La Terapia
Traviesamente deslicé mi dedo por su ano, al igual que ella...
3
Leonor ya no sentía ningún tipo de vergüenza en aquella sala de espera. La chica que hacía de recepcionista le dijo que hoy el doctor llegaría un poco más tarde y la invitó a tomar un café o una infusión ante lo cual Leonor aceptó.
Pasaron al piso donde se ubicaba la consulta y allí, en plena cocina se prepararon un café y se sentaron en una coqueta mesa de color blanco, al igual que el resto del mobiliario, para tomarlo junto a unas pastas.
La secretaria se llamaba Laura, había estudiado enfermería y como el trabajo estaba tan mal, había aceptado un puesto de secretaria en el gabinete psicológico que dirigía el doctor Fuensanta, pues al parecer era amigo de su padre, que también era médico, en este caso ya jubilado.
Laura se interesó prudentemente por Leonor, le preguntó un poco de dónde era, a qué se dedicaba y finalmente si le estaban resultando provechosas las consultas.
Leonor se alarmó un poco, especialmente por esta última pregunta, pues no deseaba compartir el motivo de sus visitas con su secretaria. Ella debió notar su incomodidad y en seguida la apaciguó advirtiéndole que no le preguntaba por el motivo de sus visitas, sino sólo si le estaban siendo útiles. A lo que Leonor respondió que si, pues era la pura verdad.
Ella le confesó que el doctor Fuensanta era muy bueno en su campo, ya estaba mayor y sabía mucho de su trabajo. Al parecer había ayudado ya a mucha gente, incluida su propia madre.
Finalmente Leonor se relajó y siguió conversando con aquella chica tan parlanchina.
El doctor llegó y la avisó por el móvil de su llegada, por lo que salieron de la cocina y atravesando el oscuro pasillo que Leonor ya conocía, de cuando fue al servicio la semana anterior, volvieron a la sala de espera donde ya la pasó a la consulta.
—Bueno cuénteme, ¿qué tal la semana? —le preguntó el doctor.
—Bien, muy bien —añadió Leonor más distendida que en días precedentes.
—Me alegro de que vaya tomando confianza conmigo eso siempre es bueno —le dijo el doctor—. Adelante puede continuar por donde desee.
—Muy bien doctor, la verdad es que, la semana pasada al salir de aquí estuve un par de días preocupada, pues lo que le conté era muy fuerte y sentí mucha vergüenza después de hacerlo.
El caso es que, tras terminar de asearme y secarme el pelo aquella noche, salí al pasillo. Seguía desnuda y como una gata me asomé a mi cuarto y allí no hallé a mi hijo, así que aunque me daba el cuerpo de que estaba allí, me asomé a su cuarto y advertí una sombra sobre su cama, por lo que me tranquilicé definitivamente.
Me extrañó que ya no se acostara en mi cama, pero en el fondo me alegré de que hubiese elegido de nuevo la suya, pues tras lo ocurrido deseaba estar a solas.
Al caer en la cama sentí un cansancio tremendo, por lo que me quedé completamente dormida. Tanto es así que al final ese lunes llegué tarde al trabajo. Al levantarme ya no estaba en casa, pues salió antes para ir a la facultad, así que tampoco nos cruzamos esa mañana.
Por la noche volví a casa y me lo encontré preparando la cena. Temí ese primer encuentro, pero al verme me sonrió, me abrazó y ante mi sorpresa me dio un beso en la mejilla. Eso fue todo, me preguntó si tenía hambre y me dijo que pusiera la mesa, pues la cena estaba casi lista.
Cocinó tortilla de espárragos y la verdad es que para mi sorpresa lo hizo bastante bien. Cenamos en el salón mientras veíamos la tele y todo fue aparentemente normal. Al menos eso pensaba yo, incluso pensé que después de lo de la noche anterior puede que se sintiera arrepentido, de ahí el preparar la cena, así que preferí pasar página y ni mencionar el incidente.
Esa noche volvió a dormir en su cama y yo en la mía. Así que todo pareció seguir dentro de la normalidad, salvo por el hecho de que volvíamos a dormir separados.
Yo ya dormía o estaba a punto de dormir, cuando sentí que alguien subía a mi cama, pensé que era mi Isaac, que no podía dormir y venía a acostarse conmigo, pero sentí como se colocaba encima mío. Yo estaba boca abajo, por lo que él se echó encima mío aplastándome con su peso. Sentí su verga dura clavarse en mi culo, presionándome las bragas, sentí sus manos acariciándome los muslos y seguir más arriba hasta tocarme los pechos por el costado.
—¡No Isaac! —le dije yo un tanto alarmada—. ¡No sigas por favor! —insistí.
Pero él no cejó en su empeño y siguió manoseándome el culo tras levantarse, liberándome así de su peso. Luego introdujo su mano entre mis piernas y me acarició mi sexo a través de las bragas, para acto seguido echarlas a un lado y palparlo a flor de piel.
Pensé en reaccionar de forma violenta y plantarme, pero recordé su reacción la noche anterior y temí un nuevo enfrentamiento y la posterior represalia, amezándome con subir desnudo a la azotea. De modo que me quedé quieta y adopté una actitud sumisa.
El siguió adelante, me bajó las bragas hasta quitármelas. Me separó las piernas y siguió acariciando mi vagina como si tal cosa, sentí sus dedos humedecidos posarse en mis labios y frotarlos en círculos, los sentí acariciándome las nalgas, clavándome las uñas, bajar por mis muslos para luego subir hasta mis ingles y dedicarse de nuevo a introducirse en mi sexo.
Luego me subió el camisón hasta el cuello y empezó a acariciarme la espalda, sentado en mi culo me sobaba los pechos a través de los costados, introduciendo sus dedos bajo ellos buscó mis pezones y trato de cogerlos.
Como no conseguía acariciarlos bien, conmigo boca abajo, me hizo darme la vuelta e inclinándose sobre mí me chupó los pezones hasta ponerlos duros, siguió después tocándomelos con una mano, mientras con la otra volvía a mi sexo, metiéndome los dedos en él, pues ya estaba húmedo. Yo seguía en actitud pasiva, pero mi cuerpo empezaba a reaccionar ante aquellas íntimas caricias.
Tuvo la osadía de coger mis manos y a llevarlas a su miembro, lo tenía duro y erecto, yo rehusé tocárselo pero él insistió más enérgicamente, así que cedí también en eso. Aunque se cansó rápido, pues yo no estaba por la labor de darle placer, así que abriéndome las piernas se colocó entre mis muslos y me penetró.
Sentí su pene entrar hasta el fondo, mi sexo estaba muy lubricado a raíz de sus caricias y sus penetraciones con los dedos, por lo que no le fue difícil hacerlo.
