La tentación de Ana

Al cabo de los años, Ana se encuentra a un antiguo pretendiente al que rechazó en su juventud.

—Adios, cariño.

Ana se despidió de Lucas, su marido, con un beso en los labios. Eran un matrimonio enamorado y feliz. Los dos niños que tenían, de cuatro y cinco años, ya estaban en el cole. Pensando en lo contenta que estaba con su vida Ana cogió un taxi y se dirigió a la estación del tren. Todas las semanas se iba un día a Cádiz y volvía al día siguiente. Ana era la responsable del programa de expansión de su empresa. Trabajaba en una franquicia de tintorerías y habían abierto tres nuevos locales en Cádiz capital.

El viaje en el tren lo aprovechó para trabajar con su portátil, era una persona responsable y trabajadora que esperaba seguir ascendiendo en la empresa. Su ambición era llegar a ser la CEO en España, luego ya vería si quería dar el salto al entorno internacional. Con sus treinta y cuatro años tenía toda la vida por delante para desarrollar su carrera profesional. Al llegar a Cádiz y bajar del tren rodando su pequeña maleta sonrió. Lo que más le gustaba de viajar al sur era el clima, se quitó la chaqueta que llevaba puesta y la colocó sobre el asa extensible y se dirigió a la salida para coger un taxi agradeciendo la suave temperatura. Por el camino recibió varias miradas, su estrecha falda y su ajustada blusa no dejaban de llamar la atención sobre su estupendo cuerpo. Acostumbrada al escrutinio de los hombres ignoró todo y se puso en camino al primer local. Allí se reunió con el gerente y repasaron la contabilidad, la facturación y las quejas de los clientes. Al contrario que la mayoría de las franquicias que solo buscaban sangrar a sus franquiciados, la primera directriz de su empresa era conseguir que sus colaboradores ganaran dinero. Ana era la responsable de eso. Con su experiencia en el sector aconsejaba y dirigía los esfuerzos de los franquiciados hacia la forma correcta de trabajar.

Por la mañana visitó dos locales, hizo una comida ligera y después visitó el tercero. A las seis de la tarde fue caminando hacia el hotel, le gustaba pasear por la bonita ciudad. Siempre dejaba para el final el local que estaba en el casco antiguo y reservaba un hotel cercano. Se sorprendió de la cantidad de gente que había por las calles, para ser un día de diario era como el doble o el triple que en anteriores visitas. Esquivando al personal caminó por las estrechas calles y las preciosas placitas arboladas.

La pequeña recepción del hotel estaba abarrotada, después de esperar su turno durante media hora por fin consiguió llegar al mostrador.

—Hola, soy Ana Cuevas, tengo una reserva.

—Bienvenida, Sra. Cuevas, enseguida la busco — el amable recepcionista, un poco superado por la afluencia de gente, tecleó en el ordenador —. Tengo una reserva a su nombre, pero es para mañana.

—¿Cómo?

—Sí, es para el día ocho, y hoy es siete.

—Alguien se habrá confundido. Anule la reserva de mañana y deme una habitación para hoy, por favor.

—Lo lamento, pero es imposible. Hoy es el día de nuestra patrona, la virgen del Rosario, y está todo lleno. No tenemos ninguna habitación disponible.

—Pero algo podrá hacer, me alojo en este hotel todas las semanas desde hace meses. Seguro que puede encontrarme algo.

—Lo siento mucho, lo único que puedo hacer es guardarle el equipaje. Podría probar suerte en algún hotel por aquí cerca. Si quiere le marco en un plano los más cercanos.

—Desde luego agradezco mucho su ayuda — contesté sarcástica con tono helado. Estaba frustrada y cabreada.

Dejé la maleta al recepcionista y, con el plano en la mano, zigzagueé entre la gente para salir. Algo debieron notar en mi mirada que se apartaron abriéndome camino. Al sentir una mano en mi hombro me giré.

—¿Qué? — pregunté arisca.

—¿Eres Ana?

Tenía ante mí a un hombre atractivo que me miraba como si me conociera. Contuve mi enfado para contestar.

—Sí, y tú ¿de qué me conoces? — el caso es que me resultaba familiar, pero no conseguía ubicarlo.

—Soy Rafa. ¿De verdad que no sabes quién soy? — me preguntó con expresión desilusionada.

—Pues perdóname, Rafa, pero ahora mismo no caigo.

—Soy Rafa Prieto, éramos amigos en la universidad. No me puedo creer que no me recuerdes.

De repente todo se me vino a la cabeza. Rafa, Rafita, fuimos amigos los últimos cursos de la carrera. Dejamos de vernos cuando se me declaró y lo rechacé. Las cosas se volvieron incómodas entre nosotros y empezamos a vernos cada vez menos hasta que al terminar los estudios dejamos completamente de vernos. Una vez que supe quién era me fijé más despacio en él. Nunca había sido feo, pero ahora estaba tremendo. Guapo de cara tenía el pelo rubio y largo, como de los años ochenta, pero le quedaba muy bien. Se le notaba fuerte y en forma, y me sacaba casi una cabeza.

—Jajaja, perdona que no te haya reconocido — me acerqué para darle dos besos —, han equivocado mi reserva y estoy un poco molesta — eufemismo, evidentemente —. Ahora voy a preguntar en algún hotel si tienen habitación.

—Yo bajaba ahora para dar un paseo, te acompaño y nos ponemos al día. Cuéntame, ¿qué haces en Cádiz? — me abrió galantemente la puerta para que pasara.

