La tormenta. Versión A.
Esta es la versión A de La tormenta. La versión B la subiré mañana y espero los comentarios para determinar cuál de las dos ha sido la más valorada. Con mi pareja discutimos la opción más atractiva. ¿Qué os parece?
Esta es la versión A de La tormenta . La versión B la subiré mañana y espero los comentarios para determinar cuál de las dos ha sido la más valorada. Con mi pareja discutimos la opción más atractiva. ¿Qué os parece?
Mediada la década de los ochenta nos entregaron el piso que habíamos adquirido tras firmar decenas de hojas de contrato. Era un bloque de doce plantas, cuatro pisos por planta y la nuestra era la novena, puerta C.
No habíamos tenido tiempo para conocer a nuestros vecinos. Pasaron unos meses y seguíamos sin contacto con nadie; lo cierto es que apenas unos pocos propietarios nos habíamos mudado. Nosotros éramos un tanto independientes. Paula, mi pareja y yo Julio, estábamos absorbidos por nuestros trabajos y aficiones.
Paula, tuvo que trasladarse a una ciudad cercana donde vivía su madre, por haber enfermado, para acompañarla ya que era viuda y su otra hija estaba muy ocupada cuidando a sus hijos. Yo me quedé solo en casa, aunque no las tenía todas conmigo. Me llevaba fatal con mi suegra y no me extrañaría que planeara alguna trastada.
Una mañana, tomaba café en la terraza cuando sonó el timbre de la puerta, al abrir me encontré frente a una mujer de unos cuarenta años, pelirroja, con el rostro tachonado de pequitas que le daban una apariencia aniñada. Muy atractiva. De entrada pensé que era una vendedora… Pregunté:
—Dígame, ¿qué se le ofrece?
—Perdone mi atrevimiento, soy su vecina de la puerta B, — señalando justo le puerta que estaba frente a la mía — y quería pedirle algo que… Bueno verá, tengo que ausentarme durante unos días por la enfermedad de un hermano y… Mi hija se queda sola en el piso por qué no puede perder clases en la facultad. Le quería pedir que lo tuviera en cuenta por si ella necesitara algo. ¿Me haría el favor? — Calló y se quedó esperando mi respuesta.
—Bien… Por mí no hay inconveniente, si necesita algo solo tiene que decírmelo y trataré de ayudarla. ¿Qué edad tiene la niña? — Pregunté.
—Diecinueve años… Pero es muy inocente y tímida. Le dejo el teléfono de mi hermano por si me necesita y la llave por si acaso. — Me entregó una nota con un número telefónico y la llave de la puerta del piso — Y gracias… muchas gracias, no sabe el peso que me quita de encima. Por cierto, me llamo Graciela y mi niña Pilar.
—Mi nombre es Julio. Encantado…
Nos dimos un apretón de manos y se marchó. Cerré la puerta y pude escuchar que llamaba el ascensor. Vi, por la mirilla, que sacaba una maleta de su casa y se marchaba. Me quedé pensando en la responsabilidad que asumía al hacerme cargo de “la niña”, no tan niña. No quise pensar demasiado, lo hecho, hecho estaba. El café estaba frio y lo arrojé por el fregadero.
Yo trabajaba por turnos, estaba de tarde y pensaba que sería difícil que Pilar pudiera verme.
Sin embargo, después de comer, y preparándome para marchar a mi trabajo, sonó el timbre de la puerta. Al abrir me encontré con la jovencita más linda que jamás había visto. Supuse quien era, la saludé, me estampó dos besos en las mejillas y quedé atrapado en el suave y delicado aroma de su perfume. El cabello era una explosión de fuego, rojo cobre, como su madre las pequitas adornaban los pómulos de un blanco alabastrino, los labios de un rojo natural, el entorno de su rostro era perfecto… No pude determinar el color de sus ojos, verdes, con destellos pardos o grises… Y debió percibir mi asombro, sonrió, me desarmó por completo. Una auténtica belleza con un cuerpo escultural… Y una sonrisa espectacular.
—Hola… Me llamo Pilar y mi madre me ha dicho que si necesito algo puedo contar con usted… ¿Es así?
—Por supuesto Pilar, lo que necesites solo tienes que pedirlo. Claro que trabajo de tarde y desde las dos de la hasta las diez de la noche no estoy en casa. Por la mañana si estoy y…
—¡Uy! Perdón le estoy entreteniendo. Solo quería darme a conocer, ya sabe cómo son las madres. Las tardes las paso estudiando en casa. No tendrá problemas conmigo. Trataré de no molestarle.
