La Tormenta
Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas.
Tara salió de la ducha, se secó cuidadosamente el cuerpo con la toalla y se aplicó la crema de avellanas frente al espejo. A pesar de que ya no era una jovencita seguía sintiéndose orgullosa de su cuerpo. Sus ojos seguían siendo grandes, de un verde azulado intenso y sin arrugas o bolsas bajo ellos. Su cutis era fino y terso, su nariz pequeña y recta y sus labios gruesos y suaves. Se los repasó con la lengua mientras levantaba su espesa melena negra con sus manos.
Se giró ligeramente y se miró el cuello largo, con la piel tersa, sin arrugas ni descolgamientos, Satisfecha bajó la vista y se observó el cuerpo bronceado y voluptuoso y cogió un poco de crema. Con lentitud la extendió por su cuello, sus clavículas y por su pecho, rodeando su busto y finalmente cerró los ojos y se pasó las manos por los pechos y el vientre deseando que fuese su marido el que la estuviese acariciando.
Con un suspiro sus manos se deslizaron suaves entre sus piernas y dándose la vuelta observó su culo aun redondo y tieso gracias a las largas sesiones de aerobic. Orgullosa se puso de puntillas y observó como su culo se convertía en dos perfectos hemisferios morenos y tersos sustentados por dos columnas esbeltas y tensas.
Se acercó a un sofá y poniendo un pie sobre el asiento se aplicó la crema con esmero por las pantorrillas y los pies. Con una sonrisa satisfecha se miró por última vez y se dirigió al armario. Tuvo que ponerse de puntillas para llegar a la caja que estaba en el altillo. Con cuidado la puso sobre la cama y tras quitar el polvo de la tapa la abrió con cuidado.
Después de quince años, aun recordaba con total nitidez la última vez que se había puesto aquel conjunto. Estaba muerta de miedo, ella, una joven criada entre algodones en una antigua mansión del sur de Virginia, se iba a casar con un hombre que casi le doblaba en edad, un rico abogado del norte que ayudaría a sostener los vicios de su antigua y derrochadora familia.
Con suma delicadeza sacó el conjunto y lo extendió sobre la cama para admirarlo. Tenía tiempo de sobra, Jack no llegaría hasta las siete y el servicio había preparado la cena y se había ido a casa para dejarles solos en un día tan especial.
Tras echarle un vistazo se dirigió hacia el amplio ventanal y observó cómo se arremolinaban las nubes creciendo en la húmeda y cálida atmosfera. Abrió la ventana esperando que entrase un poco de brisa fresca, pero solo entró una bocanada de aire pesado y caliente. Exactamente igual que aquel día de mayo.
Cerrando la ventana se dirigió de nuevo a la cama. Con lentitud cogió el sostén blanco y comprobando que estaba como el primer día, se lo colocó satisfecha al ver que le sentaba casi tan bien como en aquella ocasión. Tras ello se colocó las suaves bragas, un poco pasadas de moda, pero aun suaves y bonitas.
Mientras se colocaba el ligero y las medias cerró los ojos y se encontró de nuevo en aquella habitación que olía a azahar rodeada de sus damas de honor que la vestían y reían emocionadas.
La ceremonia fue preciosa. A pesar del calor, la gente se emocionó y disfrutó al ver como la hermosa e inocente damita del sur se casaba con el hombre maduro, apuesto y adinerado del norte.
Apenas lo había visto un par de veces antes de la ceremonia, pero su porte apuesto, su pelo veteado de gris en las sienes y su sonrisa bondadosa le hicieron sentirse segura y protegida.
Tras el convite Jack la cogió en sus brazos y la llevó a la pista del baile. Flotó por la pista con los brazos de su esposo en torno a su talle, girando al ritmo del vals. Recordaba como si fuese ayer como al terminar casi se desmayó víctima del champán, el calor y la emoción.
Jack se dio cuenta inmediatamente y la sacó de allí en volandas dejando que sus padres les disculpasen.
Su flamante esposo entró en la habitación portándola en sus brazos para a continuación depositarla suavemente sobre las sábanas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él solícito.
—Sí, gracias, solo fue un momento, ahora estoy bien. —dijo incorporándose.
—Será mejor que dejemos la noche de bodas para mañana. —dijo Jack intentando no parecer demasiado decepcionado.
—¡Oh! No, de veras que estoy bien.—dijo levantándose de la cama y colocándose frente a él, poniéndose de puntillas y dándole un beso.
