La Trampa
Para Ricardo mi novia es un objeto del deseo, mucho más que su propia pareja. Pero ella le odia a muerte. Sin yo saberlo él aprovechará un fin de semana en una casa rural para conseguir lo imposible. A día de hoy todavía no sabemos muy bien lo que ocurrió, quizá fue sólo una pesadilla.
Han tenido que pasar 5 años para que saque valor y me atreva a exortizar ciertos demonios. Me ha dicho un "enteraillo" que contarlo, escribir sobre ello, me ayudará a superarlo, aunque no estoy muy seguro.
En fin, vayamos al tema. Me llamo Jesús, cuando ocurrió todo esto que voy a contarles estaba a punto de cumplir los 30. Llevaba 11 años con mi novia Mónica que era, es y espero que siga siendo la mujer de mi vida. Todo lo que les he de contar nos ha hecho mucho más fuertes, pronto lo comprenderán. He visto que la gente suele describirse en estos relatos, espero hacerlo bien. Ambos somos madrileños, de Las Rozas. Aunque no sea el mejor para describirme he de decir que soy bastante resultón, en realidad nunca he tenido problemas para ligar. Soy bastante alto, pelo castaño claro, delgado y con ojos muy azules. Suelo vestir caro, me preocupa la moda y me cuido bastante aunque sin obsesiones.
Dicen los psicólogos que buscamos parejas parecidas, pues bien, Mónica lo es. Es bastante alta, creo que 1,73, tiene un pelo negro largísimo, liso y muy brillante. Una 90 de pecho, muy firme, de tacto fabuloso y con un montón de pecas que lo adornan extraordinariamente. También está bastante delgada, con un trasero estrecho y durísimo. Lo cierto es que se cuida un montón, le gusta tener el vientre plano, la piel suave y es del tipo de mujer, reservada y elegante, que me dejaría de hablar si se enterase que les estoy contando todo esto. En fin, somos una pareja bastante compenetrada, apenas reñimos, hablamos un montón y nos entusiasma salir a gastar dinero.
Una de aquellas salidas es la que les voy a contar, y lo haré porque sin duda, nos ha cambiado la vida. Por entonces hacíamos excursiones en moto de fin de semana. Solíamos salir solos y, en ocasiones, con algunas parejas de amigos. Para el fin de semana anterior a la navidad teníamos reservada una casa rural en la Sierra de Gata, al norte de Cáceres. Había hablado con el dueño por teléfono, él vivía en la propia casa, en el primer piso y a nosotros nos reservaba la superior, con un magnífico salón, 2 habitaciones, aseo, un gran ventanal que daba al bosque y su propia salida independiente al exterior. El caso es que se apuntaron a la excursión un par de conocidos, que no amigos. Él había sido compañero de carrera, uno de esos tipos con los que da gusto salir de farra, y precisamente por eso las relaciones entre él y Mónica eran francamente malas. Ricardo era un fulano alto; calculo que 1,90 metros, de estos que se dicen robustos y fuertes, pero que en realidad empiezan a ser gordos. Moreno, de pelo corto, muy corto, uñas mordidas, ojos oscuros, piel tostada, algo infantil y muy, muy lenguaraz, un tipo con labia. La novia era bastante silenciosa, muy de su gusto. Bastante bajita, pechugona, pecosa, morena de pelo rizado y largo, con un culo estupendo y unos magníficos ojos pardos.
Salimos el viernes después de comer por San Martín de Valdeiglesias, siguiendo por Arenas de San Pedro, etc. La carretera era bastante buena, con muchas curvas que es como nos gustan a los moteros y con poco tráfico. Íbamos a buen ritmo, parando un par de veces por el camino y llegando antes del anochecer.
No nos costó nada encontrar la casa. Por fortuna era la más cuca del pueblo. Con gruesas paredes de piedra, ventanas de madera, junto a un río, rodeada de árboles, en fin, muy bucólico todo. Por suerte no desmerecía a las fotos de la revista. Hasta el dueño era típico. Un antiguo agricultor, viudo, con la piel destrozada por jornadas de campo, bajo, robusto, muy calvo y con unas manos enormes que parecían de madera. En lo alto una gorra sucísima de colores verde y blancos. Como era de esperar el tipo era parco en palabras, por no decir que bastante grosero. "Niñatos de ciudad" debió pensar al vernos.
