La tía Isabel

Elsa ha quedado huérfana y debe irse a vivir con su joven tía al pueblo. Allí, desatará su fetichismo y pronto descubrirá, con su tía, su vecina madura, el sacerdote del pueblo, y las monjas del colegio que si te portas mal, mereces un castigo.(FETICHISMO, SPANK, LESBIANISMO, NO CONSENTIDO, INCESTO)

CAPITULO UNO

LAS PANTUFLAS USADAS

SEPTIEMBRE DE 1979

Avanzaron despacio con el coche por las estrechas calles poco iluminadas. Era tarde, habían tardado en llegar desde Madrid, y tras parar dos veces, una para cenar y otra para echar gasolina y orinar, por fin habían llegado a casa, su casa, su nueva casa.

Elsa miró las casas por las que pasaban, casi todas unifamiliares, bajas, alguna de dos plantas. Las casas de más de una vivienda, todas nuevas, estaban al principio del pueblo, junto al que sería su nuevo colegio, y ya lo habían dejado atrás hace un kilómetro más o menos. La casa de su tía Isabel era de las últimas del pueblo.

-Ahora a la cama nada más llegar, ya mañana deshaces las maletas y te acomodas. Tienes todo el fin de semana, y el lunes, al colegio.

Mañana iremos a ver a Almudena, la vecina, para que te arregle el uniforme.

Elsa asintió;

acababa de cumplir quince años, sus padres, ambos de cuarenta, habían muerto en un accidente coche, y ella se había quedado con su único familiar vivo, su tía Isabel, de treinta años y

a la que apenas conocía.

El coche se detuvo por fin ante una casa sin jardín. La fachada estaba tan pegada a la calzada que casi no había acera, pero Elsa se había dado cuenta de que era así en casi todas partes en el pueblo, salvo en las viviendas más nuevas.

-Hemos llegado.

Bajaron del coche, Elsa fue al maletero y sacó sus dos maletas y su mochila. Si tía mientras abría la puerta. Nada más entrar había un pequeño recibidor, una bombilla colgaba del techo e iluminaba una estancia de 1,5x1,5. Había una puerta descartada, con cristal amarillo que ocupaba casi todo el arco haciendo dibujos. En un lado había un mueble con varios pares de zapatos. Desde la calle, Elsa vio como su tía se descalzaba sus mocasines y se calzaba unas pantuflas de felpa sin quitarse antes las medias ni meterse los talones, llevándolos por fuera.

-Descálzate antes de entrar. Por casa siempre descalza o en pantuflas.

-No tengo. -dijo Elsa.

Isabel soltó un bufido

  • ¿Qué pie tienes?

  • 38 - dijo Elsa.

Isabel se agachó en el zapatero y sacó del fondo unas pantuflas más usadas que las que ella llevaba, la suela estaba más gastada y el talón muy viejo de llevarla en chancleta, como las que tenía puestas.

-Estás eran mías, pensaba tirarlas, las que llevo son nuevas.

Úsalas tú de momento, ya te compraré unas nuevas en el mercado el jueves próximo.

-Prefiero ir descalza.

-¡Úsalas!

Elsa dio un respingo. Se descalzó sus sandalias antes de entrar en la casa y metió los pies desnudos en las pantuflas, dejando también sus talones por fuera. La estaban igual que a su tía, ambas tenían el mismo pie. Dejó las sandalias en el zapatero, donde le indicó la tía, y entró las maletas.

La tía abrió la puerta siguiente y entraron en un amplio salón. A la derecha había una cocina, Elsa vió que la decoración del salón era austera, las paredes mal pintadas, muebles viejos, una tele de cuernos, un viejo sofá con una manta encima, vitrinas con algún cristal roto… se notaba que su tía se preocupaba poco por el cuidado de la casa, la cual según tenía entendido había sido de su abuela, pero ella nunca la conoció, ya que murió siendo Isabel muy niña. Antes era más grande, pero la separaron, y de esa sacaron otra casa, una para cada hija, Isabel, su tía, y Mónica, su madre; esta fue la que vendieron a un joven matrimonio de recién casados, él un militar, ella una chica del pueblo que necesitaba casarse antes de quedarse a vestir santos. De eso hace ya veinticinco años; esa mujer era su vecina Almudena, que rondaba ya los cincuenta y se había quedado viuda hacía diez. La parte de la casa que quedaba era de Isabel, única y exclusivamente.

En la cocina había una nevera antigua, con un pequeño congelador arriba. Una vieja mesa con dos taburetes, una pila enorme de mármol a modo de fregadero y una vieja cocina de gas butano con la bombona visible a un lado.

En cada extremo de la vitrina que dominaba una pared del salón había una puerta cerrada, dentro de la cocina había otra, era el baño, le indicó Isabel.

-Y esa es tu habitación. - dijo señalando la puerta más alejada de la cocina.

Metete, deja tus maletas, y acuéstate, es tarde. La cama está sin hacer, tienes sábanas encima del colchón. Aún no hace frío, así que no hace falta manta alguna, y mucho menos encender la calefacción, así que si eres friolera, abrígate.

