La Torre del Diablo II

Comarca de Tajuña. La villa de Camarzana marca la frontera del país. Una frontera conflictiva desde la edad media. La vieja atalaya de piedra vigila el camino de entrada. Hace siglos se usaba para dar la alarma. Ahora también. En la edad media también fue prisión, ahora también.


El joven teniente:

Año 1850. Un grupo de soldados dirigidos por un teniente llega a lo alto de la colina. Su misión: restaurar en lo posible una antigua torre medieval y establecer allí una posición.

La torre lleva abandonada casi mil años pero su impresionante estructura de piedra parece intacta. Los soldados penetran en el edificio y lo exploran minuciosamente.

  • Está todo entero, es increíble -dice el suboficial.
  • Todo piedra, si hubiera estructuras de madera se habrían derrumbado, pero la piedra podría durar mil años más.

Encuentran los esqueletos de tres hombres. Signos de lucha por todas partes…

  • Han muerto asesinados…
  • Yo diría que muertos en combate. Eso no es un asesinato, soldado.

En la base de la torre descubrieron una estancia circular que se debía haber usado como calabozo. Allí había otro esqueleto. Más pequeño, de caderas más anchas… Aún llevaba grilletes de hierro en los tobillos y de bronce en las muñecas.

  • ¿Un prisionero?
  • Prisionera...

Los soldados restauraron la torre y edificaron barracones y otros edificios de ladrillo alrededor. Construyeron un muro de tres metros de altura, con torretas defensivas de cinco metros. Trabajaron rápido con ayuda de algunos vecinos. Eran momentos de tensión fronteriza. Aquel puesto debía vigilar la frontera cercana.

Al poco tiempo de terminar la obra, los hombres de guardia llaman al teniente. Éste se dirige a la puerta del recinto. Le extraña ver a dos alguaciles locales… Los agentes llevan uniformes viejos y descuidados. Incluso no son iguales, parecen versiones diferentes. Van armados con escopetas viejas, rudimentarias al lado de los modernos fusiles de sus hombres.

Entre los dos les acompaña una mujer joven. Apenas en la veintena. Viste sencilla, con atuendo campesino. El pelo rubio contrasta con su piel tostada. Es hermosa: rostro bello y cuerpo lozano. No está en su mejor día. Los guardias la custodian, sus manos están fuertemente atadas con un cordel.

  • ¿Qué les trae por aquí? -dice el teniente.
  • La prisionera, está acusada de matar a un hombre…
  • ¿En serio? -el teniente pone expresión de incredulidad, le extraña que una mujer atractiva y joven esté acusada de un crimen.
  • Su prometido la engañó… Ayer fue a dormir con ella y no ha despertado, ha sido veneno…
  • ¿Por qué la traéis?
  • Ley nacional, un tribunal local no puede juzgar delitos capitales.

El teniente da las órdenes… Acepta la custodia de la presa.

  • Encerradla en el sótano de la torre, ¿Tenemos grilletes?
  • Sí, los incluyeron en el material para mantener la disciplina.
  • No quiero sorpresas… esposadla de pies y manos.

Al rato llegan noticias inquietantes… la tensión ha pasado a conflicto territorial. La guerra es inminente.

Esa noche, el teniente acaba de leer el manuscrito que encontró en la torre. Es un pergamino antiguo, difícil de leer, idioma antiguo…

Es el diario del sargento que comandaba la torre en el siglo XI, al teniente le parece inquietante:

  • La historia se repite…

Al teniente le ha sorprendido lo que el sargento relata: vigilando la torre en un momento de máxima tensión fronteriza recibió un extraño encargo. Cuando vio pasar la hueste ducal dirigiéndose a atacar al marqués, dos soldados subieron a una prisionera acusada de un delito grave. Debía custodiarla y dar aviso al duque. Esa mujer fue la primera y última persona encerrada en la mazmorra situada en los cimientos de la torre. Aquel espacio se había dejado como previsión para apresar a algún desertor o campesino rebelde, pero nunca se había utilizado hasta entonces.