La noche empezó bastante bien. Para demostrar que sí éramos chicos de ciudad necesitamos encender unas teas, varios periódicos, tres pastillas y algo de gasolina para darle vidilla al fuego en la fantástica chimenea del salón. A su lado había dos sofás de piel oscura, donde habríamos de pasar la noche. Una botellita de Jack Daniels desentumeció nuestros músculos, soltó nuestras lenguas y rompió el hielo entre Mónica y Ricardo. Su novia también empezó a soltarse, riéndonos todas las gracias, poniendo de su parte y hasta diciendo alguna picardía. Por desgracia Mónica no estaba tan contenta, bebía, aunque no es muy dada y sonreía de compromiso.
Al rato a Ricardo se le soltó del todo la lengua y les descubrió nuestro gran secreto de la noche. Antes de venir habíamos hecho una importante compra online de lencería para nuestras parejas. En principio eran para sacarlas una vez nos diésemos las buenas noches, pero él dijo de dárselas ya. Así que las sacamos, yo le había comprado a Mónica un magnífico corpiño rojo, con encajes negros, sin tirantes, que subiría su pecho haciéndolo muy apetecible. Siempre tuve predilección por las cabareteras al tipo Toulouse Lautrec. Debajo unas braguitas negras muy minis, sin llegar a ser tangas, y también unas medias altas. Para Julia él fue algo más atrevido. Un traje cuasi transparente. Muy ceñido. El caso es que se lo dimos y se partieron de risa. La sorpresa vino cuando Julia dijo de ir a su habitación y probárselo. Yo pensaba que Ricardo le iba a decir que más tarde, pero la animó a hacerlo. Decía que ya nos habíamos visto todos en la playa, en bikini, y que eso no cambiaría mucho.
Cuando Julia apareció por la puerta me quedé sin respiración. Era una de esas chicas que normalmente, por la ropa que llevan, no suelen llamar la atención, pero con menos trapos te dejan impresionado. Apareció con un traje de cuerpo entero, abierto a ambos lados de las piernas, que transparentaba unos grandes pezones y las sombras, las magníficas curvas de unos pechos soberbios. Debajo un tanga negro que no dejaba demasiado a la imaginación. Debía tenerlo todo muy, pero que muy recortado. Mengano dijo un par de procacidades, ella se las rió ruborizada y se sentó junto a él en el sofá. Mónica siempre había dicho que esta muchacha era una hervida, una pava, así que aquello la dejó tan pasmada o más que a mí. Ella siempre ha sido muy vergonzosa y a esas alturas de la noche no llevaba demasiado alcohol en la sangre como para empezar a desvariar.
No pongas esa cara de tonto, ¿quieres ver como me queda eso que me has comprado?- Dijo Mónica. A Ricardo casi se le salen los ojos de las órbitas, como en los tebeos. Ella había pedido mi aprobación para el atrevimiento.
Para eso te lo he comprado cariño, para vértelo puesto-
Tardó un poco, pero cuando apareció en el salón, con la luz del fuego, desee por un segundo que estuviésemos solos. Los corpiños le encantan, y este le quedaba de impresión. Su alto precio merecía la pena. Muy ceñido en la cintura y, como me imaginaba, levantándole los pechos provocativamente. Creo que ella se los subió más de la cuenta porque los pezones amenazaban con salir por el escote y la aureola se empezaba a insinuar. Sus hombros, su cuello con el pelo recogido "su todo" la hacían increíblemente apetecible, un auténtico confite. Más abajo la vista era aún mejor. Esas braguitas discretas, negras y reducidas, aunque no demasiado. Unas piernas larguísimas, con medias negras que parecían salir de un anuncio.
-Guau chicas, estáis que quitáis el hipo.- Ricardo no se cortó un pelo en mirar, la verdad es que nunca lo hacía. Le faltaban ojos para mirarlas a ambas de arriba a bajo. Lo cierto es que me sentí un poco molesto, bueno, bastante molesto, de que mirase así a Mónica. Por fortuna el alcohol empezaba a hacer sus efectos y preferí sonreír. Por el contrario y siendo como soy un tipo muy vergonzoso, preferí mirar a su novia discretamente, aunque a ella parecía no importarle lo más mínimo, bueno, a ambas a decir verdad. Se sabían deseadas y seguro que, como nosotros, ya se maliciaban una fantástica noche de sexo.
- Es verdad las dos sois estupendas, ambos somos muy afortunados. Seguro que a nosotros no nos quedan los boxer igual.- Traté de ser lo más correcto posible, pero ya empezaba a retorcerme pensando en esas miradas lascivas a Mónica.
