La terapeuta: comienzo de la verdad

Marta es internada por sus padres en el psiquiátrico privado de una amiga después de que se intentara quitar la vida, la búsqueda de las razones destapa toda una serie de secretos familiares que permanecían ocultos.

Sentada en un diván azul, agotada y todavía algo mareada, Marta , una joven de 22 años delgada y bajita, escucha la voz de sus padres hablando con una mujer desconocida al otro lado de la puerta. Ella tiene la mirada fija en la pared de enfrente de aquel minúsculo despacho, con apenas una gran mesa, con su silla y una estantería detrás llena de libros de psicología. Hablan de ella, nota como sus padres están alterados al contrario que aquella mujer que se nota tranquila, lo único que sabe es que es íntima amiga de su madre, pero no la conoce, solo escucha su dulce y cálida voz.

El tiempo pasa lento y se hace pesado hasta que todo queda en silencio, la puerta se abre y la misteriosa mujer entra tranquilamente. Saluda con una sonrisa amable, pero Marta no gira su cabeza, por el rabillo del ojo observa una mujer de unos 50 años, vestida con falda por debajo de las rodillas y un jersey de lana de cuello vuelto, apenas lleva maquillaje y luce un recogido. Sin molestarse por el silencio, se sienta en el sillón del escritorio a la derecha de Marta y comienza la conversación serenamente:

-- Buenas noches Marta, mi nombre es Carmen.- Ante el nuevo silencio, continuó hablando.- Como sabrás tus padres están muy preocupados, sé que es tarde y desearías ir a cama, pero antes de eso me gustaría hablar un rato contigo.

Marta se mantenía en silencio con cara de haber llorado durante tiempo y pese a la serena voz y seguía con la mirada perdida

-- Lo que has hecho seguramente se debe a temas de pareja, un hombre quizás.- Se detuvo buscando cualquier reacción, pero no lo hubo.- pero por lo visto es por una mujer.

Aquello hizo que volviera en sí, giró la cabeza.

-- Tranquila, estoy para ayudarte.

-- No lo creo, seguramente hará lo que digan mis padres.

-- Marta, conozco a tu madre desde que eramos niñas, por eso estás aquí. Sé como son tus padres y como piensan, pero lo que hablemos tú y yo es secreto, además aunque quieras mucho a las personas, no tienes porqué pensar igual.

Aquellas palabras parecían calmarla, sonaban veraces, tenía la sensación de poder confiar en aquella mujer, tal vez tenía la necesidad de confiar en alguien que le ayudara en su situación.

-- Podrías estar mintiéndome.

-- Si, podría pero aquellos que me conocen no dudarían de mis palabras, a lo mejor deberías darme una oportunidad.

Aunque se sentía cansada, aquellas nuevas palabras le dieron algo más de fuerza, eliminando las dudas iniciales que tenía dentro.

-- Si mis padres lo supieran, no sé si me quedarían fuerzas para seguir, ellos nunca lo entenderían.

-- No trataré de convencerte de nada. Sé que son muy estrictos con sus creencias, pero deberías también darles una oportunidad. De todas formas, aquí estoy para ayudarte a ti. ¿Quieres que hablemos?

-- Si, quizás hablar me viene bien, llevo mucho tiempo callada sin poder comentarlo con nadie y se me hace mucho peso.

-- Me alegro que pienses así, ¿qué te parece si me cuentas el principio?

-- Es algo vergonzoso y difícil de creer. Todo empezó al llegar a la universidad, mi vida estaba centrada en los estudio, casi no tenía tiempo para nada más. Había empezado medicina como mis padres querían. No tenía problemas hasta que me encontré con una asignatura que me costaba, me sentía presionada, no podía bajar la nota. El profesor era un hombre de unos 40 años que estaba sustituyendo al viejo de siempre, empecé a ir a su despacho agobiada para que me explicara lo que no entendía y acabamos líandonos.

Poco a poco fuimos hablando por el móvil y quedando para vernos en su despacho; yo tenía que usar el ingenio para que la directora de mi colegio mayor no me descubriese saliendo a horas prohibidas. Al final nos acostamos un par de veces.

-- Vaya, no pensé que me hablarías de un hombre ¿Y como la conociste a ella?

-- Todo sucedió antes de Navidad. Estaba en mi habitación estudiando cuando recibí un mensaje suyo por el móvil, quería que nos reuniéramos esa misma noche en su despacho. Me pareció extraño pero me vestí y salí hacia la Universidad, me había dado una copia de las llaves para no tener que molestar a nadie.

Al llegar a su despacho la luz estaba apagada, pensé que no había llegado así que abrí la puerta, la cerré y le dí al interruptor. Al girarme fue cuando la vi, sentada sobre la mesa.

Me quedé de piedra, tenía unos 35 años, algo más alta que yo. Era esbelta y lucía una melena morena. Fue ella la que me habló, al parecer era la mujer del profesor, al escucharlo me entró pánico, no pude ni moverme y me temblaban las piernas, creí que era soltero, quise excusarme pero no me dejó decir nada.

Su voz era segura e imperativa, no me quitaba la vista de encima con una mirada penetrante. Fue entonces cuando me ordenó quitarme la ropa, pensé que oyera mal, una broma, pero lo repitió con un tono serio amenazándome con contarlo, entré en pánico, no sabía que hacer, si me negaba y lo decía se acabaría mi vida.