Al teniente le llamó la atención cómo el sargento describe a la prisionera. Primero casi indiferente. Describe su belleza física pero sin entusiasmo. Después, parece que su aprecio por la mujer va creciendo. Duda de su culpabilidad, le permite salir de la celda…

Ha dado aviso de la presencia de la prisionera pero a nadie le importa… Tiempos de guerra.

El diario acaba abruptamente… “Por la mañana vimos una gran fuerza enemiga avanzando desde el horizonte. Hacemos la señal de fuego y humo. El enemigo avanza. Un grupo de hombres sube la colina, previsiblemente para tomar nuestra posición.”

Acaba con una frase rotunda: “Nos rodea una fuerza muy superior. Dejo la pluma y cojo la espada. Vamos a morir...”.

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Por la mañana, el teniente visitó a la prisionera. Antes de su llegada, había ordenado cambiar la puerta de madera podrida por una reja de hierro. Más segura y que permitía una mejor ventilación y un poco de iluminación durante el día. Para reforzar la iluminación los soldados han colocado un candil de queroseno colgado de una pared. Instruye a los soldados para encenderlo por la mañana, al llevarle la comida a la detenida. La luz no durará todo el día, al atardecer la oscuridad invadirá inevitablemente la celda.

Encuentra a la mujer de pie en el centro de la mazmorra. Ella para al ver gente llegar pero, mientras se acercaba, el teniente oyó el inconfundible tintineo de las cadenas, sonando como campanillas mientras la prisionera forcejeaba en inútiles intentos por liberarse. Los soldados han cumplido las órdenes: grilletes en pies y manos. Además, han unido la cadena de sus pies a una enorme y pesada bola.

Por orden del teniente, dos mujeres que trabajan en la cocina habían pasado previamente a limpiar a la prisionera. Le quitaron la ropa y la vistieron con un sencillo camisón a rayas. Era casi como un mandilón escolar. Tenían instrucciones de lavar a la mujer y cambiar la prenda dos veces a la semana. Dado que se vestía por la cabeza como un vestido o camiseta no era necesario retirar las cadenas que apresaban sus pies. También se colocó un poco de paja en el suelo y se obligó a la prisionera a permanecer descalza.

Ahora, ella permanece inmóvil mirando al teniente y a sus hombres. Su rostro se mantiene impenetrable, inexpresivo, incluso algo desafiante… Probablemente, contiene sus emociones, intenta no verse afectada por lo que deciden sobre ella.

En estas condiciones está claro que no podrá huir. El teniente, se muestra magnánimo y ordena que retiren los grilletes de sus muñecas. Sólo serán necesarios los de tobillo.

  • Pero si se ordena sacarla de la celda, le sujetáis las manos antes de salir.

Inmediatamente, se retira de la pequeña mazmorra. Escribe y envía el aviso para el gobierno militar de la provincia. Declara mantenerla bajo custodia y esperar instrucciones… Con el convulso estado de preguerra no cree que aquel documento vaya a ser atendido en poco tiempo.


El teniente Beltrán y la señorita Casilda

Aquella tarde me avisaron. Tenía una visita.

La recibí en el escritorio… una especie de despacho. Era… era una dama. Aquello me sorprendió mucho… Una mujer joven bien vestida. Señorita de buena familia sin duda. Una atractiva mujer alta, esbelta y de larga cabellera morena.

  • Soy la señorita Casilda -dijo.
  • Teniente Beltrán González -replicó.

Ella actuaba como si yo, si todos, tuviéramos que conocerla. Yo no la conocía pero, desde luego, noté que era de una familia importante de la comarca. Le seguí el juego, actué reconociendo su categoría.

Enseguida me informó de que era hermana de Guzmán Maldonado. Sí… el hombre asesinado, presuntamente, por la mujer prisionera en la mazmorra.

