La terapia de la rosa roja

El sensual encuentro entre una experta en el sexo y su némesis.

Katherine, estaba sentada en su escritorio esperando a su próximo paciente; al igual que cada día. Este era un día común y corriente, nada fuera de la rutinaria vida de madre soltera y sexóloga profesional. Cada cierto tiempo miraba la fotografía de sus hijos extrañándolos y auto convenciéndose de que las extenuantes horas de trabajo que tenía a diario le darían la oportunidad de convertirlos en grandes eminencias. Como toda madre su vida se centraba en ellos. Casi no tenía vida social y sus mejores amigos se encontraban al otro lado de una pantalla de celular. Aunque era una mujer muy hermosa, ella se concentraba más en alcanzar sus metas que en fijarse en los cientos de hombres que volteaban a observarla cada vez que se cruzaban con su escultural figura femenina.

Ese día hacia más calor de lo habitual, y ella decidió ponerse una camisa blanca y una falda negra que le llegaba hasta las rodillas. Como toda mujer conocedora de sus encantos, su ropa interior era de Victoria´s Secret; un juego de encajes negro lo suficientemente fino para que no se notase por encima de su ropa.

Su consultorio estaba repleto de muebles que utilizaba en sus terapias y consultas sobre la vida sexual de sus pacientes. La iluminación era bastante escasa y casi de penumbra, con esto ella conseguía que sus pacientes, que habitualmente eran matrimonios; se sintiesen en total intimidad y seguridad. Era una maestra en todas las artes amatorias, llena de seguridad y conocedora del poder que ejercía sobre los hombres. Pero antes que nada era también la mejor profesional del sexo de toda la ciudad.

Su belleza no era un impedimento para el desarrollo de su labor; todo lo contrario ayudaba a florecer las más íntimas fantasías sexuales tanto en hombres como en mujeres. Tenía ojos rasgados y de un color marrón oscuro, eran hipnóticos. Su piel canela perfilada y coloreada por el fuerte sol veraniego era muy exótica y sensual. Pero sus labios, guau esos labios carnosos, tan rojos que no necesitaban de ningún maquillaje para verse sexis; esos labios diría con total seguridad que los hizo el mismo Dios en persona el día que ella nació. Mirarla de frente era como encontrarse con una mezcla perfecta entre ternura y fiereza; entre inocencia y sexualidad. Y todo esto era casi divino cuando lo juntabas con su cuerpo. Pechos firmes y perfectos, cintura fina ideal para ser rodeada por los brazos de un hombre. Pero lo más impactante era un perfecto trasero seguido por unas piernas tan firmes y exuberantes como las columnatas de Palmira. Era imposible cruzarse con ella y no tener deseos de desnudarla y tener sexo con ella hasta el desmayo.

Ya eran las seis de la tarde, Katherine esperaba a su último paciente, el edificio de oficinas se había quedado vacío desde hacía más de media hora; pero este hombre era la primera vez que acudía y merecía la pena esperar.

Se escuchó el fuerte ruido de una moto Harley Davison acercarse a la puerta del edificio. Pocos segundos después tres golpes fuertes rompieron el silencio que reinaba en el consultorio y Katherine se apresuró a decirle que pasara.

- Hola mi nombre es Hank, soy el hombre al que lleva esperando más de media hora. Siento mucho el retraso, fue imposible llegar antes.

- Hola Hank; soy la doctora Katherine Montesinos. No te preocupes suelo trabajar hasta tarde. Toma asiento donde quieras y comencemos.

Mientras Hank se colocaba en el sillón; la doctora se quedó mirándolo de los pies a la cabeza. Era un hombre apuesto y atractivo, chaqueta de cuero, pantalones jeans ajustados, camiseta de tirantes blanca que marcaba cada musculo de su pecho y unas botas de cuero con correas típica de los motoristas y chicos malos. La doctora sintió un calor que recorría su entrepierna, mientras se fijaba en las gotas de sudor que dibujaban un río desde el cuello de Hank y se perdían entre sus pectorales adornados con una cruz plateada y con el centro de Zafiro. El ventilador estaba encendido ya que el aire acondicionado había dejado de funcionar por el excesivo calor del exterior. Katherine se había desabrochado los dos primeros botones de su camisa para sopesar la fatiga, esto hacía que sus turgentes pechos se viesen brillantes por el calor de la consulta. Ella estaba extrañamente excitada por la mirada penetrante y fija de su paciente. Era una mezcla de miedo y deseo lo que sentía en su cuerpo.

