La toma de decisiones (1)
Tener el control en situaciones críticas supone tomar decisiones en milisegundos. No siempre se acierta.
Capítulo 1
Rosa logró rescatar la maleta de la cinta a pesar de los empujones que una inmensa alemana le había dado para ocupar su lugar y caminó hacia la salida del aeropuerto en busca de un taxi.
«Llegué, te llamo desde el hotel, tq»
Veinte minutos más tarde entraba en la habitación. El vuelo había sido corto aunque siempre le cansaba la espera previa, el embarque, el tiempo hasta el despegue. No, definitivamente no le gustaba volar.
Salió a la terraza. Tenía que darle las gracias a Fátima, la agencia había cumplido, las vistas eran tal y como le prometieron. Abajo las piscinas y frente a ella, el mar. Todo un lujo para descansar, justo lo que necesitaba. Pensaba pasar este largo puente disfrutando de esa terraza, tenía mucho en lo que pensar.
Entró en la habitación y fue desnudándose sin dejar de pensar en lo que le había traído a la costa gaditana. Héctor llevaba en Múnich desde el lunes y aún faltaba una semana para su regreso, él mismo la había animado a que no se quedara en Madrid el largo puente de Mayo, «Sal, aprovecha estos días, vete a la playa con Mercedes o con Alicia, no te quedes aquí sola».
Tenía razón, necesita salir, pero no con Mercedes ni Alicia, necesita estar sola consigo misma. Lleva meses, puede que más de un año ahogándose en casa, demorando una decisión que ya urge. Ella que está acostumbrada a tomar decisiones en cuestión de segundos.
El agua de la ducha cayó sobre su rostro, quizás demasiado fría pero no hizo nada por graduarla, ya se acostumbraría.
Se quieren, claro que se quieren, son ocho años juntos, han forjado una vida en común, amigos, gustos, aficiones y rutinas. Eso es lo peor, cada vez mas rutinas y cada vez menos temas de los que hablar, cada vez menos ilusiones nuevas. La vida en común ha entrado en una mecánica que roza el aburrimiento. Ha intentado hablarlo pero Héctor elude el problema, no quiere verlo o quizás teme afrontar una realidad que desbarata un mundo aparentemente perfecto. Tiene las ilusiones puestas en otro horizonte, ahora es Múnich, su futuro, su carrera. Como si su carrera no tuviera el mismo valor, directora de compras de una de las mayores agencias de medios. Solo que ella sabe donde tiene sus prioridades, por eso rechazó una jugosa oferta hace un año que la hubiera obligado a viajar constantemente. No, la ambición profesional no lo es todo, al menos para ella.
Ha pasado la tarde en la piscina. No tuvo contestación al mensaje que le envió y ahora espera que sea él quien la llame. Está molesta, no entiende cómo no ha tenido un momento para responder pero no va a permitir que eso le estropee las vacaciones. Se decide por un vestido mini, unas sandalias de medio tacón y sale de la habitación con intención de explorar los alrededores del hotel.
Nada. Pidió tranquilidad y es lo que tiene. Está en una zona de playa algo apartada y si quiere ambiente debería pedir un taxi. Renuncia y regresa dentro, el hotel tiene varias zonas de ocio, está lleno, no tendrá problema para cubrir el tiempo hasta que le apetezca cenar. Encuentra una mesa vacía y se arrellana en un pequeño sillón, enciende un pitillo, pronto aparece un camarero.
Se pierde en la lectura de su kindle, el gin tonic se consume poco a poco, Chambao la acompaña, los minutos caen.
—¿Tienes fuego?
Levanta la mirada. Frente a ella, un chico moreno, pelo negro corto, más o menos de su edad, resaltan unos ojos verdes y la sonrisa insolente. Sin que venga a cuento piensa en el intérprete de “Lo que el viento se llevó” al que no consigue poner nombre. No se parece en nada pero tiene ese gesto arrogante.
—Fuego, que si tienes fuego —insiste.
Rosa se da cuenta de que se ha quedado pasmada y se siente violenta.
—Ah si, toma.
Algo bruscamente toma el mechero de la mesa y se lo ofrece al intruso. Clark Gable, recuerda de pronto mientras observa como enciende un cigarrillo sin dejar de mirarla con los ojos guiñados a causa del humo; igual que el actor, piensa.
