La torre de Babel
No todo fue desolación el día que cayó el castillo de naipes.
Dicen que los talentos se cultivan y que los dones son innatos; que de acuerdo a Freud todos somos el resultado de los hechos y circunstancias que ocurrieron en nuestra infancia. Crecemos y al ser adolescentes nuestras hormonas nos impulsan a buscar la aceptación de otros jóvenes. Ya de adultos nos preocupamos por cosas más “maduras” como el dinero o el estrato social, la profesión e incluso otros más osados se preocupan por intentar cambiar el sistema declarándose total y absolutamente únicos y diferentes al resto… ser original es un cliché que se ha puesto tan de moda…
Nuestra moral está atada a la sociedad, nuestros prejuicios mantienen el universo de posibilidades cerrado y con seguro. Somos parte de la misma corrupción de la que tanto nos quejamos y seguimos vociferando nuestras débiles creencias buscando superioridad burda y vacía.
Sin embargo, el sistema no siempre alcanza a todos, y con gran alegría admito tener fe en que somos nosotros los únicos que nos ahogamos en nuestro propio vómito de hipocresía y frivolidad.
John intentó ser parte de esta excepción. Él nació con mucho dones, como todos. El problema fue que no siempre supo verlos en su total esplendor. A sus 21 años le costaba ignorar los pequeños detalles de su entorno. Las semillas del diente de león al viento, o los eufóricos intentos que un escarabajo hacía antes de emprender el vuelo por primera vez… habían cosas que él simplemente no pudo pasar por alto en un día caluroso como aquel.
Se encontraba en el recibidor de un edificio enorme y lo que observaba se localizaba tras el enorme ventanal, en el balcón adornado con plantas.
El destino de las semillas ya se le había encargado al viento. El escarabajo era otra historia, John se acercó un poco a la ventana para observar mejor. El pequeño animalito de veras se esforzaba en batir las alas. Sus nuevos miembros se agitaban vivaces intentando darle el impulso necesario.
Por un momento pensó que era el fin de ese pequeño recipiente con vida, pues el pequeño insecto cayó al vacío. Un segundo después la sonrisa del joven de cabello castaño se iluminó fugazmente al ver que el escarabajo levantó el vuelo y de manera torpe se alejó con una corriente de aire.
—Ahora ya es parte de todo esto— le dijo en voz baja a su yo interno—, no importa si lo que hace es insignificante para el resto… para alguien como él debe ser todo a pesar de parecernos tan inútil…
—Señor Cóndor… —interrumpió su hilo una hermosa señorita— ¿Señor Cóndor?
—Eh, ¡sí! Lo siento —aclaró la voz rápidamente—, dígame.
—El ingeniero ya puede recibirlo.
—Está bien, muchas gracias —intentó sonreír.
Se levantó y empezó a caminar rumbo a la oficina principal. La secretaria era nueva, eso ya lo sabía; aún extrañaba a Nancy, la anterior secretaria que hace poco se había jubilado.
John la conocía desde que era niño, así como al anterior dueño de la oficina a la que se dirigía. Al cruzar la puerta del recibidor no pudo evitar extrañar que todo fuera como cuando él era niño: simplemente llegar a ese edificio, saludar a Nancy, jugar un poco con el guardia de seguridad de turno y pasar directo hacia la oficina del jefe, que en ése entonces era su padre.
Las cosas habían cambiado, y mucho. Su papá hizo lo mismo que Nancy, con la diferencia de que él se fue hace ya un par de años. Quién tomó el cargo como jefe fue… Roberto, la persona a la que iba a ver, o mejor dicho… su novio.
Su visita distaba de una romántica, había trazado un plan con anterioridad. No quiso pensarlo de nuevo, el simple hecho de habérselo propuesto ya significó un acto bastante doloroso como para revivirlo de nuevo.
Se acercó con determinación a la puerta de la oficina y tocó. La voz de un hombre de mediana edad le invitó a pasar. Ya adentro intentó aparentar toda la naturalidad que le fue posible.
—Hola —saludó con una enorme sonrisa el casi treintañero.
—Hola — imitó John sin mirarlo a los ojos.
