La tarde feliz de Elisa y su sobrino

Elisa, una cincuentona “felizmente” casada, le pone los cuernos a su marido con su sobrino Pablo. Hoy es un día especial, va a vivir su primer cuarteto… y no de cuerda, precisamente.

1.

Eran el matrimonio perfecto.

Para todos sus vecinos, familiares y amigos, el matrimonio Ramírez era la pareja perfecta.

El marido, Arnaldo, era un conocido empresario dedicado al transporte. El nombre de su empresa, Transportes ARNEZ, era sinónimo de éxito. Pasaba por poco la sesentena y tenía intención de jubilarse en breve, vendiendo su parte de la empresa a su socio, y dedicando su tiempo a lo que realmente le apasionaba: los bonsais, las maquetas de barcos, la filatelia y un sinfín de pequeñas aficiones que, en ningún caso, podían hacer sombra a, su gran pasión. Esta no era otra que la tremenda adoración que sentía por su esposa.

Elisa, que así se llamaba la mujer, era bastante más joven que su esposo. Acababa de cumplir los cincuenta y tres años, aunque, viéndola, había que fijarse bien para determinar su edad porque se conservaba divinamente. Tan sólo alguna pequeña pata de gallo y alguna raíz rebelde de sus canas, ocultas por el tinte negro azabache de su frondosa melena, podrían delatar su edad. Por todo lo demás podría pasar por una espléndida cuarentona. Supongo que el hecho de no haber trabajado nunca y dedicar su vida a ser ama de casa (con una buena troupe de criadas y niñeras) había contribuido a frenar el posible desgaste de la Edad. Y eso que había tenido tres hijas. Las tuvo muy joven, eso sí. Todas seguidas y, a estas alturas, ya se habían emancipado. Las tres casadas con buenos partidos de la localidad.

Elisa, que se había casado recién cumplidos los dieciocho, nada más salir del colegio de monjas y más virgen que María, había sido feliz en su matrimonio. Era consciente de la adoración que Arnaldo sentía por ella y, sin poder evitarlo, se había aprovechado de ello para llevar aquella vida de lujo, de princesita de cuento de hadas, que siempre había deseado desde niña: ropa cara, salones de belleza, operaciones de estética, vacaciones de ensueño y todo lo que una mujer podría desear. Siempre, eso sí, dentro de los cánones de la estricta y conservadora sociedad con la que se relacionaban.

De hecho, Elisa era un ejemplo de virtuosismo entre el vecindario. Todos la veían como la madre perfecta y la esposa perfecta. Y, para colmo, iba a misa todos los domingos, acompañada de su marido, con mantilla y demás. En fin, un dechado de virtudes cristianas.

2.

Arnaldo era metódico y previsible hasta el aburrimiento. Lo cual a su mujer le iba de perlas para organizar sus rutinas diarias.

Cada mañana, invariablemente, desayunaban a las ocho en el salón principal del chalet. La doncella les servía solícita unos huevos con bacon acompañados de zumo de naranja y café, para él y un tazón de All-Bran con leche de soja para ella. Después, Arnaldo se cepillaba los dientes, se peinaba como buenamente podía los escasos cabellos que todavía conservaba  y, con su maletín en la mano, daba un beso a Elisa, mientras esta se retocaba las uñas en la terraza. Después, salía, meneando pesadamente su barriga, a enfrentarse al mundo...

Entonces llegaba el mejor momento del día para Elisa. Lo que a ella le gustaba llamar la tensa espera. Le pedía el teléfono a Rocío, la chica y, tras una breve llamada, acudía al lavabo a prepararse para recibir la visita de Pablo, el sobrino favorito de su marido. Y también el de ella, pero por motivos diferentes, como veremos a continuación.

3.

Todavía resonaban en la mente de Elisa las palabras de Pablo, " Tía, en una hora estamos allí ". Y, para más inri, está vez, el muy sinvergüenza venía acompañado de dos amigos, Samuel y Edu. ¡Joder, tres de golpe...! Menudo faenón... Al menos, en esta ocasión los conocía y sabía a qué atenerse. No eran de lo peor que le había traído Pablo. Eran, como todos los jóvenes de ahora, bastante guarros y cañeros y con una concepción del sexo completamente condicionada por el consumo de la pornografía. Igual que Pablo y, a estas alturas, igual que ella…

Por suerte, estaban bien dotados, como a ella le gustaba, pero nada de megatrancas de elefante tipo negro de WhatsApp , como aquel tipo que le trajo un día, el muy cabrón de Pablo, que le dejó el ojete irritado, como un bebedero de patos, vamos... ¡No se pudo sentar sin cojines en una semana!

" Así que vienen tres en una hora... Pues nada, ¡a espabilar! ", pensó Elisa. Agitó la campanilla y, rauda y veloz, acudió Rocío, la joven doncella sudamericana que acababan de fichar. Una sin papeles a la que tenían sin contrato legal y medio chantajeada. Su marido había insistido en regularizarla, pero Elisa, con argumentos espúreos, insistió en mantenerla así, en precario, para asegurar su silencio. Porque tenía claro que la chica iba a ver cosas que, en ningún caso, podían divulgarse. Y, de momento, con un par de billetes, poco, unos cuantos euros cada vez, la muchacha aplicaba aquella vieja y eficaz norma del ver, oír y callar.

-Sí, señora Elisa, ¿qué deseaba? -preguntó la chica al entrar.

-Mira, Rocío, de aquí a un rato viene mi sobrino Pablo con dos amigos a estar un rato en casa. Baja bebidas, ya sabes, lo de siempre, ginebra, tónica, whisky, cervezas y hielo, a la neverita del gimnasio, y arréglalo un poco, aunque creo que está bastante bien.

-Sí, señora...

-Perfecto. Y, nada, cuando termines, pillas el dinero que te dejo en la repisa y te vas a dar una vuelta por el centro. Te compras algo que te guste. ¿Lo has entendido?

-Sí, señora, muchas gracias.

-Gracias a ti. Yo voy a ver si me ducho y me arreglo un poco para recibir a los chicos... ¡Ah, date un poco de prisa, eh! Que en tres cuartos de hora estarán aquí.

-Claro, señora... ¿Me espero a que vengan para irme?

-No, no hace falta. Ya les abriré yo.

Rocío inclinó levemente la cabeza y salió del salón. Elisa la contempló mientras marchaba y se preguntó cuánto debía saber realmente de lo que pasaba en esa casa cuando don Arnaldo, el dueño, traspasaba el umbral de la puerta. De momento, Elisa había conseguido ser lo suficientemente discreta como para evitar que ocurriese lo mismo que con su predecesora, Fátima, una marroquí, también sin papeles, que un día regresó antes de lo previsto y se encontró a Pablo, apalancado en el sillón del salón principal del piso de debajo de la casa, fumando uno de los habanos de su marido, mientras contemplaba un vídeo porno en la megapantalla de plasma, en pelota picada y con las piernas en los reposa brazos, mientras su amada tía le pajeaba arrodillada, con el culo en pompa y la cara enterrada entre sus depilado cojones relamiendo a fondo el ojete del chico…

Obviamente, tras el shock inicial en el que Fátima se quedó paralizada, tuvo que ser la rápida reacción de Pablo la que activó a Elisa. Ésta, con la boca babeando y un intenso sabor a culo en su boca, se levantó ágilmente y con las tetas meneándose como flanes le gritó a la sorprendida doncella.

