La traición del sueño
A veces, cuando el subconsciente traiciona a una mujer que aparentemente no quiere romper lo tradicional, suceden cosas maravillosas.
Un fin de semana de septiembre, cuando el verano ofrecía sus últimos días de calor, estando en un bar tomando una cerveza por la noche, nos encontramos a un viejo amigo mío, con el que había estudiado en la Universidad. Después del lógico saludo y un poco de charla trivial, acabó por invitarnos a la fiesta que daba al día siguiente en su casa como final de verano. La verdad es que cuando se fue y lo comentamos, nos apetecía a los dos, a pesar de que habíamos estado de vacaciones una semana antes, solo habían sido tres días, y nos atraía el cambio de ambiente por una noche. Además, seguramente conocíamos a algunos invitados, por lo que no seríamos dos desconocidos aislados.
Después de una tarde de playa, dejamos a los niños con los abuelos y nos fuimos a casa a ducharnos y vestirnos para la fiesta. Nos pusimos ropa fresca porque ese día estaba siendo bastante caluroso. Mi mujer se puso un vestido negro de gasa, suelto, por encima de la rodilla y cruzado que le hacía ofrecer un canal de sus pechos espectacular y bastante vistoso. Como ropa interior eligió también un conjunto negro de sujetador con encajes y unas braguitas negras tipo culote con un ribete de encaje en toda su terminación. No pude evitar tener una tremenda erección mientras la veía vestirse. Fui a colocarme tras ella, le puse mi polla entre los cachetes del culo y le agarraba y sobaba las tetas mientras le besaba el cuello. Mis dedos buscaron sus pezones por encima de la tela. Al notar lo que pretendía rápidamente me apartó diciendo:
- Shhhh, quita, quita, que sabes cómo me pongo.
- Ya lo sé, cariño. Por eso mismo lo hago – respondí yo.
Ella se acercó, me besó tiernamente con sus manos en mi pecho y me dijo:
- No seas malo. Que nos liamos y luego no vamos a ningún sitio y me apetece ir a la fiesta, anda. Aunque también podría…
Y diciendo esto empezó a tocarme la polla por encima del pantalón. Se agachó, poniéndose en cuclillas y sin dejar de mirarme comenzó a relamerse mientras abría mi pantalón. Me la sacó y justo cuando parecía que iba a metérsela en la boca, simplemente le dio un beso en la punta. Se puso de pie y entre risas irónicas me suelta:
- Venga, voy a pintarme y nos vamos.
Joder. Me dejó a cuadros. Que hija de… pensé mientras yo mismo me reía. Así que intentando pensar en otra cosa para que se me bajara el calentón, continué vistiéndome. Me puse cómodo al igual que mi mujer, un pantalón blanco de tela, una camisa blanca y unas sandalias de cuero negro.
Antes de ir a la fiesta y por si acaso no había de comer ya que no nos había dicho nada mi amigo, pasamos por un bar de tapas que hay cerca de casa. No nos sentamos, sino que pedimos en la barra. Mientras charlábamos yo no podía dejar de mirar las tetas de mi mujer, aguantado la erección como buenamente podía. Detrás mía se puso un chaval joven, de unos 20 años, a pedir para llevarlo a la mesa. Vi que mi mujer me sonreía, pero con una risa mezclada con pudor, como cuando algo le da un poco de vergüenza. Me giré disimuladamente a llamar al camarero y observé que el chaval no quitaba ojo de las tetas de mi mujer. Me volví y nos sonreímos los dos. Yo le dije que no pasaba nada porque le mirasen las tetas, primero porque a ella le gustaba, aunque dijera que no, por eso se ponía esos escotes y segundo porque estaban espectaculares para admirar lo que se veía e imaginar lo que se intuía. En un gesto de descuido, para colocarse mejor en el banco alto en el que estaba sentada, abrió demasiado las piernas para tener equilibrio y el vestido al ser cruzado se le abrió más de la cuenta, dejándome ver sus bragas, en las que se marcaba perfectamente su coño. Fue una vista fugaz, pero más que suficiente para que ya no pudiera evitar una erección tremenda, que me obligo a colocármela bien en el slip. Aunque lo hice con disimulo ella se dio cuenta y con disimulo se acercó y me la acarició con fuerza por encima del pantalón.
“Parece que te estás poniendo “malo”, ¿eh?” – dijo riéndose.
