La tempestad - El naufragio

Cuatro náufragos y una tierra por descubrir.

La tempestad – El naufragio

Nos encontramos en el año del Señor de 1750. Me llamo Iñigo Cortes de Villanueva. Soy oficial de la Armada del Imperio Español. Todo lo que estoy escribiendo ahora en mi diario espero que sea recuperado algún día por alguna alma cristiana que pueda comunicar a mi familia lo que aconteció con mi vida y la suerte que corrí en ese fatídico momento cuando mi amada fragata de tres palos y 36 cañones naufragó en medio de una terrible galerna que asoló primero nuestro velamen, partiendo con su furia infernal el palo mayor y posteriormente dejándonos a merced del embravecido viento que empezó a empujarnos peligrosamente contra la costa cercana. El resultado era previsible a partir de ese momento, escorar o estrellarse contra los arrecifes visibles solo como apariciones amenazadoras bañadas de luz por los resplandores apocalípticos de los numerosos rayos. Ocurrió lo segundo, en ese fatídico momento me encontraba en el castillo de popa ayudando al navegante a intentar enderezar la rueda del timón. La fuerza del choque fue tan brutal que me hizo perder pie y salir despedido como un pelele, cayéndome al mar por la amura de babor. El agua estaba fría y su movimiento era tan violento que empecé a rezar por mi alma mientras intentaba agarrarme como un desesperado a un cercano tonel flotante. Mis baños de niño y adolescente en el río que atravesaba mi pueblo natal me habían proporcionado la pericia, la experiencia y la suficiente sangre fría para no desesperar en estas penosas circunstancias, me descorazonó pensar en la suerte que iban a correr varios compañeros y amigos embarcados, me habían confesado que no sabían nadar, algo terrible pero habitual entre muchos marineros de mi época.

La orilla estaba muy cerca, pero la distancia era engañosa y letal, la furia de la tormenta podría estrellar mi cuerpo contra las afiladas rocas cercanas con solo cometer un error. Nadé con desesperación, buscando una aproximación que burlara la zona más turbulenta de las olas. Vi que cerca de mi estaban tratando de mantenerse a flote varias personas, dudé si ayudarlas, mi vida no estaba a salvo aun, al contrario, me ahogaría sin no encontraba pronto una salida a este atolladero, pero mi formación ética y cristiana me impidió dejarlas a la merced de la galerna en esas horribles circunstancias. Regresé nadando y me acerqué a ellas con cuidado y tiento, mi sable enfundado en mi cintura me pesaba como una ancla, enredándose continuamente contra mis doloridas piernas, pensé en desprenderme de el, pero considerando que podíamos estar en tierra hostil, deseché la idea por descabellada, ya había perdido mi pistola, solo faltaba quedarme indefenso ante posibles agresores.

Sabía por haberlo presenciado antes, que era fácil en estas circunstancias que rescatado y rescatador se precipitaran al fondo del mar por culpa del ansia que todos tenemos de salvarnos cuando las circunstancias nos llevan a límites tan extremos. Me acerqué nadando con cautela y vi parte de los miembros de la familia del capitán agarrados a uno del los cofres de aperos, seguramente la tripulación les había proporcionado este precario flotador con la remota esperanza de que alguna de ellas se salvara esa noche. Me acerqué nadando como pude y tomando una cuerda que colgaba del baúl, empecé a acercarlas poco a poco hasta mí posición en la más tranquila ensenada. Comprobé consternado que además de mi superior, faltaba una de las hijas, la más pequeña, una criatura angelical con grandes ojos verdes y sonrisa pronta, el resto, lloraban como magdalenas mientras rezaban y se agarraban como lapas a su tabla de salvación. Mientras conseguía con mucho esfuerzo y riesgo para mi vida acercar su precaria boya hasta una zona más remansada del arrecife, me puse a gritarles como un poseso para hacerme entender y les di instrucciones precisas para no perder la razón y esperar una por una que las intentara rescatar, mi única idea era llevarlas hasta unas rocas cercanas que estaban algo más resguardadas del embate de las olas.