¿Tienes pijama, camisón?

-Ambas cosas, aunque muchos días duermo desnuda.

Isabel volvió a bufar.

-Como quieras, pero no quiero quejas por el frío.

Elsa asintió.

-Buenas noches.

Sin decir nada más, la mujer se dirigió a su cuarto, entró, cerró de un portazo y dejó sola a Elsa en aquel triste y mal iluminado salón.

Su habitación no era muy grande. Tenía una cama en la que había un colchón de muelles sobre un somier de muelles también. Sobre la misma había unas sábanas amarillentas y una almohada gorda y con la funda con manchas amarillas y marrones, como de haberse quemado en la plancha. Había una ventana con una persiana a medio bajar que prefirió no tocar. Un armario de madera que abrió y en el que había un colgador con seis perchas de madera y alguna de metal, y luego varios cajones. Probó a abrirlos, se abrían mal y costaba que corrieran, pero no estaban rotos. Olía a naftalina, y el fondo estaba roto, en algunas partes, rajado. Había una mesilla de noche junto a la cama, y sobre ella una vieja lámpara. La mesilla tenía un cajón, probó, y se abría igual que los del armario. Debajo de la ventana había una mesa de estudio, con un flexo sobre ella, tenía varios cajones a un lado que se abrían tan mal o peor que los demás que ya había probado, y delante una vieja silla de madera. Elsa suspiró, así sería su vida desde ahora, se dijo, por lo menos hasta irse a la universidad.

Se descalzó y apoyó sus pies en el suelo frío de terrazo que predominaba en toda la casa. Había visto varias baldosas agrietadas y hasta rotas, donde en los esquinazos faltaba algún trozo y se veía el cemento de debajo. El suelo estaba frío, por eso iba en pantuflas su tía. Se preguntó si en pleno verano también sería así. Ahora estarían a dieciocho grados en la calle, estaban ya en septiembre, y por lo que le había oído siempre a su madre, en invierno hacía tanto frío que hacías vaho en la habitación por las noches. Sin calzarse de nuevo, Elsa hizo su cama y se desnudo, quedándose sólo con las braguitas puestas. Abrió la maleta y sacó de dentro un camisón, se lo puso y salió para ir al baño. Al abrir la puerta vió que estaba todo a oscuras, así que rebuscó en su maleta y sacó una linterna que por casualidad había traído. Alumbrando al pasar, sobre todo al suelo, seguía descalza y no quería pisar cualquier cosa que hubiera tirado por ahí, llegó hasta el baño, y tras encontrar la luz encendió y cerró la puerta tras de sí.

El baño no estaba mejor cuidado que el resto de la casa. Los azulejos de la pared estaban también rajados, y faltaban varios. Había una vieja bañera descascarillada en varias partes, un lavabo con un solo grifo, un mueble en un rincón con las puertas medio abiertas, y un váter sin tapa pero con el anillo bajado. Elsa comprobó que estaba suelto de una de sus bisagras y era mejor no tocarlo. La cadena colgaba de la cisterna sin tirador, solo unos eslabones al aire. Observó que no había ventana alguna. Se sentó en el váter a orinar y tras tirar de la cadena, apagó la luz, y a oscuras, iluminando de nuevo su camino por la linterna, fue hasta la habitación, cerró al entrar y se quitó el camisón, quedando solo con las braguitas, colocó el camisón sobre la cama a los pies de la misma y se sentó. EL colchón se hundió sondando al sentarse. Suspirando, con ganas de llorar por echar de menos a sus padres, Elsa miró al suelo, a las pantuflas gastadas de su tía. Cogió una y miró la desgastada suela de goma amarilla y el descolorido color de los cuadros escoceses. Su madre tenía unas parecidas. A Elsa le gustaba ir a su habitación cuando no estaban, cogerlas, y olerlas, le gustaba el olor de los pies de su madre, no sabía porque pero la excitaba, incluso a veces se las ponía y andaba con ellas un rato oliendo luego sus propios pies, a ver si se impregnaban del olor de los de su madre. Cogiendo aire, Elsa enterró su cara en el interior del viejo calcado y aspiró. Olor fuerte, denso, profundo, a sudor acumulado. Volvió a aspirar mientras llevaba la mano por dentro de sus braguitas a su pubis de vello rizado y empezaba a buscar su clítoris acariciándolo. Siguió aspirando fuerte mientras frotaba sus pies uno con otro y no dejaba de masturbarse hasta que notó como su mano se mojaba de su corrida. Sonriendo, dejó la pantufla en el suelo y tras lamerse la mano olió sus pies, los cuales habían cogido algo del fuerte olor de los de su tía.

Sin hacer nada más, se puso el camisón y se acostó tras apagar la luz.  Mañana tenía que ordenar sus cosas y debían ir a ver a esa mujer, Almudena, la vecina, la viuda del militar, para que le arreglare el uniforme de su nuevo colegio.