-No seas finolis joder, están para irnos ya a la cama y sin cenar.- Todos le reímos la gracia a Ricardo y ayudó a relajar el ambiente. La cena fue estupenda, unas fruslerías y algo de vino tinto de la Tierra de Barros. Ellas ni siquiera se cambiaron, no me cabe duda de que había algo de pique entre ellas. Una por ser mujer de mundo, elegante, independiente y segura de sí misma, y la otra por todo lo contrario, era la belleza evidente contra la discreción más absoluta. Podríamos decir que eran dos formas de ver la vida, y ambas pugnaban por llevarse todas las miradas.
Tras el postre vinieron unas copas cargaditas y una marejada de licores. Yo empezaba a atolondrarme y Ricardo no dejaba de sacar conversaciones picantes, estaba realmente cachondo y las insinuaciones a Julia subían de tono cada vez más. En un momento dado ella se levantó. Estábamos todos sentados en la alfombra, alrededor de la mesa. Entonces se puso de pié mostrándonos sus tremendas curvas.
-¿Nos sentamos?-
-Si claro, estoy incomodísima con este corpiño, se me corta la respiración- Dijo Mónica. En ese momento me levanté para ocupar uno de los dos sofás que había en el salón. Un mueble tremendo forrado con terciopelo rojo y que ya hacía décadas había vivido su primera juventud. En principio y dado que no había sitio para los 4, la idea era sentarme para que Mónica se pusiese encima mía. Pero según lo hice, fue Julia, que ya estaba de pie, la que pidió hueco y se sentó sobre mis muslos, con sus piernas colgando en un costado. Yo sonreí, tratando de quitar hierro. Pensaba que Ricardo se iba a molestar, pero de eso nada, por alguna extraña razón sonreía. La verdad es que ella estaba buenísima. Sentí su carne dura tras la tela del vestido. Hasta su olor era pura lujuria. Trataba de no mirar, levantando los ojos, pero en algún descuido pude ver unos muslos estupendos y dos pechos fabulosos, que se movían con la respiración chocando contra mí. Ella, sabedora de todas sus armas, se echó para atrás, como queriendo desentumecerse, pero ofreciéndolo todo, dejándolo al alance de la mano. De buena gana la habría devorado, pero resistí. Mónica me miraba con los ojos muy abiertos, observando cualquier detalle, por mínimo que fuese y sabiendo perfectamente cuales eran mis pensamientos.
Para no quedar como un tonto, como un cortado, le puse la mano en la cintura, justo donde empieza el trasero. Un lugar que, por cierto, me entusiasma.
-Oye bonita, creo que ese es mi sitio ¿no te parece?-
-¿Pero que miedo tienes Mónica?, lleváis toda la vida de novios, no irás a pensar que ahora voy yo a tontear con Jesús y él se va a excitar- Caray con la pavisosa, ya dicen que las calladitas son las peores. Y para más inri, TODO lo que había dicho era cierto, estaba tonteando y me estaba excitando.
-Ven Mónica, no te pongas celosa. Siéntete encima mía.-
-Eso no te lo crees ni tú, me quedaré aquí mismo, en el suelo, hasta que a tu chica se le ocurra bajar de mi novio- Lo dijo con cierta gracia, así que se la reímos.
-Bueno, pues tú te lo pierdes. Por cierto, he traído un tema que os va a gustar. Si queréis os doy un poquito a probar y nos vamos a dormir o a lo que sea- Ricardo era el típico catacaldos que siempre está experimentando cositas y le va el vicio como a pocos. Así que sacó una bolsita con unos hongos secos. Tenían una pinta inofensiva, un poco repugnante, pero no más que un tomate seco.
-Vamos, animaros, ya veréis que bien vamos a dormir- Y las dejó sobre la mesa, entre el resto de botellas.
-¿Y esto como se toma?-
-Pues a pelo, o con un poco de pan, lo mismo da. Esta es para los chicos, y esta para las chicas-
-Julia, ¿me lo alcanzas?-
-Si claro- Julia hizo un pequeño esfuerzo levantando su estupendo culo y poniéndomelo, tras el vestido, frente a los ojos. Al dejarse caer se sentó un poco más arriba de los muslos, en blando ya estábamos muy, muy juntitos. Fui el primero en probarlo con algo de pan de molde y he de decir que era bastante asqueroso. El resto me siguieron. Mónica con cara de muy pocos amigos y Julia con gran entusiasmo. Seguimos charlando y al rato los dichosos hongos empezaron a hacer sus efectos. A mí, que ya tenía bastante alcohol, me dio por reírlo todo, empecé a ver algunas alucinaciones, a ver borroso y, lo más curioso de todo, es que no tenía control de mi cuerpo, como si me hubiera quedado sin energía, empecé con un hormigueo que se fue haciendo más intenso y acabé tendido como una paralítico en el sofá.
