La Terapia (6)
Leonor abrió sus ojos y lo vio recomponiéndose, mientras disimuladamente se olía los dos dedos con que antes la había penetrado...
Ya había pasado una semana, que como siempre, pasó volando en la monotonía de Leonor, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Pero ya se encontraba en la consulta de su psicólogo favorito, el cual, como de costumbre, no estaba. Así que Laura la hizo pasar a la ya familiar cocina para invitarla a café.
—Bueno Leonor, ¿qué tal estás? —la saludó mientras andaban por el oscuro pasillo.
—Bien, ¿y tú?
—Aceptablemente bien —asintió la servicial secretaria.
—Me alegro – reconoció Leonor en la cordial conversación de inicio.
Prepararon café y charlaron mientras este se hacía.
—¿Qué tal fue la sesión de la semana pasada? —se interesó Laura.
—Estuvo bien, ¡me dijo que estaba progresando, que iba por el buen camino!
—¡Estupendo! —exclamó la joven Laura—. Aunque yo te preguntaba también, por lo que pasó en la consulta —sonrió pícara la muchacha.
—¡Ah eso! Pues bueno, nada, la semana pasada no estaba de ánimo para masturbarme.
—Es normal, no siempre apetece —se lamentó Laura al no tener confidencias excitantes que escuchar.
—¿Y tu, has tenido algún encuentro nuevo con el doctor?
—No, nada qué contar. Y bien que lo lamento, pues echo un poco de menos esas situaciones sexualmente tensas —admitió la secretaria acariciándose sutilmente sus pechos con una mano.
—Ya, te entiendo.
—¿Sabes, tengo algo que confesarte? La semana pasada mientras estabas con el doctor, me aburría, así que me hice una pajilla en el sillón de mi escritorio. ¡Fue muy excitante! —admitió la chica.
—¿En serio? ¡Qué sorpresa!
—Pensaba que tú harías lo mismo en la consulta y eso me excitó —le reveló la joven.
—¡Oh, pues lamento haberte desilusionado al decirte que no lo hice! Bueno siempre podemos probar hoy, ¿no?
—Vale —declaró Laura sonriente—. ¿Sabes qué?, me caes muy bien Leonor.
—¡Oh gracias hija! ¡Tú a mi también me caes fenomenal! —contestó ella con una amplia sonrisa en su rostro.
Laura se levantó y Leonor la imitó, entonces se fundieron en un abrazo inesperado. La mujer madura sintió el afecto que le había cogido a aquella joven en los momentos que pasaban juntas antes de las consultas y su cariño mutuo las reconfortó. Luego Laura la besó en las mejillas y Leonor la correspondió en la contraria.
Tan tierna escena fue interrumpida por el móvil de la secretaria, cuyo timbre anunciaba que el doctor esperaba. De modo que salieron de la cocina y se despidieron en la entrada de la consulta. La chica le guiñó un ojo justo antes de entrar y Leonor no pudo dejar de sonreírle.
—Buenas Leonor, ¿qué tal la semana? —le preguntó el doctor mientras esta se sentaba.
—Francamente bien, me siento fantástica. Laura y yo nos hemos hecho muy amigas, ¿sabe?
—Me alegro Leonor, es bueno hacer nuevas amistades —asintió el doctor sin alterar su tono pausado.
—¡Oh si, es encantadora!
—Bueno, ¡cuénteme qué desea hacer esta semana! —replicó el doctor cambiando de tema.
—La verdad es que hoy deseo masturbarme.
—¿Le apetece? —le preguntó el doctor a modo de confirmación.
—¡Mucho! Llevo ya unos días que lo hago y siento que mi cuerpo lo necesita.
—Claro, es la libido que sube. Pues adelante, póngase cómoda y cuénteme lo que le venga a la mente mientras lo hace.
Leonor se tumbó con las piernas dirigidas hacia la mesa de escritorio del doctor, el se sentaba a los pies del sofá a su izquierda, como de costumbre. De manera que si abría sus muslos no veía directamente sus braguitas de frente sino de costado. Esto era perfecto pensó Leonor, pues tampoco quería parecer una exhibicionista, o tal vez si, pero por un mínimo pudor agradecía que este no estuviera justo a sus pies.
Bueno Doctor —comenzó a relatar Leonor—. La semana pasada ya le conté la relación sexual que tuve con hijo y su rudo amigo, y cómo esto se me quedó grabado hasta el punto de excitarme con aquellos pensamientos. Pues bien, aquello fue sólo el principio.
