La tía carmen quiere más (4)

Sigue mi experiencia internacional de sexo y orgías. Mis tíos me hicieron participar en aquellas reuniones con amigos franceses donde el sexo y el placer lo justificaba todo. Demasiado bueno para un joven adolescente como yo. Recomiendo la lectura de los anteriores relatos para mejor comprensión, ya que cada uno es la continuación de los otros.

LA TÍA CARMEN QUIERE MÁS ( 4 )

Aquella noche dormí profundamente, con un sueño reparador. Al despertar instintivamente mi mano derecha se movió suavemente bajo las sábanas hasta encontrarse con las maravillosas nalgas de Carmen. Con mi palma abierta las recorrí suavemente, introduciendo mis dedos por aquel surco delicioso. Carmen seguía durmiendo, pero al incorporarme ligeramente pude ver que Eugenio ya se había levantado.

Efectivamente por la rendija de la puerta del baño, casi cerrada, salía un haz de luz, que junto con la claridad que entraba por las ventanas, iluminaban ligeramente la habitación. Poco a poco fui tomando conciencia de la situación. Mi pene, como todas las mañanas, estaba en pleno apogeo. Levanté ligeramente la sábana y pude ver la silueta desnuda de mi tía Carmen, que de lado, dormía plácidamente. Nuevamente unos deseos de lo más morbosos vinieron a mi mente pero teníamos un día de lo más completito y había que arreglarse y desayunar, para poder cumplir con el plan previsto.

Eso era al menos lo que yo pensaba, pero al incorporarme para levantarme, Carmen se despertó. Una mano se situó sobre mi espalda y me pregunto por la hora, me sujetó del brazo y suavemente me hizo caer nuevamente sobre la cama. Se desperezó y comentó que había dormido de un tirón. Haciendo un mohín muy sensual, me preguntó si me había gustado lo de la noche anterior, le dije que había estado muy bien, que Denisse era maravillosa y que yo también había dormido estupendamente.

Llevó su mano a mi entrepierna y soltó una pequeña carcajada, ya había tomado conciencia de la situación y al notar mi pene con aquella matutina erección, llamó a Eugenio, comentándole las ventajas de la juventud. Eugenio se asomó por la puerta del baño con la cara medio cubierta con la crema de afeitar y al ver el espectáculo de mi tía con la mano aferrada a mi cosa y a mí ligeramente cortado, sonrió igualmente y propuso comenzar el programa del día algo más tarde. Propongo pedir el desayuno y decirle a Denisse que nos lo traiga Françoise; más tarde pude comprobar que aquella preciosidad que nos atendió a la llegada, se llamaba Françoise.

Eugenio miró a Carmen pidiendo su conformidad. Creo que le gustará que tomemos un desayuno, muy completo y nutritivo, conjuntamente, dijo.

Dicho y hecho, Denisse le aseguró que no habría ningún problema, conocía muy bien a su pupila, también a sus amigos y empezaba a conocerme a mí, su sobrino, por lo que estaba en condiciones de asegurar que una vez advertida, estaría más que dispuesta, eso sí, le indicó a Eugenio que solo debía ser un aperitivo, ya que para la fiesta que habían preparado para la noche, Françoise, era uno de sus elementos importantes y no quería adelantar sorpresas.

Al cabo de quince minutos, Françoise llamaba a la puerta, con un carrito repleto de un suculento desayuno. Eugenio abrió la puerta llevando únicamente al igual que yo, un albornoz de baño, ya que acabábamos de salir de la ducha. Carmen seguía en el baño terminando de arreglarse.

Françoise, vestía una bata negra, de uniforme, ligeramente por debajo de sus rodillas, con un pequeño delantal blanco, medias negras con costura y zapatos de tacón de aguja, igualmente negros. Realmente era una belleza. Dejó el carrito y situándose enfrente de Eugenio, muy sensualmente, se apartó el delantal y empezó a soltarse los botones de la bata, con movimientos muy lentos se la quitó. Lo que vi entonces me dejó con la boca abierta, por todo vestido, lucía aquel pequeño delantal blanco, que llegaba justo a la altura del pubis y que por arriba tenía un pequeño peto con tirantes, que apenas podían ocultar los pezones de aquellas deliciosas tetas. Un par de ligas, rojas y negras, en la parte alta de los muslos sujetaban las medias. Miró fijamente a Eugenio, pidiéndole su aprobación. Eugenio le guiño un ojo y sonrió plenamente satisfecho.

