La tormenta en la playa y lo que pasó con mi prima

Voy con mi prima, casi mi hermana, a la playa pero nos sorprende una tormenta de verano. Nos refugiamos en casa y acabamos en pelotas y disfrutando... mucho.

—Venga ya, primo, que te estoy esperando —me dijo la voz de Ele, mientras, con un pie en el suelo, esperaba en su bici en lo alto de aquella loma a cuya bajada, precedida por el chillido de las gaviotas, estaba la playa a la que habíamos ido esa tarde de verano.

Yo estaba echando los higadillos, siendo justamente castigado por pasar tanto tiempo apalancado jugando a la Xbox y a la Play (sí, tengo las dos, es la ventaja de tener padres divorciados…). Llegué hasta arriba donde Ele, mi prima más cercana y con la que siempre había hecho todo, desde escaparnos en verano a quedar para ver el cine fuera de las vacaciones, considerándola más que una hermana. Ella me miraba con el ceño fruncido, con sus bonitos ojos verdes llenos de guasa y una sonrisa de suficiencia. Claro, ella, deportista versus yo, cuerposcombro. Que a ver, no estoy gordo precisamente pero el apalancamiento tiene sus consecuencias…

Ele es alta, morena y de piel clara pero en verano coge mucho bronce, la verdad. Le remarca un poco las pecas. De un tiempo a esta parte se ha hecho mujer y muy mujer y ahora, con apenas unos shorts y solo la parte de arriba del bikini reparo en el par de redondas tetas, muy juntas de forma natural, que preceden a un vientre liso y tonificado. Sus piernas y brazos son largos y tan solo llevaba unas chanclas amarillas a juego con el bikini. Sus pies son largos y elegantes y lleva las uñas pintadas de color verde claro que no estoy seguro de si me gusta o me espanta.

Sé que ella me está mirando mientras yo, sinceramente, la he repasado de arriba abajo, pero hago como que miro la playa.

—No hay nadie —le comenté mientras sus ojos brillan y se muerde el labio de abajo. Tiene una boca muy bonita, de labios carnosos y rosados.

—Mejor para nosotros. Así a lo mejor me animo y hago topless o algo —me dijo mientras se sube a la bici y se desplaza cuesta abajo por la loma, describiendo una curva para ir hasta la explanada que hay antes de la playa.

La seguí, cual oveja al pastor, la verdad. Pero también porque ese día de playa se nos llevaba antojando un montón, desde que empezaron las vacaciones. En mi bici llevaba, en la parte de atrás, una pesada nevera con “Todo Lo Necesario” según mi madre, lo cual englobaba cochino y media, empanada, tortilla de patatas y creo que no metió un plato de cocido me puro milagro.

Ele se paró donde siempre dejábamos las bicis, al lado de un pequeño árbol de especie desconocida porque tenía tanta arena en las ramas que no me hubiera extrañado que su fruto fueran guiris quemados por el sol, si lo sacudía demasiado.

Echamos la cadena a ambas bicis entre las ruedas, el marco y el árbol, me enfundé la sombrilla playera cual katana a la espalda y cada uno cogió la nevera que portábamos.

No tardamos ni una hora en volver del agua, chorreando para ir hasta las toallas. No se estaba precisamente fresco, pero lo bueno era que estábamos solos. Al rato de secarnos yo saqué el libro que estaba leyendo mientras Ele se dio la vuelta y soltó la parte de atrás del bikini. Le puse crema mientras me empalmaba como un borrico pero me contuve. Su piel estaba caliente y algo tirante por la sal, pero era mi prima, joder.

Debí quedarme dormido cuando noté una racha de viento frío y que el sol estaba siendo tapado. Quité el sombrero de mi cara y giré la cabeza a la izquierda. Allí estaba Ele, en tetas, con dos preciosos globos blancos de pezón rosado y redondo cubierto de gotitas de agua.

Me miró y abrió los ojos, pero dada la confianza sonrió.

—Si te molesta… —se miró las tetas—, me las tapo…

—Molestar no me molestan, Ele. De ninguna manera. Es más, son una jodida belleza. Otra cosa que se si nos vamos ahora pueda llevar el sombrero sin ponérmelo en la cabeza —le dije entre la guasa y el calentón.

—Venga ya.

Quité el libro que estratégicamente me tapaba el paquete. El susodicho, que iba por su cuenta empezaba a protestar por la presión del bañador.

—¡Joder! —exclamó espontáneamente.