-¡Joder, Fátima...! ¿Qué coño haces tan pronto aquí...? -¡vaya por Dios! A ver si ahora la culpa iba a ser suya...

-Se... Señora Eli... Elisa... Lo siento... Yo...

Elisa viendo la cara de susto de la chica y con su cerebro funcionando al mil por cien, le dijo, más suavemente:

-Bueno... Bueno, Fátima, esperame en tu habitación y ahora voy a verte.

Tras hablar con Pablo, ambos llegaron a la conclusión de que bastaría con pagar algo de pasta a la chica y despedirla para que no se fuese de la lengua, siempre con la latente amenaza de expulsión por estar irregularmente en el país.

Aquel susto fue toda una lección para ambos y a partir de entonces extremaron las precauciones y Elisa consiguió engatusar a su cornudo para que le construyese un gimnasio en el sótano... Un genuino picadero en realidad.

4.

Y, mientras tanto, Arnaldo, feliz como una lombriz, paseando orgullosamente su cornamenta por el mundo y alardeando de solidez matrimonial ante propios y extraños. Vivir para ver. La verdad es que esa y no otra era  la imagen que daba el matrimonio. Un ejemplo. Aunque alguna de las amigas de Elisa, en las reuniones a las que ella no podía asistir, se dedicaba sutilmente a desprestigiarla, criticando su obsesión por la estética, sus dos aumentos de pecho (el segundo, aunque pagado por el cornudo, fue instigado por Pablo, un gran fan de las porno stars tetudas) y otros detalles por el estilo, aquello no fueron más que menudencias. Críticas entre amigas ociosas y envidiosas con demasiado tiempo libre. Nada que remotamente se pareciera a una realidad mucho más cruda y salvaje. Una vida lujuriosa que Elisa manejaba con una diabólica discreción que fascinaba a su sobrino Pablo, el principal benefactor de sus encantos. El tipo que la convirtió en la guarra que era y que, tras sembrar la semilla, pudo contemplar la asombrosa conversión de una inocente ama de casa en la mayor puta que había conocido. Y no sólo él, sino también todos aquellos a los que había " invitado " a participar en alguna fiestecilla " familiar " con nuestra jamona protagonista.

Tras una reparadora e higiénica ducha, nuestra protagonista realizó un repaso rápido con cuchilla a los pelillos del pubis. En la vulva y el ojete ya los tenía eliminados gracias al láser... Elisa lucía un espléndido coño de revista, perfectamente cuidado que complementada el resto de su cuerpo, un chocho de quinceañera con la imbatible ventaja de una práctica y una elasticidad imbatibles que le permitían adaptarse a todo tipo de pollas. El sinvergüenza de su sobrino le había regalado hace ya tiempo una magnífica (y carísima) colección de bolas chinas para el coño y el culete que le permitían mantener una tensión envidiable en sus paredes vaginales y en el recto. Eso sí, todo fue a cargo de la cuenta de don Arnaldo, para más gloria de su creciente cornamenta...

Tras acicalarse, Elisa culminó su preparación con una buena ración de lubricante en el ojete. Siempre convenía estar preparada y ya sabía, por propia experiencia, que era un corte de rollo parar el polvo para lubricar el culo antes de una buena embestida de la polla de su macho… o de alguno de los invitados. Y si una cosa estaba clara es que su culo caía sí o sí... Y más con el trío de salidos que venían a verla en cuestión de minutos.

Al volante del Audi iba Pablo, conduciendo todo lo rápido que podía y notando una tremenda erección que le forzaba cómicamente la bragueta de los tejanos. Había tomado una Viagra. No es algo que hiciera habitualmente, pero ese día tenía ganas de dar un buen tute a Elisa, tras dos semanas sin visitarla, y la copiosa comida, regada con abundante vino, además de los gin tonics y demás, podía aletargar su libido y no estaba dispuesto a desaprovechar la tarde por un exceso de alcohol y carne roja. Y el espectáculo que estaba desarrollándose en los asientos de atrás y que Pablo sólo podía ver de refilón por el retrovisor, y escuchar superpuesto a la música de la radio, le estaban poniendo bastante verraco. Y ya sabía quién iba a pagar los platos... La guarra de Eli, cómo no...5.

Se habían retrasado porque tuvieron que dejar a Edu en su casa, su mujer había cambiado el turno y tenía que quedarse con los críos. Así que, ya que estaban, Samuel le había convencido para recoger a Bea. Era una genuina puerca cincuentona " felizmente " casada a la que Samuel había empezado a follarse hace poco, una cajera del supermercado en el que trabajaba y a la que estaba dispuesto a emputecer a base de bien.

Beatriz, era una rubia de bote de manual, con pinta de madura choni de barrio,  tetona, culona, bajita (1,58), y un poco gordita, lo justo, carne buena para agarrar. Tenía, además, algún que otro tatuaje, con bastante mal gusto, un pequeño piercing (un diamantito de pega en la nariz) y el coño afeitadete.

Samu llevaba follándosela un par de meses. Todas las tardes que podía, la recogía del súper y se la llevaba al almacén (cerraban por las tardes) y en su despacho le dejaba todos sus agujeritos bien rebosantes de lefa fresca...

La puerca le había contado a su marido que estaba haciendo un curso de PRL en el trabajo. Un  curso larguísimo, por lo que se ve... La cosa, como ya hemos contado, pasaba de los dos meses. Y Samuel estaba encantado con ella.

El caso es que la guarrilla estaba perfectamente preparada para asumir nuevos retos y en cuanto Samuel le insinuó la posibilidad de hacer un cuarteto, asintió con entusiasmo...

6.

Cuando abrió la puerta, Eli se encontró con la " sorpresa ". En lugar de los tres machos que esperaba, descubrió, levemente decepcionada, que uno de ellos, desgraciadamente el que gastaba la polla más grande, había sido sustituido.

Su culo " suspiró " aliviado, pero su orgullo de hembra, de hembra bien puta, tuvo una leve punzada de resquemor. Iba ser la primera vez que se la follaban tres sementales de una tacada y, a pesar de sus dudas, le apetecía bastante el reto. Tendría que ser en otra ocasión…

Y, para acrecentar la decepción, tuvo que aceptar, mostrando una falsa sonrisa a su sobrino, a quien no le hacía ninguna gracia que no mostrase entusiasmo ante cualquiera de sus peregrinas ocurrencias, el compartir la polla de los dos jóvenes con aquella putilla del tres al cuarto que venía con ellos.

Y es que, claro, el aspecto de Bea, allí parada entre los dos sonrientes chicos, con el rímel corrido, los labios hinchados y restos de semen por la barbilla, dejaba ver, bien a las claras, que le había salido una buena competidora.

Así que tuvo que aceptar, con aquella falsa sonrisa, las palabras de Pablo:

-¡Mira, tía, te presento a Bea! Es la puta de Samu. Al final hemos tenido que dejar en casa al polla gorda de Edu por asuntillos familiares... Pero Bea es un buen fichaje, ¿verdad, guarra? - al tiempo que hablaba, le estaba amasando el culo y terminó la frase con una sonora palmada.

-Sssí, sí, Pablo... - dijo la cerda, dando un respingo.

-¡Je, je...! - prosiguió Pablo-Está un poco empanada. Le debe faltar oxígeno porque lleva todo el camino comiéndole la polla a Samu... Ja, ja... Anda, Bea, dale un besito a mi tía Eli, no seas maleducada.

