La toalla y el documento perdido

Tras la dura experiencia de ser detenida en el gimnasio y ser esposada “vestida” con una toalla, nuestra protagonista ingresa en la cárcel. Su cuerpo tiembla, tiene frío, aunque hace calor y sobre todo… tiene miedo..

La llegada:

¡¡¡Calor!!! Dentro del furgón tenía calor… Es verano y el sol calienta el habitáculo de metal como un horno. Sin embargo, en el instante en que abrieron la portezuela de mi minúscula celda, comencé a sentir frío. Un frío terrible… venía de dentro como si la sangre se me hubiera congelado. Sabía qué causaba ese frío… era el miedo. El miedo a lo desconocido, a un mundo hostil, al que me iba a enfrentar sin armas.

Salí de aquel infame cajón temblando. Los guardias estuvieron a punto de agarrar las esposas para arrastrarme, pero no lo hicieron al ver que caminaba. Lenta, tímidamente… pero era mejor caminar.

Entonces me fijé mejor en el furgón celular. Es como una cárcel móvil con un estrecho pasillo central y cubículos infames en ambos lados, donde apenas cabe un detenido sentado.

Con las porras en la mano, nos pastorearon como a ganado hasta una especie de sala de espera. Allí tuve que esperar en una silla apoyada en la pared, retorciendo una y otra vez las manos en un inútil intento de que las esposas fueran menos incómodas.

Uno a uno, una a una, se fueron llevando a todos. Guardias masculinos con los tíos, dos policías malhumoradas con las chicas. Por alguna razón, yo siempre quedaba para el final. Tuve que esperar más de una hora.

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Cuando me tocó, me llevaron a una habitación vacía. Repasan la documentación, comprueban mi identidad. Me quitan las esposas… ¡¡¡Al fin!!!

  • Ropa fuera, todo… ¡¡¡Quiero verte en pelotas!!! -bramó una de las mujeres.

Resignada, obedecí… Vi como la otra mujer cogía ropa y me dispuse a vestir de presa.

  • Manos en la nuca y date la vuelta -dijo la primera mujer.

La tenía a mi espalda, no quise mirar lo que hacía aunque se podía intuir. Debió ponerse unos guantes y los untó con vaselina.

¡¡¡Ahhh!!! Un registro de cavidades no es nada agradable… Hay dos cavidades donde mirar. ¡¡¡Ahhh!!!

Al terminar me pude vestir. Bragas ásperas, sin sujetador, camiseta blanca machacada por los lavados, ¿Quién la llevaría antes? Por encima un chándal gris totalmente básico, incluso cutre para un mercadillo callejero.

Cuando termino de vestirme me vuelven a esposar…

  • ¡¡¡Otra vez!!! -no puedo evitar decir.
  • Fuera de tu módulo, siempre con pulseras -dijo la sádica mujer que me acababa de registrar.

Quise preguntar qué era eso del módulo, pero no me atreví.

  • Llévala al preventivo femenino -añadió la mujer.

La otra chica, menos cruel, me tomó de un brazo y me condujo firmemente… Pasillos, puertas donde teníamos que mirar a la cámara para que alguien abriera desde lejos. Empecé a tener una sensación que no me abandonó en toda mi estancia en la cárcel: este es el territorio de un dios cruel. Omnipresente y omnisciente, siempre nos ve desde su lejano refugio. Vive en un lugar inexpugnable y desde allí dirige todo: abre puertas, hace sonar timbres para despertar, para comer, para salir al patio, para dirigirse de noche a las celdas…


El módulo:

Casi tres meses en espera de juicio… Tres meses y sólo he visto el módulo de preventivas. Según dicen, la cárcel fue una antigua fábrica. Se había instalado en medio del campo por el precio de los terrenos. A principios del siglo XXI era una enorme ruina. Unos veinte años después, el complejo fue convertido en penal.