Entonces supe a qué había venido: comenzó a describir todos los defectos de la mujer arrestada (su cuñada). Ella está segura de su culpabilidad. Me anima a que la interrogue fuertemente, a que busque pruebas… Está informada, de momento sólo la mantenemos bajo custodia pero podemos intervenir en el caso… Ser jefe de este puesto me convierte en jefe militar de la comarca. Me hace la pelota…

Me dejo querer un poco… Me gusta como me sonríe. Como habla de modo cada vez más cercano, con voz suave, zalamera. Se mueve mucho, se toca el pelo al tiempo que hace el pecho más prominente. Esas dos tetas puntiagudas no son muy grandes pero sí parecen firmes. Sus pezones están prisioneros bajo al menos tres capas de ropa pero pelean por hacerse notar. Me señalan directamente a los ojos.

No para de hablar… se inclina cada vez más sobre mi mesa. Le devuelvo las sonrisas. La dejo hablar… Me levanto, rodeo la mesa hacia su lado. Ella se apoya en ella, me mira de frente. Poco a poco se acerca a mí… La siento cada vez más cerca… Entramos en contacto… Noto su cuerpo cálido, su piel suave…

La siento pegada a mí… Apenas le saco uno o dos centímetros, sus ojos están justo bajo los míos. Verde claro… limpios, intensos… tal vez traidores. Está nerviosa, tiembla… No está segura de sí misma.

Sólo queda una salida… ella no empezará pero saldrá de aquí derrotada si yo no lo hago. Pego mis labios a sus labios, hundo mi lengua en su boca, la abrazo… Ella lo permite, lo disfruta… es una sensación húmeda, cálida, dulce… muy dulce.

Sin dejar de besarla empiezo a quitarle la ropa… Ella colabora. La ropa de la alta sociedad es mala para esto. Estrecha, con muchos lazos y botones… Las campesinas llevan ropa más cómoda. El uniforme y las dos estrellas en los hombros me han permitido desnudar a algunas de ellas, pero nunca había estado con una señorita de posición. Eso me excita, me acelera el corazón… Noto un monstruito desperezándose dentro del pantalón.

Al fin abrazo su torso desnudo… Puedo besar sus pezones… acariciar sus pechos. Caben en mi mano pero son duros, firmes… Ella me desnuda, mi uniforme es mucho más fácil de quitar. Seguimos con su falda, la enagua, las botitas de cuero…

¡¡¡Ahhh!!! Su sexo está libre, expuesto… lo saludo con un par de lametazos. Ella gime… recorro sus piernas con mis manos. Son largas, delgadas pero fibrosas. Su piel es blanca, suave pero debajo de ella hay una musculatura firme, fuerte.

Nos tiramos al suelo desnudos, entrelazados… ella está excitada…. mucho. Toco su entrepierna húmeda, juego un poco con su clítoris… Responde con chillidos, con jadeos… convulsiona.

La penetro… poco a poco, no quiero acabar rápido. Voy ganando velocidad… Ella no para de chillar y jadear… Termino con gran fuerza, ella grita como nunca… Quedamos abrazados, sudorosos, agotados…

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La invito a comer en el cuartel. En una sala privada. Vino, tres platos… estamos hambrientos. Nos sirve Carmela, la hija de la gobernanta. Su madre dirige a todas las mujeres: limpieza, cocina… imprescindibles.

Carmela es joven, hermosa, lozana… Es todo lo contrario a Casilda. Una mujer campesina, trabajadora… Esqueleto robusto, hombros fuertes, rectos… su cadera es ancha… Pero su cara es hermosa, su pelo largo y negro como azabache. Sus ojos son castaños, castaño claro, brillantes… Viste sencilla con los típicos vestidos rurales de tela básica. Hasta donde puede es coqueta… siempre lleva tirantes y escote. Ese escote deja ver dos enormes pechos. Los pezones miran hacia abajo, el canal entre ambos no existe, las dos masas de carne se aprietan entre ellas. Siempre me sirve las comidas y las cenas… Desde que estoy aquí he fantaseado con quitarle el vestido de un tirón. Con jugar como un niño con esas tetas morenas. Son opuestas a las de Casilda, me costaría abarcarlas, seguramente son suaves, cálidas, carnosas… blandas pero agradables. Hasta ahora ella siempre me había sonreído, me suele hablar con voz dulce, musical...