Entonces Françoise se puso a la tarea, cuando se giró para dirigirse al carrito, el impacto que me produjo ver aquellas preciosas nalgas, fue impresionante, tuve que ajustarme en el sofá para evitar que mi erección fuese demasiado evidente. Ella levantó unos elementos y el carrito se convirtió en una mesa, que en un momento quedó lista con los tres servicios. Carmen salió del baño con su albornoz, totalmente suelto y aquello fue suficiente para que mi corazón se pusiera a punto de estallar. Aquello era un suplicio, no sabía dónde dirigir la mirada, mi tía me atraía enormemente, era mi debilidad. A pesar de la novedad y del indudable encanto de Françoise, preferí mirar abiertamente a Carmen; creo que ella lo advirtió y me dirigió una mirada y una sonrisa llena de ternura y reconocimiento.

Carmen y yo seguimos en el sofá, desde donde podíamos llegar perfectamente a la mesa, Françoise acercó un pequeño silloncito donde se sentó Eugenio. Inmediatamente nos sirvió un muy refrescante zumo de naranja y llenó el café con leche, a gusto de cada uno, en las tazas.

Hecho esto, se arrodilló al lado de Eugenio y muy diligentemente abrió el albornoz y ante mi asombro comenzó a acariciarle el pene con suavidad. Mientras aquella beldad seguía jugando con el pene de Eugenio, este y su mujer charlaban del plan del día. Yo no podía entenderlo, seguía engullendo el desayuno, totalmente asombrado, sin poder atender con fijeza a nada en particular, oía a mi tío hablar de ir a Bayonne a comer, mi tía le comentaba algo acerca de un restaurante en el que servían marisco, veía subir y bajar la cabeza de Françoise en una mamada que debía ser increíble, y al tiempo miraba las tetas de mi tía, que sujetándome la mano me miraba dulcemente y sonreía ante mis atónitos ojos. Lo único que recuerdo del desayuno era unos deliciosos "croissant", más pequeños que los habituales de España, que realmente estaban extraordinariamente buenos.

Eugenio tomaba su desayuno como si nada estuviera pasando, pero de vez en cuando, dejaba escapar un suspiro, cerraba los ojos y su mandíbula parecía temblar ligeramente. Carmen me preguntó si me gustaba y si quería que a continuación me lo hiciese a mí. No sé si me sentí muy caballeroso, pero entendía que en aquel momento yo me debía a mi tía y le dije que no, que prefería seguir hablando con ella. Carmen me tomó la cara con las dos manos y me plantó un beso en los labios, que aun hoy al recordarlo me oprime el corazón. Ciertamente, ahora, después del paso del tiempo y aunque es una venerable anciana, la comprensión, el cariño, la complicidad, hasta el deseo entre nosotros ha perdurado sin que nada haya podido alterarlo.

Llegado el momento Eugenio ya no pudo controlar más sus emociones y aferrado a los brazos del silloncito, se convulsionaba ante el bien hacer, mejor dicho, el bien mamar de Francoise. Con unos sonidos guturales que anunciaban su clímax, se dejó ir, al tiempo que la muchacha tragaba todo su néctar y posteriormente limpiaba su pene dejándolo como si nada hubiese pasado. Solo el semblante de Eugenio, totalmente desencajado, reflejaba lo que acababa de suceder.

¿Los señores desean alguna otra cosa?, aquélla pregunta, nos volvió a la realidad, Carmen le dic las gracias y le dijo que no. Ella arregló su delantalito, se puso su bata, retocó ligeramente sus labios y con una pequeña reverencia salió de la habitación.

Carmen se acercó a Eugenio y comentó que no hacía falta preguntarle si le había gustado, con una sonrisa le dijo que la cara de bobo que se le había quedado, lo decía todo. Le apresuró a terminar de arreglarse, ya que el programa que nos esperaba, era muy apretado. Al cabo de media hora salíamos felices del hotel para dirigirnos al coche con rumbo a Bayonne, la capital de la provincia.

