañadientes aceptó y salió, yo ya había olvidado la primera parte del plan hasta que ella volvió a entrar llevando al Tuco de la mano. Apenas me vio se le perdió la mirada, parecía desnudarme con los ojos y Gaby lo guió a mi cuarto diciéndole que yo le tenía una sorpresa. Los seguí poco después y cuando llegué Gaby apresurada ya le había bajado los pantalones hasta los tobillos. Me sorprendí al ver una erección normal y de bastante tamaño en un cuerpo tan deforme pero el encanto desapareció al levantar la vista hasta su rostro y ver el hilillo de baba que ya colgaba de su boca. Bajé la vista horrorizada hasta que vi el rostro de Gaby que, arrodillada, sonreía maliciosamente, me apresuró y lentamente empecé a bajarme las pantaletas como deseando que algo ocurriera y detuviera aquella atroz escena, pero nada pasó. Me quité las pantaletas y Gaby, impaciente, me subió la falda sobre la cintura y me tumbó en la cama, luego se dirigió al Tuco y le dijo que esa era su sorpresa, que podía tomarme. Yo solo quería que todo aquello pasara lo más deprisa posible pero el muy estúpido parecía no entender, por lo que Gaby lo tomó por el cuello y lo arrojó entre mis piernas abiertas. Sentí como si una tonelada cayera sobre mi cuerpo. El pobre hombre inmediatamente se empezó a mover torpemente como si me estuviera penetrando por lo que irritada busqué su erección con mis manos y lo acomodé en mi vagina.

Al sentir la tibieza y humedad de mi interior empezó a reírse y a gemir a la vez. Después de mucho tiempo yo volvía a sentir placer gracias a ese cuerpo maltrecho que me poseía, por fin había llegado a lo más bajo, por necesidad me dejaba penetrar por un deforme disminuido mental, jorobado y de apariencia repugnante y lo estaba disfrutando al pensar que así purgaba por completo mi culpa y esa era mi última penitencia antes de escapar de ese infierno. Gaby permanecía aún ahí de pie, disfrutando mi última humillación y, aprovechando el momento de ofuscación, me preguntó donde había puesto el dinero, con el pretexto de facilitarme la huida. Con la mano le señalé debajo de la cama y ella se agachó y tomó la bolsa de papel en la que había puesto el fruto de mis servicios en aquella casa y que ahora por cosas del destino debía permanecer en manos de una "colega".

El Tuco, mientras tanto, parecía estar llegando al orgasmo al mismo tiempo que yo pero al eyacular dejó escapar una gran cantidad de baba que corrió por mi cuello llenándome de asco, pero tratando de concentrarme en mí penitencia apreté los ojos y la idea de mi purificación me llevó al clímax forzando mi orgasmo.

El Tuco se desmontó de mí y se dejó caer a mi lado hasta quedar dormido. Su placidez me llenó de ternura y me recordó a los jóvenes disminuidos que había ayudado en el centro, otra razón más para escapar, por lo que también agradecida acaricié su retorcido rostro. Una obscena carcajada me sacó de mis pensamientos y al voltear el rostro hacia la puerta vi a Gaby con la bolsa de mi dinero en la mano y burlándose de la, a sus ojos, ridícula escena que se presentaba ante ella. Me puse de pie acomodándome la falda y la apresuré para que me abriera la puerta del frente y ella volvió a reír. Me llamó estúpida y dijo que solo quería ver si me humillaba con el jorobado para luego quedarse con mi dinero.

Sentí como la sangre enrojecía mi rostro y la furia se apoderó de mí, el mundo se desdibujó a mí alrededor y tomando una lámpara golpeé a esa mujer en la cabeza, tomé mi dinero y las llaves de su cuerpo sangrante y sin ver siquiera si todavía respiraba salí sin mirar atrás.

Estuve un día perdida en los barrios más pobres de la ciudad esquivando borrachos y violadores hasta que encontré una calle conocida y así pude llegar aquí. Comprenderé que me odies y quieras echarme inmediatamente- le dijo a Pablo llorando - pero por favor, alguna vez fui alguien a quien amaste y por ese recuerdo déjame esconderme aquí, porque me temo que me busca la policía- terminó diciéndole al tiempo que arrojaba la bolsa sobre la mesa y ésta se abrió desparramando un montón de billetes arrugados y pringosos. Pablo no pudo soportar más y explotó en un llanto desconsolado. Mara lo observaba sorprendida pero no se atrevía a acercarse a él para consolarlo pues se sentía impura.

-Siento haberte lastimado tanto, lo siento, me voy a otra parte!- le dijo ella con voz quebrada.

-Es mi culpa- le dijo entonces él interrumpiéndola -yo te empujé a eso, es mi culpa.

-No, no es así, no te tortures. Fue mi deseo, por perder control sobre mí ante mis bajas pasiones, yo soy la única culpable.

-No, es verdad, fui yo. Mario y sus amigos eran mis socios hasta el día en que te trajeron aquí.

-Aquí?- preguntó Mara sorprendida abriendo los ojos desmesuradamente, poniendo toda su atención en Pablo, creyendo que había oído mal. Pablo procedió entonces a relatarle su propia historia y todo lo que había pasado desde el día que conoció a Mario hasta el día que la vio entrar a ella en esa habitación de la mano de los tres tipos, se les entregó y luego desapareció con ellos.

Al escuchar el relato el rostro de Mara se fue transfigurando, se convirtió en una mascara de dolor, sorpresa y odio que miraba fijamente a Pablo, pero luego al parecer considerar sus propias faltas Mara fue bajando la vista con vergüenza aceptando su parte de culpa.

Juntos se fueron de la ciudad y se establecieron en otra donde se casaron sin pompa y sin avisar a nadie, con el tiempo se convirtieron en otro matrimonio de sociedad que hacía su vida cada uno por su lado dando la apariencia de prosperidad y que, cuando juntos, apenas se soportaban, se hablaban solo lo necesario pero seguían unidos por que sabían que se merecían el uno al otro y no tendrían el valor de enfrentar a alguien más que pudiera descubrir su pasado y por esto mismo vivían bajo el constante temor de que un día apareciera una conocida y amenazante figura montada en motocicleta que, por lo que reprimían y mantenían oculto, sabían los arrastraría irremediablemente hacia esa otra vida de la que habían huido.

F I N.