La tarde

- Te amo, Nina.- Y el dolor fue como un rayo que traspasó mi columna. Mi grito fue ahogado por su mano en mi boca. Un grito que se ahogo en el silencio de la tarde, entre el canto de las cigarras.

Desde ese primer encuentro, nuestras vidas cambiaron radicalmente. Era una sensación de adrenalina pura, mi cuerpo estaba exultante, me sentía brillar. Era un sufrimiento tratar de aguantar las ganas te tirarnos el uno sobre el otro, mientras estábamos en público. Pero eso, de momento, lo hacía más adictivo y fantástico. Fue una sorpresa descubrir en mi primo Cano, dos años menor que yo, un compañero de juegos y fantasías, empezar a descubrir con él la sexualidad compartida, cómplice.

Cuando no estábamos solos el hecho de estar rozando nuestros brazos, era una caricia erótica, un espasmo involuntario en la entrepierna. Sentir su olor o su aliento en mi oreja diciéndome que quería besarme, provocaba en mi cuerpo una excitación, que por momentos me hacía sentir mareada.

Empecé a comer menos, mis líneas antes redondeadas, comenzaron a afinarse. Pero mis caderas y senos empezaron a madurar, él me estaba transformando, me estaba esculpiendo. Yo pasaba mucho tiempo en las nubes, en una especie de trance que todos atribuían al cambio biológico propio de nuestra edad. Pero estaba enamorada y consumida por la fijación hacia Cano, en las noches despertaba con un orgasmo atravesando mi cuerpo, sudorosa, sobresaltada y la sensación de miedo de ser descubierta, teniendo en cuenta que en la casa de veraneo las habitaciones se compartían con más personas. Pero nadie parecía haber despertado, todo estaba en calma, y el relajo volvía a mi cuerpo y el disfrute del orgasmo recién logrado volvía a invadirme hasta dormir nuevamente, pensando en él.

Nuestra familia veía con buenos ojos que hubiéramos salido de nuestro ostracismo y que aparte de primos nos hubiéramos convertidos en tan buenos amigos, siempre juntos. El cerro seguía siendo el lugar donde nos podíamos amar libremente, pero buscábamos cualquier rincón cerca de la casa para poder besarnos y tocarnos. Siempre había algún lugar para nuestros furtivos encuentros, Uno de nuestros sitios favoritos era un árbol de nísperos, que se erguía varios metros, a cierta distancia de la casa, el cual al subirnos nos escondía de las miradas pero nos permitía ver el ajetreo de la casona de veraneo.

Nos encaramábamos a las ramas más altas donde el tronco principal y sus bifurcaciones nos permitían sentarnos cómodamente y sin peligro. Ahí nos consentíamos por horas, hasta que alguien preguntaba por alguno de nosotros y siempre teníamos el cuidado de llegar separados.

Fue en la tarde, cuando todos habíamos almorzado y la sangre bajaba a los estómagos, la hora obligada de las siestas de los más grandes de las casas y los más pequeños. Era la hora de mayor tranquilidad, pues todos estaban aletargados, y las acciones de los habitantes de la casona se reducían al mínimo. El sol seguía en su cenit, así que algunos se parapetaban dentro de la casa de adobe que la hacía muy fresca o bajo alguna sombra en las sillas y sillones de mimbre o madera dispuestos alrededor de la casa. La Tarde: la hora de las cigarras, que con su monótona sinfonía adormecían aún más el ambiente.

Nos encaramamos al níspero, y aunque andaba con falda, conocía tan de memoria los pasos para llegar arriba que ni siquiera me hice un raspón. Estando arriba, me acerque para besarlo, pero paró mi impulso y con su encantadora sonrisa me dijo:

-Sácate las bragas.- me quede muda y abrí mucho los ojos. ¿Que era lo que pretendía hacer? Por mucho que estuviéramos fuera de la vista de los demás, estábamos en la copa de un árbol a casi 6 metros de altura. Él seguía con la misma sonrisa… sabía que terminaría cediendo.