Nací en 2010. Viví las terribles crisis que empezaron en 2020 siendo niña. Se volvió a cierta normalidad unos diez años después (años de epidemias, crisis, paro, incluso hambre). Como consecuencia, la sociedad se volvió más dura. Lo que antes eran sistemas legales garantistas, trato razonable a los presos… se convirtió en un sistema que recordaba al medieval. Condenas a cinco años por un pequeño robo en el súper, cárceles donde se obliga a trabajar en condiciones penosas. No había sido muy consciente del cambio… ahora lo estaba sufriendo en mi carne.

El módulo de preventivas era uno de los antiguos edificios auxiliares. Reformado para su nueva función era un pasillo de celdas, una especie de salón con sillas y mesas fáciles de mover y un pequeño patio… Todos los días eran iguales. Dormir encerradas en las celdas, levantarse con el timbre, desayuno vomitivo y todo el día tiradas mirándonos con cara triste. Por el día, dejan las celdas abiertas. Puedes estar en la celda, en el salón y, a veces, abren la puerta que da al patio. Nada, nada que hacer… Jugar a las cartas, leer revistas o libros de tercera mano donados a la cárcel.

Hoy la cena ha sido especialmente horrible… Suena el timbre de la noche. Vale, vuelta a las celdas. Todas las noches el mismo escalofrío cuando cierran la puerta. El clack del cierre te dice que no saldrás hasta la mañana, eso si deciden abrir, podrían dejarnos dentro.

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-Ven a la cama…

María me saca de mis pensamientos. Pensamientos negativos que se repiten cada noche al ser encerrada en un cuartucho de dos por dos metros.

Hay dos literas… Ella me espera en la de abajo… La veo, parcialmente tapada por las sábanas… ¡¡¡Desnuda!!!

Nunca había tenido sexo con chicas… Nunca hasta mi primera noche aquí. La primera noche que me encerraron. Igual que hoy, sentí el chasquido metálico, el ruido siniestro de un candado al cerrarse. Derrotada, débil, llorosa, María me ofreció como hoy su cuerpo desnudo, sus caricias cálidas, sus besos húmedos… ¿Cómo negarse?

Me meto en la cama con ella. Es un colchón estrecho, imposible compartirlo sin entrelazarse, sin dormir abrazadas, fundidas...

Como siempre me voy colocando debajo mientras siento su piel, su calor. ¡¡¡Ahhh!!! Me dejo hacer… con los ojos cerrados siento como besa mis labios… mordisquea mis pezones, chupa mi ombligo… ¡¡¡Ahhhh!!!

Cuando llega al sexo empiezo a convulsionar. A pesar de mi actitud pasiva comienzo a temblar, a gemir, a apretar todas las fibras de mis brazos… Le clavo las uñas. ¡¡¡Ahhh!!! Siento un calor inmenso en la entrepierna… ¡¡¡Ahhh!!! Me corro con ganas… No tengo que fingirlo. Dejo que ella haga todo pero me gusta lo que hacemos.

Ahora ella es la que se queda inmóvil. Se acurruca a mi lado. La rodeo con un brazo… siento como ella agradece el abrazo. Sé que la estoy engañando… que no me gustan las mujeres, sólo estoy con ella porque me alegra el chocho en las noches tristes. Las más tristes del mundo. Ella lo sabe, lo acepta… También necesita esto todas las noches. Sin esto nos volveríamos locas.


El día del juicio:

Media tarde… hace calor. No nos dejan salir al patio. Nunca sabemos por qué…

Estoy sentada en una silla del salón… María se ha sentado en el suelo y se ha colocado entre mis piernas. Está mimosa, lo sé… queda poco tiempo… en cualquier momento vendrán.

  • 576, ven aquí -me llaman a gritos.

Resignada me levanto y me vuelvo. La peor de las guardianas me espera con los grilletes. Me llevan al juzgado… Según la nueva mecánica judicial, me trasladan la tarde anterior. Me encerrarán en los calabozos del juzgado y no saldré de ellos hasta la sentencia.

Camino lentamente hacia las esposas. María me agarra por la cintura. Sé que querría retenerme. Una sola mirada de la guardiana le hace retroceder. Esta mujer sabe infundir terror sólo llevando la mano al mango de la porra.