Y me encantaría que la historia siguiera con un polvo kilométrico en una playa, pero no va por ahí. O más bien no fue ahí. Porque el tormentón que nos cayó en ese preciso momento me bajó la erección, hizo que Ele se tapara y que ambos corriéramos hasta las bicis, recogiendo a velocidad record. Tal estaba siendo la tromba de agua que de pronto toda la loma de tierra por la que habíamos bajado se había convertido en un lodazal y vuelto impracticable.

—Coño… ¿a dónde vamos? —le pregunté, empapándome.

—¡Anse! —Rebuscó en su pequeño bolsito de bandolera—. Tengo las llaves del chalet de mi tío Anse. Está al otro lado de las rocas de ahí.

La playa donde estábamos se cerraba por un lado por un cañaveral espeso, la desembocadura de un arroyo sin nombre pero que empezaba a sonar como un dragón aclarándose la garganta y por el otro, al sur, por unas rocas negras. Pero estas tenían un pequeño paso por delante, dando al mar, por el que se podía pasar caminando y esquivando lapas y algas para dar a una pequeña urbanización de viejas casas de pescadores en primera línea que estaban aisladas por otra loma a su espalda y, justo detrás, la carretera. Solo se accedía a las seis casas por un camino casi suicida  para los coches que descendía, sin asfaltar, y que como pudimos ver, esquivando el oleaje que empezaba a crecer, como otra torrentera de barro, cañas y mierda en general que iba hasta el mar por un canal propio.

Llovía a mares, llevábamos las bicis a cuestas y tras sortear el caminito de piedras donde dos olas bastantes entusiastas casi nos estampan y se llevan las bicis, tuvimos que sortear la torrentera. De hecho la vimos crecer conforme la cruzábamos con una ola de barro y cañas que bajaba a toda velocidad. Corrimos hasta la casa de Anse, la del fondo, y al llegar, mientras escuchábamos truenos escandalosos y varios relámpagos empezaban a iluminar la tarde oscurecida, empapados, Ele rebuscó la llave, la consiguió sacar y abrió, tras pelear un poco con la cerradura, medio atorada de arena y salitre.

La casa olía a cerrado pero era pequeña, acogedora, de dos plantas con dos terrazas.

Me sacudí en la entrada, totalmente empapado.

—Joder, menos mal que llevaba bañador.

Fue una estupidez, lo sé, pero me reí por la ocurrencia y a Ele se le pegó mi risa. La verdad es que los dos estábamos hechos un cuadro. Teníamos algunos cortes en las piernas, el pelo revuelto de salitre, tierra y barro, frío, al entrar en la casa y cansancio.

—Espera —me dijo—. Voy a darle a la luz.

Fue hasta el cuadro de interruptores y le dio, subiéndolos todos. La luz se encendió y escuchamos la nevera temblar.

—Listo. Hay gas, así que si quieres podemos darnos una ducha —me comentó.

Me pareció una idea genial.

Ahí empezó todo.

No en la ducha, no, qué va, nos turnamos, sino al salir. No habíamos traído más ropa.

—Joder, Ele, ¿qué carajos me pongo? Estoy en bolas y no me hace gracia ir con esta toallita por la casa.

Ella ser rio, saliendo de la ducha con la piel enrojecida y una toalla cubriéndola por encima de los pechos.

—Puedes ponerte algo de mi tío Anselmo.

—¿Ese no es el bajito y calvo…?  No creo que tenga nada de mi talla, le saco medio cuerpo…

—Bah, tampoco exageres… Seguro que puedes ponerte una de sus camisas hawaianas.

—Ya. Camisa hawaiana hortera por arriba y la minga colgando, ¿no?

Volvimos a reír.

—Pues seguro que, por lo que he visto, bastante te cuelga…

Y lo hice. Dejé caer la toalla.

—Osti —a Ele se le escapó el aire de golpe y se le deshizo cómicamente el turbante que se había hecho con otra toalla.

—¿Ves? Me cuelga. Pero si sigues así tú, dejará de colgad dentro de unos segundos.

—¡Pero tápate! —me gritó.

—Nah. Creo que iré en pelotas. Será más cómodo que ir con ropa prestada —dije saliendo del baño. Salí al salón, dominado por un enorme ventanal por el que se veía la tormenta.

—¡Tapate! —chilló la voz de Ele detrás de mí.

Algo blandito me tapó la cabeza. Olía a antipolillas.

—Paso. Además esta camisa que me has tirado es horrible.

—Pues atente a las consecuencias.

—Qué consec… —me di la vuelta y de pronto la veo.

A ella.

Toda.

Entera.

En pelotas.

Las tetas perfectas con los pezones duros, como desafiándome.

El coño ligeramente entreabierto, depilado, ni un puto pelo.