Yo me limité a dejarlo follarme, inerte debajo de él, mientras sentía su respiración en frente mío, en la penumbra y el peso de su cuerpo sobre mí.
La verdad es que empecé a sentir pavor ante lo que estaba ocurriendo, pues sentía miedo de reprenderlo y no sabía si lo que hacía, dejándome follar era la mejor opción.
A diferencia de la noche anterior donde me lo hizo bestialmente y se corrió a los pocos segundos de entrar. Aquella noche lo hacía muy despacio, incluso llegando a detenerse en algunos momentos, para acariciarme los pechos o chupármelos. De manera que el coito se me hizo eterno.
Finalmente se corrió en mi interior, acelerando el ritmo de sus embestidas a medida que se acercaba a su orgasmo, y empujando más fuerte cuando éste llegó y comenzó a temblar encima mío. Siguió penetrándome hasta que escurrió la última gota en mi interior. Tras lo cual se relajó y se dejó caer encima mío. Yo seguí inerte debajo suya, sintiendo todo su peso aplastándome, hasta que decidió levantarse y salir de la habitación.
Yo me quedé allí, acurrucada entre las sombras. No podía creer lo que había pasado, me había buscado una segunda vez y no pude negarme a sus intenciones, tuve que ceder presa sobre todo por el miedo de que me amenazara de nuevo con suicidarse. Nadie es capaz de saber hasta dónde una madre está dispuesta a llegar con tal de cuidar a su hijo.
El caso es que todo acabó ahí, al final me levanté y fui al baño. Mientras me aseaba pensé que esta no sería la única vez que volviera a mi cama, de eso estaba segura, así que al día siguiente fui a la farmacia y comencé a tomar la píldora.
Ese día, de nuevo me sorprendió apareciendo por mi trabajo para comer juntos. Él estaba tan normal, como si nada pasara. Yo la verdad es que alucinaba con este hecho, ¿pero qué podía hacer yo, sino aguantar con la esperanza de que se cansara de hacerlo o de que no obtuviera el placer que deseaba y dejara de molestarme? Al menos eso era lo que yo deseaba en aquellos momentos. Mientras tanto sólo podía fingir normalidad, sin llegar a hablar de lo que ocurría.
Esa noche también se repitió la historia, me acosté y al poco rato apareció en mi cama.
Esta vez optó por... comérmelo. Así que acarició como la noche anterior, me quitó las bragas y la camiseta y desnuda se acomodó entre mis muslos y comenzó a lamerme. Yo no estaba por la labor pero al sentir su lengua entrar en mi interior, no pude evitar sentir como me excitaba, pues ninguna mujer puede ser ajena a ese tipo de caricias. Así que asustada lo aparté de mi sexo y le insistí en que pasara a otras cosas.
Él me penetró y de esa forma yo me relajé y lo dejé seguir haciéndolo hasta que se corrió como la noche anterior. Esa vez ya estaba más tranquila, pues sabía que no me dejaría preñada por un casual.
Me estuvo follando todos los días de esa semana. Yo ya lo esperaba y le dejaba hacerlo hasta que se corría y se marchaba. Poco a poco me insensibilicé a sus caricias y a sus coitos y acabó siendo como una rutina en la que me dejaba follar y “él obtenía su porción de queso”, como el ratón que vuelve al laberinto a por su recompensa.
Ese fin de semana salió con sus amigos y yo me quedé en casa, pues no me apetecía salir, no suelo hacerlo mucho. Así que cuando lo vi salir respiré aliviada. Pero volvió pronto y cuando lo hizo se sentó en el salón conmigo y me dijo que un amigo le había pasado unos vídeos interesantes en un pen drive, así que lo conectó a la televisión e insistió en verlos conmigo.
En la pantalla comenzó a reproducirse una escena, en la que una mujer madura y chico bastante joven estaban sentados en un sofá. La escena mostraba que ellos a su vez estaban viendo otro vídeo y esto me pareció curioso, mi hijo y yo viendo a otra pareja que a su vez ve un vídeo. No se veía lo que ellos a su vez estaban contemplando, pero salían subtítulos en inglés y aunque los idiomas no son lo mío no me fue difícil intuir lo que pasaba.
Al parecer eran madres japonesas que veían pelis porno con sus hijos y terminaban masturbándolos, haciéndoles felaciones o fornicando directamente con ellos. Yo los miraba curiosa, pues no podía creer que estuviese viendo un reflejo de la situación con mi propio hijo, pero con diferencias.
La madre japonesita se empezaba a poner cachonda y a sonsacar al hijo tímido, justo al contrario que nosotros dos. Empezaba a meterle mano, a acariciar su pene, enseñarle sus pechos o insinuársele, para terminar haciéndole una felación o masturbándolo a la vez que se tocaba ella.
Llevábamos ya un par de escenas, yo las miraba con curiosidad, tal vez fuese por la novedad o por lo impactante del motivo o por sentirme de alguna manera identificada con ellas. Pero lo cierto es que cuando mi hijo se sacó su polla delante mío y comenzó a acariciársela, sentí unas tremendas ganas de empuñársela e incluso de chupársela, como ya hicieran aquellas japonesitas.
El salón estaba iluminado suavemente, por una lámpara de pie, lo suficiente para que pudiese observar su polla erecta con bastante nitidez, hasta ahora no se la había visto más que entre las sombras y el verla a la luz me impacto, podía verla brillar mientras se la meneaba delante mío.
De pronto me cogió la mano y me incitó a acariciarla. Yo me resistí un poco, más que nada por aparentar, pues me moría de ganas de experimentar, a diferencia de otros días en los que me sentí forzada. Finalmente consentí, se la empuñé con mis dedos y comencé a meneársela, sintiéndola palpitar en mi mano. Estaba tremendamente dura y yo empecé a ponerme tremendamente caliente, no paraba de mirarla ahí toda erecta.
Él tenía su mano puesta en mis hombros y sentí como comenzó a presionarme, con la intención de que bajase. Claramente adiviné sus intenciones y mientras miraba su verga erecta y lubricada apenas fui consciente de que poco a poco me acercaba a ella hasta que terminé chupándosela frente a la tele.
La sentí entrar en mi boca, la acomodé suavemente con mis labios, la chupé dulcemente y saboreé su sabor salado. A estas alturas ya estaba un poco lubricada, por lo que su glande resbalaba entre mis labios.
Tenerla en la boca también me trajo el amargo recuerdo de aquella noche en la azotea y durante unos segundos me arrepentí de lo que hacía, pero poco a poco se me fue pasando, y mirando a la tele vi como aquella supuesta madre japonesa hacía lo mismo a su supuesto hijo y yo la imité con mi verdadero hijo.