Isaac, al siguiente fin de semana se presentó con otro amigo, esta vez más temprano. Este era rubio, bien parecido, delgado y alto como él. A mí me gustó desde el primer momento, era muy educado y su sonrisa era cautivadora.
Lo invitamos a una copa y yo bebí con ellos. Luego tomamos una segunda y yo me sentí muy mareada, pues hacía ya rato que había cenado y no tengo costumbre de beber.
Así que comenzamos a reír por un chiste muy malo que contó mi hijo y yo no pude parar de reír, hasta que Isaac se me acercó metiendo sus manos en mi vestido tiró de mis braguitas y me las sacó por los tobillos. Luego me abrió las piernas y su amigo me atravesó mi coñito desnudo con su miraba lasciva mientras delicadamente se relamía.
—¡Vamos cómele el coño “estirao”! —le dijo llamándolo por su apodo en la pandilla.
El chico se arrodilló ante mí y hundió su cara en mis carnosos muslos, comenzando a hacerme cosquillas con su lengua, como tanteando el terreno en torno a mi sexo. Aquello me pareció espectacular, así que lo animé a que continuara.
Entonces Isaac se bajó el pantalón y me metió su polla en la boca, ésta terminó de crecer en ella hasta llegar a mi garganta. Sabía a pipí cómo otras veces pero aquella noche me supo a gloria y la saboreé sucia y en su salsa.
Isaac no era mucho de comerme el coño, así que disfruté un montón con aquel cunnilingus que me practicaba su guapo amigo. Luego se incorporó e Isaac tomó su lugar, pero no para comérmelo sino para follarme. Su verga dura y lubricada me entró hasta el fondo y sentí gran placer.
El chico se quedó mirándome como extasiado, observando con descaro mis gordos pechos en particular, así que me bajé las tirantes y liberé mis senos de sus ataduras, cogiéndolos los junté y los exhibí como una golfa a sus ojos.
Indicándole que se acercara, éste se arrodilló junto a mí y lo acogí entre mis brazos, apretando su linda carita blanca contra mis pechos.
Me comió las tetas y me chupó los pezones de maravilla, mientras Isaac me penetraba como él sabía hacer.
Luego lo hice levantarse y atrayéndolo hacia mí, le desabroché el vaquero y bajando su cremallera se lo bajé, para a continuación palpar su polla tremendamente erecta bajo sus slips. No tardé en sacarla y tirando de ella la atraje hasta mi boca para chupársela con ganas.
El chico pareció desmayarse por momentos, teniendo que sujetarse al respaldo del sofá donde estábamos. Yo creí que era la primera vez que se la chupaban, ¡así que me emocioné y todo! Más cuando sentí que se corría en mi boca apenas le había dado unas cuantas mamadas, así que rápidamente trató de retirarse pero ya era demasiado tarde y un chorro escapó de su glande entrando en mi boca.
Rápidamente lo atraje de nuevo hacia mí y me la volvía a tragar, descargando su leche contenida mientras se la agarraba con su mano sobre mi boca. En pleno orgasmo seguí chupándola mientras tragaba su corrida, lo cierto es que, de nuevo... me supo a gloria.
Isaac aún no había acabado, así que me puso de culo y como le gustaba hacer, me cogió bien fuerte por detrás, hasta que se corrió dentro de mi y yo me fui con él. Fue todo muy rápido, pero es que estábamos tan calientes que ninguno pudo aguantar más. Acabamos tumbados en el sofá, descansando, desnudos los tres.
Creo que me quedé dormida, al igual que mi hijo y al despertar vi cómo me miraba aquel chico, que se había trasladado a un sillón contiguo. Así que me eché al suelo y gateando como una hembra en celo me acerqué hasta donde estaba él y allí volví a comérsela, hasta que se la puse dura otra vez dura.
Una vez empalmado me subí a sus muslos y lo cabalgué un rato. El chico seguía extasiado mirándome mientras follábamos. Me chupó las tetas dulcemente, no paraba de acariciarme la espalda, los pechos y el culo. Descubrí que se excitaba mucho palpando su polla y cómo esta entraba en mi coño llevando sus manos a mi espalda y deslizándolas bajo mis nalgas.
Entonces el chico me besó en la boca, sin esperarlo sentí sus labios sobre los míos, así que lo correspondí chupando los suyos y saludándolo con mi lengua buscando la suya.
