La tentación de Eugenia - Capítulos I al XI
Así inicia la relación entre Eugenia, una mujer que lo tenía todo en la vida, con el único hombre que la había hecho sentir el deseo de poseerlo a cualquier precio.
CAPÍTULO I – LA PERFECCIÓN Y EL EGO
Debo comenzar por definir que Eugenia lo tenía todo. Recién había cumplido los 30 años, pero ante los ojos de cualquiera que no la conociera aparentaba tal vez 23 o 24, gracias al ahínco que ponía en el ejercicio diario y constantes tratamientos de la piel. La posición económica por demás cómoda que su exitoso marido le podía dar, le había permitido tener tanto el tiempo para dedicarlo a ella misma, como el presupuesto para colocar todo en su cuerpo del tamaño que ella deseaba, en el lugar que ella deseaba.
Tenía un rostro poco convencional, por lo cual llamaba mucho la atención y atraía más miradas que cualquiera de sus amigas. Una combinación de ojos azules profundos con una tez morena clara, acompañados de marcados pómulos y labios pálidos y carnosos.
Tenía un cuerpo de ensueño que gracias a que aun no tenía hijos, permanecía torneado y libre de las carnes que a varias de sus amigas les colgaban. Un cuerpo de cintura diminuta y un par de tetas que llamaban la atención hasta del más puritano; de culo torneado y duro gracias al ejercicio, de piernas largas y firmes y de piel coloreada a la perfección en cada centímetro. Un cuerpo que había sido profanado solo por dos hombres en su historia, pero que con su consentimiento había sido mostrado y prestado a las manos de muchos más, solo con el fin de sentirse bella y causar la excitación de que tenía la suerte de ir pasando mientras cruzaba por alguna ventana de su casa desnuda, se cambiaba el top del traje de baño en público en la playa, o con una borrachera encima se animaba a rozarlo en alguna disco.
Tenía el matrimonio perfecto; con un marido -Daniel- que sus amigas envidiaban, pues a pesar de ser un empresario exitoso, se daba el tiempo de atenderla llevándola a cenar, de vacaciones al extranjero, y regresando a casa temprano con ideas traviesas para terminar haciéndola gritar a los 4 vientos un orgasmo en cualquier parte de la casa, mientras la servidumbre buscaba un rincón en donde esconderse con una mano por debajo de la falda y soñando que eran ellas a las que aquel hombre hacía gritar.
Dicen que no importa cuánto tengas, siempre quieres más; y en eso Eugenia estaba de acuerdo.
Imaginaba la triste vida de sus amigas con maridos panzones, de picha corta y eyaculación precoz – seguido escuchaba aquellas quejas mientras tomaba café con ellas – Miraba al entrenador del gimnasio que resultaba ser también el amante de Lucrecia, una de sus mejores amigas, y llegaba a la conclusión de que su marido era más atractivo que él. Aun así, Eugenia le permitía de vez en cuando al entrenador que la rozara de más o pusiera sus manos donde no debía, más para excitarlo a él que para disfrutar de otras manos – aunque ella misma aceptó en su mente que llegaba a sentir unas cosquillitas ricas cuando se propasaba en ocasiones –
Fantaseaba como cualquier mujer. Se encerraba en su habitación con la Tablet en mano viendo alguna novela española mientras imaginaba cómo sería tener la cara de aquel barbudo joven entre sus piernas. De vez en vez miraba algún video porno y decidía proponerle una nueva aventura a su marido, quien siempre estaba dispuesto a llevarla a cabo.
Se aparecía desnuda frente a Lilia, la chica que desde hacía años ayudaba en casa, y disfrutaba viendo de reojo como admiraba su cuerpo, tal vez pensando que le gustaría tener uno igual, tal vez pensando en disfrutarlo ella misma. Comenzar una conversación con Lilia mientras caminaba de un lado a otro de la habitación desnuda o en ropa interior le causaba placer, pues los nervios de la chica la hacían desvariar un poco sus respuestas mientras no sabía a donde dirigir su mirada. Comenzaba preguntándole sobre el clima, y terminaba sacándole información sobre las escapadas que se daba los domingos con su novio, incluso disfrutaba de darle consejos de cómo excitarlo más y preguntarle cada lunes el efecto que sus consejos habían tenido.
Sin duda oportunidades de ser infiel no le faltaban; algunas de ellas incluso bastante tentadoras, como era el caso de Joaquín, su maestro de Yoga, o del mismo entrenador del gimnasio, que a pesar de ser amante de su amiga no dejaba pasar la oportunidad de lanzarle miradas que si hablaran, serían apenas aptas para mayores de edad. Sin embargo nada; absolutamente nada de lo que le sucedía parecía llenar ese vacío que Eugenia sentía, y que a pesar de tener todo en su vida, la hacía sentir con una necesidad de adrenalina fuera de lo común.
CAPÍTULO II- AB
Dicen que para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo… y eso fue lo que le pasó a Eugenia.
Un buen día Daniel le llegó con la novedad de que su hermano menor Abraham, a quien apodaban simplemente “Ab”, vendría a la ciudad a estudiar la Universidad, y que mientras le encontraban un departamento prefería que se quedara con ellos para ver su comportamiento y educarle con los mismos principios de responsabilidad que a él le habían dado años atrás.
“Un mocoso de 17 años con el pito parado todo el tiempo viviendo en mi casa” le dijo Eugenia a sus amigas cuando les contó. Y eso era lo que ella pensaba, pero a diferencia del placer que le causaba que otros hombres – de cualquier edad – pensaran en ella con ideas morbosas, el tener al hermano de su marido asechando sus movimientos no le causaba ningún tipo de gracia.