-- ¿Y qué decidiste?

-- Estaba a punto de llorar pero no tuve más remedio que obedecer y quitarme la ropa, me quedé en ropa interior con la esperanza de que se acabara ahí. Se quedó mirándome de arriba a abajo, a decir verdad, eramos muy parecidas. Al poco rompió el silencio y me ordenó seguir, me sentí humillada, pero no tenía escapatoria, desee que viniera su marido para salvarme, pero eso realmente empeoraría todo.

Finalmente me quedé desnuda de pie, temblando, traté de taparme mis partes con las manos mientras se acercaba; empezó a rozarme la piel y me sentó en la silla del despacho, donde semanas atrás me tiré a su marido.

Se arrodilló ante mi con un gesto burlón y con suavidad empezó a besarme, no lo esperaba y no supe que hacer, nunca había estado con ninguna mujer. Ella no se detuvo, como si no le importara lo que hiciera, su piel me rozaba, era suave como la de un bebé, provocando un leve cosquilleo en la mía.

Empezó a tocarme con las palmas de su mano, como una niña con su muñeca de trapo, sin prisas, era agradable, relajante. Se fijó en mis pechos pequeños y redondeados, los apretó con sus manos, el contacto hizo que mis pezones se endurecieran al momento, jugueteó con ellos haciéndome sonrojar.

-- ¿Y en ese momento que sentías Marta?

-- Me gustaba, realmente me parecía excitante la manea con que me acariciaba, dejé de temblar, de tener miedo y por un momento dejé de sentirla. Me cogió por los tobillo y pasó mis piernas por encima de los reposabrazos, dejándome abierta de piernas. Instintivamente llevé mis manos para taparme, su mirada me fulminó, a mi pesar tuve que retirarlas dejando mi coño rasurado a la vista. Cerré los ojos avergonzada, mientras deslizaba sus manos por mis muslos poniéndome más caliente.

Dejó de importarme que fuera una mujer en el momento que sentí como su boca se apoderaba de mi coño, la lentitud desapareció, abrió mis labios de par en par y su lengua comenzó a moverse con un frenesí que me puso loca; no dejaba de sentirla sobre mi clítoris como si se tratase de un combate de boxeo sin tregua.

Me agarré a la silla dejando que una ola de placer inundase mi cuerpo, era la primera vez que me sentía así, no sé como pero sus movimientos me proporcionaban un goce delicioso, nunca me habían lamido de aquella manera. Me sentía mojada como un volcán que entra en erupción, y sin darme cuenta estaba jadeando fuertemente, traté de reprimirlos por pudor, pero me era imposible.

Al poco dejé de sentir la humedad de su lengua, abrí los ojos y justo en ese momento me metió los dedos en mi vagina húmeda. Podía verla torturando mi coño con las manos, la izquierda sobre mi pubis con el dedo gordo moviendo una y otra vez mi clítoris sin descanso, mientras dos dedos de la otra me penetraban profundamente, podía ver como desaparecían dentro de mi.

Le hubiera dejado todo el tiempo del mundo para aquella deliciosa tortura, aunque mi respiración era tan acelerada que casi no podía mantener el aire en os pulmones, aquella mujer movía sus manos de una forma extraordinaria, llevándome a un límite para mi insospechado, como si conociera mi cuerpo mejor que yo misma, no había sentido tanto placer masturbándome como el que me estaba dando ella.

Al poco comenzó a jugar conmigo de forma dialéctica, yo ya estaba muy caliente por entonces, mi cuerpo ya no podía resistirse. Sin detenerse me empezó a gritar toda clase de guarradas, me amenazaba con detenerse, todo aquello no hacía más que ponerme más y más cachonda, hasta tal punto que entré en su juego, contestando a sus soeces, suplicándole más y más y gritando como una loca que me corría.

Y así fue, temblé como un terremoto sin poder detenerme y jadeando como una perra en celo, en mi vida había tenido un orgasmo parecido, tuve que abrir la boca para no ahogarme y desmayarme. Cuando pude verla aquella mujer ya estaba de pie dispuesta a irse, me miró complacida y dejo una nota encima de la mesa antes de cerrar la puerta. Al levantarme pude sentir mis propios jugos resbalando por mis muslos, me temblaban las piernas, al leer la nota ponía: “La próxima vez que quieras disfrutar, llámame a mi, no al cabrón de mi marido” y al lado su numero de teléfono.

-- Menuda historia, si que debió ser fuerte para que hables así de un momento en el que te ha forzado a hacer sexo con ella.

-- No sé como pero desde ese día sentí esa conexión con la persona que una necesita.

-- ¿Y al final la llamaste?

-- No, pese a ese inolvidable orgasmo, tuve miedo de llamarla, no me atreví.

-- ¿Y que paso con su marido?

-- Dejé de ir al despacho, le dije que si no me dejaba en paz se lo diría a su mujer. Con él nunca sentiría lo de esa noche.

-- Espero que te sientas algo mejor, es muy tarde, será mejor que descanses y seguimos mañana.

Aquella conversación había sido una liberación, se sentía sin fuerzas y aquel sueño le vendría bien.

CONTINUARA.