Enseguida notó como su marido respondía a su beso con suavidad acariciándole la cara y el cuello y poniéndole la piel de gallina. Recordaba con total perfección como se había sentido a la vez excitada y temerosa. Era la primera vez que estaría desnuda ante un desconocido. Tras romper el beso, la joven se dio la vuelta invitando a Jack a que le desvistiese.
Aquel hombre, tan íntimo y tan desconocido a la vez, deslizó las manos por su espalda mientras iba bajando la cremallera. Cuando terminó, el vestido blanco resbaló por su cuerpo y cayó inerte a los pies de la joven.
Recordaba perfectamente cómo se quedó quieta, un poco cohibida por su desnudez. Con suavidad Jack la cogió por los hombros y la volteó observando su cuerpo joven y acariciando la lencería que ocultaba con profusos bordados sus partes más íntimas.
Tras escrutarla a placer tomó su cara y mirándole a sus ojos la besó de nuevo. Esta vez no fue tan tímida y exploró la boca de su marido con su lengua. Un intenso sabor a Whisky y a tabaco le inundó excitándola. Sin darse cuenta de lo que hacía apretó su cuerpo contra el de su esposo. Jack respondió bajando sus manos y estrechando con ellas su culo a través de las finas bragas.
Paulatinamente el mareo se fue esfumando y se sintió tan excitada por las sabias caricias del hombre que no pudo evitar un gemido. Esa fue la señal que Jack estaba esperando para subir las manos por su espalda hasta llegar al sujetador y soltar el cierre.
Se cogió las copas aun un poco indecisa, pero Jack le apartó las manos con suavidad dejando a la vista unos pechos redondos, del tamaño de grandes pomelos con unos pezones pequeños y rosados.
Antes de que pudiera hacer nada, Jack cogió uno de ellos y se lo metió en la boca. La sensación fue indescriptible, el pezón se erizó inmediatamente enviando chispazos de placer por todo su cuerpo. Gimió y se apretó contra su esposo deseando que aquellas caricias no terminasen nunca.
Tras unos segundos se separó con un suspiro y esta vez fue ella la que empezó a desnudar el cuerpo de su marido. Con dedos hábiles le aflojó el nudo de la corbata y le quitó el traje hasta dejar a Jack en calzoncillos. El hombre sonrió al ver cómo era incapaz de reprimir una sonrisa nerviosa al ver a su esposo casi totalmente desnudo.
Jack se bajó los calzoncillos y dejó que ella observase su polla crecida aunque no totalmente dura. Se acercó y la rozó tímidamente con su mano. Con una mirada Jack le animó a continuar y ella se arrodilló y cogió la polla entre sus manos.
El miembro se enderezó casi inmediatamente amedrentándola ligeramente, pero su abuela ya había tenido una conversación con ella hacia un par de semanas y le había dicho lo que tenía que hacer.
Aun un poco temerosa, abrió la boca y besó y lamió su glande con suavidad. Con satisfacción notó como la polla de Jack crecía en su boca y se ponía dura y caliente como el hierro al rojo a la vez que el hombre soltaba un quedo gemido. Se sintió un poco extraña con el miembro de Jack en su boca, pero los roncos suspiros de placer de su marido la animaron a chupar cada vez más fuerte hasta que su esposo la tuvo que apartar para no correrse antes de tiempo.
Con suavidad la ayudó a levantarse y la tumbó boca arriba sobre la cama. Ella esperó con las piernas tímidamente cerradas. Jack se inclinó y con suavidad tiro de sus bragas para sacárselas. Ella le dejó hacer temblorosa aunque tampoco hizo nada por ayudarle.
Con una sonrisa Tara se tumbó sobre la cama y acariciándose los muslos recordó como al sentirse totalmente desnuda se tapó el sexo con las manos. Con suavidad Jack las apartó dejando a la vista la suave mata de pelo oscuro que ocultaba su pubis para a continuación separar sus piernas acariciando y besando el interior de sus muslos y la entrada de su coño.
No era la primera vez que se acariciaba entre las piernas, pero el hecho de que fuera otra persona la que lo hiciese, el morbo de sentirse tan deseada y las hábiles caricias y lametones de Jack hicieron que el resto del mundo se diluyera y solo existiera el placer y el deseo que embargaban su cuerpo.
Tuvo que morderse los labios para mantener la compostura y no suplicarle que la empalase con su polla de una vez.
