La tentación vive en casa 1

Tomás, un hombre maduro, vive con su pareja y la hija de ella, Raquel, desde hace unos meses. Raquel es un bellezón. Lo que pasará a partir de aquí será casi inevitable.

LA TENTACIÓN VIVE EN CASA

Capítulo 1

Lo que ocurrió aquella primavera fue a la vez inesperado y esperable. Inesperado poque si alguna especie de viajero en el tiempo me lo hubiera anticipado, no me lo hubiera creído; esperable porque, aunque sus protagonistas no eran para nada conscientes de ella, se estaba formando una tormenta perfecta de días soleados y cálidos, parejas hastiadas, adolescentes hermosas cargadas de hormonas y, en mi caso concreto, excesivo tiempo libre.

Me llamo Tomás Sánchez y hacía seis meses que estaba en el paro. Había trabajado más de veinte años como comercial en una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme; veinte años pateándome media España representando a ese hatajo de ladrones. Para ellos había mentido como un bellaco sobre las bondades de sus productos y cobrado comisiones para pagarle el alto tren de vida a mi ahora exmujer, que se creía una estrella porque una vez había enseñado las tetas (maravillosas, eso sí) en una película de Vicente Aranda.

Unos años después de nuestra separación empezó mi relación con Isabel (o Isa, como la conocen todos). Una buena amiga de mi hermana y una buena mujer, con mejor físico que cerebro, pero que me rescató de mis horas bajas. Al quedarme sin trabajo, para ahorrar y para alentar una relación que necesitaba un cambio, me había ido a vivir con ella. Bien, con ella y con Raquel, su hija.

Raquel. ¿Qué puedo decir de ella? Si vieran los centenares de fotos y vídeos que tiene colgadas en sus redes sociales me entenderían. Su madre es atractiva; Raquel es perfecta. Alta, esbelta, la cara de una elfa de Lorien enmarcada en una cabellera castaña sedosa y ondulada (o lisa, según le viene en gana); pechos ni grandes ni pequeños que lleva sueltos siempre que puede y un culillo que podría pertenecer a cualquier modelo. Y los muslos… bueno, lleva años en una academia de baile, así que se lo pueden imaginar.

Seguramente ustedes pensarán: vaya cincuentón asqueroso que va a fijarse en la hija de su pareja. Yo hubiera pensado lo mismo cuando la conocí y era solo una de tantas niñas monas. Pero, ahora, en el apogeo de su madurez física y con el desparpajo que llevan las chicas de hoy en día, que se han convertido en las mejores comerciales de sí mismas, ¿qué quieren que les diga? Soñar es gratis. O eso pensaba aquella primavera de autos.

Como he dicho al principio, estaba en paro, buscando cómo reinventarme. Porque, a mi edad, la experiencia es más una carga que un grado. Había adquirido una cierta rutina: por la mañana me iba a correr bien temprano; luego desayunaba con ellas, que salían pitando para el trabajo y el colegio; repasaba ofertas y cursillos, sin decidirme por ninguno, y acababa la mañana meneándomela. Segunda ducha del día y almuerzo con Raquel, que me contaba los últimos cotilleos de la clase, los vídeos nuevos que había visto y lo pesados que eran sus profesores. Luego, una siesta de campeonato, una sesión en la piscina y a sacarle humo a Netflix. Algunas tardes, Raquel me pedía ayuda con las Mates, que eran lo único con lo que sufría para acabar el bachillerato. Yo primero la ayudaba con afecto casi paternal. Pero cada vez me daba más cuenta de que lo que realmente me apetecía era estar cerca de ella.

Isa hacía más horas extras de las que le pagaban en otra empresa especialista en explotar a sus empleados. Cuando llegaba, agotada, ya le teníamos preparada la cena, una cena que pasaba con mucha menos alegría que el almuerzo.

¿Y nuestra vida sexual? Pues de baja, claro. Fue empezar a vivir juntos y descender al mínimo. Además, a Isa, que es bastante escandalosa cuando folla, le daba vergüenza que su hija nos oyera, y se guardaba los polvos para el fin de semana, cuando la chica salía hasta las tantas. Eso, si le venían las ganas. Vamos, que entre una cosa y la otra, yo ya tenía la cafetera echando vapor. Que vale, soy cincuentón, pero estoy en forma y siempre he disfrutado el sexo como un bellaco.