Le conté un poco de mi vida y él me explicó que venía cada dos semanas. Era propietario de una empresa con sede en La Coruña que distribuía neumáticos y viajaba constantemente en su labor comercial. Me dijo que se casó hace poco y estaban esperando su primer hijo. Conversamos agradablemente mientras recorrí cuatro hoteles cercanos en los que intenté conseguir habitación infructuosamente. Las jodidas fiestas.

—O me voy en taxi a algún sitio cercano o duermo en la calle — exploté al salir del último hotel.

—De eso nada, si quieres compartimos mi habitación — le miré sorprendida y levantó las manos como disculpándose —. No me mires así que no te estoy ofreciendo nada raro, sólo digo que por una noche compartamos la habitación como buenos amigos sin nada más.

Lo pensé unos segundos. Por dormir en el mismo cuarto que él no estaría haciendo nada reprochable ¿no?

—¿Sólo como amigos? — el asintió con un gesto —.Vale, te lo agradezco mucho. Déjame compensarte invitándote a cenar.

—Eso está hecho — me dedicó una amplia sonrisa —. ¿Eliges tú o te llevo yo a algún sitio?

—Como yo invito tú decides el restaurante, aunque viendo la cantidad de gente que hay dudo que encontremos mesa.

—Tengo una reserva para mí, supongo que no habrá problema en que al final seamos dos.

Paseamos tranquilamente hasta el restaurante, en el que nos acomodaron perfectamente. Como había resuelto mi problema de alojamiento estaba mucho más relajada y lo pasé muy bien, nos reímos mucho recordando batallitas y compañeros de la universidad. Al estar ambos casados y sin demostrar ninguna intención de nada más que pasar un buen rato, disfruté de su compañía recuperando algo de la confianza que nos tuvimos. Él me habló de lo feliz que era en su matrimonio y la ilusión que le hacía su primer niño y yo le conté sobre mis hijos y las trastadas que hacían. Lo único malo fue el vino; pedí una botella pensando en compartirla y resultó que Rafa no bebía. Terminé la cena un poco más que contenta, como se demostró cuando nos levantamos y me tambaleé hasta recuperar el equilibrio con una risita.

—Ven, deja que te ayude — me dijo al salir agarrándome de la cintura.

—Tenías que haberme ayudado con el vino.

—Jajaja, al contrario, te ves muy graciosa.

Me apoyé en él durante el recorrido al hotel, me gustó sentirlo cálido y fuerte a mi lado. En los dos pisos que subimos en ascensor, recliné la cabeza en su hombro. Al entrar en la habitación oculté mi sorpresa, no sé por qué había pensado que tendríamos dos camas, pero era una única cama de matrimonio la que me esperaba. A lo hecho pecho, pensé. Rafa me cedió el primer turno para el baño y me lavé los dientes y me puse el pijama. No soportaba dormir con sujetador, así que cuando salí llevaba un pequeño pantalón corto y una camiseta de tirantes. Mis grandes senos se movían libres bajo la tela, lo que no pasó desapercibido a la mirada de Rafa. Se ruborizó cuando vio que le había pillado y se fue corriendo al baño, yo aproveché para meterme en la cama y ocupar el borde de la derecha, al lado de la ventana. Siempre había preferido ese sitio para dormir, me gustaba despertarme con la luz de primera hora de la mañana.

Gracias al vino me estaba quedando dormida y me costó un esfuerzo esperar a que saliera Rafa del baño. Tenía curiosidad por verle en pijama. Cuando salió abrí mucho los ojos; no llevaba pijama, únicamente un bóxer ceñido cubría su cuerpo. Cuerpo estupendo, he de decir, con músculos marcados y sin gota de grasa.

—Perdona que duerma así, Ana, pero no he traído pijama, salvo los meses más fríos del invierno no me gusta usarlo.

—No tienes que disculparte, encima que me dejas dormir aquí no voy a ponerte pegas — contesté algo cohibida intentando no mirar el paquete que se marcaba bajo el bóxer.

—¿Quieres que ponga unos cojines en medio de la cama?

—No, tú quédate en tu lado y yo en el mío. Tengo tanto sueño que seguramente dormiré como un lirón.

—Vale — se metió en la cama pegado al borde. Contuve la sonrisa al pensar que yo había hecho lo mismo, si no teníamos cuidado alguno acabaría en el suelo —. Pues que tengas felices sueños.

—Tú también. Buenas noches.

—Lo he pasado muy bien, me ha gustado mucho volver a verte.

—Sí, ha sido una estupenda sorpresa.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Después de eso nos quedamos en silencio y en un par de minutos estaba profundamente dormida.

Me desperté poco a poco y tardé un ratito en darme cuenta de que no era a mi marido a quien estaba abrazada. Haciendo la cucharita estaba pegada a la espalda de Rafa, y no estaba exactamente abrazada sino que mi mano estaba sobre su duro miembro. Le toqueteé un poco antes de darme cuenta de lo que era eso tan grande y caliente y quité la mano como si me estuviera quemando. Me quedé inmóvil sin osar moverme, no queriendo despertar a Rafa. Despacito empecé a apartarme para levantarme.

—¿Ya estas despierta?

Ahogué un grito de sorpresa y me moví veloz a mi lado de la cama.

—Sí, eh… perdona, no quería… eh… ha sido…

—Jajaja, no te preocupes, estabas dormida — me dijo volteándose para mirarme. La sábana se deslizó dejando a la vista sus estupendos pectorales.