De nuevo dos besos y se fue a su casa. Ya en la puerta se giró y me regaló una sonrisa capaz de derretir el ártico. Supongo que puse cara de panoli porque su sonrisa se amplió, entró y cerró.
Me marche a mi trabajo. Conduciendo no podía apartar de mi mente aquella sonrisa, aquellos labios, su pelo… su aroma. Me acompañaron durante todo el turno.
El día siguiente pasó sin pena ni gloria. La mañana dedicada a mi hobby, la radio afición, la tarde en el trabajo…
Por la noche se complicaron un poco las cosas. Ya en el traslado, mientras conducía de mi centro de trabajo a casa, tuve problemas con la intensa lluvia. La previsión era de tormentas durante la noche… Y, para variar, no se equivocaron. No obstante no me asustan y estuve un buen rato viendo los relámpagos desde la terraza. Las condiciones no eran buenas para la radio así que no encendí la emisora, eso sí, desconecté todas las antenas… Por si acaso….
Llegado el momento del sueño me acosté y me dormí.
No sé qué hora sería cuando un fuerte trueno me despertó; más bien parecía haber estallado una bomba. Supuse que algún rayo había caído cerca, pero no me preocupó demasiado, excepto por qué me quedé sin fluido eléctrico y las luces no encendían.
Estaba casi cazando el sueño de nuevo cuando me despertaron unos golpes en la puerta. Me levanté y me puse una bata de baño, ya que duermo con una camiseta y desnudo de cintura para abajo. Al abrir me encontré con Pilar; la chiquilla estaba aterrorizada. Con un saltito de cama que apenas le cubría los muslos. Descalza y aterida de frio. Estaba empapada. Temblando de frio y llorando de miedo. Un relámpago iluminó su cuerpo. A través de la fina tela mojada se trasparentaba… Todo, ya que no llevaba ropa interior.
—¡Chiquilla, ¿qué te ha pasado?! — Dije, pasando un brazo por sus hombros y atrayéndola hacia dentro de mi piso.
La dejé en el salón y fui a buscar toallas y una bata de Paula. Le indiqué que entrara en el baño.
—¡Anda, sécate y ponte esto que vas a pillar una pulmonía!
Mientras buscaba velas con las que poder alumbrar ya que la red eléctrica seguía sin funcionar y solo veía con los flases de los relámpagos.
La muchacha no dejaba de llorar. De pronto se quedó en silencio.
Como tardaba llamé con los nudillos en la puerta del baño y al no recibir contestación entré. No había cerrado el pestillo.
La encontré tendida en el suelo, desvanecida y desnuda. La cogí en brazos, pesaba muy poco y la llevé a mi cama. La cubrí con la bata para secarla y la ropa de cama tratando de que recuperara calor, sin poder evitar admirar la belleza de su cuerpo. Saqué fuerzas de flaqueza y borré esas ideas de mi mente.
Sentado a su lado le aparté un mechón de cabello de su rostro y me extasié ante su hermosura.
Poco a poco fue despertando de su letargo. Vino a mi mente el cuento infantil de la bella durmiente. La tililante luz de la vela producía bellísimos destellos en sus ojos.
—¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido, Pilar?
—No lo sé Julio. Estaba dormida cuando un terrible ruido me despertó, se abrió la ventana del dormitorio y entró una avalancha de lluvia. Al levantarme, para cerrarla, resbalé en el piso mojado, caí y me di un golpe en la cabeza. Como pude vine a buscarte para que me ayudaras… Y en el baño no sé qué me ocurrió. ¿Sería consecuencia del golpe?
—¿Dónde te has golpeado?
Me señaló en su occipital, pasé mi mano y, efectivamente, pude apreciar un buen chichón.
—Vaya, tienes un buen tolondro. Mañana te llevaré al hospital para que te hagan radiografías. De todos modos esta noche será imposible circular con lo que está cayendo. Quédate en esta cama y yo dormiré en el sofá del salón.
—¡No, no por favor! ¡No me dejes sola! Quédate aquí conmigo…
No pude evitar sentir ternura por la chiquilla que en ese momento era.
Aterrorizada, desnuda, golpeada. La cubrí con la ropa de cama y me acosté a su lado… Sobre la colcha.
Al darse cuenta, ella, abrió la ropa de cama y me invitó a acompañarla bajo las sábanas y lo hice.