Isaac no se limitó a quedarse quieto, sentí como llevaba su mano a mi culo y levantándome el camisón introducía sus dedos en mis bragas y accedía a mi vagina, deslizando sus dedos por ella, mojándolos en mis flujos, pues ya estaba tremendamente húmeda y lubricada. Los deslizó dentro de ella sin piedad y me penetró con dos y hasta tres de ellos. Seguí chupándosela mientras hacía lo que quería con mi coño, y el placer comenzó a fluir y como si bailásemos un vals, en perfecta conjunción. Seguimos los compases y el ritmo de cada uno, sintiendo placer a cada paso.
La lujuria me embriagó y presa del pánico y una excitación desmesurada me incorporé y sacándome las bragas salté encima de sus muslos, espatarrándome sobre ellos como una puta. Me la metí hasta el fondo, mientras él me pellizcaba las tetas, me las chupaba y hasta me mordía los pezones y las aureolas, volviéndome absolutamente loca de placer.
No contento con eso me cogía el culo y aparte de ayudarme en los movimientos, me acariciaba el coño intentando meter un dedo además de su polla, hasta se propasó metiéndomelos por el culo. Nunca me lo habían hecho, pero lo cierto es que esa práctica tan obscena no me desagradó en absoluto, a pesar de ser la primera vez que alguien lo intentaba.
El orgasmo me sorprendió montada encima suyo, forcejeé con él, me retorcí y me contorsioné agarrada al respaldo del sofá. Cuando paré de moverme, él me hizo descabalgar y ponerme a cuatro patas sobre el sofá. Entonces pasó a penetrarme de esta guisa, comenzando a darme fuertes embestidas mientras yo, aún atontolinada por mi orgasmo, me sometía sin protestar.
Yo no dejaba de mirar aquellos vídeos tan guarros. El verme reflejada en ellos no sé si lo hacía distinto, pero me sentí como una cerda por hacerlo con mi hijo y por llegar a disfrutar con ello.
Aguantó un poco más pero no mucho más que yo, llegado el momento se aferró con fuerza a mis caderas y clavándome casi las uñas me embistió violentamente una y otra vez mientras el orgasmo lo recorría y con cada embestida me llenaba con su fértil carga.
Esa vez no puedo decir que no me gustase, pues sí que lo hizo ¡y mucho! Había pasado de ser pasiva a estar tremendamente activa.
Tras la corrida me la sacó y me dejó en el sofá, yéndose a su cuarto a acostarse. Yo me quedé allí viendo aquellos vídeos tabú y por segunda vez me corrí masturbándome, sintiendo en mi sexo el olor de sus jugos, mientras mis dedos me estrujaban el chochito hasta sacarle la última gota, como a un limón que ya no da más de si. Tras esto me fui a acostar y me dormí nada más tocar las sábanas.
El domingo salimos en coche a petición suya y estuvimos comiendo en el campo. Allí echamos la siesta, bajo una encina, y cuando me quise dar cuenta mi hijo estaba metiéndome mano otra vez. Hacía calor y aquel grupo de encinas parecía desierto.
Más preocupada por los mirones que por mi hijo este siguió tocándome y haciendo que yo lo tocase a él. Finalmente terminó a cuatro patas detrás de mí y yo dejándome cubrir como una hembra en celo, como una cochina jabalí en plena naturaleza.
Se corrió en mí de nuevo y lo cierto es que aunque yo no disfruté como la noche anterior, encontré cierto morbo en todo aquello de ser follada por mi hijo en pleno campo.
Cuando terminó le incité a que me comiese el coño o me acariciase con sus dedos mientras yo me masturbaba pero él rehusó aludiendo cansancio, así que me mojé con las ganas.
Es curioso doctor, pensar en que todo empezó como una relación sexual consentida a regañadientes por mí, luego pasó por una etapa de apatía en la que me dejaba hacer y terminó con una búsqueda del incesto, descarnada y descarada por mi parte.
A partir de aquel fin de semana en el que compartimos pelis porno y coito, yo lo buscaba a él o él a mí, según se terciara. Llegamos a hacerlo en los sitios más insospechados y públicos.
—¿Y dejó de sentirse culpable por ello? —le preguntó el doctor dando por concluida la sesión.
—Si, aunque bueno yo nunca empezaba las relaciones, sólo me acercaba y esperaba a que fuese él quien diera el primer paso.
—¿Así se sentía menos responsable por lo que hacían? —preguntó.
—Supongo que si —confirmó Leonor tras una pausa—. En cierta medida creo que así era.
—Ha dicho que llegaron a hacerlo en lugares públicos —le sugirió el doctor esperando que Leonor le explicara este punto.
—Si, un día durante la compra en el súper el se excitó buscando un gel para dar masajes, de esos que pican, o dan frío o calor. Le dije que comprase el que más le gustase y que esa noche lo probaríamos. El caso es que acabó tan caliente que fue tocándome el culo por los pasillos, bueno el culo y metiéndome las manos bajo la falda y perdiendo sus dedos bajo mis bragas.
De repente me dijo al oído que me quitase las bragas. Yo le pregunté que cómo iba a hacerlo allí y él insistió ordenándomelo una segunda vez: ¡Quítate las bragas aquí mismo!
Me puse muy nerviosa ante la idea, pero descubrí que me apetecía tremendamente hacerlo. Tal vez fuera el morbo de ser descubierta lo que me incitó a hacerlo pero obedecí. No había mucha gente en el súper así que me metí en un pasillo y allí mismo me las bajé hasta los tobillos, de modo que al intentar recogerlas levantando mis piernas alternativamente casi me caigo de culo.
Isaac las cogió y allí, delante mío las olió por la zona que había estado en contacto con mi vagina. A mí me hizo gracia y sonreí, pero me dio mucha vergüenza que lo viesen con ellas en la mano, así que se las arrebaté y las guardé en el bolso.
El siguió metiéndome los dedos debajo de la falda y como ahora tenía vía libre, accedía con ellos directamente a mi sexo, luego los sacaba y se los olía descaradamente, incluso me los ofrecía a mí para que los oliese. Esto me pareció muy obsceno, pero admito que el juego funcionó y me puso muy cachonda.
Pagamos la compra y subimos al parking, la guardé, o más bien tiré las bolsas en el maletero. Estábamos ansiosos por llegar a casa. Entonces cuando nos íbamos a subir al coche él me dijo que subiera al asiento trasero.
Yo pensé que estaba loco, pues en el parking continuamente pasaba gente con carritos de la compra, pero él insistió y casi me forzó a entrar de cabeza en el asiento. Así que allí tirada se echó encima mío y sacándosela por la bragueta me penetró desde atrás.