Ab era completamente diferente a su hermano, física y mentalmente. Sin duda alguna parecía mayor de lo que en realidad era, y aunque su cara era aun la de un adolescente, su altura de casi 1.90 mts, su voluminoso cuerpo de jugador de futbol americano, y una madurez poco común para conversar, fueron las 3 cosas que más sorprendieron a Eugenia desde el primer día de la visita de su cuñado.
La primer semana fue de nerviosismo para Eugenia. Por primera vez alguien a su alrededor no presentaba el más mínimo interés en ella, por el contrario, le despertaba al 100% su interés, al grado de observar cada uno de sus movimientos, revisar sus cajones mientras no estaba simplemente para ver su ropa o buscarle algo oculto, y cambiar las conversaciones con Lilia sobre su novio, por preguntas de todo tipo relacionadas a su cuñado.
Pronto Eugenia descubrió que Lilia se sentía altamente atraída por Ab, y la chica se abrió por completo con su jefa para platicarle cómo, cuando entraba en su habitación, lo encontraba tirado en la cama boca abajo dejando al aire lo que ella llamó “unas pompotas” cubiertas solo por un ajustado pants de dormir, o aquel sábado en que lo vio levantarse al baño y traía “su cosa parada”. ¡que bárbara Lilia! ¿pues en qué te andas fijando?, le preguntó Eugenia. A lo que la chica respondió riendo que era imposible no fijarse, pues cualquier parte del cuerpo que le viera al muchacho, él era “todo grandote”.
Sin duda la llegada de Ab había sido de gran beneficio para Lilia, pues su estirada jefa parecía ahora su amiga, y aunque no lo supiera, compartía un interés en común: el inquilino. Para Eugenia mientras tanto, aquel chico que se hospedaba en su casa se convirtió más que en un tema de conversación, en una obsesión.
Un jueves por la noche Daniel llegó temprano a casa con ganas de revolcarse con su mujer. A diferencia de otras veces cuando no les importaba que la servidumbre los fuera a ver, se encerraron en su habitación por respeto a Ab, que esa noche se había quedado en casa estudiando para los exámenes de ingreso.
Eugenia se tendió boca arriba en la cama y abrió las piernas al más puro estilo de una aburrida puritana, sin embargo cuando su marido la penetró, comenzó a pegar de gemidos más fuerte de lo normal a pesar de las señas que Daniel le hacía de bajar la voz. Pensando menos en ella que en otras ocasiones, y pensando más en ser escuchada a través de las paredes de la habitación.
A la mañana siguiente decidió no arreglarse temprano como siempre lo hacía. Se dejó su pijama ajustada al cuerpo sin ropa interior al despedir a Daniel hacia el trabajo, y se dio a la tarea de preparar el desayuno ella misma.
Aun no se despegaba de la estufa cuando se apareció Ab. Como por instinto Eugenia sacó un poquito las nalgas para marcarlas en su pantalón y se limitó a darle los buenos días sin voltear. El chico le respondió el saludo y le preguntó si había la posibilidad de que pudiera tomar algo de lo que estaba preparando, pues el olor era delicioso.
¡Dios, aquel chico era demasiado atento para su edad, y eso no lo podía soportar Eugenia! Claro que si Ab, le respondió, en un momento te sirvo. Terminó de preparar el guisado sin voltear siquiera a verlo mientras pensaba que el chico seguramente le estaba mirando la cola y pensando en los gritos que había escuchado una noche anterior.
La inmersión en sus pensamientos la hizo olvidarse de que no llevaba bra, así que cuando se giró para servirle a su cuñado, éste tuvo la reacción más lógica y natural del mundo, seguida de un sentimiento de culpa que lo hizo agachar la cabeza para seguir viendo su teléfono mientras Eugenia le servía.
La mirada de Ab sobre las tetas de Eugenia duró una milésima de segundo, sin embargo, a diferencia de las decenas de miradas que ella recibía a diario y que no le causaban la más mínima reacción, ésta la hizo sentir diferente, nerviosa, inquieta, y al final aunque no se lo quiso aceptar a si misma: excitada.
Lilia, desde la sala, se dio cuenta de aquel numerito. Mira pues la señora, dejándose ver en paños menores por el muchacho y tentándolo con ese cuerpo de amazona que se carga; ¡ay Eugenia! No te vayas a estar metiendo un problemón, pensó. Sin embargo, lejos de preocuparse por su jefa, sintió celos, unos celos que no sentía con su novio, a pesar de que aquel chamaco ni siquiera le había dedicado una mirada.
Para estos momentos ya sería conveniente saber lo que Ab pensaba, así que me limitaré a entrar en la mente de un chico de 17 años educado por grandes empresarios, donde por ahora solo existía la meta de lograr entrar en una prestigiosa Universidad y convertirse tanto en un estudiante de Ingeniería, como un liniero ofensivo del equipo, y para su desgracia, tenía algunas horas de haberse hecho consciente de que la esposa de su hermano, a quien admiraba tanto, resultaba ser un bombón de mujer, y que a pesar de que él la veía como una “señora”, los gritos de placer que una noche antes escuchó, aunado al cuerpo que esa mañana vio cubierto por muy poca ropa, le quitaron la venda adolescente de los ojos para que la comenzara a ver distinto.
