La tentación

Hace tres años le fui infiel a mi esposo por primera vez.

Hace tres años, le puse los cuernos a mi marido por primera vez. Jamás se me había pasado por la cabeza hacer una cosa así. Conocí a Juan cuando yo tenía 14 años y él 19. Al principio lo odiaba, después nos hicimos amigos y finalmente nos enamoramos. En la víspera de mi vigésimo cumpleaños, nos casamos y, dos meses antes de nuestro primer aniversario nació el pequeño Juan. Ocho años más tarde nacería Adrián y hoy día ya llevamos dieciocho años felizmente casados. Mi marido es patrón de pesca, por lo que debe ausentarse de casa durante meses. Quizás eso ha echo que no perdamos la pasión y, por ello, follamos dos veces a la semana cuando está en casa. De todos modos, las cosas ya no son como antes. Con los años, a Juan se le ha llenado el cabello de canas y luce una prominente barriga cervecera. Yo, con mi pelo negro y mi empinado culo, también he sufrido el paso del tiempo, pero aunque tengo alguna que otra arruga y los michelines y las estrías propias de mis dos embarazos, sigo conservando mi mayor arma de seducción: unas tetas enormes(uso una 120 de sujetador) que, según mi esposo(el único hasta hace tres años que las había probado), están riquísimas. Como ya he dicho, a pesar de lo rutinario de nuestras vidas y de las interminables sequías sexuales que nos proporciona el empleo de mi esposo, nunca pensé en serle infiel, porque lo amo más que a nada en esta vida. Sin embargo, la carne es débil y la tentación muy fuerte. Sin más preámbulos, paso a relataros mi primera infidelidad.

Era finales de enero de 2006 y mi marido, que se encontraba trabajando en Mauritania, me pidió que alojara en casa a un compañero cubano y a su esposa durante una semana. Me quedé atónita cuando llamaron a la puerta y vi a un hombre de poco más de 30 años, moreno, de ojos marrones y un cuerpo tremendo. La sorpresa es que Ramón, como se llamaba el cubano, venía solo.

-¿Es usted, la señora de Juan?

-Si, bueno, llamame Encarna. Tú eres Ramón, ¿verdad?

-Sí. Espero no causarle muchas molestias.

-No, para nada[en realidad, me incomodaba bastante tener que alojar en casa a un par de desconocidos]. ¿Dónde está tu mujer?

-¡Oh! Es que nos hemos separado.

-¡Ah! Lo siento.

-No, no pasa nada. La muy guarra no entendía que yo soy un hombre y que necesito a más de una mujer para satisfacerme.

¡Menudo guarro! O sea, que le ponía los cuernos a la pobre chica y encima tenía el descaro de insultarla por haberse cansado de él. No sabía como iba aguantar una semana bajo el mismo techo de semejante capullo. No podía negar que el muchacho era guapo, pero entre que me caía mal y que Juan era el único hombre con el que había estado en mi vida, no hubiera adivinado que unos días más tarde estaría en su cama. He de reconocer que no le quitaba ojo cuando se quitaba la camiseta(muy a menudo para estar en invierno) y que me estremecía al notar sus ojos en mi escote al agacharme. El muy descarado no se cortaba un pelo en mirarme las tetas, refregarme su paquete(¡santo cielo, que bulto tan abultado!) "disimuladamente" al pasar por detrás mío y en decirme lo bonita que era. A mi me daba vergüenza, pero a veces no podía evitar reírme con sus bromas y es que su acento me volvía loca. Al igual que me volvía loca mirar a muchos hombres como a todas las mujeres, supongo, que no solo los hombres piensan en el sexo, ¿no? Claro, que una cosa es mirarle la entrepierna al fontanero, quedarse embobada escuchando al profesor más joven de los niños, masturbarse mirando las fotos de nuestro actor favorito ligerito de ropa o fantasear con todos ellos, y otra cosa es hacer realidad esas fantasías y traicionar a la persona amada. Yo soy de las que siempre decían que la infidelidad es algo imperdonable y desde hace tres años me tengo que callar la boca.

A los tres días de quedarse en casa, Ramón salió por ahí. Los niños llevaban horas durmiendo y yo me dirigía a mi cuarto cuando llegó acompañado de una negra que vestía como una puta y que, efectivamente, era una puta.

