La torre de Donovan I El Invernadero
Donoven acababa de llegar a la escuela de oficios y ya estaba atrayendo más problemas, que un poderoso imán limaduras de hierro. Su gran preocupación fue cuando Grabiel todo un modelo de virtudes decidió acercarse a tan enigmático joven.
La torre de Donovan
“El Invernadero”
Caminaba lo más a prisa que podía por el camino viejo y lleno de huecos lodosos que daba a la parte trasera del invernadero, la oscuridad era tal que ni siquiera podía ver mis manos, aunque la colocara a escasos centímetros de mi cara. Aún no podía entender porque había estado mirándome durante todo el festival, cada vez que sus ojos encontraban los míos bajaba la mirada y trataba de ignorarlo. Pero era algo imposible, la mirada furtiva escapaba de mi control y se las arreglaba para terminar sobre él.
Al sentirla, con la velocidad de un rayo clavaba sus ojos en mí, sin darme tiempo a esquivar o disimular el evidente interés que sentía. Sus ojos eran cautivantes de un color miel oscuro que resultaba embriagante y tentador.
Se puso en pie y dijo algo al círculo de admiradoras, coloco cuidadosamente su copa sobre una mesa y partió hacia mí, atravesando la iluminada y decorada plaza donde celebrábamos el comienzo de la primavera. Sus largas zancadas le hacían avanzar firme y velozmente hacia donde estaba. Mis nervios fuera de control me hicieron saltar como resorte recién liberado y dirigirme hacia el camino viejo, escabulléndome entre la maleza y los frondosos árboles que nadie podaba hace más de 10 años.
La vista era aterradora y más para mí que nunca había sido muy amigo de estar a oscuras pero el temor a que se me acercara y derrumbarme ante él eran más fuerte.
Ya bastante tenia siendo el único varón en la escuela de floristería, el bicho raro, del que todos se apartaban, el habitante quejumbroso de la torre.
Un fuerte golpe en mi pierna me hiso abandonar mis pensamientos, al chocar con una gruesa raíz, mi cuerpo se precipitó sobre el camino lodoso estampando todo mi cuerpo y cara derecha en el fango, mientras que algunos adoquines que aún sobresalían de entre la capa de hojas y barro, propinaban algunos golpes en mis costillas y abdomen. El dolor de mi pierna y cuerpo me hizo perder temporalmente los sentidos y permanecí allí rendido por algunos minutos al frio del camino, a la pastosidad del lodo que se aferraba a mi ropa y piel, a la quietud de la noche. Pero todo fue roto en un instante, poderosos y firmes pasos que aplastaban la hojarasca, era prueba inequívoca que no se había rendido, el viejo camino que era evitado por todos los que no le conocían incluso bajo la luz del día no fue suficiente para él.
--- Pero: ¿Qué quiere de mí?--- --- ¿Por qué me está siguiendo?---
Y por un momento fugas la idea de enfrentarlo y preguntarle se atrincheraron en mi cerebro y mi cuerpo se levantó firme y victorioso plantando en el medio del camino, escoltado de mi amor propio, mi valentía, la curiosidad y el deseo de ver su cara tallada por los dioses, coronada con aquella mata de cabello castaño oscura que caía ondulado algo más debajo de sus orejas, que resaltaba su fuerte mandíbula que terminaba en un mentón ancho y partido, sus dientes tan blancos y acomodados en aquella boca amplia rodeada de aquellos labios carnosos, su nariz perfecta y aquellos ojos como la dulce miel de flores de acacia y tamarindo, con esas pestañas tan largas y copiosas, rematadas por cejas gruesas y tupidas perfectamente delineadas.
