La trampa
Luego, por la mañana cuando nos levantamos, estuve conversando con mi hermano y ahí fue cuando me enteré que todo había sido una trampa ...
La trampa.
Tengo un hermano 4 años mayor que yo, con el que siempre me he llevado muy bien. El primero descubrió su sexualidad diferente y muy valientemente la asumió. Yo sin embargo, la fui descubriendo, pero no acababa de dar el paso. Nuestra comunicación era muy estrecha, no teníamos secretos entre nosotros, pero por mucho que él me alentara a dar el paso, yo no me decidía.
Así las cosas, un buen día salimos con su pareja a tomarnos unas copas y como a las dos de la madrugada, su pareja propuso que pasáramos por su casa, no me recuerdo con que pretexto. Lo cierto es que él vivía cerca del lugar donde estábamos y no tardamos en llegar a su piso, que se encontraba en un cuarto piso de un edificio con ascensor.
Entramos en un piso acogedor y en el salón se encontraba viendo la tele su hermano. Un tío de unos cuarenta y tantos años, moreno. Estaba sin camisa y en short. Lucía un hermoso pecho velludo, de esos que hacen al hombre más varonil. Se levantó a saludarnos y yo me quedé enmudecido. Jamás había visto a un hombre que me gustara tanto. Por dentro me corría una cosquilla pero mi timidez se acentuaba al máximo.
Estuvimos conversando un rato, bueno hablaban ellos, yo no articulaba ni una palabra y mi hermano que conocía mis gustos no necesitaba que yo hablara para saber que aquel hombre me tenía hechizado. De pronto la pareja de mi hermano se percató de que no tenía tabaco y dijo que bajaría un instante al bar para traerse un paquete. Pero para mi sorpresa, mi hermano y él bajaron y nos dejaron a mi y a este tío solos en el piso.
Cuando me vi solo con aquel macho en el salón, me puse muy nervioso. Ahora no me quedaba más remedio que participar de la conversación. Alberto resultaba un intercomunicador muy jovial, se percataba de mi timidez y no se adelantaba a los acontecimientos. Fue a la cocina y trajo un par de copas con vino y se sentó a mi lado. Al darme mi copa sentí como sus dedos rozaban los míos y eso aceleró el ritmo de los latidos de mi corazón. Se quedó sentado junto a mi y su pierna velluda rozaba la mía, que permanecía vestido como cuando había llegado.
De repente, Alberto puso su copa en la mesita del salón y se acomodó en el sofá en el que estábamos sentados, colocando su brazo derecho por encima del respaldo del sofá que quedaba a mi espalada. No me tocaba pero estaba ahí. Ahora me puse más tenso. Estaba al salir corriendo de aquel lugar, pero por otro lado aquel hombre me encantaba y deseaba intensamente estar ahí. Y en ese momento con su otro brazo me tomó del hombro y nuestros rostros se acercaron, sus labios se acercaron a los míos y allí estuvieron unos segundos antes de decidirse a tocar mis labios. Su boca besó la mía, nunca había besado a un hombre y me pude muy nervioso. De momento no correspondí a su beso, pero tampoco lo rechacé, simplemente no sabía que hacer con un hombre que me gustaba. Y Alberto actuó muy inteligentemente, continuó besándome mientras que yo poco a poco comencé a corresponder a sus besos casi sin darme cuenta. Su boca besaba la mía, su lengua comenzaba a introducirse en mi boca, mientras que una de sus manos con torpeza comenzaba a desabrochar los botones de mi camisa. Cuando un par de botones cedieron su mano fuerte se introdujo por debajo de mi ropa y fue a acariciar mi pecho, mientras un beso profundo me dejaba casi sin aire. Sus caricias y besos continuaron, su boca saboreaba mi cuello, ya me había quitado la camisa, cuando yo reaccioné y le dije que tuviera cuidado que en cualquier momento podrían llegar mi hermano y el suyo.