»La nueva secretaria es bonita y muy amable—quiso desviar un poco su atención.
—Sí —contestó Roberto un poco confundido—, aún no sabe quién eres, apenas te vayas le diré que mi novio puede entrar y salir de este edificio sin necesidad de autorizaciones.
—Ya, exageras mucho, sólo me ha hecho esperar un poco.
—De todas formas se lo diré.
John ya sabía todo lo que a Roberto le gustaba presumir su relación con las demás personas. “Mi novio” parecía estar entre las frase preferidas por Roberto.
—Sigues exagerando —continuó el castaño—, solo está siendo precavida, es más… creo que es bastante inteligente al asegurarse antes de dejarme pasar.
— ¿Has venido para elogiar a mi secretaria o para verme a mí?— preguntó jocoso el pelinegro.
—Bueno —se disculpó sin tener otra cosa para desviar su atención—, hay algo que debo decirte…
—Antes que nada —siguió chistoso—, que sepas que cuando me comí el postre que estaba en el refri no sabía que era para tu madre…
—No me refiero a eso —la seriedad le estaba costando bastante—, hay algo que es en verdad importante y que debo decirte.
— ¿Se canceló tu cita con el médico?
—No, ¿podrías escucharme?
—Si si, es solo que cada vez que te apareces aquí —se mordió el labio coqueto—, me iluminas el día.
John se sonrojó, los cumplidos no eran su fuerte así que no sabía cómo devolverlos. De todas formas no estaba allí para coquetear con un Roberto que parecía divertirse cuando él se sonrojaba.
»Sabes que me encanta esta parte de ti, ¿verdad? —dijo Roberto al acortar su distancia.
—Si… o sea esto, no, no es a esto a lo que venía —reclamó nervioso al sentir a su novio cerca.
— ¿A qué entonces? —preguntó excitado el más alto cuando acercó sus labios a los de John.
—Yo… —pudo decir antes de que lo besara.
Las manos del maduro, carentes de pudor, se deslizaban una y otra vez por los mismos sitios, fingiendo amnesia y tocándolo todo con esa pasión tan característica de dos cuerpos vehementes y embriagados de testosterona.
A ratos se miraban y a ratos se ocultaban en los ojos del otro. Las ideas en sus mentes se simplificaban y con sonrisas nerviosas y tiernas se comunicaban todo lo que sentían.
—Estás temblando —advirtió Roberto jadeante.
—Será por ti…
—Y yo que le iba a echar la culpa al frío —acotó con una risilla.
—Calla, tonto —contestó John antes de comerle los labios de nuevo.
Ninguno de los dos supo cómo llegaron hacia la pared de la oficina. Ni tampoco la manera en la que John se aferró al cuello de su amante y este le tomó por los muslos, levantándolo del suelo y apretando con fuerza sus nalgas para que no se cayera.
—Pa… para —alcanzó a decir—, la secretaria podría escucharnos.
—Y me vas… a decir —le mordisqueó el cuello—, ¿que eso no te enciende?
—Es... espera —reclamó en un último intento por contenerse, después se le quitó lo mojigato—, ¡Luego no te quejes! —casi gritó cuando Roberto introdujo una mano entre sus nalgas.
—Me encantas —gruñó el otro.
Y acto seguido Roberto llevó el cuerpo de su novio hacia el escritorio. Y sí, ambos resultaron más excitados que nunca al tirar todo tipo de papeles al suelo y recostarse sobre la mesa en medio del ardiente beso.
El más alto se irguió un poco, miró de nuevo a su excitado compañero, observándolo con lascivia. Se relamió los labios y se quitó la camiseta, alguien como él no tenía tiempo como para cuidarse en un gimnasio. Sin embargo su cuerpo siempre había sido proclive a permanecer fibroso, su metabolismo nunca permitió la abundancia de grasa en su abdomen.
Los ojos del castaño se iluminaron cual niño en dulcería. Intentó quitarse la camiseta que llevaba puesto pero su compañero se adelanto y lo único que quedó de esa prenda fueron dos enormes pedazos rasgados por la mitad.
