La Tentación
Una mujer casada tiene que ir por su ropa lavada a la azotea del edificio donde vive, en esa circunstancia conoce a su nuevo amante.-
La Tentación
Superado los treinta no le presto mucha atención a los chicos jóvenes casi veinteañeros, es decir, no me llaman la atención pues me parecen demasido histéricos y huecos pero mi acercamiento a Damián, un vecino de dos pisos arriba del edificio donde vivimos fue algo más que curiosidad y todo producto de una casualidad.
Damián tiene más de 18 años, es un joven desmañado y no parece tener interés en nada, se viste con ropa holgada en exceso, zapatillas enormes, tiene un par de tatuajes que se puso porque está de moda y un pircing que le cruza por el lado de afuera su ceja izquierda, vive con su madre y tiene una noviecita algo mayor que mucho se parece a él.
La noche de la casualidad estábamos por acostarnos, los niños ya dormían y de pronto recordé que tenía ropa tendida en la jaula de la azotea, yo ya me había cambiado para irme a dormir, tenía puesto mi camisolín de seda gris y no quería para nada volver a vestirme para ir por esas ropas. Fue así que le pedí a mi marido que fuera por ellas pero el muy cretino, inventando alguna excusa, se negó a hacerlo por lo tanto no me quedó más remedio que ir yo misma cosa que me obligó a ponerme un pantalón jogging que usaría el otro día para mis clases de gimnasia semanal.
Una vez en el pasillo pulsé el botón llamando el ascensor, siendo dos alguno tenía que venir ya que tienen un sistema digital de memoria y no se que otros cuentos electrónicos, lo cierto que ni por casualidad aparecieron. Resoplé fastidiada, miré la escalera diciéndome que tan sólo eran seis pisos los que tenía que subir, así que resignada comencé a subir no sin antes ir apretando los botones de las luces automáticas de tres minutos de duración. Damián y su novia no me escucharon porque yo iba en pantuflas y porque subía en absoluto silencio, pero yo sí los escuché a ellos que genían algunos peldaños más arriba y sin ser un lumbrera casi de inmediato me dí cuenta de qué se trataban aquellos gemidos. Las luces volvieron a apagarse, pero esta vez no quise encenderlas, pues quería espiar a los tortolitos en plena faena sexual; continué subiendo, ahora con más cuidado, hasta que llegué al último descanzo donde podía avanzar ya que ellos estaban en el piso superior.
Apenas me asomé, mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra, pude ver sus sombras, Damían estaba sentado en el último peldaño de la escalera y su novia estaba sentado a horcajadas subiendo y bajando ritmicamente mientras él le imponía el ritmo ayudándose con las manos al sostenerle el culo. Entre suspiros y suspiros se daban algunos besos, podía verlo a él aferrándose con desesperación a las nalgas de ellas en tanto ella sacudía la cabeza de un lado para el otro.
Como no me gusta ser interrumpida en semejante menesteres decidí que ya había visto demasiado, comencé a retroceder cuando ví que Damían trataba de chupar aquellas tetas pequeñas que se sacudían de arriba abajo. El problema era que yo ahora no podía ir por mi ropa, pues ellos estaban cruzando la escalera dos pisos antes de llegar a la azotea, y los malditos ascensores no parecían funcionar, con resignación decidí volver a mi departamento para meterme en la cama y olvidarme del asunto así sin más, pero en ese momento escuché un ruido arriba mío, un choque en las varandas metálicas de las escaleras, me detuve para tratar de adivinar que podía ser, fue cuando escuché un ahogado lamento de Damían, de curiosa me asomé sonriendo con mi boca entreabierta por el hueco de la escalera mirando para arriba convencida de la inevitable acabada del joven amante, fue cuando sentí las primeras gotas tibias que cayeron en mi rostro, me llevé la gran sorpresa cuando un buen chorro me cayó en mi sonrisa llenando mi boca de algo biscoso que no tardé en descubrir que se trataba del semen que Damían, quien al parecer había decidido soltar por encima de las varandas, en el hueco de la escalera su brutal cantidad de esperma, convencido que allá abajo, en medio de la total oscuridad, no había nadie.