—¿Cuánto rato llevas despierto? — No quería ni pensar que le hubiera estado agarrando el pene con él dándose cuenta de todo.

—Un rato — horror —. Ha sido un despertar… interesante.

—No sé qué decir, me he despertado pensando que estaba con Lucas.

—Estoy pensando que ya que lo has empezado deberías acabarlo.

—Acabar ¿el qué?

—Esto — Rafa levantó las sábanas y mi vista se desvió automáticamente a su miembro. Pude comprobar que, efectivamente, era muy grande.

—Sabes que no podemos hacer eso — intentaba no mirar pero mis ojos traidores se empeñaban en no hacerme caso.

—No es como si fuéramos a hacer algo malo. Seguramente no nos volvamos a ver en otros diez años. Venga Ana, por los viejos tiempos, desde que me rechazaste siempre he tenido esta espinita clavada. ¿Nunca has pensado en cómo hubiera sido?

—Al principio sí, luego me casé y ahora soy muy feliz con mi marido.

—Yo también, pero no tendremos otra oportunidad. Venga Ana, solo una pajita. ¿Qué te cuesta?

Me hizo un puchero que le quedó adorable. Era tan razonable y me lo decía con tanta tranquilidad que empecé a plantearme la posibilidad. De pronto se bajó los bóxer y se los sacó por los pies. Un precioso y gran miembro quedó a la vista.

—¿No te gusta?

—Mucho, eh… quiero decir, no.

Llevó una mano a su dura longitud y la recorrió despacio de arriba abajo, yo estaba hipnotizada, sin poder apartar la mirada. Cuando me cogió la mano y me la acercó no opuse resistencia. Me la colocó sobre su polla y la cerró con la suya, haciendo que acompañara su acompasado movimiento.

—¿Ves? No es nada malo.

—Tú ganas — suspiré —, pero no me toques. Te masturbo y en paz. No puede pasar nada más entre nosotros.

—Es lo único que quiero, además, acuérdate quién me ha puesto así — me dijo con una pícara sonrisa.

—Qué morro tienes. No sé cómo me he dejado convencer. Te hago una paja y listo, no me pidas otra cosa.

Rafa no contestó, se limitó a tumbarse con las manos bajo la cabeza y a abrir un poco más las piernas. La verdad es que estaba para comérselo. Mi mano, libre ya de la suya, siguió con el movimiento. Ahora me concentré y, ya que iba a hacerlo, lo haría bien. Le apreté un poco más fuerte y me moví más rápido. En poco tiempo estaba disfrutando, asida a una polla enorme y durísima. Mis pezones también parecían disfrutar, porque se fruncieron y presionaban la tela de la camiseta con el leve movimiento de mis senos. Rafa sonreía feliz con los ojos cerrados, dejando que yo hiciera todo el trabajo. Según le masturbaba empecé a excitarme, sobre todo al notar que su polla crecía aún más. Entreabrí los labios y seguí con la tarea, cuando Rafa me miró a los ojos, con el placer reflejado en los suyos aceleré y le acaricié el pecho con la otra mano. Estaba deseando tocarle los pectorales firmes y marcados. Gimió levemente y eso me volvió loca. Ahora mi mano le recorría frenéticamente, subiendo y bajando sin descanso, deseando provocar la erupción que se presagiaba inevitable. Me gustaba su miembro, caliente y duro bajo mis caricias y más grande que ninguno que yo hubiera visto. Rafa levantó las caderas de la cama y sentí su polla hincharse más todavía, empezando a palpitar en mi mano. Sabiendo lo que venía no pude contenerme y le dije :

—Córrete, Rafa, echa todo. Córrete ya.

Tensando todo el cuerpo se empezó a correr. Su miembro expulsó un chorro sobre su abdomen, luego otro. Mi mano incansable seguía estimulándole. Otro chorro cayó sobre mi mano, seguido de varios más.

—Aaaaahhh, Ana, eres estupenda.

Cuando dejó de manar su semilla bajé gradualmente el ritmo hasta que me detuve. Me costó un esfuerzo soltar su miembro, más blando pero todavía cálido y grande en mi mano. Mis ojos se encontraron con los suyos y me avergoncé. Abochornada por lo que había hecho me levanté y me metí en la ducha con la maleta, separando la mano del cuerpo para no mancharme de semen.

Mientras me duchaba y vestía mis pensamientos estaban en conflicto, por un lado había disfrutado haciendo que Rafa se corriera en mi mano, por otro lado me sentía culpable. Ni necesitaba ni quería ser infiel a Lucas. Me había gustado encontrarme con Rafa, pero no tenía sentimientos hacia él. Salí vestida arrastrando la pequeña maleta dispuesta a irme enseguida. Evité la mirada de Rafa mientras me despedía.

—De eso nada, Ana. Te invito a desayunar y luego te llevo a la estación . Tengo el coche en el parking del hotel.

—De verdad que no, prefiero irme ahora.

—Que no, Ana. Mírame por favor.

Le miré a la cara. Rafa estaba tan normal, como si nada hubiera pasado. Se había puesto la camisa del día anterior.

—Escúchame, no hemos hecho nada malo. Ni siquiera te he tocado, no nos separemos así después de tanto tiempo. Espérame que en quince minutos estoy listo.

—Vale, tienes razón —cedí —. Te espero abajo.

—Enseguida estoy — me dijo mientras corría al baño.