CAPÍTULO III – LILIA
A Lilia la había seleccionado Daniel 3 años atrás, cuando aún a él le cruzaban por la cabeza pensamientos de “chavorruco” calenturiento, así que se pueden imaginar que no era una chica fea a la cual contrataron por sus habilidades de limpieza o su seriedad. Por el contrario, a pesar de su corta estatura – apenas 1.55 mts. – Lilia tenía un rostro pispireto y todo en su lugar; hecho que le había logrado hacerse de un “novio” al que Eugenia imaginaba como un chofer o un jardinero de alguna de las casas vecinas, pero en realidad era el hijo de la familia Reveles, un chico de 23 años que la usaba para cumplir todas sus fantasías a cambio de regalitos que Lilia escondía de sus jefes. Cabe mencionar, que los tips que su jefa le daba, le habían servido de las mil maravillas para mantener al chico comiendo de su mano, tanto que ya estaba a pocos meses de convencerlo de que necesitaba un coche para poder ir a su pueblo.
Gran parte de los regalos que su novio le daba a Lilia eran ropa interior, que debía vestir cada domingo cuando saliera con él, así que la chica decidió sacar del baúl escondido algo que pudiera usar en el día a día y que tal vez en alguna oportunidad pudiera mostrar un poco a Ab para despertarle su deseo. A fin de cuentas, la señora Eugenia todavía pensaba en ella como una inocente pueblerina experimentando con el jardinero del vecino y no estaría alerta de una ofensiva de su parte.
El momento favorito del día para Lilia era el lapso entre las 9 y las 11 de la mañana, pues era cuando Eugenia salía al gimnasio o a su clase de yoga, y Ab se sacaba la playera para echarse a la piscina y asolearse un rato después de desayunar.
Lilia solía pasarse casi 40 minutos limpiando la misma habitación, coincidentemente la que tenía un ventanal hacia el jardín. El cuerpo de Ab era muy distinto al de su novio, era grueso, incluso con algunas lonjas encima de lo que parecía ser un trabuco de duros músculos; sus nalgas eran demasiado abultadas y duras, incluso de más para ser las de un hombre según la apreciación de Lilia, y sus piernas eran gruesas y musculosas.
En su fantasía se preocupaba por el hecho de que Ab fuera tan fuerte y grande, y ella tan frágil y pequeña, como si en realidad algo fuera a suceder entre ellos, sin embargo el soñarlo sobre ella le daba una razón más para aguantar los aburridos días en aquella casa donde todo había sido tan común y corriente, hasta que aquel chico había llegado. ¿Qué le gustará que le hagan?, pensaba Lilia. ¿Le gustará que se la chupen como a mi novio?, ¿Qué se sentirá chupar una tan grande como la que se ve que tiene?, ¿Será un chico romántico, tal vez ni siquiera le gusten las cosas sucias y prefiera el amor con caricias y besos? Invariablemente todo aquello fue afectando su desempeño con el vecino, pues mientras lamía su escuálido cuerpo con un par de flácidas nalgas, y su pene de no más de 10 centímetros, pensaba en aquel chico que estaba disponible para ir a saltarle a su cama cualquier noche y hacerle sentir lo que seguramente jamás había sentido.
De pronto se armó de valor esa mañana, y decidió dejar la habitación para salir a limpiar algo en el jardín. Buenos días joven Ab, ¿Le molesta si limpio las mesas mientras usted se asolea? Preguntó Lilia. Claro que no Lilia, es tu trabajo y por favor dime si en algún momento te estorbo, respondió Ab. Sin duda alguna la caballerosidad del chico no solo encantaba a su jefa; también enamoraba a aquella chica acostumbrada a que la trataran de puta y no le pidieran permiso para nada.
Llevaba puesta una tanga blanca debajo del insípido uniforme de mucama que le hacían llevar, así que seguramente si se agachaba lo suficiente, lograría que el chico mirara más de lo que debería mirar, y despertara en él un deseo diferente.
Lilia no se enteró si Ab había podido pillarla, pero yo les puedo contar que sí. Lejos de hacerlo de manera vulgar, Lilia supo inclinarse apenas lo necesario para levantar las patas de las sillas y barrer debajo, permitiéndole a un sereno Ab que se limitaba a tomar el sol, alcanzar a ver apenas la parte inferior de sus acolchonadas nalgas en un par de ocasiones, y perder la tranquilidad de una mañana de verano para convertírsela en una oportunidad de descubrir que aquella chica inocente vestida en traje holgado de mucama, podía resultar mucho más atractiva que algunas que había conocido en la Universidad.
La imagen quedó grabada en la mente de Ab, perturbándolo por las noches e inquietando su serenidad por las mañanas.
CAPÍTULO IV – EL DESEO DE EUGENIA
Eugenia disfrutaba cada día más en la cama con Daniel. El hecho de saber que su cuñado los estaría escuchando la hacía retorcerse de placer y lanzar gemidos profundos, lo cual a Daniel dejó de preocuparle, y comenzó a ocuparle en hacerla sentir cada vez más excitada. Eugenia recompensaba cada esfuerzo de Daniel volviéndose cada vez más dedicada en los detalles extra-sexo; ¿Qué mal podía causar si el oral duraba unos minutos más?, ¿Qué podía pasar si dejaba que su esposo la penetrara por el ano más veces y no solo en ocasiones especiales?, ¿Qué mal le podía hacer si Daniel la bañaba en leche por todo el pecho con una buena masturbada como las que hacía años no le daba?
La respuesta a esas preguntas era muy sencilla; no causaba ningún mal, por el contrario, permitía que su cuñadito escuchara como ella era capaz de hacer gritar de placer a un hombre.
