La tía de Marilú
Una madura caliente y necesitada recibe lo que le falta.
LA TÍA DE MARILÚ
Lu, mi pendeja, no cesaba en su tarea de acercarme otras mujeres para satisfacer mis deseos de variedad. Claro que se cuidaba muy bien de no conseguir ninguna que estuviera en condiciones de desbancarla, y así yo siempre retornaba a ella.
En el caso que me ocupa hoy se portó muy bien.
Tiempo atrás me había entregado a su prima Ethel, una chica de veinte años virgen con quien la pasé muy bien enseñándole las cosas del sexo (Lo conté en el relato De Nuevo a las Andadas).
El caso es que una mañana, en la cama lugar que prefiere Lu para estas conversaciones, me recordó aquella vez.
Me contó que Ethel siempre le decía que quería volver a estar conmigo porque no encontraba quien le hiciera repetir esa experiencia, al menos con igual grado de satisfacción. Pero mi pendeja consideraba que con una vez que me hubiera “prestado” era más que suficiente. La prima era muy confidente con su madre y le había contado su experiencia, realmente una bocazas la pendex, no debió hablar eso con la madre.
Y ahora la tía de Lu, hermana de su padre, quería conocerme y probar mis dotes tan comentadas por su hijita.
Según la versión de mi pendeja, Paula, la señora mentada, su tía, era una mujer recatada que no mataba una mosca. Lu ignoraba las razones que la habían llevado a esta aspiración. Me aseguró que la señora no estaba mal de sus atributos femeninos, tenía cuarenta y cinco años y se conservaba a fuerza de dietas y gimnasio.
Algo me impulsaba a acceder a los requerimientos de Paula, aunque no la había visto jamás. Y era su condición de esposa de un General de Ejército.
Ponerle los cuernos a un General me iba a satisfacer aunque tuviera que darle a la vieja más fea del universo. Tanto mal han hecho los militares a mi país que todos los cuernos del universo serán pocos para hacérselo pagar.
De modo que accedí de inmediato.
Como acostumbraba, Lu se ocuparía de todos los detalles.
En el día y a la hora indicada por Paula arribamos a su casa. Me encontré frenta a una señora muy elegante, alta, distinguida, pelo más bien largo, levemente rojizo de pago, rostro gastado. Vestía una blusa oscura, pollera a la rodilla también oscura, medias negras.
Se podían apreciar unas piernas bien torneadas, busto mediano y trasero normal, ni poco ni mucho, ni lindo ni feo.
La casa era muy elegante, bien decorada, muebles caros. Una biblioteca con libros que me hizo pensar que el General los usaba como decoración, ya que los militares de mi tierra se distinguen por su acendrado analfabetismo. Cuadros de firma, aunque seguro el general hubiera preferido una foto de Hitler de uniforme.
Paula, seguramente instruída por Lu, me ofreció un whisky, cosa a la que nunca me niego. Tenía Chivas y lo comencé a degustar. Mientras tanto me contaba sus penas, su marido era bastante mayor que ella, muy dedicado a su profesión, pasaba todo el día fuera de su casa. Nuestros militares tienen una frase “Al pedo (inútilmente), pero temprano” que los pinta de cuerpo entero. Y cuando el general retornaba a su hogar, ya avanzada la tarde, no se lucía especialmente en las batallas amatorias. Aclaro que los militares de mi patria no se se han lucido nunca en ninguna batalla después de las guerras de la independencia.
El monólogo de Paula se asemejaba más a una confesión que a una charla social. El general había sido su único hombre. Su hija Ethel, tras dejar su virginidad conmigo, se había convertido en una “putita” a ojos de la madre, lo hacía con todo el que se le acercara. Y se lo contaba, lo que aumentaba su sensación de carencia. El hijo varón era gay (ahí me di cuenta de que su hijo era Arturo, ver El Secreto de Carlitos). Y la sacrificada madre era la encargada de ocultarle al padre la sexualidad de sus hijos.
La pobre no conocía el sexo oral ni el anal. Y apenas dos posiciones para el sexo vaginal. Los militares argentinos, además de asesinos, torturadores, ladrones, corruptos, retrógrados, apropiadores de bebés, vendepatrias y otras linduras, son también devotos católicos.
Paula se confesó una mujer ardiente y, ahora, sumamente necesitada. No se atrevía a comprar un consolador, ni a pedírselo a su hija o a su hijo.
No sabía cómo se había animado a hablar con Lu para pedirle mis servicios, tan publicitados por Ethel.