Yo pienso esto después de haber estado con Casilda. Un tipo del pueblo, hijo de unos panaderos con la señorita más importante de la comarca. Me temo que mi aventura de hoy ha arruinado mis posibilidades con Carmela, hoy está brusca, distante, nos mira con enfado...

Casilda la ignora como siempre hacen los de su clase. Sigue insistiendo… Francisca debe ser castigada. No debe haber dudas de que ella asesinó a su hermano.


Francisca, la prisionera

Esto es horrible. Creo que voy a morir aquí antes de que me juzguen. Y si llegan a juzgarme me ahorcarán al día siguiente. Es mi tercer día aquí… Encadenada, descalza, tumbada sobre la paja, alimentada con sobras vomitivas...

Llegan soldados… ¿Qué quieren? No dicen palabra. Me indican por señas… debo levantarme. Me ponen de nuevo los grilletes en las muñecas… Son dos aros de hierro unidos por sólo tres eslabones. Apenas puedo separar las manos un palmo.

Por un momento, me liberan un tobillo… sólo para desenganchar la cadena de la enorme bola. Pasan cadena y grillete por la argolla grande. Me sujetan de nuevo. Me sacan de la celda… Me llevan a un pequeño despacho… En la mesa de escritorio hay dos argollas colgando por la parte de delante. Parecen un adorno… pero los soldados sujetan la cadena de mis esposas a una de ellas, usan un gran candado. Se van… estoy sola, de pie, sujeta de pies y manos y unida a una pesada mesa de roble.

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Aparece el jefe de los soldados. ¿Teniente?, ¿Sargento?, ¿Capitán?... ¡¡¡Qué más da!!! Estoy a su merced. Él coloca un taburete de tres patas detrás de mí. Me sienta y él lo hace en una silla grande, tras la mesa…

  • Francisca…
  • ¿Por qué me traes aquí?, ¿Qué quieres?
  • ¿Mataste a Guzmán?
  • ¿Por qué lo preguntas?
  • Nadie más lo va a investigar… prefiero hacerlo yo en vez de apretar los dientes cada día por si empieza la guerra.
  • Claro que no lo maté… ¿Por qué iba a hacerlo?
  • Te engañaba…
  • No…
  • ¿Cómo?
  • Hace mucho que no somos amantes. Venía a mi casa todas las noches sólo para dormir.
  • ¿Sólo para dormir?
  • Sí… dormía allí más cómodo que en su casa. Sin aguantar a su hermana. Sé que se veía con otra mujer. Por las tardes… antes de venir a mi casa…
  • Lo siento pero es una explicación muy rara…
  • Yo quería que él siguiera viniendo. Espantaba a los moscones que venían a ofrecerme matrimonio. Querían una esclava, un coño y una granja gratis.
  • ¿Tienes una granja?
  • Fui hija única… heredé las tierras y los animales de mi padre. No soy rica pero vivo bien… Bueno, hasta ahora viví bien…

No puedo evitar ahogar mis últimas palabras en un sollozo. Lo miro derrotada, estirando las manos hasta donde me dejan los grilletes. No sé si estoy pidiendo piedad o sólo resignándome.

Algo raro me pasa… No controlo mis acciones. El interrogador se ha acercado mucho. Aun esposada a la mesa, puedo tocarlo...