“Hombre, si te parece. No te basta con enseñarme las tetas, a mi y a todos, que me enseñas el resto. Y contando con que me has dejado arriba con las ganas… normal ¿no? – conteste con el mismo tono de broma.
Terminamos de cenar y nos fuimos a por la moto. Cuando entramos en el garaje no pude aguantarme y la abrace por detrás, llenando mis manos con sus tetas, bueno en verdad me faltan manos, y besándola en el cuello con mi lengua. Se le puso la carne de gallina y de inmediato, el efecto pretendido, los pezones duros como piedras.
“No empecemos otra vez, que no llegamos a la fiesta” – me dijo, mientras yo pegaba mi polla a ella y la insertaba, otra vez, en la raja de su culo por encima de la ropa. Se separó como pudo, se volvió y comenzamos a besarnos con pasión, con lujuria, intercambiando fluidos, lengua y manoseando todo lo que podíamos.
“Ya, ya, ya. Vamos, nos ponemos los cascos y nos vamos, que me apetece una copa. – me dijo. Yo sabía porque me decía esto y pase mi mano por su braguita, comprobando que ya estaba empezando a estar muy húmeda.
Llegamos a la fiesta. Finalmente, vimos que no era en casa de mi amigo, sino que era “prestada”. Era un chalet precioso, apenas a 60 metros de la playa, con un jardín de césped enorme y una piscina. Tenía una estructura en medio del jardín a modo de chiringuito. El ambiente era bastante bueno, la verdad, con mucha gente, música animada, un sitio de lujo. Fuimos a la barra y pedimos un par de copas. Allí mismo nos encontramos con gente conocida y nos pusimos a charlar. Al rato, sin darnos cuenta, ella charlaba con un grupo y yo con otro, aunque prácticamente uno al lado del otro. En mi grupo había una mujer, de nuestra edad, por cierto tenemos 41, que no paraba de mirarme a los ojos. Era morena, ojos grandes y verdes, con el pelo largo, a media espalda y un poco rizado y llevaba una especie de vestido de fiesta, color bronce, más o menos, atado al cuello y un poco suelto. Se notaba perfectamente que no llevaba sujetador y dejaba imaginar unos pechos firmes, no demasiado grandes, y un tanga o… nada, porque no se señalaba nada en su trasero. Fui a pedir otra copa a la barra y llegó ella a por otra.
“Tanta charla da mucha sed- comento ella.
“Si, además el calor que hace esta noche, seca la garganta” – le dije yo, mientras sonreía cortésmente. Tampoco era cosa que me pasara y mi mujer me viera, lo cual hubiera sido motivo de “colleja” por su parte.
“La verdad es que sí, hace mucho calor esta noche. Dan ganas de tirarte a la piscina.” – me dijo mientras se apoyaba con el codo en la barra y se giraba hacia mí. Eso hizo que pudiera ver todo el perfil de sus pechos al natural, tapando su vestido solo sus pezones. Y dando un buche a su copa, se relamió los labios a modo de saborear la copa.
“Hombre, te vas a estropear un vestido precioso” – contesté yo, intentando decirme a mí mismo que diera un toque de humor al momento, porque la visión que tenía comenzaba a turbarme la mente y los instintos masculinos, que dicho sea de paso, seguían activos desde el garaje con el olor y el sabor de mi mujer.
Seguíamos charlando sobre vanalidades y en cada movimiento por leve que fuera que hacía a la hora de reírse o gesticular la conversación la tela de su escote hacía ademán de abrirse y mostrar algo más que el perfil de sus tetas. Yo apenas podía mantener la atención en la charla, por más que intentaba pensar en otra cosa solo estaba atento a ese posible desliz. Ella por su parte no paraba de mirarme a los ojos mientras hablaba. De vez en cuando se miraba sus pechos porque sabía perfectamente que yo no paraba de mirarlas. En cierto modo, sin darnos cuenta la tensión sexual entre ambos había aparecido y no precisamente de forma tibia.
- “¿Nos movemos y damos una vuelta por el jardín? – me invitó mirándome directamente a los ojos y tomándome de la mano de inmediato.
Miré a ver dónde estaba mi mujer. No la vi. Habría ido al servicio o estaría en un rincón que no podía ver. Así que acepté, intentando soltarme de la mano con disimulo, pero pegándome a su cuerpo con el mismo disimulo. Dimos la vuelta a la piscina.