El desayuno se convirtió en un evento sagrado para ambos; un momento a solas, un episodio donde se intercambiaban miradas y deseos al por mayor. Ab jamás perdió la caballerosidad, miraba a su cuñada solo cuando ella no lo veía, y eso a ella le gustaba, la hacía sentir respetada, y aunque para ella lo importante nunca fue el cuerpo de su cuñado, comenzó poco a poco a darse cuenta de que no solo era un caballero, sino que resultaba bastante atractivo a pesar de su juventud y posible inexperiencia.
Eugenia tuvo que cambiar su horario de gimnasio, pues cada día llegaba más tarde. Las conversaciones con Ab eran interminables en la sobremesa; hablaban de ellos como si estuvieran hablando dos personas de edades similares, Eugenia intentaba constantemente sacarle información sobre alguna posible novia, y Ab siempre respondía que no existía nadie en su vida. Él se interesaba por el hecho de que su hermano tuviera una relación tan estable y le preguntaba cómo lo lograban, y ella se llenaba la boca hablando de amor y respeto mientras por dentro ardía en deseos de arrancarle la ropa a aquel chico.
Así fue creciendo poco a poco el deseo de Eugenia. Así fue cambiando poco a poco el concepto del “mocoso calenturiento” por el de un objeto de deseo prohibido. Y lo prohibido sabe mejor.
Ab no concebía el deseo de poseer a su cuñada, pero si se fue interesando cada día más en la relación de su hermano con ella; tanto, que decidió perder el respeto y salir de su habitación algunas noches para acercarse a la puerta donde Daniel estaba disfrutando de las bondades de un matrimonio pleno. Escuchar los gemidos de Eugenia tan de cerca era exquisito, casi tanto que podía imaginar exactamente lo que estaba sucediendo ahí dentro.
CAPÍTULO V – EL PRIMER ENCUENTRO
Ella ya no soportaba más. Su mente había ido creando poco a poco historias y fantasías que la habían llevado a humedecer sus interiores prácticamente todos los días durante las últimas semanas. Vagaba por la casa casi como un zombie buscando el rastro de un ser vivo, en este caso, el de Ab; y pensando que en cualquier momento se encontrarían de frente y él sin decir palabra alguna la tomaría para hacerla suya.
Pero como aquello nunca sucedió. Ella decidió arriesgarlo todo.
Dentro de su mente se escuchaba un zumbido que opacaba cualquier sonido a su alrededor. El zumbido de haber tomado la decisión de dar el primer paso; un paso que posiblemente la haría perder todo lo que había construido por años, pero que estaba segura que valdría la pena si se lograba.
Eran las 10 de la mañana de un miércoles y Ab se había metido a bañar para prepararse a ir a la Universidad al mediodía. Ella intuía que el chico transitaba desnudo por su habitación, pues siempre veía la ropa preparada sobre la cama antes de que cerrara su puerta para meterse a la ducha, así que si ella entraba sigilosamente al cuarto y esperaba a que él saliera, podría usar cualquier excusa para tenerlo frente a ella desnudo y actuar sin dejarlo pensar.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de que la puerta de la habitación no tenía llave, y aun mejor, que la ropa estaba doblada sobre la cama, incluyendo el interior. Así que vuelta un manojo de nervios cerró la puerta detrás de ella y con todo el sigilo del mundo se acercó a la cómoda que estaba frente a la puerta del baño. Tenía que pensar rápido, pues la regadera ya no se escuchaba, así que en cualquier momento todo sucedería.
Por desgracia no alcanzó a pensar mucho cuando Ab apareció desnudo frente a ella y sus miradas se toparon. El chico se quedó helado y solo se le ocurrió taparse sus partes con la mano derecha mientras en voz muy baja comenzaba a pedirle disculpas por haber aparecido así. Ella se sorprendió de que fuera él quien se disculpara, y luego de lograr hilvanar palabra le respondió la disculpa diciendo que no debía haber entrado en su habitación así. La realidad, a pesar de las disculpas, fue que ninguno de los dos se hizo atrás; permanecieron inmóviles uno frente al otro mirándose a los ojos y sin hablar durante varios segundos.
Ella se armó de valor entonces y decidió seguir adelante con su plan.
Sin más ni más comenzó a desabrocharse lentamente la blusa esperando que él la detuviera si así lo deseaba, pero no sucedió. Ab la miraba atónito mientras descubría su pecho e iba revelando lentamente un par de tetas aún más atractivas de lo que se hubiera imaginado; hasta que dejó caer la blusa al piso.
Sin quitarle la mirada de los ojos comenzó a zafarse la falda y a descubrir sus caderas lentamente. Ab la miraba fijamente mientras con timidez comenzaba a quitar la mano de encima de sus partes para descubrirlas. El momento fue tan coordinado que parecía de película. Ella dejó caer la falda y Ab descubrió que no llevaba nada debajo; mientras él dejó al aire su miembro haciéndolo campanear de un lado a otro y comenzando a mostrar señales de erección.
Si ella había sido la que había tomado la decisión, había que continuar con el liderazgo, así que sin mucho pensar se fue acercando a Ab mientras sus rodillas temblaban, y cayó hincada frente a él. No podía evitarlo, la costumbre del servilismo hacia su hombre era demasiada, así que se olvidó de su propia satisfacción y de un bocado se metió el pene del chico en la boca dándole un sonoro chupetón que logró que Ab tuviera una erección inmediata.
¿Qué estás haciendo Lilia? Le preguntó en voz baja. A lo que ella respondió levantando la mirada y diciéndole que estaba a punto de llevarlo al cielo con una chupada; que por favor se dejara llevar.
Aquel miembro que Lilia había visto debajo del pants un sábado, hoy creció pleno frente a sus ojos. Ella lo miró, lo tomó con la mano derecha, y lo metió en su boca comenzando a propinarle una serie de chupetes que hicieron que Ab volteara los ojos y tuviera que sostenerse del marco de la puerta para no caer.