—¿Estás sola? —pregunta al tiempo que le devuelve el encendedor.
—Si.
—Yo también, he venido a pasar el puente.
Toma una bocanada, eleva el rostro y suelta el humo hacia arriba. Rosa espera que se marche ya, no quiere compañía y menos de un ligón playero pero no sabe como cortar esa incipiente conversación. Hace el gesto de volver a la lectura.
—¿De Madrid?
—¿Cómo?
Clark Gable se sienta frente a ella.
—Que si eres de Madrid.
—Mira perdona, yo…
—Yo si, de Chamberí, de toda la vida, allí nací y allí sigo viviendo, no hay nada como mantener las raíces, vivir en tu barrio. Por cierto, Jesús —dice ofreciéndole la mano.
Rosa le deja esperando con una media sonrisa de escepticismo hasta que acaba por retirar la mano. Le ha pillado, es el típico ligón playero, su acento y su indumentaria le delatan. Duda mucho que sea de Madrid y menos de Chamberí.
—Mira Jesús, no quiero parecer grosera pero he venido aquí buscando unos días de soledad, necesito tiempo para mí, para pensar, arreglar ciertos asuntos… —¿Por qué ha tenido que darle tantas explicaciones?, piensa molesta consigo misma.
—¿Problemas con tu pareja?
Aquello termina de irritarla.
—No es asunto tuyo así que si no te importa…
—No estás siendo grosera, estás siendo antipática que es diferente —dice levantándose—, puedes pensar todo lo que necesites pero a veces tener un amigo con quien desahogarte viene bien.
—Claro, claro y ese amigo desinteresado eres tú ¿verdad? Pasabas por aquí y has visto una chica gorda y fea y has dicho, voy a ver si la puedo ayudar en algo.
—Que estás muy buena no te lo voy a negar y que lo sabes tampoco me lo vas a negar, si no, no te pondrías ese vestido para enseñar muslo ni te habrías dejado el sujetador olvidado en la habitación, así no sabría el calibre de tus pezones. Si, es lo que tiene el aire acondicionado —añadió al ver el gesto de asombro de Rosa—, pero eso no tiene que ver con que, además de que estés buena y yo te haya gustado, porque se te ha notado mucho, pudiéramos hablar de otras cosas, de tus problemas por ejemplo.
Se levantó de la butaca y le echó una sonrisa amable.
—Hasta más ver, mal criada.
¡Pero quién se creía que era! Rosa le vio alejarse y lamentó no haber sabido imponer la ultima palabra. ¡Imbécil!
Intentó volver a la lectura pero la huella de aquel chulo le interfería de tal modo que optó por abandonar y dirigirse al restaurante.
Al terminar la cena había olvidado por completo el incidente, de nuevo era Héctor quien ocupaba su mente. Por fin, durante el postre, llegó la llamada que llevaba esperando todo el día. Se extrañó por su viaje en solitario y la conversación bordeó la frontera de la discusión cuando intentó hacerle entender que la relación estaba traspasando unos límites que ella no quería cruzar. Al final se despidieron con una frialdad que interpretó como un pulso que no estaba dispuesta a admitir.
No tenía intención de recluirse en la habitación en ese estado, preguntó en recepción y le aconsejaron un par de sitios con música en los bajos de un hotel cercano. Subió a la habitación a cambiarse. «¡Imbécil!”», volvió a pensar cuando se puso un sujetador. Fue el único pensamiento que le dedicó al intruso que le había chafado la tarde. Escogió una falda negra ajustada y una blusa de manga francesa con un escote en pico que le había regalado Héctor unos días antes y que no había llegado a verle puesta, quizás demasiado exagerada pero estaba en la playa ¡qué coño! Escogió unas sandalias oscuras también de tacón y eligió un bolso pequeño.
Mientras cambiaba las cosas de bolso miró con amargura los preservativos que dormían en el fondo, recuerdo de su viaje a Londres. Había pasado año y medio y le parecía una eternidad. Recordaba que al sacar el billetero en un restaurante del Soho cayeron sobre la mesa y Héctor no paró de reír en toda la tarde. Eran otros tiempos.