Aquello se convirtió en un acto morboso y tremendamente excitante, sentía sus culadas, sentía su verga dentro de mí, pensaba que alguien llegaría al coche de al lado y nos vería allí follando sin remilgos y tal vez se nos quedase mirando. Esta sensación de peligro hacía que todas las sensaciones se multiplicasen por diez. Respirábamos aceleradamente mientras seguía penetrándome con rapidez, hasta que me sorprendió su corrida.
Fue sentirla y mi orgasmo también llegó, me aferré al asiento trasero del coche y sentí como todo mi cuerpo temblaba con una mezcla de placer y terror porque nos pillasen justo en aquel momento.
Finalmente no ocurrió nada, él salió del asiento y yo me incorporé. La verdad es que sentía mi sexo lleno de él y allí mismo me agaché tras coger un pañuelo de papel de mi bolso para limpiarme y contemplé como su semen cayó al suelo del parking. Aquel acto sucio me gustó, verme allí sin bragas, agachada tras ser follada por mi hijo me provocó un poco de cargo de conciencia, pero nada en comparación con la excitación que sentía por haber cometido aquel pecado, es más si hubiese podido me lo hubiese follado otra vez allí mismo.
El me miraba mientras yo hacía todo esto y cuando me di cuenta y lo miré aún no se había guardado su polla y esta caía morcillona por su bragueta. En un impulso irresistible me acerqué a ella y se la chupé. Saboreé los restos de su leche en mi boca y disfruté otra vez de al excitación de hacerlo en un lugar público. Hasta que nos pillaron, pasó una pareja entre los coches y nos vio. Me sentí observada pero no avergonzada, me limpié la boca, me puse de pie y entré en el coche por el lado del conductor. Él entró por la otra puerta, arranqué y nos marchamos como si tal cosa.
Creo que ese fue uno de los mejores polvos que he echado en toda mi vida.
4
A la semana siguiente de nuevo el doctor se había retrasado, por lo que en confianza, como dos amigas, Laura la invitó a café y pastas en la cocina. Justamente debido a esa confianza, Leonor se atrevió a preguntarle por el doctor.
—Y el doctor, ¿tiene pareja? —se interesó.
—No, es divorciado, y que yo sepa no tiene ninguna amiga o amante —le confesó Laura.
—¿En serio? ¡No me lo puedo creer! —le espetó Leonor.
—Pues créaselo, yo lo conozco bien, llevo en su consulta ya dos años —aclaró la joven secretaria.
—La verdad es que hablando con él se nota que sabe escuchar, yo no pensé nunca que fuese capaz de contarle a alguien las cosas que le he contado a él —confesó Leonor.
—¿En serio? —preguntó ahora Laura intrigada—. Ya se que será muy íntimo, ¿pero a qué se refiere?
—Bueno, antes que nada por favor tutéame, porque me hace sentir mayor que me llames de usted, ¿vale?
—Vale, —sonrió la joven secretaria.
—Pues bueno, le cuento cosas de mi vida sexual y ¡uf!, creo que me pongo colorada de tan solo insinuártelo.
—¡Vaya! —sonrió la chica—. Y pensará usted que el doctor ahí sentado y ni se excita, ¿no?
—Oye, pues no lo había pensado, la verdad. Pero llevas razón, es capaz de oírte contar guarradas y mantener la compostura. Aunque a veces pienso que cualquier día salta encima mío y me toma aquí mismo—rio Leonor.
—¿Tan fuerte es lo que le cuenta? —siguió picándola Laura, que se moría de curiosidad por que se lo contara a ella.
—Y tanto hija, tengo un trauma sexual grande y pensé que tenía que contárselo a alguien, de ahí que acabase en esta consulta.
—Vale, respeto que no me lo quiera contar, él es el doctor, seguro que la ayuda.
—Oye, y contigo, ¿nunca ha tenido un escarceo?
—Le sonará raro pero no es como usted piensa... —hizo una pausa como decidiendo si continuar o dejarlo ahí—. Verá el doctor es un poco especial, una vez me pilló aquí tomando nocilla para merendar y le hizo mucha gracia. Entonces me pidió que siguiera comiéndola, pero que con un dedo mojara en el tarro y luego me lo chupara.
A mí me pareció super raro, la verdad pero lo hice y fue divertido. Incluso me excité pensando que me chuparía el cuerpo untado de nocilla.
—¿Y llegó a eso? —preguntó Leonor impaciente.
—¡Qué va! Estuve allí un rato comiendo nocilla, incluso me abrí el escote y él no dijo nada. Sólo se tomaba su café mientras me miraba y terminó levantándose y diciéndome que tenía que leer sus anotaciones antes de que llegara la siguiente paciente.
—Vaya, pues debió ser un chasco, ¿no?
—Ya lo ve usted, y yo pensando que me lamería el chochito—se lamentó la chica.
—Por favor tutéame —le insistió Leonor.
—Oh si, claro, es que se me olvida, supongo que estoy tan acostumbrada a dirigirme a los pacientes de usted, que me cuesta cambiar el chip. Eso no es todo, ha habido más cosillas raras, ¿sabe? Una noche me invitó a cenar y yo pensé que esa sería nuestra noche, me arreglé y tomamos mucho vino. Total que acabé borracha. Vinimos aquí, pues esta es su casa y entonces me pidió que hiciera pis para él. Se lo imagina, entramos al baño e hice pis levantada sobre la taza del váter mientras él no paraba de mirar.
—¿Y sólo eso? —preguntó Leonor queriendo oír algo más sustancioso.
—Bueno no, luego me pidió que le diese las bragas y me dijo que se las quedaría y acabamos en el salón. Me pidió que me masturbara para él y eso hice. Me senté en un sofá y me hice una paja para él, le enseñé todo mi cuerpecito, incluidas mis lindas tetitas, no son muy grandes pero a mí me gusta mucho acariciármelas, ¿sabes?
—¿Y él qué hizo? ¿También se masturbó? —le sugirió Leonor un poco excitada ante el relato de las experiencias de la joven con el doctor.
—No que va, sólo mirarme mientras se tomaba un whisky. Al final viendo que eso era lo que iba a obtener me corrí mientras él miraba y por lo visto acabó complacido por ello. Luego me pagó el taxi de regreso y eso fue todo. ¿Usted lo entiende?
—La verdad es que es difícil de entender, si, con un cuerpo tan apetecible como el tuyo que el doctor ni te tocase.
—Pues así es él, ya se lo he dicho. Un poco rarito. Otras veces me ha pedido por ejemplo unos zapatos de tacón alto, rojos, muy monos, por supuesto me pagó para que me comprase otros pero él se quedó con el par. Y bueno, en otras ocasiones me ha vuelto a pedir que me masturbase para él. Yo lo hago y él mira, pero nada más.