De inmediato me limpié con el dorso de la mano, estaba furiosa, tentada en subir y decirle cuatro frescas pero al momento recapacité, de hecho no podía hacerlo pues ellos no tenían la culpa que mi morbosa curiosidad hiciera que asomara mi cabeza por el hueco de la escalera para que uno de los chorros de Damián se metiera en mi boca. La situación era tan increíble que comenzó a parecerme graciosa, tuve que sentarme en la escalera para tratar de poner en orden mis ideas en tanto el inconfundible gusto salobre ganaba todos los rincones de mi boca.
Dos días después Damián y yo nos cruzamos en el ascensor, apenas si me saludó, yo lo miraba y hacía un esfuerzo increíble por no sonreir pues él ni por casualidad se imaginaba que su vecina de dos pisos más abajo se había tragado su leche un par de noches atrás. Pero hay ciertas cosas que son extrasensoriales, pues los dos nos miramos con una pequeña sonrisa en nuestras bocas. Yo llevaba mi ropa de trabajo, un tallieurs color salmón con mini apenas por encima de las rodillas bien ajustada y sandalias de taco alto, él una de sus remeras tres talles más grandes, un jean también gigantesco y sus zapatillachas de siempre. Sin descaro me miraba, en tanto yo hacía que no reparaba en ello aunque resultaba difícil desimular un par de ojos clavados en mis tetas.
Como era viernes le pregunté si iría a bailar con su chica, me dijo que no, pues tenía un torneo en un ciber de no-se-que juego, yo solté el comentario de lo mucho que hacía no iba a bailar, incluso le aconsejé que aprovechara la oportunidad que le daba la vida, entonces me dijo que con alguien como yo de buen gusto iría a bailar pues me veía muy elegante y femenina, coqueta acepté sus cumplidos en tanto le preguntaba un "te parece" moviéndome de manera tal que resaltaba las curvas de mis caderas y las formas de las piernas en la minifalda. Hipnotizado, sin quitarme los ojos de encima, decía una y otra vez que sí. Cuando llegamos a mi piso fue muy amable al abrirme la puerta, pasé cerca de él rozando con mi antebrazo su pecho en tanto él hizo lo mismo con su mano un costado de mi cadera.
Más de una vez me sorprendía a mi misma pensando en él, si bien no soy ninguna santa sabía que debía sacarme de la cabeza a ese chico pues no sólo era muy joven para mí sino también mi vecino con el riesgo que eso implicaba ya que bien podía irse de boca y pronto se correría la voz acerca de mi comportamiento poco ejemplar de mujer casada y madre de familia; pero no podía y todo porque había tragado aquel maldito chorro de semen que me despertó tanta pasión que mi marido, no bien regresé a la cama, se vio sorprendido por mi excitación y la urgencia de ser cogida.
Como sea siempre trataba de encontrarmelo, aunque fuera un momento, donde fuera para intercambiar, aunque más no fuera, un par de palabras con él. Y una vez que lo hacía, y ya estando sola, me masturbaba sin culpas haciéndolo protagonista de mis fantasías, en particular, reviviendo una y otra vez aquel chorro de esperma en mi boca. Así fue hasta que me lo encontré en la zona del centro caminando, yo iba en mi coche camino a la casa de mis suegros a buscar mis hijos, llevaba puesta una solera abotonada adelante y como soy de mostrar algo los últimos botones los llevaba desprendidos. Apenas lo ví le toqué bocina, él estaba con un grupo de amigos, me saludó y vino hacia mí por mi lado, mientras lo hacía un movimiento furtivo de mi mano preparó la recepción para sus ojos en tanto yo lo miraba sonriente. Como si tal cosa metió su cabeza por la ventanilla para darme un beso y un momento después quedó congelado, por un momento pareció perder el habla, pero yo tenía la certeza de qué era lo que lo distraía tanto.
