La tentacion del Diablo
La historia de una novicia atrapada entre la culpa y el deseo. Tortura y castigo para la carne pecaminosa.
Volvió a su cámara con la respiración agitada. La visión del granjero y su mujer la había perturbado de nuevo.
Acostumbraba a salir tras la cena con el resto de hermanas y los rezos del día, para respirar en calma y reflexionar, pero la tentación era inmensa. Sin darse cuenta sus pasos hacían el mismo recorrido una y otra vez, cada día.
Llegaba a la ventana del viejo caserón contiguo al convento. Desde fuera se divisaba la luz tenue de las velas, se asomaba sobre el pórtico de la ventana con el pulso acelerado y allí estaban, como cada día.
Ella a medio vestir con sus ropas ajadas, él la tenia sobre la mesa, con los pantalones por los tobillos, ensartando a esa pobre mujer. Ella tenia los ojos entornados, se podía oír perfectamente sus gritos desde allí, gritos de placer, de mujer extasiada. Él apretaba los dientes como pretendiendo partirla, se podía ver asomar mas de la mitad de aquella cosa que le producía tanto placer a su mujer. Cuando la sacó completamente vio como estallaba un brote de liquido, desde la punta. Caía lacio sobre los pechos de la mujer ahora expuestos por las embestidas de aquel hombre.
Esa imagen venia continuamente a su mente cuando encendía el cirio de su estancia, la imagen del miembro del hombre asomando más de dos tercios sobre su mano.
Se agacho a refugiarse bajo la ventana, con el corazón en un puño, sentía como en su interior ardía el bajo vientre. Lo toco sobre la tela del calzón y sintió la viscosidad impregnada sobre ella.
Asustada corrió al convento y entro sigilosamente hasta su cámara para evitar encontrarse con alguna de sus hermanas en el estado de excitación en el que se encontraba.
Cerro la puerta y se apoyo sobre ella rogando a dios que la aliviara de aquellos pensamientos, que la liberara.
Encendió dos de las velas que se alzaban en la cómoda, y se quedo fija viendo su reflejo sobre los cristales de la ventana de su estancia. Estaba ruborizada. Todavía sentía aquel palpitar en su interior. Se desvistió completamente, desnuda ante la ventana. Observo su cuerpo, el cuerpo de una mujer entregado a dios. Sus diminutos pechos con los pezones duros, salientes; su vello púbico escaso pero frondoso. Su mente traicionera le recordaba en imágenes lo vivido apenas unos minutos antes, pero su sexo destilaba todavía fuego, fuego impuro que había que extinguir.
Fue hacia la cómoda y metió la mano detrás del ultimo cajón saco un manojo de ramas de laurel y un frasco con aceite.
Se tumbo en la cama y extendió el liquido dorado por su vientre, por sus piernas, por sus pechos.
Levanto hacia el cielo las ramas de laurel y las dejo caer con fuerza sobre su vientre. El ruido del impacto sobre su piel fue tenue, una oleada de dolor le recorrió el espinazo. Volvió a alzarlas y las dejo caer esta vez con mas fuerza. Mordió la almohada para evitar dejar escapar un grito de dolor. Su piel empezaba a tornase rojiza pero su coño muy lejos de redimirse se humedecía cada vez más.
Con cada golpe sus pezones se endurecían mas, su sexo ardía, y sus ganas de gritar crecían ya no de dolor ahora eran de placer. Apretaba sus muslos para contener el río que brotaba de su sexo e imaginaba al granjero, al hijo del mismísimo diablo como la sometía, con su pene estriado que la desgarraba por dentro. Lo veía llenándola con su semilla, sintiendo el olor de azufre impregnando las sábanas.
Alargó la mano hasta la cómoda y cogió una de las velas que se consumían. Dejo caer sobre su pecho la cera líquida que contenía el plato. Esta vez un alarido, apretó los dientes mientras la cera se solidificaba sobre sus pezones, cogió la vela todavía caliente y la apretó contra su coño. Sintió como los restos de cera se pegaban a su clítoris Hinchado. Abrió las piernas y comenzó a frotarse con las ramas de laurel ensangrentadas. Sangre que se mezclaba con su flujo y manchaba las sabanas. Ya no podía mas, su vientre ardía en carne viva su estado de excitación no le abandonaba, todo lo contrario con cada tortura a la que sometía a su cuerpo este reaccionaba deseoso de más.
Volvió a tomar la vela que yacía sobre las sabanas húmedas por su flujo y se la introdujo entera dentro de su coño, su mano se dirigió hasta uno de sus pezones recubierto de cera y lo retorció clavando las uñas en él. Sentada sobre la cama comenzó a moverse sobre el objeto que profanaba su coño. Mientras las hojas de laurel volvían a azotarla esta vez en la espalda.
Imagino a aquella bestia, con su inmenso falo como la obligaba a someterse, como la sodomizaba. Blandía su enorme pene estriado y la ensartaba, y ella gozaba, gozaba de la tentación del diablo, de cómo la había convertido en una sucia y sometida esclava.
De repente una explosión en su interior le hizo soltar esta vez un alarido de placer inmenso. El flujo brotaba de sus entrañas como un río, volcándose sobre las sabanas, mezclada con la sangre que manchaba su monte de venus y su vientre.
Cayo de espaldas, rendida, mareada. Su cuerpo ensangrentado, ajado, le escocían las heridas, sentía como ardían.
Durante la noche se despertó sobresaltada, ordeno la estancia y antes de recostarse en la cama de nuevo observo por la ventana. Cubrió su cuerpo con un camisón basto y se sumió en un sueño devastador. El diablo la tenia. Era su esclava para la eternidad.