Demasiados tacones para unas aceras pensadas para caminar con chanclas de goma, pensó con fastidio, no debía haber salido del hotel o, en todo caso, quizás tendría que haber pensado en alquilar un auto, eso le daría mayor autonomía.
Salió de la espiral de negatividad en la que se estaba sumergiendo y afrontó con estoicismo la distancia que la separaba de su destino, un hotel casi idéntico al suyo. Ignoró algún claxon que la invitaba a subirse y se resistió a claudicar, no es de las que desisten al primer intento.
No estaba mal. Anotó mentalmente que si alguna vez volvía, aquel era el hermano mayor del hotel en el que ella se alojaba; más nivel, mejores instalaciones, más prestaciones. Debía decírselo a Fátima.
La primera copa cayó paseando por el jardín mientras inspeccionaba las piscinas. Iluminadas tenuemente y con la música de fondo amortiguada creaba un ambiente agradable. Sentada en un banco se dejó llevar por sus pensamientos hasta que…
—Otra vez nos encontramos.
Rosa levantó la mirada hacia su izquierda con aire de fastidio. Había reconocido la voz, ahí estaba. El mismo aire chulesco, la misma sonrisa arrogante, los mismos ojos verdes, inquisitivos. Tenía que reconocer que era endiabladamente atractivo, algo vulgar es cierto pero producía un efecto…
—Jesús ¿recuerdas? El chico con el que no quisiste ser grosera pero… —dijo moviendo negativamente la cabeza.
—Me acuerdo perfectamente —respondió secamente.
Rosa no pensaba decir más. Esperó que el silencio fuera suficiente para hacerle desistir, pero se encontró con la misma mirada insolente recorriendo su figura. Tenía las piernas cruzadas, el brazo izquierdo extendido sobre el respaldo del banco al tiempo que mantenía la copa sujeta con la mano derecha reposando sobre su muslo. La estrecha falda marcaba la forma de sus piernas cruzadas. Debería cambiar de postura pero no iba a rendirse, era él quien tenía que ceder. Casi podía sentir el recorrido de esos ojos por su cuerpo. Recordó la imagen del escote en el espejo. Demasiado exagerado, pensó antes de salir, además el sujetador realzaba el busto. Y ahí estaba él, clavándole los ojos, buceando entre sus pechos.
—¿Ya está bien, no?
—¿Ya está bien, qué? —contestó con una de esas sonrisas de película años treinta.
—Por favor —Dijo marcando un deje despectivo. Rosa se levantó del banco dejándole claro su malestar.
—¿Te vas ya? Si apenas hemos empezado a conocernos.
—Me voy, antes de que sigas desnudándome.
—No me lo digas dos veces.
Rosa se volvió y le fulminó con la mirada.
—Ni en tus mejores sueños.
—¡Vamos Jesús!
Rosa miró hacia las voces que le reclamaban. Unos metros más allá dos chicos observaban la escena cuchicheando entre sí.
—Anda si, vete con tus amigotes, no vaya a ser que se crean que has sido capaz de ligar con alguien como yo.
Jesús mudó el gesto, Rosa pudo ver a otra persona que incluso podría llegar a darle miedo.
—¿Te gusta humillar a la gente, eh? ¿Eso es lo que haces, de eso vives? —Dio un paso hacia ella y Rosa retrocedió—. Ten cuidado porque algún día eso puede volverse en tu contra.
Vio como se alejaban, todavía alcanzó a escuchar como les decía: «Nadie, no es nadie»
No tenía que haber entrado en ese juego, pensó mientras caminaba hacia el salón; aquel encuentro le había estropeado la noche. Pidió otro gin tonic y se acercó a la pista de baile. Si estuviera Héctor…
Sin darse cuenta comenzó a seguir al ritmo de la música. Si estuviera Héctor, el de hace años, el que la ilusionó, con el que hizo planes, con quien formó pareja y construyó un proyecto de futuro que ahora hace aguas y sobre el que tiene que tomar esa decisión que tiene congelada. ¡Joder! la única decisión que ha aplazado en su vida. Ella que afronta los problemas y actúa al instante. ¿qué coño está haciendo?
—¿Te apetece bailar? No has dejado de moverte desde que has llegado.