Primero le tocó a Jacinta, una morenita con ojos luminosos que ya estaba en edad de esposarse. Sus dieciséis años lucían con toda la frescura y belleza de tienen las jovencitas a esa tierna edad. Se agarró a mí con tanta fuerza que pude percibir sus duros pechos clavarse como dagas en mi espalda mojada mientras sus bracitos se aferraban a mi cuello como si le fuera la vida en ello. La puse a salvo y le pedí que me guardara el sable, no dejaba de enredarse en mis piernas y dificultar mucho mis movimientos.

Me ayudé de mi tonel para conducir a buen destino a Manuela, la hija mayor de mi desaparecido capitán. Me costó subirla hasta las peñas, era alta, bastante gruesa y de tetas abundantes. Cara bonita y sonrosada, muy cariñosa con sus hermanas y también todo hay que decirlo conmigo desde que empezó este desafortunado viaje. Viuda reciente, era tan joven la pobre chica, su marido teniente de artillería, había muerto en el asedio a una ciudad costera lejana. A penas llevaban casados un año cuando sucedió la desgracia. La guerra no hace distinciones, mata indiscriminadamente.

Antonio, un pequeño botarate que a mi fe que era amanerado, se agarró con tanta fuerza a mí que temí por nuestra suerte. Este adolescente era para su padre la vergüenza más grande de la familia según repetía frecuentemente. Lo había encontrado fornicando con hombres en varias ocasiones. Los amantes habían muerto bajo el acero o las balas de mi superior. Recuerdo una noche, mientras nos emborrachábamos en una taberna de un puerto olvidado de la mano de Dios, mi capitán, en un momento de la velada me confesó con los ojos humedecidos por las lágrimas y el alcohol que había estado a punto de pegarle un tiro a su propio hijo. Me horroricé de semejante comentario y agradecí a Dios su intervención por haber evitado su condenación por culpa de ese pensamiento fraticida.

Antonio trepó por la roca con la agilidad de un gato montés. Volví con grandes fatigas hasta donde se encontraba la madre de esta prole, Doña Venancia y la encontré agarrotada y a punto de dejarse vencer, aun así, sus manos estaba desolladas de intentar mantenerse aferrada con uñas y dientes al baúl de marras. Arrastré a ambos hasta el resguardo de las rocas, entre su hijo y yo subimos a su madre y la caja hasta un lugar seguro. Me dejé caer agotado, respiraba entrecortadamente del enorme esfuerzo realizado. Estaba tan cansado y abatido que a penas podía moverme. El resto de los supervivientes se dedicaban a llorar y buscar con avidez y desespero a sus parientes desaparecidos, ahogados ya con seguridad a mi modo de ver. Los dejé hacer, no era cuestión de apremiarlos con un padre y una hermana perdidos en el mar, recé una muda plegaria por su descanso eterno y cerré los ojos afligido por la tragedia reciente, me dormí creo o quizás me desvanecí, no lo recuerdo, a pesar de toda la lluvia que me empapaba el cuerpo entumecido, no pude resistir el cansancio acumulado. Desperté sobresaltado por los cantos de las gaviotas, era ya de día, el barco había desaparecido. Solo flotaban a nuestro alrededor trozos de madera donde antes había encallado una orgullosa fragata de la Armada Real.

Les indiqué que intentaran recuperar todo aquello que nos pudiera ser de alguna utilidad. No sabía cuantas millas nos había desviado de nuestra ruta la furiosa galerna. Muchas con seguridad. Enterramos a 12 tripulantes. Ni rastro del resto, de la pequeña o del capitán. Ese día leímos unas oraciones en recuerdo de todos los fallecidos en el naufragio.

Sentado en una piedra me puse a vendar varios cortes en mis piernas mientras ellas se dedicaban a buscar entre los restos. Observando su enorme trasero, recordé con cariño mi primer encuentro con la rolliza y tierna Manuela. Al principio, todo ocurrió por puro accidente o casualidad. O quizás quiso el destino que nos conociéramos más íntimamente en esos momentos.