Mónica, al rato de tomar los hongos se levantó cansada de estar en el suelo, me miró, miró a Ricardo y se sentó sobre sus piernas. El otro abrió muchísimo los ojos al ver a semejante mujerón sentarse sobre él. Ella lo hizo con gran delicadeza, como suele hacerlo todo. Y Ricardo, a diferencia mía, no le puso la mano en la cadera, lo hizo directamente sobre el culo, jugándose un bofetón, pero éste no llegaba. La estaba contemplando impúdicamente, de arriba a abajo.
-Oye creo que con el meneo se te ha salido un pezón.- Era cierto, el corpiño, que todo lo levantaba, sacó uno de sus deliciosos pezones, una pequeña y saltarina maravilla de la naturaleza.
-Si, es cierto- Mónica no hizo ademán de esconderlo, muy al contrario me miró a ver que cara ponía. Yo no podía mover ni el gesto, incluso empecé a pensar que me orinaría encima. Julia parecía dormitar sobre mi pecho y no tenía ni fuerzas para empezar a tontear con ella, tal y como estaba haciendo su novio con mi enamorada.
-Pues cúbrelo mujer, que se va a enfriar- El muy descarado, con la mano que le quedaba libre, cogió el borde del corpiño y lo subió, tratando de rozar con sus dedos la sagrada piel de mi novia. Ella miró atenta, con cara de ensimismada, y no movió ni un dedo, los hongos ya estaban haciendo su efecto y empecé a temer enormemente el descontrol. Era una situación delicadísima y yo no podía decir ni "mu", a todos los efectos yo no era más que un mueble. Mi propio cerebro no quería dar las órdenes para que los músculos de movieran y esa es una sensación que da mucho miedo, muchísimo. Un escalofrío me recorrió la espalda, tenía que intentar salir de allí, moverme, respirar aire fresco, pero no había forma. Además empecé a darme cuenta de que Ricardo, el maldito Ricardo, no había tomado ningún hongo, nos lo habíamos tomado todo nosotros tres.
-Oye, a Julia le encantan estas braguitas que llevas, ella se lo afeita entero ¿sabes?, ¿tú te lo afeitas?-
-Eres un cerdo sabes Ricardo, te desprecio muchísimo, me das asco. Eres un machista insoportable, te crees guapo y no lo eres, y tampoco gracioso, solo eres un maldito gordo fofo, criticón e idiota.- Caray, pues los hongos le habían soltado mucho la lengua a mi chica. Mejor perder la amistad que verla en brazos de otro tipo. Respiré tranquilo.
-Vale, vale, si ya sé que tú y yo no nos vamos a llevar bien nunca, solo era curiosidad- Todo parecía ir bien, Mónica hizo ademán de levantarse, pero no era así. Se tumbó de lado tendiéndose frente a él.
- Yo solo me afeito la línea del bikini, bueno eso y un poco más.- Mónica levantó la pelvis para enseñárselo. Se quedó tendida en horizontal, apoyada en los brazos del sofá, como la bandeja del desayuno. A Ricardo se le salían los ojos. Mónica retiró un poco la tela para enseñar sus ingles afeitadas, la siguió retirando hasta que apareció una ligera franja de pelo oscuro, ensortijado y brillante.
Ni corto ni perezoso, Ricardo dirigió sus dedos hacia ese lugar, recorriendo la línea de las braguitas, ayudándola a retirarlas y no tardó en juguetear con el pelo ensortijado que asomaba. Mónica parecía disfrutar, nunca imaginé que podría sonreír entre los brazos del tipo que más odiaba en el mundo. Él, ni corto ni perezoso, aprovechando la postura, se agachó un poco, retiró las bragas a un lado y hundió su nariz entre el pelo, aspirando, oliendo profundamente.
-Ohhh Dios, hueles tal y como me lo había imaginado.-
-¿Y que más cosas te habías imaginado?-
-Tus pechos, me los he imaginado más de 100 veces-
-Si abres el cordel que corre entre ellos podrás ver si son tal y como pensabas- Y Ricardo, ni corto ni perezoso, procedió a abrirle el corpiño que yo le había regalado. El tipo era un sádico, porque en lugar de abalanzarse sobre ella, de devorarla que es lo que yo hubiera hecho, seguía tonteando, volviéndola loca. Con increíble parsimonia fue soltando el cordel y cuando ya estuvo todo suelto lo abrió descubriendo paulatinamente los pechos de mi chica. Allí estaban frente a él, totalmente disponibles para chuparlos, morderlos, manosearlos pero el desgraciado no lo hizo.