Mientras lo lamía y lo comía pensaba en su triunfo. En que dentro de no mucho aquel enorme joven que casi le doblaba la estatura estaría dentro de ella partiéndola en dos y haciéndola gozar como jamás lo había hecho. Sus pensamientos la hicieron poner más ahínco en el oral, y el chico no tardó mucho en pagar el precio de la inexperiencia.
Lilia recibió toda la carga en su boca y mirando al confundido muchacho los tragó. Luego con una sonrisa le dijo que no se preocupara, que le encantaba saber que lo estaba haciendo pasar un buen momento. Y mientras se levantaba del piso fue caminando de espaldas hacia la cama y se puso en cuatro puntos de apoyo dejando la cola en el borde de la cama.
Ab no podía creer lo que estaba viendo. Aquel corazón perfecto que se formaba con el culo de Lilia lo esperaba, y entre las piernas una rajita perfectamente depilada lucía húmeda y brillante como pidiéndole que la embistiera. Su juventud y la excitación lo hicieron que ni siquiera perdiera la erección, así que sin más ni más se puso detrás de ella y con movimientos torpes la penetró dejando entrar su miembro hasta que su pelvis chocó con las nalgas de Lilia.
Lilia no gimió, simplemente sonrió. Aquello era exactamente como lo esperó, y se sentía aliviada. Un enorme cuerpo la chocaba por detrás mientras la tomaba firmemente de las caderas. Un enorme y gordo pene entraba y salía de ella mientras el roce la hacía tocar el cielo. Nada importaba en ese momento, no importaba si el chico volvía a terminar en 10 segundos, pues sabía que aquella no sería la última vez, sino que la escena se repetiría constantemente y ella podría irlo enseñando cada día a hacer mejor las cosas… más a su manera.
Para cuando dio cuenta, sintió que el chico ya se había terminado dentro de ella y su pene comenzaba a sentirse flácido y húmedo.
Se puso de pie de inmediato para que la leche escurriera por sus piernas mientras observaba como Ab estaba de pie, atónito, con su cosa colgando repleta de fluidos, pero aun así imponente. Le sonrió, y poniéndose de puntitas le dio un beso “de piquito” en la boca y una palmadita en el pecho.
Yo tengo el mando, pensó. Así que se vistió en menos de 30 segundos y lo dejó ahí de pie, desnudo, todavía sin creer lo que acababa de pasar.
CAPÍTULO VI – LA MAESTRA
Aquel chico serio y caballeroso se perdió en el intento. Ab se convirtió en un cachorro detrás de una perra en celo con Lilia; persiguiéndola constantemente por la casa para insinuarle si estaba lista para más, dejando la puerta completamente abierta mientras se duchaba para intentar repetir la escena y buscándola con la mirada cada vez que se topaba con ella en casa.
Incluso las insinuaciones de su cuñada le pasaban ya por alto. Se le aparecía en las mañanas vistiendo una delgada blusa que transparentaba sus duros pezones, pero Ab solo podía pensar en las pequeñas pero firmes tetas de Lilia moviéndose de un lado a otro mientras la embestía por detrás.
A Lilia no le interesaba más nada que estar con Ab. A fin de cuentas los regalitos los obtenía de su escuálido novio mientras se dejaba coger pensando en el abultado torso de su amante furtivo.
Justo cuando Ab menos lo esperaba, llegó la segunda sesión. En esta ocasión Lilia lo esperaba en la cochera escondida detrás de la enorme SUV de su jefa cuando regresaba de la Universidad por la noche. Tras el susto que le propinó, le dijo que guardara silencio y se hincó en el piso para desabrocharle el pantalón.
Vas a guardar silencio, vas a aprender a disfrutar en silencio, pero sobre todo, vas a aprender a que la sesión dure más, así que cuando sientas que ya vas a terminar, me vas a jalar suavemente el cabello para que yo pare un momento ¿de acuerdo?, le dijo en voz muy baja Lilia.
Lilia fue especialmente delicada. Lamiendo a Ab de arriba abajo muy suavemente y poniendo más atención en sus bolas que la última vez. El chico no tardó ni un minuto en jalarle el cabello, así que ella con una sonrisa en la boca dejó de atender su pene y comenzó a deleitarse por un momento masajeando aquellas enormes y duras nalgas del deportista.
Cada vez que notaba que Ab estaba más tranquilo regresaba a su trabajo, subiendo la intensidad cada vez para que aguantara menos, hasta que decidió dejar que todo continuara y permitió que Ab le descargara nuevamente una enorme cantidad de leche en la boca que casi la hace ahogarse.
Aquello de que lo dejaran de pie con las verijas de fuera y huyeran ya se estaba haciendo costumbre, pero a Ab no le molestaba; por el contrario, le sacaba una sonrisa mientras se guardaba el equipo y veía como su compañera de aventuras salía corriendo para entrar a la casa por el pasillo trasero.
Lilia se dio a la tarea de provocarlo tantas veces como fuera posible. Se acercaba a él y le decía en voz baja que nada pasaría ese día y luego se levantaba la falda para dejarle ver que no llevaba interiores. Le hacía la seña de que mantuviera silencio desde la otra habitación mientras se metía la mano por debajo de la falda y se tocaba, o repentinamente se sacaba un pecho para mostrárselo a medio pasillo.
Ab sufrió, pero entendió el juego.
Cada 3 días aproximadamente Lilia lo sorprendía con un encuentro sexual pleno, en el cual le enseñaba más y más cosas.