Ya comenzaba a fantasear con su cuerpo, sus brazos su amplio pecho y sus afiladas caderas cuando una rama seca golpeo el suelo haciendo un gran estruendo y salpicando con hojas putrefacta y enlodadas la mitad de mi cara que aún conservaba limpia. Volví en mí, saliendo bruscamente de aquel sueño y tenía fango hasta en los oídos, tendría un aspecto más apropiado para un monstruo del pantano que para una persona. El primero en romper fila fue mi orgullo, que arrastro mi amor propio, seguidos en una retirada en desbandada de todos hasta de mí.
No podía dejas que me viera así, aunque sabía que el estar cubierto de arcilla era algo común en él. La orden de retirada había sido dada y no pensaba desobedecerla, ya un poco más adaptado a la visión nocturna podía distinguir los obstáculos en el camino y podía avanzar con un poco más de velocidad.
Por fin las luces del invernadero estaban a escasos doscientos metros, la puesta del fondo la había dejado abierta para que pudieran entrar las masetas que había comprado hace tres días, para el cambio que haríamos en la primera luna nueva después de terminado el invierno. La sorpresa fue mucha al ver todas las masetas amontonadas bloqueando la puerta. Me apresuré a encontrar en una sola mirada los espacios más grandes entre las masetas, donde poder encajar mis largas piernas y caminar estilo avestruz por rio infestado de cocodrilos hasta llegar a la puerta. Cuando puse mi plan en práctica descubrí los inconvenientes. Los ásperos bordes de las masetas raspaban la pálida piel de mis piernas, provocándome algunos que llegaban a sangrar, acompañados de un dolor insoportable. Finalmente llegué a la puerta y emití un profundo suspiro cuando el llavín cedió ante la fuerza de mi mano.
--- ¡Por fin algo sale bien!--- No pude evitar decirlo en voz alta.
Rápidamente cerré la puerta y la aseguré. Enseguida me interné en la penumbra arrastrando suavemente los pies para no tropezar con nada y causar algún destrozo que pudiera delatarme. Sin pensarlo dos veces me dirigí hacia el área de resiembra, que se encontraba frente a la entrada principal, lugar donde nacían todos los pasillos del invernadero que estaba siempre libre de carros, masetas, bolsas de tierra o cualquier otro obstáculo que inundaba el piso de las áreas de trabajo, Además de ser la única área en que las paredes de cristal estaban cubiertas por estantes de maderas que cubrían los cristales. Por fin logré llegar allí no sin antes tropezar con bolsas de tierra o algún que otro instrumento regado por el piso.
--- Si este reguero lo dejo yo. Ya hace rato me hubieran desollado vivo --- Mascullé airado.
Al abrir la puerta inferíos de los estantes encontré que estaban prácticamente vacíos. Solo quedaba una maseta para sauce con parte del borde roto. La maseta era lo suficientemente grande como para poder esconderme en ella, el problema era como poder cerrar la puerta del estante desde dentro.
Introducirme en la maseta fue cosa fácil, confiado me incline para tratar de alcanzar el borde de la puerta del estante, lo que provoco el desbalance de la maseta haciéndola bailar peligrosamente al inclinarse levemente hacia adelante amenazando con caer al piso y convertirse en mil pedazos. Recliné mi cuerpo hacia atrás y conseguí evitar la caída pero la maseta se inclinó hacia atrás y luego en varias direcciones, desplazándose dentro del estante hasta quedar en el centro del estante con la mitad oculta tras la hoja cerrada y la otra expuesta.
Rápido me quité la camisa y como si fuera un látigo traté de cerrar la hoja abierta pero era imposible. La apertura de la puerta me hizo cesar en el intento aunque aún la hoja abierta dejaba una gran rendija por la cual podría ser descubierto. No pude más que maldecir mil veces a Yanet que una vez más había dejado la puerta principal abierta y la recordé ejecutando una y otra vez la misma desairada justificación.
- ¿Quién se va a robar nada aquí? – Decía desenfadada al mismo tiempo que encogía sus hombros y hacia una mueca de menosprecio, negándole importancia al asunto.