Me abrazó como un náufrago se agarra al madero de salvación. Estaba helada, pero poco a poco recobró el calor, Paula dice que yo soy su estufa. Así nos dormimos.
Al despertar mi brazo izquierdo estaba dormido, sentía hormiguillas en la mano. Ella se apretujaba contra mí, su cabecita sobre mi hombro. Su respiración acompasada me tranquilizó. No así el sentir su cuerpo desnudo contra el mío. Se había salido de la bata y la mía había perdido el cinturón y mostraba mis atributos en toda su “dureza mañanera”, presionando contra su vientre.
Como pude, tratando de no despertarla, la cubrí con su bata y cerré la mía, interponiendo la tela de las dos prendas entre nuestros cuerpos. No obstante pude apreciar la finura sedosa de su piel… En medio de estos pensamientos, “libidinosos”, la chica despertó. Clavó sus bellos ojos en los míos y una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal.
—¿Cómo estás, Pilar? Déjame ver tu molondro.
—¡¿Mi quéee?!
—El bollo de tu cabecita… no pienses mal. — Reímos. Lo tanteé suavemente con la mano.
—¡Ahh! Perdón… no lo recordaba… ¡Auuch! ¡Duele!
—Bueno, no parece grave. De todos modos deberías hacerte radiografías para ver si es solo superficial. Y ahora vamos a vestirnos que si algún vecino nos viera cualquiera sabe lo que pensaría…
Me levanté, al bajarme de la cama se me trabó la bata y mostré… Lo que me sorprendió fue la reacción de Pilar…
—¡Jajajaja! ¡¿Qué te ha pasado Julio?!
Supongo que enrojecí, menos mal que, al ser moreno, no se notaría mucho.
—¡Qué… Divertido ¿no?! Pues a ver cómo te levantas tú, graciosilla. Que no llevas nada debajo… Y no me voy a mover de aquí.
Abrió su bata y miró horrorizada, tapándose inmediatamente.
—¡Por favor! ¡Déjame sola! — Gritó muy seria.
—Ya no te ríes ¿no? Te dejo. Por cierto ¿Tienes llave de tu casa?
—¡Ayyy! ¡No! Cerré al salir. ¿Ahora cómo entramos? — Dijo asustada.
—Anda, abróchate la bata y vamos a tu casa a ver qué ha pasado.
Aproveché para llevar ropa al baño y vestirme con un pantalón, un suéter y unas zapatillas.
Al salir le enseñé la llave de su casa.
—Me la dio tu madre antes de irse.
—¡Uyyy…! ¡Qué descanso! — Sin esperarlo se lanzó a mis brazos.
—¡Gracias Julio! Gracias por todo. Eres un buen hombre.
Al entrar en su casa encontramos un panorama desolador. Al parecer una chispa del rayo había entrado en la vivienda destrozando y quemando algunos electrodomésticos y parte de la instalación eléctrica. Ahora Pilar lloraba desconsolada. La abracé para consolarla.
—¡¿Podría haber muerto?! — Preguntó entre hipos.
—No creo pequeña. Si hubieras estado en contacto con algún aparato… Pero en la cama, es muy improbable. Anda, vístete. Tendréis seguro ¿no? Llama a tu madre y explícale qué ha pasado. Tendréis que dar parte a la compañía. Y… Deja de llorar pequeña. Estás bien, bueno con la cabeza algo más gorda… Pero bien.
Logré que dejara de llorar y hacerla reír. La abracé, acaricié sus cabellos y besé su frente.
De vuelta a mi casa preparé el desayuno y nos sentamos en la terraza. El día había cambiado y la temperatura era excelente.
Pilar llamó a su madre tratando de no asustarla, después hablé yo con ella y la tranquilicé. Según dijo sí estaba asegurada la vivienda y el contenido. Nos dijo que regresaría en cuanto pudiera, pero que no sabía cuándo. Las cosas se le habían complicado. Al menos en dos días…
De vuelta en su piso tomamos nota de los desperfectos más aparatosos y tratamos de arreglar lo más urgente. De todos modos, estábamos sin energía y en su cocina todo era eléctrico. La chica estaba muy apenada. Llamé a mi centro de trabajo y le pedí un cambio de turno a un compañero para no dejarla sola. Era viernes, el sábado y el domingo los tenía libres.
—Estas cosas se arreglan Pilar, tranquilízate. Vamos, te invito a comer.