Así que esta era la situación en casa cuando empezó lo inesperado esperable. Y la culpa o la excusa fueron las Mates.

Raquel estaba acabando el segundo de Bachillerato del Social. Nunca ha sido una gran estudiante, bastante trabajo tenía con su vida social real y virtual. Pero es lista. Menos con las Mates, que las tiene atravesadas desde el parvulario, como quien dice.

Aquella tarde de viernes de finales de abril, las temperaturas estaban escalando como queriendo desmentir a los negacionistas del cambio climático. Justo cuando volvía de la piscina, Raquelilla (así la llamaba a veces si la veía de buen humor) casi se me tiró encima antes de que atravesara del todo la puerta.

—Ven, tito, me tienes que ayudar.

No me gusta nada que me llame así, pero a ella se lo perdono todo.

—¿Qué te pasa ahora? —pregunté mientras me tiraba del brazo hasta su habitación.

—¡Qué va a pasar! ¡Las mates, como siempre!

Esa tarde iba vestida de forma sencilla pero particularmente incitante. Llevaba puesta una camiseta de tirantes vieja y ancha, de color negro, con las siglas de no sé qué ONG. Se la había regalado su padre y le encantaba llevarla por casa como para dejar claro que yo no lo era. Pero esta vez, quizá por el calor, no llevaba sujetador, cosa que quedó bien clara cuando se estiró para recoger el libro de Matemáticas de un estante. Antes de que volviera a sentarse tuve una buena visión de más o menos media teta. ¡Madre mía!

Si llevaba algo más debajo, la longitud de la camiseta no lo dejaba ver. Cuando se sentó, se le subió bastante y mostró una gran parte de sus muslos finos pero fuertes. Empecé a sentir que el calor ya no solo provenía del clima.

—¡Son las funciones, me vuelven loca! ¡Y el tonto de Alfonso explica fatal!

Por suerte, siempre se me han dado bien las Mates y, tras darle cuatro consejos y dos indicaciones, se puso a trabajar. Yo la observé, extasiado. La habitación es pequeña, la mesa también y casi nos tocábamos. Le repasé la carilla concentrada, la lengua medio asomando a los labios carnosos. Llevaba el cabello recogido en una cola y mi mirada recorrió cada uno de los pelos de la nuca. Le pasé la mano por ella.

—¿Qué haces? —preguntó casi riendo.

—Intento que te relajes.

—No hace falta, ya me estoy relajando.

Se estiró bien fuerte y soltó un bostezo profundo. Esa boca abierta, esas tetillas marcadas en la camiseta y el nacimiento de una asomando, otra vez, cerca del sobaco depilado. Noté que la sangre empezaba a acumularse en dos zonas peligrosas de mi cuerpo.

—¿Te encuentras bien? Estás como sonrosado.

—Le he pegado caña en la piscina, será por eso.

Ella sonrió y me subió un poco la manga de la camiseta.

—¡Estás muy fuerte, Tomás!

Resiguió con la punta del dedo la piel que cubre mi bíceps. Yo lo tensioné como para cerciorar su afirmación.

—Je, je ¡qué duro!

¿Duro? Para duro lo que me estaba creciendo entre las piernas.

Si cuento este episodio es por dos razones. La primera, porque fue la primera vez que observaba a Raquel con claro deseo; les juro que hasta esa tarde solo la había admirado como quien admira una escultura griega. La segunda, porque se puede decir que ahí algo se rompió y fue donde empezó todo.

Ella seguía tocándome el brazo distraída y yo seguía el movimiento del dedo arriba y abajo como hipnotizado.

—Estás embobado, tito.

—Me estaba fijando en el ejercicio que estabas haciendo. ¿Estás segura de que se hace así? —mentí sin demasiada gracia.

—Tú sabrás, que eres el profe.

Volvió a estirarse y luego, con los brazos, aún en alto, empezó un bailecito de medio cuerpo que hizo que se también le bailaran las tetillas. Me estaba poniendo muy enfermo. Tenía que salir de allí como fuera.