Alberto me dijo: No te preocupes, cuando sienta la llave de mi hermano en la puerta nos da tiempo a separarnos y ellos no se darán cuenta de nada. Y continuó besándome. De esa forma yo estaba acostado en el sofá boca arriba y Alberto sobre mí me cubría. Su pecho velludo acariciaba el mío y mis manos acariciaban su espalda. Alberto entonces, me quitó el pantalón y los calzoncillos y me dejó desnudo en el sofá. Yo quería morirme, sentía terror por la llegada sorpresiva de mi hermano, podría vestirme pero no podría borrar las huellas que mi cara de alteración y deseo reflejaban. Y por eso fui yo quien le pidió que fuéramos para la habitación. Pero antes la lengua de Alberto saboreó todos los rincones de mi pecho y yo me electrocutaba de placer.
Yo estaba cada vez más nervioso y fue entonces que Alberto me dijo: Vamos para mi habitación. Me acompaño a la habitación, me acosté en su cama y él apagó las luces, me quedé totalmente a oscuras, mientras él arreglaba el salón y recogía la ropa. Pasaron algunos minutos, para mi fueron interminables, la casa se quedó totalmente a oscuras, cuando sentí que Alberto entraba a la habitación. Se acercó a la cama y estaba totalmente desnudo como yo. Puso su cuerpo sobre el mío y sentí un calor delicioso y volvimos a fundirnos en interminables besos. Sus besos me dejaban la mente en blanco cuando de pronto empiezo a sentir su polla, dura como un palo y como se introducía entre mis piernas. Aquello me dio un susto aterrador, Alberto tenía una polla descomunal, no solo por lo grande, sino por lo gorda, de seguro que si se le ocurría colocarme semejante aparato me iba a descojonar. Tenía que largarme de allí a como diera lugar. Pero Alberto era mucho más fuerte y estaba sobre mí y sus besos hacían que yo perdiera toda voluntad de resistencia. Y él un hombre experto sabía como anular toda mis posibles protestas, con una mezcla de fuerza y cariño que se hacía irresistible.
Fue entonces que Alberto me dijo: Ciertamente tengo un buen aparato, pero no es tan grande como tu dices, lo que pasa es que estás muy nervioso y las cosas te parecen más grande de lo que son. De todas formas no temas que lo que quiero hacer contigo es el amor y no un acto terrorista. Sonrío y me volvió a besar y acto seguido su boca empezó a saborear mi cuello y yo me quedé petrificado de placer.
Mierda, cuando pude toqué con una de mis manos su polla, la traté de palpar por el tronco y mi mano casi no podía ni cubrir la mitad de aquel aparato. Pero su boca no cesaba de besar mi piel, su lengua saboreaba mi sudor y cada vez estaba siendo más dominado por aquel macho.
Cuando Alberto se levantó por un momento, no tenía fuerzas para nada. Encendió una pequeña lámpara que estaba sobre una mesita al lado de la cama, con una luz tenue y rojiza. Con una de sus manos me volteó y me puso boca abajo. Aquello me preocupó, traté de volverme boca arriba, pero de nada me valió pues antes su cuerpo estaba sobre el mío y su boca empezó a besar mis piernas. Poco a poco sus besos iban subiendo hasta que pronto sentí que su boca estaba besándome las nalgas. Su lengua empezó a lamer el mismo medio hasta que llegó a mismísimo culo mío, sentí un corrientazo que me hizo saltar, su barba me hincaba y sentí como con sus manos separaba mis piernas que quedaban al alcance de su boca.
Por unos segundos me mantuvo abierto, sin acercarse y luego cuando me besó el mismo culo, casi se me fueron todas las fuerzas del cuerpo. Comenzó a mamarme con tanta pasión que pensé que me iba a enloquecer. Su lengua jugueteaba con mis esfínter mientras que mis manos daban golpes a la cama enloquecido. Continuó mamándome el culo casi hasta dejarme sin fuerzas. Y de pronto comenzó a acariciarme el ano con uno de sus dedos, lo tenía lubricado, lo acariciaba haciendo círculos y poco a poco se iba introduciendo en mi culo lleno de su saliva. Lo hizo de una forma tan delicada e inteligente que no sentí dolor a pesar de ser virgen. Su dedo presionaba y en la medida en que mi culo cedía entraba. Luego lo sacaba, lo volvía a lubricar y volvía a juguetear con mi culo y lo continuaba dilatando.
