La Terapia (5)

La sentí entrar bien adentro, y tras eso comencé a follarlo moviéndome encima suyo...

Aquella tarde, como ya era costumbre, las dos amigas tomaban café en la cocina de aquel piso mientras el doctor llegaba a la consulta...

—¿Y dónde va a estas horas? —se interesó Leonor.

—Pues no se la verdad, él es bastante reservado.

—¿Y no le has preguntado? —la interpeló la paciente.

—Ya te digo Leonor que es un poco rarito, por eso procuro no enfadarlo.

—¿A veces se enfada?

—Pues sí, aunque él no lo aparenta, cuando se enfada saca el genio que lleva dentro. Recuerdo una vez que perdí una historia de un paciente y se puso hecho una furia. Luego la encontré y respiró aliviado, hasta me pidió perdón, pues él siempre es muy educado.

—Hombre eso siempre se agradece.

—¿Pero sabe qué? Ese día me dijo que como había sido “mala” según él tenía que azotarme y cuando se fue la última paciente me metió en el despacho y me hizo echarme en su mesa de escritorio —le confesó Laura.

—¿En serio?

—Ya le digo, me subió la falda, me bajó las braguitas y con mi culo al aire me dio azotes con su cinturón. La verdad es que los azotes empezaron suavecitos, como mucho me picaban un poquito por lo que pensé que tras esto se bajaría los pantalones y me lo haría allí mismo, en aquella postura, ¡y esto me excitó mucho!

Pero, luego empezó a darme más fuerte, hasta que grité, pues me hizo daño de verdad y me revolví para decirle que parase, entonces él no hizo nada, sonrió levemente y a continuación me pidió que me masturbara para él, y aunque no me apeteció en aquel momento mucho porque estaba furiosa, recordando el daño que me había hecho, obedecí. Fue sentarme en el sofá, empezar a acariciarme la flor y sentir de nuevo una gran excitación.

Él se quedó allí mirando, como siempre, mientras yo me masturbaba. Ese día me apeteció correrme así que cerré los ojos y recordé sus azotes, me imaginé que se bajaba los pantalones y me follaba allí mismo y con ese pensamiento alcancé mi orgasmo.

—¡Qué fuerte hija! La de secretos que tiene el doctor —se escandalizó Leonor.

—Y que lo digas —asintió Laura tras rememorar su historia.

—¿Te puedo contar un secretillo? —le dijo Leonor en voz baja a modo de confidencia, llegando hasta a acercársele como si las fuesen a oír en la habitación de al lado.

—¡Cuenta, cuenta! —exclamó la joven como una chiquilla.

—La semana pasada me masturbé mientras le contaba mis cosas al doctor.

—¡En serio! —exclamó incrédula.

—Absolutamente —dijo rotunda—, fue él quien me lo propuso y como tú me habías hablado de eso, la verdad es que estaba algo cachonda tras tus historias con él, ¡y lo hice! —concluyó.

—¡Jo qué guay! —exclamó la joven con entusiasmo—. ¿Y llegaste a correrte delante suyo?

—Bueno... me costó un poco, pero al final él salió por la puerta contigua al despacho y me dejó sola para terminar, ¡y entonces me corrí! —asintió satisfecha.

—¡Qué pillina! Ahora caigo en lo contenta que saliste de la consulta —se jactó la observadora secretaria.

No tardó mucho más en llegar el doctor, así que la hizo pasar a la consulta como ya era costumbre. Laura se despidió de la secretaria afectuosamente y cerró la puerta.

—¿Qué tal la semana? —preguntó lacónicamente el doctor.

—¡Bien, muy bien! —dijo animada Leonor.

—Me alegro... —hizo una pausa—, la noto “más feliz”, ¿puede ser?

—Bueno si, creo que acierta —sonrió Leonor subiéndose un mechón de pelo hasta dejarlo tras su oreja derecha. Desde luego era evidente, no tenía que ser muy suspicaz para averiguarlo.

—Entonces, empiece cuando quiera... —le dio paso el doctor como solía hacer.

Está bien, recuerdo que nuestra relación en aquellos momentos, si es que a aquello se le podía llamar relación, iba viento en popa. Isaac tenía detalles muy buenos conmigo, me iba a buscar al trabajo, comíamos juntos en el parque y luego nos echábamos una siesta en la hierba y cuando se terciaba nos calentábamos mutuamente como adolescentes al sol.