Eli, sabiendo que no tenía sentido discutir con su sobrino, se agachó desde sus taconazos a besar los hinchados labios de Bea, que, poco a poco, se iba poniendo a tono. Noto el sabor del semen fresco que todavía impregnaba la boca de la rolliza y cachonda puerca y no pudo evitar un leve humedecimiento del coño. " Empezamos pronto ", pensó.

Samuel, que se acariciaba la tranca, todavía dura, se limitó a preguntar:

-¡Joder, Eli! ¿Nos vas a dejar mucho rato aquí en la puerta...? A ver si los vecinos te van a ver así vestida y se van a coscar de lo puta que eres...

Era cierto, allí parados en el umbral, a pleno sol, estaban a la vista de cualquiera. De hecho, ya había algunas mamás del parquecito de enfrente que empezaban a fijarse en el llamativo Audi aparcado en la puerta del chalet de don Arnaldo Ramírez y la curiosa fauna que estaba parada en la puerta. La suerte es que, desde aquella distancia, sólo se veía bien a los dos chicos y a una neumática rubia bajita de culo gordo que recibía un beso de otra mujer, morena, más alta, de la que, al estar en la oscuridad del umbral, no se podía apreciar que solo llevaba una bata de gasa negra transparente, un sujetador negro de encaje que apenas podía contener sus imponentes melones, un tanga de hilo dental que dejaba entrever un pubis casi sin pelusa, liguero, medias negras y unos zapatos con tacón de aguja que la convertían en la más alta del grupo.

Nadie podría reconocer en aquella figura a la virtuosa doña Elisa, señora de Ramírez... Pero más valía no tentar a la suerte, así que Eli franqueó el paso y, ya dentro, se fundió en un intenso morreo con Pablo.

-Me has echado de menos, ¿eh, putilla?

Elisa, canina después de dos semanas sin rabo, se aferraba como una lapa a su sobrino, y frotaba su polla morcillona con un deseo que a Pablo le ponía la tranca como un garrote. Ver a la puta de su tía completamente sometida a los más bajos instintos tenía un efecto afrodisíaco sobre él.

Samu y la guarrindonga de Bea ya estaban camino del salón. Aunque, antes que nada, Samu había arrancado el vestido que llevaba la rolliza cajera y ésta se paseaba por el chalet de lujo, que la tenía además fascinada, con un sujetador blanco, que a duras penas contenía aquellos melones especiales para las cubanas, y un tanguita a juego que le permitía lucir a gusto la morbosa celulitis de su culazo… Y, para colmo, aquellos tatuajes cutres que se había ido haciendo: una mariposa en un glúteo, un conejito de play boy en la Ingle, un tribal en la rabadilla, una corona de espinas en el muslo (éste a petición de Samu, para honrar a Eva Notty, su porno star favorita), alguno más y, sobre todo, en la parte posterior del cuello, tapado por el pelo, para que el cornudo de su esposo no lo descubriera, una breve frase en cursiva: " Bea, la puta de Samuel "… En fin, un dechado de buen gusto y glamour, como podéis ver.

7.

Antes de bajar al " gimnasio " picadero, ambas parejas se pusieron al día. Mientras Eli le enseñaba el chalet a su nueva compañera de puterío, los machos tomaban una copa del mejor whisky por cortesía del mueble bar del cornudo de Arnaldo.

Recorriendo la casa, las dos jamonas se fueron conociendo y vieron que, al margen de la clase social, tenían bastantes cosillas en común, sobre todo su amor a las pollas, claro está.

Tras enseñarle a Bea la planta de abajo del chalet, Eli subió al primer piso. A Bea le llamó la atención el salva escaleras eléctrico. Eli le explicó:

-¿Que qué es esto? - dijo, señalándolo-. Lo instaló Arnaldo.

-¿Arnaldo?

-Sí, chica, Arnaldo. Mi marido. El cornudo, vamos, ja, ja, como lo suele llamar su sobrino... El caso es que el pobre se fastidió una pierna, la rodilla concretamente, jugando a pádel, hace unos años. No se quiso operar y, al final, fue perdiendo movilidad. El caso es, aunque camina bien, no puede subir, ni bajar escaleras. Vamos, sí que puede pero muy despacio. Le duele bastante y luego está unos días con la rodilla como un bombo. Por eso colocó el cacharro éste... Y por eso yo puse el gimnasio, el follódromo , en realidad, en el sótano, para evitar visitas sorpresa, ja, ja, ja... Nunca ha bajado. Ni siquiera lo ha visto, vamos.

Bea, atendía entusiasmada a la explicación. Ya le gustaría a ella tener un picadero así en su propia casa. Pero claro, aquel pisito minúsculo de 50 m. cuadrados no daba para mucho. Y su marido tampoco era un blandengue pusilánime como parecía ser Arnaldo... Nada de eso. Sólo tenía una ventaja, a la hora de ponerle los cuernos...

-¿Que a qué se dedica mi marido, dices...? Pues mira, la profesión perfecta para un cornudo...-respondió Bea a la pregunta de su nueva compañera de putiferio.

-¿Marino mercante?

-¡Ja, ja, ja...! No tanto... Es camionero... Y, claro, entre que lo chicos ya son mayores y están emancipados y el capullo de Guillermo se tira tres o cuatro días por semana de viaje, puedo guarrear con Samuel con bastante frecuencia. Y, menos mal, porque mi Guillermo es un cabrón posesivo y celoso y si, por un casual se entera de que le pongo los cuernos, me mata...

-¿Y no te ha dicho nada de los tatuajes y de esa pinta de guarra barriobajera que te gastas...?

-¡Ah, no que va...! Si es que a él el rollo este de los tatus le gusta mucho... Es que es, además, motero. Un ángel del infierno de chichinabo. No tenemos pasta para una Harley Davidson, ja, ja ja... Él está lleno también de tatus y yo, cuando me he hecho alguno, siempre le he consultado. Salvo el del cuello que me hice para Samu y que no ha visto. Si es que al cabrón le encanta el look este de guarrilla choni que llevo. ¡Menos mal! Al menos coincide en algo con Samu... ¡Porque en lo que al sexo se refiere...! ¡Menudo pichafloja está hecho...!

-No te quejes tanto, guapa, seguro que no es ni de lejos como mi Arnaldo... ¡Hace años que no se le pone dura...! Pero, bueno, mejor, la verdad. Ahora ya me da un poquito de asco… Y más habiendo probado rabos como el de Pablo.

-Ja, ja, ja... Bueno, no, Guillermo, tanto como eso, no... Pero, a él le gusta hacerse el machote y todavía, siempre que vuelve de viaje me lo tengo que follar... Y en parte me pasa como a ti… Me da un poquito de grima su pollita… Menos mal que parece un conejo y en tres meneos ya está listo.

-Y a Samuel, ¿dónde lo conociste?

-En el súper donde trabajo. Entró a trabajar de encargadillo hace un par de meses... Y, claro, en cuanto entró me echó el ojo encima. Tiene un buen radar para las guarras, como le gusta decir a él. Y eso que a mí, hasta que apareció él, nunca se me había pasado por la cabeza serle infiel a Guillermo. ¡Menudo es! Pero, claro, llega un chaval joven. Un yogurín de la edad de mis hijos y me empieza a tirar la caña... ¡Y una no es de piedra! El muy cabrón sabe ponerme el coño chorreando... Y todo a base de piropos, halagos y demás. El caso es que, a la semana de estar allí, ya me tenía, en lugar de cobrando en caja, de rodillas en su despacho comiéndome su polla, mientras el hijo de puta me iba trabajando el ojete virgen con un dildo para preparar el descorchamiento de mi culo...

