La tormenta
Ella entró corriendo a la habitación pese a que no deseaba estar allí, no quería encontrarse con William y volver a discutir. La suerte no estaba de su lado y él estaba allí, aunque no hubo pelea ninguna...
Salí fuera del castillo para pensar. Estaba en una gran terraza de empedrada, de varios niveles con vistas al mar y pese a la sencillez de la piedra, tenía varias columnas y barandillas muy lujosas, que la hacían muy bella. Me quedé un rato mirando el mar, sin preocuparme de que el cielo estuviera nublado o de que a lo lejos se oyeran truenos. La humedad de la lluvia inminente se olía en el aire. Se trataría de una tormenta tonta de verano. No quería volver dentro, a pesar de que tenía algo de frío. Cuando quise darme cuenta había empezado a llover más de lo que yo esperaba. Corrí hacia el castillo con cuidado de no resbalarme. Al llegar me paré a ver como de mojada estaba, comprobando que estaba igual que si me hubiera tirado al mar. Notaba como el vestido se me había pegado al cuerpo, y algunas partes comenzaban a transparentarse. Me maldije a mí misma por pensar que no me mojaría tanto y fui lo más rápido que pude a cambiarme a mi habitación, pese a que era el último sitio donde quería estar, ya que había discutido con William y estaba evitandole.
Abrí la puerta y entré apresurada a la habitación. Casi me doy de bruces con William, que estaba sirviéndose vino en una mesa contigua a la puerta. Cerré la puerta con la espalda, alejándome así de William, mientras miraba al suelo avergonzada. Él no se movió y yo me quedé apoyada en la puerta, de pie, formando un pequeño charco en el suelo. Respiré hondo y le miré. No me había dado cuenta hasta ahora, pero apenas había luz en la habitación, ya que solo había un par de velas encendidas cerca de la cama y la principal fuente de luz era un ventanal que solo dejaba pasar la grisácea y escasa luz de la tormenta. No podía verle bien la cara a William porque justo estaba de espaldas al ventanal, pero no me parecía que estuviera enfadado. Ambos seguíamos de pie, parados sin hacer nada. Un trueno sonó y decidí que era hora de moverme y de cambiarme o empaparía el suelo. Pero al pasar junto a William estiró su brazo, poniéndolo en mi cintura de manera suave. Yo no intente evitar su brazo o continuar andando, simplemente me paré y al cabo de uno segundos me giré hacia él, arrastrando parte del pesado y empapado vestido. Él también se volvió y al fin pude verle la cara, aunque fuera la mitad. Tenía una emoción en los ojos que no supe identificar, pero no me pareció mala. Él se acercó algo más y puso su otro brazo también en mi cintura. Lentamente se acercó para darme un beso en la mejilla. Cuando despegó sus labios de mi piel yo giré mi cabeza, dejando mis labios a la altura de los suyos. Podía notar su respiración en mi cara. Me parecía una eternidad desde la última vez que habíamos estado así de cerca. Y me ponía nerviosa que tras lo distantes que habíamos estado que volviéramos a estar así, de repente.
Finalmente William posó sus labios en los míos, mientras que con los brazos me apretaba contra él, estremeciéndose al notar el frío y la humedad de mi piel y de mi ropa. Yo por mi parte agradecía el calor de su piel pues hacía rato que me sentía helada. Rodee su cintura con mis brazos, agarrando su ropa mientras seguíamos besándonos cada vez más intensamente. William entonces se separó de mí lentamente y me cogió la mano, queriendo llevarme cerca del ventanal. Yo le seguí con cuidado de no resbalar con el agua del suelo. Nos paramos junto a la ventana, donde, aunque grisácea, había más luz. Las gotas aún caían con violencia fuera, golpeando la cristalera y haciendo que estuviera más fría. Tuve un escalofrío y miré a William. Había algo en sus ojos... Un brillo que ya había visto antes, en nuestra noche de bodas. Estiró su brazo para quitarme un mechón de pelo mojado que descansaba sobre mi pecho. Tras eso dejó su mano en mi hombro y se quedó mirando mi vestido... O más bien todo lo que el vestido estaba marcando, como mis pechos y mis pezones endurecidos por el frío. Puso su otra mano en mi otro hombro y bajo ambas por mis hombros hasta llegar al inicio de mi vestido, agarrándolo. Continuó bajando las manos por mis brazos, tirando lentamente de mi vestido, que a causa de la humedad se despegaba con dificultad de mi piel. Me había bajado bastante las mangas, pero el vestido aún estaba pegado a mi pecho y no bajaba más. Siguiendo el borde de la prenda, William puso sus manos en el escote del vestido y repitió el mismo proceso que con las mangas. Yo estaba tan turbada que no podía hacer otra cosa que dejarme. Nadie me había quitado la ropa de esa manera, con esa dedicación y atención. Continuó bajandome la ropa, y cuando se agacho para seguir bajándolo contuve el aliento. Una vez hubo despegado y deslizado el vestido por mis caderas no tardó en caer del todo. William puso su mano en mi pierna, y mientras se incorporaba, sus dedos subían por mi cuerpo, estremeciéndome y poniéndome la piel de gallina. Me acerqué a él y le desanudé la camisa sin que él opusiera resistencia. Cuando estuvo lo suficientemente floja, bajé hasta su cintura, tirando de la prenda, sacándola de debajo de los pantalones. Alcé la camisa con mis manos, recorriendo mientras todo su pecho, para acabar sacándosela por la cabeza. Nada más quitársela, William se pegó a mí, empujándome a caminar hacia atrás mientras me besaba.