Recuerdo un día que empezó a hacerme tocamientos en el parque, yo lo dejé pero inmediatamente pensé en la posibilidad de que alguna compañera de trabajo nos viese. Esto hizo que me pusiera muy nerviosa y terminase por no dejarle seguir metiéndome mano allí.

Más tarde esa noche, cuando vino a buscarme a mi cama para cubrirme, como solía hacer cuando nos acostábamos. Recuerdo que me acordé de aquellos tocamientos y me excité muchísimo, con aquella sensación de peligro. Eso hizo que mi orgasmo de esa noche fuese más interesante.

Pues bien. Isaac, seguía saliendo con sus amigos y yo lo esperaba. Ya que cuando volvía, solíamos tener sexo, con él, medio borracho y yo bastante caliente tras haberme visto alguna película porno o vídeos en internet.

Aquella noche recuerdo que terminé acostándome pues estaba cansada de esperar y él no llegaba. Al rato, cuando yo estaba ya en la duermevela, llegó. Oí una voz extraña, pero adormilada como estaba tampoco me enteré mucho al principio. Entonces sentí sus manos acariciándome y pensé que ahora querría sexo, me puse algo caliente con las caricias en mis muslos y más arriba y me despabilé... ¡Entonces me percaté de que no eran sólo las manos de Isaac las que me acariciaban! ¡Allí había otro chico!

Él también me tocaba y junto a Isaac estaban subidos a mi cama. Pregunté airada quien era, pero Isaac, sólo me dijo: “un amigo que está depre mamá, y quiere que lo consolemos un poco, ¿lo harás, verdad?”.

Yo me quedé pasmada al principio, luego, cuando volvieron a las caricias me resistí, pero él me sujetaba con sus fuertes manos mientras el amigo, borracho como él, luchaba por bajarme las bragas.

Finalmente lo consiguió y se coló entre mis muslos, directamente lo sentí con la cabeza entre ellos mientras con las manos me los mantenía muy abiertos. Sentí su lengua atravesándome el coño, lamiéndome con ansiedad y torpeza, llegando hasta a desagradarme. Mientras mi hijo seguía sujetándome por los brazos junto a mi cabeza.

La resistencia era fútil, así que me resigné a mi destino. Aquel chico abandonó el cunnilingus que me hacía y tras quitarse los pantalones se colocó de nuevo entre mis muslos y me penetró con la misma torpeza con la que me había comido el coño.

Sentí su gorda polla entrar en él, como un elefante en una cacharrería. Recuerdo que me costó acostumbrarme a ella.

Mi hijo seguía sujetándome los brazos, pero ante mi falta de forcejeo terminó liberándome, entonces oí su cremallera bajar y sentí en la penumbra su polla rozarme los labios. Sabía a pipí y sentí rechazo ante la insinuación de que se la chupase, pero él no estaba dispuesto a recibir un no por respuesta, así que me sujetó la cabeza y la apretó contra mis labios hasta que finalmente me rendí y los abrí.

Sí olía mal, no sabía mejor, al trabarla su sabor me dio asco, pero tuve que seguir chupándola, mientras sentía el peso del otro chico, bastante corpulento, aplastándome las caderas con sus manos, tirando hacia él con fuerza de mi hasta clavarme su gorda polla en lo más profundo de mi coño.

De repente fui consciente de que me estaba dejando follar, no sólo por mi hijo como tantas veces, sino que esta vez, ¡se había traído a un amigo para disfrutar también de mi cuerpo! Me sentí desolada por aquel hecho, ultrajada y humillada, con la polla de Isaac en mi boca y su amigo follándome a placer.

Me pusieron a cuatro patas, como una marioneta del titiritero y ahora fue mi hijo el que me la metió desde atrás, invitando a su amigo a ponerme su polla en mi boca. Éste se colocó delante, dispuesto a que se la chupara.

Recuerdo que, mi desolación era tal que mecánicamente abrí mis labios y la dejé entrar. Fue como si me follara por la boca en lugar de yo hacerle una felación.

Mientras mi hijo me empujaba agarrándome fuertemente por el culo, yo me sentía como un pelele, como el juguete que se disputaban dos grandes tigres. Su amigo comenzó a manosearme las tetas, nunca mejor dicho, con sus manos sudorosas me hizo sentir sucia de nuevo.

