La tormenta
Mi hermana Miriam tiene autentico pavor a las tormentas y yo soy el único que puede mitigar su ansiedad.
Me llamo Imanol, tengo veintiséis años y hace un año me trasladé desde Salamanca a Valencia para trabajar en el despacho de un arquitecto. Miriam es mi hermana menor, tiene veintiún años y es una preciosidad, aunque esté mal que yo lo diga, vivía aún con mis padres en Salamanca. Siempre hemos estado muy unidos y ahora con la separación, nos tirábamos horas hablando por teléfono contándonos todo. Después de acabar sus estudios de administrativo, no encontraba trabajo por ninguna parte, así que mis padres me pidieron si podía buscar algo para ella por aquí. Yo encantado y gracias a las secretarias del despacho, logre que la entrevistaran para un puesto en el mismo edificio.
Y aquí que se vino, hizo la entrevista y logró el trabajo, el sueldo no era muy allá, pero lo importante era trabajar. Toda llena de ilusión se vino a vivir conmigo. Al poco de venir a vivir conmigo la pregunte:
- ¿Así que has roto con ese chico que salías?
- Es un capullo, le sentó muy mal que me viniese a trabajar aquí.
- Pasa de él. ¿Y no echas de menos a tus amigas?
- Un poco, pero te tengo a ti y eso lo compensa todo. Te he echado de mucho de menos.
- Yo sí que te echaba de menos, aquí no conozco a nadie excepto a los del despacho y ellos tienen sus amigos.
- Pues teniéndonos el uno al otro no necesitamos a nadie más. –me dijo dándome un abrazo.
Íbamos a todos lados juntos, parecíamos novios, la verdad es que durante el año que estuve viviendo sólo, lo pase mal y el hecho de tener a mi hermana allí, me había devuelto la alegría.
- No me digas que con todas las chicas guapas que hay en Valencia no le has echado el ojo a ninguna.
- Las únicas con las que tengo trato son con las de mi oficina y la mayoría o tienen novio o me miran por encima del hombro. Vamos, que soy invisible para ellas.
- Pues las que te echaban de menos eran mis amigas, las tenías loquitas.
- ¿Sí?, anda eso no lo sabía yo.
- Más de una se te hubiera abierto de piernas con solo chasquear los dedos.
- Vaya, vaya con tus amiguitas, de haberlo sabido…
- Más de una vez me preguntaron si estabas bien “calzado”
- ¿y qué le respondiste?
- Que sí, que parecías Rocco Siffredi,- y empezó a reírse.
- Que exagerada eres. Oye, ¿Y tú cuando me has visto desnudo? ¿Es que me espiabas?
- ¡NOOOO!, fue por accidente, una vez te vi en la ducha, te dejaste la puerta abierta y estabas secándote. Y la otra cuando entré en tu habitación sin llamar y estabas durmiendo desnudo sobre la cama.
Estaba colorada como un tomate, la abracé y me reí.
- Vaya con mi hermanita, espiando a su hermano…- la di un beso en la frente.
Ya habían pasado varios meses, cuando se desató una tormenta por la noche. Mi hermana le tenía autentico pavor a las tormentas desde siempre. Cuando era pequeña, si había tormenta, se venía a mi cama a dormir. A mis padres les hacía gracia al principio, pero cuando crecimos mi padre lo cortó de raíz, “no estaba bien” que una chica adolescente duerma en la cama de un chico “con pelos en los huevos”, aunque fuese su hermano. Lo que yo hacía, era ir a su habitación y dejando la puerta abierta me sentaba un rato en su cama y la agarraba la mano hasta que se calmaba.
Nada más empezar la tormenta mi hermana vino corriendo a mi habitación y se metió en mi cama. Venía temblando y se abrazó a mí, la abracé y le acariciaba el cabello para que se calmara.
- Si papa nos viese, le daría un ataque. La dije.
- Papá no está aquí, así qué no puede decir nada.