—Sí, es buena idea. Tengo hambre.
En una pizzería, ante sendos platos de espagueti carbonara hablamos de su vida y de la mía.
Me contó que sus padres se habían separado tres años antes. Al parecer su papá se había liado con la secretaria y su madre, Graciela, los pilló en plena faena en su despacho. Tras la venta de su casa habían repartido los bienes y su madre compró el piso. Piso que ahora mismo estaba chamuscado por el rayo. Vi que empezaba a llorar de nuevo y le gasté alguna broma para quitar dramatismo.
De nuevo en su piso…
Encontró la póliza del seguro y llamó para pedir la evaluación de daños a la compañía. El perito estaba muy ocupado y hasta el lunes no podría venir. Acordaron la hora y le dije que se quedara en mi casa hasta entonces. Era mejor no tocar nada en la suya.
Pasamos la tarde charlando, me dijo que estudiaba psicología. Me sorprendió, ya que, casualmente, yo hacía algunos meses que había terminado la licenciatura en esa materia y me estaba planteando empezar el doctorado. Seguimos toda la tarde hablando.
—Pilar, creo que no puedes quedarte aquí, al menos hasta que reparen los servicios. Quédate en mi casa el tiempo que necesites, hasta que vuelva tu madre.
De nuevo el nudo en su garganta. Sofocando el llanto me abrazó.
—¡Gracias Julio! No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
—No se hable más. Vamos a preparar algo para cenar.
Lo preparamos. A la luz de las velas. Junto a una bellísima jovencita que podría ser mi hija por mi edad treinta y nueve años. Mi mente era un caos, sobre todo tras habernos bebido una botella de verdejo. Por supuesto no me planteé en ningún momento hacer algo…
Apenas terminamos la cena se restableció el servicio eléctrico. En mi casa, pero en la suya no. Llevé una linterna y al abrir la caja de mecanismos vi que se habían quemado el diferencial y algunos magneto térmicos; requería una reparación.
Sentados en mi terraza retomamos las confidencias. No tenía novio, pensaba que debía terminar su carrera y buscar trabajo. Una vez resuelto el aspecto económico ya vería. Parecía tener las cosas muy claras. Pero yo sabía, por experiencia, que una cosa es planear y otra ejecutar.
De nuevo en su piso, con la linterna, recogió algo de ropa y enseres imprescindibles, cepillo de dientes… En fin y se vino a mi casa. Seguimos charlando hasta que el sueño nos vencía.
Como no habíamos terminado de amueblar mi piso, solo disponíamos de una cama, la de matrimonio. De nuevo le propuse que ella durmiera en la cama y yo en el sofá. Se negó en redondo.
—Mira Julio, anoche pude dormir, por primera vez en tres años, como antes de la separación de mis padres. Desde pequeña he dormido con ellos en la misma cama, el calor, la sensación de protección que me daban volví a sentirla anoche en tus brazos. Yo sé que no te aprovecharas de la situación y me respetaras.
—¿Por qué has dicho que no has dormido bien desde la separación hasta anoche? ¿Acaso no dormías con tu madre?
—No. Desde que ocurrió aquello mi madre se obsesionó con la idea de que yo era, en parte, culpable de lo que hizo mi padre. No poder hacer “sus cosas” porque yo estaba en medio propició que él buscara sexo por otra parte… — Un sollozo interrumpió la explicación.
—Pero eso es muy cruel por parte de tu madre ¿no?
—Eso pienso yo, sobre todo por qué le propuse que tuviéramos sexo los tres para atraerlo de nuevo… Para que no se marchara. Y ella no aceptó. Al quedarnos solas me castigó enviándome a dormir sola en mi cuarto… Y he pasado muchas noches llorando. Por eso anoche volver a sentir tu cuerpo cálido junto a mí me recordó aquellos momentos en los que me sentía feliz, en medio de mi padre y mi madre.
Llegados a este punto yo ya no sabía que pensar de esta chiquilla. O era el no va más de la inocencia o una taimada embaucadora… Decidí no pensar mal aplicando mi principio de la postura ingenua. “Hasta que no se demuestre lo contrario las personas son buenas y carecen de malas intenciones”. Así que nos dispusimos a dormir juntos de nuevo, ella ya con su pijamita y yo… con mi camiseta y un pantaloncito corto y amplio.