-Que, visto lo visto, no debió tardar mucho, ¿no?

-¡Ja, ja, ja...! ¡Qué bien conoces a estos chicos! Fue a los diez días exactos. Aprovechando que Guillermo se iba a hacer un viaje a Italia un par de días, le metió un cuento chino a su mujer y se me presentó en casa a los diez minutos de salir el cornudo con una caja de bombones y un bote de lubricante. Fueron un par de días intensos. Acabé destrozada...

-Ya será menos...

-¡Je, je...! Sí, claro... Me encantó. Me hizo de todo... Me reventó el ojete, que era el plato estrella del menú. Y de paso pude degustar el sabor de mi culo. El cabrón me hizo chuparle la polla pringosa después de correrse en mis tripas...

-Ya lo supongo. ¡Eso les encanta a los muy guarros...!

-¡Estamos en el mismo barco, eh...!

-¡Sí, viento en popa!

-En realidad, te confieso que al final me gustó y todo... Sobre todo por la cara que puso Samuel al ver mi entusiasmo... Hasta se le volvió a poner dura... Y bueno, el resto del finde ya te lo puedes imaginar. Más y más de lo mismo. Follar y Follar y hacer todo tipo de guarrerías. Hasta le comí el ojete a fondo y, una tarde, ya en plan morboso total, me hizo llamar al cornudo con el manos libres mientras me follaba el culo...

-¡Qué guay! Un fin de semana romántico. De película...

-Sí, sí, puro Pretty Woman… Para enmarcar.

Eli escuchaba sin manifestar el menor atisbo de sorpresa o asombro la íntima confesión de Bea, su nueva amiga, que, en breve, se iba a convertir en compañera de zorrerío.

Lo de compartir pollas, como buenas hermanas, está claro que une mucho, sí. Por otra parte, su experiencia con su sobrino era bastante similar y no tenía nada que envidiarle en morbo.

Aunque, ahora, parecía que la cosa iba a entrar en una nueva fase. Y asi se lo dijo a Bea.

-Pues chica, no esperaba yo que Pablo se presentase hoy tan bien acompañado.

-¿Qué quieres decir...?

-Que con algún amigo sí que había venido antes. Para cerrar algún negocio y de paso que me lo follase o le hiciera una mamada. Tríos también habíamos hecho alguna vez con otros tíos. Incluso con Samu, tu novio… Y te lo recomiendo, eso de notar dos pollas dentro, es de un morbazo impresionante. Y si luego te riegan la jeta de leche caliente, es lo más... Y hoy pensaba yo que la cosa iba a ir del mismo palo. Pero con tres pollas. Aunque, claro, al verte allí en la puerta, ya me he dado cuenta de que la cosa iba a ser diferente...

-¿Te molesta? Si te sirve de consuelo yo sólo he estado con Samu... Y antes con el cornudo de mi marido... Nunca he probado otra polla que esas. Y con mujeres, pues na de na...

-No, no que va, no me molesta para nada... Al contrario. Yo tampoco he estado con mujeres. Pero, bueno, si Pablo me lo pide... Y, además, tú eres muy mona y pareces maja…

-¡Gracias, lo mismo digo!

Y Bea se acercó a darle un piquito a Eli, que no tardó en convertirse en un soberano morreo...

Elisa no pudo evitar responder al estímulo y al roce del caliente cuerpo de Bea y, cachonda por naturaleza como era, noto un aumento de la humedad en el coño. No se resistió en absoluto y procuró disfrutar del momento.

Respondió con entusiasmo al baboso morreo de la madura choni de barrio con la que, a buen seguro, iba a compartir algo más que saliva. Conociendo el par de guarros que tenían por amantes, a buen seguro que acababan pasándose la leche de ambos de boca en boca, antes de ingerirla. Pero para eso todavía faltaba un rato y Eli adoptó una actitud zen y se dispuso a disfrutar del momento. Acarició lascivamente los pechos de la jamona sobre el sujetador y, después, fue bajando las manos para amasar su grande, hermoso y blandito culo. No pudo resistir la tentación de hacerle un dedillo y se topó con la sorpresa de que la muy puerca de Bea llevaba bien colocado un plug con diamantito en el ojete.

-Es que a Samu le gusta que vaya siempre con el ojete preparado... A veces es un rollo, pero me he acabado acostumbrando... -arguyó a modo de disculpa.

-No pasa nada, guapa -respondió Eli -. Mira que son cochinos estos tíos...

-Y que lo digas...

-Y lo que nos gusta a nosotras... Oye, me dejas sacarlo... Es solo para una cosa...

-¡Ja, ja...! Claro. Eli... Pero despacito, ¡eh!

-Sí, sí...

Eli, con cuidado y girando el plug, lo extrajo del ano. Después, ante la atenta mirada de Bea, lo olfateó, como si de un perfume se tratará. A continuación, lo chupó frente a su asombrada amiga, y, se lo puso en la boca al tiempo que le decía:

-Anda, guapa, chupa y disfruta. Ya te puedes ir acostumbrando porque este va a ser el pan nuestro de cada día.

No se lo tuvo que repetir dos veces. A la buena de Eli, a puta no le ganaba nadie.

Fue en ese momento, mientras Elisa chupeteaba el plug, cuando un grito llegó de abajo:

-¡Eh, guarrillas, bajáis o qué...!

Empezaba el espectáculo.

8.

Al sótano se accedía a través de una empinada escalera de caracol que, desde arriba, no permitía ver el interior del mismo.

Era inmenso. Su espacio era el equivalente a una planta del chalet.

Tanto espacio daba para mucho. Para un buen gimnasio, propiamente dicho, con su bicicleta de spinning, su elíptica, una máquina de remo de última generación, una zona de estiramientos y musculación y algunos elementos más. Todo con una iluminación perfecta, un equipo de sonido espectacular y un par de enormes pantallas de televisión para poder seguir tutoriales de entrenamiento o ver algún video o serie entretenidos mientras uno cultivaba el cuerpo.

Y con una ventaja añadida, una de las pantallas podía girarse y orientarse a la otra mitad de la sala. Allí estaba la zona de relax, por decirlo finamente. Donde Eli se dedicaba a follar con su sobrino Pablo gozando, como no, de las mejores instalaciones que una guarra de su calaña y de su nivel económico pudiese conseguir. Un conjunto de dos sofás de piel, enormes se orientaban a la televisión, donde invariablemente, estaban puestos en bucle, la mejor selección de recopilaciones porno de Porn Hub o X videos. Abarcando todos los temas que fascinaban al bueno de Pablo: Milfs jamonas, anal, facial, troath, gagging y un largo etcétera...

Eli, a la fuerza ahorcan, se había convertido también en una gran aficionada al porno. De hecho, había acabado viéndolo incluso cuando bajaba a hacer ejercicio. Se ponía, en esas ocasiones, porno music videos en cascada, a un ritmo trepidante, para ir cogiendo ideas con las que satisfacer a su macho. Casi siempre terminaba su sesión de gimnasia con un buen pajote antes de la ducha, dándole caña a Anselmo , que era como había bautizado al excelente pollón King Size que Pablo le había regalado por Reyes, para que no se aburriese en los periodos de espera, de encuentro a encuentro entre ambos.