- Cuando no estaba yo ¿Cómo te las apañabas las noches de tormenta?
- Dormía agarrada a mi osito y pensaba que eras tú.
- El osito Imanol
- Sí, pero ahora te tengo a ti y no le necesito.
A cada trueno, daba un respingo y se abrazaba más fuerte aún. Cuando acabó la tormenta, ella se calmó, yo notaba su respiración relajada. Notaba su cuerpo pegado al mío, notaba como sus pechos presionaban contra mí.
- Gracias, parece que ya ha terminado la tormenta, ¿quieres que me vaya a mi cuarto?
- No, mi niña, anda quédate si quieres.
- Si quiero.
Tengo el sueño muy ligero y cualquier ruido me despierta. No sé qué hora era porque no abrí los ojos, pero algo me despertó. Escuché atentamente y oí su respiración entrecortada. Al principio pensé que mi hermana estaba soñando, pero no, noté como su mano se movía suavemente. Entonces lo comprendí, se estaba masturbando. Cada pocos instantes, se paraba y se quedaba escuchando, a continuación continuaba. Así hasta que dio un soplido más prolongado y se quedó quieta. Se coloco la ropa y se abrazó a mí.
Yo tenía una erección tremenda, mi hermana no se dio cuenta en un primer momento, pero transcurridos unos minutos, ella bajó la mano hasta que topó con mi miembro erecto. Yo me estaba haciendo el dormido, mi respiración era profunda y mantenía los ojos cerrados. Con mucha cautela, puso su mano sobre el slip, me la agarró con mucha suavidad, la mantuvo inmóvil. Al rato la soltó, si no lo hubiera hecho, no sé lo que hubiera pasado.
Al día siguiente nos levantamos como si nada. Fuimos al trabajo y durante todo el día no pude apartar de la mente lo sucedido por la noche. Supongo que a mi hermana le estaba pasando igual. Ya no pensaba en ella como una hermana, sólo veía a una hermosa mujer. Durante la cena deseaba fervientemente que hubiera otra tormenta, en aquella época del año son muy frecuentes y cuando oí el primer trueno mi corazón dio un salto y mi hermana un respingo.
- Anda, duerme conmigo.
Nos fuimos a acostar, mi hermana abrazada a mí y yo pensando en su cuerpo. Mi polla no tardó en ponerse dura, quería que ella se diese cuenta de mi estado, lo deseaba. Empecé a acariciarla la espalda, permanecía callada, noté como empezó a bajar la mano por mi pecho. Cuando llego a mi polla notó la erección, pero no aparto la mano. Introdujo la mano por el slip y me agarro la polla. Mi respiración fue haciéndose más profunda mientras ella me la masajeaba, pasando de la polla a los testículos y viceversa.
- Amor mío - la dije y la di un beso apasionado.
Encendí la luz de la mesilla para poder verla, me miraba tiernamente, le quité la camiseta que llevaba y pude contemplar por fin su cuerpo desnudo. Cómo había cambiado desde la última vez que la vi desnuda, tenía un cuerpo maravilloso. Unos pechos firmes con unas areolas sonrosadas, los pezoncitos duros por la excitación, su pubis rasurado dejaba ver su rajita. Empecé a besarla por la cara suavemente, fui bajando por todo su cuerpo, recreándome en sus pechos. Ella daba ligeros gemidos y cuando llegué a su coño, le introduje la lengua y empecé a juguetear con su clítoris y sus labios. Su cuerpo se retorcía por el placer que la estaba proporcionando, sus gemidos eran cada vez mas fuertes hasta tuvo un orgasmo y se quedó inmóvil. Su respiración se iba relajando hasta llegar a la normalidad. Yo seguía dándole besitos en el coño.
- Amor mío, ha sido maravilloso. –me dijo mientras me acariciaba la cabeza.
- ¿Te ha gustado? Pues ahora viene algo mejor
Me quité el pijama y el slip, abrí un cajón de la mesilla y saque un preservativo, cuando iba a sacarlo, me lo impidió.