Los puños en las caderas. Mi polla saltando como un jodido caballo de esos de rodeo y empalmado a tal velocidad que me asombra no haberme desmayado.

—Por mí te puedes quedar así, pero no respondo.

—Pues deberías. Porque que me haya despelotado no quiere decir que quiera algo contigo. Además, somos primos, pedazo de pervertido.

—Dijo la que me mira la polla como si se la quisiera tragar entera —respondí sin que la frase pasara por mi cerebro. De hecho venía directa de mi polla, para qué engañarnos.

—Paso de ti —me dijo.

—Pues tápate.

—Tápate tú —le respondí sin moverme del sitio y con la verga dando saltitos de emoción.

Entonces se acercó. Joder, se acercó. La cabeza me daba vueltas. Estaba tan, tan excitado que no podía ni pensar.

Y la veo agacharse lentamente hacia mí. Pasa por el lado de mi polla, su pelo mojado roza mi cadera y escucho un “bip”.

Ha cogido el teléfono inalámbrico.

Al levantarse sus pezones me siguen desafiando, diciendo no sé qué de lenguas y mordiscos.

—Tengo que llamar a mi madre. Se habrá preocupado. Te recomendaría que hicieras lo mismo —y se me acerca más, hasta que siento su aliento—. Pervertido —dice suavemente.

La piel de su vientre ha rozado mi polla y ella cree que esto es una verbena.

Ele se da la vuelta y veo un espléndido culo que hasta entonces solo me había imaginado.

—Mamá —dice ella al teléfono—. Sí. Estoy con el primo. Sí, aquí en la casa del tío Anse, que tenía la llave. Nos ha pillado la tormenta, ya te digo…

Pero claro yo no me puedo quedar quieto. Me acerco a ella, que, de espaldas a mí, está hablando con su madre y ni corto ni perezoso le beso el cuello. Hace el amago de tapar el teléfono.

—¿¡Pero qué haces!? —me susurra, indignada. Pero su madre barbotea algo y tiene que contestar y yo sigo mi camino espalda abajo—. ¿Mamá? No, no, no vengáis. Está todo lleno de agua. La cuesta que baja hasta aquí está llena de barro (mmmmmhhh…fffffffffff) —contiene ese gemido cuando llego a la base de su culo. De pronto mis manos recorren sus costados y ella se estremece. Pero no se mueve.

Mis manos amasan su culo despacio y poco a poco lo abro. Mi mano la empuja hasta el sofá para que se incline y… lo hace. Así que mi polla no puede estar más contenta. Y yo tampoco, para qué negarlo.

—No, qué(eeeeh…) vaaaa… el tío tiene un montóooOOON de comida en lataaadaaa —dios Dani, para ya; pero me niego. Mi lengua ha bajado y le estoy lamiendo el culo antes de pasar a otros manjares. Tiene el ojete prieto, un asterisco de carne rosada que querré probar como la cosa vaya a más…—. Y miraréeEEEE… miraréee… ufff… el congeladorrrr… mmmmffff… No qué va —mis dedos recorren su vulva y siento que se abre más de piernas, con las tetas colgando y apoyada en el respaldo del sofá—… Estoy bieeennnn… ufff… es el frío… que me acaaabo de duchar… qué va… Si tengo frío ya pondré la calefaCCCCOOOOOOH —mi lengua recorre lo salado de su vulva, hinchada, con dos bonitos labios menores y un hilo transparente que está cayendo de su coñito jugoso—. De dejo… creo que Dani me llama. Puede ser el butaaAAAAAaAnooo…

Mi dedo se ha deslizado dentro de ella. Está prieta y al hacerlo he notado que ha palpitado todo su coño, aplastando mis, ahora, dos dedos.

Suena otro “bip” cuando cuelga, y entonces paro, apartándome.

—Pero qué coño… —al darse la vuelta ve mi jodidísima erección, mi polla en todo su esplendor cuyos argumentos son venas, más venas, arrogancia mirando al cielo y una perla de líquido preseminal.

—Si quieres te dejo en paz —le digo, cruzándome de brazos.

Se muerde el labio, cruza ella los suyos, pero se roza los pezones y suspira más profundamente.

—Acaba lo que empiezas. ¿No te lo han dicho nunca?

Se sienta en el sofá blanco ante el que solo está el mar, y tras mirarme, mete las manos entre sus muslos y abre bien las piernas. Veo su coño en toda su gloria, entreabierto, esperando. Me arrodillo ante mi prima y antes de bajar al pilón, me acerco más, mi polla se frota contra su clítoris mientras mis manos amasan sus tetas y la beso por sorpresa. Ella responde cálidamente al beso, me mete la lengua casi exigentemente y me aprieta la cabeza, enroscando los dedos en mi pelo.

