La tienda (3 :la boina)
Siguen las tétricas andanzas del señor Sempere, esta vez controlando a un nuevo cliente.
- ¿"Ké necesitas?"? ¿Qué nombre es ese para una tienda?- Miquel había llegado caminando hasta la entrada de la tienda del señor Sempere. No sabía como había llegado allí, simplemente sabía que se había cabreado con su compañero de piso y que se había ido a dar un largo paseo. Sin saber cómo, había llegado hasta la puerta de esa tienda, como si un imán lo atrajera.
A sus veintidós años, Miquel era un chaval desgarbado, muy delgado, casi sin color en la piel. Su pelo moreno caía en desordenados mechones sobre sus hombros, y uno de ellos le caía sobre la frente, realzando su color blanquecino. Vestía una camiseta con el martillo y la hoz en la espalda. Pertenecía a las juventudes comunistas de Valencia, y se consideraba inteligente, no en vano estaba sacando bastante holgado su último año en la carrera de periodismo.
Se acercó al escaparate, y no pudo ocultar un gesto de asombro al no poder ver nada del interior de la tienda. Los escaparates parecían baldosas negras, que nada del interior dejaban ver. Puso las manos delante de sus ojos, a modo de binóculos, pero aún así nada del contenido de la tienda traslucía al exterior. Miquel abrió la puerta y se introdujo en el establecimiento. La tienda estaba débilmente iluminada por unos tubos de neón que colgaban del techo, y detrás del mostrador había un hombre de unos cuarenta años. Alto, de porte elegante, distinguido, y que lo observaba con una sonrisa.
Tranquilo puedes curiosear todo lo que quieras- dijo el tendero antes siquiera que el joven abriera la boca.
okéi.- Miquel echó un rápido vistazo a los utensilios de la tienda. Decididamente, nada había para él. "¿Seguro?" Miquel no supo si el tendero había hablado o si se había imaginado la frase. De repente sus ojos se posaron en una boina negra que había en el segundo estante de una vitrina, en un rincón de la tienda. A Miquel le pareció que el dibujo del martillo y la hoz de su espalda se incendiaba a medida que se acercaba a la boina, como si reconociese el nexo metafísico entre los dos objetos.
¡Ah! Veo que te has fijado en esa boina me la dio un viejo cubano, algo loco por cierto. Tenía noventa y dos años y no hacía más que gritar y cantar. Cuando me la dio me dijo: "Llévatela a otro sitio, que aquí ya ha hecho todo lo que tenía que hacer"- Dijo el señor Sempere, dándole a esta última frase un cómico acento cubano.- ¡Estaba loco!
El tendero dio una fuerte risotada, pero Miquel no la oyó. Miquel se había perdido en el interior de esa boina negra, con una estrella blanca de cinco puntas en la parte delantera. Cuando la tuvo en las manos le llegó a la nariz un aroma a selva y pólvora. "No puede ser. No es verdad" Miquel no podía apartar los ojos de la boina. "Esto no tendría que estar aquí. Tendría que estar en una caja fuerte, o en un museo o en mi casa."
¿Cuánto cuesta?- El joven hablaba con un ligero temblor en la boca.
¡Bah! Es una boina raída y vieja, te la doy por cinco euros, Miquel.- Dijo el tendero agitando una mano en señal despectiva hacia la boina.
Sin separar los ojos de la boina, Miquel sacó un billete de cinco euros, lo puso encima del mostrador y salió de la tienda, aún mirando el objeto que tenía en sus manos. En la parte interior de la boina, bordado en letras rojas, aparecía: "C.I.T.E.".