Desayunamos juntos y luego me llevó a la estación. Ambos nos comportamos amistosamente sin mencionar lo que habíamos hecho. Pasar un rato con él me sirvió para tomarme las cosas con naturalidad. No es que olvidara la paja de la mañana, pero lo acepté como algo fortuito y sin malicia por nuestra parte. Cuando me dio dos besos de despedida se los devolví con agrado. Durante el viaje trabajé en el portátil sin culpa ni remordimientos.

Cuando llegué a Madrid me fui directa a la empresa. No fue hasta esa noche cuando metía en la lavadora la ropa sucia de la maleta que recibí un mensaje que me sorprendió.

Rafa :

¿Has llegado bien?

Ana :

Sí. Gracias. Cómo tienes mi teléfono?

Rafa :

Me ha costado 20€ que me lo dieran en el hotel.

No dejó de elevarme el ego un poco que se hubiera gastado dinero para conseguir mi número. Cada día nos intercambiábamos unos pocos mensajes amistosos, me mandó una foto con su mujer, una preciosa morena. Yo le mandé la foto de mis niños. Volví a Cádiz la semana siguiente y le eché de menos. Los días fueron pasando inmersa en el trabajo y la familia. No le di importancia cuando Rafa me preguntó.

Rafa :

Cuándo vuelves a Cádiz?

Ana :

El miércoles.

Rafa :

Al mismo hotel?

Ana :

Sí, por qué?

Rafa :

Solo curiosidad. Un beso.

Evidentemente recordé los mensajes cuando me encontré a Rafa, tan guapo como siempre, al llegar al hotel en Cádiz. “Sólo curiosidad” ¡Mi culo! Le devolví la sonrisa sin poder evitarlo cuando me saludó con un breve abrazo.

—Vega, Ana, deja la maleta en tu habitación que he reservado para cenar. Hoy invito yo.

Alegre sin saber muy bien por qué, bajé enseguida para reunirme con él. Al salir me agarró la mano y me la puso en su brazo, así que fuimos paseando como cualquier otra pareja. Nos contamos nuestra vida de las últimas semanas y paramos a tomar una cervecita en una terraza antes del restaurante. Luego cenamos un estupendo pescado que acompañé con una cervecita, no quería repetir lo del vino de la última vez. Cuando me agarró de la cintura al salir no me pareció mal, al contrario. Le rodeé yo también con mi brazo y volvimos al hotel por el camino más largo, deleitándonos con el clima y la belleza de la ciudad. Estaba a gusto con Rafa, caminar a su lado, abrazados, era reconfortante, cálido. No existía tensión sexual entre nosotros, simplemente dos amigos que compartían unos momentos de sus vidas. Había tenido y tengo varias amigas, pero nunca un hombre había sido mi amigo de esta manera. Muy rápido, quizá demasiado, habíamos retomado nuestra antigua confianza y ahora disfrutábamos de forma inocente de nuestra compañía y amistad.

Por desgracia acabamos llegando al hotel y nos tuvimos que separar, eché de menos su brazo en mi cintura inmediatamente. Nos deseamos las buenas noches y subí a la habitación mientras él se quedaba en recepción hablando con un empleado. Estaba metida en la cama con el portátil en el regazo cuando alguien llamó a mi puerta. Con una sonrisa me levanté a abrir suponiendo quién sería.

—Hola, cielo. ¿Te apetece que veamos una peli?

Rafa esperó que contestase. Llevaba la camisa por fuera e iba descalzo. Abrí la puerta del todo y le dejé pasar.

—¿Cómo vienes descalzo? ¿Tu habitación está cerca? — pregunté.

—Jajaja, me ha costado otros veinte euros, pero tengo la habitación de al lado.

—Seguro que están encantados contigo en el hotel, anda pasa. ¿Qué quieres ver?

—Cualquier cosa. Si viajas a menudo ya sabes que lo peor es la soledad en los hoteles. Tener compañía siempre se agradece.

—Tienes razón. ¡Me pido la cama!

Dando saltitos me metí en la cama riendo, Rafa se quedó contemplando la incómoda silla y, después de pensárselo se tiró en la cama a mi lado.

—Yo también, tú quédate bajo las sábanas que yo me quedo encima. Toma el mando de la tele, te dejo elegir.

Rafa tenía mucha razón con lo de la compañía, de hecho, antes de empezar a quedarme en el hotel iba y venía en el día para no pasar sola tanto tiempo en hoteles. Fue una noche volviendo a Madrid conduciendo, cuando me desperté con el coche ya saliéndose del arcén, que decidí usar el tren y dormir en Cádiz.

Puse una película romántica que acababa de empezar y me acomodé para verla. Rafa estaba a mi lado recostado en el respaldo. Al rato se quitó los pantalones y se volvió a acomodar.

—Es un poco incómodo. No te importa ¿verdad?

—Como si estuvieras en tu casa — le respondí.

Pasamos un rato viendo la película y me empezó a ganar el sueño, sin apenas darme cuenta me quedé dormida.

Desperté cuando la luz empezó a entrar por la ventana. Tenía a Rafa pegado a mi espalda y rodeándome con un brazo. Permanecí quietecita disfrutando de su calor, notaba su respiración en mi nuca y su mano en mi cintura. Me sentí bien. No fue hasta que noté su erección presionando entre mis nalgas que me acabé de despertar y pensar en la situación. Debía levantarme y mandarlo a su habitación, pero ciertamente estaba muy a gusto a su lado. Removí un poquito el trasero para sentirle mejor, ya sabía que su miembro era muy grande y me estaba excitando tenerlo pegado a mi culo.

