La tía Isabel 3

Elsa se queda a solas con el padre Raúl para confesar sus pecados de cara a la misa del día siguiente.

EL PADRE RAÚL

El resto del sábado, Elsa lo dedicó a terminar de organizar su habitación.

Comieron un poco de asado que les dió Almudena y después de comer y echar la siesta, por lo menos su tía, ella no, ella se quedó en la habitación leyendo, salieron a dar un paseo por el pueblo.

Con cada persona que se encontraban la misma cantinela “oh, tu sobrina… pobre… siento lo de tu madre… aquí estarás bien… ven cuando quieras… mi nieta, hija, ahijada son de tu edad, seréis compañeras…”

Acabaron la tarde sentadas en una terraza de un bar del pueblo, junto a la iglesia, donde también saludaron a algunas personas. Su tía pidió una cerveza y ella un refresco.

-Bueno… mañana madrugaremos para ir a misa.

Elsa asintió. Llevaba muchos años sin ir a misa, exactamente desde poco después que hiciera la comunión, sus padres no eran muy creyentes, todo lo contrario que Isabel.

-Iremos con Almudena. Me gusta acompañarla. Después iremos a su casa a desayunar.

-¿Iremos a misa en ayunas?

-Claro, a primera hora, a las ocho. Y por la tarde vendrá a casa a tomar café el padre Raúl, el cual quiero que conozcas ahora.

-¿Ahora?

-Si, he quedado con él en su despacho parroquial en media hora. Me gustaría que te confesaras para poder comulgar mañana.

-¿Confesarme?

Isabel suspiró exasperada.

-¿Cuánto hace que no vas a misa?

-Desde la comunión.

-Imagino que entonces no te has confesado desde entonces… solo dios sabrá los pecados que habrás cometido.

Mentiras, pequeños hurtos, ofensas a dios, a la virgen… seguro que hasta te masturbas.

Elsa se ruborizó, aún notaba el penetrante olor de las zapatillas de su tía en su cara, el áspero tacto de la suela en su coño, el recuerdo de los pies de Almudena…  Isabel, que lo notó, sonrió.

-Pues ahora, se lo cuentas todo. Será una charla entre amigos, los dos solos, en su despacho, o en su casa, que está dentro de la parroquia, donde él elija. Ya verás, como al final, hasta le llamas tú misma para hablar con él muy a menudo.

Elsa asintió. Aquella mañana, tras correrse, limpió el suelo con papel higiénico y dejó las pantuflas de su tía en su sitio, calzándose las suyas. Hizo tiempo en el cuarto hasta que escuchó la puerta y salió a abrir, nada más entrar, su tía la saludó y sin notar nada raro, se calzó sus propias pantuflas. Elsa ya deseaba poder olerlas de nuevo, pero de momento, esa noche, se dijo, se conformaría con oler las suyas y sus propios pies,

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se fijó en el sacerdote que se acercaba. Alto, fuerte, con sotana negra hasta los tobillos, pelo canoso pero abundante, cara dura, seria.

-Oh, Don Raul… - dijo Isabel levantándose y saludando con una leve reverencia al sacerdote - precisamente íbamos ahora a verle. - dijo Isabel. - Le presento a mi sobrina, Elsa.

Elsa se levantó e imitó en el saludo a su tía, sonrió levemente al hombre que le acarició la cara dándole dos suaves palmaditas en la mejilla.

-¿Por algo en especial?

-Quería que Elsa se confesara… lleva mucho sin hacerlo, ya sabe, Mónica no era practicante…

-Ay tu madre… una pena lo suyo… Yo la casé, ¿sabes?

-No tenía ni idea…

-Lo buena chica que fue siempre, misa cada domingo, confesión dos días a la semana… y de repente, se casa, se marcha del pueblo… y ya nada. Bueno… Dios sabrá que ha sido de su alma.

Elsa no dijo nada, apretó las manos y contuvo las ganas de gritarle a ese hombre, algo le decía que sería un terrible error, se limitó a sonreír y hacer una nueva reverencia.

-Pues iba para casa de Almudena, tu vecina, la viuda… justo a eso, confesarla y tomar algo.

-Ah… pues vamos allí, y ya que se confiese Elsa en su casa.

-Me parece buena idea.

Elsa asintió sonriendo, volvería a ver esos pies descalzos tan bonitos y a soñar con ellos… ¿Debería confesar eso? No, se dijo, ni eso ni como se había masturbado esa mañana, eso jamás. Pagando la consumición, los tres se pusieron en marcha a casa de Almudena.

Elsa e Isabel se descalzaron en la acera, justo antes de entrar, pero sin embargo, el sacerdote permaneció calzado; a Elsa le extrañó, pero decidió no decir nada. Almudena les recibió sonriendo. En el salón, en una mesita de té, había preparado un bizcocho recién hecho.

-Ahora mismo saco tazas para el café. Elsa, ¿Tú tomarás?

-Ella leche sola, o chocolate. - contestó Isabel por ella. - Y mientras, si quieres, puedes pasar a la habitación de Almudena e ir confesándote con el padre Raul.