Alto, rubio, algo mayor que ella si, rondará los cuarenta pero… ¡qué más da! Solo es un baile y las primera impresiones suelen dársele bien.
—Mírala, con ese sí que está bien simpática, mira cómo se ríen. ¡Joder que asco! Si es que todas son iguales.
—¡Déjalo ya, hostias que nos estás jodiendo la noche. ¿Qué coño tiene de especial esa tía?
Jesús se quedó callado mientras la veía bailar con aquel estirado. ¿Qué es lo que tiene que le hizo fijarse en ella cuando la vio sentada en aquel butacón, leyendo, ajena a lo que la rodeaba? No es un bellezón aunque cuando levantó la vista y lo miró se sintió algo intimidado y eso que no suele ocurrirle con cualquier mujer. Le gustó, está seguro, para esas cosas tiene un sexto sentido, y ese momento de indecisión que tuvo fue determinante, luego se recuperó e intentó disimular envolviéndose en esa coraza de antipatía que, la verdad, no le pega nada. Seguro que tiene pasta, se debe mover en un mundo en el que él no se maneja y sabe cómo hacer daño a quien no pertenece a su casta. ¿Quién se ha creído que es para humillar a la gente?
—¡Vamos Jesús, te estás amuermando!
Un par de horas de baile, charla distendida y confidencias no muy profundas. Sus amigos les han dejado espacio en cuanto han visto que congeniaban. Alto ejecutivo del sector financiero aunque no ha querido centrar la conversación en el trabajo y eso le ha gustado. Es agradable, buen conversador, les acerca la música y el arte, les distancia el futbol y los toros, por acuerdo previo no han tocado ni la política ni la religión. Se despiden intercambiando teléfonos, el divorcio de él y su pareja en entredicho dejan en el horizonte una promesa de llamarse algún día, más adelante, cuando las cosas estén claras. Es tarde y decide volver al hotel, está cansada. Mientras camina entre la gente piensa que hubiera debido traer una chaqueta, quizás ahora haga algo de frío. Su mirada se cruza con la del ligón que esta tarde la ha irritado. Reprime tarde un gesto de fastidio y luego, puede que en menos de medio segundo, le deja claro lo insignificante que su paso ha significado en su vida.
—¿Ya estás otra vez con esa tía, pero qué te ha dado?
—¡Será zorra! —exclama Jesús visiblemente encendido—¿Habéis visto cómo me ha mirado la muy puta? ¡Ni que fuera la Duquesa de Alba, joder!
—Esa tía lo que está es mal follada, te lo digo yo —saltó Pedro, el más salido, el que todo lo arreglaba a base de polvos.
—¡Ya salió éste con lo de siempre! —terció Manolo—, venga vamos a la barra a por otra, paga Pedro.
Pero Jesús no se movió de allí hasta que no perdió de vista a Rosa.
—Qué orgullosa, desde que intenté entrarla se empeñó en joderme. Podía haberme dicho que no y me hubiera ido...
—¿Tú? ¡Anda que no eres pesado!
—...pero no, la señora tenía que humillarme, tenía que hacerme saber que ella está muy por encima de mi, que yo no estoy a su altura. Lo hizo en su hotel y lo ha hecho antes, cuando la volví a abordar.
Sus amigos dejaron las bromas, vieron claro que Jesús no estaba de humor.
—¿Por qué no le bajamos los humos? —Manolo se ha puesto serio; Jesús le miró.
—¿De qué estás hablando?
—La cogemos ahora en la calle y le echamos un buen polvo, por puta —interrumpió precipitadamente Pedro.
—¡No seas bestia! —Manolo le pegó un puñetazo en el hombro haciéndole callar. Tras una pausa, continuó.
—Puede que haya venido andando, si cogemos el coche todavía podemos alcanzarla, a estas horas todo está muy oscuro, en uno de esos huecos entre bloques podemos abordarla, nadie nos oirá, le damos un susto, nada más, para que se le bajen los humos, para que pase un poco de miedo y suplique, que aprenda a decir “por favor”, que eche unas lagrimitas, solo eso.
—¡Joder si, venga vamos, que se nos puede escapar! —Pedro estaba disfrutando. Jesús, mucho más calmado, sopesaba la idea. Quizás fue el alcohol, el caso es que al final se volvió hacia Manolo.