Su marido se dio cuenta del deseo de la joven y con una sonrisa pícara se dedicó a acariciar y mordisquear sus piernas, sus tobillos, sus medias...
Sentía como todo su cuerpo hervía y a duras penas reprimía el deseo de bajar sus manos y abrir los labios de su vulva para mostrarle a su esposo su coño encharcado de de deseo.
Por fin Jack se dejó de juegos y se colocó entre sus piernas. Excitada hasta un punto del que nunca se había creído capaz, abrió un poco más sus muslos para acogerle y creyó derretirse cuando la polla de su marido contactó con la entrada de su vagina.
Con suavidad Jack guio su polla a la entrada de su sexo, se inclinó sobre ella y comenzó a besar y chupar el lóbulo de su oreja mientras le tanteaba el virgo con suavidad.
De repente Jack le mordió con fuerza el lóbulo de la oreja, Tara abrió la boca para quejarse pero entonces se dio cuenta de que tenía toda la longitud de la polla de su esposo en sus entrañas. El dolor se pasó en un instante sustituido por los relámpagos de placer que irradiaban desde su coño haciendo que su cuerpo entero hirviese de deseo.
Tras asegurarse de que estaba bien, Jack comenzó a entrar y salir cada vez con más fuerza. Estaba tan sorprendida por la avalancha de sensaciones que se limitó a dejarse hacer incapaz de hacer nada más que mirar a su marido a los ojos y gemir suavemente.
Con una sonrisa malévola Jack le cogió por las piernas y tiró de ellas hacia arriba a la vez que se separaba permitiendo a su esposa ver como la polla entraba y salía de su cuerpo.
Sus movimientos se hicieron más rápidos, secos y profundos. Creyó que aquel hombre iba a partirla por la mitad. Cuando se dio cuenta había perdido toda compostura y estaba gritando y animando a su marido a follarle cada vez más fuerte hasta que la sensación de mil agujas de placer clavándose en todo su cuerpo le hicieron perder el resuello.
Su marido soltó sus piernas en ese momento y volviendo a tumbarse sobre ella, siguió penetrándola a la vez que le besaba hasta que con dos últimos y salvajes empujones se corrió dentro de ella.
Sintió la oleada de semen caliente llenar sus entrañas y jadeando clavo sus uñas en los costados de sus marido susurrándole palabras de amor a los oídos.
Tara no pudo evitar llevarse las manos a su sexo recordando aquella noche. Con una sonrisa recordó como se había mostrado deseosa, acosando a su marido para que le hiciese el amor durante toda la noche y consiguiendo que la follase tres veces más antes del desayuno.
Una fuerte racha de viento empujó el ventanal abriéndolo de golpe. El ruido la sobresaltó sacándole de su ensoñación y Tara se apresuró a cerrarla antes de que entrase polvo o hojas muertas. Mientras aseguraba la puerta observó como las nubes, cada vez más pesadas y negras, se acercaban. La tormenta no tardaría en llegar.
Efectivamente, el primer rayo descargó cinco minutos después y el suave repiqueteo de la lluvia pronto se convirtió en una oleada incontenible.
En ese momento el teléfono sonó sobresaltándola.
—Hola cariño. —dijo su marido al otro lado de la línea.
—Hola Jack a qué hora llegarás.
—Lo siento, por eso te llamaba, mi amor. Sé que esta es una noche especial, pero estoy en los juzgados, uno de nuestros clientes, Phil Easterbrook, no sé si te acordarás de él, se ha metido en problemas.
—Claro que me acuerdo de él. ¿Cómo no voy a conocer a vuestro mejor cliente?
—Bueno, el caso es que ha tenido un lío en un restaurante, se ha negado a pagar la cuenta y cuando han intentado retenerle la ha emprendido con el mobiliario y han acabado deteniéndole. Parece que iba con un par de copas de más y a insultado gravemente a una agente que vino a poner paz, con lo que ha terminado en comisaría. Me temo que llegaré bastante tarde.
—¡Vaya! —dijo Tara sin poder disimular su desilusión— Tenía preparado algo especial para este día.
—Lo siento cariño, pero Phil no se fía de nadie más. Iré en cuanto pueda.
—No te apures. Creo que será mejor que te quedes a dormir en el bufete, aquí está descargando una tormenta de las buenas, lo más seguro es que corten la carretera por la noche.
—De acuerdo mi amor. Lo siento mucho.