Estas se encontraron a medio camino y se saludaron ardientemente, mientras seguíamos comiéndonos los labios. Nuestras salivas se mezclaron en un coito pausado y muy placentero.
¡Entonces sentí como me tiraban del brazo con tremenda fuerza, acabé aterrizando sobre el suelo sin esperármelo. Isaac montó en cólera y como una furia le gritó a su amigo y le dijo que se marchase! Tiró con igual fuerza del muchacho hasta levantarlo del sofá.
Con empujones, mientras su boca no paraba de insultarlo, lo echó de la casa y cerró la puerta. A esas horas aquel escándalo me avergonzó, pues a bien seguro que los vecinos lo habrían oído todo.
No sabía qué había pasado, pero sin duda algo en nuestro comportamiento lo irritó, con el tiempo pienso que fue aquel beso apasionado, o tal vez el despertar y ver cómo nos habíamos enzarzado en un sexo tan caliente sin que él participara. Sin duda un ataque de celos lo provocó.
Cuando entró, yo me levantaba, entonces se acercó a mí y me soltó un bofetón que me tiró al sofá. ¡Y menos mal que estaba ahí para parar mi caída! Luego se echó encima mío y con su verga aún flácida quiso penetrarme sin éxito en sus intentos debido a esa flacidez.
Se levantó y cogiéndome del pelo me forzó a que se la chupara, me hacía daño y grité, pero él me gritó: “¡Chupa puta, chupa! Ahora me toca a mi”. Así que tuve que hacerlo, ¡qué remedio me quedaba!
Con lágrimas en los ojos lo hice, hasta que bien dura se le puso. Luego me tiró al suelo y a cuatro patas me cubrió por detrás y desde arriba, poniéndose casi en cuclillas. Su verga me entraba en esa inclinación y con tremenda fuerza me follaba mientras las lágrimas me caían por las mejillas y se juntaba en mi barbilla para después lanzarse al vacío y estrellarse contra el frío suelo donde yo estaba echada.
Pero sin poder explicarlo, a pesar de llorar desconsoladamente, sentía un placer irrefrenable. Sin duda yo seguía caliente y aunque aquel ataque violento me asustó, la excitación seguía latente, así que disfruté de nuevo como una perra, allí, tirada en el suelo.
Hasta volví a correrme y con mis contracciones provoqué una segunda corrida de Isaac en mi coño aquella noche.
Me dejó allí tirada y se retiró, no medió palabra simplemente se fue. Yo me levanté y en posición casi fetal me eché en el sofá quedándome dormida.
Al día siguiente el sol me despertó, así que entré al baño. La cara aún me dolía de la bofetada y la tenía algo hinchada. Me miraba al espejo mientras hacía un pis en el inodoro. Pasé al bidé y me hice un lavado íntimo, podía oler los aromas inconfundibles del sexo desmedido, el olor de mis flujos mezclados con la leche de los hombres que me habían follado la noche anterior.
No estaba triste, aquel era un estado distinto, mezcla de apatía y confusión. Había disfrutado del sexo, era incapaz de negarlo, pero la violencia me desconcertó. No asumía aquel giro inesperado, la violencia con que me arrancó de los brazos de aquel apuesto y guapo joven. Aunque en mi cabeza la idea de los celos volvía a cobrar fuerza.
Me duché y salí de la casa justo cuando los rayos del sol atravesaban como haces celestiales el horizonte, proyectándose fantasmales sobre las fachadas de ladrillo rojo de los viejos bloques del barrio. Produciendo tonos amarillentos y pajizos.
Sin rumbo fijo anduve mucho rato, hasta que no pude más y me senté en un banco, era domingo así que no tenía que trabajar.
Un poco más allá había un viejecito echando de comer a las palomas, se le veía en paz, en armonía. Yo llevaba mis grandes gafas de sol, para disimular el enrojecimiento de mi cara. Él me miró y yo le sonreí, me pareció un momento de mucha paz, yo creo me contagió parte de su armonía y por eso le estuve agradecida.
Pensé en cómo sería mi vejez, viendo a aquel entrañable anciano, con sus palomas, mientras les echaba migas de pan desmenuzado de una barra que traía en una bolsa blanca con el anagrama del súper.