- “La verdad es que tienes razón, estropearía mi vestido con el baño, pero tiene que ser una sensación muy excitante salir del agua con el vestido completamente empapado pegado a mi cuerpo, me refrescaría el calor que tengo”.
Estaba claro que la cosa se estaba poniendo dura…, y la conversación también, je je.
“En estos casos lo mejor es usar la ropa interior como bañador. Ya lo he hecho en alguna boda que terminó en desmadre” – comente sonriendo pícaramente.
“Pues mi ropa interior se limita a un precioso tanga negro de raso con un corazón de brillantes de bisutería justo en la unión de los hilos en mi culo” -
Yo ya no sabía dónde meterme. Estaba empalmado a reventar. La visión de una mujer tan sexy, su olor y la conversación estaba haciendo que el efecto de las copas fuese devastador en mi libido.
- Ciertamente tiene que ser una prenda muy sexy” – le dije mientras la rodeaba por la cintura en un acto reflejo.
Estábamos pasando justo por delante del porche de la casa y ella tiró de mi hacia el interior. Yo miré a mi alrededor y vi que nadie prestaba mucha atención, ya que casi todos se concentraban alrededor del chiringuito y la piscina. Así que la seguí. Me llevó a un dormitorio que había al final de un breve pasillo que partía desde el salón y que tenía una terraza con correderas de cristal que daban al lado izquierdo del porche. Estaban abiertas y tenía unas cortinas muy finas que oscilaban con la suave brisa que se levantaba. La cama era de matrimonio, no muy alta, y los pies estaban orientados a la terraza. Se acercó, me rodeo con sus brazos para tirar de mi y me besó. Primero despacio, con los labios cerrados. Yo no supe que hacer, estaba aún sin saber cómo reaccionar a lo que estaba pasando, pero ella comenzó el juego con su lengua y eso acabó por desarmar las pocas defensas que me quedaban. Me abandoné al momento. Mis manos se posaron en su espléndido culo, sobándolo, agarrándolo. Abría sus nalgas, las unía, metía mi dedo entre ellas.
Ella se separó un metro de mí, y soltó el nudo del vestido, que cayó a sus pies, quedándose solo con el tanga que me había descrito y unas sandalias de tacón negras, en dos o tres vueltas al tobillo. La visión era espectacular. Estaba muy morena, se notaba que hacía topless porque no tenía marcas en sus tetas. Se giró, arqueó la espalda, mostrándome su culo y me dijo:
- “Ves como no te mentía. ¿A qué es precioso el tanga? y mira que corazón tan sexy.”
El tanga era de los que por detrás solo tienen un hilo y allí estaba el corazón, pequeñito y brillante en la habitación que solo se alumbraba con el reflejo de las luces de la fiesta en los cristales. Pegó su culo a mi y me lo refregó por la polla, que ya estaba deseando salir porque reventaba en su cautiverio. Yo cogí sus pechos y comencé a sobarlos, sin tocarle los pezones, solo la aureola. La rodeaba suavemente con mis dedos. Luego le pellizqué con dulzura los pezones, mientras pasaba levemente mi lengua por su cuello. Bajé mis manos por el contorno de sus caderas para pasar a sus muslos y pasar dos dedos por el tanga, hundiendo uno de ellos en su raja, por encima de la tela delatando un ligero toque húmedo que hacía notar la excitación que comenzaba a destilar también a través de sus pezones, ya erectos totalmente, y su gimiente voz. Ella mientras tanto, entre gemidos, con las manos, sin darse la vuelta, soltó el nudo de mis pantalones, quitó el botón y bajó la cremallera, pasando sus manos arriba y abajo por mis calzoncillos, sin meter aún sus manos por dentro. Se giró de nuevo y mientras nos besábamos, desabrochó lentamente cada uno de los botones de mi camisa pasando sus manos con delicadeza por mi pecho y dedicando unas caricias a mis pezones. Luego, bajó mi pantalón y mis calzoncillos lo suficiente para que mi polla quedase libre y ella pudiera agarrarla con firmeza y empezar a pajearla con suavidad en los movimientos al tiempo que me miraba a los ojos, relamiéndose sus labios y susurrándome sus gemidos en mi oído.