Nuestras miradas se encontraron en el punto de atención, reconozco que se me había ido la mano ya que mis bragas, negras de encajes, estaban completamente a la vista. No podía quitarme los ojos de encima, separé mis piernas un poco más, la suerte ya estaba echada, solté una de mis manos el volante para hundirla por debajo del elástico para rascarme una fingida comezón. Nos pusimos serios, le pregunté si quería subir, miró a sus amigos dudando, ya jugada del todo por el todo me desprendí en sus narices un botón más para que viera que no era una casualidad lo mío como había sido lo de él, le prometí que subiría a medianoche a la azotea y que lo esperaría ahí, balbuceó un sí y sin más me fui casi arrepentida de lo que había hecho aunque no tanto.
Con mucha dificultad disimulé mi ansiedad, de pronto tenía la furiosa necesidad de probar un adolescente y ver qué tanto se podía obtener de él. Cociné pastas para la cena, cosa que a mi marido le caen pesadas de noche y lo hacen dormir como un tronco de un tirón. Pasada la medianoche subí a mi cita, entré en la azotea y no lo encontré, cuando me resignaba apareció de entre los tanques cisternas haciéndome señas para que me acercara, yo aún vestía como él me había visto en el auto y apenas estuve cerca de él me abrazó, besó con torpeza y sin más preludio hizo que me agachara para que me engullera su desesperada erección cosa que hice con el mayor de los gustos.
Ahora lo sentía en mi boca, mi lengua jugaba con su glande, me lo metía tan adentro como podía y no tardó demasiado en soltar su chorro, esta vez sí, enteramente en mi boca disfrutando así del pecado. Dejó que se la limpiara un poco, luego me obligó a levantarme para que apoyara mi espalda en la pared de uno de los tanques, con torpeza me quitó el vestido dejándome en bragas y sandalias, no hizo falta que se lo dijera, mis pezones erectos eran una inevitable tentación así que alternando uno con otro me dio una buena mamada de tetas haciendo que mi excitación fuera creciendo de tal forma que mis dedos acariciaban mi clitoris luego de bajarme un poco mis bragas negra de encaje.
De pronto se detuvo, yo tenía la boca abierta por donde escapan mis suspiros y casi silenciosos lamentos, se agachó, me sacó las bragas del todo e hizo que cruzara una de mis piernas por encima de su hombro de modo tal que con su lengua comenzó a juguetear con mi excitadísimo clítoris. Para mis adentro tuve que reconocer que sabía lo que hacía, Damían era todo un amante, su lengua primero luego sus dedos metiéndose en mis agujeros era el mayor placer que podía sentir debajo de aquella noche estrellada y cálida. Como dije, era un caballero, fue él quien se tumbó boca arriba cuando estuvo lista su erección nuevamente, que por cierto no tardó demasiado, sin dudarlo demasiado me ayudé con una de mis manos para enterrarme ese caliente y palpitante sexo en mi mojada y dilatada vagina.
Otra vez se fue de lleno dentro mío, pero no había perdido del todo su erección, así igual pude continuar moviéndome hasta que alcancé mi primer orgasmo. Durante esa dulce descarga de mis sentidos me abrazó llevándose una de mis tetas a la boca para chupar sin apuro ni desesperación. En algún momento volvío a endurecerse su sexo, la juventud le jugaba a favor, entonces me pidió timidamente, mi culo. Me salí de él, me paré, apoyé mis manos contra el tanque arqueando mi espalda para que mis nalgas quedaran bien parada y mi agujero abierto preparado. La ansiedad era su perdición, le costaba meterla, por momento parecía que iba perder su erección, yo le aconsejaba que no se desesperara. Tanto insistió que logró encajar su palpitante glande mojado de mis flujos y su esperma en el culo y sin esperar nada de él empujé yo misma para que entrara todo de una vez. Fue una sensación exquisita, si señor, nunca podré olvidarlo.
Me agarraba con firmeza de las caderas para sacudirme en cada una de sus embestidas, me daba la sensación que él mismo quería meterse en mi recto para soltarme un par de veces más su esperma en tanto yo hacía lo mio con la ayuda de mis dedos sobre mi hinchado clítoris. Agotados nos quedamos parados, junto al tanque, abrazados, desnudos. Cuando comenzamos a vestirnos se negó a entregarme mis bragas, dijo que iba a guardarla de recuerdo como troféo de guerra, no me importó demasiado, me puse mi vestido, lo besé un par de veces y así como vine a su encuentro me fui sabiendo que no todo había terminado ahí.-