—No te preocupes tonto. Te voy a enviar algo para que te consueles cuando te eches a dormir. Un beso.
—Un beso mi amor.
Tras colgar el teléfono fijo cogió su smartphone, se hizo una foto frente al espejo y se la envió por wasap. La respuesta fue toda una serie de iconos enfurecidos de su marido por no estar en casa acariciando y besando a su esposa.
Con una sonrisa satisfecha se acercó a la cocina para calentar la cena. Estaba a punto de elegir el trozo de pato que iba a calentar cuando el timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos.
Se dirigió a la puerta con naturalidad cuando se dio cuenta de que se dirigía a abrir vestida únicamente con la lencería. Pidiendo un momento a la persona que estaba al otro lado de la puerta corrió al armario del dormitorio de donde sacó una bata de seda color gris perla preguntándose quién demonios se atrevería a salir de casa con aquella tormenta.
Corriendo tanto como se lo permitían las sandalias de tacón que se había puesto se dirigió a la entrada y abrió la puerta. Al pie de los peldaños, bajo una cortina de agua, un hombre joven y moreno, de pelo largo y negro esperaba pacientemente a que la puerta se abriese.
—Hola perdone que le moleste —dijo el desconocido chorreando agua—pero he tenido una avería con el coche y mi móvil no tiene cobertura. Me preguntaba si podría prestarme su teléfono un instante para hacer una llamada.
—Por supuesto, pero pase, no se quede ahí bajo la lluvia. —dijo ella abriendo la puerta totalmente para facilitarle la entrada— Realmente hace una tarde de perros.
Cuando el desconocido subió los peldaños que le daban acceso a la casa Tara comprobó que era alto y corpulento, debía medir casi uno noventa. Su tez era cobriza y sus ojos ligeramente rasgados haciéndole pensar a la mujer que el desconocido probablemente tuviese antepasados de sangre india. El pelo negro y largo chorreaba agua empapando los hombros de su camisa haciendo que esta se pegase a la piel revelando una musculatura impresionante.
Durante un momento un relámpago de miedo atravesó su cuerpo como un escalofrío, pero la sonrisa de agradecimiento del desconocido, cálida e inocente le hizo sentirse como una tonta.
—Adelante, le traeré también una toalla para que se seque un poco. —dijo ella dejando al hombre en el recibidor mientras iba en busca del inalámbrico.
Tras un par de minutos volvió con el teléfono y una toalla. El hombre le esperaba prácticamente en la misma postura en la que le había dejado. Mientras se acercaba se fijó de nuevo en su rostro duro y anguloso, de labios estrechos y pómulos salientes que le daba un aspecto hierático. El hombre recibió la toalla con una sonrisa cálida y dulce que provocó en Tara un ligero e inexplicable escalofrío. Tras secarse la cara, el cuello y su pelo negro le devolvió la toalla y cogió el inalámbrico. El hombre lo manipuló tecleando un número y lo acercó a su oreja poniendo cara de extrañeza.
—Lo siento, pero parece que no hay línea. —dijo devolviéndole el teléfono para que Tara lo comprobara.
—Vaya, pasa a veces con las tormentas, seguro que algún árbol habrá caído sobre el tendido del teléfono. Tengo un móvil, pero me temo que no servirá de mucho aquí, no tengo cobertura y solo lo utilizo para enviar wasaps por medio del wifi de la casa. —dijo ella disculpándose— me temo que no podemos hacer nada de momento.
—Bueno, gracias de todas formas, —dijo el hombre con un mohín— creo que no voy a tener más remedio que caminar hasta el pueblo más cercano...
—De eso nada. —dijo ella en un arrebato— Estas tormentas son muy violentas, pero no suelen durar mucho. Te quedarás hasta que haya dejado de llover y luego podrás irte.
Sin dar tiempo a reaccionar al hombre le llevó a la cocina y le dejó sentado en una silla mientras se dirigía a la habitación a por un poco de ropa seca. Rápidamente escogió un chándal viejo de su marido que hacía tiempo que no usaba por quedarle demasiado grande y volvió rápidamente.
Cuando llegó de nuevo a la cocina, le vio curioseando entre sartenes y las cacerolas. Le dejó mirar unos instantes más antes de entrar con un suave carraspeo. El hombre levantó la vista y sin aparentar embarazo ninguno se acercó a ella dejando pequeñas huella húmedas tras sus pasos.