Siguiendo con la descripción de la zona " noble " del sótano, detrás de los sofás de precalentamiento, estaba la cama de dos por dos metros, ideal para trios (o cuartetos, como en esta ocasión) que contaba con el aliciente de un espejo en el techo para recrearse con la acción. Había también un sistema de cámaras y grabación para inmortalizar las sesiones y disfrutar a posteriori de las mejores secuencias de la pareja. Todo con grabación en HD. Una maravilla, vamos. Por último, una barra de bar, provista de refrescos y licores de las mejores marcas permitía reponer fuerzas a los amantes.

Y, lo mejor del asunto es que todo, absolutamente todo, había corrido a cuenta del cornudo que, como no, confiaba ciegamente en su adorable esposa. " Si es que el pichafloja es un cielo... ", como decía Elisa.

9.

La ocasión lo merecía y Pablo no quería dejar pasar la oportunidad de regodearse a base de bien del excelente adiestramiento como puta al que había sometido a su tía. Y más con su colega al lado que estaba haciendo sus pinitos en la Dominación de una puerca madura y casada como Bea.

Y Eli, contenta y orgullosa, supo estar a la altura de los requerimientos de su depravado sobrino.

-¿Alguna vez te han hecho una comida de bajos que te deje sin aliento?

Samuel le miró sorprendido por la pregunta y contestó comedidamente:

-Bueno... No me quejo...

-Ya... Pero lo que te va a hacer ahora Eli, está a otro nivel. ¡Eli, cerda, acércate! -la llamó.

Eli, dejó la copa que estaba tomando en la barra del minibar...

A continuación las dos jamonas intercambiaron sus machos. Bea intentó seguir el ritmo con Pablo que Eli había imprimido a la comida de bajos de Samu. Pablo enseguida se dio cuenta de que la voluntariosa Bea no estaba por la labor. Y eso que no dejaba de echar miradas de refilón al trabajo fino filipino que Eli le estaba dedicando a su colega. Éste alucinaba en colores al notar la lengua de la guarrilla de Eli repelando el ojete y, poniéndose tensa, iniciando pequeñas incursiones en el ano del chico al tiempo que con una mano le masajeaba los cojones y  con la otra le pajeaba lentamente. Y, como guinda del pastel, lograba mantener la mirada fija en la cara del jadeante macho para controlar sus reacciones y moderar o acelerar el ritmo.

En cambio, Bea, la aprendiza, no parecía muy dispuesta a comerle el culo a Pablo tal y como debería.

Al parecer, la guarrilla choni estaba convencida que bastaba con hacer una mamada corriente y molinete y, después, tras el empujón de Pablo a su cabeza para que la sepultase entre sus piernas, sería suficiente con chupetear algo los cojones mientras estrujaba la polla del chico. La puerca no acababa de entender aquella insistencia de Pablo en empujar su cabeza hacia abajo, mientras levantaba el culo y le decía "¡Joder, guarra, fíjate en cómo lo hace mi tía! "A pesar de que podía observar el trabajo de artesanía barroca que Eli estaba desarrollando, no se veía capaz de imitarla, para desesperación de Pablo que, tras unos minutos de cortesía, estaba empezando a perder la paciencia.

Al final, cuando a Pablo se le hincharon los cojones, nunca mejor dicho, la sujetó con fuerza y rabia de su rubia melena, y, levantando su babosa jeta se la puso en frente. Tras mirar la sonrisa bobalicona de Bea, se la congeló de golpe al lanzarle un denso salivazo que se estampó en el centro de su cara, entre la nariz y la boca. Bea se quedó paralizada y, por un momento, un breve amago de llanto le nublo la vista, aunque sólo un breve y casi inaudible " ¡Qué…! " salió de sus labios.

-¡A ver, estúpida, te he dicho que mires lo que hace mi tía! ¿Estás sorda o qué...?

-No..., no... Yo es que creía que te... Te gustaba así...

-Mira, puta, si estás aquí es para hacer lo que te decimos, ¿vale? Queremos zorras que obedezcan, no gilipollas que hagan lo que les salga del coño, ¿de acuerdo?

-Si... Sí... De acuerdo, Pablo...

-Bueno, pues a ver si es verdad... Ahora, mete la puta cabeza entre mis piernas, y me hueles bien el culo... Después, te pones a chuparlo y a meter la lengua como si no hubiera un mañana. Igual que la puta de aquí al lado, así que mira y aprende, ¿entendido?

-Sssi, sí, Pablo

-Pues, venga, espabila. A ver si podemos hacer de ti una puta medio decente...

El rapapolvo tuvo su efecto y la cerda de Bea acabó asumiendo su condición y, gradualmente, pasó de besar el ojete a lamerlo y babosearlo, hasta que, finalmente, venció la repulsión inicial y sobreponiéndose a sus prejuicios empezó a introducir la lengua en el ano. Al tiempo que profundizaba, saboreando el culo de Pablo, le pajeaba cada vez más rápido con la mano libre.

Después de conseguir que soltará un buen montón de borbotones de lefa, que se extendieron por el pecho y la tripa de Pablo, Bea no pudo por menos que levantar su cabeza y contemplar orgullosa su obra. Un hilillo se saliva se extendió brevemente desde la punta de su lengua hasta el baboseado ojete del macho, como prueba irrefutable de que la dura reprimenda de Pablo para estimularla había sido todo un éxito. Las babas de la guarra resbalaban desde el culo de Pablo sobre el sillón de piel hasta caer al parquet.

Desde el otro sillón la otra pareja, bastante acaramelada, con Eli acurrucada sobre Samu, tras haber culminado hacía ya un rato su excelente rim job con paja, se reía de la brutal corrida de Pablo. Samuel acariciaba suavemente el orondo pandero de la tía Eli, sin dejar de lado alguna incursión al ojete con el índice, para calibrar la predisposición de la guarrilla. Ésta, sonreía contenta, masajeando los húmedos cojones del chico y notando lo rápido que recuperaba la erección. Con su otra mano se pajeaba con suavidad, y animaba a gritos a su compañera de zorrerío:

-¡Muy bien, Bea, cacho de puta! ¡Así se relame un culo, pedazo de guarra! Ahora ponte a lamer la leche...

Bea no tuvo que esperar a hacérselo repetir y, sin vacilar un instante, con su confianza plenamente recuperada, comenzó a lamer todo el semen esparcido por el cuerpo de Pablo. No tardó en recibir ayuda adicional cuando, tras darle un par de sonoras palmadas en el culo, Samuel le dijo a Eli:

-¡Venga, perrita, no te cortes y échale una mano a tu amiga! Seguro que te mueres de ganas...

Y así lo hizo. Eli se abalanzó sobre el pecho de su sobrino como una perra con la lengua fuera, compitiendo con Bea para obtener el máximo premio posible y disfrutar de una buena ración de proteínas.

Cómo no podía ser de otra forma, la cosa terminó en un impresionante morreo jaleado por los chicos, en el que las dos maduras zorras compartieron hasta la última gota del salado y nutritivo esperma de Pablo.

Un cuadro precioso. Las dos puercas con las jetas chorreando aquella espesa mezcla de esperma, sudor y babas que les daba un aspecto de sufridoras. Aunque aquella estúpida sonrisa de placer orgásmico, como de idas, contrarrestaba el teórico sufrimiento y lo convertía en vicio. Sexo puro.