Muchas veces repitió esa operación, sentía que su dedo continuamente entraba y salía de mi culo, cada vez más fácilmente. De pronto me di cuenta que no entraba tan fácilmente, porque ahora eran dos de sus dedos los que entraban y salían. Y así continuó dilatándome hasta que logró utilizar tres de sus dedos. Me había puesto el culo listo para disfrutarlo y yo estaba acojonado, pero no podía hacer nada por impedir que me siguiera dilatando, pues estaba sobre mi.
De pronto sentí que sus manos abandonaron mi culo, que lubricó su polla y la presentó a la entrada de mi culo. En ese momento traté de escaparme, pero sus manos sujetaron con fuerza mi cintura y me controlaron de nuevo. Ahora fue cuando me dijo: No te resistas porque lo único que vas a lograr es que al retenerte con fuerza se me vaya la polla y te la meta hasta el tope, yo no te voy a hacer daño, solo te voy a presentar la puntica, para que la disfrute y ahí me corro, pues estoy a punto de soltar la leche. Me quedé entonces más tranquilo, si estaba a punto de correrse esto podía durar poco y en definitiva si solo me introducía la puntica, no iba a ser peor que sus dedos. Y la cabezota de su pollona dominó la entrada de mi culo, que casi estaba al rajarse.
Alberto no fue brusco, pero dejó su polla así presionando mi culo que poco a poco se iba entregando. Sus movimientos eran suaves y cada vez sentía que me entraba un pedazo de polla mayor. La sacaba un poco y al volver a entrar ganaba un poco más de territorio. Me di cuenta que de esta forma me la iba a meter hasta los cojones, traté de revirarme, pero sus fuertes manos aguantaron mi cintura y sentí como aquello entraba hasta lo más profundo de mis entrañas. Solté un grito de espanto. Cuando sentí que una voz preguntaba por nosotros, era la pareja de mi hermano y Alberto le dijo que estábamos cansados y que nos habíamos acostado a dormir y que mañana nos veríamos. Mientras Alberto hablaba con su hermano, con su mano me tapaba la boca para que yo no hablara y comenzó a embestirme lenta pero continuamente de punta a punta. Los hermanos hablaban mientras mi culo era destrozado por la polla de Alberto. Sentí como se alejaba a su habitación, mientras que Alberto aumentaba el ritmo de sus embestidas.
Yo me fui acostumbrando a aquello y mi rabo estaba duro hasta partirse. De pronto Alberto empezó a subir su cadera de forma que ahora su polla al entrar acariciaba mi próstata y aquello me empezó a dar un placer desconocido. Su ritmo de embestidas aumentó, su cuerpo traspiraba sudor por todo sus poros, su sudor bañaba mi cuerpo y se mezclaba con el mío, sentí que me sacaba la leche mientras los músculos de sus brazos me apretaban con tanta fuerza que sentí temor a que me lastimara. Y pronto sentí como su leche caliente entraba en mis entrañas.
Luego sus músculos se volvieron a poner flácidos y su respiración a normalizarse. Sacó su polla de mi culo de un golpe, me abrazó de frente, nos dimos un beso profundo y después me dijo: Quiero que seas mío.
Luego, por la mañana cuando nos levantamos, estuve conversando con mi hermano y ahí fue cuando me enteré que todo había sido una trampa. Que Alberto me había conocido anteriormente, que mi hermano sabía que a mi me gustaban los hombres como él y que me invitaron a salir para que tomara algunas copas, para después llevarme hasta su casa y dejarme con él, para que de esa forma acabara de dar el paso que no me atrevía.