Elsa miró al sacerdote que la sonrió, tendiendole la mano, reticente, la chiquilla se la dió y el padre la llevó con él al interior del cuarto, cerrando después la puerta y echando el pestillo por dentro

La habitación de Almudena era grande. Una cama de matrimonio con un colchón alto, de somier igualmente alto, con los edredones cayendo hasta el suelo, dos mesillas de noche, un secreter bajo la ventana, y un armario empotrado de tres cuerpos en un lateral. A los pies de la cama había un pequeño banco con un asiento forrado, y en otro lateral, algo que a Elsa la dejó sorprendida, un reclinatorio, todo de madera.

-Bien… espera… que preparo el reclinatorio.

-¿Tengo que…?

-Pues claro… por lo menos hoy, que es la primera vez… ya otras veces, si te confieso aquí o en tu casa, te puedes sentar a mi lado en la cama. - dijo sonriendo.

Elsa asintió. El sacerdote fue hasta el reclinatorio y sin apenas esfuerzo lo llevó hasta donde estaba Elsa, la chica lo miró, suspiró y se arrodilló. El sacerdote, sonriendo, rodeó el reclinatorio colocandose detrás de Elsa y le echó un vistazo a los pies descalzos de la joven y sus plantas, sonriendo. Elsa no hacía ni decía nada, solo esperaba. Satisfecho por la visión de los pies de la joven, unos pies preciosos, se dijo el hombre, volvió ante la joven y se sentó en la cama, frente a Elsa, y la acarició el pelo y la cara.

-Empieza cariño…

-Pues…. vera… me confieso….

-Ave Maria, Purisima, cielo… - dijo condescendiente volviendo a acariciar su rostro. Elsa empezaba a ponerse nerviosa con tanto roce. - tienes que empezar así… Ave Maria purisima, yo te contesto, y luego tu dices, padre. perdóneme, porque he pecado… y seguimos. - le dió unas palmaditas en la mano y sonrió -  a ver… venga cariño.

Elsa trató de devolver la sonrisa.

-Ave María purísima.

-Sin pecado, concebida - contestó el padre Raul sonriendo y cogiendo entre sus manos una de las de Elsa, sin soltarla ya en ningún momento.

-Perdóneme padre, porque he pecado.

-Dime hija… ¿qué te atormenta?

Y Elsa, que no sabía muy bien que decir, dijo lo típico.

-He mentido algunas veces, he dicho palabrotas, bueno… no he ido a misa en años, no se muy bien que es pecado y que no…

-Yo te ayudo. ¿Has usado el nombre de dios, su madre, o Jesucristo en vano?

-¿Qué quiere decir eso?

El sacerdote, sonriendo, sin dejar de acariciar la mano de Elsa, se lo explicó.

-Si. - dijo Elsa - puede que sí…

-¿Insultaste, menospreciaste o trataste mal a tus padres alguna vez?

Con lágrimas en los ojos al recordar alguna de esas veces, Elsa asintió. El padre siguió sonriendo, dándole ahora palmaditas en la mano.

-¿Has robado? Aunque solo sean unas monedas del monedero de tus padres.

Elsa asintió, un par de duros alguna vez.

-Bien cariño, bien … - El sacerdote volvía a acariciar la mano de Elsa. - Uno muy importante… ¿Te has masturbado alguna vez, has cometido el pecado de Onan?

Elsa trató de no ponerse tensa. Tenía aún la sensación de la zapatilla en su coño y eso la excitó levemente. Esperó que no se notase.

-No… nunca… ni sé cómo hacerlo.

-¿Segura? - el sacerdote apretaba ahora la mano de Elsa, la miraba serio, como si pudiera adivinar sus pensamientos.

-Si… Segura… Nunca.

El hombre sonrió,

-Mentir en confesión es muy grave…

-Nunca… padre, no me he masturbado, nunca.

-¿Y has tenido relaciones con otro hombre…? O peor aún, ¿mujer?

Elsa negó, y era cierto, seguía siendo virgen. El hombre sonrió satisfecho y acarició de nuevo sus manos.

-Tienes muchos pecados cariño… y debes expiarlos con fé y resignación… ¿Recuerdas las oraciones?

-El Padrenuestro, y el Ave Maria un poco.

-Quédate aquí, reza diez de cada, y cuando acabes, sal. Yo te absuelvo de tus pecados - soltó la mano de Elsa y empezó a hacer la señal de la cruz en la frente de la chiquilla - en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo…

Amen.

Y levantándose, fue de nuevo tras Elsa, admiró de nuevo sus pies descalzos y suspiró.

-Cuando acabes, puedes salir.

Y agachándose tras Elsa, acarició ambas plantas de los pies con las manos, haciendo la señal de la cruz en cada una, sonriendo, y haciendo a la chiquilla tensarse.

-Esto… también es parte de tu penitencia… en la próxima confesión quiero tener entre mis manos tus pies, en vez de tu mano… Y será la semana que viene, el sábado también, para ir a misa libre de pecado.

Y salió de la habitación dejando a Elsa asustada, temblando, y muerta de miedo ante la próxima vez que estuviera a solas con ese hombre.