Me sorprendí cuando mis piernas se dieron con el borde de la cama, desestabilizándome y haciéndome caer sobre ella. William, que sabía hacia donde me había estado empujando, en seguida se colocó sobre mí, apoyado en sus rodillas. Rápidamente me eché hacia atrás en la cama, sacando las piernas de entre las de William y poniéndome en su misma posición, de rodillas sobre la cama. William me miró entre dubitativo y expectante. Yo me acerqué a él y traté de empujarle para que se tumbara, pero era algo que no iba a pasar salvo que él pusiese de su parte. Él esbozó una pequeña sonrisa, sin duda fruto de mi ridículo intento, y se tumbó en la cama. Yo me puse sobre él, derramando algunas gotas de agua de mi pelo sobre su torso. Apoyé mis manos sobre su pecho y las fui bajando hasta sus pantalones. Los aflojé y tiré de ellos. William ayudó con sus movimientos y en poco tiempo le había sacado los pantalones y las botas, dejándole tan desnudo como yo. Me abalancé sobre él, besándole la cara y los labios con urgencia. Seguí besándole por la nuez, por su cuello, bajando hasta su pecho. Llegado a ese punto, podía notar con mi vientre su miembro endurecido. Me coloqué mejor y apreté mi cuerpo contra el suyo para que sintiera mis pechos mientras le miraba. Él había cerrado los ojos y exhalado un suspiro. Me separé y continué besándole, bajando por su cuerpo hasta llegar a su miembro. En cuanto mis labios dejaron paso a mi lengua noté como su cuerpo se tensaba mientras él soltaba un leve gemido. Tras unos lametones, introduje su miembro en mi boca. Notaba que cuanto más rápido y más profundo lo hacía más se alteraba la respiración de William, cosa que me excitaba muchísimo. De repente William puso sus manos en mis hombros, empujándome hacia arriba. Yo quedé de rodillas sobre la cama, la misma posición en la que estaba ahora él.
Se abalanzó sobre mí, tratando de tumbarme, pero yo no estaba dispuesta a ponérselo fácil, no iba a dejarle hacer de mí todo lo que él quisiera todo el tiempo. Me excitaba resistirme, notar sus músculos tensos intentando moverme. Por supuesto, él no tardó mucho en tumbarme, pero al menos lo había intentado. Cuando me recostó trató de ponerse encima mía, pero se lo impedí con una de mis piernas. La jugada no me salió como esperaba, puesto que él cogió y mi pierna y se la echó sobre su hombro. Me miró sonriendo levemente, con la respiración alterada y con fuego en sus ojos. Yo le devolví la sonrisa y no me resistí más, sabía cuando me habían ganado... o cuando dejarme ganar. Noté las manos de William en mi sexo, comprobando si estaba lista. Aunque no me hubiera tocado mucho, yo estaba más que lista y húmeda y él lo notó. En seguida noté su miembro en mi sexo y gemí cuando él entró en mí. Me mordí los labios mientras él se movía dentro de mí, tratando de ahogar mis gemidos. William cogió mi otra pierna y se la colocó sobre su hombro también, dejando mi cuerpo totalmente a su merced. Yo me limité a disfrutar mientras trataba de no hacer mucho ruido, aunque era difícil porque sentía muchísimo placer. William notándolo me cubrió la boca suavemente con la mano mientras aumentaba el ritmo. Yo apreté su mano contra mi boca mientras tenía un orgasmo. Él salió de mí e intenté volver a jugar y a resistirme, pero tras el orgasmo que había tenido apenas tuve fuerzas para darme la vuelta en la cama. William tiró de mí suavemente, dejándome tumbada de costado, mientras él se tumbaba pegado a mí. Levantó la pierna sobre la que no me apoyaba, y me penetró. Mientras se movía suavemente, me apretaba contra él en un abrazo. Notarle tan pegado a mí era una sensación indescriptible, me volvía loca notar en mi espalda su aliento, sus pequeños jadeos y el latido descontrolado de su pecho. Entonces sus manos dejaron de presionarme contra él, una de ellas la colocó en mi pecho, agarrándomelo suavemente, mientras que la otra bajó hasta mi sexo. Se me escapó un grito ahogado cuando comenzó a acariciarme mientras iba aumentando el ritmo de sus embestidas. Mientras que yo apenas podía sentir otra parte del cuerpo que no fuera mi entrepierna y su exceso de sensaciones, William subió la mano que tenía en mi pecho hacia mi cuello, obligándome suavemente a girar la cabeza. En cuanto nuestras miradas se encontraron, nos besamos intensamente. Fueron los besos los que ahogaron nuestros gritos y gemidos cuando yo volví a llegar al clímax y William terminó dentro de mí. En cuanto pude recuperar mínimamente el aliento me volví para mirarle. El me abrazó y me atrajo contra su pecho, apoyando su cabeza en la mía.
Sentí ganas de llorar. Quería gritarle que era idiota, que esto es lo que deseaba, estar con él y sólo con él. Pero por otra parte estaba muy contenta con lo que había pasado... Tras tantos días tensos sin apenas hablar, nos habíamos acercado y amado sin necesidad de decir nada... Me pegué a él lo más que pude, con la esperanza de que él pudiera entender cuánto significaba para mí esto, el estar juntos, piel con piel, sonriéndonos y besándonos de nuevo.