10.

Tanto para Pablo, como para su amigo, aquella fue una tarde perfecta. Tener a aquellas putas guarras a su entera disposición, preparadas para realizar cualquier tipo de cerdada que se les pasase por la cabeza, no era algo que sucediese con frecuencia. Más bien nunca, la verdad.

Y no es que ninguno de ellos, por separado, no hubieran disfrutado a fondo con el adiestramiento de su respectiva zorra. Tanto Pablo, con su tía Eli, como su colega, con Bea, la cajera cachonda, ya les habían desvirgado todos sus agujeros y las habían domado y sometido a caprichos que, jamás de los jamases, habrían creído posible ellas mismas unos meses antes, cuando eran las perfectas y honradas amas de casa que todo el mundo suponía.

Pero esto de tener a las dos a la vez, compitiendo por la atención de sus machos, tratando de hacerse valer y de mostrar tanto a ellos, como a su compañera de zorrerío, eso de que " a puta, a mí no me gana ni Dios ", hacía que el vicio se retroalimentase. Y los mayores beneficiados eran los dos chicos, claro. Aunque, quieras que no, ellas también estaban disfrutando de lo lindo. Al final, su sometimiento estaba en aquel punto en el que su mayor placer y satisfacción eran ver disfrutar a su macho de una buena corrida. Tener un orgasmo ellas mismas había acabado siendo casi irrelevante. Siempre podrían hacerse un dedillo en casa a espaldas de su respectivo cornudo, si los chicos no les habían dejado correrse.

Tener el culo o el estómago llenos después de una buena corrida ya era un premio estupendo para ellas...

El segundo asalto fue en el catre King size que presidía el presunto gimnasio. Allí, las dos puercas, obedientes y ansiosas, se colocaron a cuatro patas cada una en un borde del lateral de la cama. Era una cama grande, se dos por dos metros, por lo que podían ponerse una frente a la otra. Algo que siempre va muy bien a la hora de comerse los morros.

El caso es que la postura era tan cachonda que Pablo no pudo por menos que hacer un par de fotos y un breve video de unos segundos para inmortalizar el excitante cuadro.

Dos maduras jamonas, a cuatro patas con las manos atrás abriendo bien el culo, las caras frente a frente aunque, levemente giradas para sonreír radiantes a la cámara.

-¡Cuánta belleza! -musitó Pablo, sin un deje de ironía-. Una tonelada de carne de puta, lista para ser taladrado... ¿No te parece maravilloso, Samu?

Samuel no pudo evitar lanzar una sonora carcajada al tiempo que se acercaba al culazo panadero de Eli (le había tocado, a fin de cuentas tocaba intercambio de zorras) e introducía su cara entre las nalgas de la cerda para husmear su ojete y saborearlo un poco antes de empezar a percutir.

Pablo hizo lo propio y propinó unos cuantos lametones y escupitajos al ano de Bea para preparar el terreno. Tenía el rabo como una piedra. Y el embriagador olorcillo del ojete de la cerda estaba acrecentando su excitación. Las putas, para acabar de redondear la faena, empezaron a comerse la boca y a gemir excitadas al tiempo que se acariciaban el coñito.

No habían pasado ni dos minutos y los gemidos se habían transmutado en alaridos bastante animalescos. Las pollas de los jóvenes se acababan de abrir paso a través de los esfínteres de las cachondas maduras.

Le costó algo más de esfuerzo a Pablo que a su amigo. Su polla, algo más gruesa,  tuvo que dilatar el ojete de Bea, acostumbrada a la única polla que había entrado por su puerta trasera, la de Samuel. Había llegado el momento de ampliar horizontes. Bea se quejó brevemente:

-¡Ay, ay...! ¡Más despacio, por favor!

Pablo, redujo la intensidad y se frenó hasta que la guarra se fue acostumbrando al intruso. No tardó mucho. El masaje que la jamona se estaba dando en el clítoris y los besos y las palabras de consuelo de Eli, obraron el milagro y cambiaron el llanto de dolor por lágrimas de gozo. En fin, no hay nada como una buena polla como analgésico...

Las dos tetonas agitando sus ubres, sudando como cerdas por el trasiego, berreando en plan puerco, soportando tirones de pelo y escupitajos del macho que tenían enfrente... Resultaba ser un espectáculo delirante y lascivo. Un claro ejemplo de como la guarrería no entiende de edad ni da clase social y acaba igualando a una casi millonaria como Elisa con una vulgar cajera de súper como Beatriz, en una dura competencia ante sus jóvenes sementales para demostrar de qué pasta está hecha una puta. Y, ciertamente, ambas tenían madera y vocación de guarras. Aunque la vida les había llevado por otros derroteros, finalmente habían encontrado la horma de sus zapatos y estaban, a marchas forzadas, recuperando el tiempo perdido.

Tanto Pablo, como Samuel estaban disfrutando a base de bien de la improvisada orgia. Pablo, encantado de estrenar un nuevo culo, no se cortaba lo más mínimo en animar el cotarro a base de insultos, cuanto más humillantes mejor:

-¡Jódete, puta guarra! Seguro que disfrutas con una buena tranca en el culo... Justo lo que no te sabe dar el maricón de tu marido...

-¡Ay, ay, ay...! - se limitaba a responder la sometida Bea-. Por fa... Por favor... No tan fuerte... Es muy gorda...

-¿No tan fuerte, guarra? ¡Menuda hipócrita! ¡Eres más falsa que una moneda de tres euros! ¡Pues claro que es gorda mi polla, Joder! ¡Como tus tetas de vaca! No como la pichilla blandurria que debe gastar el mariquita de tu esposo... ¡Que es igualita a la del tío Arnaldo...!  ¿No, tía Eli? -al pronunciar esta última frase, Pablo escupió en la cara de su tía, justo enfrente, y restregó a base de bien el lapo por la sudada cara de la guarra. Después, Pablo colocó la palma de la mano frente a ella que, sumisamente, sacó la lengua y lamió la zarpa, como una buena mascota, antes de contestar:

-Claro, Pablo, ya lo sabes... Aunque hace tanto que no se la toco que no sé si todavía tiene rabo o se le ha caído... Ja, ja, ja...

Un coro de risas secundó la ocurrencia de Eli. El breve interludio sirvió para recuperar el resuello antes de continuar con los empellones. Se acercaba el final del polvo. Eli reconoció al instante los gestos de rabia intensos, el sudor, el enrojecimiento y la energia cada vez más concentrada que precede a la eyaculación y que ella reconocía tan bien en el congestionado rostro de su sobrino.

11.

Aquella tarde, la pareja de jóvenes estaban especialmente entonados. Quizá por la tarde de alcohol y otras sustancias que llevaban en el cuerpo, quizá porque aquel par de jamonas sacaban de ellos sus más retorcidos instintos.

Así que en un alarde de ingenio , Pablo se sacó de la manga una expresión que se iba a quedar en la memoria de ambas puercas y que iba a actuar como orden directa en posteriores ocasiones.

Tras correrse (en cantidades industriales ambos chicos en los culos de las putas), Pablo tuvo la brillante idea y, mientras su tía le limpiaba bien la polla, recién sacada del ojete de Bea, y ésta realizaba una tarea similar con el rabo de Samu, soltó, directamente:

-¡Señoras, en posición y... cagando leches!

Así que, tal y cómo pensó Pablo, por fin había encontrado un sentido coherente y original para tan socorrida expresión.