Hank era un sexo-adicto, así que Katherine pensó que la mejor idea era hacer que él hablase de sus aventuras e ir dándole un rumbo a la terapia. Con lo que no contaba la doctora era que esas mismas historias hacían que su cuerpo, casi abandonado por el tacto masculino, comenzara a reaccionar a las palabras de su paciente. Katherine cruzaba las piernas y las apretaba disimuladamente con cada palabra de Hank, él era sexy, fuerte un amante incansable y sin duda conocía el cuerpo de una mujer en todas las perspectivas. Lo malo de llevar lencería de ceda y encajes era que la suavidad de la tela permitía que sus pezones erectos por la excitación saliesen a la luz.

Llevaban casi media hora de charla cuando Hank se detuvo.

- Doctora; seria usted tan amable de darme un vaso de agua, el calor del día tiene sus efectos en la garganta cuando uno habla sin parar.- Dijo Hank esbozando una sonrisa.

- Claro, ahora mismo lo traigo- Respondió la doctora instantáneamente.

Mientras Katherine se dirigía al otro lado de la habitación para cumplir con la petición de su paciente. Su cabeza no paraba de pensar en las lascivas y sexuales palabras del hombre. Interiormente se decía a si misma que tenía que ser una profesional y centrarse en su trabajo. Pero su cuerpo excitado le llevaba la contraria, y ella notaba como sus bragas estaban mojadas por el húmedo néctar de su vagina.

Estaba llenando el vaso, cuando sintió la presencia de Hank en su espalda. Ella se dio la vuelta esperando que fuese fruto de su imaginación, pero no; él estaba detrás de ella y la miraba tan fijamente que casi le corta la respiración.

- Hank que haces aquí, te dije que te llevaría el agua.- Dijo la doctora mientras acerba el vaso a su pecho en un instintivo movimiento de protección.

- Doctora, si hay algo que un adicto sabe, es detectar a una mujer a la cual no la han tocado en un largo tiempo.- Dijo Hank mientras la empujaba sobre el diván de posturas sexuales, que tenía Katherine para mostrar las poses más eróticas en las terapias de pareja.

La asustada doctora callo al diván haciendo que toda el agua se derramara sobre su camisa. Su sostén negro se hizo visible detrás de la ahora transparente camisa blanca. Su cuerpo quedo boca arriba  con sus pechos húmedos por el líquido que los bañaba. Hank se abalanzó sobre la indefensa doctora sujetándola con la fuerza de un león sobre su presa. Él se colocó en la curva que hacía el diván; como si de un jinete sobre un toro se tratase. Sin que Katherine pudiese hacer nada Hank le dio la vuelta colocándola en la cabecera de dicho mueble del placer. Aunque la doctora tenía miedo, la sensación de unos brazos masculinos y marcados sobre su cuerpo, producían una inyección de adrenalina que se concentraba en su coño húmedo y excitado. En su interior sentía que brotaba un fuego que ya casi daba por olvidado. Su moldeada figura femenina no era rival para un hombre en plena excitación animal. Las piernas de la doctora quedaron abiertas, su falda se subió hasta la cintura, y ahora su vagina estaba en contacto directo con el bulto que formaba el pene de Hank en el pantalón.

Él agarraba las muñecas de la doctora con solamente una de sus gigantescas manos,  con la otra envolvía la larga melena de su ninfa. Los besos del sexual hombre recorrían el cuello de la doctora, y aunque ella intentaba emitir palabras su boca se encontraba mordiendo la negra piel del diván. Katherine sentía como el miembro de su secuestrador crecía con cada movimiento, cómo su vagina se abría con el roce del pene de Hank. Sus manos calientes la apresaban, sus labios llenaban su cuello de besos y el aliento del hombre causaba un efecto embriagador a sus oídos.