Hice algo incomprensible. Algo me empujó a deslizar la mano entre nosotros y acariciar su erección. Sobre la tela de sus bóxer froté durante unos minutos el miembro endurecido, apreciando la dureza y la notable longitud. Necesitando más metí la mano bajo la tela y lo rodeé con los dedos, lentamente empecé a masturbarlo. La delicadeza que tuve para no despertar a Rafa fue infructuosa, pronto sentí su mano apretando mi cintura y su respiración profundizándose en mi nuca. Con la mano libre detuve su mano, que serpenteaba bajo mi camiseta buscando mis senos, él aprovechó para bajarse los calzoncillos y darme más comodidad. Durante estos minutos no paré de masturbarlo lentamente, ahora su glande presionaba contra mi trasero y me estaba excitando mucho. Recibí varios suaves besos en mi hombro y otra vez sentí la mano explorando bajo mi ropa. Esta vez no la detuve. Dejé que llegara hasta su objetivo y acariciara mis senos. A pesar de la incomodidad de mi posición no dejé de mover la mano. Su tamaño y dureza me tenían cachonda, y su mano frotando mis pezones me daba escalofríos de placer.

—¿Te gusta, Ana? —me susurró al oído.

—Sí, tienes un pene muy bonito.

Rafa se rio entre dientes.

—Los hombres decimos que tenemos una polla cojonuda, no un pene bonito.

—Bueno... eso también.

—Tu mano se siente genial, pero a lo mejor quieres chupármela.

—No seas jeta, ¿o quieres que pare?.

Rafa se calló y yo seguí con la paja, lo estaba disfrutando mucho, pero su sugerencia empezó a darme vueltas en la cabeza. ¿Debía hacerlo? El caso es que solo de pensarlo se me hacía la boca agua. Era más de lo que pensaba permitirme, una paja era algo inocuo, casi banal, no me haría sentir culpable. Una mamada, sin embargo, era un acto más sexual, más de amantes. Estos pensamientos e imaginarme la polla de Rafa en mi boca estaban consiguiendo que mi coñito se encharcara, sentir su suave glande topando contra mi culo incluso a través de la fina tela del pijama no ayudaba a resistirme. Finalmente no quise contenerme y caí de lleno en la tentación. Sin dejar nunca de bombear su longitud me senté entre sus piernas y, mirándole a los ojos, sonriendo perversamente, acerqué mi boca a su dura polla. Soplé sobre la punta haciendo que el rostro de Rafa se crispara, luego lamí sus testículos sin dejar un centímetro sin probar. Me salté mi propia mano que estaba aferrada a su base y lamí el resto. Con gula, con devoción. Rafa suspiró audiblemente cuando me metí todo lo que pude en la boca. Apreté los labios y mi cabeza acompañó el movimiento de mi mano.

—Uf… más despacio, Ana. Déjame disfrutarlo.

Obedecí, yo tampoco quería que acabara pronto. El sabor de Rafa llenaba mi boca haciéndome salivar, su caliente dureza entraba y salía de mi boca mientras mis labios le apretaban, mi cabeza subía y bajaba al compás de mi mano. Emití unos ruiditos lujuriosos lamentando la soledad de mi coño. Feliz de que fuera mío, pero anhelando mi propio placer me dispuse a terminarlo. Con la mano libre apreté suavemente sus testículos y aceleré el movimiento de mi mano y mi boca en su polla. Rocé ligeramente su glande con los dientes. Rafa resoplaba, sus caderas temblaban y terminó irguiéndose y agarrando mis tetas con sus manos en sus momentos finales.

—Me corro, voy a echar todo, Ana.

Agradecida por su aviso levanté la mirada y la fijé en sus ojos. Éstos me miraban desenfocados, jadeos escapaban de su boca entreabierta, sus manos se aferraban a mis pechos como a un salvavidas. Le pajeé aún más deprisa y lamí lujuriosamente su glande sin dejar de mirarle. Su polla palpitó en mi mano y se hinchó. Pareció enviar una ola de calor antes de lanzar muy alto el primer chorro de su semilla, salpicándome la mejilla. No dejé de masturbarle, con las caderas levantadas y gimiendo casi inaudiblemente lanzaba descarga tras descarga sobre su estómago. Ver esa henchida polla lanzando semen gracias a mí me estaba volviendo loca. Cuando Rafa terminó de vaciarse y se relajó lánguidamente corrí al baño. Abrí el grifo para disimular y metí las dos manos bajo mis braguitas. Bastaron unos segundos para que explotara en un orgasmo que dobló mis rodillas. Apoyé el pecho contra el lavabo disfrutando del placer hasta que los temblores terminaron. Sin atreverme a salir y enfrentarme a Rafa me metí en la ducha. Estuve mucho tiempo bajo el agua, paradójicamente el calor del agua sirvió para enfriar mis tensiones y pensamientos. Estaba serena cuando volví a la habitación tapada con una toalla enrollada sobre mis senos.

—Buenos días — dije como la cosa más normal del mundo.

—Buenos días, Ana, parece que anoche me quedé dormido aquí.

—Jajaja, al menos yo no aguanto ver la tele desde la cama. No duro ni quince minutos despierta — actué con normalidad, como si no hubiera pasado nada.

—Voy a mi habitación — dijo Rafa levantándose y poniéndose la camisa — te veo abajo en un rato para desayunar, ¿vale?

—Claro. Tengo hambre — no lo dije a propósito, pero me relamí los labios y miré su entrepierna.

