La Tentación de Eva (1)

Tú, hombre morboso tras la pantalla. Yo, mujer sedienta dispuesta a hacerte enloquecer. Relájate, ponte cómodo, ensuciemos el momento. Quietas las manos, ya tendremos tiempo de salvaje fricción.

Tú, hombre morboso tras la pantalla. Yo, mujer sedienta dispuesta a hacerte enloquecer. Relájate, ponte cómodo, ensuciemos el momento. Quietas las manos, ya tendremos tiempo de salvaje fricción.

Entras a mi local. Aún no sabes muy bien que has venido a hacer aquí, solo sigues la recomendación de un amigo. “Hazme caso, no te arrepentirás”. Y aquí estás, entrando en un antro de leds azules y olor a ginebra vacío. Te he visto aparecer por la puerta, pero tú estás tan entretenido analizando el lugar que no te has percatado de mi presencia. Me gusta juzgarte en silencio. Eres bastante sexy, aunque debo confesar que hace falta poco para prender mi mecha. Te veo un poco desorientado así que te echaré un cable.

  • ¿Qué quieres beber?

Te he sorprendido, desde luego. Ahora eres tú quien me juzga. Tu mirada me recorre de arriba abajo. Mi media melena oscura, mis grandes ojos negros, mis labios carnosos… Mis pechos medio expuestos por una camisa holgada con tremenda abertura. Te mueres por hundir tu cara en el canal, entre mis senos. Salivas bastante, ¿no te estarás poniendo nervioso?

  • ¿Algo de beber? Pareces sediento.

Tus ojos vuelven a mi cara. Haces bien, no ibas a descubrir mucho más desde el otro lado de la barra. Ya habrá tiempo de conocernos mejor. Dime, ¿qué quieres? De beber, malpensado.

  • ¿Qué te parece si te invito a unos chupitos de tequila?

Por la cara que has puesto diría que el tequila te trae recuerdos. Espero que sean de los buenos porque me muero por un chupito ahora mismo. Los sirvo bajo tu atenta mirada. ¿Te gustan mis manos, verdad? No dejas de mirarlas mientras sujetan la fría botella. Igual las imaginas alrededor de otra cosa, algo que parece que empieza a despertar tras la barra.

  • Salud.

Cómo arde, qué bien sienta. Me quema las entrañas. Aunque ya llevan un rato ardiendo, desde que entraste por la puerta y empecé a imaginar todo lo que te haría. No es justa tanta espera, pero las cosas de palacio van despacio . Otra vez tus ojos en mi escote. Una sutil sonrisa se te escapa al descubrir mis pezones duros bajo la fina tela que los cubre.

  • ¿Y qué te trae por aquí?

  • Un amigo me hablo de este lugar.

Tu voz suena muy excitante. Me encantaría escucharla susurrándome guarradas en la noche. Noto como empieza a humedecerse mi coño, como lubrica expectante. Salgo de la barra y me acerco a ti. Tu mirada reinicia su recorrido truncado. Tras mis poderosas caderas se intuyen unas nalgas sabrosas. No pienso decepcionarte. Te cojo de la mano y te invito a seguirme. Ya de espaldas a ti, descubres mi culo. Imagino tu excitación, no eres el primero ansioso por cabalgarme por detrás. Me sigues local adentro, subimos unas escaleras metálicas y recorremos pasillos de paredes empapeladas y miles de puertas. Hemos llegado, abro la puerta número seiscientos seis. Sin mediar palabra entramos. Luz roja, cama doble, espejo en el techo, un maravilloso sillón de terciopelo en una esquina y poco más.

  • Bienvenido a mi habitación de las primeras citas. Espero que te guste jugar.

Asientes. Claro que te gusta jugar, lo he sabido desde el minuto uno. El bulto tras tu bragueta no dejaba lugar a dudas. Lo que no esperaba es que te abalanzaras sobre mí con tal intensidad. Calma, es mi turno. Llevo mi mano a tu pene, erecto, rígido. Llevo demasiado tiempo deseando tenerlo entre mis manos. Lo acarició y te empujo suavemente sobre el colchón. Caes rendido sobre la cama, descubres en el techo el espejo y sonríes. Me deslizo sobre ti y saboreo tus tentadores labios. Saben a tequila y lujuria. Tu lengua traviesa juega con la mía. Noto tu paquete ansioso y vuelvo a las andadas. Te como la boca para acabar comiéndote la polla. Bajo por tu cuello, lamiéndolo, mordiéndolo, marcándolo.

Me detengo en tus pectorales, en tus curiosos pezones, hundo mi cara en el poblado amasijo de vello de tu esternón que me hace cosquillas, bajo mi lengua por tu abdomen hasta llegar a la tupida frontera. Cojo tu pene y lo lamo. Primero la punta, absorbiéndola y rodeándola. Luego recorro toda la longitud de tu miembro, de abajo a arriba. Mientras con una mano empiezo a masturbarte, mi boca se dirige a tus testículos. Los lamo y los succiono, sin importar las cosquillas del vello púbico sobre mi piel.

Con la mano desocupada acaricio tu perineo. Escucho tus gemidos en la distancia. Empiezo a meterme tu pene en la boca y a succionar, bajando y subiendo a un ritmo cada vez más rápido. Con más brío, con más dedicación. No consigo que tu miembro entre al completo en mi boca y aunque hago el esfuerzo, provocándome arcadas, acabo desistiendo. Así que me ayudo con las manos y con tu pelvis inquieta, y continúo el vaivén, coordinando mis movimientos. Cada vez más frenético, más rápido. Entre gemido y gemido cada vez hay menos silencios. Tu pulso se acelera y pronto me aúllas que te vienes. Te miro, cual tigresa mira a su presa. Tus músculos se convulsionan y me preparo. No aparto la boca de tu miembro. Sé que llegará y espero su llegada impaciente. Deseo saborear tu néctar, tragar tu leche. Te dejas ir, acompañando tu carga con un sonoro gemido. Tu esencia me llena la boca y yo me relamo. Salada, espesa, resbala garganta abajo.

Nos miras en el espejo que hay sobre nosotros. Debe ser una estampa muy bonita vista desde arriba. Me limpio las manos viscosas con la sábana y me dispongo a ponerme en pie cuando te incorporas de golpe, agarrándome del brazo. Me sorprende tu voz:

  • ¿A dónde vas? Esto solo acaba de empezar.

Sabía que te gustaba jugar, lo sabía.

CONTINUARÁ