-¿qué tal, te gustan?-
-Me encantan, así era como me los imaginaba, ni más ni menos, son los mejores que he visto- No mentía Ricardo, una talla 90, en su sitio perfecto, proporcionados, suaves, duros y con un pezón que era una delicia. Mónica se estaba volviendo loca y la tenía a su disposición. El carísimo corpiño quedó tendido en el suelo.
-¿Algo más imaginaste?-
-Si claro, os he llevado delante todo el camino en la moto, ¿porqué razón te crees que no quería ir el primero?. Tu culo, el colín trasero te lo levanta que es una maravilla. Desde que te lo ví, hace 4 años cuando fuimos a Jerez, no he dejado de pensar en él- Mónica, ya medio desnuda, se dio la vuelta, tumbada boca abajo en horizontal, con los brazos del sofá y el abdomen sobre los muslos de él.
-Mira a ver si es igual a como esperabas- Yo me quería morir. Ricardo dirigió sus manos hacia las braguitas negras de Mónica y las fue bajando lentamente, por un momento me miró a los ojos cerciorándose de que no me estaba perdiendo detalle. El culo de Mónica apareció en todo su redondo esplendor.
-Bueno Ricardo, ya me tienes totalmente desnuda frente a ti, ¿por donde vas a empezar?, soy tuya.- Pensé que el corazón se me salía por la boca. Ricardo me miró y me hizo una leve sonrisa. Una de esas sonrisas que te echaba en la universidad cuando ganaba el partido de padel. Y siendo el tipo más picado y competitivo que conozco, sabía muy bien cual era su significado. Lo imposible, lo impensable estaba ocurriendo delante de mis narices, bajo los efectos de la droga y sin poder mover ni un músculo.
Ricardo puso la mano abierta sobre el blanco cachete de Mónica, lo acarició suavemente, después el otro, pasó la mano por la espalda y volvió a amasarle el culo. Mientras, ella gemía como una gatita, impaciente por ser devorada. Ricardo se llevó los cuatro dedos de la mano a la boca, como queriendo recoger el sabor de mi chica antes de tiempo. Después los metió entre los cachetes del culo de ella, queriendo averiguar como estaba la temperatura. Para mi vergüenza el gesto que me hizo fue elocuente, decía "ella esta MUY excitada". Ricardo siguió masajeando, con mucho arte todo sea dicho, y ella se retorcía sobre sus piernas. Por los gestos deduje que había explorado en profundidad todo lo explorable y ese, supuestamente, era mi territorio.
-Date la vuelta Mónica.- Y ella, obedientemente lo hizo. Le temblaban las piernas de placer. Pude ver brillar húmedos sus muslos a la luz del fuego.
-Siéntate sobre mis rodillas- Mónica, con mucho cuidado, apoyó su culo sobre la pierna izquierda de él y le echó la mano por detrás del cuello. Sus pechos nunca me habían parecido más bellos. La derecha de Ricardo siguió el masaje, de un pecho pasaba al otro, los estrujaba, los pellizcaba y ella echaba la cabeza para atrás disfrutando, en su aturdimiento, de aquel momento. En un momento él aprovechó la postura y bajó la cabeza para devorar tan suculento manjar; se lo introdujo en la bola con deleite, los sacaba y paseaba toda la lengua por su blanca piel. Primero uno, luego el otro, y así una cadencia interminable que me estaba desquiciando. Le iba a quitar el color. Cuando acabó el repaso, con su acostumbrada-enfermiza paciencia, la echó para atrás y volvió a meter su mano entre las piernas, esta vez con un poco más de brío, con cierta agresividad. Ella gimió de placer, había alcanzado un orgasmo tremendo y se estremecía en manos de otro hombre.
-Mónica, la verdad es que también tenía curiosidad por saber como la chupabas, ¿que tal si te pones de rodillas y me demuestras que la mamas como los ángeles?- Ella actuó obediente, las drogas y el placer que estaba sintiendo le hacían tambalearse atontada. Con alguna dificultad se puso, desnuda como estaba, de rodillas, frente al sofá y entre las dos rodillas de Ricardo. Él puso sus dos manazas sobre la cabeza y la empujó hacia la entrepierna. Desde donde yo estaba no podía ver la felación, tan solo la espalda de Mónica, su hermosísimo trasero desnudo y las plantas de sus pies. Pero tampoco hacía falta ver demasiado, la cabeza de mi novia empezó a subir y bajar según le indicaban las manos de Ricardo, al rato las retiró poniéndolas en los reposabrazos del sofá dejando que fuese ella la que hiciese todo el trabajo. Ricardo, como de costumbre, iba sobrado. El fulano era carne para página de sucesos.