-¡Ramón, saca a esta señorita de mi casa! Los niños podrían despertarse.

-No seas mala, mi amor-me contestó el cubano, evidentemente ebrio-. Dejame disfrutar un poquito que no mojo desde que vine a España y tengo la polla a reventar. Así que dejame tranquilo porque si no me voy a olvidar de que Juan es amigo mío y voy a tener que follar contigo ahora mismíto. ¿Qué me dices, mi reina?¿Echó a está churnia y me meto en tu cama? Se que lo deseas...

Intentó besarme y yo le di una bofetada al borracho y me fui a dormir. Aunque dormir no pude, porque en la habitación de al lado había un escándalo tremendo. Los gemidos de la puta negra eran ensordecedores y se notaba que el cubano se estaba portando. Desde luego, yo nunca había disfrutado con Juan hasta ese extremo. Así que en lugar de pensar en que mis hijos dormían al lado y podían escuchar el show porno, yo deseé estar en el lugar de esa chica. Metí la mano debajo de mis bragas e introduje dos dedos por mi húmedo coño.

-¿Te está gustando puta?-preguntó Ramón.

-Mmmmmmmmmmmmmmm-gimió la puta-. Eres un macho.

-Pues aún no has visto nada. ¡Toma!

-¡Ohhhhhhh!

-Mmmmmmmmmmmmmmmmmm. ¡Quee gua-arra ereeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeees!Mmmmmmmmmmmmmm. ¡Aghhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Yo saqué mi lengua y me la pasé por mis labios. Seguía masturbándome mientras imaginaba que Ramón estaba sobre mí. Un rato más tarde, me corrí, pero los otros dos siguieron dale que te pego hasta altas horas de la madrugada. Luego, escuché a la puta marcharse y me dormí. Supongo que adivinareis lo que soñé aquella noche. Amanecí totalmente mojada y, como aún quedaba media hora para que se despertaran los chicos, corrí al baño para ducharme. Abrí la puerta y me encontré con Ramón saliendo de la ducha completamente desnudo. Me quedé paralizada. El tío, además de ser guapo y tener unos músculos y unos abdominales que enloquecerían hasta a la más mojigata, tenía una polla que, a pesar de estar en reposo, doblaba en tamaño a la de mi marido en erección. No podía apartar la vista de su entrepierna y me fijé en que él también miraba la mía. ¡Oh, no!¡Se había dado cuenta de que me había corrido por la noche!¡Qué vergüenza!¡Y, oh, no!¡Por el amor de Dios, no!¡De la excitación, su miembro estaba empezando a crecer!

-Ppperdón.

Me fui corriendo sin volver la vista atrás. Cuando bajó(¡en calzoncillos y pudiéndose apreciar que su pene aún se encontraba en estado de erección!) me comporté como si nada hubiese ocurrido y comencé a preparar el desayuno. Él se acercó por detrás, se pegó a mi y me agarró las tetas. Di un brinco de la sorpresa. Ramón empezó a chuparme el cuello.

-Ramón, ¡suéltame!

Su lengua subió por mi cuello. Mientras me amasaba las tetas, me besó en la oreja. Introdujo su lengua en mi oído.

-Por favor, suéltame.

Comenzó a susurrarme al oído.

-No me mandes parar cuando te mueres por mi. Me estás volviendo loco. No puedo parar de mirar tu precioso culo y tus tetas. ¡Ay, que tetas!-metió sus manos bajo mi blusa-Lo daría todo por probar tus tetas.

No sabía que sentir. Hacía tanto tiempo que nadie me hablaba así. Que no me sentía tan deseada por un hombre. Ramón hacía que me sintiera tan bien.¡Y estaba tan bueno!Pero yo amaba a Juan y él no se merecía eso.

-Ramón, por favor.

-Encarna, me voy mañana.

-¿Qué?

Me di la vuelta sorprendida.

-¿Cómo que te vas mañana? Solo llevas cuatro días. Se suponía que te irías el domingo.

-Sí, pero es que me ha salido un trabajo y...

-Mañana.

-Por la tarde. Y no me pienso ir sin follar contigo.