Centro de Instrucción de Tropas Especiales.- susurró Miquel por lo bajo, mientras seguía observando la boina con un aire reverente. No era para menos: la estrella el bordado del C.I.T.E El olor a selva y pólvora al universitario le fallaron las piernas al comprender que lo que tenía en sus manos, lo que había comprado por cinco euros, lo que jamás habría soñado que acabaría en sus manos era nada más y nada menos que
La boina del Che - las palabras asomaron tímidas entre los labios de Miquel, como si temieran no ser dignas de profanar tales palabras. Pero era cierto. Era cierto. Tenía en sus manos la mítica boina del Che. El símbolo más emblemático del guerrillero más famoso alrededor del mundo. Caminaba por las calles sin separar la vista de su reliquia, sin interesarse por dónde ponía los pies, pero Miquel consiguió llegar a su casa, abrió la puerta con las llaves con aire ausente y se metió en su habitación sin decir nada. Estuvo varios minutos contemplándola, sumergido en el más hondo de los silencios. "¿Por qué no te la pruebas?" Preguntó una voz en la mente de Miquel. El joven sentía una adoración casi reverencial por la boina, ponérsela hubiera sido casi como un sacrilegio "Vamos, Miquel. ¿No quieres saber cómo te queda la boina del Che?". El universitario se decidió, agarró la boina y se la puso. No pasó nada, aunque Miquel había esperado sentirse aunque sólo fuera por un momento como el Che en la guerrilla "Miquel, Miquel ¿Cómo te la has puesto?" Preguntó la voz.
¿Cómo que cómo me la he puesto? Pues ¡Ah, claro!- Miquel le dio un ligero golpe a la parte derecha de la boina, haciendo que se inclinara muy ligeramente hacia la izquierda. Entonces sí, cayó en la cama presa de un sueño repentino.
Un riachuelo pasaba cerca de allí sus manos se hundieron en él, para llevar algo de agua a la seca cara. Cuando el agua se calmó, Miquel pudo ver su reflejo en la corriente. Barba pronunciada, pelo desordenado, la boina calada y la cara del Che Guevara.
¡Comandante! ¡La columna está preparada!- Un guerrillero se acercó corriendo a Miquel.
¿Cuál es el estado de la ciudad, Calixto?
Placetas, comandante. Ciudad de veinte mil habitantes. Una gran parte de la población está de nuestro lado. Atacaremos por el flanco oeste - respondió rápidamente el capitán Calixto Morales.
¡Está bien! ¡Vamos, compañeros! ¡La eternidad nos espera! ¡¡¡Patria o muerte!!!- gritaba Miquel-el Che mientras se iba poniendo al frente de su columna para atacar el pueblo de Placetas. Fue él el primero que entró en la ciudad, con el fusil en una mano, sin siquiera apuntar. Los disparos de los francotiradores restallaban a pocos metros de él, pero ni siquiera se alteraba. Seguía caminando como si eso simplemente fuera un paseo por el campo.
Míralo.- le dijo Calixto Morales al soldado que lo acompañaba.- Los francotiradores disparando y él por la calle como si nada Ese hombre debe ser hijo del mismísimo Diablo - El capitán estalló en una fuerte risotada. Los francotiradores iban cayendo uno a uno, los que no, deponían las armas y se entregaban. Poco tiempo después, la ciudad estuvo bajo el control de los sublevados.
Miquel, encadenado a un cuerpo que no era el suyo, el cuerpo del Che Guevara, pasaba entre sus hombres felicitándolos, preocupándose por la salud de los que habían sido heridos, hasta que vio una mujer en un portal de una de las casas. Era una mujer joven, y se le notaba en la cara los bellos rasgos españoles y el cuerpo y la tonalidad de piel de una dulce mulata cubana. Ella también lo estaba mirando, con una sonrisa en la boca, al sentirse admirada por ese hombre que tan famoso era. Haciéndose la huidiza, se escondió en el portal de una casa desvencijada.
Esto... Ahora vuelvo, Jiménez.- le dijo al geógrafo que formaba parte de su ejército.
Pero comandante, tenemos que viajar cuanto antes a Yanguajay - Era verdad, la columna de Camilo Cienfuegos se dirigía a capturar la ciudad, que distaba de Placetas unos cien kilómetros.
Tranquilo, Jiménez. Camilo sabe cuidarse solo, y no me retrasaré más que una horita.- Dijo, dejando a Jiménez al cuidado de las heridas de un joven guerrillero de veintitrés años, muy amigo del Che, llamado Vaquerito.
¡Diviértete, camarada!- le dijo desde el suelo, con la pierna aún sangrando. Como única respuesta, Miquel agitó una mano, mientras les daba la espalda.