De pronto Julia levantó la cabeza, se había despertado. Miró el panorama y sin decir nada se puso en la misma posición que Mónica. Ni me preguntó que estaba pasando, ni por qué lo consentía, ni nada de nada. Se puso de rodillas frente a mí y se bajó el vestido dejando al aire dos magníficos pechos, verdaderamente grandes, blancos, con unos pezones muy oscuros y tremendos. Una maravilla. Después dirigió sus manos a mi bragueta y me sacó el pene. Tan aturdido estaba que no me había dado cuenta, pero estaba a punto de estallar, en la vida me lo he visto así. Metía miedo, lo juro, mal me está decirlo, pero como los de las películas porno. Con unas venas de lo más amenazantes.
-Caray, parece que te está gustando lo que le está haciendo a Mónica. Él llevaba años queriéndosela tirar, me lo ha dicho un montón de veces, no sabía como hacerlo, pero la desea más que nada en el mundo ¿sabes?. Incluso me hacía vestirme como ella. No va a desaprovechar esta oportunidad. Pero te voy a echar una mano, siempre me has caído bien.-
No pude más que abrir mucho los ojos ante semejante revelación. No podía mover ningún otro músculo. Julia sonrió y se lo puso entre los pechos con todo el mimo del mundo. Yo no tenía ni vergüenza, solo unas ganas tremendas de quitarme esa presión, ese tapón. Al rato de mover los pechos y jugar con mi sexo se lo introdujo en la boca y afortunadamente pude sentir el calor de sus labios. No estaba insensible del todo. Empezó besándolo con muchísimo cariño, un beso muy sonoro, con la boca abierta rodeando todo el glande, un beso tierno, muy sentido. Pero no tardo abrir más los labios, metérselo entero en la boca y empezar el sube y baja. Ella también estaba un poco mareada, no acababa de atinar. Se le salía unas veces o no acertaba a metérselo bien, en cualquier caso en la vida he sentido tanto placer. Y ella, mientras me lo devoraba, porque eso no era chupar, escondió una de sus manos en la entrepierna para satisfacerse. Hacía bien en no contar conmigo.
Levanté un rato la vista para ver que tal iban los otros dos. Mónica seguía con la cadencia, ver su trasero me hizo desearla muchísimo, incluso en ese embarazoso momento, aunque ahora me arrepiento, pensé que me gustaría estar detrás para, mientras se la chupaba a ese desgraciado, poder penetrarla tan a gusto como lo solíamos hacer.
Ricardo quitó las manos del reposabrazos, volvió a cogerle la cabeza para que no la moviese ni un milímetro y de repente se retorció, gimiendo. Yo nunca había visto a un hombre teniendo un orgasmo, el suyo me pareció espectacular he de decirlo. Yo nunca he bramado de esa manera, ni creo que lo haga jamás. Y Mónica no se movió ni un pelo, siguió subiendo y bajando sumisa, como si nada hubiera ocurrido. Ricardo se reía a carcajadas, sin duda era el tipo más feliz del mundo. Y yo no podía quejarme. De alguna manera que no alcanzo a entender me excité una barbaridad cuando él tuvo su orgasmo en la boca que yo besaba a diario y seguí el ejemplo. Un escalofrío me recorrió toda la espalda, pude sentir un estremecimiento por todo el cuerpo, y me alegré al descubrir que aún tenía sensibilidad en manos y pies. Julia no fue tan obediente, después de semejante efusión se la sacó de la boca. Seguía masturbándose lentamente y gimió como una posesa, estaba teniendo un auténtico torrente de orgasmos. Yo desee poder moverme, abrazarla, magrearla, pero no había manera. Derramé sobre sus pechos, y ella empezó a restregar la viscosidad sin parar de gemir, nunca he visto cosa igual.
Ya más tranquilo volví a la otra pareja. Mónica seguía igual, seguro que no se estaba enterando de nada, y Ricardo enseñaba todos los dientes en la sonrisa más grande que he visto jamás. De pronto la apartó, la puso de pié y le abrió las piernas para sentada sobre él. Ella seguía dejándose hacer. Esta vez si que pude ver como él se agarraba el miembro y lo dirigía a su objetivo. La verdad es que el cacharro del muchacho también metía miedo, era tremendo, quizá no tan largo como el mío, pero gordo como un salchichón. Le costó un poco atinar, pero cuando lo consiguió debió llegar hasta el fondo. La cogió de los hombros y la bajó. Ella gimió de gusto y empezó a subir y bajar mientras Ricardo se distraía, ora tocándole los pechos, ora agarrándole y arañándole el culo como un ave rapaz. En un rato el ritmo era frenético. Y mientras Julia, que había tenido un montón de tremendos orgasmos, se quedó dormida a mis pies, medio desnuda y brillando por la humedad, la suya y la mía. Con la luz del fuego estaba preciosa, ambas lo estaban.