El pantalón de casimir y el jean formaron una pareja bonita en el suelo. Los zapatos de suela y las zapatillas fueron otro dúo de igual belleza, aunque técnicamente hablando no eran pares, sino 4 prendas esparcidas por el suelo al apuro.
En tan solo un par de segundos ambos se quedaron totalmente desnudos sobre el escritorio de diseño bonito. Sus cuerpos ardían, sus deseos también, Roberto intentaba abrazarlo más fuerte, restregarse todo lo que fuese necesario, fundirse si fuese posible.
Él le muestra su verdadera desnudez, John le abre una vez más las puertas de su alma. La melodía de sus movimientos parece entonarse bajo las nota de un Uncle Ned . El alto restriega su sexo con el de su compañero, el bajo solo atina a besarlo a destiempo. Nadie intenta dominar al otro, simplemente actúan pensando en el placer ajeno, cuestionándose cuál caricia resulta más placentera.
Y entonces Roberto lo mira fijamente, de pie sobre el escritorio. John entiende a la perfección, así que sólo asiente afirmativamente la solicitud tácita de su amante por penetrarlo. Éste se inclina un poco y con sumo cuidado ubica su miembro en el agujero más íntimo de su novio. Lo demás es pura pasión evaporándose.
Los dedos del castaño hundiéndose en la espalda del pelinegro, o los brazos de Roberto apretándolo con fuerza son cosas que no se pueden describir con simpleza. Los gritillos unidos al sudor de sus cuerpos, la alegría, el dolor y el placer contiguo en sus rostros resultan indescriptibles. Roberto lo observa con lujuria y ternura, John con ese cariño que parece eterno y que siempre le ha reservado.
Las gotas de sudor se escurren por la frente de ambos, a veces se pierden por sus cuellos y a veces por sus cabellos, mojándolos en exceso. Sus cuellos empiezan a mostrar pequeños círculos añiles y sus rostros enrojecen como carbones encendidos. La temperatura es tan deliciosamente enloquecedora y su amor tan devoto que la fuente que se evapora de ambos parece no tener fin. No existe un finito para el alma, únicamente hay fin para el cuerpo.
Y así, como si cada célula trabajara en jornada doble terminan acostados en el sillón, recuperando de a poco la respiración; con vaho en los enormes ventanales, papeles y ropas regados por el suelo y manchas de semen en el escritorio…
John se encuentra boca arriba, Roberto de lado, ambos tocan superficialmente la piel del otro, acariciándose suavemente, diciéndose inconscientemente todo lo que se quieren.
El principio de la realidad siempre vuelve cuando nadie lo ha llamado. Las pequeñas promesas que John se hizo antes de entrar a la oficina empezaron a tocar la puerta de su alma, inquietándolo más y más a medida que los segundos corrían…
Sí, se juró terminar con Roberto. Desde que ambos se enteraron del diagnóstico final de John ninguna cosa volvió a ser como antes. Se prometieron sobrellevar la enfermedad con todas sus fuerzas, pero la verdad era que los buenos momentos eran cada vez más escasos. Debían romper y luego reconciliarse para lograr una armonía de existencia tan insegura como el propio mal que los azotaba.
Los dedos de John ya temblaban desde hace algo de tiempo, su letra manuscrita perdió su belleza. Los episodios depresivos y de ansiedad se le salían de control en varias ocasiones…
Era el fin, o al menos eso pensaba él, la idea de ser una carga evolucionó desde hacía varios días. Uno a uno sus pensamientos se transformaron hasta convencerse de que no podía atar a Roberto a una situación como la suya. Su vida ya no le pertenecía a él, y mucho menos al hombre con el que hasta ese momento había pasado ya por muchas calamidades.
La solución entonces era fácil, su separación debía ser inminente, una herida blanca; sin débiles promesas que la infecten con el tiempo. Alguna vez pensó John que lo suyo debía ser eterno, y así lo dictaron las circunstancias. Sin embargo, nunca estuvo preparado para toda la pesadilla que un Parkinson puede acarrear a la vida de las personas.
Su cuerpo y su enfermedad se convirtieron en la piedra angular de todos sus problemas. Allí, acostado sobre un escritorio y con el semen escurriéndose por sus muslos recordó con amargura todas las cosas que lo ataban a la persona que con una sonrisa en los labios y las manos atadas a su cintura dormitaba junto a él.