—Te he traído un poco de ropa seca. —dijo Tara un poco sonrojada— Espero que te valga es lo más grande que tengo.
El hombre la recogió de sus manos e inspecciono el chándal viejo con curiosidad. Tras un instante se impuso un incómodo silencio. El hombre pareció dudar un momento levantando la vista por encima de la cabeza de Tara como buscando algo pero sin atreverse a pedírselo. Tras unos segundos la mujer se dio cuenta y sonrojándose por su torpeza, le indicó dónde había un baño donde podía secarse y cambiarse de ropa.
Mientras el hombre desaparecía camino del servicio ella se apresuró a poner mesa para dos, calentar el pato y descorchar una botella de vino tinto.
Acababa de poner el vino en el decantador cuando el desconocido apareció por la puerta. El chándal le quedaba algo justo, ciñéndose a su cuerpo potente y musculoso como una segunda piel, haciendo que Tara no pudiese evitar admirarlo y sentir un pequeño chispazo de deseo en sus entrañas.
—Ahora ya pareces un ser humano. —dijo ella sonriendo y recogiendo su ropa húmeda para meterla en la secadora.
—Por cierto, me llamo Dan Hawkeye. —dijo el hombre sonriendo agradecido.
—No eres tú el único al que se le ha estropeado el plan. Tengo cena para dos y me temo que mi cita me ha dado calabazas, así que se me ha ocurrido que podrías acompañarme. —dijo ella sentándose e invitando al hombre a hacer lo mismo.
Al sentarse la suave bata de seda le jugó una mala pasada y se abrió dejando a la vista la pierna de Tara hasta casi la altura del muslo. Se apresuró rápidamente a cerrarla, pero enseguida supo que Dan había visto suficiente. Sonrojada, se centró en trinchar el pato y servir un par de tajadas en el plato de su invitado.
Dan se comportó con naturalidad, aparentando no haber visto nada y probó el pato alabando a la cocinera. Movida por una extraña necesidad de exhibirse le dijo al hombre que lo había hecho ella misma y le sirvió un poco de vino.
La cena transcurrió en una atmosfera irreal. Dan no dejaba de observarla con esos ojos pardos y expresivos y con una sonrisa tranquila en su cara mientras ella llevaba la conversación incapaz de estar callada. Así averiguó que Dan era descendiente por parte de madre de una influyente familia de apaches Chirikahua y se dedicaba a tallar la madera y a trabajar el cuero. Mientras comía pato el hombre le contó un par de bonitas leyendas de su pueblo que se remontaban a cientos de años. Tara escuchó las historias mientras observaba la piel cobriza y los músculos que hacían relieve en el tejido del chándal, notando como los pequeños chispazos de deseo se iban convirtiendo en una oleada cada vez más intensa.
Intentando liberarse del hechizo del desconocido se levantó y se dirigió al frigorífico para sacar un par de copas de mousse de chocolate.
Dan se acercó a ella como un fantasma, sin hacer el más mínimo ruido y cuando se dio la vuelta con las dos copas de mousse en la mano a punto estuvo de tirarlas al encontrárselo de frente a escasos centímetros de ella.
Tara levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Con un escalofrío creyó adivinar pequeñas vetas rojas fluctuando entre las fibras de color pardo de sus iris.
Aprovechando la distracción Dan aproximó sus manos y cubrió con ellas los pechos de Tara, sobresaltándola y haciendo que unas gotas de mousse saltaran de la copa manchando el brillante suelo de mármol.
Incapaz de defenderse Tara sintió como el hombre sopesaba y estrujaba sus pechos deleitándose en su calor y su suavidad. El frescor de sus manos atravesó el fino tejido de la bata y el sujetador e hizo que sus pezones se endureciesen inmediatamente.
Sin apartar los ojos de ella recorrió sus hombros, sus flancos, sus caderas y su culo haciendo que el cuerpo de Tara respondiese y se incendiase a su paso.
En ese momento Tara dejó de pensar en lo que estaba haciendo y suspirando se humedeció los labios y abrió la boca invitando al hombre a hacerla suya. Dan no se hizo esperar y abrazándola la besó inundando su boca con el sabor del pato y su nariz con el olor a cuero y húmedad de su cuerpo y su pelo.
Tara aun con las copas en la mano se dejó abrazar devolviendo el beso con entusiasmo con todo su cuerpo incendiado de deseo.