Esa tarde habíamos atracado en un pequeño puerto de dudosa reputación y con cierta fama como refugio de piratas y bucaneros, a pesar de ser una plaza española, esa actividad delictiva nos condujo a entregar un Correo Real exigiendo mano dura contra esos bandidos, estaba dicha isla cerca en nuestra ruta al nuevo continente y se nos encomendó esa misión oficial. Como la orden del Rey exigía respuesta inmediata por parte del Comendador local, esa noche la pasamos fondeados en su bahía, cerca de los pestilentes muelles. Mi capitán y su esposa bajaron a tierra con un pelotón de guardia y yo me quedé al mando de la nave en su ausencia. Durante esta travesía, mi superior estaba acompañado de toda su familia. De hecho, este viaje era el último de su dilatada carrera al servicio de la Armada, sus méritos le habían promocionado a puestos de más responsabilidad. Al llegar a destino desembarcarían para asumir su nuevo cargo de Prefecto en la plaza y yo me haría responsable de la nave. Ordené doble vigilancia en todos los puestos, la cubierta en penumbra y cargados todos los cañones ligeros para repeler posibles intentos de abordaje.

Llevaba ya unas horas de oficial en cubierta y estaba verdaderamente aburrido de la falta de actividad, la noche era tranquila y el mar estaba en calma. Sabía que mi superior cenaría y dormiría en la casa del Comendador. Di la orden de dar una jarra de vino por tripulante y me dirigí a tomar una copa de ron añejo al camarote del capitán. Compartíamos varias botellas, regalo de un comerciante amigo común. Irrumpí en la cámara y me encontré a Manuela bañándose en la tina de madera de su padre. El agua solo le tapaba hasta la cintura, sus grandes tetas coronadas con unos pezones como medio dedo meñique de longitud me dejaron tan atónito que no supe que hacer o decir. Ella se tapó con las manos todo lo que pudo esconder de sus enormes ubres y me miró con esa risa socarrona que ya había notado varias veces en su semblante desde el inicio de la travesía.

  • Hola Iñigo, que descarado... ¿no sabes llamar a las puertas antes de entrar? – No se escandalizó, más bien encontraba la situación muy divertida, su sonrisa la delataba. Su mirada me puso en un estado muy alterado.

  • Disculpe Manuela, no ha sido algo hecho a propósito sino que me ha parecido que estabais durmiendo con vuestros hermanos (compartían en un camarote para oficiales cercano) y he decidido entrar a tomar una copa de ron, la noche es algo húmeda y no me he puesto la guerrera por pereza. Estoy entumecido del relente. Me marcho inmediatamente y disculpadme de nuevo, os lo ruego. – Me giré todo lo rápido que pude, estaba bastante abochornado por la situación, escuché el ruido de un cuerpo al salir del agua y su voz me sobresaltó tanto como la petición implícita que me hizo.

  • No te marches aun Iñigo, ven....quítate la ropa y métete en el agua caliente. Verás como te alivias y entras en calor. El cocinero ha sido muy amable y me ha proporcionado esta tina tan agradable, yo ya me he bañado, es una lástima que nadie la aproveche. Ven... – Me cogió de la mano, su desnudez me turbaba como una droga, pero ella se comportaba con naturalidad y aplomo, su actitud me empezó a excitar y la observé con lujuria. Era tan...abundante y lozana, con ese olor en su cabello...la abracé, sabía que lo que estaba haciendo era un probablemente un error, pero en ese momento no podía controlar mis actos. Hacía meses que no dormía con una mujer. La última que me consoló mi solitaria vida de marino era una dama de compañía de origen francés que me aleccionó sobre todo lo que un hombre debe saber hacer en un lecho cuando está con una fémina. Patricia era deliciosa y culta, nunca me lo quiso decir pero creo por lo que escuché rumorear, durante un tiempo había sido cortesana de lujo y muy cotizada en la corte francesa. Fuese rumor o verdad, la verdad es que con ella aprendí placeres y caricias que mi mente no había imaginado nunca que se pudiesen realizar con el cuerpo de una mujer. Fue mi mejor Institutriz en temas de alcoba y pasión. Deseaba volver a mi país para estar otra vez en su lecho, retozando con ella.