Entrar al lecho, abrazarme y quedarse profundamente dormida fue todo uno. Me sorprendió la facilidad que tenía para conciliar el sueño. Contemplé su rostro angelical y un profundo sentimiento de ternura me embargó. Despejé su cara de un mechón de pelo, despertó, me miró con aquellos ojos limpios que irradiaban candor, sonrió, los cerró de nuevo y se durmió. La respiración pausada, tranquila…
Lo curioso es que a mí me ocurrió lo mismo. Desde que Paula se marchó a ver a su madre me costaba conciliar el sueño, pensaba en trampas, engaños, infidelidades… Sin embargo, con aquella cervatilla entre mis brazos, lograba dormir casi instantáneamente.
Una deliciosa sensación me despertó. La caricia de mis genitales y besos en el cuello. Era Pilar, pero extrañado me fijé en que seguía dormida, balbuceaba frases inconexas entre los besos.
—… Papá, no te vayas… Te quiero mamá… — Y así varias frases que no podía entender.
Aparté su mano de mis bajos y le susurré…
—Pilar… ¿Qué te pasa? ¿Estás soñando? — Despertó confusa…
—¿Qué pasa Julio?… Sí, estaba soñando con mi padre… ¿Por qué?
—Es que me he despertado con tus besos y… Bueno, no pasa nada… Sigue durmiendo.
—¿También te estaba acariciando…? ¡Uy qué vergüenza! Soñaba que rozaba su… ¡Dios mío!
—Tranquila… No te preocupes… Si a mí me gustaba… Jajaja.
—No seas cruel, me siento mal, he abusado de ti.
—No te preocupes que no ha pasado nada… Anda, duérmete…
Me sorprendió acercando su boca a la mía y depositando un beso en mis labios. Acaricié su cabeza peinando su pelo con mis dedos, besé su frente y la cobijé de nuevo entre mis brazos. Se acurrucó y pude sentir la dureza de sus senos contra mi pecho.
No ocurrió nada reseñable durante el resto de la noche. Despertamos muy descansados. Era sábado, desayunamos en la terraza y fuimos al supermercado para avituallarnos. El resto de la jornada la pasamos hablando de varios temas, era una conversadora muy agradable.
Era tarde, tras la cena y ante dos gin-tonics salió a colación la cuestión del sexo. Estaba un tanto avergonzada por lo ocurrido la pasada noche, las mejillas se tiñeron de rosa, que contrastando con la blancura de su piel, la embellecían sobremanera.
—Pero tengo algo que decirte Julio… A pesar de todo me alegro de que ocurriera. Cuando desperté aún tenía mi mano sobre tú… Ya sabes. Y me encantaba la sensación que provocó en mí. Me excité… Nunca me había sentido tan a gusto con un hombre, y menos acariciando su paloma… Sí, esa fue la impresión, la de tener una paloma en mi mano… Suave, cálida, palpitante…
Su mirada franca, limpia, inocente y penetrante me cautivaba. Mis defensas se derrumbaban. No sabía cuánto podría soportar aquella situación.
Me fijé en sus labios entreabiertos, nos habíamos acercado peligrosamente y mis fuerzas fallaron, no pude evitar unir mi boca con la suya. Pasó sus manos tras mi cabeza y me atrajo hacia ella. Acaricié su nuca con mi mano, su respiración se aceleró, se erizó la piel de su muslo que yo acariciaba con la otra mano.
El sabor de Pilar era delicioso, mi corazón latía con fuerza inusitada y una embriagadora sensación me invadía. Por el contrario, mi censor interno me indicaba que no estaba bien lo que hacía. Su madre me la encomendó, confió en mí y tenía la desagradable sensación de estar traicionando su confianza. La estreché entre mis brazos…
—¡Pilar… Pilar! No sigas, te lo suplico, esto no está bien, me gustas demasiado y si seguimos no tendré fuerzas para parar esto… ¡Ayúdame!
—¡No quiero parar Julio! Tú también me gustas, eres amable, cariñoso y… Me pones mucho… Esta noche quiero pasarla contigo, como las anteriores pero sin pijama, quiero sentir tu piel en mi piel…
Estas palabras en una belleza cómo Pilar me encendieron… Nos pusimos en pie con las manos entrelazadas y nos dirigimos al dormitorio dejando a nuestro paso la ropa de la que nos desprendíamos.