El sonido del timbre le sobresaltó de nuevo. las copas cayeron al suelo rompiéndose y esparciendo su contenido entorno a ellos.
El timbre volvió a sonar insistente así que Tara esquivó como pudo con sus sandalias el chocolate y los cristales rotos y se dirigió al recibidor. Se miró en el espejo y se limpió el carmín corrido antes de abrir la puerta.
—Hola Matt. —dijo saludando al sheriff tratando de no expresar con sus gestos la excitación que le quemaba por dentro—¡Vaya noche de perros!
—Ya te digo —respondió el Sheriff echando un vistazo al torrente de agua que caía del cielo mientras se sacudía el impermeable y escurría el agua que se acumulaba en su sombrero.
—¿Qué te trae por aquí?
—La tormenta, —respondió Matt mientras un relámpago iluminaba el cielo nocturno— El rio está creciendo rápidamente y pronto os quedareis aislados por unas horas. Intenté llamar por teléfono a los vecinos, pero parece que ha caído algún poste así que he tenido que salir a avisaros en persona.
—Gracias Matt, afortunadamente Jack tiene trabajo y no tendré que preocuparme por él esta noche.
—¿Estarás segura aquí sola? —dijo Matt con cara de sincera preocupación.
—No te preocupes por mí, querido, si yo no puedo salir tampoco habrá nadie que pueda entrar.
—En eso tienes razón —dijo el sonriendo.
—En fin, gracias por preocuparte, Matt. Te invitaría a un café, pero como Jack no llegará hasta mañana estaba a punto de irme a dormir...
—Lo entiendo, Tara, en noches como estas no hay mucho más que hacer y aunque quisiese no me puedo parar a tomar nada. Debo apresúrame si quiero avisar a todos los vecinos antes de que el vado esté impracticable
Tras un par de minutos más de charla intrascendente el sheriff se caló de nuevo el sombrero y salió a la tormenta camino de su coche. Justo antes de hacerlo el sheriff se dio la vuelta:
—Una última cosa, a unos doscientos metros camino arriba hay un coche parado sin nadie dentro. Parece que ha tenido una avería. ¿Ha pasado alguien por aquí pidiendo ayuda?
—La verdad es que sí —respondió Tara— Hace unos minutos alguien llamó a la puerta, pero acababa de salir de la ducha y la tormenta empezaba a descargar con fuerza. Lo siento, pero como estaba sola me dio un poco de miedo y no abrí la puerta. Quién quiera que fuese no insistió mucho y se fue. —dijo ella rezando para que el bueno de Matt interpretase los escalofríos que sentía a la mezcla de miedo y culpabilidad por haber dejado a alguien tirado.
—Lo entiendo. No te preocupes, reaccionaste con normalidad. Seguramente continuaría hasta casa de los Dawson. En fin voy a seguir la ronda. Cierra puertas y ventanas y no abras a nadie. Mañana todo volverá a la normalidad.
Tara despidió a Matt, cerró la puerta y se apoyó en ella cerrando los ojos aliviada.
Por un momento se preguntó qué diablos estaba haciendo. Por primera vez un hombre que no era Jack había acariciado sus pechos, y le había gustado. Las manos del desconocido, frescas y suaves le habían excitado, pero lo que hacía estaba mal. No debía. Amaba a su marido.
Abrió los ojos dispuesta a resistirse pero se encontró de nuevo con aquellos ojos oscuros e hipnóticos y toda su determinación se esfumó en un instante. Dan alargó las manos para coger las suyas y tirar de ella. Con una seguridad que le asustó y a la vez le excitó le guio por las escaleras de la antigua mansión con paso firme hasta el dormitorio.
Mientras subía por las escaleras no paraba de pensar en que aquello era una muy mala idea. No se le ocurrían más que razones para no hacer aquello, pero era como verse empujada por una ola. Nadar contra corriente era imposible y solo le llevaba a la extenuación.
El dormitorio estaba tal y como lo había dejado, con la caja de la lencería sobre la cama. Dan soltó la mano de Tara y se acercó a la caja. La abrió y sacó el velo de novia. Tara intentó protestar, pero Dan con una sonrisa le quitó la bata y le colocó el velo con una habilidad que no esperaba de un hombre.
Tara esperó allí en ropa interior sintiéndose de nuevo como aquella niña asustada y a la vez expectante. Dan acercó una mano y con una mirada extraña acarició su mejilla a través del velo. Tara se quedó quieta con los brazos pegados al cuerpo tratando de controlar el ligero temblor que el desconocido le producía con su presencia.