Extiendo las manos. Siento el ruido de los trinquetes al cerrarse, noto los grilletes apretándose. La mujer agarra con fuerza la corta cadena central y tira de mí… la sigo a marchas forzadas. Vuelvo un momento la vista atrás… María está triste. Su juicio se retrasa, lleva aquí más tiempo que yo. No sé si desear verla en la cárcel… ¡¡¡Qué digo!!! Eso es ser mala persona. A mí nadie me librará de una condena. Mi torpe abogado de oficio me lo dijo claramente. Mínimo diez años. A la vuelta del juzgado ya no seré preventiva. Pasaré a la fábrica. Me obligarán a trabajar ocho o diez horas al día.

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Me llevan a un patio. Me espera una furgoneta de traslados. Detrás de la cabina es como una caja cúbica. Hay cuatro celdas. Celdas cajón, te sientan y cierran en tus narices. Apenas hay sitio para colocar los pies entre el asiento y la puerta. El furgón tenía un pasillo central. Aquí no, las celdas abren desde fuera. En ambos casos parece un transporte de ganado.

Oigo a los guardias hablar…

  • ¿Haces el transporte solo?
  • Sí… total para llevar sólo a una.

La puerta del cubículo tiene un ventanuco cerrado por malla metálica. No puedo evitar pegar la cara a la rejilla para ver todo lo que pueda del exterior.

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La zona que rodea a la cárcel es verde pero agreste, sin cultivar. Una gran extensión de matorrales y plantas espinosas. Hay flores pero no parecen muy finas, más bien dan una impresión salvaje.

El paisaje fue cambiando: zonas cultivadas, pueblos, casas aisladas… nada parecido a una autopista. La carretera era básica, vieja, llena de baches.

La cárcel da “servicio” a toda la provincia. Me juzgarán en mi ciudad. Sé que es un viaje largo… Sigo mirando todos los detalles. Quiero recordar como es el mundo libre.

Entramos en zona urbana. Gente libre por la calle. Es ya el atardecer. Tiendas, bares… Pocos coches, en el mundo quedan pocos coches. Aun así tardamos tiempo en llegar. Paramos muchas veces… cruces, semáforos…

Ahí está el juzgado. Antiguo edificio de piedra… Lo rodeamos, entramos por detrás. Garaje subterráneo…

Me bajan del coche. Me arrastran a las celdas. Están al mismo nivel del parking. Es el sótano… Fue un almacén de documentos. Ahora es una pequeña cárcel. Han montado celdas pequeñas con rejilla metálica. Parece un corral de ganado. Me encierran. Me ordenan sacar las manos por la ranura rectangular de la puerta… me quitan las esposas.

Traen una bolsa de tela… dentro está mi ropa para el juicio. Traen comida, la pasan por la ranura… Es un asco…

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Un timbre me despierta temprano. Me extraño de haber podido dormir. Al principio de la noche di vueltas en el camastro sin parar. Rechazo el desayuno. En un rincón de la celda hay una ducha. La celadora me grita. Dos minutos de agua caliente. No es caliente, sólo templada… Al menos me puedo duchar. Me visto… Traje de ejecutiva: pantalón beige, chaqueta a juego, camisa tostada. No me dejan llevar joyas, nada de maquillaje… Al menos puedo calzar zapatos de tacón… Dos finos zapatos negros que me elevan diez centímetros sobre el suelo, casi llego a metro setenta con ellos, a ver si me dan suerte.

Ruido de carraca, las inevitables esposas me colocan en mi sitio de nuevo… Soy la prisionera. Me llevan a la sala… Lugar del acusado: asiento estrecho, dentro de un cubículo. Me rodea un pequeño muro de más de un metro, como un mostrador estrecho. Sólo se puede entrar o salir por una portezuela. Dos agentes la vigilan.

El abogado me explicó la mecánica: primera parte, la acusación. Por costumbre, el juez ordenará al principio que te quiten los grilletes. Es una escenificación de la presunción de inocencia. Si en algún momento, ordena que te los vuelvan a poner, es que te cree culpable…

Todo va según lo previsto. Mi abogado se sienta un poco más abajo. Me liberan las manos. El fiscal expone el caso… Entran sus testigos, las policías que me detuvieron…

Una de ellas se prepara para declarar. El juez lo interrumpe por un momento. El tiempo se detiene:

  • Agentes, por favor, pónganle grilletes a la acusada.