El cuerpo desnudo de la Pilar era precioso. La blancura de su piel, moteada de pequitas que la embellecían. Las curvas que conformaban su anatomía eran de una suavidad y armonía inigualable. Un cuerpo para ser inmortalizado por la pintura, el cine… No pude evitar unas lágrimas de emoción y ella se dio cuenta…
—¿Qué te pasa… lloras? — Me dijo con su sensual voz.
—Sí, Pilar… de alegría por la suerte que tengo de poder admirarte, acariciarte… besarte.
Se sentó en la cama, la empujé suavemente para poder apoderarme de sus pies, pequeños, delicados, que me dediqué a acariciar, masajear y besar. Me miraba extrañada.
- ¿Te gusta? — Pregunté.
—Es la primera vez que tengo esta sensación y me encanta. Sigue.
Seguí, acaricié sus piernas provocando estremecimientos. Al abrir sus muslos pude extasiarme ante la visión de una vulva rosada, de labios suaves, con una pelusilla rojiza en su pubis. Pero me situé a su altura para poder saborear su boca, acariciar los pequeños montículos de sus pechos coronados por areolas y pezones pequeños y rosados. No pude evitar besarlos, lamerlos y mamarlos… Ya llegados a este punto los suspiros eran continuos, acariciaba mi cabeza, enredando sus dedos en mi pelo.
Bajé acariciando y besando cada rincón de su piel, del vientre, las caderas, hasta llegar a su pubis.
El aroma que llegaba a mis fosas nasales era delicioso. Revolví el vello con mi lengua, mordisqueé con suavidad la pequeña colina que me marcaba el inicio de su vulva. Pasé un dedo por la grieta y la encontré muy… muy húmeda. Me coloqué entre sus muslos para tener una visión cercana del objeto tan preciado. Con mis manos acariciando sus tobillos, levanté sus piernas hasta que sus rodillas quedaron en sus costados, ofreciéndome las flores de su ano y su vulva.
Mi lengua barrió desde la estrella anal a su monte de Venus. Al pasar por la lentejita, apenas cubierta por un capuchón rosadito, provoqué un estremecimiento que me sorprendió. Y continué, besando lamiendo y asaeteando el pequeño clítoris. Un dedo acariciaba el orificio anal con extrema suavidad. Otro paseaba y se insertaba en el vaginal, la lengua en el centro del placer… Y explotó. En un orgasmo sorpresivo brutal. Gritó, se retorció, tiró de mis pelos y segregó fluidos que, en ocasiones, eran pequeñas descargas de orina. No me importaba. Seguía siendo delicioso. Yo estaba a punto de explotar, pero logre retenerme. Tiró de mi pelo para ponerme a su altura y devorarme la boca con sus besos.
—¡Julio, ha sido bestial! Jamás me había corrido así… Creo que me he meado ¿No? Qué vergüenza.
—Pues prepárate, Pilar. Esto no ha hecho más que empezar. Así que tranquilízate… De vergüenza nada. Eres una mujer muy ardiente y me encanta que seas así.
Mis manos acariciaban su cuerpo enervándola, no dejaba de besarme, de acariciarme erizándome la piel. Me puse sobre ella y utilicé mi miembro como brocha en su intimidad. Reanudó la respiración entrecortada, no dejaba de abrazarme y besarme, peinando mi nuca y presionándome contra ella.
Emboqué su entrada y presioné con suavidad, despacito… La extrema lubricación facilitó la entrada aun así el conducto era estrecho, su juventud y la poca experiencia, reconocida por ella misma, lo hacían así… Y me encantaba. Entro hasta el fondo… Los vaivenes de sus caderas producían un efecto de succión que tiraba de mí y dificultaba la salida. De todos modos me hubiera encantado estar allí dentro hasta el fin de mis días.
Durante unos minutos nuestros cuerpos se fundieron en un solo organismo de cuatro piernas y dos cabezas. Capté las señales de la inminente explosión de ella, me frené y esperé a que sucediera para acabar ambos a la vez.
Y lo logré. Si fuerte fue su anterior orgasmo, el que compartimos fue apoteósico. Yo no había experimentado tanto placer en mi vida y según ella manifestó, tampoco.
Un delicioso cansancio nos envolvió, abrazados nos quedamos dormidos.
—¡¡¡ Aquí te quería ver yo!!! — El grito me despertó.
Paula había adelantado su retorno y nos sorprendió a los dos en la cama.
—¡No es lo que parece! — Dije con cara de estúpido.
Pilar nos miraba a los dos de hito en hito. Paula cogió su maleta y se marchó.
Para siempre.