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He hecho caso a Casilda. La he traído para interrogarla. Pero esto no se me da bien… Ahora me parece razonable lo que dice. ¡¡¡Qué va!!! Todos se declaran inocentes… Ninguno lo es. ¿Y si dice la verdad? Debo investigarlo yo mismo. Visitar su casa, la de Casilda, buscar pruebas, hablar con testigos. Guzmán pudo haber sido envenenado en otro lugar aunque muriera en casa de Francisca.

¡¡¡Ehhh!!! ¿Qué pasa? Ella parece haber perdido el control… Está encadenada a la mesa pero aun así me toca, me toca la entrepierna… Solloza, entre lágrimas, una y otra vez repite: “yo no lo hice, tienes que creerme”...

Soy débil, la dejo hacer… me baja el pantalón. Ella se arrodilla frente a mí. Yo con el culo apoyado en el borde de la mesa. Ella de rodillas, sus manos amarradas. Noto el candado que las sujeta a la mesa en mi costado izquierdo.

¡¡¡Ahhh!!! Ha metido mi pene en su boca… Es lo único que puede hacer en la postura en la que está… Noto una sensación húmeda, cálida… Muy húmeda, muy cálida… Noto como avanza y retrocede. ¿Quiere que tuerza la investigación a su favor? No sé por qué lo hace, no sé si ella lo sabe… pero me gusta… ¡¡¡Ahhh!!! Coloco mis manos sobre su cabeza… acaricio su pelo, meto y saco mis dedos en sus rizos rubios, acaricio la piel bajo su pelo.

Sigue, sigue… ¡¡¡Estoy a punto de correrme!!! ¡¡¡Ahhh!!!

La paro, con delicadeza pero la paro. Quiero rematar de otra manera. Me coloco detrás de ella. De rodillas está bien pero hago que apoye las manos en el borde de la mesa.

Sólo lleva la batita de presa. Tengo su culo frente a mí… Busco el tesoro. Introduzco la mano en su entrepierna hasta llegar a la vulva… Ahí está, húmeda, jugosa… la toco lentamente, con cariño, con suavidad… Está húmeda, caliente… quiero calentarla un poco más.

Cuando ya va estando lista, acerco el miembro. La quiero penetrar… Ella se deja. Con cuidado llevo mi pene a su sexo… Estoy en la puerta… empujo un poco… Un poco más… Llego al fondo. Atás, adelante… atrás, adelante… repito, repito… cada vez más rápido. Ella se sostiene contra la mesa. Yo abrazo su cuerpo para no caerme… le toco las tetas por fuera de la bata.

Es muy distinta a Casilda. Piel morena, tetas grandes. No son las de Carmela, pero grandes. Se notan carnosas, densas… no son duras, no se mantienen firmes pero es un placer acariciarlas, apretarlas, estrujarlas. Sus nalgas son anchas, generosas… Sigo empujando hasta que siento el líquido caliente… Ella chilla un poco, no dice nada. No me mira, mira hacia adelante.

Le quito las esposas. La levanto con cuidado, con cariño… Ella no me quiere mirar… sus mejillas se han ruborizado. Parece avergonzada de haberse dejado llevar por un impulso animal. Ya no dice nada…

Suavemente, la llevo de vuelta a su celda. La entrego al soldado de guardia. Le prometo que descubriré la verdad.


La investigación

Me levanto muy temprano. Hoy iniciaré la investigación. Aún no han tocado diana. Me dirijo a la cocina del cuartel. A ver qué puedo desayunar. Sin desayuno no puedo hacer nada a derechas.

Hay luz en la cocina. ¿Quién ha madrugado más que yo? Carmela está en la cocina. Sí que se levanta temprano esta chica.

Sonríe ligeramente al verme entrar. Comparte conmigo el desayuno. Charlamos… No habíamos estado tan cerca nunca.

Allí en la mesa, compartiendo comida, de repente descubro que se había estado acercando cada vez más a mí. Sentí su cuerpo cálido sobre mi costado. El tacto de su piel, aunque fueran sólo sus brazos, me resultó agradable, más que eso: excitante.