En menos de un mes lo enseñó a complacer a una mujer con los dedos, a llevarla a un orgasmo con la boca y a tener una relación sexual que durara más de 20 minutos. Ab realmente disfrutaba de aprender, ¡y cómo no! Si cada lección llevaba como premio desayunarse a la compacta pero deliciosa chica, así que decidió entregarse por completo al juego de ser el aprendiz y dejarse llevar por su maestra.
CAPÍTULO VII – TRASPASANDO LA LÍNEA
Ab comenzó a convertirse prácticamente en un enfermo del sexo. Pedía abiertamente a sus compañeras de la Universidad la oportunidad de complacerlas sexualmente, y aunque recibió casi siempre bofetadas, logró hacerse de un par de amantes de su misma edad a quienes complacía en el asiento trasero de su carro como nadie lo haría, al menos en los próximos años.
En casa las cosas eran cada día más fáciles. Los encuentros con Lilia se daban ya por instinto, y las conversaciones con su cuñada eran cada día más interesantes. Ab se dio cuenta incluso, que ya no se ponía nervioso de estar viéndola frente a él vistiendo una blusa sin bra, por el contrario, comenzó a tomar un poco de confianza y de vez en vez se las miraba abiertamente durante un segundo como diciéndole: aquí estoy, y no te tengo miedo.
Eugenia se sentía halagada con su cuñado. No le molestaban las miradas, sino que la hacían sentir que estaba logrando hacerlo un chico más seguro de sí mismo. Tanto así, que la siguiente vez en que le preguntó si tenía una novia, no recibió la negativa de siempre, sino una detallada conversación sobre cómo de manera caballerosa llevaba a una que otra chica al orgasmo con su consentimiento. Eugenia se sintió gratamente sorprendida, pues recordó en su juventud a los cientos de chicos que intentaron abordarla solo para meterle el pene y satisfacerse; así que un chamaco de 17 años que pensaba más en la mujer que en sí mismo era una verdadera joya.
Pronto aquellas conversaciones se volvieron tan comunes que terminaron por traspasar la línea del respeto. Eugenia no se dio cuenta de que frente a ella estaba su cuñado y comenzó a relatarle con detalles las aventuras que con su propio hermano vivía, y cambió a sus quejumbrosas amigas por un chico que en repetidas ocasiones se levantó de la mesa con una tremenda erección después de una conversación cachonda con una mujer 10 años mayor que él.
Aquello fue tan lejos, que Eugenia detectaba cuando Ab llegaba tarde a casa y lo buscaba para que le contara cómo había sido su experiencia esa noche. Algunas historias fueron tan excitantes, que Eugenia comenzaba a juntar sus piernas y rozarlas entre ellas mientras su cuñado las contaba. El chico, que de tonto ya no tenía nada, se daba cuenta de lo que causaba en su cuñada y le ponía más ahínco a los detalles, sabiendo que horas más tarde se acercaría a la puerta de la habitación de su hermano y escucharía como Eugenia descargaba la calentura montada sobre quien lo había enseñado cómo conquistar a una chica, y que ahora no era más que un objeto que su propia esposa usaba para desahogar los deseos que tenía con Abraham.
CAPÍTULO VIII – LA NOCHE DE RETRIBUCIÓN
Lilia se disculpó con su novio y le dijo que pasaría el fin de semana en su pueblo. El viernes por la mañana, abordó a Ab en el pasillo y le dijo que estaba listo, que no sería en esta ocasión un encuentro de prisa, pues quería pasar la noche entera con él, y lo citó en el motel al que su novio la llevaba el sábado a las 9 de la noche. Ab a como pudo se inventó una noche de estudio y logró sacar el permiso para regresar hasta el domingo.
Hoy te voy a complacer yo a ti, le dijo Lilia a Ab cuando entró en la habitación del motel. Entra al baño y sácate la ropa, que nos vamos a duchar.
Durante 20 minutos Lilia acarició el cuerpo del chico embarrándolo de jabón y aceites. De un brinco hacía que la cargara para lavarle el cabello y abrazándolo con sus piernas permitía que el erecto pene de Ab apenas rozara su raja, mientras lo besaba como jamás lo había hecho.
Lamió absolutamente todo su cuerpo en la regadera, cada centímetro fue poseído por la lengua de la diminuta mujer, incluso, lo hizo experimentar sensaciones encontradas pasando su lengua por el culo de Abraham, lo cual él consideraba como algo homosexual, hasta que decidió entregarse a la pasión y disfrutarlo.
Ya en la cama lo trepó como una lagartija trepa un gran peñasco. Rozando cada parte de su cuerpo en el pene de Ab y poniendo cada parte de su cuerpo en la boca del chico. Lo dejó comerle el abdomen, las tetas, las nalgas, la raja e incluso el culo durante un muy buen rato. Y ella no desaprovecho cada ocasión en que su boca pasaba cerca de sus partes para besarlas con ternura y provocar que el chico se estremeciera.
Lilia encendió el televisor para ver los canales prohibidos. Se giró de frente a Ab, y le dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que en la TV hicieran. Y así lo hizo.
Le mordió cada parte de su cuerpo, le apretó las bolas a chupetones hasta que el chico brincó de dolor, y se puso en posiciones que ni el pervertido de su novio le había pedido hacer. Tras cada orgasmo de Ab, Lilia lo consolaba con caricias y besos tumbados en la cama hasta que estuviera listo para más. ¡Bendita juventud! pensó. Este chico se ha venido ya 4 o 5 veces y sigue en pie de guerra.
Lilia estaba ya cansada, y en la TV dictaron el último round, uno al que ella le temía, uno que tan solo un par de veces había vivido, pero en otras condiciones.