Me empujó levemente para que yo cayera en la cama, quedando tendido pero mis piernas fuera. Me quitó la ropa que me quedaba. Se sentó al borde de la cama y comenzó a lamerme la polla mientras la iba acariciando. Acercaba y alejaba su boca mientras me iba haciendo una deliciosa y lenta paja. Cambió de táctica. Se la metió casi entera en la boca succionando. Lentamente la saco de su boca, dejándola completamente lubricada con su saliva y comenzó a mover su mano arriba y abajo, mientras chupaba el glande para luego luego acompasar el masaje de sus manos con su lengua, recorriendo el tronco. Todo esto sin dejar de mirarme directamente a los ojos, como toda la noche. Abrió sus piernas, pasándose su mano por el coño. Se podía ver perfectamente la mancha de sus jugos en la tela, la apartó. Pude contemplar un hermoso coño en todo su esplendor. Rasurado completamente, sus abultados labios brillaban por cantidad de flujo que emanaba de él. De nuevo engulló mi polla, comenzando ahora un ritmo más constante, agarrándola bien y acompañando la mamada con una señora paja. La ensalivaba, se recreaba en el glande, succionando y cerrando sus labios alrededor. Sus dedos jugaban ahora a adentrarse en la vagina, primero uno y luego dos, dentro y fuera. Me los acercó a mi boca para que pudiera probar el sabor de su coño. Yo me había olvidado a estas alturas de todo y entregado al placer, cuando de repente, en un flash, tomé consciencia de que había una silueta en la puerta de la terraza. Era mi mujer. Estaba dejada caer en el quicio, como petrificada ante el espectáculo que contemplaba. Di un respingo y mi situé en el cama apoyado en mis codos. Mi acompañante se dio cuenta y también se quedó quieta. Fueron segundos eternos. Y temí lo que iba a ocurrir deseando estar en cualquier otro lugar menos allí.
Sin embargo, por sorpresa, de repente, mi “amiga” volvió a meterse mi polla en la boca, pero ahora con los ojos fijos en los de mi mujer que seguía sin moverse ni decir nada. Soltó mi polla para, con una mano masturbarse y con la otra pellizcarse sus pechos. Miraba con lujuria mi polla y a mi mujer. Ante esto, mi mujer reaccionó. Se acercó lentamente al borde de la cama. Soltó el lazo de su vestido y se desprendió de él, quedando en ropa interior. Se arrodilló en la cama y comenzó a besarme, mientras con una mano acariciaba mis pechos, estimulando mis pezones, que ya estaban durísimos. Cogí sus pechos y los acerqué a mi boca. Empecé a lamerlos, pasando mi lengua por su canal, separando sus pechos con ella y enterrando mi cara en ellos y mientras yo gemía por la espectacular mamada que me bridaba mi amante, al mismo tiempo que ella recorría con su mano mi pecho y mi abdomen llegando a mi pelvis y tropezando a veces con las manos y el pelo de nuestra amiga. Quité el broche del sujetador y libere esas dos preciosas y tremendas tetas que me apuntaban amenazantes con unos pezones que iban a explotar. Cuando los pezones de mi mujer están así, significa que su coño es un horno y a la vez una fuente de jugos exquisitos, un auténtico manjar para cualquier hombre deseoso de saborear una mujer en toda su extensión. Así que pase mis manos por encima de su braguita, comprobando el calor que emanaba de dentro. Hice la tela a un lado y abrí con delicadeza sus labios, mientras introducía mi dedo corazón hasta el fondo. Lo saqué empapado y me lo lleve a la boca, saboreándolo con avidez. Ahora tenía el sabor de dos coños mezclados en mi boca. Era mi fantasía cumplida y era increíble que mi mujer fuera cómplice y que además, a juzgar por su cara, sus gemidos y sus pezones estuviera disfrutándola como yo.
Mientras tanto mi amante había disminuido el ritmo y la intensidad de la mamada, para que no me corriera demasiado pronto. Cuando yo liberé las tetas de mi mujer ella estiró sus manos para poder sobarlas con maestría al mismo tiempo que yo. Mi mujer había cerrado los ojos y se había entregado al placer que le producían unas manos dedicadas a sus pechos, aún a pesar de que una de ellas fuese extraña y de otra mujer.