Hank se puso de pie, haciendo que todo su erecto miembro abriese de par en par las nalgas de Katherine. Ella quedo plenamente recostada sobre el diván, con sus piernas indiscutiblemente abiertas. Hank soltó su pelo y con esa misma mano, bajo hasta el trasero de la doctora. Ella se estremeció cuando sintió la palma ardiente del paciente meterse dentro de su calzón. Su cerebro decidió darle rienda suelta a su sexualidad cuando uno de los dedos de Hank se metió dentro de su vagina. La mano estaba en el centro de sus nalgas, era como una ola de calor recorriendo su espalda, el dedo medio de Hank se movía suavemente dentro de ella, mientras que cruzando el anular y el índice acariciaba el clítoris de Katherine. Ella se humedecía cada vez más, pequeños y entrecortados gemidos salían de su boca. La doctora estaba disfrutando el momento, estaba saboreando cada movimiento perfecto de los dedos de su captor. Él lo hacía con firmeza y cuidado, mezclando su hombría con delicadeza. Él sabía cómo tocarla, como mover sus dedos para no dañar su sensible clítoris. Y ella, ella estaba tocando el cielo gracias a su paciente. Algo que Katherine no sabía era que en medio del éxtasis  ese rudo hombre le metería el pulgar en su culo. Ella lanzo un gemido de dolor y placer, notaba como Hank buscaba rozar la yema de sus dedos dentro de ella. Eso provocaba que las raíces nerviosas que rodeaban su útero estallaran de placer. Todo perfecto en un solo movimiento, su clítoris, su coño y su culo llenos todos de sensaciones satisfactorias.

Hank sacó su mano del interior de la doctora y la puso frente a sus ojos.

- No me digas que esto no eres tu explotando de placer.- le decía Hank mientras le enseñaba sus dedos húmedos por el fluido vaginal de la doctora

- Ahora puede elegir si quieres que me largue o quieres que termine con lo que he empezado.- le dijo Hank a la doctora mientras le soltaba las manos.

- Sigue, no quiero que te vayas dejándome en este estado.- le respondió Katherine entre gemidos y respiraciones entrecortadas.

Ella se abrazó al diván mientras sentía como Hank arrancaba su ropa, su camisa, su falda su ropa interior. Sacó su pene fuera del pantalón, y jaló por el pelo a la excitada doctora que ahora sabía que estaba a la completa merced de su paciente. Ella sintió su vagina chocar contra el erecto miembro del hombre, lo notó caliente y duro como la piedra, sentía como la parte inferior de la polla se pegaba a sus labios vaginales. Ella comenzaba a moverse a arriba abajo recorriendo con su húmedo coño el largo y erecto pene. Mientras se mordía los labios y cerraba los ojos para concentrarse solamente en cada centímetro que humedecía con cada movimiento. Está muy duro, es enorme y firme, pensaba la doctora que ahora se enloquecía con el acto que estaba realizando. Ella lo notaba colarse entre la raja de sus nalgas, notaba su punta queriendo entrar en su coño, cada vez que subía su cintura hasta alcanzar que el glande le rozara el clítoris.  Katherine estaba tan mojada que cada movimiento que hacía era como frotar su coño con mantequilla derretida.

Hank descontrolado por la ardiente mujer agarró las tetas de su doctora mientras apretaba sus pectorales contra la espalda. Levanto el torso de Katherine del diván agarrando con una mano sus pechos mientras que con la otra acariciaba el clítoris de la joven doctora. Mordía el cuello de la joven con desenfreno. La llenaba de besos y mordiscos sus hombros y su espalda, mientras hundía su pene entre nalgas de ella. Ahora todo era fuego, todo estaba permitido, porque ella estaba gozando y disfrutando tanto como él.

En un arrebato de emoción agarro a Katherine por la nuca y la pego de nuevo contra el diván, con su otra mano comenzó a pegarle en sus glúteos como si quisiera domar a la bestia que llevaba dentro le excitada sexóloga. Ella lo disfrutaba, cada azote, cada golpe de su palma contra sus nalgas y eso la enloquecía. Haciendo uso de su fuerza levantó las piernas de la doctora colocándolas sobre las suyas. La punta de los pies de la joven pervertida tocaba los abdominales perfectos del macho dominante. Ella estaba completamente desnuda y dispuesta a ser penetrada por ese hombre, lo deseaba; quería sentir cada centímetro de su enorme polla deslizase dentro de ella.

- Métela hasta el fondo maldito cabrón, quiero que me rompas en dos, quiero que me arranques estas malditas ganas de sentirte dentro.- Le grito la aparentemente inocente doctora a su paciente.