Yo intentaba evadirme de aquella cruda realidad, y casi lo conseguí, cuando los borbotones de leche que salieron de la polla de su amigo me inundaron la garganta con su espesa mezcla caliente. Inmediatamente la saqué de mi boca y escupí por un lado de la cama.

Pero su amigo siguió pajeándose sobre mí y sentí sus latigazos caer sobre mis hombros y mi espalda.

Entonces mi hijo gruñó y empujó al otro chico tirándolo de la cama, recriminándole su acción. Por unos momentos sentí que se apiadaba de mi, pero luego profirió entre gruñidos que al parecer solo él tenía el derecho de correrse en mi boca.

Por lo que se volvió a subir a mi cama y me obligó a seguir chupándosela ahora a él. Pero su amigo no se quedó allí parado, volvió a la cama también y como su polla no podía usarla para penetrarme comenzó a meterme los dedos en el coño, de dos en dos y hasta de tres en tres, mientras me sobaba las tetas y mientras yo seguía chupando la polla de mi hijo.

Sólo quería que aquello acabase, —gimió Leonor con lágrimas en sus ojos—. Pero ellos seguían y seguían, de manera que cuando mi hijo se corrió en mi boca, estaba tan desesperada que chupaba con fuerza buscando su orgasmo que este me sorprendió sin previo aviso.

Esta vez, sea porque fuere mi hijo, el caso es que me tragué su corrida, yo creo que ni lo pensé. Entre alaridos disfrutó de mi mamada y yo tragué cuanto pude. Descubrí que su amigo había vuelto a follarme, así que cuando mi hijo se corrió lo empujé y me libré de él lanzándolo con mis piernas fuera de la cama. Este calló al suelo y se golpeó con el armario.

—¡Puta! —dijo levantándose amenazadoramente.

Entonces mi hijo saltó al suelo y se interpuso entre ambos con actitud desafiante. Le obligó a salir de mi cuarto y lo echó a empellones del piso.

Yo corrí hacia la puerta del dormitorio y la atranqué con silla, haciendo palanca con la manilla de esta. Luego salte a mi cama y allí me quedé en silencio. Oí a mi hijo pasar por delante de la puerta, se detuvo delante de ella y tocó suavemente.

Me negué a abrir la boca y entonces le oí: Mamá —dijo—, lo siento sólo quería darte una sorpresa, pero mi amigo se ha propasado contigo, lo siento —repitió.

¡Y tanto! —pensé yo, yo estaba allí, acurrucada entre las sábanas, sudorosa, con mi maltrecho sexo hinchado por aquel trío improvisado... seguí en allí hasta que me quedé dormida.

Desperté bien entrada la mañana. Salí y mi hijo no estaba, así que respiré aliviada. Entré a la ducha y limpié mi cuerpo de todo el sudor y olores que lo cubrían. Esto me hizo sentirme un poco mejor, luego me comí una bandeja de tostadas con mantequilla y mermelada, fue como si no hubiese comido en tres días.

Al final me tumbé en el sofá y me puse a ver la tele y me quedé de nuevo dormida. Sin saberlo llegaron a ser más de las seis de la tarde y al despertar y no ver de nuevo a mi hijo el corazón me dio un vuelco. Indefectiblemente el mal augurio se adueñó de mi alma y pasé de sentirme ultrajada, a la desesperación de pensar dónde se había metido mi hijo.

No sé el rato que pasó, sólo sé que las tardes ya eran largas, pues la primavera estaba bastante entrada y que cuando llegó, el sol ya se había ocultado bajo el horizonte.

Fue entrar por la puerta y abalanzarme sobre él como una furia, aporreándole el pecho con mis brazos, avasallándolo con mil preguntas sobre dónde había estado, y por qué me hacía aquello a mí.

Él me abrazó y paró mis golpes con entereza, me dijo que se había ido temprano pues no pudo dormir, tras recordar lo que me había hecho, y que se pasó el día paseando por la ciudad, sin comer ni nada, hasta que se quedó dormido en el césped del parque donde solíamos quedar cuando iba a verme al trabajo.

Vi lágrimas en sus ojos y supe que era cierto, que estaba arrepentido. Entonces reparé en su bolsa, era de una hamburguesería. Al verme me dijo que había comprado algo para la cena y me invitó a cenar juntos en la terraza.