Presioné lo más que pude mi cuerpo dentro de la maseta cual cangrejo ermitaño ante el peligro, el chirriar de las aldabas era la señal inequívoca de que alguien más estaba allí, mi respiración freno en seco, mientras que mi corazón se creía en una carrera libre, cuesta abajo y sin frenos. El silencio fue interrumpido por pasos discretos, sin prisa, que jugueteaban con el polvoriento piso, hasta que por fin se escuchó.
---- Kitty, Kitty, Kitty, sal gatito lindo, ven con papito que te voy a dar un pescadito----
Solo Dios sabe cuánto odié escucharle llamarme de esta manera. Es cierto que tengo los ojos verde claro, pero de todos los gatos que he visto ninguno tiene los ojos verdes, entonces porque todos se empeñaban en humillarme con aquel nombre tan infantil e inapropiado.
De repente se encendieron las luces del invernadero y alguien preguntó.
--¿Qué haces aquí?-- La voz sin duda pertenecía a un hombre joven que conocía donde se encontraban los interruptores de las luces centrales. Cosa extraña puesto que eso solo lo sabíamos los que trabajábamos allí y el único que interpretaba el papel de fenómeno de feria masculino en el Domo de las flores era yo.
---- ¿Eso me pregunto yo…?---- ---- ¿Qué hace usted aquí?---- ---- Seguro me estas siguiendo. ¿No puedes dejar de acosarme?---- Cuestiono mi perseguidor desafiante ante el extraño, al mismo tiempo que lo arrinconaba con su cuerpo contra la vieja mesa de caoba donde normalmente se exhibían las flores recién cortadas.
La curiosidad me estaba matando, aunque no fuera gato y traté de alinear mi campo visual por las rendijas que formaban la hoja de la puerta abierta y el borde roto de la maseta, pero no había forma de poderles ver otra parte que no fuera desde las piernas hasta el abdomen.
El cuerpo de mi perseguidor seguía presionando al del extraño, hasta que este no tuvo otra opción que arquear su espalda sobre el borde de la mesa. Era sorprendente la exacta simetrías de aquellos cuerpos, el mismo tamaño de piernas, caderas, como si se tratara de una imagen especular que solo difería por la ropa de ambos.
En un momento el extraño logro abrirse paso por uno de los lados escapando del aprisionamiento, mientras que mi perseguidor movido por la inercia choco con la mesa quedando inclinado sobre ella de tal forma que sus preciosos glúteos sobresalían dando una imagen de ensueño.
El extraño se movió fuera de mi vista, mientras que mi perseguidor se recostó cómodamente sobre la mesa apoyando los codos sobre el centro de la mesa.
-- Esta bueno ya de payasadas dime. ¿Qué estás haciendo tú aquí y quién carajos te invito a esta fiesta?--
---- ¿Fiesta?---- ---- Yo vine al festival de primavera. No necesito invitación para eso----
---- Ahhhh y lo más importante, estoy buscando un florista…----
Hubo un silencio milenario hasta que el extraño algo confuso refutó
--Dirás una florista—
---- No un florista, macho que llegó la semana pasado con los nuevos estudiantes---
--Eso es imposible—dijo el extraño contrariado al extremo.
---- Tremendo el control que tienes aquí, y luego no tienes tiempo para nada---- Dijo mi perseguidor al tiempo que se levanta mientras aún apoyaba su cintura contra el borde de la mesa.
El extraño se movía inquieto de un lado al otro y yo atónito ante tanta intriga, como si existiera una profecía que señala el fin del mundo, poco tiempo después de mi llegada.
Las piernas inquietas del extraño se detuvieron y le oí preguntar.
--Y tú. ¿Qué quieres con él?
---- ¿Qué tú crees?----
Dijo con voz picaresca a las ves que levantaba sus caderas y colocaba el bulto de su entrepierna sobre el borde de la mesa al mismo tiempo que comenzaba a restregarlo sin prisa una y otra vez. Ya no podía hacer otra cosa, estaba completamente hipnotizado ante aquella imagen. Mis ojos se negaban a parpadear para no perder ni un segundo y mi cuerpo sufría de una parálisis total.