Para mí se acabó el juicio…

Creo que todo ha sido menos de una hora. Declararon las dos agentes. Mi abogado expuso lo que pudo. Alegó que me engañaron que era la primera vez… El fiscal me interrogó con saña, no pude explicar mis ingresos, mi alto nivel de vida para una estudiante.

Me han traído de nuevo a la celda… Sigo llevando el traje chaqueta, y las esposas.

  • No hace falta soltarte… la sentencia va a ser rápido -dijo la celadora al encerrarme.

Si tiene razón y hay sentencia hoy, dormiré en la cárcel… En la de verdad, no en la de preventivas.


Una visita:

Debe ser la hora de comer… Me ofrecen un sandwich. Acepto… pero debo comerlo con los grilletes puestos. Son un hatajo de sádicos…

Creo que ha pasado un par de horas… Oigo cerraduras abriéndose, pasos… Alguien viene. ¿Hay sentencia? Si la hay me llevarán a que el juez la recite en mi cara. Y después, lo más seguro a la cárcel…

¿Qué?, ¿Qué hace él aquí? Un hombre vestido de paisano se ha colocado frente a la puerta. Con las piernas abiertas y los brazos en jarra me mira sin decir nada.

  • Teniente instructor, ¿Qué hace usted aquí?
  • No soy teniente ni policía, realmente nunca lo fui.
  • En serio… ¿Y por qué me interrogaste en comisaría?, ¿Y cómo te han dejado pasar?
  • Tengo un carné mágico para que me dejen pasar a cualquier sitio.
  • ¿Me lo dejas para salir de aquí?
  • Puede…

Me doy cuenta de que estoy teniendo una conversación disparatada, casi surreal. Pero no tengo nada que perder así que sigo…

  • ¿Qué carnet es ese?
  • El de los agentes que no existen, que nadie conoce ni quiere conocer… Los que hacen lo que el estado de derecho no se atreve a hacer. Mejor dicho: hacemos lo que el estado no puede reconocer que hace…
  • ¿Y por qué interrogaste a una detenida por trapicheo?
  • Porque quiero a tus jefes…
  • No tengo jefes, siempre fui autónoma…
  • Alguien te pasaba la droga, o la cultivas tú en el trastero.
  • No puedo hablar de eso…
  • Pues es lo que te puede sacar de aquí...

Me quedé helada… No es que me importara chivarme, son unos cabrones, pero sé que me matarían que moriría atropellada o ahogada en una piscina. Él continuó:

  • Esos pendejos financian a un grupo terrorista. Mi misión es destruirlos. Si tú me ayudas, serás libre…
  • ¿Libre?, ¿Cómo?
  • Di que me ayudarás y comenzarás a comprobarlo…
  • Otra chica delató a un contacto y parece ser que, borracha, entró de noche en la piscina municipal y murió ahogada.
  • No podrán hacerte nada si los encerramos a todos. Además, sabemos tapar las cosas...

Continuó:

  • El juez ha firmado la sentencia. Si me voy, te llevarán a su despacho y te informará de que pasarás quince años encerrada.
  • Quince años… Quince más veinticinco… Saldré a la calle con cuarenta, ya hace mucho que desapareció la libertad condicional y otros beneficios. Cuarenta años, dos asignaturas pendientes y una mano delante de otra… No es muy buena perspectiva -añadió.

Sabe hasta mi expediente en la universidad. Sí, tengo poco que perder…

  • Pues si puedes sacarme de aquí, hazlo.

El hombre, sin dudar, saca un manojo de llaves del bolsillo. Abre la puerta. Me señala que saliera… Me levanto nerviosa. Camino delante de él, me tiemblan las manos. Sólo se oye el siniestro tintineo de las esposas.

Cierra de nuevo la celda. Abre la puerta de seguridad que cierra el acceso a calabozos. Tiene todas las llaves. No vemos a nadie, no oímos a nadie. Había otros presos pero se los llevaron justo antes de su llegada.