Me relajé, fue como si todo se me pasara en segundos. Así que lo abracé y le di un beso en la mejilla, él me correspondió con otro beso y nos fundimos en otro abrazo. Finalmente nos fuimos a la pequeña terraza.

No hablamos, estuvimos allí sentados un buen rato, comiendo con ansiedad desmesurada. La verdad es que volví a tener un hambre canina y devoré toda la hamburguesa, todas las patatas y la coca—cola. Tanto fue así que eructé como un “albañil” —rio Leonor sonriendo mientras lo recordaba.

Isaac me dijo que se iba a duchar y yo seguí allí sentada. Tras el día de intenso calor el viento de poniente refrescaba ya el ambiente y yo, que llevaba un camisón gastado que usaba para dormir, sentía correr el aire entre mis muslos. Los tenía levantados y apoyados en una silla en frente mío, le viento pasaba entre ellos y alcanzaba mis braguitas, refrescándome al evaporar el ligero sudor de mis ingles.

En aquellos momentos pasó algo que no logré entender, recordé cada momento del trío de la noche anterior, me volví a sentir sucia, humillada y ultrajada, pero para mi asombro, me sentí a la vez excitada recordando aquellas zafias escenas.

En aquella obscena postura, con mis piernas abiertas, me aparté las braguitas y comencé a masturbarme, sintiendo el viento ahora pasar por los suaves pliegues humedecidos de mi sexo.

Cuando vino mi hijo me abalancé sobre él y empuñándole su verga tiré de ella hasta ponérsela tremendamente dura, haciendo que se sentase me levanté y pasando una pierna por encima de sus muslos me coloqué de cara frente a él, tomé su verga con una mano y abriendo los labios de mi coño con la otra, la conduje hasta mis entrañas sentándome sobre ella.

La sentí entrar bien adentro, y tras eso comencé a follarlo moviéndome encima suyo, sintiendo el íntimo contacto de nuestros sexos en aquella ardiente postura.

Seguí follándolo, marcando yo los tiempos mientras él se comía mis pezones, me magreaba los pechos, el culo y mi espalda.

Recuerdo que llegué a cotas de placer impensables por mí. Yo dominaba la fornicación y me gustaba sentir aquel poder, sentir su polla en mi sexo y decidir cuándo meterla y cuando sacarla.

Pero Isaac siempre me sorprendía con alguna de las suyas y aquella vez no fue distinta a otras, me cogió por la cintura y pegando un acelerón me folló con tremenda rapidez y fuerza. Yo me abandoné y lo sentí golpearme la pelvis con furia hasta correrse, y justo entonces se precipitó mi orgasmo, mientras me frotaba el clítoris. Tensé mi cuerpo a horcajadas como estaba, encima suyo, hasta que acabé sentándome de nuevo en sus piernas presa de convulsiones y una dulce agonía.

Sentí mi pipí correr por mis ingles mientras Isaac me abrazaba y seguía comiéndome las tetas.

No sé si se lo he dicho pero a veces se me escapa el pipí cuando el orgasmo supera mis límites y este fue uno de esos momentos. Fue como si toda la tensión sexual acumulada por la relación de la noche anterior eclosionara en forma de un liberador, profundo y mojado orgasmo aquella tarde.

Esa noche dormí como los ángeles y al día siguiente me fui al trabajo. Recuerdo que llegué un poco tarde, por lo que mi jefe me hizo un reproche, ¡pero me sentí tremendamente feliz!

—Hoy no se ha masturbado —le insinuó el terapeuta.

—No, hoy no —asintió Leonor con simplicidad.

—¿Por qué? —siguió interrogándola.

—No me apetecía —afirmó siguiendo su línea.

—Perfecto, la veo cada vez más segura en sus decisiones y eso es bueno.

—¿Si? —preguntó incrédula.

—¡Claro mujer, no piense que sólo soy un pervertido, también ayudo a la gente con sus angustias.

—¡Oh claro, claro! Usted me ayuda mucho doctor.

—Me alegro —concluyó el doctor.

—Bueno entonces, ¿hasta la próxima?

—Muy bien Leonor, la espero la próxima semana. Espero que venga con ganas de masturbarse, pues tal vez en el fondo sí que tenga algo de pervertido —sonrió el doctor.

—¡Oh, pues lo tendré en cuenta! —sonrió pícara Leonor.

Nota del autor:

La Terapia

es una novela donde no todo es lo que parece y hasta ahí puedo leer...