El hombre bajó las manos y acarició el cuerpo de Tara con suavidad poniéndole la piel de gallina. Tara suspiró y dio un ligero respingo cuando él recorrió con sus dedos las trabillas del portaligas hasta el interior de sus muslos.
Los ojos pardos de Dan observaron sus labios húmedos y entreabiertos y adelantándose a los deseos de Tara apartó el velo y le dio un beso largo y húmedo. Tara respondió al beso a la vez que abrazaba al joven y apretaba su cuerpo contra él. De nuevo el frescor de su cuerpo contrasto con la fiebre que dominaba el suyo.
La tempestad seguía azotando los ventanales, intentando colarse por las rendijas de las antiguas ventanas e iluminando la estancia con continuos relámpagos y el fragor de los truenos, pero ella solo sentía el contacto de aquellos dedos fríos y suaves.
Cuando se dio cuenta estaba devorando la boca y el cuello del hombre mientras le quitaba la ropa hasta dejarlo totalmente desnudo. Sin vacilar un solo segundo se arrodilló y cogió la polla del hombre entre sus manos. Era gruesa y a pesar de estar erecta estaba sorprendentemente fresca como el resto de su cuerpo.
La acarició y se la metió en la boca. Apartó el velo que había caído de nuevo sobre su cara y levantó la vista buscando los ojos de Dan mientras chupaba con lentitud el miembro, repasándolo con la lengua, mordisqueándolo y cubriéndolo con su tibia saliva.
El joven suspiró quedamente y se agachó para soltarle el sujetador. La prenda cayó al suelo y Tara sintió como sus pechos se bamboleaban libres de su prisión mientras ella seguía acariciando y besando la polla de Dan.
Poco a poco se fue irguiendo dejando que sus pechos rozasen primero los muslos y luego el pene del hombre. Tara lo colocó entre sus pechos y dejó que el desconocido empujase con suavidad entre ellos.
Tras un par de minutos Dan cogió a Tara por los hombros, la obligó a levantarse y la empujó contra la pared. Los labios del joven se cerraron sobre su cuello y bajaron hasta sus clavículas, sus axilas y sus costillas hasta llegar a sus pechos.
Todo su cuerpo se estremeció de placer cuando su lengua y sus dientes rozaron sus pezones provocándole pequeños chispazos de placer. Con su lengua acarició las venas violáceas que destacaban en la piel de sus pechos siguiendo sus tortuosas trayectorias.
Con un nuevo empujón apretó su cuerpo contra ella. Tara se frotó contra él sin dejar de pensar que se estaba comportando como una perra en celo. En vez de avergonzarse aprovechó una pequeña tregua que le dio el hombre para separarse y dándose la vuelta quitarse las bragas.
Tara giró la cabeza sobre su hombro derecho buscando al hombre, pero no vio a nadie. Confundida giró la cabeza hacia delante de nuevo y se encontró con su cara.
Sin dejarle tiempo para que intentase comprender cómo se había desplazado tan rápido Dan la cogió entre sus brazos, la levantó en vilo y tumbándola sobre la cama la penetró.
La polla del joven entró en su interior y se clavó profundamente, fría y dura como la muerte. El coño de Tara se estremeció envolviéndola con su calor. Entrelazando las manos con las suyas comenzó a penetrarla con movimientos rápidos y secos. Tara, poseída por un intenso placer, solo podía gemir y ceñir con sus piernas las caderas del hombre.
Soltando las manos, Dan levantó sus piernas y las admiró y acarició el suave tejido de las medias sin dejar de follarla. Tara cruzó las piernas para intentar que su coño abrazase la polla de Dan más estrechamente mientras él besaba y mordisqueaba los dedos de los pies por los huecos de sus sandalias.
Con un movimiento brusco Tara se separó y dando la vuelta a su amante se subió a horcajadas. Con una sonrisa maliciosa frotó su vulva contra la polla de Dan unos segundos antes de volver a metérsela. Irguiéndose comenzó a subir y bajar por aquella polla disfrutando de su dureza y gimiendo cada vez que llegaba hasta el fondo de su vagina.
No pensaba en nada, solo estaba concentrada en sentir el placer que irradiaba de su sexo y se extendía por todo el cuerpo haciendo que todo él hormiguease de excitación. Sin dejar de saltar sobre el hombre se cogió los pechos, se los estrujó y se retorció los pezones gimiendo y jadeando. Cuando Dan hizo el amago de acercar sus manos a ellos, Tara se inclinó y cambiando el metesaca por amplios movimientos circulares puso los pezones a la altura de su boca.