Llegamos al garaje subterráneo. Él cierra la puerta de acceso y deja las llaves colgadas en un gancho de la pared. Hay un coche oscuro en el centro del parking. No lleva distintivos, las lunas están tintadas. Me sube al asiento del copiloto. Me pone el cinturón… es de cintura, compatible con una pasajera esposada. Me da unas gafas de sol.

  • Al salir a la plaza, póntelas...

Arrancamos. La puerta del garaje está abierta, no hay nadie en la garita… De todas formas, alguien nos ve por las cámaras, la puerta comienza a cerrarse nada más salir.

A pesar del tintado de cristales veo la plaza al atardecer.

  • Las gafas...

Miro las gafas… son chulas, de marca… Al ponerlas, descubro el truco. Los cristales no son oscuros, son opacos. Entra algo de luz por los laterales pero no veo nada.

  • No te las quites o te llevo a la cárcel…

Noto el coche moverse. El ruido del motor es suave. Un coche así no está, hoy en día, al alcance de cualquiera. No me atrevo a quitar las gafas pero llevo las manos a la cara.

  • Manos abajo, en el regazo… Los cristales son oscuros pero alguien podría ver el brillo de las esposas.

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Un rato de viaje. Oigo puertas automáticas moviéndose. El coche maniobra. De nuevo, hemos entrado en un garaje. Me deja quitar las gafas. Es un garaje… una vez más me sacan del coche y me encierran en un cuarto sin ventanas. Un colchón por lecho. Al menos me quitan las esposas y me traen comida. La mejor comida que me han dado desde el arresto…

Me traen un pijama y una maleta con ropa. ¿Qué? Es mi ropa… Han entrado en mi apartamento.

Duermo como puedo, doy un millón de vueltas en el colchón, despierto cien veces…

Debe ser ya de mañana porque han encendido todas las luces. Una redonda aquí en el techo, más luz en el pasillo.

Se abre la puerta, entra el teniente, o lo que sea, yo lo llamo así… Me trae un periódico. Me señala una noticia en un rincón de la sección local. Me pide que la lea en alto...

  • “Mujer acusada de tráfico de drogas resulta libre por error en expediente. La sentencia ya estaba firmada cuando su abogado descubre que falta el documento donde debería firmar reconociendo conocer sus derechos. El procedimiento se declara suspenso y es puesta en libertad. La mujer abandona el juzgado por una puerta lateral, rápidamente, sin hablar con nadie, ni siquiera con sus padres que esperaban en la puerta principal.”
  • Yo firmé ese papel en la comisaría…
  • Sigue leyendo.
  • “El jefe de policía declara que el documento existe aunque se haya traspapelado. Buscaremos ese documento y si aparece la sentencia será efectiva de nuevo y la acusada será detenida y conducida a prisión”.
  • Ayúdanos y podrás quemar ese papel…
  • ¿Era necesario este teatro?
  • Claro que sí… tus contactos ahora creen que eres libre por un error, no lo asociarán con que los delates. Tu detención debía ser discreta pero la policía la cagó un poco: en un gimnasio lleno de gente, otros estudiantes que te conocen, sales medio desnuda pidiendo a gritos que te dejen vestir...

Seguimos hablando mucho tiempo. Me deja hablar. Cuento mi historia completa. Sí… le digo lo que sé, le doy nombres. Pide que me traigan el desayuno… ¡¡¡Ohhh!!! Un café de verdad, bollos que no están duros.


El interrogatorio:

Entro en la universidad. Todos me miran. Todos saben lo que me ha pasado. Muchos sabían que pasaba droga pero ahora todos se echan las manos a la cabeza. Intento ignorarlo todo… oficialmente, soy libre y me dirijo a mi objetivo.