Miro ligeramente hacia abajo, ahí estaban sus ojos verdes, su melena morena. No puedo evitar que mi vista se vaya un poco más abajo. Allí estaban los tirantes del vestido, sus hombros robustos y, sobre todo, sus enormes senos. Claramente, no llevaba nada bajo aquella tela. Las dos masas de carne habían encontrado una posición estable… estaban allí, bajo su piel morena, formaban un conjunto perfectamente simétrico… Me llamaban fuertemente.

Decido continuar con el acercamiento. Ella me deja... sonríe… Ahora tenemos las caras pegadas, piel con piel… Casi de forma natural pego mis labios a los suyos. Ella responde, abre la boca… hundo mi lengua hasta el fondo, cierro los ojos, disfruto de la sensación húmeda, caliente, muy caliente…

Al poco tiempo me descubro abrazándola, recorriéndola con mis manos sobre el vestido, metiendo la mano bajo su falda, tocando sus muslos fuertes.

Agarro los tirantes del vestido… tiro con fuerza… su magnífico cuerpo desnudo aparece ante mis ojos. Por fin puedo jugar con sus pezones… los acaricio con las manos… con los labios… con la lengua… los acaricio con los dientes con mucho cuidado.

Ella cae rendida… No sé ni cómo, acaba tendida en el suelo esperándome… Preparo un poco su vulva: con los dedos, con la lengua… Ella gime y chorrea líquido caliente casi como una fuente. Es el momento… La penetro con cuidado pero con decisión…. Sigo un buen rato… cada vez más fuerte… cada vez más rápido… todo acaba en un chillido mutuo, entrelazados, casi anudados.

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Dos días después la prisionera es llevada a una sala. No es el pequeño despacho del teniente. Es un poco mayor. Viene descalza y encadenada de pies y manos. La sientan en una dura silla de madera. Al lado, en una silla idéntica hay una mujer esbelta y atractiva vestida elegantemente. Cuando se ven, Francisca sólo dice: “¡¡¡Casilda!!!”. Ambas se miran con dureza, casi con odio.

Cuatro soldados están presentes en la sala. No hacen falta tantos para vigilar a una prisionera, poco mayor de metro y medio, encadenada e indefensa. Ni siquiera aunque tengan que controlar también a una espigada señorita que roza el metro setenta.

El teniente se presenta en la sala. Todos están muy atentos… De momento, sólo dice:

  • Falta alguien… esperamos.

Al rato un soldado aparece acompañando a Carmela. Ella refunfuña… dice no saber por qué debe asistir a esa reunión. Le indican que ocupe una tercera silla, igual a las anteriores. De mala gana, pero obedece.

Entonces, el teniente comienza a hablar:

  • La verdad es que me han desconcertado señoras… Este realmente es un caso complejo.

Para un momento y las tres mujeres comenzaron a hablar a la vez… El teniente las para gritando:

  • Silencio… Escuchadme todo lo que tengo que decir. Recuerden que soy jefe militar de la comarca -miró a Casilda al decirlo.
  • Hemos investigado la muerte de Guzmán, la granja de Francisca, las cinco casas que la familia de Guzmán y Casilda poseen, incluída la gran mansión deshabitada en el páramo… a una legua de aquí.
  • Casilda… ¿Sabes que en tu propiedad se almacena una gran cantidad de víveres? No sólo víveres, también armas y municiones. No me mires con esa cara… Encontramos documentos que prueban que tú encargaste todo ese material. Los guardeses de la finca han confesado. Estabais preparando suministros para un ejército invasor.