Manuela me empezó a despojar de la ropa con verdadera ansia, la detuve como buenamente pude, no fue tarea fácil vive Dios, sus manos acostumbradas a manipular ropa militar me había casi dejado en cueros en un instante. Le dije que antes debía hacer algo importante y le prometí que volvería al momento. Subí a cubierta y eché una buena meada, estaba con la vejiga llena y no era cuestión de parar en plena cópula buscando un orinal como un desesperado. Le dije al contramaestre que estaría en la sala del capitán si era menester mi presencia, pero salvo suceso grave, mejor que me dejase descansar esta noche. Me confirmó todos los turnos de guardia y se cuadró respetuoso ante mi.. Volví a bajar y cerré la puerta con el pestillo interior. Mi oronda acompañante reposaba espatarrada mirándome sonriente desde la cama paterna. La lujuria la desbordaba mientras se acariciaba con sus gordezuelos dedos sus enormes pezones, tiesos como estacas de carne. Pensé que si el Diablo me quisiera tentar para hacerme caer con sus trucos en la perdición eterna, su puesta en escena no sería muy diferente a esta que estaba contemplando ahora. Que coño más peludo, mis interesados ojos no se apartaban de su frondosa raja, era el centro del mundo, que digo del mundo...del Universo entero, era la madre, la fuente, el origen de todo, espeso, oloroso y misterioso, situado entre dos piernas blancas y poderosas como las columnas de Hércules. Era tan...redonda toda ella, que me empezó a salivar la boca ante el banquete de carne que me iba a dar esa noche.

  • Manuela ¿que hay de tus hermanos? No sea que aparezcan de repente y tengamos riña con tus padres.

  • Tranquilo Iñigo, están en el camarote, les da algo de miedo este barco y sin mi padre a bordo no creo que se atrevan a salir de allí en toda la noche. De hecho, les he ordenado que solo me abran a mí.

Me desnudó con la habilidad de la mujer de un soldado, apretó con su mano mi hinchado miembro como si lo estuviera inspeccionando para decidir si era merecedor de entrar o no en su cálida gruta, parece ser que fue de su gusto el tamaño y el grosor, me lo acarició con suavidad y me hizo introducirme en la tina de agua caliente. La verdad es que entre sus tiernas manos y el calor del líquido casi me quedo transpuesto. Ella me espabiló sobando con ansia mi aparato hasta endurecerlo como una piedra. Me incorporé y se lo puse al alcance de su boca. Me miró con cara mitad de asco mitad de sorpresa y se apartó con rapidez, no había acariciado nunca uno con la boca, estaba más que claro. Cambié la táctica a seguir, pronto ella misma me lo pediría si las enseñanzas de Patricia eran ciertas, la cogí de la cintura y la tumbé de espaldas en el lecho. Patricia me había enseñado a lamer íntimamente a una mujer. Al principio, con mi francesilla, lo probé con cierto reparo, pero reconozco que su aroma y su sabor me volvían loco desde entonces. Ahora, mientras separaba las piernas de Manuela, me lancé a devorar esa jungla espesa y mojada que se abría como la concha de un molusco ante los embates de mi juguetona lengua.

  • ¡Ahhhhhhh!...Iñigo, pero ¿que me estás haciendo?, Dios mío...me voy a morir, pero...eso que haces no es natural, no está ....!me mueroooooooo!. -Todo poderoso...entonces sucedió la hecatombe. Sus enormes nalgas me aprisionaron la cabeza y juro que me aterrorizó la inmensa fuerza desplegada por Manuela, me quedé casi espachurrado como un molesto insecto. Tan aprisionado como un tapón en una botella, encomendé desesperado mi alma al Señor, mientras mis brazos manoteaban intentando agarrarse a su cintura para poder sacar la testa de semejante abrazo.

Me baño la cara con un jugo que al principio pensé que era orín, pero ni olía ni tenía su color, me relamí y me gustó su aroma y sabor. Afortunadamente por fin aflojó los muslos hasta quedar espatarrada de piernas nuevamente. Aun sin reponerme de la experiencia, me subí encima de mi mullida amante y la penetré con ardor y por que no decirlo, con rabia. Menos mal que no estoy mal dotado, porque llegar con comodidad a su interior no es apto para según que longitudes discretas. Volvió a abrazarme con fuerza mientras tensaba su cuerpo contra el mío. Le dije que estaba a punto y me hizo salir de ella con rapidez, agarrándome el miembro con su mano y me lo agitó con fuerza apuntándolo contra sus generosas ubres. La lefa llenó sus tetas con varios chorros abundantes que bajando por su canalillo se posaron perezosamente en su profundo ombligo, así de abundante fue la corrida que evacué, producto sin duda de mi obligada abstinencia abordo.