—Voy a coger el portátil y buscaré información.

—Usa mi tablet, si quieres.

—Prefiero el portátil. En esa pantalla tan pequeña no veo nada.

—Ve, vejete, pero no tardes mucho que aquí se te necesita.

Salí simulando la ya clara erección lo mejor que pude. Tenía que hacer algo, pero no sabía el qué. Todas las opciones que se me plantearon parecían irrealizables:

-          Opción A: me encierro en el baño y me hago una paja rápida.

-          Opción B: vuelvo, le agarro las tetas y que sea lo que Dios quiera.

-          Opción C: ahora me acuerdo de que tenía que comprar huevos o leche o filete de avestruz, pero vuelvo a la piscina y nado hasta agotarme.

-          Opción D: lo que finalmente hice, igual de patético.

Cuando regresé a la habitación, ella se había levantado y bailoteaba sin dejar de mirar fijamente los ejercicios. Es su forma de concentrarse. La contemplé desde el marco de la puerta, extasiado en el meneo del culo.

—¿Por qué no vienes?

—Esperaba que acabaras el show.

—Acabo.

Se sentó de golpe. Yo me senté a su lado y desplegué el ordenador. Se subió la camiseta. Empezó a rascarse el muslo. No parecía llevar más que las bragas. Si es que llevaba.

Ella volvió a concentrarse en su labor y yo en ella. La lengua volvió a asomar y se lamió los labios. La imaginé paseándola por mi polla erguida. ¡Es tan increíblemente sexy! pensé, mientras me la recolocaba para que no me doliera. Empecé a tocármela disimuladamente.

—¿Ves? —me enseñó los apuntes— Aquí dice que el dominio es del eje de las y, pero en el libro pone que es el de las x.

—Tendrá razón el libro, ¿no? —sin estar seguro ni de lo que me preguntaba.

Ella hizo un mohín que parecía hecho a propósito para parecer más guapa.

—Alfonso siempre dice que nos fiemos de nuestro criterio, que los libros a veces tienen errores. Entonces, ¿para qué nos hace comprar uno?

No sé que le habría pasado con el tal Alfonso que siempre que podía le criticaba. Empecé a pasear la vista por la web y por sus muslos casi desnudos.

—Mira, aquí dice eso, que el dominio es en las x. Y que, si la función es continua, suele ir de menos infinito a más infinito.

—¿Y esa qué página es? Alfonso siempre dice que no nos fiemos de todas las webs, que muchas tienen errores.

—Para no gustarte le haces mucho caso.

—Es un tío muy sabio, pero tiene las manos muy largas.

—¿Qué quieres decir?

—¡Ya te lo puedes imaginar!

—¿No te habrá…?

—A mí no, no se atrevería, a otras.

—¿Y no lo denunciáis?

Yo ahí, escandalizado, con la polla bien dura, que me había vuelto a tocar casi sin darme cuenta.

—Bueno, solo fue una vez con una que lo provocaba. Eso sí, a la que tiene un escote delante, se le olvidan pronto las Mates. Pero en el fondo es inofensivo. Y es buen tío.

Yo también soy buen tío. Pero esta niña es un escándalo. Escribió cuatro cosas, dibujó dos funciones y, satisfecha, empezó otro bailecillo, esta vez con las manos a los lados de la cara y los codos bien abiertos. Pensando que no me veía, me volví a acomodar la polla y me la toqué un poco sin ropa de por medio. Hervía.

Se giró otra vez, casi pillándome con las manos en la masa.

—Oye, tito, de verdad que estás muy sonrosado. A ver si habrás pillado algo. Por la madrugada aún hace frío.

—Sí, mejor me voy un rato y me pongo el termómetro.

Salí como buenamente pude porque ella no dejaba de mirarme con una sonrisa.

—Cuídate, Tomás.

La dejé ahí, fui a buscar el inútil termómetro y me paré un rato en el pasillo. La cabeza me daba vueltas, casi no podía pensar. ¿Qué hago? Lo lógico era volver a la opción A y acabar con aquella tortura. Pero la tentación era demasiado grande. Pasé a la opción D, casi sin pensar.

