La Tarde

Que bueno es disfrutar dos semanas en la playa. Continuación de La Mañana (VUELTO A SUBIR POR PRESENTAR ERROR DE EDICION. GRACIAS A TODOS POR ADVERTIRMELO.)

La pareja reposaba, desnuda sobre la cama, tras un coito intenso, aun con los temblores recorriendo sus cuerpos. Él dentro de ella, sintiendo como su polla perdía la tensión, tras correrse, cociéndose en el calor que desprendía la vagina que lo envolvía. Ella con el pie sobre el muslo empujándolo hacia sí, queriendo impedir que esa verga, debilitada por la entrega de su semen, abandonara su coño. Ambos suspiraban quedamente

  • Te quiero – susurraba Carmen pegada su mejilla a la de su marido.

  • Te quiero – susurraba Antonio a su mujer y le dio un beso en la mejilla húmeda del sudor de ambos. Le abrazó y se quejó bajito.

  • No sé que voy a hacer estos quince días sin ti – musitó melosa.

  • Cariño, son solo dos semanas, enseguida pasarán

  • Esa zorra de Aurora lo hace para fastidiarnos amor. Me tiene ganas. - se rio bajo, acariciando la cadera de su mujer.

  • No digas cielo. Me tocaba a mí el viaje. Ella no ha hecho nada.

  • Qué sí, que te quiere para ella. Lo noto en los huesos. Es una zorra roba maridos. - Antonio se rio aparentemente divertido, aunque fruncía el cejo. Pensaba en Carmen. En como de intenso era el sexo con ella. Aunque no quisiera novedades, más allá de ponerse ella encima. Aunque no pasara de usar un par de dedos al masturbarlo y como mucho darle algún beso al tronco de su polla. Aunque se neguara en redondo a que él acerque su boca ni siquiera cerca de su coño. A pesar de todo, que bueno era el sexo con ella. Cómo se entregaba y como le hacía disfrutar. Pero ahora...

  • Tendremos que levantarnos. ¿No? Sino, no llego al tren -

Al fin ella lo dejó libre. Él se fue incorporando, sintiendo que aún la vagina de su esposa lo retenía. Miró el aspecto de Carmen, desde su cara relajada, pasando por los pechos con los pezones todavía inflamados, hasta su vulva. Irritada por el roce; entreabierta dejando ver la entrada a su vagina de la que asomaba ya un goterón blanquecino mezcla de flujo y semen.

Prefirió no seguir mirando, fue hacia la ducha mientras ella quedaba quieta sobre la cama, mirando al techo, perdida en sus pensamientos.

Después de la ducha ella seguía igual. Tirada en la cama. Abierta, como la dejó. Se le escapó una mirada para ver como el goterón se ha ido deslizando descendiendo entre las nalgas y cuelga de ellas, a punto de caer sobre la sabana. Recogió los calzoncillos, se los iba poniendo

  • ¿No vas a venir o qué?

  • Sí, sí, claro que voy – musita Carmen

  • ¿No te duchas?

  • Luego cuando vuelva. Tendré todo el tiempo del mundo.- Al fin ella se incorporó. Se limpió someramente con unos pañuelos de papel y recogió las bragas usadas para ponérselas.

Los dos se iban vistiendo. Él unos jeans, una camisa y zapatillas. Ella un vestido estampado sin escote que le llega por la pantorrilla y unas zapatillas planas a juego.

Mientras ella se atusa el moño, sin más, ante el espejo del dormitorio, él pensó que siempre vestía demasiado recatada. Que le hubiera gustado que luciera más su bonito cuerpo. Cuando terminaron salieron de la casa.

  • ¿Dónde está tu coche? - preguntó Carmen al ver el hueco en el aparcamiento de su marido

  • ¿No te lo dije? Está en revisión en el taller. Así aprovecho los días que estoy fuera.

Carmen y Antonio abordaron el utilitario de ella. Quince minutos más tarde estaban los dos en el andén esperando la llegada del tren que se llevaría a Antonio.

  • ¿Me extrañarás? - le susurraba melosa abrazada a su cintura

  • Ya lo creo. Desearé estar a tu lado en todo momento -

  • ¿Seguro? Mira que te echaré mucho de menos – levantó la cara pidiendo un beso que recibió.

  • Muchísimo, te extrañaré muchísimo, tanto que pensare que estoy contigo todo el tiempo.

Abrazados permanecieron hasta que el tren se detuvo ante el andén.