Como pude me las fui bajando hasta los tobillos, él las tomo para ayudarme, levanté un pie y luego el otro, se las llevo a su nariz y las olió a gusto. Saco la punta de la lengua y las lamió, sin dejar de mirar mi reacción, las lamía como si en fuera un sabor divino. Mi respiración se agitaba, no podía despegar mis ojos de los suyos. Guardó las bragas en el bolsillo de su pantalón y estiró la mano para acercarme hacia él. La aferré firme, sentía que me iba a caer por la calentura que me provocaba la situación. Me abrazó con fuerza y le comí la boca con un profundo beso. Lentamente se separó de mis labios y me giro con cuidado, me quedé de espaldas sentada sobre él. Lo miré hacia atrás, y me reí mientras le decía:

-¡Estas loco!.- me guiño un ojo y luego puso un dedo sobre sus labios: -Ssshhhhhh pero que nadie se entere.-

Con una mano acariciaba mis senos y apretaba mis pezones, que ya estaban duros al contacto, mientras que con la otra bajaba hacia mi entrepierna. Cerré los ojos por un instante y tiré mi cabeza hacia atrás. Sentía sus manos y los rayos del sol filtrándose entre la copa del árbol y el arrullo de las cigarras, que no paraban de sonar. Me agarré firmemente a las ramas gruesas que alcanzaban mis manos, para frotarme contra su cuerpo mientras él me masturbaba. Las yemas de sus dedos de empapaban de mis flujos, moviéndose en redondo sobre mi clítoris, yo solo me dejaba hacer: jadeando y gimiendo muy despacio, con el morbo en aumento de ser descubierta en esa situación.

Primero hundió un dedo dentro de mi coño, luego el segundo, hasta llegar a meter tres dedos, estaba a punto de correrme cuando paró. Él ya conocía mi cuerpo, sabía por mi respiración y el movimiento de mis caderas que estaba a punto de venirme. Sentí que su verga estaba fuera del pantalón y se refregaba contra mis nalgas, moví más sinuosamente mis caderas, como suplica para que terminara de masturbarme y me hiciera acabar. Volvió a poner su mano en mi coño, lubricó sus dedos y acarició mi ano. Esa caricia me tomó por sorpresa y me sobresalte, pero no cesaba de acariciar mi ano, no cesaba de dilatarlo y mis caderas volvieron a reaccionar. Nuevamente su mano volvió a mi clítoris y sentí su capullo en la entrada de mi culo.

  • Te amo, Nina.- Y el dolor fue como un rayo que traspasó mi columna. Mi grito fue ahogado por su mano en mi boca. Un grito que se ahogo en el silencio de la tarde, entre el canto de las cigarras. Y unas lágrimas gruesas brotaron de mis ojos. Lágrimas que se confundían con el sudor que brotaba de mi frente. Me besaba el cuello, las orejas, me lamía y respiraba agitadamente, pero no se salía de mí, ni se movía. Fui relajándome de a poco, pese al dolor que sentía, no quería escapar de esta situación surrealista, de estar siendo sodomizada por mi primo en una copa de un árbol a metros de mi familia… diosssssssss… Siguió masturbándome y empezó a moverse, el dolor cedió lentamente y el placer volvió a inundarme entera, lo ayude en sus acometidas cada vez más rápidas, mordía mis labios para no gritar, me masturbaba, me penetraba, me poseía. Y nos llegó juntos, sentí su semen en mi interior, mientras me convulsionaba en un orgasmo intenso, profundo. Estábamos fundidos el uno con él otro. No me había dado cuenta pero las lágrimas aún salían de mis ojos, era un estado de gracia, de felicidad plena.

El barullo de la casa nos saco sacó del trance, la familia se ponía nuevamente en movimiento. Sentía como su pene volvía al reposo, giré mi cara y lo besé. Estábamos radiantes.

  • No quiero que termine nunca, quiero que este verano sea eterno.- Le dije y nos prestamos a bajar del árbol, a bajar a la realidad.