Dan aprisionó uno de sus pezones con sus dientes y lo mordió con fuerza. Tara gritó dolorida, pero no hizo amago de apartarse y siguió moviendo sus caderas cada vez más fuerte hasta que no aguantó más y se corrió.
Con un empujón el desconocido la apartó y la tumbó boca abajo. Con la polla aun dura y hambrienta se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo sofocado por el reciente orgasmo. Tara cerró los ojos y disfrutó de las suaves caricias sintiendo como su cuerpo volvía a reaccionar a una velocidad que nunca había experimentado.
Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas. Dan se inclinó entre ellas y le besó y le mordisqueó el sexo aumentando su excitación hasta que se vio obligada a suplicarle que la follara.
Dan cogió su espeso pelo negro con una mano mientras que con la otra guio su miembro al cálido interior de su sexo. Todo el cuerpo de Tara se estremeció conmovido por el placer que le produjo. Complacida sintió como el joven se tumbaba sobre ella y la penetraba con suavidad.
Sin dejar de empujar cada vez más fuerte, Dan acarició su cuello, su mandíbula y su cara.
Tara empezó a gemir de nuevo cada vez más excitada, podía sentir la sangre corriendo por sus venas a toda velocidad. Con un ligero tirón de su cabello, Dan le ladeó la cabeza y le besó el cuello, primero con suavidad y luego con más fuerza mordiéndoselo suavemente.
Tras un par de minutos notó que el miembro de su amante comenzaba a irradiar cada vez más calor. En ese momento los empujones de Dan se hicieron rápidos y violentos haciendo que Tara se corriese en cuestión de segundos.
El orgasmo fue tan intenso que se olvido hasta de respirar. Dan siguió penetrándola y mordiéndole el cuello, prolongando su orgasmo y llenándole el coño con su semilla.
Con un suspiro Tara se relajó e intentó separarse, pero Dan seguía agarrado a ella y chupando su cuello. Intentó separarlo, pero él no la dejó y fue entonces cuando notó que algo iba mal. Se sentía débil y mareada.
Intentó revolverse, pero el hombre la tenía inmovilizada con el peso de su cuerpo y no pudo hacer otra cosa que debatirse inútilmente, aterrada, mientras sentía como su conciencia se iba esfumando poco a poco hasta perderse en la negrura de la inconsciencia.
Un rayo de luz se filtró entre las cortinas hiriendo sus ojos con un brillo anormalmente intenso. Tara se incorporó y un ligero mareo le despertó una serie de confusos recuerdos, aliviada de que todo hubiese sido un sueño se levantó y se dirigió al ventanal abriendo las cortinas. La tormenta había pasado y la mañana era tan espléndida que tanta luz le hizo recular hasta el fondo más oscuro de la habitación.
Deslumbrada se dirigió al baño para refrescarse un poco la cara. La imagen que le devolvió el espejo le obligó a agarrase al lavabo para no caer. Estaba sumamente pálida y al ladear la cabeza vio dos pequeñas punciones en el cuello.
El ruido de las llaves en la cerradura le sobresaltó y tan rápido como el mareo se lo permitió metió el velo y la ropa interior dentro de la caja para luego atarse un pañuelo al cuello y meterse en la cama.
No le costó demasiado fingir que tenía una terrible migraña. Jack sonrió ajeno a la traición de la que había sido objeto y cerrando las ventanas y las cortinas se tumbó a su lado procurando que estuviese lo más cómoda posible.
Jack acariciaba su cara y besaba su frente con cara preocupada mientras Tara deseaba los besos y las caricias de Dan. El sentimiento de traición se veía ahogado por el irresistible deseo de estar de nuevo con el desconocido.
Su marido se ofreció quedarse con ella pero Tara insistió en que debía volver a la oficina y encargarse de los casos que tenía pendientes. En el fondo Jack estaba ansioso por volver al trabajo y terminar con el asunto que le había impedido llegar a casa la noche anterior, así que comió algo con ella en la cama y se fue a la oficina mientras Tara veía con satisfacción como las nubes densas y oscuras empezaban a arremolinarse de nuevo. En lo más profundo de su ser sentía que su amo no tardaría en volver y ella le esperaba con impaciencia.