Se introdujo en el portal, mirando a uno y otro lado. La vio subiendo las escaleras, y la persiguió. El mantillo rojo que llevaba al cuello cayó al suelo, pero no se detuvo. Miquel-Ernesto Guevara se agachó y lo recogió, mientras la joven seguía subiendo las ruinosas escaleras de la vieja casa. La joven cubana ahora subía, mostrando un vestido también rojo, que la cubría todo el cuerpo. Por un momento pasó por su mente la imagen de Hilda, su mujer, y de Hildita, su hija, pero esos pensamientos se esfumaron cuando la joven cubana se giró y le sonrió. Su sonrisa era la más bonita que el joven hubiera visto nunca. Sus labios carnosos, rojos, pasionales, le invitaban sin palabras al festín de la carne.
El comandante Che Guevara siguió a la joven por el pasillo del primer piso, y la vio meterse por una de las puertas que quedaban a la izquierda. Entró detrás de ella, y se encontró con su cuerpo sentado en la cama, mirándolo directamente a los ojos con una sonrisa en la boca. Las manos de la mujer comenzaron a abrir el vestido, dejando ver un cuerpo hecho para el pecado. Tenía dos pechos que, pese a no tener un gran tamaño, se alzaban apetitosos, enseñando dos pezones grandes y rectos rodeados de unas aureolas marrones. La mujer fue desnudándose cada vez más. El vestido comenzó a caer a cámara lenta sobre su cuerpo, y haciendo aparecer un vientre plano, estrecho, con una cadera que se ensanchaba notablemente, y un escasísimo vello púbico. Su piel morena se desdibujaba en la penumbra de la habitación. Sólo dos rayos de sol se colaban tímidamente por la ventana cerrada, haciendo brillar las partículas de polvo que danzaban libres en el aire cargado de la estancia.
El cuerpo de Ernesto Guevara se acercó hacia la joven desnuda, mirándola directamente a sus ojos negros. La mujer puso sus manos sobre la chaqueta del guerrillero, abriéndola y dejando al aire un pecho grande y poderoso, con una tupida mata de pelos. La prenda resbaló por los hombros del hombre y cayó al suelo. El contacto suave de la mujer en su pecho hizo a Miquel elevar un suspiro al silencio. Sus pantalones se hinchaban con la excitación. La mujer, desnuda, le puso un dedo en la barbilla al guerrillero y lo atrajo hacia sí, mientras ella se iba yendo hacia atrás, hasta que acabó tumbada en la cama con el poderoso cuerpo guerrero del Che encima de ella. Con unos movimientos rápidos, Miquel se despojó de sus pantalones, dejando su enhiesto falo a merced de la cubana que le sonreía debajo de él.
Los dos en la cama, el hombre con los brazos extendidos, a los lados de la mujer, aguantando su peso a menos de veinte centímetros del otro, que le esperaba ansioso. Lentamente, el Che fue bajando su cuerpo, acercando sus labios a los de la mujer antes de introducirle su carne en su cuerpo. Cuando sus labios se juntaron, el guerrillero metió su falo en la húmeda gruta de la mujer, cuyo gemido murió en los labios del comandante. El musculoso cuerpo del guerrillero comenzó a ir y venir encima de la cubana, que respondía a cada golpe con un sonoro gemido. El miembro del Che empezaba a acelerar sus embestidas, poco a poco, sin violencia ni prisas.
La mujer estaba perdida bajo el poderío de ese hombre, que abría sus carnes a golpe de miembro, llenándola por dentro de una sensación maravillosa. Su sexo respondió con un violento orgasmo que la mojó completamente. Ahora, los movimientos del hombre que la estaba poseyendo eran acompañados de un sonido como de chapoteo, fruto de su húmeda excitación, que hacían más placentera si cabe la penetración recibida. Su cuerpo era atravesado una y otra vez por esa masa de carne que aceleraba cada vez más sus movimientos, haciéndolos más duros y violentos, y también más dulces y placenteros para la cubana.
Arqueando de nuevo su cuerpo, la mujer llegó nuevamente a otro orgasmo que le llenó la cabeza, haciendo que sus rápidas contracciones llevaran también a Miquel al súmum del placer.
Miquel se despertó sudando, con el miembro en la apoteosis de la dureza y un charco de humedad en la entrepierna. El joven miró sus pantalones y no supo si reír o llorar, aunque se decidió por lo primero. Llevaba unos diez años sin tener un sueño húmedo, hasta ahora. Se quitó la ropa de cintura para abajo, intentando alejar esa sucia mancha de semen que oscurecía sus pantalones. Cogió ropa, y desnudo, a excepción de la boina, se dirigió hasta el cuarto de baño.