La penetración anal era algo que su noviecito añoraba, y ella se lo había cumplido solo dos veces; ambas esperando que el tipo por fin soltara el regalo mayor: el coche. Pero lejos estaba de ser lo mismo, pues el pequeño pene de su novio no lograba hacerle mucho daño, pero, Ab era distinto.
Se puso “de perrito” en la cama, y con una de sus manos se abrió las nalgas indicándole a Ab que la tomara por el culo. Una gota de frío sudor recorrió su frente cuando sintió que el chico le puso la punta del pene justo en su ano, y comenzó a dar empujones muy suaves. Sentía demasiada excitación, pero al mismo tiempo el miedo le mantenía el culo cerrado y no permitía que Abraham entrara. La chica de la peli parecía estarlo disfrutando a lo loco, pero en la realidad aquello no era algo que a Lilia le estuviera pasando.
Un instante de relajación fue suficiente. Ab sintió la puerta abierta y en un movimiento lento pero seguro, le dejó caer el peso de su cuerpo sobre la pelvis y su pene se fue al fondo del culo de Lilia sacándole un grito de dolor que dejó al chico perplejo. ¡No te detengas!, le gritó Lilia, y obediente como siempre, Ab comenzó a sacar y meter su pene del culo de la diminuta mujer con bastante dificultad, al menos durante un minuto, pues después de un momento Lilia se venció por el dolor y se dejó caer completamente bocabajo en la cama. Ab no tuvo piedad. Con sus manos mantenía las firmes nalgas de su empleada abiertas, mientras con la cadera hacía los movimientos necesarios para, cada vez con más facilidad, penetrar su ano hasta descargarle toda la leche, que terminó saliéndose por todos lados al no encontrar espacio para fluir.
Con lágrimas en los ojos Lilia lo besó. Él le preguntó si la había lastimado, pero ella le contestó que no. Ambos se tumbaron desnudos en la cama y se quedaron dormidos abrazados.
Ambos entendieron que aquello no se volvería a repetir, al menos en un muy buen rato. Sin embargo, los furtivos encuentros de sexo, caricias y masturbaciones mutuas, se siguieron dando entre Ab y Lilia en casa de su hermano.
CAPÍTULO IX - ¿QUÉ VAS A QUERER DE REGALO?
Ab llevaba ya 6 meses viviendo en casa de su hermano, pero ¿saben algo?, jamás mencionó el hecho de quererse cambiar a un departamento para independizarse, y eso era algo que a Daniel le parecía muy extraño.
Pocas eran las conversaciones que Ab tenía con Daniel porque sus horarios no coincidían. No así con Eugenia, con quien las conversaciones se habían vuelto cada día más comunes y más subidas de tono, pero eso… eso Daniel no lo sabía.
Y bueno, dijo Daniel a media cena, estás a 3 semanas de cumplir tu mayoría de edad, ¿Qué vas a querer de regalo Ab?.
En realidad Daniel ya tenía la sorpresa preparada: le había comprado un departamento de lujo a su hermano no muy lejos de la casa. Sin embargo guardando la caballerosidad que siempre había guardado Ab delante de la gente, le respondió que nada, que no se preocupara.
CAPÍTULO X – LOS DÍAS DE CONFUSIÓN
Lilia estaba muy rara con Ab. Seguía siendo una perfecta amante, sin embargo las conversaciones al terminar el sexo ya no era iguales. Tenía algunos días en que Lilia insistía en hablar de Eugenia con él. Ensalzaba mucho el cuerpo de su jefa y luego le preguntaba si a él le parecía atractiva. Le daba consejos no pedidos sobre cómo debía tratarla delante de su hermano, y le recalcaba que aun que Eugenia fuera una mujer demasiado atractiva y sexy, no dejaba de ser la mujer de su hermano.
Ab estaba convencido de que Lilia los había escuchado en alguna conversación, o tal vez había notado como él le miraba las tetas a su cuñada, y temía que fuera a abrir la boca de más, ya fuera por celos, o por fidelidad a su jefe.
Trató de medirse más en las confesiones a Eugenia, evitando entrar en detalles sobre sexo o sobre intimidades, pero no le fue posible, pues Eugenia estaba ya muy acostumbrada a tratar el tema sin ningún tapujo con él, y no se detenía en contarle las más atroces intimidades, que lejos de ayudarlo a tratarla con mayor respeto, lo hacían verla cada día más como un trofeo sexual que jamás tendría.
Una mañana, mientras Lilia se acomodaba los calzones después de que Ab le provocara un orgasmo en la lavandería, le soltó una pregunta que lo dejó helado: ¿Si te cogerías a Eugenia o no?
Ab la miró extrañado y de inmediato le respondió que no, que estaba loca si pensaba que él le haría eso a su hermano. Sin embargo Lilia le dijo que se relajara, que nada de malo tenía desear a una mujer, aunque fuera ajena, a fin de cuentas, fantasearla no lo haría faltarle al respeto a su hermano. Una vez que Abraham le dijo que tenía razón, Lilia reformuló la pregunta y le dijo: Entonces, si Eugenia no fuera la mujer de tu hermano, ¿Si te la cogerías o no?. Después de unos segundos de silencio, obtuvo la respuesta que esperaba: Pues siendo así, claro que sí.
No solo Lilia estaba rara con él, sino que su hermano parecía esconderle algo, y Eugenia… Eugenia ya no era la misma. De pronto dejó de ser tan picosa en sus conversaciones, y un buen día, comenzó a bajar a desayunar con bra debajo de la blusa.