- Cállate, aquí soy yo el que manda. Quiero que te desahogues y que grites con todas tus fuerzas, quiero que mueras de placer. Quiero ver a la perra que llevas dentro.-  le dijo Hank mientras le abría las nalgas de Katherine.

Un grito estremecedor lleno la habitación, cuando Hank metió con fuerza su miembro dentro de la doctora, penetrándola con tanta fuerza que hizo que sintiera que la atravesaba. La vagina de Katherine se abrió en par y sintió como la enorme polla de Hank la llenaba completa, cada centímetro metiéndose dentro de ella, haciendo que sus paredes vaginales se dilataran y apretaran la celestial herramienta de Hank. Por la postura que tenían ella sentía como el pene golpeaba su abdomen, casi como si de una lanza se tratase.

La doctora no podía aguantar la lujuria que la recorría y volteo la cabeza para ver con sus propios ojos la polla de Hank meterse dentro de ella, ver como sus labios vaginales se hundían con cada penetración. El sudor de Hank caía sobre la espalda de la doctora, haciendo que cada gota fuera como una inyección entre sus poros. Veía como entre sus redondas y firmes nalgas un animal de hombre la penetraba con fiereza. Como la excitaba ver el sudor de Hank recorrer sus perfectos abdominales llegando hasta el tatuaje de una rosa roja que él tenía en su cadera.

Como le gustaba sentir que el la dominada como a una yegua agarrándole su cabello. Cada azote, acompañado por una penetración y otra, y otra y otra…….

Hank se lo metía con tanta fuerza que en cada penetración sentía sus huevos chocar contra su clítoris, sentía como sus nalgas se estremecían con cada embestida del perfecto follador. Ambos soltaban gemidos mezclados con gritos de placer.

- Ahhhh, Ahhh dame más duro cabrón, rómpeme en dos pero no dejes de meterla nunca.- gritaba la doctora.

- Me encanta tu cuerpo, me gusta ver tus nalgas moverse con cada metida, Ohhh….. que sexo tan rico tienes mamita.- le respondía Hank casi por inercia.

Estaban en el climax del placer, la doctora notaba como su vientre comenzaba a electrizarse y a llenarse de esas contracciones que preceden al orgasmo. Sus piernas empezaban a temblar por la cantidad de placer que sentía. Ya no podía controlar su cuerpo, iba a correrse de placer gracias a la enorme polla que la penetraba.

- Voy a terminar, quiero que tú también lo hagas, Hank.- grito la doctora mientras clavaba sus uñas en la piel del diván.

- No vas a terminar, vas a tocar el cielo ahora, no vas a olvidar este día jamás en tu vida.- le dijo Hank, mientras que con sus manos abría sus nalgas de par en par.

La doctora quedó enmudecida cuando sintió la lubricada cabeza del pene de su paciente meterse dentro de su redondo y apretadito culo. Ella se relajó y permitiendo que entrara toda la polla sin hacerle daño. Ahora si sabía lo que era el cielo cuando notó que Hank la sodomizaba con su grueso, húmedo y ardiente miembro. Lo sentía todo, entrando en su apretado culo y perforándola, como si de un pistón automotriz se tratase. Ella percibió cada centímetro de esa polla recta y perfectamente moldeada, penetrarla hasta lo más hondo.  Y entonces en un afán descontrolado de pasión la doctora empujó sus nalgas contra la pelvis del hombre para que le metiese hasta el último milímetro de polla.

Katherine no era ya dueña de su cuerpo, cuando Hank la apretó contra el agarrándola de sus hombro y mordiendo su cuello. Sus brazos no le respondían, su abdomen se contraía y su vagina chorreaba lubricación sin medidas. Ella sentía tan intensamente el orgasmo que su grito quedó apagado cuando notó el semen de Hank esparcirse por su interior.

- Hank me vengo, me vengo hijo de puta termina dentro de mi, no me dejes acabar primero.- dijo Katherine en un grito de placer que podía escucharse en todo el edificio que la rodeaba.

- Katherine, ya, Katheriiiiiiiiiiiiiiiine ahhh………………………………..-

El silencio se apoderó del consultorio, el aire del ventilador hacia que su cabello le hiciese cosquillas en la cara. El aire fresco parecía estar congelado cuando…

- Katherine, Katherine, Katherine; cariño ya han llegado los señores Walkers.- le dijo su asistenta haciéndola salir del sueño en que estaba envuelta.

O. Menéndez ©