Siendo prostituta universitaria me ocurrió… En un “servicio” en un hotel me lo encontré: el profesor de una de las dos asignaturas que me quedan… Él parecía asustado de que lo fuera a contar pero tras un par de rayas (una él, otra yo), su actitud cambió. Tremendo cerdo en la cama… le gusta que lo insulten, que le meen encima. Qué dirían sus alumnos si lo supieran. Casado con la profesora de la otra asignatura que me falta, casados pero ni siquiera viven bajo el mismo techo, pocos lo saben, yo sí…

Él me introdujo en el trapicheo… Es uno de los dos contactos que he delatado. El otro es ella… Su mujer. Ella dirige el tráfico en el campus. Me dirijo a su despacho. Ella me recibe con mala cara…

Mujer cuarentona pero atractiva. Más alta que yo, roza el metro setenta sin tacones. Delgada, morena, pelo largo, ligeramente rizado… Es todo lo contrario que su marido: autoritaria, asertiva… de alguna manera consigue que todos la obedezcan. Siempre me pareció lesbiana, al menos bisexual, por como me miraba… Alguna vez intenté sacar ventaja de ello, no hay manera… Llevo cuatro intentos en su asignatura, todos cuatro y medio. Dirige el “negocio” con mano de hierro…

  • No tengo nada que hablar contigo -me dice.
  • Preséntate al próximo examen y seguramente ya no nos veremos más.
  • Federico dice lo mismo de su asignatura. Ve al examen y ya está...

Estoy dentro del despacho, junto a su mesa. Ella se levanta decidida y camina hacia la puerta. La abre con intención de echarme…

  • Adiós...

Salgo. Aprovecho el momento en que paso a su lado. Estoy lo bastante cerca… En mi mano cerrada llevo un pequeño spray. Como un perfume de bolsillo. Sin dudar lo rocío sobre su cara.

El efecto es inmediato… Se marea, mirada perdida, está a punto de caer. Cierro la puerta sin hacer ruido. La llevo a su silla. Sé que el efecto dura poco. Extraigo la jeringa del bolso. Le inyecto la segunda droga en el brazo. Cae dormida, desmayada sobre su mesa…

  • Algo te ha sentado mal, Virginia.

Me voy discretamente. Nadie me ha visto entrar ni salir de su oficina.

El servicio de limpieza la encuentra inconsciente por la tarde. Llaman a una ambulancia… El vehículo acude con rapidez. No saben qué tiene, la llevan al hospital…

Yo voy dentro de la ambulancia. Entramos al recinto hospitalario con la sirena puesta. El garaje de ambulancias está desierto. Dos minutos después de entrar salimos con una furgoneta del servicio de limpieza.

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Virginia despierta, tumbada en el suelo, desnuda de cintura para arriba, esposada con las manos a la espalda. Balbucea, se queja de dolor de cabeza, pide agua…

Yo estoy allí con el teniente. Él me ha dicho que “ellos tienen permiso para interrogatorios más intensos que los de la policía”. Virginia no me cae nada bien pero no me hace gracia cruzar otra línea roja y practicar la tortura. No sé muy bien que es un “interrogatorio intenso, con cierta presión física”. Así define el teniente lo que vamos a hacer.

  • Agua… -insiste ella.

Yo voy a dársela pero el teniente me para…

  • Profesora, aquí nada es gratis, tiene que darnos información.
  • ¿Están locos?, ¿Quiénes son ustedes?
  • Sabemos de sus actividades, digamos extra-profesionales. De usted y de su marido. En sus cuentas entran las nóminas y no sale nada. Pagan hasta la luz en efectivo. Inmuebles, coches… ¿Me dice cómo se consigue?

Ella se incorpora, se sienta en el suelo… se ve desnuda, quiere taparse los pechos, no puede… la veo forcejear con las esposas.

  • No forcejees, te harás daño -le digo.
  • Están bien apretadas y mantienen las palmas hacia afuera, no debe ser nada cómodo -dice el teniente.
  • Soltadme, os denunciaré… vosotros no sois policías.
  • No nos puedes denunciar -responde el teniente-. No existimos. No estás en ninguna parte.
  • ¿Y qué pasa si no hablo? -poco a poco, ella fue recuperando su expresión altiva.
  • Hables o no, te inyectaremos otra vez la misma droga y despertarás en el hospital. De tí depende que te den de alta, recomendándote tratamiento para el estrés o que haya dos agentes esperándote con una carpeta de pruebas y un par de esposas.