Aunque en aquella época volví en más ocasiones, solo recuerdo que era una ciudad, de tamaño medio, con un centro bastante monumental y eso sí, un río de considerables dimensiones que la cruzaba. Paseamos por el centro, visitamos alguna que otra librería, Carmen compró algunas exquisiteces, difíciles de encontrar en España en aquellos momentos y nos fuimos a comer a un acogedor restaurante a la orilla del río. En la puerta tenía montados unos tenderetes completamente llenos de ostras. Para mí aquello era una novedad y tuve la oportunidad de probarlas por primera vez en mi vida. Eran realmente deliciosas y hasta hoy mi afición por ellas ha perdurado. Cuando Carmen me comentó, además, que eran afrodisíacas, aquello me animó a comer otra media docena extra, para, como ellos decían, coger fuerzas y ganitas para lo que nos esperaba por la noche.

Fue una excursión maravillosa, por la tarde aun recorrimos algo de la costa hasta Capbreton, en aquélla región de Las Landas, donde poco después mis tíos compraron una casa que durante algún tiempo visité frecuentemente, y de la que tengo recuerdos muy excitantes, que quizás en alguna otra ocasión darán lugar a algún que otro relato.

A las seis y media entrábamos en el hotel, felices y excitados pensando en la fiesta que en honor a Carmen, aunque ella no sabía aquel detalle, habría organizado Denisse, en complicidad con Eugenio. Nos arreglamos y a las ocho en punto nos dirigimos al saloncito en el que la noche anterior habíamos terminado la velada. Una de las camareras nos ofreció, a mis tíos un cóctel y a mi un refresco. Nos sentamos esperando que Denisse se incorporase, comentando algunas cosas de la excursión de la mañana.

El saloncito estaba en semipenumbra. Iluminado con unas luces de color rojo, dirigidas a las paredes, el efecto era muy agradable. La camarera se retiró hacía el hotel. La puerta que daba a las habitaciones de Denisse se abrió, la luz principal se encendió y vimos entrar a Denisse, vestida de una forma muy sugerente. En sus manos tiraba de unas cadenas metálicas sujetas a unos collares que estaban al cuello de dos maravillosas criaturitas, uno de ellos era un muchachote negro, completamente desnudo, con los ojos vendados, y que tenía un pollón realmente extraordinario.

La otra cadenita tiraba de un collar que portaba al cuello nuestra amiga Françoise, la que habíamos conocido en el desayuno, venía igualmente desnuda y al igual que el chavalote negro, con los ojos vendados.

Realmente ambos tenían unos cuerpos maravillosos, lo cual decía mucho del gusto de Denisse. Alegremente vino hacía nosotros y nos dio un beso a cada uno, y quitándoles las vendas nos presentó a sus pupilos. Françoise era ya una vieja amiga nuestra y a una indicación de Denisse hizo una pequeña reverencia con su cabeza, disimulando una sonrisa muy pícara. El mocetón con aquella polla descomunal, cuyo nombre era Ariel sonrió alegremente y también hizo una pequeña reverencia.

Denisse les hizo sentar en el suelo sobre la alfombra y soltándoles las cadenas se acercó a nosotros sonriendo, volvió a besarnos y a mí, poco disimuladamente, me pasó su mano sobre mi pantalón, apretando ligeramente mi pene. Pude apreciar un perfume embriagador que salía de su cuerpo, enfundado en un top de látex, que dejaba al descubierto casi en su totalidad sus tetas, con sus aureolas y pezones y un short también de látex negro, con una abertura en su centro que dejaba muy accesibles su trasero y su vagina. El modelo se completaba con unas medias negras de costura, con ligas de puntillas blancas y negras. Calzaba unos zapatos negros de tacón de aguja, relucientes que la elevaban no menos de diez centímetros de suelo. Realmente estaba espectacular, sobre todo para mí que veía por primera vez un atuendo de estas características.

Denisse controlaba la situación como una gran maestra de ceremonias. Con una sonrisa cautivadora que personalmente me seducía tremendamente, nos indico que si teníamos calor nos pusiéramos cómodos. Efectivamente el salón estaba realmente cálido, no solo por el ambiente, sino por la calefacción, forzada expresamente.