Se miró al espejo, con la boina coronando su cabeza, y decidió que le quedaba muy bien. La depositó en la pila con todo el cuidado posible y se metió en la bañera. Se duchó y se vistió, y salió a la calle con la boina puesta.
Los viandantes se giraban al paso de Miquel. No era normal ver a un joven portando una boina. En las calles españolas, las boinas son prácticamente monopolio de las cabezas canosas de los mayores de sesenta años que de tarde en tarde, se dejan ver por los parques, los bares y los centros del pensionista de la ciudad.
Miquel sonreía con superioridad, viendo las miradas extrañadas de la gente y riendo su ignorancia para sus adentros. "La boina del Che, son tan estúpidos que no se dan cuenta... La Boina Del Che". Sólo un hombre además de Miquel sabía el origen de la boina, y también sonreía, desde la puerta de la tienda, viendo como otra mosca más caía en su tela de araña.
El "Ké necesitas?" tuvo esa tarde bastante trabajo. Un orondo argentino se llevó un balón de fútbol convencido de que se llevaba el balón del primer partido de Diego Armando Maradona en España con la camiseta del Sevilla, una solterona ya entrada en años salía de la tienda con los ojos haciendo chiribitas ante un peine del mismísimo Nino Bravo, un hombre de rostro arrugado y cabellos blanco que pasaba fácilmente de los setenta salía con una caja de cartón donde escondía los zapatos con los que Concha Velasco cantaba en sus inicios de cabaretera, y un escritor frustrado atravesaba la puerta esgrimiendo una pluma que hacía danzar en el aire a la vez que en su cabeza miles de historias daban vueltas.
Pero Miquel estaba muy lejos de eso, Miquel se encontraba en el portal de la sede de las "Juventuts Comunistes del País Valencià" ansioso de mostrar su digno tesoro, su reliquia sagrada.
Un momento.- dijo una voz en la mente de Miquel- ¿Seguro que es buena idea mostrárselo a tus amigos?
¿Qué quieres decir?- dijo Miquel mientras se detenía bajo el marco de la puerta.
Piénsalo bien. ¿Seguro que no intentarán hacerse con ella, y como tú no la venderás, por que no la venderás, intentarán quitártela? ¿Seguro? Mira que es un objeto de coleccionista por el que muchos darían millones de euros, aunque sólo fuera para ver como se quema el último vestigio del comunismo puro, del idealismo revolucionario. Podría valer fácilmente una millonada, y cuando hay dinero por medio, las amistades se venden barato...- ¡Claro! Ahora lo entendía. Si sus amigos veían la boina, se la robarían para venderla al mejor postor, que seguro que sería algún capitalista norteamericano que se jactaría de haber acabado con el símbolo más emblemático de la lucha revolucionaria, y eso no lo podía permitir, no señor.
De la misma forma que había entrado, Miquel salió del portal y se dirigió de nuevo a su casa, pero esta vez con la boina bajo el brazo, bien agarrada para que nadie se la quitara. Cuando llegó a casa, se sumergió en su habitación, liberó un estante de la estantería sacando de él libros y fotos y figuras, y colocó la boina en él, con delicadeza, como si estuviera poniendo a un bebé en su cuna.
Allí, presidiendo la estantería, quedó la boina mientras se acercaba la hora de cenar. Mientras la comida se deslizaba por la garganta del joven, un resquemor interno iba arañando la mente de Miquel. Diez metros eran demasiada distancia entre él y su reliquia, entre su vida y sus sueños. Cuando acabó la cena, sin decir ni una palabra se encerró en su habitación, a pasar las horas muertas contemplando la boina. Cuanto más la miraba, más maravillosa le parecía, más real, más ideal, más suya.
Los párpados cada vez le pesaban más, las pestañas parecían estar atadas a bloques de hormigón, y Miquel se decidió a meterse en la cama. Le echó una ojeada a la boina, pero decidió no tocarla de donde estaba. Se enterró bajo las sábanas, vestido sólo con unos bóxers de una fibra sintética de difícil pronunciación. Sin embargo, no llevaba más de dos minutos intentando conciliar el sueño cuando, movido por un pensamiento repentino, se levantó, cogió la boina se la puso y volvió a la cama.