Recordó muchas cosas: los días de infancia, los juegos con su púber y enorme amigo, el amor no correspondido de su adolescencia y su primer encuentro sexual y adulto con la misma persona, solo que en aquella vez Roberto tenía esposa.
Ah… eran tantas las cosas que los unían, el universo entero parecía conspirar para que estas dos almas fuesen una hasta el fin de los días.
Y sin embargo todo debía terminar bajo la decisión del que comete el error de amar al otro más que a sí mismo, John simplemente no concebía la idea de ver infeliz a Roberto, y desde la actual perspectiva que tenía de la situación, el único camino que a ambos les unía sería el mismo que los llevaría directo hacia la desdicha.
«Te amo tanto» masculló antes de comenzar…
—Ey —le dio un golpecito con el codo—, grandote…
—Dime—gimió Roberto adormilado.
—Hay algo que debo decirte…
—Pues dilo —apuntó medio burlón y medio dormido.
—Es sobre nosotros… bueno, mejor dicho es sobre mí.
—Ya sabemos que estás loco —respondió mordisqueándole el cabello…
—Eso, que estoy loco… y que deberíamos… dejarlo.
— ¿Eh? —soltó al dejar su posición y apoyarse repentinamente sobre el codo.
Roberto lo miró incrédulo durante un par de segundos, pareció entenderlo, así que solo preguntó para desanimarlo:
» ¿Vas a empezar de nuevo?»
— ¿Vas a escucharme? —inquirió John enfadado.
—No si me dirás lo mismo de siempre —le recordó al tiempo que buscaba sus calzoncillos—, ya sabes mi respuesta.
—No es tu decisión, es la mía.
—Sabes que estamos juntos en esto —Roberto lo miró algo enfadado por haber matado el momento hermoso—, no entiendo que es lo que pretendes diciéndome esas cosas…
—Ha sido una hermosa experiencia después de todo –continuó sin hacerle caso.
—Detesto que hables como si se hubiese acabado —alzó un poco la voz, dejando sus pantalones a medio camino.
—Pues lo ha sido —reclamó John— pero lo mejor es que…
— ¿Qué? —Le interrogó enojado— ¿Qué me aleje de ti?... ¿es eso lo que quieres?
—Es lo mejor para ambos —contestó sin emoción.
El rostro de Roberto tenía dibujadas a la perfección todas las interrogantes que se planteaba. Los ojos de John simplemente huían sin destino. Hubo un momento de silencio tan incómodo como eterno. Al final el alto pidió al cielo toda la paciencia del mundo y solo intentó comprender lo incomprensible…
—No sé qué mosca te ha picado hoy día —suspiró—, pero supongo que debo ignorar todo eso que has dicho —se dio media vuelta para ponerse de nuevo la camisa; con la tristeza propia de alguien que carga un bulto para dos se preguntaba qué era lo correcto de decir o hacer…
John por su lado se vistió rápido, tomó su chompa y sin mirarlo siquiera escupió un bien pronunciado «se acabó» antes de acercarse a la puerta.
Roberto lo miró estupefacto, es cierto que ya habían peleado por el mismo motivo, sin embargo algo muy en el fondo le advertía que esta vez sería completamente diferente y que esta pelea era en sí crucial para los acontecimientos venideros…
Pero todos somos humanos y propensos al error, el más maduro en todos sentidos vio flaquear su propia armonía interna al observar cómo el compañero que había elegido le lanzaba una tras otra las frases más frías que le había escuchado… no pudo más, finalmente empezó a sucumbir ante el tóxico veneno de la ira y el resentimiento.
— ¿Y eso es todo? —proclamó con desdén
—Exacto, siento haberte molestado.
—No estás hablando en serio…
—Vaya que sí…
John se dirigió aún más hacia la puerta, esperando algo que ni él mismo entendía, conteniendo el universo de emociones que le embriagaban, muriendo a cada segundo, renaciendo en cada instante.
Los ojos del otro lo miraban incrédulos, de alguna forma presentía el toque final de su réquiem vago y absurdo.