Rafa sonrió y, con los pantalones en la mano, salió de la habitación y se marchó corriendo. Me quité la toalla y me vestí, al ponerme el sujetador recordé las manos de Rafa en mis pechos y sentí un hormigueo. Sacudí la cabeza para evitar esos pensamientos y terminé de vestirme.

Más tarde, cuando Rafa me dejó en la estación, me despidió con el acostumbrado abrazo. Esta vez fue más prolongado, me dio tiempo a sentir su cuerpo contra el mío y a apreciar su olor, fresco y viril. Era muy agradable.

La semana pasó volando. Volví a Cádiz y me sentí sola, las paredes de la habitación del hotel se me echaban encima. No conseguí dormir, desasosegada lamentaba no tener a mi ocasional compañero conmigo. No era el sexo lo que añoraba, al menos no solo eso. Había encontrado alguien que me acompañaba, que complementaba mi vida familiar de una forma que no hubiera podido sospechar. Había despertado en mí una necesidad que ni siquiera sabía que tenía. Volví a Madrid y los días fueron pasando. El inevitable sentimiento de culpa me hizo demostrar a Lucas cuánto lo quería. Lo traté como a un rey, siempre estaba cariñosa y presta a darle todos los caprichos. Por la noche, una vez dormidos los niños, intentaba compensarle y le daba el sexo mejor y más caliente que habíamos tenido hasta ahora. No se quejó cuando le despertaba por las mañanas con una mamada, jajaja. Tampoco puso pegas cuando me acostumbré a tragar su semen, ni cuando me sentaba a horcajadas sobre él en el sillón y hacíamos el amor despacio, con dulzura y pasión. Sabía que lo que hice con Rafa estuvo mal, así que intentaba resarcir a Lucas con mucho amor. Le quería con toda mi alma y, aunque mis encuentros con Rafa me encantaban, él era mi marido y se merecía todo de mí.

Tenía la esperanza de que Rafa se reuniera conmigo en el próximo viaje e iba contando los días. Casi a diario intercambiábamos mensajes, inocentes y amistosos. Le confirmé el día y el hotel al que iba a ir con la esperanza de poder vernos, él no dijo nada. Ante su silencio me di cuenta de que Rafa se me había incrustado en el corazón. Sin disminuir mis sentimientos por Lucas, le había hecho un huequecito en mi vida, no por pequeño poco importante.

El día en que viajé a Cádiz, en el tren, recibí un mensaje de Rafa.

Rafa :

He tenido que cancelar mi viaje. Imprevistos

Ana :

Esperaba verte. Te echaré de menos

Rafa :

Aplazado hasta la semana que viene

Ana :

Espero que no sea nada grave

Rafa :

Cosas de trabajo

Contesté sus mensajes conteniendo la desilusión. Me di cuenta sorprendida de que tenía que esforzarme para no dejar caer las lágrimas. Fue el peor de mis viajes a Cádiz, apenas hice caso a mis clientes y me sentí más sola y decepcionada que nunca.

Mi marido me lo notó al volver, me encontró apagada y triste. Me excusé con cansancio por el trabajo y esa semana apenas tuve sexo con él. Como le había acostumbrado a tenerme disponible siempre que quisiera, Lucas también se resintió. Me costó un mundo hacer el amor con él, al menos al principio, pero se merecía todo y un par de días antes de mi viaje dejé que me lo hiciera. Una vez que empezó a follarme me animé y le pedí más. Me sirvió como purga de mis lúgubres pensamientos. “Más fuerte, cariño. Más rápido. Hazme tuya, amor” le pedí. Después de que se corriera en mi interior le monté y, llevando sus manos a mis tetas, le cabalgué desaforada. Conseguí que se vaciara nuevamente corriéndonos juntos.

Ese viaje lo hice feliz como una perdiz. Rafa me había confirmado que iría y, por si fuera poco, me dijo que no había cogido habitación. Una sonrisa de oreja a oreja iluminó mi cara cuando leí ese mensaje. Estuve simpática y atenta con mis franquiciados, les dediqué tiempo y mi mejor esfuerzo por mejorar sus negocios. Al entrar al vestíbulo del hotel miré expectante a mi alrededor con una sonrisa, mi cara se fue apagando cuando no encontré a Rafa. Estaba el recepcionista dándome la llave cuando la puerta se abrió y entró Rafa. Como una niña pequeña corrí y me lancé a sus brazos. Sorprendido se rio apretándome y dándome vueltas. Tuve que contener las ganas de besarle, nunca lo habíamos hecho, así que metí mi cara en el hueco de su cuello y respiré su olor. Cuando el conserje carraspeó me separé con una risita y recogí la llave, todo esto sin soltar la mano de Rafa, haciendo que me acompañara. Subimos en el ascensor y dejamos las maletas. Iba a ponerme cariñosa con él, cuando Rafa abrió la puerta.

—Vamos a dar un paseo, Ana. Quiero hablar contigo y prefiero estar fuera.

Mi corazón se saltó un latido. “Quiero hablar contigo” no presagiaba nada bueno. Cohibida de repente salí y bajamos a la calle. Mi expectación y mis nervios disminuyeron un poco cuando Rafa me cogió la mano y empezamos a caminar.

—Necesito que hablemos de esto que hacemos, Ana. La semana pasada te mentí. No hubo ninguna emergencia que me impidiera venir, lo que pasó fue que necesitaba reflexionar y tener claro a dónde nos podía conducir esta relación.

—¿No te gusta? — pregunté acongojada.