Eugenio y yo quedamos en calzoncillos y Carmen se despojó de su vestido muy sensualmente, quedando con un corpiño, especie de maillot, color marfil con puntillas negras, que ya conocía por haberlo visto con anterioridad y que le hacia una figura con cintura de avispa, muy seductora.

En un rincón del salón había una mesa con un bien surtido "buffet", para tomar fuerzas y afrontar lo que viniese después, en plena forma. La parejita de bellísimos camareros nos sirvió las bebidas y era simpático ver aquel grupo, prácticamente desnudo, que en unos momentos comenzarían a ser actores de una fiesta-orgía desenfrenada en honor a Carmen, departir amablemente sobre la excursión de aquella mañana a Bayona, junto con otros temas desenfadados, como si nada les afectase.

Por mi parte, yo no tenía aquella flema, y mis miradas pasaban del escultural cuerpo de Françoise al de Denisse, admirando sobre todo aquellas tetas maravillosas, tan diferentes, pero igualmente deseables, que me ponían al borde del colapso, cosa, que mi pene, poco acostumbrado a esas escenas tan especiales, no sabia ni podía mantener la compostura y se mostraba altivo, hasta el punto que mi calzoncillo parecía una tienda de campaña.

A Carmen no se le habían escapado mis miradas de admiración a la anfitriona y acercándose me dijo al oído, te gusta Denisse, ¿verdad?. Yo solamente acerté a afirmar con la cabeza mirándola fijamente. Se sonrió y me pregunto picarona, ¿más que yo? Muy zalamero le dije que eso jamás, ella era para mí la más maravillosa, guapa, sensual y que estaba loquito por ella. Eugenio que había visto la escena, se acercó y me comentó que había que tener cuidado con las mujeres, pues podían matarnos tratando de satisfacerlas.

El control de la situación por parte de Denisse era total, una vez terminados los cafés nos hizo sentar. En el centro del salón estaban colocados tres cómodos sofás formando una U, dejando un espacio entre ellos en el que podíamos desenvolvernos con facilidad.

Ella eligió el del centro, haciendo sentar a Carmen en el de su derecha y a Eugenio en el de su izquierda. Tomándome de la mano me hizo sentar junto a ella. Todo estaba calculado, Ariel se sentó sobre la mullida alfombra a los pies de Carmen y Françoise hizo lo propio a los pies de Eugenio.

Dirigiéndose a todos, pero mirándome a mí, Denisse me preguntó si quería ver lo que podían hacer aquellas dos criaturas, un ligero encogimiento de hombros y un porqué no, fue mi respuesta. Una simple mirada de ella y ellos se levantaron, situándose de rodillas uno frente a otro, muy juntos, empezando a besarse y a acariciar sus cuerpos. Sus bocas recorrían la cara, cuello y pechos, en una escena, lenta pero llena de morbo, que todos mirábamos admirados y que en mi los efectos de la calentura se reflejaban en mi calzoncillo. Denisse, siempre atenta, se dio cuenta y me ayudó a quitármelo, mostrándose mi herramienta en todo su esplendor. Todos siguieron aquel movimiento y en un momento quedamos desnudos excepto Denisse, que se seguía con su atuendo, que por otra parte era como si estuviese desnuda.

La parejita fue colocándose adecuadamente y Ariel se tumbó en suelo, mientras que Francoise poniéndose encima comenzó un impresionante 69. Se habían colocado de tal forma que desde nuestra posición veíamos a Francoise atragantándose con el mástil descomunal de Ariel. Posteriormente he tenido oportunidad de ver otros penes de un cierto tamaño, pero la impresión que me causo en aquel momento ver algo tal descomunal, me dejo realmente chocado.

Francoise recorría aquella verga con su lengua mientras sus manos acariciaban los testículos, mientras que Ariel chupaba aquel coño con fruición. La escena era impresionante y no solo para mí, que por mi juventud estaba muy sensible a estas cosas, sino que se veía que todos estaban tremendamente cachondos.