—Esta vez… —su voz hervía— esta vez no hay regreso. Que te enteres de eso.
—Entendido — se dispuso a girar la perilla.
— ¡Espera! —gritó sin control— mierda…¿por qué lo haces?
— ¿Necesitas que te lo repita?
—Sabes que no me refiero a tu enfermedad —los últimos resquicios de paciencia se agotaban.
—Es el único motivo, no dejaré que cargues conmigo, no tengo otra alternativa.
— ¡Claro que la tienes! —bramó cuando en un instante acortó la distancia que los separaba y bruscamente lo agarró del hombro para voltearlo. Su desesperación se desbordaba.
— ¡Suéltame, hijo de puta! —reclamó el otro también exasperado.
— ¡No! —Insistió mientras lo abrazaba con toda la fuerza que su corazón angustiado le proporcionaba—, ¡no hasta que se te quite esa estúpida idea!
— ¡Qué me sueltes te digo!
Y acto seguido intentó zafarse, pero un reflejo lo detuvo. Algo para lo que no estaba preparado. El forcejeo se detuvo apenas sintió como un par de gotas se perdían entre su cabello y la ahora débil voz se quebraba un poco a cada tanto…
—Maldito cabrón —gimió Roberto intentando controlarse por todos los medios—, ¿no sabes cuánto te amo?
Más segundos, menos ira, y al final Roberto pudo escoger mejor sus palabras.
»Venga… venga ya —sollozó el alto—, vamos a hablarlo ¿sí?
—No lo hagas más difícil —respondió el castaño con pena.
—No puedes hacernos esto, no… no ahora.
—Es lo mejor para ambos —continuó sin siquiera creerse él mismo—, en unas semanas me habrás olvidado.
—No, nunca…
—Eso dicen todos —protestó con una mueca amarga que imitaba una sonrisa.
—Nosotros no somos todos.
—Ya no existe un nosotros.
—No hables así, por favor —reclamó con angustia al tiempo que lo apretaba de nuevo.
El cuadro era tétrico a pesar del marco bonito. Una linda oficina en lo alto de un rascacielos, colores vanguardistas y formas sobrias, cada objeto colocado de manera elegante, cada florero estratégicamente ubicado, exhibiendo los cadáveres de mil colores.
Ambos se separaron una vez calmados, el cielo empezaba a tener miedo y en un momento se cubrió con su manta gris, escondiéndose de los monstruos que estaban por llegar…
—Será mejor que me vaya —apuntó el más bajo—, no vaya a ser que llegue tarde al trabajo…
—Hoy es tu día libre, recuérdalo…
—Debo irme —le dio la espalda con toda la fuerza de voluntad que fue capaz, tocó la perilla de la puerta.
— ¿Sabes qué es lo que más me duele? —preguntó triste.
— ¿Qué? —su mano se detuvo.
—El saber que no me estás mintiendo a mí…
—Esa historia es muy vieja Roberto… es a mí mismo a quién miento ¿verdad?
El pelinegro solo asintió sin ganas.
—Y tú, ¿sabes qué es lo que más me molesta de ti?
—Bueno, hay muchas cosas en mí que no te gustan, pero sé que las buenas les ganan por goleada.
—Eres tan arrogante a veces…
—No soy arrogante, soy sincero contigo, que es diferente…
—Sinceridad… claro, como si la necesitase.
—En el pasado vivías mintiendo todo el tiempo, no es extraño que no la quieras.
— ¡Deja de definirme!, crees saber quién soy pero no tienes ni idea.
—Al contrario, creo conocerte mejor que tú, ¿o se te olvida que crecimos juntos?
—Ése es tu maldito problema —espetó acercándose, intentando atacar inconscientemente—, vives en el pasado, no puedes dejarme ir.
—No lo hago porque sé que tú no lo harías.
—Ya no te entiendo…—ultimó dejando caer los brazos.
—Sí que lo haces —le sonrió melancólico al encontrarse cara a cara de nuevo—, sé que tenemos problemas... y que casi siempre estamos peleando, pero una vez te prometí que jamás huiría. He dejado muchas cosas atrás…
—Por mí —lo interrumpió con tristeza y frustración al mismo tiempo.