- No, amor mío, no hace falta. Llevo dos semanas tomando la pastilla.
- ¿Acaso sabías que íbamos a…?
- Si, lo deseaba con toda mi alma.
Lo dejé en la mesilla y me puse encima de ella,
- Con suavidad, nunca me han metido una de ese tamaño.
- Sí, mi amor.
Con toda la suavidad que pude la penetré, ella dio un quejido e inicié el bombeo, de los quejidos iniciales pasó poco a poco a gemidos. Me tenía abrazado con sus piernas mientras yo bombeaba con frenesí, la cama chirriaba y el cabecero golpeaba la pared. Ella me agarraba la espalda, llegando a clavarme las uñas, después me di cuenta que llegó a hacerme un poco se sangre, pero en ese momento no sentía ningún dolor. Entonces, sin previo aviso, ella arqueó su espalda y gritó “Dios”. Había tenido su segundo orgasmo de la noche. Yo seguía dándola, comenzó a gemir de nuevo hasta que do otro alarido, había tenido el tercero, en ese momento me corrí dentro de ella con una explosión de semen. Me quedé inmóvil sobre ella, con la polla metida mientras se bajaba la hinchazón, los dos reíamos y nos besábamos.
Por fin mi polla volvió a la posición de reposo, estábamos abrazados
- Ha sido maravilloso, nunca había tenido tres orgasmos en una noche.
- Mi niña, nunca había disfrutado tanto con una mujer.
- Si mis amigas nos viesen, les corroería la envidia.
- Y a los cinco minutos los sabría todo Salamanca, con lo cotillas que son.
- Entonces, mejor que no se enteren.
- Mejor, ojos que no ven…
Estábamos exhaustos y sólo pudimos dormir un par de horas, teníamos que ir a trabajar y con todo el dolor de nuestro corazón, nos levantamos. Nos fuimos a duchar juntos, nos estábamos enjabonando mutuamente, cuando mi polla se puso otra vez en pie de guerra. Miriam la miro
- ¿Otra vez?
- Si cariño, otra vez.
La agarré por las axilas y la aupé, ella se agarró con sus brazos a mi cuello y me abrazó con las piernas. La apoyé contra la pared de la ducha y lentamente la fui bajando y la enterré la polla en su coño. Sujetándola por sus nalgas, la fui subiendo y bajando, ella gemía en mi oído
- Amor mío, amor mío.
Aumenté el ritmo hasta que casi a la vez tuvimos otro orgasmo. Ella no me soltaba, seguía aferrada a mí, nos besábamos apasionadamente,
- Amor mío - la dije- tenemos que ir a trabajar
- No quiero.
- Anda vamos, esta tarde continuamos
Accedió, pero antes de salir de la ducha, se arrodilló delante de mí, se introdujo la polla en la boca y la dio un par de buenos lametones que me dejó tiritando
- Esto es para que sepas lo que te espera esta tarde.
- Ya estoy deseando que llegue la tarde.
Cuando llegué por la tarde, Miriam ya me estaba esperando en casa. Estaba desnuda completamente y sin dilación, me llevo a rastras a nuestro cuarto, allí me desnudó, me comió a besos. Me tumbó en la cama y empezó chupándome los huevos, después se introdujo la polla en la boca y empezó la mejor mamada que me hubieran hecho hasta entonces. Miriam disfrutaba con lo que hacía, mi polla desaparecía casi totalmente en su boca y volvía a aparecer. Cuando noté que me iba a correr, la avisé, pero ella mantuvo la polla en la boca esperando mi semen, el cual se tragó con deleite.
- Bueno, ¿qué te ha parecido? –dijo, mirándome con cara de vicio.
- No tengo palabras, la mejor que me han hecho.
- Pues es la primera que hago, ya verás cuando pille más práctica.
Y claro que lo vi, a partir de ese día, teníamos ración de sexo casi a diario y además, Miriam le perdió el miedo a las tormentas, ahora la ponían a cien.