El teniente mira a los soldados haciendo un gesto convenido. Dos de los hombres actúan rápidamente, sacan grilletes de una bolsa de cuero, encadenan a Casilda de pies y manos. Ella se revuelve, chilla, protesta… Los soldados la sueltan una vez asegurados los cierres. Ella se queda en la silla forcejeando, en la sala sólo se oye el ruido metálico. El teniente vuelve a hablar dejándola paralizada:

  • Señora, como supongo que sabe, eso es un delito capital: traición.
  • Descubrimos más cosas… Todos sabemos que Guzmán era un señorito que no trabajaba mucho. Pero por lo que logramos averiguar, llevaba tiempo investigando las cuentas de la familia. Todo indica que sabía o estaba a punto de averiguar los extraños “negocios” de su hermano.
  • Eso nos llevó a investigar la cocina de Casilda en busca del veneno. Según el médico, es un veneno vegetal fácil de obtener, basta con cocer la planta. Tarda horas en hacer efecto y suele ser mortal.
  • No encontramos nada en ninguna de las propiedades de vuestra familia.
  • Guzmán iba a ver a su amante a diario. Preguntamos a todos los vecinos, a los vecinos de Francisca… Parece ser que la veía en una cabaña de pastores muy cerca de aquí. Allí no sólo había restos de la planta venenosa… Había todo un cargamento. Alguien planeaba un envenenamiento masivo…
  • Lo bueno es que logramos saber de alguien que vive y trabaja aquí en el cuartel pero que salía todas las tardes en dirección a esa casucha. Algunos vecinos la vieron entrar en ella.

A otra mirada del teniente, los soldados encadenan a Carmela. Ella no protesta… Cuando le ordenaron ir a la sala, ya se vio perdida. Llevaba toda la reunión en su silla sin mover un músculo. Ahora, se dejó colocar los grilletes sin resistencia, con expresión sumisa.

  • Carmela, ¿Pensabas envenenarnos a todos cuando os avisaran del ataque enemigo?, ¿Casilda y tú decidisteis eliminar a Guzmán? Traición y asesinato. Compartís dos delitos capitales.

Los soldados terminan liberando a Francisca y conduciendo a las dos acusadas a la mazmorra.


Epílogo

Ha pasado un año… El teniente informó inmediatamente del hallazgo. Descubierta conspiración… Dos mujeres acusadas. Asesinan a un hombre para encubrirla. Los guardeses de la finca de Casilda son cómplices. Son dos hermanos, huérfanos… Ya estaban prisioneros en el cuartel cuando el teniente comenzó la reunión con las tres mujeres.

No se esperaba una respuesta rápida, seguía habiendo problemas mayores. Las mujeres permanecieron encerradas bajo la torre, los dos hombres en un almacén.

La tensión fronteriza se rebajó de golpe… El ejército extranjero pareció desanimarse… Tal vez les falló una parte importante de su plan.

El teniente fue ascendido a capitán…

El primer día en su nuevo cargo envió a los prisioneros a la prisión militar conocida como “El Monte de los Malditos”. Desde la ventana vio como Casilda y Carmela subían a un carro de prisioneros, descalzas, encadenadas, con ropa de presidiarias… Soldados armados las custodiaban. Francisca vigiló la operación de cerca…

Nada confirmado pero al poco de ser trasladadas, se empezó a decir que habían seducido al gobernador militar que las interrogaba. En todo caso, lo cierto es que han pasado todos los plazos y no se ha fijado la fecha del juicio. El gobernador pasa más tiempo en esa prisión que en su despacho o en su casa.

La madre de Carmela no estaba implicada pero dejó el puesto de gobernanta. Beltrán le ofreció el puesto a Francisca. Ella aceptó con la condición de poder ir a dormir a su granja y tener algo de tiempo para ocuparse de ella…

Beltrán lo concedió… Eso sí, pidió para él el derecho a acercarse, a veces, a la granja y, una vez allí, llamar a la puerta.

  • ¿Y yo debo abrirte? -preguntó ella.
  • Eso puedes decidirlo en ese momento...

Tras un año, Beltrán ha preparado una gran estancia para él en el último piso de la torre, con vistas de todo el valle. Ahora, la gobernanta, Francisca, no siempre duerme en su granja. Cuando lo hace no tarda en oír a alguien llamando a la puerta…

FIN