—No, no por ti, por nosotros.
»He dejado muchas cosas atrás por nosotros, inclusive a mi esposa. Hemos estado juntos cuando nos enteramos de la enfermedad… sé que no es fácil para ti, y tampoco para mí. Pero creo que a estas alturas del partido tú y yo ya hemos pasado demasiado tiempo juntos como para darnos el lujo de desaparecer como un infantil amor de verano.
»Yo no te necesito, y tu tampoco me necesitas. Solo somos un par de idiotas que no pueden vivir el uno sin el otro, ¿es que no lo entiendes?
—No puedo hacerte esto —inquirió casi para sí mismo.
—No me estás haciendo nada, soy yo el que decido quedarme, esta parte de la historia no depende de ti…
—Se pondrá feo con el pasar de los años, sabes que no tiene cura.
—Siempre lo he sabido…
—Estaré absolutamente insoportable.
—Ya estás insoportable —apuntó con una media sonrisa mientras le pellizcaba la mejilla.
—Jamás me perdonaré si arruino tu vida.
—Yo jamás me perdonaría el dejarte…
—Suena fácil —reclamó frustrado—, pero pasarán muchas cosas. Y tu… —se quebró un poco— tu mereces a alguien normal, no sé, alguien con quien puedas vivir una vida plena, sano, sin tantas complicaciones…
— ¿Recuerdas cuando dijiste eso en la secundaria?, ¿recuerdas cómo terminó?
— ¿Sexo salvaje en las duchas? —comentó con rubor— cómo olvidarlo…
—Sí, mi impúdico amigo, cómo olvidarlo.
—Después de eso todo fue un caos —recordó al acercarse a la ventana y contemplar la inquieta ciudad.
—Fueron años muy duros, ¿crees que vale la pena recordarlos?
—Dentro de poco o mucho no recordaré nada…
—Hay una cruz que todos debemos cargar, a veces es muy grande y a veces parece insignificante… pero ¿qué es esta vida sin sufrimiento?, tu y yo hemos pasado por divorcios, discriminación, aislamiento y una lista muy larga, esto sólo es un “aditivo” a nuestra curiosa existencia…
—Sí, pero saca lo peor de mí…
—Saca lo peor de ambos, siento haberte forzado a quedarte hace un momento. Me desesperé, pensé que hablabas en serio…
—Yo también lo creí… supongo que era parte de lo que dijo el psiquiatra que sucedería…
El aire transcurría travieso por la habitación, pero de repente se quedó estático, como si anunciara la desgracia.
»Tengo miedo —tembló después de una pequeña pausa.
—Tranquilo —susurró mientras lo envolvía de nuevo entre sus brazos—, nada estará bien… pero ambos nos tendremos para compartir todo lo que pase, moriremos de pie si es que es necesario…
Se sentaron en el piso de lujoso vinil, el enorme ventanal les ofrecía una vista bastante curiosa en una mañana bastante curiosa…
—Perdóname, por todas las veces que te haré pasar por este tipo de cosas…
—No seas tonto, deberías disculparte por todas las que ya me has hecho pasar…
—Ja, idiota arrogante… te odio tanto.
—Sí —contestó sonriente—, yo también te amo…
Un pequeño silencio y luego el alto cantó casi en murmullo mientras el castaño se quedaba dormido entre su piernas….
♫Duerme ya… dulce bien… ♫
El primer avión, al estrellarse, consumió completamente parte del piso donde ambos se hallaban…
♫Mi capullo de larva...♫
Sin embargo la melodía nunca dejó de sonar, pues a pesar de haber sido interrumpida de manera tan horrorosa, continuó en la mente de ambos, tan cálida como siempre, hermosa hasta el infinito…
♫Despacito… duérmete, como la abeja en la flor…♫
Ninguno de los dos sintió dolor, ambos desaparecieron como las semillas del diente de león al viento.
♫Duerme ya… dulce bien… ♫
Y de león también fue su corazón, capaz de soportar a este mundo tan lleno de bondad disfrazada y egoísmo razonable…
♫Duerme ya… dulce amor… ♫