- Noticia de última hora, ¡El Che en Montevideo!- clamaba por la calle un niño que vendía algunos periódicos que Miquel dudaba que trataran la noticia. Desde la ventana en el hotel, los ojos incisivos del Che observaban las calles de la capital uruguaya. Después de mucho pensar, había decidido no alojarse en la embajada cubana, y marcharse a un hotel, debidamente maquillado y peinado para que no se le reconociera por la calle. Miquel-El Che agradecía que su imagen más distribuida fuera la de un guerrillero con barbas, vestido de militar, lo que le daba la oportunidad de mezclarse entre el pueblo sin ser reconocido.
Miquel salió por la puerta de su habitación hacia el vestíbulo del hotel, para respirar un poco de aire.
¡Señor Mena, señor Mena!- Al principio Miquel no respondió, pero luego se acordó que había dado un nombre falso en recepción, porque obviamente, no podía decir que era el Che.
Cuénteme
Acaba de pasar una señorita preguntando por usted, pero como nos dijo que no quería molestias no la hemos dejado pasar, así que se ha marchado diciendo que le estaría esperando ahí fuera...
Miquel se sorprendió. Nadie excepto él sabía que había ido a ese hotel. ¿Una señorita? Miquel abrió la puerta del hotel y salió a la calle. Montevideo se levantaba ante él como una niña dispuesta a crecer mucho y muy bien en pocos años. La joven ciudad pronto dejaría la inocencia de las construcciones de piedra para acceder a la maternidad de los edificios de vidrio y metal.
Allí estaba ella. Otra vez ella. Mirándole a los ojos con unas pupilas negras y bellas, profundas como un pozo sin fondo. La joven lo vio en la puerta del hotel y se le acercó, llegó hasta él, lo abrazó y le plantó un beso en la boca que duró varios segundos en los que las lenguas se enzarzaron en una batalla sin cuartel, sin armas y sin más territorio que conquistar que el suyo propio. No necesitaron palabras para comprender que Miquel-El Che permitía a la joven subir a su habitación y que la joven estaba deseosa de subir con el Che a la habitación.
Pasaron como una exhalación por el vestíbulo, sin escuchar las palabras que el recepcionista intentó dirigirles. Entraron en la habitación y no tardaron en caer sobre la cama.
Miquel agarró con fuerza su miembro por debajo de los bóxers, mientras soñaba que eran los labios de la joven los que se cerraban sobre la verga.
Muy lejos de allí, en otra calle, en otra casa de Valencia, Natalia Rivelles yacía desnuda sobre la cama acariciándose su sexo anhelante con una mano mientras imaginaba que su padre y su profesor se cernían sobre ella enarbolando dos potentes estandartes entre sus piernas.
En otro punto de la ciudad, El señor Gonzalves desnudaba su cuerpo mirando la foto de Julio Rey Pastor y Albert Einstein mientras en su mente todas sus alumnas de los quince a los dieciocho años se enzarzaban en una espectacular orgía con él en el centro.
Un orondo argentino acariciaba una pelota de fútbol imaginándose que era la cabeza de Laetitia Casta.
Una solterona se entregaba a la autosatisfacción mientras en sus sueños la desnudaba Nino Bravo.
Un anciano volvía a sus tiempos de juventud en la cama de Concha Velasco.
Un escritor frustrado enloquecía de gozo mientras se masturbaba ante el sueño de que la Lolita de Nabokov quería aprender de él.
Y en la trastienda del "Ké necesitas?" Toni Sempere Imoy, tumbado en una cama, se estremecía de placer a cada orgasmo de sus clientes. Saltaba con cada caricia que recibía el cuerpo del Che en el sueño de Miquel, se retorcía cuando Natalia quedaba aprisionada entre dos pollas, sentía en su piel cada una de las jóvenes manitas que acariciaban en el sueño al profesor Gonzalves, gozaba con Laetitia Casta, abrazaba a Nino Bravo, sonreía a cada una de las expertas manos de Concha Velasco, y seagarraba con gusto a la juventud núbil de la excitante Lolita.
Y a cada espasmo de placer, su poder crecía