No cabía la menor duda. En esa casa estaba pasando algo, y muy probablemente el sería el protagonista principal. Así que pasó los siguientes días vuelto un manojo de nervios, pensando incluso en irse de esa casa a vivir con alguno de sus compañeros de la Uni.
CAPÍTULO XI – ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
El cumpleaños 18 de Abraham llegaba en las peores condiciones. Eugenia no le había dirigido la palabra en días más que para saludarlo; Lilia no se le había acercado más que para decirle que se moviera para limpiar el piso, y Daniel seguía estando raro con él.
A dos días del evento magno, Ab confirmó la sospecha que por semanas había tenido: ¡Habían descubierto todo y lo sacaban de la casa! No todo era malo, pues Daniel se había encargado de comprar un departamento de lujo para que viviera, y se lo entregó como regalo de cumpleaños con la promesa de que debía pagárselo cuando fuera un gran Ingeniero y ganara los millones.
La sonrisa en la boca de su hermano cuando le dijo que empacara sus cosas porque se iba a vivir solo era malévola, o al menos eso detectaba Ab. Se estaba deshaciendo de él seguramente porque descubrió que estaba acostando con la sirvienta, o peor aún, ¡No quería ni pensarlo! Había descubierto que era el confidente sexual de su esposa y seguramente le acarrearía problemas tanto a su matrimonio como a la relación familiar.
La entrega del departamento se hizo un par de días antes porque Daniel tenía un viaje de negocios el día de su cumpleaños. Así que se disculpó, contrató una mudanza para que le llevara todo a su depa, y le dijo que hiciera una gran fiesta con chicas y alcohol en su honor.
Ab recibió a Eugenia y a Lilia en su departamento el día de su cumpleaños. Habían aprovechado para llevarle una maleta con cosas que había olvidado, aunque él no recordaba haber dejado nada en realidad. Ambas lo felicitaron y Eugenia se fue a dejar la maleta a la habitación de Ab, pero tardó demasiado.
Lilia se acercó a él con una sonrisa muy extraña y le pidió que se sentara. Seguramente has notado que he estado rara contigo ¿verdad?, le preguntó. Ab se sorprendió pero de inmediato le respondió que sí, y luego comenzó a escuchar de ella una historia que jamás se imaginó:
“Hace meses que llevo una muy buena relación con Eugenia, le cuento mis cosas y ella las suyas; tu sabes, de todo… hasta lo más íntimo.
Un día platicamos sobre ti, sobre cómo eras un chico muy maduro para tu edad, sobre tu caballerosidad y sobre, bueno, yo creo que ya no hay tapujos entre nosotros, así que te puedo decir que platicamos sobre tu cuerpo y como a las dos nos gustaría tenerlo… si, tal como lo oyes Ab, a las dos.”
Ab la interrumpió, y más sorprendido que molesto, le preguntó si entonces Eugenia y su hermano sabían todo lo que sucedía entre ellos y por eso lo habían corrido de la casa.
No claro que no, respondió Lilia; tu hermano no sabe nada… pero Eugenia… Eugenia no solo lo sabe, sino que fue ella misma quien lo planeó”.
No te entiendo, le dijo Ab; a lo que Lilia respondió:
“Mira, Eugenia es una mujer muy especial. Ella me ha enseñado muchas de las cosas que sé hacer con los hombres. Ella es como quien dice, mi mentora sexual. Cuando le cuento cada movimiento que hago ella me corrige, me guía, y me da tips sobre cómo debo o no hacer las cosas. Incluso, tu sabes, en ocasiones tenemos que practicar entre nosotras, solo para cerciorarse de que hago bien las cosas.
Ella es un premio muy grande, no es para cualquiera. Tu hermano es su dueño, pero eso no quiere decir que Eugenia no pueda darse un lujo de vez en cuando… ¿lo entiendes?
Al final de todo, si Eugenia estaba dispuesta a darse ese lujo contigo, no podía arriesgarse a que fueras un chico inexperto que no la hiciera disfrutar. Tenías que ser algo más. Tenías que aprobar una especie de examen que ella me encomendó aplicarte”.
Ab ya estaba de pie dando vueltas de un lado a otro. Estaba a punto de comenzar a golpear todo a su alrededor por sentirse utilizado, cuando de pronto, Eugenia salió de la habitación.
Lucía más que espectacular. Jamás Ab, en las decenas de amoríos que había tenido en los últimos meses, ni siquiera en sus sueños, había visto a una mujer así.
Su cabello estaba suelto y caía sobre sus hombros, cosa que Ab jamás había visto pues siempre lo tenía con una coleta. Su rostro estaba maquillado como el de una meretriz, resaltando sus pestañas y el color de sus ojos, y sus labios eran de un rojo profundo.
Tenía puesto una especie de disfraz, o al menos así lo detectó Ab. Sus enormes y firmes tetas estaban cubiertas por un corpiño negro que llegaba solamente hasta la mitad de ellas, dejando libre a la vista un par de rosadas areolas listas para salir en cualquier momento.
El corpiño la acinturaba perfectamente, tanto que hasta parecía una muñeca diseñada a mano… y debajo; debajo llevaba un bikini negro con encaje, transparente justo en el lugar en donde dejaba ver sus labios a la perfección.
Ab se quedó frío e inmóvil observando aquel espectáculo.
Lilia se levantó de su sillón y con una sonrisa en la boca se acercó a él, se puso de puntitas y le dio un beso como aquel primer beso de agradecimiento, luego comenzó a caminar hacia atrás, y antes de abrir la puerta para salir del departamento le dijo: Disfruta tu regalo de cumpleaños.