  • Iñigo, lo que antes me has pedido y te he negado...quiero probarlo ahora, si me dejas... tu me has dado tanto placer que me siento en obligación de devolvértelo...ven quiero probarte. Me acercó a su cara, su intención era evidente. Le situé la verga frente a su boca y esperé a ver que pasaba.

Se introdujo con algo de duda el miembro y vi como paladeaba la mojada y brillante punta. Por su expresión relajada no pareció que le desagradara el sabor de mi esencia, pues se dedicó a lamer con ansia el resto de mis fluidos. Ya satisfecha de la ordeñada, me hizo tumbar a su lado y me amamantó con su pecho mientras acariciaba mi pelo con ternura y afecto. Me sentí otra vez un niño de cuna. Sus ubres me transmitían la sensación de volver al seno materno. Me amodorré tanto que me dormí. Un repentino golpe en la puerta me hizo saltar como un resorte.

  • Señor, hemos detectado una embarcación de mediano calado que se dirige lentamente hacia nosotros, está a una milla y media a estribor, solicito su presencia en el puente. – Le escuché decir algo nervioso al Contramaestre a través de la puerta.

  • Carguen diez cañones de estribor y todos los ligeros los quiero en posición de disparo de inmediato. Quiero un pelotón de mosquetes en cubierta ¡ahora mismo!, se puede retirar. – Le grité para que me oyera. Me empecé a vestir con precipitación, Manuela, como buena esposa de soldado me ayudó a abotonar mi guerrera con una habilidad aun mayor que la mía, me sonreía con picardía.

– Iñigo, Iñigo... muchos años abotonando a mi papá, tengo algo de práctica en esto. – Me ceñí mi sable e introduje en el cinturón mi apreciada y práctica pistola de chispa, fabricada por los expertos armeros de Eibar, regalo de mi padre cuando terminé mis estudios en la academia naval. Agotado su único disparo, su empuñadura forrada de bronce era una porra contundente y demoledora si no te temblaba la mano en usarla como tal. Me puse precipitadamente las altas botas y ajusté la correa de la daga que llevo en una funda solapada dentro de una de ellas. Regalo también de mi augusto padre, hecha en la afamada Toledo, mortífera, forjada en caro y frío acero de Damasco, letal, eternamente afilada, tan adecuada para recortar la barba como para rebanar un cuello de un solo tajo.

Subí a cubierta después de disfrutar unos segundos del reconfortante abrazo preocupado de mi tierna Manuela. Le pedí que cargara dos pistolas y se encerrara en el camarote junto a sus hermanos. Me informaron de la situación al instante. Cuando la embarcación sospechosa se encontraba ya a tiro de cañón me relajé mientras la observaba con mi catalejo. Sus candiles iluminaban con bastante detalle su cubierta, no me pareció que fuera una amenaza significativa, no estaba artillada ni tampoco su tripulación parecía estar armada. Una barca remó en dirección a nosotros, alumbrada por una lámpara y con una bandera blanca agitada nerviosamente por un viejo marinero.

Vaya...tanta preparación, nervios y resulta que mi catalejo me mostraba la chalupa cargada con unas cuantas mujeres que por su aspecto y maquillaje debían de ser con seguridad rameras del cercano puerto, hay que joderse...falsa alarma, no era un ataque nocturno de fieros piratas malcarados, era más bien un burdel flotante lo que se acercaba a nosotros. Arrugue la cara, joder...todo este lío para nada.

  • Señor...bueno por lo visto es una falsa alarma. Son mujeres de ...ya me entiende. La tripulación solicita si ud. aprueba que suban a bordo durante un cierto tiempo. – Su mirada era ansiosa. Bueno... en estos casos lo habitual es que se autorice con algunas limitaciones. Reflexioné que hacer.