Nos separamos un poco y bajo para probar sus tetas.

—Diosss… debo de estar loca…

Pero no le dejo decir nada más. Su raciocinio es intercambiado por una serie de gemidos animales mientras trabajo sus pezones.

—Múerdelos un poco … sí… ufff... más… síiii… diooooss…. Aaaaaah…

Mis labios se aplican, recorren la rugosidad de sus pezones excitados, aplasto sus tetas entre mis manos y se le entrecorta la respiración cada vez que las aprieto.

Bajo más, trazando una línea de besos y lametones por su barriga, rodeo con la lengua el ombligo. Sus manos han tomado el relevo en las tetas y ahora se las amasa ella, retorciendo los pezones. Bajo. Noto la tibieza de su monte de Venus, lo beso y me deslizo hasta su coño entreabierto. Ella abre mucho las piernas, las echa atrás, recogiéndolas y sus pies me tocan los hombros. Se los acaricio con las manos. Ya me detendré en ellos: tengo faena.

Su coño está ardiendo, sabe a fiebre, a excitación, con el agujero palpitando, el clítoris duro y los labios hinchados. Es salado y dulce a la vez. Mis dedos se empotran en su interior después de hacerlo mi lengua y siento cómo sus orgasmos se suceden. Con un brazo se tapa los ojos mientras el otro se amasa con furia una teta y aprieta el pezón como si tuviera algo contra él.

—Dios… me corro… me corro… mecorromecorromecorroOOOO…

Siento cómo aprieta toda su pelvis y varios espasmos la recorren, me aprietan tanto los dedos que tengo que sacarlos no sea que se los quiera quedar o algo.

La dejo ahí, tumbada y con pequeñas convulsiones mientras acabo de “rebañarle” el coño.

Me senté a su lado mientras ella parece medio inconsciente y respirando trabajosamente.

Qué suerte tener una prima así, pensé…

El mar batía la playa y el sonido rítmico nos dejó atontados. Es cierto que yo tenía una erección de caballo pero igualmente me dormí.

Me desperté justo cuando sentí algo extremadamente agradable y caliente alrededor de mi polla. Abrí los ojos y vi a Ele de rodillas calzándose toda mi polla en la garganta. Joder. Chupaba despacio, su mano la acompañaba por todo mi miembro y la otra acariciaba mis pelotas que me daba la impresión de que pesaban un quintal y que aquello estaba más lleno de cargamento que un camión cisterna directo de la vaquería.

Me lamió despacio los huevos, se metió primero uno y luego el otro, como si tuviera todo el tiempo del mundo, sin dejar de masturbarme, presionando con el pulgar muy suavemente, en el lubricado frenillo y en la punta exacta del glande, haciendo que me estremeciera. Volvió a prestarle atención a mi erección, pero esta vez se acompañó primero de las tetas. Se echó un poco de aceite corporal en ellas y empezó a masturbarme con ellas, apretando fuerte y lamiendo la punta cada vez que se ponía al alcance. Joder, estaba en el puto cielo y mi cielo eran las tetas de mi prima. Casi me corro.

—No vayas tan rápido —me dijo.

Me secó el rabo con la toalla y volvió a metérsela entera en la boca y empezó a succionar con una presión enorme y subiendo y bajando a un ritmo endiablado. Ni cinco minutos duré y ya estaba reventando en su boca. Cuando lo hacía, cada vez que mi polla pulsaba en su boca, ella subía su pulgar por toda la cara interior de mi polla, por el canal seminal para que subiera hasta la última gota. Su otra mano me acariciaba el perineo y lo presionaba. Hizo que me arqueara y soltara un último y enorme chorro que yo creo que me ve vació hasta de sangre el cuerpo mientras la escuchaba tragar.

Se separó despacio, apurando cualquier rastro que quedara en mi glande mientras yo luchaba por recuperar la respiración.

—Deberíamos haber hecho esto antes, Dani —dijo, limpiándose la comisura de los labios.

Fuera la tormenta aumentaba su ímpetu.

Varias horas después, Ele trepaba sobre mí. Habíamos cenado algo de comida china congelada y veíamos, distraídos en la desnudez del otro, una peli tonta en la tele junto al ventanal. En el gran sofá chaiselongue cabíamos perfectamente y aun andábamos tan excitados que pese a estar viendo la televisión no podíamos evitar tocarnos. Yo estaba en el regazo de Ele comiéndole las tetas que me ofrecía, cosa que parecía excitarla a más no poder mientras ella me masturbaba deliciosamente despacio. No se contentaba con el movimiento de arriba abajo sino que además de tanto en tanto bajaba la mano, me acariciaba los huevos y hasta se asomaba a mi perineo, presionándolo con dedos calientes, acercándose a mi ano, cosa que también me excitaba, las cosas como son.