La conversación me había ido entonando, y mi verga daba muestras de querer entrar en batalla. Me cambié de asiento para sentarme al lado de Paula en un sofá. Sin decir palabra tomé su mano y la deposité sobre mi tranca.
Esto la enloqueció, hurgó en mi bragueta hasta conseguir sacarla. No me dio tiempo a nada, se abrió la blusa, levantó su pollera hasta enrollarla en la cintura, apartó su calzón, lucía un encantador conjunto de un azul intenso, y me ordenó como si fuera un militar, que la cogiera ya.
Me dijo que la mía era el doble de la del General, pero que si la toleró su hijita ella no quería ser menos.
Yo atónito había perdido la calma y la capacidad de reacción. Un reflejo de mis años de servicio militar se hizo presente. Le hundí de un golpe la poronga entera en la concha. Sin necesidad de trabajo previo alguno ella ya estaba bien preparada, su argolla era un verdadero charco de jugos.
No estaba muy apretada, pero sí muy caliente. Le saqué casi todo y volví a meterlo. Gritaba, gemía, a ratos se quejaba del dolor pero pedía más.
Me sentía ridículo, totalmente vestido y cogiéndome a una mujer deseable que gozaba con su pedazo de carne prestado por su propia sobrina.
Pese todo la cogía con ganas. Otro militar más estaba siendo cornudo merced a mi acción, esto me excitaba tanto como si le estuviera dando a la más bella modelo del planeta.
Mi verga iba y venía arrancándole un orgasmo tras otro.
A cada orgasmo gritaba más, se insultaba a sí misma por no haber empezado antes.
Me decía que me amaba, que quería que la cogiera así todos los días. Me ofrecía pagarme por mis servicios. Me pedía que la llenara de leche, que me quedara tranquilo que no había riesgo de embarazo.
Esto era demasiado para mí, aguanté todo lo que pude, algo más de quince minutos bombeándola. Y le dejé todo mi semen adentro de la concha.
Se deshacía dádome las gracias por todo lo que la había hecho gozar. Me sirvió otro chivas y me pidió que le enseñara el sexo oral. Su hijita se lo había descripto como una experiencia inolvidable.
Iba tan ligero que no me daba tiempo a quitarme la ropa, apenas si pude sacarme pantalón y slip, quedé en camisa, corbata y medias, me sentí más ridículo, si es que esto era posible. Tampoco quiso que fuera a lavarme.
Con la torpeza inicial propia de su condición de inexperta se metió toda mi verga en la boca.
Le di las indicaciones elementales y demostró ser una alumna aplicada, o quizás tenía condiciones innatas para la mamada. Asía con la izquierda mi tronco, mientras con la derecha se estimulaba el clítoris.
Con mi derecha guiaba su mano, tomándola cuando se sacaba la poronga, y sacándola del medio cuando la engullía entera.
Yo estaba calmado por el polvazo anterior, de modo que duré mucho. Paula le fue tomando el gusto, y la ciencia a la fellatio. A mis instancias se la sacaba toda y me chupaba los testículos, metiéndolos uno a uno en su boca, y acariciándolos con la lengua.
La situación y sus dedos le arrancaban orgasmos contínuos. A cada uno me la apretaba con su boca.
A la mitad de la media hora que duró la mamada Paula ya era casi una experta. Los últimos quince minutos fueron deliciosos. Tocaba su garganta con el glande, produciéndole excitantes arcadas que la hacían moverse más, con el consiguiente gozo para mi verga
Lu, azorada, no atinaba a nada, tomaba muy pocas fotos, no se masturbaba como era su hábito cuando me veía coger a otra. Tenía los ojos como platos observando como gozaba su tía.
Al sentir que mi leche pujaba por salir, como la lava del Vesubio, le dije a Paula que una parte de esto era que se la tragara toda. Sin sacársela de la boca asintió con un gesto de la cabeza, fue el detonante para volcarme todo en su boca.
No desperdició ni una gota. Golosa me limpió la verga con suaves lamidas.
Me derrumbé en el sofá. Paula presurosa volvió a llenar mi vaso. Lu se acercó, bebió un trago, y con todo el sabor del Chivas me besó en la boca, estaba completamente vestida y no salía de su asombro.
La tía me pidió sexo anal. Quería beber la copa hasta el fondo y de una sola vez.
No había con qué hacer enemas, de modo que resolví darle así como venía. Requerí la colaboración de Lu, experta en estas lides. Me acercó el imprescindible lubricante, se trataba de un culo maduro pero todavía virgen. No era un gran culo, pero merecía una esmerada atención, su propietario legítimo era un militar, y pese a esa circunstancia lo iba a estrenar un civil, yo.