En ese momento sonó el móvil que anunciaba que el doctor ya estaba en la consulta, así que ambas mujeres salieron por el pasillo y Leonor, hoy más nerviosa que los otros días pasó al cómodo diván donde se solía sentar.
—¿Cómo ha pasado la semana? —le preguntó el doctor rutinariamente.
—Bien doctor, hoy he estado hablando con su secretaria, es una chica muy mona y simpática.
—Si, hace bien su trabajo —se limitó a responder secamente el doctor.
—Creo que nos estamos haciendo amigas —añadió Leonor.
—Eso es bueno, hacer nuevas amistades nos revitaliza la mente y el cuerpo —asintió el doctor.
—¿Sabe usted si tiene novio? —le preguntó al viejo doctor que respondió con una mueca de extrañeza.
—La verdad es que lo ignoro, nunca le he preguntado, ella hace bien su trabajo para mi y eso es lo que importa, ¿no cree? Pero por qué me lo pregunta.
—Pues ni yo misma lo sé —sonrió nerviosamente Leonor—, es sólo que hablando con ella me ha estado confesando que se masturbaba y eso me ha llevado a pensar que no tenía novio.
—Entonces se ve que han intimado bastante, ¿no? —concluyó el doctor.
—Bueno, digamos que hemos hablado de cosas de mujeres, ya sabe. Ella me ha preguntado por el motivo de mis visitas a su consulta y lo cierto es que me ha dado mucha vergüenza confesárselo, así que sólo le he dicho que era por traumas sexuales.
—Claro, se están conociendo, es normal, con el tiempo tal vez sienta la necesidad de desahogarse con ella si se hacen amigas. ¿Tiene intención de hacerlo?
—¡Oh si! Si sigo viniendo supongo que nos haremos buenas amigas, hay algo en ella que me gusta, no sé...
—Muy bien, ¿hoy qué le viene a la mente que quiera contarme? —le preguntó finalmente el doctor tras esta conversación sobre su secretaria.
—Bueno pues la verdad es que como le dije la semana pasada, llegó un momento en el que el sexo fue algo habitual para nosotros. Él venía todas las noches a mi cama y fornicábamos en todas las posiciones imaginables.
—Leonor, —le interrumpió el doctor—. ¿Usted se masturba?
—¿Yo? Pues si, claro como cualquier persona —admitió con extrañeza por la interrupción.
—¿Lo considera algo natural?
—Si, claro, lo hacía incluso cuando estaba en esa gran actividad con mi hijo, incluso a veces cuando iba al baño en el trabajo. Yo creo que era porque cuanta más actividad se tiene más receptiva se pone una.
—Creo que estoy de acuerdo con usted. ¿Qué diría si yo le propusiera que se masturbara mientras me habla?
—¿Aquí, en la consulta? —preguntó Leonor desconcertada por su atrevida propuesta.
—Si aquí —dijo secamente el doctor.
—No sé, me daría algo de vergüenza doctor —dijo sin pensarlo mucho, aunque por dentro recordaba las masturbaciones que había tenido Laura para el doctor y esta idea la excitó, aunque no fue capaz de expresarlo en un primer momento.
El doctor no dijo nada, esperó a ver la reacción de su paciente.
—¿Eso sería parte de la terapia?
—Si, le ayudaría a relajarse, aunque bueno si no desea hacerlo no pasa nada —asintió el veterano doctor.
—Bueno, tal vez lo haga —concluyó Leonor que ciertamente se sentía atraída por la idea.
—Adelante, haga lo que le apetezca, no se reprima, siga.
Leonor se subió un poco su vestido, de manera que sus braguitas blancas fueron levemente visibles y con una mano comenzó a acariciárselas mientras hablaba.
Pues como le decía, en el trabajo a veces me masturbaba en el servicio, luego llegaba a casa y deseaba que termináramos decenar y nos acostáramos, que él entrase a mi habitación y me follara.
Lo hacía bastante bien, tras las fornicaciones precipitadas iniciales, aprendió a controlarse y a esperarme en el orgasmo, y aprendimos a sincronizarnos y a disfrutar tremendamente de nuestras relaciones.
Los fines de semana volvimos a hacer nuestras escapadas y en ellas dábamos rienda suelta a nuestras pasiones en los paradores que visitábamos y sus alrededores.
Recuerdo que volvimos al balneario donde le propuse masturbarse en el jacuzzi, tras darnos un masaje. Ambos pensábamos en hacerlo en él, donde sin duda sería toda una experiencia.
Pedimos que nos dieran un masaje, y como la vez anterior le gustó tanto, mi hijo insistió en que nos lo diera la chica rubia de grandes tetas, pero quiso que sólo fuese ella. De modo que primero lo diera a uno y luego al otro.
Estábamos en bañador, la chica se acordaba de nosotros y nos saludó cariñosamente, sabía que eramos madre e hijo así que comenzó por preguntarnos a quién le daba el primer masaje. Isaac en seguida dijo que a mi, así que me tumbé de espaldas y la chica comenzó a deleitarme con sus expertas manos.
Isaac estaba recostado en la mesa de masajes, al lado nuestro, y la chica le daba la espalda, de forma que yo pensaba que igual podía verle las braguitas cuando se inclinaba para darme el masaje. El muy pillo lo hizo perfecto.
Mientras la chica me daba un buen masaje, charlábamos con ella. El caso es que en un momento dado le preguntó si ella sabía dar masajes eróticos. Ella no se lo tomó a mal, lo cierto es que hasta le hizo gracia, así que nos contestó con desparpajo que por supuesto. Entonces Isaac le propuso que me diera uno a mi para empezar y luego se lo podía dar a él.
Entonces ella dijo que lo tenían prohibido en el hotel, a lo que Isaac le insistió que por qué no hacía una excepción. Y la chica respondió que no era posible, por lo que al final todo se frenó un poco y siguió dándome mi masaje.
Cuando llegó a mis muslos comenzó a hacerme cosquillas, sobre todo cuando me tocaba en la cara interior. Por lo que le pedí que siguiera por ahí, que me gustaba mucho. La chica se sonrió y siguió complaciéndome. La verdad es que yo ya estaba algo cachonda, pues antes, con la idea del masaje erótico ya me había excitado.
Entonces me pidió que me pusiera boca arriba, así que cambié de postura y le pedí que siguiera masajeándome los muslos, a lo que la chica siguió sonriendo y complaciéndome. Le confesé que llevaba meses sin “follar”, esto escandalizó algo a la joven, pues no se esperaba que usara aquella palabra.