Ricardo volvió a correrse como un salvaje, cogió a Mónica y la abrazó contra su pecho. Pude ver como el pene de él se tensaba y curvaba debajo de ella. Mónica estaba agotada. Ricardo dio un largísimo beso en la boca, él también parecía destrozado. Solo habían sido dos orgasmos pero parecía que se le había ido la vida en ellos. Ahora esa vida estaba guardada dentro de mi chica. Ella se quedó desnuda, tendida de lado sobre la alfombra, a la luz de un fuego que ya agonizaba.
-En fin, creo que nosotros nos vamos a ir a dormir. Ha sido una noche estupenda, a ver si la repetimos. Ricardo me sonrió. Desee levantarme y destrozarle la cara hasta dejársela irreconocible, pero seguía sin poder sentir nada de nada. Él cogió de la mano a Julia, la ayudó a levantarse y la limpió un poco con un paño de cocina antes de llevársela al cuarto. Ella también estaba muy mareada, o dormida o vete a saber.
Yo estaba idiotizado, sin poder mover ni un pelo. La habitación se había quedado en una extraña penumbra. Las brasas lo iluminaban todo con un aspecto muy extraño. Observé el cuerpo mancillado de Mónica, tendido en la alfombra y aún sudoroso. Ella dormía inocente. Pero algo en la ventana me llamó la atención, un movimiento entre las cortinas, en el exterior, miré y lo ví. Si la noche había sido dura, aún quedaban unos minutos incómodos para poderla empeorar. El rostro terrorífico, la faz imperturbable del casero, estaba allí, entre las cortinas, lo había visto todo. Naturalmente volví a ponerme muy nervioso, nerviosísimo.
El pomo de la puerta giró lentamente y apareció su cara, parecía una máscara de madera e incluso imaginé que tendría el mismo tacto. No sonreía, y miraba todo el rato el cuerpo desnudo y postrado de Mónica. Se quitó la gorra y la dejó en la mesa de la entrada, junto a las llaves de las motos, recogió las mangas de la camisa. Tenía unos antebrazos gruesos y muy velludos, a juego con todo lo demás.
-Se ha follado muy bien a tu amiga, a mi me gustan un poco más rellenitas, pero esta me valdrá. A ver si tu compañero me da un poco de eso que os habéis tomado, es cojonudo, tú no te puedes mover y tu potra se vuelve muy dócil-
Dios, yo estaba a punto de reventar, no podía de tanta ira, de tanto cabreo, deseaba levantarme y matarlo. De pronto empecé a sentir las manos, podía mover la punta de los dedos, el efecto de la droga se estaban pasando lentamente. Volví a sentir mi corazón saltando desbocado en el pecho.
Mientras, el miserable se agachó y contempló cuanto quiso el cuerpo desnudo de Mónica. Ella estaba echada de lado, frente a la luz que daban los rescoldos de la chimenea, en posición fetal. Ante él una de esas mujeres que había visto en televisión y que nunca, bajo ningún concepto, le habría prestado la menos atención. Para mi escarnio el viejo cabrón empezó a pasear la mano por su muslo, lentamente, con total deleite. Aquella piel suave, blanca y deliciosa era, con mucho, lo mejor que podía imaginar semejante Neandertal. Este no era Ricardo, este quería cobrarse la pieza y disfrutarla cuanto antes. Al poco esos dedos que pretendían acariciar empezaron a agarrar con avidez la carne magra de mi pareja. La cogió del hombro y le dio la vuelta. Sus ojos se abrieron al ver aquellos pechos magníficos apuntando al techo. Los miraba con una cara que me sería muy difícil describir, luego sus ojos recorrieron el resto del cuerpo, observando el sexo, recortado y aún inflamado. Poco le importó que ella estuviese sudando y que sus pechos aún brillasen con la saliva de Ricardo, en un santiamén se los metió en la boca, chupaba uno se lo introducía hasta hacerlo desaparecer y mientras, con la otra mano estrujaba con perversa avidez el otro. Parecía querer quitarle el sabor, después le chupó el cuello, la cara, ella se movía levemente, pero estaba en el más profundo de los sueños. La besó en la boca e incluso llegó a cometer la osadía de meterle la lengua, cosa que nunca pensé podría hacer alguien de su edad. Ahora veía los hilos de baba de este desgraciado surcar el cuerpo de Mónica y mi furia no tenía límites.