Ella se tumbó y rodó por el suelo para darnos la espalda. se quedó inmóvil. Tal vez, reflexionando, valorando sus opciones…

  • Ahora sí, dale agua -me susurra el teniente.

Me arrodillo delante de ella y le doy agua con una botella. Lentamente, con cuidado. Ella lo agradece, entonces veo en sus ojos el deseo que siempre había sentido por mí. Sin dudar la beso… Hundo mi lengua en su boca húmeda y disfruto un minuto entero del beso con los ojos cerrados. Al mismo tiempo, comienzo a acariciar sus pezones con los dedos de ambas manos. También cogí sus pechos… no muy grandes pero firmes, erguidos…

El teniente se marchó sin decir nada.

Yo sigo… Ella hace ademán de querer desnudarse… Yo la ayudo, le bajo pantalones y bragas. Le beso los pechos, le beso el ombligo… le beso el sexo, le acaricio el clítoris con la lengua. Noto como tiembla, se retuerce, tira de las esposas aunque le duela…

Continuo lamiendo lentamente hasta que noto como convulsiona en un gran orgasmo.

El teniente dejó la llave de las esposas sobre una mesita. La libero y mientras masajea sus muñecas me lo cuenta todo: quiénes son sus superiores y cómo encontrarlos… Me da la clave de una cuenta en la nube, ahí guarda pruebas, direcciones físicas y de Internet...

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Salgo de la celda sudando. Cierro la puerta, veo al teniente sonriente.

  • Ha contado todo, está grabado -dice.
  • Y está grabado lo que hicimos antes.
  • Lo borraré, a lo mejor guardo una copia personal.
  • Eres un cabrón...

Al decir esto último me doy cuenta de que me he ido acercando a él… Estoy pegada, mi pecho justo debajo del suyo… No es muy alto, pero ahora me parece enorme. Baja la vista hasta mi pecho… me mira con lujuria.

¡¡¡Tenía que pasar!!! Me besa hasta el fondo, me desnuda, lo desnudo… Estoy muy caliente, masturbar a una mujer me ha puesto muy caliente. ¡¡¡Ahhh!!! Me come las tetas… ¡¡¡Sí!!! Me come el coño… ¡¡¡Sí, sigue!!!

Me penetra… primero despacio… Ahora más fuerte… Más fuerte… Más fuerte…

Eres un cabrón, teniente… Un cabronazo…


Epílogo:

Al día siguiente saltó la noticia. Gran redada antidroga en todo el país. Cae una peligrosa red conectada a grupos terroristas y mafiosos.

Virginia despertó en el hospital… Un extraño desvanecimiento debido seguramente a estrés y a mala alimentación. Su marido la espera fuera. Tiene una carpeta que le ha llegado anónimamente. Alguien guarda pruebas de sus actividades… No serán denunciados, al menos de momento.

Me presenté a sus dos asignaturas en la siguiente convocatoria. Un 8.0 en ambos… Si sabía menos que en intentos anteriores.

Ese fue el último acto que hice con mi verdadero nombre… Sé que aunque tenga el título me va a costar encontrar trabajo… No tengo antecedentes pero todo el mundo conoce a la “traficante” que se salvó por casualidad. Por la facultad, habían corrido rumores sobre mis actividades como prostituta, lo que faltaba.

De momento, no voy a intentar ejercer… Tengo otro trabajo interesante. Nadie lo sabe… de hecho, no tengo nombre, no soy nadie, uso recursos que no existen… Resuelvo problemas que oficialmente no existen o, al menos, no se resuelven así.

El teniente y yo… ¡¡¡Ufff!!!, “Complicated”... A veces, follamos… Otras veces, nos cortaríamos el cuello. No me gusta reconocer que somos una pareja casi normal. ¿Pareja?, ¿Normal?

Al menos cumplió su palabra… Me dio el documento perdido. Pensé, por un momento, en guardarlo enmarcado… De eso nada, lo quemé.

También me dio una toalla del gimnasio que había aparecido tirada en una sala de la comisaría… “Deberías devolverla” -me dijo- “lleva el nombre del gimnasio y si te pillan con ella, podrían detenerte”.

La verdad me apetece guardarla… Creo que me voy a arriesgar.

FIN