Denisse le comentó a Carmen que aquella fiesta se había preparado especialmente para su placer y que estábamos todos dispuestos a procurárselo. Carmen agradeció vivamente el detalle y mirando pícaramente a Eugenio, bajo del sofá y se fue directamente a acariciar y lamer el vástago de Ariel. Eugenio igualmente se acercó a Françoise y comenzó a acariciarle las tetas.

Aquel 69 impresionante de los dos jóvenes se deshizo en un momento y vi de inmediato a Carmen cabalgando a Ariel, mientras su marido seguía chupando las tetas de la dulce Françoise.

Denisse sonriendo me comentó que si se trataba de la fiesta de Carmen, debíamos dedicarnos a ella con más intensidad. Nos acercamos y mientras yo acariciaba sus tetas y la besaba dulcemente, Denisse comenzó a prepara su otro orificio, besándolo y comenzando a introducir suavemente uno de sus dedos. Carmen se agachó ligeramente para facilitarle la labor y yo, situándome de rodillas frente a ella, veía su cara de inmenso placer mientras la besaba suavemente.

Cuando nuestra anfitriona consideró que estaba suficientemente preparada, hizo una seña a Eugenio que se acercó y comenzó a introducir su enhiesta verga en aquel lubricado agujero. Yo veía la cara de Carmen y creo que no podré olvidar jamás, aquella mezcla de placer con un ligero rictus de dolor. Su barbilla temblaba ligeramente mientras que sus dientes mordían ligeramente su labio inferior. Avanzó sus manos y cada una de ella se aferró a las mías, apretándolas fuertemente mientras que su mirada y su semblante me dedicaban una suave sonrisa con la que me quería transmitir todo el placer que estaba sintiendo. Aquella era una dedicación absoluta, Denisse y Francoise, cada una a un lado estaban chupando sus pezones y yo la veía disfrutar de una forma cada vez más desesperada.

Mi pene, animado por el espectáculo tan extraordinario que estaba viviendo, estaba frente a la boca de Carmen y con todo lo estaba viviendo, todavía tuvo el detalle de introducírselo en la boca e iniciar una mamada deliciosa, quizás un poco discontinua, ya que llevada por las emociones que estaba sintiendo, la sacaba para suspirar, proferir expresiones bien de placer o más procaces y exigir con autoridad, que fuese más fuerte el ritmo, que bajase o, que tal o cual pezón debía ser un poco más martirizado.

No sé cuantos orgasmos pudo llegar a tener, solamente los notaba porque en esos momentos sus uñas se clavaban tremendamente en mis manos, cabeceaba con furia y de nuevo, lentamente, aparecía en su rostro una sonrisa de felicidad, que a medida que aumentaba nuevamente el ritmo de los envites, volvía a ponerla frenética y desesperada.

Aquello se prolongo por un espacio de tiempo que a mí me parecía interminable, Ariel era un verdadero semental y aguantaba como un jabato, pero Eugenio después de un buen rato, no pudo más y llenó las entrañas de Carmen con una corrida espectacular. Denisse rápidamente me hizo una seña y fui yo quien sustituyó a mi tío, que a duras penas pudo acercarse a la cara de Carmen para acariciarla y besarla, mientras ella seguía con su dulce martirio.

Para mí también supuso un alivio, ya que el espectáculo me tenía tremendamente caliente y con ganas de meterla donde fuera. Aquel agujero tan dilatado y lubricado, fue un bálsamo para mi necesidad. Comencé bombeando con fiereza pero enseguida fui llamado al orden y acompasé el ritmo con el de Ariel.

Carmen siguió disfrutando como una loca un poco más de tiempo, mientras todos, de una forma o de otra, nos dedicábamos a ella totalmente, hasta que prácticamente exhausta, dijo no poder más. Yo, que estaba aguantando a duras penas, pude descargar y separarme, en tanto que Ariel, levantándola, la depositó en el suelo suavemente donde pudo abrazarse a su marido y compartir con él aquellos últimos estertores de placer.

Era extraordinario verles en aquella armonía, gozando cada uno de los placeres del otro. Esa separación entre sexo, amor y convivencia me marcó para el resto de mi vida y creo que siempre, desde entonces entiendo ese darse al otro, que según dicen, y en mis tíos era evidente, es el verdadero amor con todas sus consecuencias.