  • De acuerdo, cuatro horas como mucho y ni un minuto más, ¿está claro?, ah... Méndez, si me entero que ha habido pelea entre la tripulación por el tema de las putas, los implicados harán guardia en el palo de vigía cada día hasta volver a la base, ¿me ha entendido?, aunque tardemos un año en regresar, el castigo lo mantendré, no es cuestión de amotinarse con el capitán ausente y de cena. Ojo con descuidar la guardia, puede haber otras sorpresas y quizás no tan agradables como esta. Procure organizar el tema para evitar disputas entre ellos...eso es todo, puede retirase. – Vi como se alejaba con una sonrisa en los labios, seguro que sería el primero en fornicar, cuestión de galones y organización, buena excusa, además elegiría sin duda la más agraciada, me sonreí, reconozco que no hay nada más tenso que convivir y mandar a sesenta hombres que llevan meses sin mojar la verga de una manera decente. Mejor que se desfogaran y les aligeraran los bolsillos de monedas esta noche.

Volví con mi morcillona e insaciable Manuela. No dejó de asediarme hasta el amanecer, mi dolorido miembro agradeció que se durmiera por fin satisfecha. Acabé tan pálido y demacrado como un reo de presidio. Pero también saciado y satisfecho...muy satisfecho. Que jamones, que abundancia de nalgas...como reposé exhausto entre esas mullidas carnes tan blancas, gruesas y acogedoras. No quise bajo ningún concepto que me cabalgara ella, imaginé con horror como el peso de su humanidad llegaría sin duda alguna a partirme el espinazo en plena cópula apasionada. Era tan grande...

El rugido del mar contra los acantilados me devolvió a la cruda realidad. Estábamos perdidos y además con la deriva provocada por el temporal, a muchas millas con seguridad de las rutas de navegación conocidas. ¿no sería una isla?, solo esa idea me aterrorizó más aun de lo que ya estaba en esos momentos.

Pasaron varios días y procuramos organizarnos, con los restos de las velas y unas cañas muy resistentes de un color verde oscuro, gruesas como muñecas, Antonio que parecía entender de botánica decía que se las conocía como bambú o algo así, habíamos construido una zona entoldada que nos protegía generosamente del sol y la lluvia. Dentro de ella, con varios trozos de velamen más habíamos cerrado un espacio suficientemente amplio para dormir todos juntos. De manera adecuada y acorde a su posición, Doña Venancia, matriarca de esta variada prole me rogó que situara un biombo para separar los dormitorios femeninos de los nuestros.

Esa noche me ocurrió un suceso que alteró para siempre mi forma de pensar sobre las relaciones íntimas. Cuando ya las féminas dormían hacía rato, me dirigí hasta el pequeño manantial que habíamos descubierto cuando naufragamos y que nos había decidido con sentido común, construir nuestro refugio cerca de el.

El agua estaba fría, aun así, me estuve lavando durante un buen rato ayudado con un manojo de hierbas secas parecidas al lino, limpiaban bien la piel, pero me martirizaban arrancándome los pelos de todo el cuerpo. Luego, mientras me secaba con la camisola, me sobresalté al comprobar que el mozalbete desviado de Antonio no se había perdiendo detalle de mi higiene personal.

  • ¿Que haces espiándome Antonio? Mira que eres degenerado haragán, en vez de perder el tiempo mirándome como si fuera tu prometida, mejor te iría si persiguieses a muchachas de tu edad. ¿No te da vergüenza tu actitud? Si tu padre levantara la cabeza...

  • Iñigo... ¿ puedo pedirte algo? Su expresión era ansiosa y asustada a la vez. Me picó la curiosidad.

  • Venga... deja de mirarme a las partes, por favor, date la vuelta que me voy a vestir.

  • Cierra los ojos Iñigo, déjame que te demuestre como se acaricia de verdad una verga con la boca. Te vi copular antes con mi gordita hermana, la muy sosa no quiso lamerte al principio, luego te lo hizo pero...yo entiendo de eso y seguro que no disfrutaste, es algo torpe la pobre. Jejeje, no me mires con esa cara de sorpresa, la cerradura tiene un buen agujero y no me perdí detalle hasta que sentí bajar al contramaestre. Estate tranquilo, mi madre no tiene por que enterarse, va...cierra los ojos...piensa que no es un chico quien lo hace...verás una de las razones por las que hay hombres que matarían por yacer conmigo.