—Solo darle un susto, ¿lo has entendido?
—Claro, solo un susto.
Se miran, es el último momento de indecisión tras el que enfilan hacia la salida. Caminan deprisa hacia el aparcamiento. Manolo saca las llaves y arranca en cuanto están todos dentro. Apenas hablan, conducen muy despacio. Miran a los lados, a esas horas el paseo está desierto. Se cruzan con algún auto y se dejan adelantar por otros. Por fin a lo lejos la ven.
—¿Qué coño haces? —Jesús ha visto como Manolo ha sacado una navaja de la guantera, éste le lanza una rápida mirada y le sonríe antes de volver a clavar los ojos al frente. Reduce un poco la marcha.
—Habrá que acojonarla, ¿no crees? —Pedro lanza una risa nerviosa y golpea el asiento excitado.
Algo en ese auto que no acaba de sobrepasarla le asusta. Acelera el paso al mismo tiempo que se le dispara el pulso. No quiere mirar pero de reojo ve que el auto se mantiene casi a su altura y eso acaba de encender todas sus alarmas. Calibra sus opciones, está en una zona aislada, su hotel está todavía bastante lejos. A unos seiscientos metros ve un bloque de apartamentos. No, no es opción echar a correr, eso le daría una imagen de debilidad que no desea ofrecer. A un lado la playa oscura y al otro el auto que le cierra el paso. No se escucha nada. Una moto pasa demasiado rápido como para pedir ayuda. ¿Por qué no aceptó la oferta que le hizo Salvador de acompañarla al hotel? Siempre tan autosuficiente y ahora esto. Tiene que hacer algo.
No le ha visto venir. Ha sido todo tan rápido. Se le ha abalanzado sin darle tiempo a reaccionar. Jamás pensó que ella se viera en una de estas. Un cuerpo fuerte la sujeta, le tapa la boca. «¡Quieta!», le susurra al oído. Una mano la sujeta por el estomago, intenta soltarse pero es mucho más fuerte, la arrastra hacia el interior del callejón, huele a basura, a agua detenida. La oscuridad se acrecienta y la luz del paseo se va alejando como si fuera un túnel. Otro cuerpo se acerca y la sujeta, ahora sí que ya no puede hacer nada, empieza a respirar con dificultad, siente una mano que la aprieta un pecho, intenta gritar.
—¡Estate quieta joder!
Esa voz, conoce esa voz, la ha escuchado antes. De un manotazo, quien habló consigue que el que la toca retire la mano de su pecho.
—¡Joder, qué haces!
—Todavía no —responde con aplomo la voz que ella conoce—. Vuélvela hacia la pared.
Ahora ya sabe quién es. El ligón que la ha estado molestando toda la tarde. Tenía algo extraño que no le gustó desde el principio. ¡La van a violar Dios, la van a violar!
Por su cabeza pasan todas las opciones posibles. Sida, con suerte alguna infección menor. Quizás sean unos psicópatas y tras el abuso llegue la violencia. En menos de un segundo toma la decisión menos mala.
—¡No, por favor, no me hagáis daño!
—Estate quietecita y no te pasará nada.
—Tengo dinero, cogedlo, llevaos las tarjetas os digo el número.
Manolo le aprieta el pecho, se excita, es demasiado bueno para lo que está acostumbrado. Baja por el vientre que se tensa a su paso y acaba en el pubis, los muslos se aprietan intentando protegerse, se pega a su cadera y el contacto con esa curva termina de endurecer la verga que se ahoga bajo el vaqueros
—He dicho que te calles.
La van a violar, siente el aliento a alcohol del que la está tocando. Otras manos llegan por detrás, le levantan la falda de golpe y se agarran a su culo. Unos dedos intentan forzar la presión de sus muslos. Tiene que pensar rápido.
—En el bolso tengo preservativos. —Las manos se detienen, de momento ha recuperado el control.
Los tres se miraron sorprendidos. Jesús hizo callar con un rápido gesto a sus compañeros, sacó el móvil y activó la grabadora de voz.
—¿Así que no quieres follar a pelo, eh? Prefieres con preservativo.
—Ya lo has oído.
—Ya, pero nosotros no hemos traído condones.
—Te he dicho que yo llevo en el bolso, ¿estás sordo?