Pasé allí mucho tiempo, hasta bien entrada la mañana. Luego me fui a un bar y me tomé unos churros con chocolate. Tenía de nuevo un hambre atroz y con aquello quede saciada.
Me fui a un parque y me tumbé en el césped, allí estuve mirando las nubes pasar, escuchando a los gorriones en derredor mío y a las palomas en las copas de los árboles, hasta que me dormí.
Cuando desperté ya era por la tarde y volvía a tener hambre. Así que busqué una hamburguesería y tomé una doble con queso. La comí con avidez, como quien no ha comido nada en todo el día, y de nuevo mi hambre quedó saciada.
Al caer la tarde volví a casa, Isaac no estaba, así que me puse a ver la tele y esperé. No llegó, de modo que tomé un yogur de la nevera y me acosté para ir a trabajar al día siguiente.
No nos volvimos a ver hasta el lunes por la noche, ya que por la mañana salí temprano para no cruzarme con él en el baño. Al principio fue muy tenso, yo creo que ninguno de los dos tuvo un buen lunes, así como tampoco tuvimos un buen domingo. Sólo nos comunicábamos con monosílabos y evitábamos mutuamente nuestras miradas.
Finalmente me fui a la cama temprano y me dormí, pues seguía cansada desde el día anterior.
Y de nuevo al día siguiente salí temprano para esquivarlo, de forma que no volví a casa hasta el martes por la noche.
Seguíamos casi sin hablarnos, la tensión se podía cortar con un cuchillo como se suele decir. Y como si fuese una rutina repetitiva me acosté temprano y temprano me fui a trabajar.
El miércoles se presentó en el trabajo para que comiésemos juntos pero yo rehusé hacerlo y volviéndome para la oficina conseguí que no me siguiera, pues mis compañeras estaban allí, así que me sentía protegida.
La noche del jueves, intentando dormir se presentó en mi cuarto. Cuando lo sentí subirse a la cama le grité que se marchase, que no estaba de humor, pero él se abalanzó sobre mi y forcejeamos.
Esta vez no consentí, le arañé y lo abofeteé, él no me pegó en aquella ocasión y viendo que no podía conmigo me dejó en la cama y se marchó. Respiré aliviada, y con la respiración entre cortada me quedé en la cama intentando reponerme.
El viernes se presentó en casa con un gran ramo de flores. Tenía la cara arañada, yo no lo había visto desde la noche anterior y me impresionó verlo así. Me pidió perdón y me ofreció el ramo, prometiéndome nunca más intentar forzarme.
Había sido una semana de mucha tensión, al verlo un tanto magullado por la pelea de la noche anterior, finalmente me ablandé y lo abracé sin que él se lo esperara. Él me abrazó igualmente y nos reconciliamos.
Fue sentir su contacto y la excitación volvió a mi, prendió en mi como la mecha que lleva tiempo seca, sentí su polla dura apretándose contra mi pelvis y con tan sólo mirarnos supimos lo que ambos deseábamos.
Así que me abalancé para chupársela allí mismo en el salón, pero él tiró de mí y me pidió que no lo hiciera allí. Me cogió del brazo y se dirigió a la puerta de casa. Yo intrigada me dejé llevar.
Avanzó por el pasillo y al llegar al ascensor tomó las escaleras que subían a la azotea. Entonces supe lo que tramaba y lo cierto es que esta genial idea me gustó, hacerlo en la terraza, con el fresco de la noche.
Echada en la baranda de la terraza me penetraba por detrás mientras sentía el viento en mi pelo, provocando que este se me echara en la cara. Estaba muy caliente, cuando de pronto se encendió la luz de la terraza.
Inmediatamente nos pusimos en alerta y corrimos detrás de unas grandes máquinas de aire acondicionado.
Allí nos escondimos mientras observábamos cómo la vecina tendía una ropa cogiéndola del cesto con que la había subido.
Impacientes no veíamos el momento de que se marchara, así que me puse a chupársela mientras él me metía sus dedos. Por fin se marchó, así que allí mismo continuamos, se subió a mi grupa y me cabalgó de nuevo.
Rápidamente alcanzó su orgasmo y yo debajo suyo, mientras me acariciaba mi clítoris, me corrí a continuación. El orgasmo fue liberador. Nos levantamos y en la oscuridad nos dejamos refrescar por la suave brisa. Luego bajamos al piso y cenamos. De esta forma volvimos a reconciliarnos de nuevo.