Me quedé tan sorprendido que no supe que decirle ni que hacer. ¿Como podía un zagal ser tan convincente y tan descarado a su corta edad? Me temo que estaba acostumbrado a retozar y eso da mucho don de gentes y palique, mucho palique. No debí haberlo consentido pero...cerré los ojos, si me sentía violentado más adelante, con meterle un cachete y mandarlo a dormir asunto solucionado.

Sentí como su boca abrazaba mi miembro con delicadeza. Su lengua, como si fuera una culebra caída encima de unas brasas, se movía enloquecida frotando con intensidad la punta de mi verga hasta casi mearme de gusto. Con los ojos apretados, le pedí que dejara de estimularme así o me mearía en su boca sin poder evitarlo.

¿ Te gustaría hacerlo? Yo ya lo he probado y me encantó la experiencia. – Sentí su comentario, la verdad, con algo de asco y aprensión al principio. Menudo vicioso estaba hecho, coñe con el zagal, sabía más perversiones que una veterana meretriz de puerto.

Continuó con sus estimulaciones y el resultado fue una explosión de orín en el interior de su boca. Escuché como escupía y volvía a abrirla para continuar recibiendo mis chorros. Con los ojos cerrados aun, escuchaba el gorgoteo que hacía mientras lo recibía sobre su rostro. Satisfecho y desahogado sentí de nuevo sus labios posarse en mi miembro. Ahora, su inicial suavidad se vio sustituida por una violencia sorprendente en ese rostro angelical. Engullía mi verga como si quisiera enterrarla hasta el fondo de su estómago. Sus arcadas y rugidos me excitaban aun más, no pude contenerme, me estaba matando con sus caricias, descargué mi esencia en el fondo de su dilatada garganta, no pareció que le diera reparo tragarse todo el líquido que escupió mi embravecido miembro, al contrario, lo paladeó y sorbió como si fuera el manjar más preciado ofrecido en un banquete.

Estaba apoyado desfallecido contra la pared de piedra, mi miembro, aun goteaba líquido. Antonio de rodillas frente a mi, con una cara de satisfacción tan grande como antinatural, se dedicaba a recoger con su lengua los restos de la simiente. Me miraba con cara de interrogación, parecía esperar un gesto de aprobación o rechazo por mi parte.

  • Antonio, te voy a ser franco, nunca he gozado tanto de esa caricia como en estos momentos contigo. Estoy...algo confundido. Sabes...esto que ha pasado es una aberración, pero reconozco que sabes dar placer con tu boca como nadie antes lo ha hecho.

  • Me gusta que me digas eso Iñigo, si me dejas que te acaricie de vez en cuando, nada me tienes que hacer a mi obligado a cambio, te prometo que voy a ser el mejor ayudante que nunca has tenido en tu vida. No te pido mucho, pero si me lo concedes te prometo que nunca te defraudaré. – Su semblante era tierno pero a la vez serio y convincente.

Le estuve observando un buen rato. Una idea empezaba a formarse en mi mente. – Me lo pensaré Antonio, pero quiero que sepas que no estoy obligado a corresponderte. Tu puedes...mamar si quieres cuando la ocasión lo propicie y a mi me venga de gusto. En todo caso, acepto tu oferta de ser mi ayudante, seguro que juntos aprenderemos...mucho.

Se levantó sonriente y dándome un último lametón en la punta empezó a alejarse del manantial en dirección a la tienda, moviendo su trasero como una buscona.

  • Antonio...espera, no te marches tan rápido, la primera misión que te impongo es que...enseñes a Manuela a mamar con la misma maestría que lo haces tú. Si...creo que es una tarea adecuada para empezar a valorar tus habilidades, además tampoco tienes que esforzarte mucho, le pones tu verga en la boca y la aleccionas sobre la marcha, por cierto cuando lo hagas me avisas que quiero verlo desde algún sitio discreto. – Le sonreí con la lujuria brillando en mis ojos. Menuda idea se me acababa de ocurrir.

  • Pero...Iñigo, Manuela es mi hermana y además...las mujeres no me dicen nada de nada, ¿como quieres que le ponga la verga en la boca? No me excitaré, seguro.

  • Antonio, Antonio...aplícate tu mismo tus propios consejos, tu haz como yo, cierra los ojos e imagina, verás como se te pone de dura.

Crome.