Al salir, no había cerrado del todo la puerta. Raquel se había puesto unos auriculares, aunque ya no bailaba, concentrada en su tarea. Se había sentado sobre sus piernas cruzadas y, aunque el respaldo del asiento tapaba la mayor parte de su cuerpo, las rodillas y una pequeña parte de sus muslos asomaban a los lados.

Casi sin pensar, me la saqué. La tenía dura como la manguera de un bombero. Empecé a recorrerla con la mano. Estaba bien caliente, larga y gruesa. Isa decía, cuando empezamos, que me podría haber dedicado al porno. A eso me dedicaba en aquel momento, el clásico maduro que se masturba de incógnito observando a la hijastra. Como poco podía ver aparte de las rodillas y la nuca, aposté por la fantasía y el morbo de la situación.

Me la imaginé quitándose la camiseta. Enseñándome las tetitas, duras y redondas. ¿Cómo tendría los pezones? Bien duros cuando se los chupara. No llevaba bragas y me mostraba el sexo húmedo. Estaba seguro de que se depilaba. Saqué la lengua y lamí el aire que sustituía a  ese sexo joven y fresco. Empecé a darle más rápido. Me la estaba jugando mucho, me tenía que correr pronto.

Imaginé aquellos labios aterciopelados recorriendo el tallo de mi verga, chupando el glande, tragándosela hasta la base. Me imaginé que le follaba la boca sin piedad, que me corría dentro, en el pelo, en la cara, en las tetas… ¡Dios, esto es una locura!

Notaba que estaba a punto. Normalmente aguanto más, pero… Noté cómo se me ponía aún más dura la polla mientras una gota de semen salía y me mojaba los dedos. ¿Me iba a correr ahí? ¿Y si me pillaba? ¿Y si le gustaba el espectáculo? Gemí y agradecí que se hubiera puesto los auriculares.

¡No podía correrme allí mismo! Me giré, me recosté en la pared del pasillo y di rienda suelta al placer. La erupción fue la de un volcán estromboliano, efusiva y explosiva a la vez, mojando de lava blanca mi camiseta y el suelo, mientras gruñía como un cerdo. Las últimas sacudidas me dejaron temblando allí mismo. Y a medida que iban desapareciendo, empezaba a asaltarme la culpabilidad.

Me quité la camiseta y limpié aquel estropicio como buenamente pude. Luego fui a mi habitación, me desnudé, me puse un albornoz y fui a decirle a Raquel que, si no me necesitaba, me iba a dar una ducha, confiando que no se diera cuenta de mi olor corporal.

—Pero, ¿estás bien?

—Si, no tengo fiebre. Mejor me refresco y se me pasa.

—Ve, esto ya va viento en popa.

Cuando ya me iba, me llamó.

—Ah, y gracias por todo, tito. Te debo una —dijo, guiñándome un ojo.

Luego, en la ducha, pensé que aquello no podía volver a pasar.

Pero aquella noche, cuando conseguí que, a pesar de su cansancio habitual, Isa accediera al sexo, mientras ella ahogaba sus gemidos y yo me la follaba con fuerza, era la imagen real y la soñada de Raquel la que llenaba mi mente. Y la que hizo que me corriera como si fuera la primera vez aquel día.

Hola de nuevo a mis lectores veteranos y por primera vez a los primerizos. Espero ser más constante con esta serie, en parte porque tengo tiempo y, en parte, porque la tengo bastante planificada de antemano, no cómo con "un verano con su hija". Espero que, dentro de la fantasía, sea más coherente.

La he incluido en Grandes series porque aunque el "amor filial" será importante, también habrá otros tipos de relaciones y porque tiene vocación de serie desde el principio.

Como en "Un verano con su hija", los personajes son reales, con nombres y algunas circunstancias cambiados. Ah, y aunque esté escrita en primera persona, Tomás no soy yo (¡qué más quisiera que convivir con la chica que inspira a Raquel!).

Espero que os guste, a los veteranos al menos tanto como la otra; y a los nuevos, como para que os sirva para descubrir la locura que empezó hace dos veranos.