—Claro que me gusta. Me gusta mucho, y ese es el problema — Rafa se detuvo y me miró a los ojos —. He estado deseando volver a verte desde que te dejé en la estación, y eso me da mucho miedo. No quiero perder a mi familia.

—Yo tampoco quiero perder a la mía. ¿Sabes qué? Quiero más a Lucas desde que te encontré, de hecho, aún sin conocer a tu mujer creo que también la quiero, me siento unida a ella de alguna forma. Sé que tu corazón es de ella, yo solo quiero un trocito, como tú ya tienes un trocito del mío.

—¿Y crees que podremos hacerlo?

—Sí, creo que sí. Solo debemos tener claro que nuestras familias son lo más importante.

—Tienes razón. Podemos llevar esto nuestro como algo aparte, separado de nuestra vida normal.

—Claro que tengo razón, como siempre, jajaja. Y que sepas que me habías asustado mucho con ese "quiero hablar contigo" — imité su voz hablando con voz grave.

—Jajaja, por asustarte voy a invitarte a cenar. ¿Dónde te apetece?

La cena fue estupenda, no recuerdo la comida, pero sí la maravillosa sensación de estar viviendo algo precioso y único. Estaba todo claro entre nosotros y el mundo me parecía maravilloso. Tardamos mucho en el camino de vuelta al hotel, en cada callejón o rincón nos parábamos para besarnos y meternos mano como dos adolescentes cachondos. Nuestro primer beso fue algo especial. Me daba cuenta de que lo que tenía era insuperable, no solo mi familia y mi marido, a los que quería con locura y me correspondían, sino que también tenía un amante gentil y cariñoso. Y muy caliente.

Aguantamos las risas en la entrada del hotel y nos comimos la boca en el ascensor. Rafa abrió la habitación conmigo subida, mis piernas rodeando sus caderas. No sin dificultad entramos y cerré la puerta de una patada para ir a parar a la cama con nuestros miembros enredados. Nos arrancamos la ropa con urgencia, deseando tocar la mayor cantidad de piel posible del otro. Al ver el miembro de Rafa pensé en la suerte que tenía de poder disfrutarlo y de que, aun ocasionalmente, fuera mío.

No le dejé ni moverse, le obligué a tumbarse y me lo introduje en mi anhelante coñito. Cabalgué como una amazona persiguiendo el orgasmo que tanto necesitaba, mis tetas subían y bajaban al ritmo de mis caderas. Rafa me contemplaba atónito, no se esperaba tanta ansia por mi parte. Me corrí sin dejar de moverme, sin parar de montarle. Gocé como una loca del éxtasis que invadió todo mi cuerpo. Al final caí rendida sobre su pecho, saciada y feliz. Rafa, yo creo que algo abrumado por mi repentina pasión, me acarició la espalda y besó mi cabeza durante unos minutos dejando que me recuperara.

—Ya podemos seguir — le dije con una sonrisa—. Perdóname pero lo necesitaba. Ahora soy toda tuya. ¿Quieres algo especial? Te haré y te dejaré hacerme todo lo que quieras, si hay algo que no te atreves a pedirle a tu mujercita dímelo que no te voy a decir que no a nada — la expresión de Rafa reflejó sorpresa y alegría, luego una sonrisita perversa le iluminó —. Jajaja, parece que ya estás pensando en algo.

—Estoy pensando en muchas cosas, Anita. Algunas las podemos hacer aquí y otras no.

—Pues empecemos por las que podamos, tenemos toda la noche.

Primero Rafa quiso hacer un sesenta y nueve. Me tumbó en la cama y se puso sobre mí. Mientras su lengua hacía maravillas en mi coño su polla bombeaba ferozmente en mi boca. Tuve que sujetar sus caderas para que no me hiciera daño, aun así me folló la boca de forma salvaje. Enterraba toda su longitud hasta mi garganta y a mí se me hacía muy difícil contenerlo y a la vez disfrutar de su lengua. Esta vez no llegué a correrme pero fue igual de satisfactorio. Me impresionó la fuerza y virilidad de Rafa invadiendo mi boca. Me sentí afortunada cuando liberó su carga directamente en mi garganta gimiendo de placer. Impedí que se retirara y mantuve su polla entre mis labios un ratito. Luego se tumbó a mi lado y descansamos haciéndonos carantoñas.

—¿Te ha gustado aprovecharte tanto de mi boquita?

—Ha sido fantástico, espero no haberte hecho daño.

—No lo has hecho, pero no me hubiera importado. Ya te he dicho que puedes hacerme lo que quieras.

Como decía mi abuela “las manos van al pan” y enseguida tenía una rodeando su miembro y masturbándole lentamente. Estaba erecto pero no tan duro como antes y me gustaba la sensación.

—¿Sabes que nunca he sido mucho de masturbar a nadie? — le dije dándole besitos en la cara —. Pero algo tienes que no puedo para de hacértelo, me encanta notar en mis dedos como tu polla se va endureciendo, cómo desprende calor. No puedo evitar querer que se corra y eche todo su semen para mí — Rafa me dio un beso rápido y profundo.

—¿Te vas a convertir en una pajillera? — preguntó pícaro.

—De eso nada, solo voy a ser TU pajillera.

—Jajaja, pues ponme en forma otra vez que te voy a follar a cuatro patas.

Y lo hice, y él también. Se agarró a mi culo como un desesperado y me folló hasta que me corrí dos veces y pedí piedad. Se rio de mí y me dio un azote, luego, gracias a dios, me dejó descansar. Me gustaba tanto estar acurrucada en sus brazos como hacer el amor.