Luego pasó a darme un masaje en el abdomen y los brazos, evitó tocar mis grandes pechos, y ahí se me fue un poco la pinza. Tomé sus manos, colocándolas a ambos lados, sobre mi costado, le pedí que me masajeara un poco las tetas, a lo que la chica dudó. Entonces insistí y sin soltárselas las apreté contra ellas y luego las coloqué sobre mis pezones y los froté con sus palmas en círculos. Luego, descaradamente me tiré del bañador y lo desabroché por delante, por lo que mis pechos se derramaron como gotas de agua sobre mis costillas.
Esto impactó mucho a la chica, que se puso bastante nerviosa, a todo esto mi Isaac, estaba la mar de divertido a nuestro lado. Ella me pidió que me tapase y se giró para dar el masaje a mi Isaac.
Él estaba tumbado boca abajo, así que la chica comenzó su trabajo. Yo seguí en mi sitio y dejé que la tensión se disipara un poco, a estas alturas estaba muy cachonda, y me imaginaba a mi hijo follándonos juntas, viéndolo follarla a ella y luego dejando que ella nos viese fornicar como animales a nosotros. La idea del trío se fijó en mi cabeza, como la presa lo hace en la leona hambrienta.
Pasados unos minutos todo pareció volver a la normalidad. Ella hacía su trabajo bastante bien así que mi hijo disfrutaba con sus manos. Yo me levanté y en toples me puse a su lado.
—No te habrá molestado lo de antes, ¿no? —le dije.
—No se preocupe, alguna clienta pierde un poco los papeles cuando le doy masajes, aunque es más frecuente en hombres que en mujeres —me aseguró la chica.
—Yo también los he perdido, discúlpame —le dije tomándola por el brazo suavemente.
—No se preocupe —repitió ella quitando hierro al asunto.
—Has visto que fuerte está mi Isaac —afirmé mientras yo acariciaba sus espaldas marcadas.
—Si, es un chico bien parecido —admitió la joven.
—Porque, tú tienes novio, ¿verdad? —insistí yo camelándola.
—¿Novio...? Pues bueno tuve uno pero rompimos el verano pasado, ahora salgo con mis amigas.
—¡Oh bueno, eso a veces pasa hija! Ahora puedes aprovechar entonces para ir probando colitas, ¿no? —le sonreí pícaramente yo mientras le pellizcaba suavemente el culo.
—Yo no soy de esas señora —asintió algo disgustada.
—Pero, ¿entonces no te has comido un rosco desde entonces? —repliqué burlona.
—Bueno... tampoco es eso —protestó ella—. Alguna vez me he enrollado con algún tío desde entonces —aclaró.
—¡Ah bueno, eso es normal! Una tampoco se va a dejar tocar por el primero que se le ponga por delante. Seguro que tú con tus encantos, tendrías al hombre que te propusieras —afirmé yo—. Tienes un pecho muy bonito, ¿te lo habrán dicho miles de veces, verdad?
—Bueno, los tíos no son tan educados como usted señora —afirmó ella sonriendo—. Usted también tiene un pecho muy bonito —me dijo a modo de cumplido.
—¡Gracias guapa! —dije yo estampándole un beso y dándole un achuchón con mis tetas al aire.
Ella daba su masaje a Isaac ahora sobre sus pantorrillas y cuádriceps, así que con descaro toqué el culo a mi hijo pellizcándolo.
—¡Mira qué culito tiene mi hijo! ¿No es apetecible, eh? —le insinué.
—¡Por favor señora! —dijo ella un tanto avergonzada.
—¡Vamos no seas tímida, toca, toca! —exclamé tomando ambas manos y posándolas en el culo de mi hijo.
La joven no lo esperaba y aunque se resistió mantuve sus manos sobre el culo de mi hijo lo que pude sin llegar a parecer brusca.
—¡No pasa nada hija, estamos en la intimidad! —le dije intentando rebajar la tensión.
Entonces volvía tocar su trasero, a través de su bañador slip de lycra. Lo apreté con mis dedos, lo estrujé y lo pellizqué con gran deleite y total descaro delante suyo.
—¿No te animas hija? No me dirás que no es apetecible, ¿eh?
La chica me miraba algo seria, pensé que saldría por piernas en cualquier momento de aquella habitación de masajes. Mi hijo que se dio la vuelta y entonces su pollón nos sorprendió a ambas, lo tenía enroscado en su slip, luchando por salir de su apretura.
Él nos sonrió y yo, sin decir palabra, cogí y se la saqué del bañador, liberándola, quedando está apuntando al techo como una estaca. Tras una pausa para que la chica pudiese contemplarla en todo su esplendor, la empuñé con firmeza.
—¡Mira qué maravilla! —le dije entusiasmada—. No me negarás que mi Isaac está bien dotado, ¿eh?
Mientras se lo decía ya estaba masturbándolo, descubriéndole el glande para mayor asombro de nuestra voyeur masajista. Ésta estaba con un brazo rodeando su cintura y el otro apoyado por el codo sobre este mientras su mano se deslizaba por sus mejillas para cogerse la nuca.
Sin esperar más decidí que era el momento, así que me agaché y la introduje en mi boca, tragándola hasta donde nunca antes lo había hecho, hasta tal punto que me dieron arcadas y tuve que contenerme. Seguí chupándola unas cuantas veces y luego me incorporé a ver a nuestra querida masajista.
Esta seguía mirándonos así que decidí echar toda la carne en el asador. Puse mis pechos desnudos sobre la boca de mi hijo, que los chupó con fruición. Luego me deshice del bañador y levantando una de mis piernas por encima de la camilla puse mi sexo en su boca y éste lo chupó con idéntica afición.
La chica se había quedado muda, así que seguimos a lo nuestro. Me subí a la camilla de masajes y con la chica a mis espaldas, conduje su verga hasta el interior de mi vagina, me senté sobre él clavándomela entera y luego comencé a levantarme y sentarme dando comienzo a una fornicación pausada y sensual.
Mi hijo mientras tanto se deleitaba volviéndome a chupar los pechos y agarrando con sus manos mis pezones hasta ponerlos duros y puntiagudos.
A continuación descabalgué a mi Isaac y este se levantó, quedó mirando a la chica, que muda seguía, avanzó hacia ella el par de pasos que nos separaban. La giró con algo de brusquedad y la echó sobre la camilla donde antes yo estuviera. Sus braguitas aparecieron, blancas e inmaculadas ante mis ojos, ocultas bajo su bata blanca.