Lubriqué y dilaté con paciencia, no me hizo falta pedirle que se relajara, lo hizo como si toda su vida la hubieran cogido por el culo.
Elegí la posición más cruel para desvirgar un ano, la puse boca arriba con las piernas levantadas casi hasta sus hombros.
Mi pendeja fue la guía de mi verga, la colocó en la puerta del ano de su tía sosteniéndola apretada con sus manos. Empujé con suavidad y comencé a entrar. Paula se quejaba del dolor, sin pedirme que se la sacara.
Pasó el glande, la batalla ya estaba ganada. Lentamente me fui posesionando de todo su recto que me apretaba como una mano suave y húmeda. Ya se la tenía entera adentro, descansé dándole tiempo a asimilar la invasión.
Pronto ya le bombeaba el culo. Con mi derecha estimulaba su clítoris, con la izquierda marcaba el ritmo de sus caderas que habían empezado a moverse en una danza alocada.
Como sucede casi siempre, a la vista no era un culo bello, pero tener la verga dentro de él era una gloria, estrecho canal, rugoso, caliente y bien lubricado.
El calzón azul, corrido a un lado, no me molestaba para nada. Al conrario, le daba a todo un toque de cosa clandestina y apurada.
Llegaron los primeros orgasmos de Paula, estruendosos, gritados. Era una hembra caliente de verdad. El movimiento de su pelvis se hizo más intenso. Ambos habíamos tomado el ritmo exacto. Me sentí como si hubiera estado cogiendo ese culo por diez años seguidos, tal era la compenetración que estábamos logrando.
Con un bufido bovino le llené el recto de leche.
Allí cambió toda la situación. Yo exhausto apuré el resto de mi vaso de whisky, y esta vez fue Lu quien volvió a llenarlo.
Paula pareció haber notado su escasez de ropa y volvió a ponerse la blusa sin abotonarla.
Allí advertí que habíamos hecho todo lo que hicimos sin que ella se quitara su calzón, apenas lo corrió lo necesario, ni su corpiño. No le había visto las tetas, quizás le avergonzara que estuvieran algo caídas. Desistí de insistir en el tema, ya me disponía a irme. Conservaba puesta mi camisa.
Cuando busqué mis pantalones Paula me detuvo. Llorando casi me rogó otro polvo, le quedaban ganas de más.
Apenas alcancé a quitarme las medias, me sentía muy ridículo cogiendo con las medias puestas.
La puse en cuatro patas, que pronto se volvieron tres, porque bajó sus brazos y se apoyó con la cabeza sobre el sofá que había sido el Campo de Marte de nuestro combate.
Casi parado detrás de ella la penetré de una.
Esa maravilla de hembra se movía como poseída, quería aprovechar al máximo la ocasión de su vida.
Por mi agotamiento fue un polvo muy largo, muy disfrutado por los dos. Ella tenía un buen pedazo de carne dentro de su concha. Yo estaba haciendo cornudo a un General de la Nación. Y ¿por qué negarlo? me estaba gustando cogerla.
La sentía gozar como una yegua en celo, me encantaba una mina tan caliente. Sus orgasmos me recordaban a los de Marta, y a los de mi pendeja. Sin duda Lu había recibido una carga genética de multiorgásmicos, tanto por parte de su madre como de su padre, Paula es hermana de su padre.
No tomé nota de los orgasmos de Paula, pero la cogí por casi una hora, y la sentía acabar a cada rato.
Nunca he practicado el sexo tántrico, pero por lo que sé esto se le asemejó bastante. No estábamos quietos, pero fue muy extendido el polvazo.
Volví a depositarle mi leche en la concha, y le dejé la verga puesta hasta que se ablandó y salió por sus propios medios.
Allí sí comencé a vestirme. Paula quería más, pero ya no estaba en condiciones de acceder a sus pedidos.
Le prometí repetir, y a fe mía que lo hice. Era mi delirio acrecentar los cuernos del General, cogerme a su esposa en todas partes, y de todas las formas posibles, hacerla mi puta.
No tuve valor para entregarla a otros hombres, aunque me hubiera gustado. No por ella sino por su marido.
Me sentía el vengador de mi pueblo oprimido por la maldita casta durante más de medio siglo.
Nos marchamos, con Lu que había quedado sin habla. Mi pendeja sabía bien el sentido de mi acción, y lo compartía.
Esa noche conformé a Marta con un cunnilingüs, y muchos dedos.
A la mañana siguiente Lu recibió su premio por partida triple, le comí la concha, se la cogí, y de postre le hice el culito.
Sergio.