Traté de recobrar fuerzas, de empezar a moverme y me imaginaba dándole golpes hasta que su rostro se convirtiese en un montón de carne sin forma, deseaba matarlo como jamás lo ha deseado nadie. Yo sabía que era indigno, no merecía ni mirarla y ahora estaba disfrutando de ella a su gusto. Pero ya dije que el tipo era impaciente. No tardó en darle la vuelta y buscar su verdadero objetivo. El trasero de Mónica pareció grandioso, extraordinario, blanco, terso, en sus medidas justas. Él desgraciado le abrió las piernas y con sus dedos índice y corazón exploró el lugar. La luz tenue de los rescoldos hacía que la escena fuese aún más onírica. Se colocó en posición, tras ella, se echo mano a la bragueta con las formas bruscas que lo caracterizaban y se sacó un instrumento bastante tosco, como no podía ser menos. Pequeño pero muy gordo y ennegrecido. Con mucho pelo y apuntando amenazador a aquel trasero sin igual.
Yo tenía que reflexionar. El amor de mi vida, completamente desnuda, dormida, sin un mísero collar ni un centímetro de tela, entregada completamente a otro hombre, uno de los especimenes más tristes y desagradables sobre la faz de la tierra. Había que sacar fuerzas de flaqueza, recuperar la movilidad. El odio, la furia mortal me ayudaban. Empecé a poder mover las manos, los pies, incluso levemente la cabeza. Pero el baile estaba a punto de comenzar.
El rústico puso su aparato a las puertas de aquel paraíso. Abrió con sus manos los cachetes y viendo que no estaba aquello en situación, escupió. Si, eso hizo, escupir sobre la piel de mi amada, de mi tesoro. ¿De qué abominable película pornográfica habría sacado semejante vileza?. El tipo acertó, pudiendo lubricar el camino y de un empujón lo emprendió. Mónica, que dormía pese al trasiego, despertó de repente sintiendo un dolor nuevo. No era una práctica ajena a ella, es más, aunque no nos prodigásemos, a ella solía gustarle. Pero aquello no tenía nada que ver. Aquella herramienta no era, en absoluto, la acostumbrada. El tipo empezó a moverse cadenciosamente mientras ella se retorcía de dolor bajo su inmundo peso. Al rato dejó de luchar y se preparó para recibir la carga. Todo su cuerpo se estremecía, se movía con cada embestida. Los cachetes del culo se levantaban y separaban. En un momento el miserable llegó incluso a cogerla del pelo y echarle la cabeza para atrás. Yo podía ver como las gotas de sudor resbalaban por su espalda. De pronto un espasmo, el tipo había llegado al final del camino y fue realmente teatral, espectacular, aunque nada parecido al festival de Ricardo. Se volvió totalmente loco, mientras se estremecía llegó incluso a darle un par de palmadas muy fuertes en el trasero y se quedó tumbado encima de ella. Mónica, que había luchado cuanto había podido, se quedó dormida del mismo cansancio. La droga todavía circulaba por sus venas y a mi me ocurría tanto igual. Pude ver como al rato el fulano se levantaba lentamente, se la limpiaba con el corpiño que yo la había regalado, la observaba por última vez y desaparecía tras la puerta.
Nos quedamos los dos en silencio, ella durmiendo y yo intentando escapar del sofá, demasiado tarde. Me deslicé y acabé tirado en la alfombra al lado de ella. Tras poner los nervios a prueba no me quedaban fuerzas, así que tras un rato me quedé completamente dormido.
El sol entró por la ventana y nos descubrió en la cama. Yo me desperté primero con un salto. Llevábamos el pijama, uno al lado del otro. Todo aquello parecía un recuerdo, muy real, muy morboso y sin duda desquiciante, pero yo ya había tenido algún sueño, e incluso pesadillas parecidas. Mónica se despertó como si tal cosa, como otro día cualquiera. Los miembros me respondían perfectamente, la ropa estaba donde tenía que estar y me encontraba extrañamente bien.
-Vaya pedo nos cogimos anoche, increíble. Te recuerdo en el sofá riéndote como un loco. Creo que me llegué a poner el corsé y todo. Espero que ellos estén igual o peor, no me acuerdo bien y me duele todo el cuerpo, estoy molida-
-Yo tampoco cariño, pero los hongos esos me han dado una cantidad de pesadillas y alucinaciones increíbles. Cosa rara me encuentro estupendo-
-Pues a mi me duele todo el cuerpo, vamos a desayunar- Nos vestimos, salimos al salón y allí no había nadie. Eso sí, sobre la mesa una gorra verde y blanca, muy sucia, con unas letras infantiles, creo que de una empresa de fertilizantes y la cara de un zorro que sonriente.