—¿Qué más piensas hacerme, Rafita?

—¿Lo has hecho alguna vez por detrás?

—¿Por el culo? No. ¿Quieres?

—Sí quiero. ¿Me dejas?

—Eres un pervertido, pero ya sabes que puedes hacer conmigo lo que te apetezca, pero mejor esperamos al próximo día. Me limpiaré para ti y traeré lubricante. ¿Qué pasa por las cabezas de los hombres que siempre quieren el culo?

—Por las otras cabezas no lo sé, por la mía lo que pasa es que tienes un culito precioso y adorable. Además, y perdona lo que te voy a decir, creo que de alguna manera el poseer el culo de una mujer es una forma de mostrar tu dominio, tu poder sobre ella.

—Jajaja, pues domíname, ya te he dicho que soy tuya para lo que quieras.

—Si lo llego a saber hubiera hecho una lista, jajaja. Ahora límpiate un poco que vamos a salir.

—¿Ahora? — hice un mohín.

—Sí, venga date prisa.

Salí del baño y me alargó una camisa suya. Salvo los zapatos no me dejó ponerme nada más. Tapada justo hasta mis nalgas bajamos en ascensor directamente al garaje, iba muy nerviosa porque alguien pudiera verme. Sin embargo, hacer eso a mis treinta y cinco años, casada y con niños, me pareció atrevido y excitante. Rafa sonrió cuando me metí corriendo en el coche. Lo sacó del parking y condujo lentamente por la ciudad.

—Chúpamela, Ana. Sé buena.

Me miró con una sonrisa perversa que le devolví. Me incliné y le bajé la cremallera. Condujo con una mano y con la otra me acariciaba el culo mientras yo mamaba golosa su miembro.

—Despacio, cariño, no quiero correrme todavía.

Durante mucho rato me dediqué a darle placer, su excitación era equiparable a la mía. Seguro que dejé empapado el asiento, jajaja.

—Espera un momento — aparcó al lado de la acera en una calle oscura. Al final de la manzana se veía a dos personas que se alejaban —. Ahora súbete, quiero follarte aquí.

Excitada a más no poder me subí a horcajadas en su regazo, mi espalda presionaba con el volante pero no tuve problemas para recibir su miembro en mi interior. A pesar del deseo que me dominaba oculté mi cara en el hueco de su hombro algo avergonzada. No esperaba estar haciendo estas cosas a mi edad. Me folló despacio, acariciando mi culo y mis tetas y empujando suavemente sus caderas hacia arriba. En unos minutos ya no me importaba que me vieran, cuando pasó gente a nuestro lado los ignoré para concentrarme en el placer que Rafa me regalaba. Nos corrimos a la vez resoplando intentando no hacer mucho ruido.

—Ahora límpiame en el camino de vuelta.

Rafa volvió a conducir y yo hice lo que me pidió. Me limpié con un pañuelo de papel para no manchar más el asiento y durante el regreso lamí y chupé su precioso miembro.

Volvimos a follar en la habitación. Esta vez me puso contra la pared y me lo hizo desde atrás. Al final paramos para poder dormir un par de horas antes de volver cada uno a su ciudad.

Han pasado tres años desde entonces. Ahora me reúno con Rafa en Valencia, donde tengo nuevos franquiciados. Cada mes nos vemos al menos una vez y disfrutamos mucho juntos. Como no nos conoce nadie somos muy atrevidos y hacemos lo que nos da la gana sin cortarnos un pelo. Sigo teniendo fijación con masturbarle y no se escapa ninguna vez sin que su pajillera se lo haga al menos una vez, incluso en algún restaurante cubiertos por el mantel.

A Lucas, mi marido querido, sigo tratándole como a un rey. Le quiero un montón y se lo demuestro de muchas maneras. Yo creo que la que más le gustó fue cuando le ofrecí mi culito. Rafa me lo estrenó y en cuanto volví a Madrid dejé que mi marido, para su inmensa alegría, me sodomizara. Con Rafa, por ser la primera vez, fue incómodo y algo doloroso, sin embargo con Lucas lo gocé verdaderamente. Su miembro algo más fino me llevó al cielo sin ningún dolor. Ahora me encanta que me den por culo y ambos me lo hacen a menudo. Tanto uno como otro me dan mucho placer y me tienen satisfecha. No considero mejor amante a ninguno de los dos, cada uno a su manera me hacen muy feliz. Si tuviera que escoger a uno para el sexo no sabría a quién elegir, pero los momentos con Rafa son especiales. Quizá por estar fuera de casa y no tener que cuidar las formas, o por las pequeñas perversiones que cometemos. A lo mejor es porque nos comportamos como novios sin ninguna responsabilidad familiar.

Rafa me he explicado que su vida con su mujer también ha mejorado, le pasa lo mismo que a mí. Quiere a su pareja con locura y lo nuestro, curiosamente, afecta positivamente a su relación. Acaba de tener su segundo hijo y durante un mes no puede tener sexo con su mujercita. Yo me aprovecho y le doy lo que necesita, jajaja.

Al principio de enredarme con Rafa pensé que Lucas sospechaba algo. Ahora creo que ya no desconfía. Le trato tan bien y le quiero tanto que no tiene motivos.

Pues esta es mi vida y si algo tengo claro es que a veces, como dice la canción, hay que “vencer la tentación sucumbiendo de lleno en sus brazos”.