Me besó. Me agarró, me cogió en brazos y me besó. Me besó como hacía tiempo que Juan no me besaba. Yo no pensaba tener nada con Ramón, pero es que besaba de una forma tan...No se como decirlo. Lo único que se es que me dejé llevar. Me dejé llevar y correspondí a su beso. Coloqué mis manos sobre su cuello y él colocó las suyas en mi culo. Nuestras lenguas formaban una sola. Ese hombre me estaba dejando seca solo con un beso. Pasó...no se cuanto pasó. Y nosotros seguimos besándonos. Nuestras bocas no hacían nada por separarse. Y mi lengua y la suya salían y entraban de la boca del otro. Recordé cuando Juan me besó por primera vez. Juan. Empujé a Ramón y le di una bofetada.

-¿Pero qué haces, puta?

-A mi tú no me faltas el respeto. Dejame en paz o te denunció por intentar violarme.

-¿Quién ha intentado violar a quién?

Nos miramos durante unos segundos y nos volvimos a besar. Me cogió en brazos y me llevó al salón. Me tumbó en el sofá y se colocó sobre mi. Me quitó la blusa y me chupó de nuevo el cuello. Me besó la barbilla y yo le agarré por la espalda.¡Dios mío!¡Qué hombre!¡Qué músculos!¡Qué cuerpo! No como Juan. Juan.

-Ramón, para.

Haciendo caso omiso a mis palabras, hizo ademán de desabrocharme el sujetador.

-¡Ramón, para de una puta vez!

Agarró mi sujetador. Yo le di una patada en los huevos y me levanté.

-¡Joder, hija de puta!¡Qué cabrona!

-No vuelvas a tocarme. Aprende que cuando una mujer dice no es no.

-Perdona, pero joder es que tú...

-Mira, esto no puede ser. Yo soy una mujer casada y amo a mi esposo. No puedo hacerle algo así a Juan. No puedo.

-Bien. Mirame a los ojos y dime que no me deseas. Dímelo.

Me quedé callada.¿Qué debía decirle? Por supuesto que lo deseaba, pero eso no quería decir que me fuese a liar con él. Jamás le sería infiel a Juan. Nunca. Escuché que mi hijo mayor salía de su cuarto. Me había librado de responder. Aunque si Juan se hubiera levantado antes o si yo hubiese dado rienda suelta a mi pasión, mi hijo nos hubiera pillado a mi y a Ramón follando.

-Encarna-dijo Ramón bajando la voz-, vamos a cenar esta noche. Como amigos.

-Está bien, pero solo como amigos.

Los niños se fueron a dormir a casa de mi madre y yo me vestí elegante y me maquillé como nunca. Estaba mortalmente sexy. Me decía a mi misma que solo era una cena de amigos, pero en el fondo deseaba que algo pasara. Y algo pasó. La cena estaba deliciosa y no paré de beber vino. Bebí demasiado, aunque se que no es excusa. Llegamos a casa tambaleándonos y riéndonos. Me besó. Otra vez.

-Ramón, otra vez no. Ya te dije que...

Me volvió a besar.

-Y yo te digo que estás muy buena. Que solo el cornudo de Juan pueda disfrutar de ti es pecado. Debería de estar castigado con cárcel.

-Ramón, yo soy feliz, quiero a Juan y no quiero perder a mi familia.

-Juan no tiene por qué enterarse de nada. Yo no le pienso contar nada. ¿Tú sí?

Nos besamos y subimos a su cuarto. Le quité la camiseta y le toqué por todo el cuerpo. ¡Dios, que cuerpo! Me desabrochó el sujetador y se quedó un rato mirándome las tetas. Me dio algo de corte. Era la primera vez que un hombre, aparte de Juan, me veía las tetas. Me acarició los pezones. ¿Cómo puedo describir lo que sentía mientras me sobaba las tetas? Era rápido, pero fuerte. Muy fuerte. Me besó el pezón y me los rodeó con la lengua. Me los succionó y me siguió chupando las tetas. ¡Santo cielo, que placer!

-¿Te gusta chupármelas?

Me sonrió. No hacía falta que dijese nada. Le encantaba. A Juan también le encantaba chuparme las tetas. Juan. ¿Por qué no podía dejar de pensar en Juan?

-Ramón, no puedo.

Ramón colocó uno de sus dedos sobre mis labios.

-Calla. No digas nada. Tú solo dejate llevar. Dejate llevar y disfruta.