Ahora mi mujer fue la que hizo una señal a nuestra amiga para que soltara mi polla, pues era su turno. Mi mujer asió mi polla, la masturbó levemente mientras miraba a mi amante con lujuria y sin apartar la vista de nosotros comenzó a darme una mamada bestial, de las que me suele dar cuando está muy cachonda, ya había cruzado el umbral y estaba entregada al sexo, puro y duro. Mientras tanto, nuestra amiga se subió a horcajadas encima de mi, dándome la espalda y ofreciéndome su coño para que le devolviera el servicio. Se posó poco a poco en mis labios. Yo los separé con mi lengua, lo cual no fue muy difícil porque la excitación hacía que tuviera los labios hinchados y una cantidad de flujo tremenda. Soltó un gemido y al tiempo comenzó a tocarse sus pechos, a sobarlos, pellizcarlos, acariciarlos. Mi mujer no perdía detalle mientras seguía con un trabajo de categoría superior, pero tratando de controlar mi corrida. Todavía no era el momento. Nuestra amiga se inclinó hacia delante intentando compartir manjar con mi mujer, eso hizo que su espectacular culo quedara a mi merced. Comencé a lubricar su ano con sus propios flujos y rápidamente deslicé un dedo dentro, mientras mi lengua empezaba a fijar el objetivo en su clítoris. Sus gemidos iban a más y comenzaba a moverse y restregarme su coño por mi cara. Yo agarré con firmeza sus muslos, para que mi lengua no perdiese ni el ritmo ni dejara de pasar por su dilatado clítoris, mientras que ya eran dos los dedos que tenía en su culo. No tardó en correrse, con un orgasmo intenso y largo. Saqué los dedos de su ano, se retiró de encima de mi y me los limpió, propinándome una mamada en los dedos del mismo calibre que lo había hecho en la polla.
Mientras, mi mujer se quitó las bragas y se sentó a horcajadas, clavándose mi polla hasta el fondo. El calor que pude sentir y la delicia de sus flujos empapando mi pelvis fueron indescriptibles. Comenzó a cabalgarme con sus manos apoyadas en mi pecho. Yo me acomode sobre mis codos para besarla con lujuria. Ella intensificó la cabalgada al tiempo que con una mano se masturbaba con frenesí. Nuestra amiga tenía las tetas de mi mujer en las manos, haciendo que la erección de sus pezones estuviese siempre al límite, con un masaje sin igual primero con las manos y luego con su boca. La situación empezaba a superarme, sentía que la corrida estaba llegando y que iba a ser tremenda. Mi mujer paró un segundo, lo suficiente para sentarse en cuclillas y hacer que me doliera la polla al sentir que había llegado a lo más profundo de su coño. Y comenzó a moverse ahora con más lentitud pero más profundidad, yo metí mis manos bajo su culo, ayudando y acompasando sus embestidas. Sus tetas se movían a ritmo, sin que sus pezones fueran liberados en ningún momento por las manos y la lengua de nuestra amante. La visión de mi mujer con una mano en su coño, masturbándose mientras follaba como una ninfómana mirándome con unos ojos llenos de lujuria y deseo, una tía buenísima acompañando el movimiento de las tetas de mi mujer, sentada a horcajadas en la cama, mostrándome su coño todavía brillante de la corrida que había tenido un momento antes fue el detonante de un orgasmo de la hostia. Momentos antes de correrme se tensaron los músculos de mi cara, por lo que al advertirlo mi mujer se quitó rápidamente de encima y envolvió mi polla con sus tetas, terminando con una cubana maravillosa que hizo que me corriera como nunca. El primer envite de leche golpeó la barbilla de mi mujer, para luego seguir esparciendo mi semen por sus tetas. Cuando termine de soltar leche, se acercó y me beso. Yo la abracé. Cuando abrimos los ojos vimos que nuestra amiga se había colocado su vestido y sonriendo salió por la puerta que dirigía al salón de la casa con un
“Hasta la próxima, ha sido un auténtico placer”.
“Gracias igualmente” Respondimos casi a la vez.
Nos vestimos y salimos por la terraza para irnos a casa.
Este relato es la descripción, mucho más detallada que a priori, de un sueño. Un sueño que tuvo mi mujer. Un sueño que traicionó su subconsciente y que permitió y además disfrutó, que otra boca y otro coño probaran mis labios y mi polla. Y con él empezó otra forma de concebir nuestras relaciones sexuales.
A ella va dedicado este relato. Con todo mi amor y mi deseo. Por lo que me hace disfrutar en cada encuentro. El sexo es para vivirlo y disfrutarlo y si es con la persona que quieres es una de las mejores experiencias en la vida.
Gracias y espero que lo disfruten igual que yo lo he hecho escribiéndolo.