Isaac las agarró y con fuerza tiró de ellas bajándoselas. Se chupó los dedos y los introdujo en el chochito depilado de la chica, que gimió al momento. Entonces él empuñó su verga y la metió despacio en aquel chochito depilado. La masajista gimió al sentirla entrar, mientras él la sujetaba por los hombros para evitar que esta se levantara. Finalmente desarmada, quedó a disposición de mi joven hijo.
Isaac, comenzó a embestirla con ganas, llegando a parecer brusco en sus sacudidas, como una pequeña bestia. La chica comenzó a gritar y gemir mientras yo permanecía en la camilla de al lado. Solo quería verlos follar y me masturbé al tiempo que los miraba.
Fue una follada corta, en poco tiempo mi Isaac se retorcía aferrado a aquel culillo joven y estrecho y la chica gritaba con más fuerza tras lo cual caía sobre la camilla. Él se retiró y entonces vi como su leche calló de aquel chochito depilado, manchando las braguitas que por las rodillas habían quedado. Aquella visión me extasió, nunca había pensado que ver follar a otros pudiese ser tan placentero.
Me incorporé y acercándome a aquella chica, me quedé mirándola, le acaricié su culito respingón. Entonces ella me miró y yo llevando mi mano a su chochito, mojé mis dedos en el semen de Isaac y me los chupé. Ella abrió los ojos asombrada, entonces los volvía a mojar en su chochito y se los ofrecí para que los chupara, a lo que ella objetó apartando su boca.
Pudorosa de repente, se incorporó y se subió sus braguitas, ajena a lo que en ellas manchaba y tras mirar a mi hijo y a mí, se dio media vuelta y se marchó de la habitación sin mediar palabra. Tal vez alarmada por lo que acababa de hacer.
Mi hijo y yo nos miramos, sonreímos ambos y nos encaminamos al jacuzzi. Allí nos relajamos durante largo rato, desnuda me metí y él también. Al final yo me había corrido, pero tiempo habría durante la noche.
Luego subimos a la habitación y nos duchamos juntos, yo le enjaboné y él a mí, nos acariciamos lascivamente pero no fornicamos.
Tras vestirnos bajamos para la cena y con vino nos emborrachamos. Salimos a pasear por aquellos jardines, cuando ya refrescando la noche estaba. Me abracé a mi Isaac y le pellizqué su trasero, acaricié su verga y subiendo por su pecho fibroso, palpé sus pectorales.
Él me sonrió y obligándome a arrodillarme me obligó de nuevo a chupársela. Siempre lo hacía, pues era su inicio favorito y yo le complacía encantada.
Una vez más su verga gorda y erecta entró en mi boca y mi garganta atravesó. Después me tiró al césped con brusquedad y, poniéndome a cuatro patas, me cubrió desde atrás. ¡Que frescura sentía sobre aquel manto verde!
Como una perra en celo, él me folló, aferrado a mis hombros me penetró, hasta muy adentro llegó, llenándome de placer, de goce y de pecado.
Sí, como perros follamos y unidos quedamos cuando su leche entró en mí, escuchando el canto de los grillos, con la frescura de la noche, mientras con suaves movimientos de penetración, apurábamos nuestros orgasmos.
Con mi vestido remangado hasta los hombros. Aferrado a mis pechos sudorosos, nuestros cuerpos quedaron en íntima unión.
Tras separarnos, me puse en cuclillas y sentí cómo su leche me caía por la vagina, y se perdía entre el césped. Inmediatamente me acordé de la chica, de cómo le cayó a ella apoyada en la camilla y este recuerdo me embelesó. Me sentí tan sucia como ella, pero yo no huí.
—¡Oh doctor, qué deliciosa sensación, recordar aquella noche aquí, masturbándome delante suyo! —saltó Leonor mientras sus manos acariciaban su sexo a flor de piel.
—¿Está excitada? —preguntó estúpidamente el doctor.
—¡Mucho! —exclamó la mujer sentada en el diván.
—Puede correrse si lo desea —el doctor se levantó y le acercó a una mesita próxima un paquete de pañuelos de los que se sacan de una caja.
—¡Seguro! —profirió la mujer que en el diván se masturbaba.
—Adelante, no se corte. No me molesta que lo haga.
—¿Me mira doctor?
—¿Le gustaría que lo hiciera?
—¡Sí! —exclamó Leonor, presa del entusiasmo.
—Puede que la esté mirando, pero tenga por seguro que no me aproximaré a tocarla, tenemos un código ético que me impide iniciar una relación con la paciente, o sea con usted, ¿lo entiende?
—¡Claro doctor, no es necesario, sólo míreme y escúcheme!
—De acuerdo, ¿ha terminado ya lo que me quería contar de aquel fin de semana?
—No, aún no. Eso fue el viernes por la tarde y la noche.
El sábado por la mañana nos levantamos tarde y luego estuvimos todo el día fuera caminando, pues aquellos paisajes son fantásticos para practicar senderismo.
A la vuelta nos fuimos directamente al circuito de spa y a darnos un masaje . De nuevo Isaac pidió que fuese la misma chica del día anterior.
La recepcionista la llamó pero al parecer estaba ocupada con unos clientes, así que nos atendió otra.
La verdad es que nos hubiese encantado que lo hiciera la chica de la tarde anterior, pero ya tuvimos suficiente satisfacción con ella. El caso es que esta era más mayor, morena y sin duda casada y con hijos. También daba los masajes muy bien, y nos limitamos a dejarnos masajear.
Cual no fue nuestra sorpresa, cuando “nuestra querida masajista” entró por la puerta, con sus pechos grandes en su cuerpecito menudo. Saludó a su amiga y le dijo que unos nuevos clientes habían llegado, que si no le importaba atenderlos ella seguiría con nosotros.
Yo creo que tanto mi hijo como yo nos pusimos la mar de contentos al verla llegar. En cuanto su compañera, bastante extrañada, desapareció por la puerta sin llegar a comprender, aunque por cómo giró la cabeza para mirarnos antes de abandonar la habitación, sin duda sus pensamientos hacia nosotros no fueron todo lo sanos que debieran.
Entonces, nuestra masajista se acercó y echó la llave por dentro. Luego se giró y se dirigió hacia nosotros.
Mi hijo hizo por levantarse pero ella no lo dejó.
—Hoy toca masaje erótico, ¿os apetece? —nos preguntó, a lo que ambos respondimos afirmativamente.
Juntó las camas, de manera que con sus manos llegaba a ambos lados, y así comenzó a darnos un masaje sensual. Se quitó su bata y luego su ropa interior, luciendo desnuda ante nuestros ojos, pero no nos dejó mirar, en su lugar nos tapó los ojos con toallas que nos echó por la cabeza.