Las jamonas, todavía relamiendo el sabor de las pollas, se quedaron paradas un momento, sin entender demasiado bien qué era lo que quería decir el chico.

Éste estuvo ágil y se acercó a dos pequeños boles que estaban en la mesita junto al mueble bar, rodeados de copas medio llenas y latas de cerveza vacías, vació en una esquina el contenido, almendras saladas y cacahuetes, y se los entregó a cada una de las jamonas al tiempo que las aleccionaba:

-Venga, cerditas, poneos en cuclillas, ahí en medio y cagar la leche del culo en los recipientes. Ha llegado la hora de la merienda.

Tanto Bea como Eli contemplaron al sobrino de la segunda como si se le hubiera ido la pinza, pero Eli, que ya lo conocía, se dio cuenta de que hablaba completamente en serio. Y más cuando sacó el móvil para hacer un video inmortalizando la escena, jaleado por su colega Samu entre risas.

A duras penas las dos jamonas se colocaron acuclilladas, dispuesta a cagar la dosis de esperma, cada una de cara a la otra, mirándose congestionadas y haciendo pedorretas, mientras goterones de leche y otros flujos goteaba sobre los recipientes de cristal, llenándolos un poquito con un líquido espeso de un color algo más amarillento y amarronado que el esperma fresco como el que media hora antes se estampó en sus caras.

Pablo filmó la operación regodeándose bastante con los esfuerzos de las machacadas maduras. Y acompañó las imágenes con una banda sonora de insultos y escupitajos que sólo sorprendieron a Bea, menos acostumbrada que Eli a este tipo de humillaciones.

Cuando notaron que de sus pringosos ojetes ya no salía ni una gota más, las guarras se incorporaron y recuperaron los recipientes.

Pablo, muy en plan maestro de ceremonias, iba indicando los pasos a seguir:

-Ahora, tía, tú coges la " copa " de Bea y tú, Bea, la de Eli...

Mientras las guarras procedían a obedecer las indicaciones de Pablo, Samuel, teléfono en ristre, se dedicaba a inmortalizar la escena.

-¡Oye, ni se te ocurra subir eso a YouTube, eh! - intervino Bea.

-¡Ja, ja, ja...! - respondió Samuel - ¡Qué va, puerca! Es para consumo interno...

-¡Joder, Samu,  tu cajera no es muy espabilada! - terció Pablo- Lo pondremos en Porn Hub, que son más receptivos para estas cosas.

Pablo, mientras tanto, había recogido del mueble bar la botella de Chivas. Bueno, lo poco que quedaba después de los lingotazos que se habían atizado un rato antes.

-No sé si os merecéis bautizar el cóctel con esto. Pero, bueno, cómo habéis sido buenas chicas, voy a ver si os doy algo más de aliciente, je, je, je...

Al tiempo que hablaba, vertía lo poco que quedaba de whisky en los recipientes que sostenían las cachonda maduras frente a su cara, dudando si beber o no.

-¡Ah, una cosa, guardarlo en la boca un momento sin tragar, eh…! –añadió Pablo.

Finalmente fue Eli, más audaz y putilla, la que, con el dedo, removió bien la mezcla de esperma y whisky. Después se lo chupó bien y apuró el combinado hasta dejar vacío el recipiente. Eli la imitó. Y ambas, escucharon obedientes las últimas instrucciones de Pablo:

-Y ahora, enjuagaos bien y lo volvéis a escupir...

Obedecieron. Nadie entendía muy bien qué era lo que pretendía Pablo, pero estaba claro que se estaba divirtiendo y, además, no dejaba de tocarse la polla.

Volvía a estar cachondo.

-Bueno, ahora la guinda final. Eli, toma tu ración. Póntela en la boca y se la pasas a mi tía para que se la tegue. Después, lo hacéis al revés.

Después de que las dos jamonas se pasasen el engrudo de una a otra, como buenas hermanas, y de que, tras un amago de arcada, se lo tragasen mirando a cámara, Pablo se dio por satisfecho y, a pesar de que volvía a tener la tranca en forma, decidió dar por concluida la sesión:

-¡Muy bien, damas, habéis hecho una faena estupenda! No os habéis ganado las dos orejas pero sí el rabo, ja, ja, ja... - sorprendentemente, se encontraba graciosísimo. Algo que a su tía Eli siempre le acababa molestando. Pero, claro, a su sobrino le perdonaba todo. A fin de cuentas aquello no era más que una minucia comparado con las innumerables sesiones de sexo cañero y contundente a las que la había acostumbrado.

-En fin –prosiguió, tras consultar el reloj-, que se ha hecho tardísimo. Así que más vale que os arregléis un poquito.

-¿Me lleváis a casa? -preguntó Eli.

-¡Claro, putilla! - respondió Samuel- Pero date una duchita antes, que apestas a sexo y como te huela tu cornudo...

Era algo que las dos jamonas ya tenían en cuenta. Ya iban, cogidas de la cadera, camino de las duchas del gimnasio, meneando el culazo panadero con el que Dios las había bendecido para solaz de los dos chicos que, apuraban una última copa. Estaban recuperando el resuello antes de ducharse a su vez. Ninguno de los dos podía presentarse en casa de sus respectivas novias con pinta de haber estado repartiendo leche a granel...

12.

Sobre las siete y media de la tarde salían del chalet los invitados de Eli. Ésta se despidió de Samuel y Bea con la promesa de repetir la fiesta en breve. A su sobrino le hizo, allí mismo, en el recibidor y ante la atenta mirada de la otra pareja, una última mamada de urgencia.

Eli se había acercado a darle un poquito pero Pablo, que todavía estaba cachondo tras el fin de fiesta y que sabía que un cutre polvo con su novia no le iba a quitar la calentura, agarró con fuerza la cabeza de su tía, presionando hasta que consiguió arrodillarla. Eli, resignada pero, por qué no decirlo, animada ante la opción de quedarse con un buen sabor de boca tras tan agradable tarde, se acomodó y abrió la bragueta del chico, engullendo la polla hasta conseguir su última ración de semen del día.

Cuando Pablo eyaculó, Eli alzó la cara y mirando a los ojos de su sobrino abrió la boca para mostrar su botín. Después se lo tragó golosamente y, tras un " Aaahhh " de satisfacción, exclamó contenta:

-Hoy sí que me he quedado llena. No sé si voy a poder cenar.

Las risas acompañaron la despedida del grupo. Tan solo Pablo se giró unos segundos antes de entrar en el coche, para enviar un beso a Eli, que sonreía desde la puerta, y anunciarle:

-A mitad de semana te llamo y quedamos, ¿vale, tía? Me parece que hay un día en que el tío Arnaldo tiene que ir a Madrid a firmar unos papeles...

-¡Fantástico, cuando quieras! Aquí estaré.

  1. Epílogo

Había sido un día muy duro. Placentero, sí. Pero muy duro. No es que Eli no estuviera acostumbrada a follar con su sobrino, con la sana e inconfesable intención de hacer crecer la tupida cornamenta de Arnaldo, pero aquella tarde la cosa había sido especialmente intensa. No sólo por el atracón de rabo al que la habían sometido los dos cabrones aquellos, sino por el talante especialmente puerco y morboso de la sesión en cuestión.