  • Anda sube, solo falta que lo pierdas – se rio Carmen parando los besos apasionados de Antonio

Antonio se separó de su esposa. Dentro del vagón desde la puerta abierta miró a Carmen repentinamente más serio

  • Estos días sé buena, Carmen. Acuérdate de mí – mirándole a los ojos. Carmen se rio despreocupada

  • ¿Por qué me dices eso? Siempre soy buena, tonto – las puertas se cerraron tras el pitido del tren – Te quiero, llamame, y vuelve ya... te echo de menos ya – le gritaba mientras el tren se alejaba con Antonio mirando, por la ventanilla, como ella agita la mano despidiéndole.


Antonio no se movió de la plataforma. Cabeceaba negando, pensativo. Miró su reloj. - “Diez minutos. Bien. Allá vamos” - cerró los ojos un instante dándose valor.

A los doce minutos el tren aminoró y se paró en la siguiente estación. Las puertas se abrieron y Antonio saltó al andén con su maleta. En el parking, aparcado desde el día anterior, estaba su viejo Alfa. Abordó el coche, lo arrancó y salió del aparcamiento. Antonio emprendía el regreso hacia su ciudad.


Carmen acababa de aparcar, lejos de su casa, ante un edificio de diez plantas. Salió del coche y se acercó a uno de los portales. Llamó.

  • Soy yo - contestó cuando preguntaron quién. Con una sonrisa radiante abordó el ascensor hasta la octava planta. Salió casi corriendo por el pasillo hasta la puerta D. Ni tocó el timbre porque la puerta se abrió

  • Holaaa – la recibió un hombre con una sonrisa, tan amplia como la de ella. No entró, se tiró a su cuello. Se abrazó con fuerza, mientras juntaba los labios con los de él y su lengua serpenteaba entrando en su boca. A duras penas, él consiguió cerrar la puerta con ella colgada de su cuello.

  • Por finnn – ríe ella al terminar el beso. - Por fin, por fin amor, otra vez juntos y quince días para nosotros ¿Estás contento?- él asientió varias veces

  • Claro que sí cielo, claro que sí – ella de puntillas y abrazada a su cuello dejó que las manos del hombre la recorran posesivas, cubriendo sus nalgas y apretárselas hasta que lanzó un quejido.

  • Ayyy Germán que me vas a manchar todo el vestido. Acaba de hacerme el amor Antonio y voy llena todavía – le susurró al hombre que tembló oyéndola - ¿Quieres limpiarme? -él cabeceó un sí rapidísimo.

  • Pero prefiero que no me hables de él - dándole un pico en la boca.

Se soltó del cuello y corrió riendo hacia el baño. Por el camino se desprendió del vestido y se lo tiró a la cara a Germán. En cuanto entró en el baño lanzó las zapatillas a los lados y se bajó las bragas, ya con las manos del hombre agarrándole las caderas. Giró la cara y le sacó la lengua, al mismo tiempo que se soltaba. Entró en la ducha y dejó que el agua cayera con fuerza sobre ella. Germán la miraba comiéndosela con los ojos. Ella rio viendo su mirada, mientras se amasaba los pechos y movía las caderas voluptuosamente.

  • ¿No vienes a limpiarme? - susurró con un tono absolutamente lascivo.

Germán se arrancó la camiseta. Los jeans y el bóxer se le quedaron trabados en los tobillos hasta que se libró de las zapatillas deportivas. Corrió dentro de la ducha. Se dejó caer de rodillas, ante ella, sintiendo como el agua le salpicaba en los ojos mientras la miraba de abajo arriba. Esa cara de vicio que ella tenía mirándolo. Sintió como las manos de ella rodean su cabeza mientras se mordía el labio. Se dejó guiar.

El jadeo de ella resonó en el baño. Apoyó la espalda, en la pared de baldosas, arqueada, ofreciendo su pelvis. Lanzó un pequeño grito desesperado. La boca de Germán estaba devorando su coño.

  • Mmmmm. Como me gusta que me comas el chichi -

Antonio, después de acercarse a su domicilio, comprobando que ella no estaba, ni tampoco su coche. Activó la aplicación GPS en el teléfono. Era una aplicación de vigilancia infantil, teóricamente transparente para los niños. La había instalado en el teléfono de Carmen pensando en este día.

  • ¡Joder! – masculló cuando la aplicación le indicó que el móvil de ella estaba al otro lado de la ciudad. Se fue para su coche y arrancó en dirección donde marcaba el aparato.

Germán miraba embobado como ella se secaba en el dormitorio.

  • Que buena estás, amor... Estás tan buena como siempre – se rio encantada

  • ¿Cuándo nos vamos? Cielo-

  • En cuanto estés lista. Yo la bolsa ya la tengo, si salimos en un rato esta tarde estamos en la playa.