Nos desnudó a ambos y comenzó a hacer de nosotros lo que quiso, alternándose entre los dos con sus caricias. Yo sentí sus pechos en mi espalda, impregnados en aceite estos resbalaron por toda ella, hasta por mi culo pasaron y luego a mis muslos llegaron.
La chica metió sus manos entre ellos y buscó mi sexo, lo frotó con aceite de azahar, del que usaba para los masajes, ¡qué estupendo aroma desprendía! Sus expertos dedos jugaron con mi vagina, me folló con ellos, buscó mi clítoris y lo puso duro, lo frotó hasta hacerme sentir gran placer.
En un detalle exquisito me sorprendió, pues llegó a horadar mi ano mi ano mientras mi sexo acariciaba, con un dedo travieso lo profanó, a la vez que con otro vaginalmente me penetraba, fue delicioso.
Luego vi que se dedicaba a mi Isaac, no sabía lo que le hacía, así que hice trama. Me aparté la toalla y vi cómo le tocaba el culo, haciendo que se levantase comenzó a masturbarlo a la vez que seguía estrujándole los testículos. Él no paraba de resoplar y resoplar, por lo que parecía que era un martirio, un delicioso martirio.
Luego lo giró y restregándose como una gata usó su propio cuerpo a modo de masaje, restregándose con él, pero sin dejarse penetrar, a pesar de bien que lo intentó.
Al verme me sonrió y como si este fuese el final de su masaje se bajó de la camilla y me hizo bajar de la mía. Sonriendo me indicó que me inclinase hasta que quedé echada sobre la camilla y luego ella se puso a mi lado. Finalmente se volvió hacia Isaac y le dijo:
—¡A qué esperas, fóllanos a ambas! —le incitó.
Isaac tenía que decidir a quién penetraba primero y ahí tal vez quiso ser condescendiente y me eligió a mí, su madre, poniéndose detrás mío me penetró, mientras la chica a mi lado miraba algo desconcertada.
Sentí su verga entrar desde atrás, poderosa y palpitante. Me agarró bien fuerte por la cintura y con tremendas embestidas me folló, hasta tal punto que fue un poco doloroso.
Luego llegó el turno de la chica rubia, preciosa toda ella, a la que también embistió con tremendas ganas. Yo le acaricié la espalda y también sentí curiosidad y palpé sus pechos, pellizcándole sus pezones enrojecidos y gruesos mientras la chica se relamía con mis caricias y los empujones que mi hijo le daba.
Luego volvió a la carga conmigo y de idéntica postura me tomó de nuevo, sentí su tremenda fuerza, que con brusquedad me penetraba.
La chica me acarició dulcemente mis mejillas, sentí que me iba a besar, pero ese beso finalmente no llegó. Su mirada era tierna, al igual que sus manos de masajista que por mi ano de nuevo se colaron sin permiso, o bueno con él.
Mi orgasmo me sorprendió en aquel instante e Isaac sin saber que me corría la sacó para volver a cubrir a la masajista. Pero ella, que estaba atenta a mi en todo momento lo supo y como si se diera cuenta de que una ayudita en aquel instante no me vendría mal, echó mano a mi sexo y me penetró con sus propios dedos mientras yo temblaba de placer y apuraba mi deleite.
Isaac ya la follaba, en aquella ruleta rusa del placer, mientras yo me reponía de mi éxtasis. Ahora ya aliviada decidí levantarme y dedicarle mis mejores caricias a mi nueva amiga.
Traviesamente deslicé mi dedo por su ano, al igual que ella ya hiciera conmigo antes. Luego acaricié sus pechos y su espalda y fue entonces cuando sentí los dedos traviesos de Isaac, que tal vez a modo de protesta por mi forma de acaparar a su hembra, había decidido penetrarme por sorpresa a mí con sus dedos.
Me sentí de nuevo alagada y echándome junto a mi nueva amiga, me dejé penetrar por mi hijo con sus dedos mientras este seguía follando con ímpetu a la masajista. Pero eso si, mi dedo no abandonó su ano y siguió jugueteando con él hasta que ésta cayó presa del éxtasis y aferrándose a la camilla con los dientes apretados se convulsionó tensando todo su cuerpo.
Tras terminar abrió los ojos y me sonrió, yo le acaricié su pelo apartándolo de su linda carita y entonces la besé en la mejilla.
Entonces mi hijo, que al parecer aún no se había corrido nos interrumpió en nuestros arrumacos, nos hizo girarnos a ambas, y nos indicó que nos arrodilláramos ante él. Obedecimos sin comprender en un principio sus intenciones.
Nos obligó a chupársela, de nuevo ambas obedecimos sus órdenes y a la vez lo hicimos. Era como el cabrón de un aquelarre y nosotras sus brujas esclavas.
Yo chupaba y chupaba y luego le pasaba el turno a la masajista, hasta que éste volvía a mí. Pensaba en boca de quien se correría, pues de nuevo aquello parecía la ruleta rusa, un arma cargada y dos bocas posibles objetivos. No me importaba que fuese en mi, así que chupaba con brío cuando me tocaba.
Pero el gran cabrón tenía otros planes para nosotras. Sorprendidas una vez más, éste tomó su verga y masturbándose con gran fuerza apuntó primero a ella y la alcanzó con una andanada blanca y luego a mi, llenándome mi cara con la segunda y alcanzando en parte mi boca, para luego volver a ella y disparar a sus pechos y de vuelta regar los míos.
La verdad es que la sorpresa lo hizo todo más interesante. Al final mi amiga me sonreía mientras mis pechos cubiertos de leche acariciaba y yo la imitaba limpiándole con cariño uno ojo manchando de blanco esperma.
Para mi sorpresa la chica se acercó y dulcemente besó mis labios, un casto beso fue, pero me supo bien y repetí mojando mis labios con los suyos.
El fanfarrón se reía de nosotras, aunque ajenas a sus burlas, sentí un momento especial de unión con aquella mujer, con la que mi hijo había compartido sin importarme este hecho, sin sentir celos sino complicidad.
Al final nos acompañó en el jacuzzi, donde los tres desnudos nos relajamos, acariciándonos entre todos, con dulces miradas. Aquel trío que formamos fue fenomenal, nunca pensé que pudiese disfrutar del sexo con otra mujer, compartiendo el macho que me tomaba, pero claro, nunca pensé llegar a follarme a mi propio hijo...
La Terapia sinopsis:
Leonor sufre un duro golpe cuando su marido muere en accidente de tráfico. A partir de entonces su vida da un giro de ciento ochenta grados, donde ya nada será igual. Tras el trágico suceso, Leonor se aferra a su hijo Isaac, con quien intentará superar el trauma de la pérdida, sin sospechar las consecuencias imprevistas que tendrá su acercamiento...