Y eso es lo que hice. Me dejé llevar y disfruté. Y no pensé para nada en mi marido cuando me tumbé en la cama, me abrí de piernas y dejé que Ramón me bajara las bragas. El cubano se las llevó a la cara, las olió, dio un suspiro y me las lanzó sobre mi rostro. Sentí el olor de mis propias bragas. No me las había cambiado desde el día anterior y, como recordarán, me había corrido varias veces con ellas puestas. Me las quité mientras Ramón se adentraba entre mis piernas. Sopló en mi coño. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Creí morirme al sentir la lengua del cubano en mi entrepierna. Me realizó una comida de coño magistral. Y cuando me corrí, su boca siguió jugando entre los pelos de mi coño. Al rato se bajó los pantalones y se sacó su miembro. Su polla. Su enorme y preciosa polla.

-¿Quieres que te la meta?

-Yo, no...

-Mira, deja ya el cuentico de esposa fiel y abnegada. Y pídeme que te penetre.

-¡¡¡TALADRAME EL COÑO!!!

Y me lo taladró a base de bien. La follada que me metió fue brutal. Dos orgasmos. A Juan le costaba regalarme uno y Ramón me proporcionó dos orgasmos(algo que es como muy pobre si se lee otros relatos de mujeres multiorgásmicas, pero que para mi, al menos, fue algo único y maravilloso). Se corrió dentro de mi. Luego volvió a las tetas. Ese hombre era un máquina en la cama, pero desde luego su mayor habilidad era la lengua. Tenía una lengua prodigiosa, superior incluso a la habilidad de su polla.

-¿Quieres que te la meta por el culo?

-Con Juan lo hicimos una vez y me dolió. Por eso no lo practicamos más.

-No te preocupes, mi amor. Yo te lo voy a lubricar bien.

Y sin lubricante. Con su propia saliva me empapó mi agujero y me fue introduciendo su gigantesco miembro(quizás lo de gigantesco sea exagerado, pero es que para una mujer que solo ha estado con su marido, una polla así impresiona una barbaridad). He de reconocer que al principio me dolió un poco, pero se notaba que Ramón tenía experiencia y consiguió hacerme disfrutar. Me enculó de forma sublime. Las brutales cabalgadas que me metía eran tremendas. Finalmente, se corrió en mi culo. Así que llena de semen, me tumbé sobre su pecho. Me sentía extraña. Era la primera vez que me acurrucaba a un hombre que no era Juan. Miré la polla de Ramón que estaba de nuevo dormida. No pude resistirme a tocarla. Empecé a juguetear con ella. Poco a poco se iba poniendo dura hasta que por fin estuvo otra vez en posición.

-Hazme una mamada.

-¿Quieres que te haga una mamada?

-¡Oh!Ahora es la parte en la que me dices que nunca has echo una, yo te digo que no pasa nada y que yo te guiaré, y al final, a pesar de que es la primera vez que chupas una polla, te sale tan bien como si fueras una actriz porno. ¿No?

-No. Para mí, el sexo oral es lo mejor.

-¡Oh, te gusta chupar pollas! No lo hubiera dicho al verte mirármela esta mañana en el baño.

-Claro que me gusta chupar pollas. Y se me da de lujo.

-¿Así que es por eso por lo que tienes la boca tan grande?

-¡Serás capullo!

Nos reímos. Le besé en los labios. Fui bajando mi lengua por su cuello, le chupé los pezones y bajé hasta su entrepierna. A Juan le encantaba que se la chupara. Y a mi me encanta hacer mamadas. Sobre todo si es una polla como la de Ramón. Por sus gemidos, que casi superaban a los de la negra puta, confirmaban que en chupar pollas soy una experta. Se corrió en mi boca y luego volvimos a follar. Entre las copas y la excitación no recuerdo exactamente cuantas veces lo hicimos, pero os puedo asegurar que fueron varias. Por la mañana, cuando me desperté, me encontraba sola en la cama. Ramón se había ido y con él me había dejado las dudas, los remordimientos de conciencia, la sensación de culpa y el sufrimiento que solo una mujer puede sentir. Decidí hacer como si nada hubiese ocurrido y me prometí a mi misma que jamás se volvería a repetir algo así. Pero del dicho al hecho...