La velada duró poco más, mientras Eugenio y Carmen se acariciaban y comentaban lo acontecido, Ariel se acopló con Denisse y fue follándosela hasta que, al igual que Carmen tuvo varios orgasmos. Françoise, a su vez se apoderó de mi verga y haciendo gala de su excelente "francés", rápidamente me puso nuevamente en forma y tuve la oportunidad de follar con ella. Fue una experiencia deliciosa, aquel ángel era una verdadera experta a pesar de su juventud y supo trasladarme al séptimo cielo. No era de extrañar que tuviese tan colado a Eugenio. Desde aquel día tuvo otro ferviente admirador.

Eran cerca de las once de la noche, cuando colocándonos nuestras ropas de cualquier manera, nos retiramos a nuestra habitación. Carmen volvió a darnos las gracias y decirnos que había sido realmente extraordinario, no recordaba una sesión de sexo tan intensa. Estaba realmente agotada, tenía doloridos los pezones y sentía un cosquilleo muy especial en sus dos agujeros. A pesar de que era un poco tarde Eugenio le recomendó tomar un baño, bien caliente, para que se relajara y durmiera mejor, ya que a la mañana siguiente, la idea, era llegar a dar un paseo y comer en San Juan de luz, un precioso pueblo de la costa, cercano a la frontera española, por lo que en principio, teníamos mucho tiempo por la mañana.

Nos despertamos totalmente relajados y con ganas de jugar. Carmen, siempre pendiente de todo, me dijo que no había olvidado su promesa de que por fin yo pudiera disfrutar de aquella penetración que no pudo terminarse y si me parecía bueno el momento. Yo preferí decirle que lo dejásemos para otro momento y que nos dejase, tanto a Eugenio como a mí, terminar de darle su fin de semana de sexo loco. Aquello le hizo gracia a mi tío y comenzamos un juego entre risas y toqueteos que acabó con Carmen bien lubricada y nuestros penes deseando introducirse en algún agujero caliente y acogedor.

El hecho es que acabamos formando un triangulo muy sexual, donde sin orden ni control se sucedían las caricias, mamadas, lamidas de coño y culo, achuchones y donde finalmente Carmen situándose sobre mi se ensartó mi desafiante mástil en su vagina, mientras su marido, delicada pero persistentemente introdujo su ariete en su ya dilatado ojete, en un sándwich maravilloso. Después de la sesión del día anterior, yo creía que Carmen estaba saturada para unos cuantos días, pero Carmen, en estas cosas, era una furia salvaje de la naturaleza, comenzó a convulsionarse, llamándonos de todo. Yo aprovechaba para acariciar sus tetas y mordisquear sus pezones y acabar de sacarle sus más desesperadas ordenes, pedía que se los arrancase, que la atravesáramos más fuerte, en una palabra que la destrozásemos.

Al cabo de unos minutos de arrebato desesperado, tuvimos un orgasmo múltiple y acompasado que nos dejó exhaustos pero muy satisfechos. No esperaba comenzar aquella mañana, última de nuestras pequeñas vacaciones del puente navideño con estas actividades, pero resultó así y fue realmente gratificante.

Desayunamos con mucho apetito y aunque Françoise se mostró muy cariñosa, estábamos bastante agotados como para seguir la fiesta. Nos despedimos de Denisse, una mujer realmente extraordinaria, con la que compartimos otras muchas jornadas inolvidables y volvimos según el plan para España.

A mis padres les trajimos un poco de "Foie" y un par botellas de champán y cuando se interesaron por el resultado de mi viaje, pude decirles, a mi manera y totalmente convencido, que mi primera experiencia internacional, como diríamos ahora, había colmado todas mis expectativas. No sé si ellos supieron nunca a lo que me refería realmente, pero consideraron que era conveniente para mi educación y nunca pusieron pegas para repetirlo cuando hubiese oportunidad, y con mis tíos, puedo asegurar que llegaron otras muchas. Nunca han sabido bien mis padres cuanto les agradezco que se preocuparan tanto de mi educación.

Si dispongo de algo de tiempo y cuento con la benevolencia y el interés de los queridos lectores, seguiré contando alguna de aquellas experiencias de la adolescencia que tanto supusieron para mí. Agradeceré sus críticas y sugerencias. Un abrazo para todos.