Sus eróticos gemidos pronunciando mi nombre una y otra vez me hicieron volver a la realidad.
---- Donovan, ay Donovan, que rico Donovan, me vengo, me voy a correr en ese rico cu…----
Mi perseguidor no pudo terminar su teatral representación de una dulce cogida, cuando tuvo que agacharse para refugiarse debajo de la mesa, al mismo tiempo que una maseta impactaba sobre el borde de la mesa haciéndose añicos y proyectando fragmentos del barro cocido y tierra en todas direcciones. Gran parte de esta encontró cobijo en los rizos castaños de mi perseguidor, la parte posterior de su cuello y su espalda.
--Te lo advierto Grabiel si me vuelves a traicionar voy a hacer de tu vida un infierno… y a ese Donovan no le van a alcanzar las flores de este invernadero para adornar todos los velorios y entierros que van a tener que hacerle a cada una de las partes en que voy a fragmentar su cuerpo de floristería de quinta.--
Ya estaba en el punto de pescado congelado en el fondo de la nevera, no podía ver nada a pesar de tener los ojos del tamaño de Saturno, no oía ni sentía nada. Solo podía pensar en mi cuerpo siendo destrozado por la cólera de aquel demente.
El extraño se acercó de forma atronadora y agarro a Grabiel por el cuello de su camisa obligándolo a ponerse en pie, al mismo tiempo que le sacudía y le gritaba palabras que no podía escuchar, y Grabiel mucho menos aún estaba en shock y de su cuerpo zarandeado caían trozos de la maseta rota y terrones.
Grabiel logró salir del Shock agarro al extraño por sus muñecas, presionándolas de tal forma que no pudo hacer otra cosa que abrir sus manos y soltarle. Con todas sus fueras lo empujo por sus muñecas que el extraño no pudo hacer otra cosa que retroceder, mientras resbalaba sobre la tierra y los escombros del desastre.
Los ojos de Grabiel, estaban tan negros como los de un demonio, y su cuerpo reflejaba un tensión muscular incalculable, inclino su cabeza hacia un lado de forma que daba miedo, es como si estuviera poseído. Mi cabeza ya sobresalía sobre el borde de la maseta, pero estaba tan asustado que no podía razonar que estaba expuesto y podían descubrirme.
Grabiel por fin pareció encontrar un minuto de calma y se encaró a su adversario.
---- Ahora sí que te comiste un camión de locos y dé marcha atrás…----
---- ¿Quién re-pinga te dijo a ti que yo tengo algo contigo?----
El extraño intento replicar, pero no tuvo tiempo de nada.
---- Cállate la boca esa y no digas ni pío, porque soy capaz de matarte como un perro aquí mismo.---- ---- Si en los cuatro meses que estuvimos escondiéndonos como delincuentes, me diste tres besos fueron muchos. Porque el niño moralista, politiquero e hipócrita tiene que vivir del cuento y engañando a la gente, pues vive como quieras…---- ---- Pero a mí me dejas fuera. Ya estoy harto de que me dejes con la pinga tiesa y los huevos con un dolor del infierno.----
---- Mételo en tu cabecita loca, tú y yo no tenemos nada… y si me vuelves a dar un petate aunque sea chiquitico así, te voy a dar tan fuerte en esa cara fea que tienes, que va a llorar hasta la foto del pasaporte.----
Grabiel se dispuso a abandonar el lugar, dejando a su interlocutor sin palabras y con los ojos rebosados de lágrimas, dio dos pasos en mi dirección y clavó sus ojos en mí y se paró en seco cual prueba inequívoca de que me había descubierto. Lo repensó un segundo y siguió su camino al mismo tiempo que agarraba al extraño del brazo y lo arrastraba fuera del invernadero.