—Siempre con el mismo genio... A ver dónde los tienes.
—Yo qué sé, en el fondo o en uno de los bolsillos pequeños, búscalos, pero ya.
Una de las manos se mete por el escote y atrapa su pecho, la tregua ha sido corta.
—¿Tantas ganas tienes? ya voy, tranquila. A ver... Si, aquí están, supongo que tendremos suficientes chicos.
Cortó la grabadora, miró sonriendo a los otros que le hicieron gestos por su genial idea. Estaban a cubierto. Pedro sobaba el culo de Rosa, esta vez sin que Jesús le pusiera objeción alguna.
—Pero no será aquí, en un sitio tan vulgar para una mujer tan exquisita como tú, no. Verás, te vamos a llevar a un lugar más adecuado a tu alto standing. Allí disfrutarás como mereces.
Jesús le dio un azote. Le hizo una señal a Manolo que sacó la navaja y se la enseñó muy cerca de la mejilla. Rosa sintió que se le retiraba la sangre del rostro.
—No se te ocurra gritar, ¿entendido?
Manolo, muy metido en su papel de gánster, le pasó la navaja por la mejilla e insistió
—¿Lo has entendido?
—Si, lo he entendido —Repitió Rosa con un hilo de voz.
Aquello era mucho más de lo que aquellos tres esperaban y a medida que avanzaba iban creando la historia. Manolo continuó sobándole el pecho.
—Así me gusta, que seas obediente.
Jesús estaba satisfecho, por fin la veía rendida, sin ese halo de orgullo que había utilizado para humillarle. Continuaba con la idea de asustarla, no se veía en el papel de violador, la retendrían en su casa, la avergonzarían y luego la devolverían a su hotel después de asustarla un poco. Miró a Pedro, era el más salido de los tres y decidió hacerle un regalo.
—Antes de irnos, vas a tener que hacer algo para calmar a mis chicos, sino a lo mejor no consigo que te dejen llegar sana y salva. Quítate las bragas y regálaselas. Podría hacer que te las arrancará él, pero será mejor para ti que lo hagas tú misma.
Rosa valoró las opciones que tenía, imaginó la violencia del que todavía la estaba tocando el culo. Mejor sería que lo hiciera ella, eso le daba un margen.
—De acuerdo.
Se volvieron a mirar como si les acabase de tocar el gordo de Navidad. Todo estaba saliendo mejor de lo que nunca hubiesen imaginado. Observaron cómo se subía la falda dejando al descubierto unos muslos perfectos, la escasa luz que llegaba del paseo permitía ver poco, Jesús cogió el móvil y activó la función linterna. Rosa se asustó al ver el destello. Y se bajó la falda.
—¡Fotos no!
—Mira tía, tú no estás en condiciones de imponer reglas, así que no me toques los cojones—Saltó Manolo.
—Solo es un poco de luz —apaciguó Jesús—, queremos verte y eso, tarde o temprano va a suceder.
No tenía alternativa, volvió a inclinarse para coger el borde de la falda. Menos mal que se mantenía de espaldas a sus captores. Subió la prenda hasta que pudo coger la braga y la hizo descender. Sintió sus mejillas ardiendo, era la mayor humillación por la que había pasado jamás. Sacó un pie, luego otro y se quedó con la pequeña prenda arrebujada en el puño sintiendo el calor que desprendía.
—Dámela.
Su voz sonó cálida, como si no pretendiese humillarla, ¡qué cabrón! Se había situado a su lado y por primera vez le miró. Intentó cargar sus ojos de odio pero no pudo, quería decirle «¿cómo puedes estar haciendo esto?», pero de su boca no salió ni una palabra.
Jesús no se sintió bien, le entraron ganas de acabar con aquello en ese mismo momento pero recordó su expresión altiva, sus velados insultos y aguantó el impulso. La humillaría un poco más y luego la dejaría marchar, le enseñaría la prueba grabada de su consentimiento. Así aprendería a no ser tan altiva.
Miró a Pedro que observaba ansioso la escena.
—Toma tu regalo. —dijo llamándole.
Rosa le miró.
—¿Por qué haces esto?
—Porque necesitas aprender modales.
Manolo apretó el abrazo con el que la sujetaba.
—Venga vámonos