—¡Oh doctor, qué caliente estoy hoy! ¿No le gustaría follarme? —le insinuó Leonor de repente al doctor, dando por terminada la sesión.
—¡Se lo agradezco, pero no puedo traspasar la línea con mi paciente!
—¡Oh vamos doctor, ni siquiera me va a meter al menos un dedito! —siguió diciéndole melosa Leonor.
—Bueno, tal vez un poco, si no le importa.
—¡Estupendo venga aquí doctor, adelante, tóqueme! —exclamó Leonor encelada.
El doctor se arrodilló ante ella. Esta abrió sus muslos y le ofreció su sexo. Aquel doctor, ataviado con su traje y su corbata extendió su mano y acarició sus labios gordos y excitados. Cuando sus dedos estuvieron lubricados con sus propios jugos vaginales, le introdujo uno de ellos y la folló con ellos.
—¡Oh doctor, qué bien lo hace, siga! —le animó Leonor presa de su excitación.
—Tiene un coño muy jugoso, sin duda —afirmó el doctor con su característico tono de voz pausada.
Siguió penetrándola con dos dedos y Leonor siguió acariciándose su clítoris. Los removía en su coño y luego delante suyo los sacó y se los chupó, para a continuación volvérselos a introducir.
Leonor sintió que su éxtasis se aproximaba, justo cuando el doctor aceleraba sus penetraciones, así que no pudo contenerse y se corrió, contorsionándose mientras los dedos del doctor seguían allí, en su coño, sintiendo las fuertes contracciones de sus músculos vaginales.
Una gota de sudor caía por un lado de la cara del doctor, que había comenzado a sudar levemente. Leonor abrió sus ojos y lo vio recomponiéndose, mientras disimuladamente se olía los dos dedos con que antes la había penetrado.
—Me gustaría que ahora hiciera algo más por mí —le dijo finalmente el doctor.
—¿Sí? ¡De qué se trata! —exclamó Leonor inquieta.
—Sus bragas, me gustaría que me las dejase sobre mi escritorio. Nos vemos la próxima semana.
—¡Oh si claro, se las regalo! —exclamó Leonor, pero el doctor ya se había girado sin esperar su respuesta.
Salió del despacho por la puerta que daba al piso y dejó allí a Leonor. Satisfecha accedió a su petición y pensando en que le agradaría, se limpió el flujo de su sexo con ellas antes de depositarlas en su escritorio.
Al salir Laura la esperaba sonriente.
—¿Qué tal? —le preguntó.
—Bien aunque tu doctor es muy raro, he estado masturbándome todo el rato, enseñándole mi coño y al final sólo me ha metido los dedos y me ha pedido que le diera las bragas.
—Ya te lo dije, no tienes por qué extrañarte, él es así.
—Ya, pero me había excitado tanto que pensaba que me echaría un polvo en el diván y al ver que no ha tenido la más mínima intención de hacerlo, pues me he llevado un chasco, aunque bueno, ¡me he corrido!
—¡Algo es algo! ¿No crees? —exclamó Laura—. Por cierto, ahora que dices, vas sin bragas, ¿verdad? Es que puedo oler tu coño desde aquí —le sonrió la secretaria.
—¡Oh qué vergüenza! —exclamó Leonor pudorosa.
—No te preocupes, pasa un momento al aseó y lávate en el bidé.
Como siempre la acompañó hasta el baño y entró con ella. Leonor ya la consideraba su amiga así que se lavó sin pudor delante suyo.
—¿Y tú, te has masturbado como la semana pasada? —se interesó mientras el agua discurría hasta el desagüe.
—No, hoy no. Porque anoche ya lo hice en mi cama y no me apetecía.
—¿Sigues sin una polla que follarte? —le preguntó sin recato Leonor.
—No, de momento no, ¡pero bueno con las manos soy muy buena! —le sonrió—. Por cierto Leonor, y tú, ¿tampoco tienes polla que te folle?
—No hija, la tuve durante mucho tiempo pero ya no.
—¿Y qué pasó? —se interesó Laura.
—Pues, es largo de contar Laura, otro día, ¿vale? Me voy que es tarde y tengo que cruzar media ciudad para llegar a mi casa.
Laura se quedó intrigada ante la evasiva respuesta, tampoco era para tanto. Pensó que no sólo su doctor era rarito, Leonor también se las traía.
Nota del autor:
es una novela donde no todo es lo que parece y hasta ahí puedo leer...