Incluso después de haberse duchado a base de bien, de haber tomado una cena ligera, fruta y yogur (las buenas putas, aunque sean aficionadas, nunca deben descuidar la línea, ja, ja, ja...), de cepillarse bien los dientes y enjuagarse a base de bien con un colutorio de los buenos, de los de farmacia, seguía notando el intenso sabor de la mezcla de esperma, flujos anales y whisky que había supuesto el sabroso colofón de la velada con la que tanto habían disfrutado tanto los dos chicos como Bea, su recién conocida compañera de andanzas.

Aquella noche, pues, Elisa se acostó pronto. A las diez ya estaba en la piltra. Con su pijama con dibujos de La Sirenita de Disney, regalo de las ñoñas de sus hijas. Sí, un poco infantil, qué le vamos a hacer, pero es que nuestra protagonista, al margen de ser una furcia de campeonato, tenía esa vertiente de niña inocente de colegio de monjas que tanto le gustaba a los tíos y le gustaba cultivar esa imagen, alentada, también por su morboso sobrino.

Y así se dispuso a conciliar el sueño, bien arropada con la colcha y con el aire acondicionado a toda mecha. ¡Hala, que le den a la capa de ozono…!

Estaba (literalmente) reventada. La tarde había sido la más intensa en mucho tiempo. Sólo comparable a aquellos primeros polvos con su sobrino, cuando todo para ella era nuevo y se encontraba completamente a merced de los caprichos del muy cabrón. Podríamos decir que Pablo se aprovechó o abusó de su posición dominante ante una mujer casada, insatisfecha y vulnerable, pero sería una verdad a medias o, mejor dicho, una mentira, porque era objetivamente innegable que los alaridos pidiendo más y más polla el día que el bueno de Pablo le desvirgó el culo en el tálamo nupcial no tenían nada de veto a los empellones de su macho y sí mucho de aliento y apoyo para que su gruesa tranca culminase eficazmente su labor y dejase en su interior una buena ración de esperma...

Unas divagaciones similares a lo anterior era lo que iba envolviendo su mente mientras se iba adormilando.

Y estaba a punto de conciliar el sueño cuando oyó abrirse la puerta y, cuidadosamente, notó entrar al cornudo de Arnaldo en la cama.

" Lo que faltaba ", pensó mientras forzaba la respiración para hacerse la dormida, "...el puto pelmazo éste..."

Ciertamente, desde que se había convertido en la puta de su sobrino, soportar la presencia de su marido se le había ido haciendo cada vez más cuesta arriba. Se cuidaba mucho de manifestarlo, sobre todo en público, más que nada por su dependencia económica de Arnaldo y lo acostumbrada que estaba a aquel tren de vida.

Pero en privado la cosa era otro cantar. Sin hacer alarde de su intenso desprecio y adoptando una actitud pasivo-agresiva, procuraba mostrar siempre una falta de afecto y una actitud distante que, poco a poco, fueron minando la confianza de Arnaldo. Las muestras de afecto (y contacto) físico fueron pasando de escasas a inexistentes. De igual modo cualquier muestra de interés hacia él. Había excepciones, claro, cuando necesitaba algo, dinero u objetos valiosos. La construcción del gimnasio le supuso una par de semanas de carantoñas baboseo, pero sólo hasta que el cabrón aflojó la pasta y comenzaron las obras. Después, volvió a distanciarse del pobre pichafloja.

Y fue al notar la inconfundible y desagradable presión de la erección de su marido en su culo, el calor de la pequeña polla del cornudo que traspasaba la delgada tela del pijama, cuando la frase salió sin filtros y como un sonoro latigazo de sus labios:

-¡Joder, Arnaldo...! ¿Qué coño estás haciendo?

El pobre cornudo, ante la violencia y la agresividad del grito de su esposa, se quedó paralizado y apenas si atinó a contestar, titubeante:

-¡Eeeh...! E... esto, yo... Yo, yo solo quería...

-¡Solo querías qué...! ¿Eh...? ¿Qué querías...? ¿Me lo quieres aclarar...?

Eli ya se había girado y, con una cara de mala ostia que no dejaba lugar a dudas a pesar de la penumbra del dormitorio, tenuemente iluminada por los números del despertador digital, miraba a su marido desde una distancia prudencial y con las rodillas elevadas para evitar inoportunas aproximaciones.

El desprecio y el asco hacia su esposo habían alcanzado un nivel solo comparable al aprecio que sentía por su dinero... ¡O por la polla de su sobrino, claro...!

El cabreo era de aúpa, y no se cortó lo más mínimo en manifestarlo:

-¡Pero...! Es que... ¡Joder...! ¿Cómo eres tan cerdo, Arnaldo...? ¿A qué viene esto...?

El pobre Arnaldo seguía sorprendido, asustado y boquiabierto. Y su débil y patética erección, lógicamente, se había ido a tomar por el culo. Sólo pudo balbucear unas palabras de disculpa y añadió, para intentar arreglar el entuerto:

-Yo... Yo solo quería darte una sorpresa... Una especie de regalo de aniversario... Hace más de dos años que no...

-¿Qué no qué, gilipollas...? - estaba claro que Eli no iba a relajar la ofensiva. Eso de que la despertarse así... con el trote que llevaba... ¡Y encima un pichafloja como el pobre cornudo infeliz que no suscitada más que su desprecio...!- ¿Qué hace dos años que no se te levanta...? ¡Pues, claro, capullo...! ¿No te acuerdas de lo que te dijo el cardiólogo?

El médico, tras un amago de infarto, le había prohibido taxativamente las " emociones fuertes ". Eso sí podían considerarse emociones fuertes los ridículos polvos que echaba a su jamona esposa…

-Si... Ya... Pero, bueno... - balbuceó Arnaldo, sin acabar de encontrar las palabras.

-¡Bueno qué, joder...! ¿Qué…? - contraatacó implacable Eli.

-Yo... Yo pensé que te haría ilusión... Es que hace tanto que no...

Eli, viendo la cara de acogotado de su esposo, decidió aflojar un poco el ritmo dejarle una vía de escape. De todos modos, todavía lo iba a necesitar durante bastante tiempo para financiarle sus caprichos y mantener el tren de vida de zorra que le gustaba llevar. Y a su sobrino también. Así que, bajó el tono y trató de ponerse didáctica con el cornudo:

-Mira, Arnaldo, todo esto que te digo es por tu salud. Lo último que querría, yo, y tus hijas también –las hijas eran también un par de ratas egoístas que en lo único que pensaban era, después de haber pegado sendos braguetazos, en vivir del cuento- es que te pasase algo. Así que, ya sé que lo haces por mí… Pero no tienes que preocuparte. A mí ya se me ha pasado el arroz del sexo, por decirlo finamente… Y lo último que necesito es que te pase algo por tomar pastillas de esas mierdosas que a saber de qué están hechas…

Mientras hablaba, Eli le iba acariciando la carita al viejo como si fuese una mascota, para tranquilizarlo. Éste, se dejaba hacer y empezó una perorata de disculpas que su mujer acalló con un “ ¡Psssss…! Calla, calla y descansa, anda… ¡Duérmete, niño, duérmete ya…!

Eli lo acunó brevemente, le dio un casto besito en la frente y una palmadita en la cabeza y se giró tras musitar un falsísimo:

-¡Buenas noches, amor…!

-¡Bu… buenas, noches, Eli! –respondió todavía casi gimoteando Arnaldo.

¡En fin, crisis superada…! ”, pensó Eli, justo antes de dormirse soñando con la tranca de su sobrino.

FIN