Llegados un punto no aguantábamos más. Con la luz de los rayos resplandeciendo en lontananza como mayor iluminación, quitando la luz de la cocina americana al fondo, y el brillo de la tele, tumbé a Ele, gentilmente, mientras ella abría las piernas.

—¿Estás segura? —le dije.

—Sí, tonto. Métemela. Los dos lo deseamos. Lo… lo deseo. Desde que te vi el paquete en la playa. Y… desde antes —confesó—. Además el gine me mandó pastillas así que estamos cubiertos. A menos que me digas que estás sifilítico perdido. Entonces nanay… pero no he apreciado nada así cuando te la he comido. ¿Has estado con muchas chicas?

Me puse de rodillas y empecé a pasar mi glande por su excitadísimo e hinchado coño.

—No muchas… Tengo una amiga. A veces follamos. O hacemos sexo oral. Una vez lo hicimos con otra amiga suya. Me encantó. Pero por ahora no se ha repetido.

—Me la podrías presentar un día… Uffff… vaya polla primo… ufff… si sigues así me vas a matar…

Yo operaba despacio, empapando la punta de mi polla con sus jugos, paseándola, empapada, por su clítoris y trazando círculos. Ella se estrujaba un pecho mientras con la otra mano abría su vulva, ofreciéndomela, tocándose el clítoris cuando no lo estaba haciendo yo.

—Métemela… ufff… métemela ya y fóllate a tu prima…

No fue lo que dijo, fue el tono en que lo dijo lo que hizo que la polla me diera un salto. Enristré, la puse en la apertura palpitante de su coño y poco a poco la fui metiendo. Era una sensación ardiente, enloquecedora. Sentía que solo quería hundirme y embestirla una y otra vez. Pero aún podía contenerme y despacio, muy despacio, la penetré, como si estuviera reclamando cada centímetro de su coño. Dentro. Estaba dentro de mi prima, ella gemía, me cogía de las costillas, me atraía hacia ella y me hundió la lengua en la boca. Nos lamimos, besamos y yo empecé a entrar y salir de ella. Despacio al principio, sintiendo la presión bestial de su vagina en torno a mí y que casi me impedía salir. Sus caderas se movían, me acompañaban en el movimiento. Al principio fue confuso, lo confieso, hasta que nos sincronizamos. Poniendo las manos a los lados de su cabeza, irguiéndome, me apoyé un poco en las rodillas y empecé a follármela más rápido hasta imprimir una velocidad tan demencial que dejé de pensar. Solo la veía gemir, con algunos hilos de saliva en la comisura de la boca, las tetas saltando con el movimiento. Sus manos se aplastaban una de ellas, la otra se masturbaba hasta que se corrió una, dos, tres, hasta cinco veces y con cada espasmo de su coño más pensaba yo que iba a explotar de un momento a otro.

—Fuera, córrete en mí, en mi piel, por favor, córrete encima de míiii aaaaagh me corrooo….

Justo cuando iba a estallar, después de que sus palabras calaran en mi brumosa mente, me corrí pero conseguí apartarme. Un par de veces largué semen en abundancia en su interior pero el resto, entre saltos de mi polla que apenas podía contener con la mano, se estrellaron contra su piel. Llenaron su ombligo, sus tetas con varias líneas blancas y espesas, y uno de ellos le surcó la cara en diagonal. Otro orgasmo más la recorrió y temblaba como si tuviera un ataque epiléptico, con un orgasmo tan potente que apenas le dejaba respirar. Su lengua salía de su boca y lamía el semen que tenía a su alrededor. Una de sus manos empezó a recogerlo despacio y a llevarse lo que podía a los labios para chuparse los dedos profundamente…

—Te he dejado hecha un cuadro abstracto —bromeé.

Ella, medio “colocada” todavía por los orgasmos y todo ese torrente de endorfinas en su cuerpo, se sentó, cubierta de semen y se metió mi polla en la boca.

—Nunca me había comido una polla —dijo sacándosela y mirándome desde debajo de ella, morcillona ya—, que supiera a semen y a mi coño a la vez —me confesó.

Ufff… joder, cómo me ponía mi prima…

Más tarde, puede que en otra entrada de esta especie de tonto diario, os cuente cuando probamos el sexo anal y un trío con mi amiga… Creo que voy a llamarla ahora porque se me ha quedado de cemento tras escribir todo esto.