  • Valeee, vale. Estaré lista en un plis plas.- dejó la toalla tirada de cualquier manera y abrió un cajón de la cómoda lleno de lencería. Escogió un tanga de hilo, rojo fuego, se lo fue colocando, ante la mirada babéante de Germán, hundiendo bien el hilo entre sus nalgas. De otro cajón sacó unos microshorts elásticos azules, que se embutió dando saltitos sobre sus pies. Una vez cerrado le dejaba más de la mitad de las nalgas al aire. Por último, se puso una camiseta corta, de tirantes, que le dejaba el ombligo al aire; tan ajustada que no dejaba nada a la imaginación, marcando sus senos y pezones perfectamente. Por el escote asomaban sus tetas casi hasta las areolas. Buscó en el zapatero, unas sandalias con plataforma y un taconazo que la dejaba de puntillas.

  • Pásame la bolsa de viaje, Germán. - le dijo mirando con qué ojos le veía él.

En la bolsa metió, a toda prisa, tres o cuatro bikinis, otros shorts, varias camisetas, y media docena de tangas, cada uno más diminuto que el anterior. Corrió al baño con la bolsa. La puso abierta bajo el estante y simplemente pasó la mano arrojando todo lo que había al interior del bolso.

  • Estoy lista – mirando a Germán con una amplia sonrisa. Ya saliendo, del primer bolso sacó, la cartera, el teléfono y las llaves de la casa y del auto. Las metió en otro pequeño que colgaba del perchero de la entrada, que se colgó en bandolera.

En la calle, se quedó al lado de la puerta del acompañante, ahuecándose el pelo suelto, liberada del sempiterno moño que le había acompañado las últimas semanas, mientras Germán metía el equipaje en el maletero.

Ambos subieron al auto, se dieron un pico y emprendieron la marcha.


Antonio, llegó a las proximidades del punto que marcaba el GPS cuando vio el Ford naranja. El mismo Ford que había visto cerca de su casa. Sus sospechas comenzaron así. Ese vehículo lo había visto varias veces. En una de ellas le pareció ver a Carmen salir de él y entrar en su casa. Pero lo que colmó el vaso de sus sospechas fue que, hacía dos semanas, él salía con prisa de la casa por llegar de nuevo tarde al trabajo y, por error, pulsó planta baja en vez de garaje. Al salir del ascensor se cruzó con un hombre que, al verlo, le pareció que ponía cara de susto y bajaba la mirada mascullando unos buenos días y se coló dentro del elevador. Él tuvo que esperar a que dejara libre el ascensor para bajar al garaje. Estaba distraído mirando como el ascensor ascendía y vio como se detuvo en su piso. Un escalofrío le recorrió la espalda. Pensó en subir de nuevo, pero si lo hacía seguro que estaría más que despedido.

Antonio buscó un hueco, para su auto, cerca del Ford, pero no tanto que se apercibieran de él, si alguien salía. Estaba pensando como averiguar quien era el propietario del coche y donde vivía cuando por la puerta salió una pareja. Se dirigieron al auto y él cargó el equipaje en el maletero.

Al principio no se dio cuenta. Era Carmen. Estaba tan distinta con el pelo suelto y ese rojo de labios tan intenso.

Arrancó y siguió al auto naranja a cierta distancia. En un semáforo los perdió, pero el GPS mantenía la posición del teléfono de Carmen. Poco a poco vio como el punto se iba alejando camino de las afueras. Se detuvo en una gasolinera para repostar. Emprendió la persecución del teléfono de Carmen.

Después de una hora de persecución vislumbró, en la distancia, el coche naranja subiendo una cuesta. Intentó mantener la distancia de separación. Al subir él la cuesta, vio como el coche descendía y luego había una larga recta que se perdía en la distancia. Arrimó el coche al margen de la calzada y llamó a Carmen.


Germán se sobresaltó al oír el teléfono en el bolso de ella. La miró de reojo mientras ella miraba la pantalla.

  • Es él. - musitó – Seguramente ya ha llegado. Para, por favor, no quiero que oiga el coche. - Germán se fue al arcén y detuvo el motor.

  • Hola, cariño - contesto al teléfono -¿Qué tal el viaje, Antonio?

Germán puso cara de circunstancias y giró la cara mirando por su ventanilla. Hubiera preferido salir del coche y no tener que escuchar. Ella se dio cuanta de su malestar, alargó la mano y la puso sobre la entrepierna de Germán, sobándola ligeramente, obligándole a mirarla de nuevo. Ella puso una sonrisa de circunstancias.

  • No. No Antonio. No estoy en casa. Estaba tan vacía sin ti. Estoy dando un paseo - Germán la miraba con ojos entrecerrados resistiendo la conversación y la caricia. A ambas estaba reaccionando. Pero más a la segunda. Vaya si estaba reaccionando a la segunda.

  • Claro, amor. Claro que me puedes llamar cuando quieras. Pero esta noche no muy tarde que pienso irme a dormir tempranito. ¿Sí? - Su mano ya podía coger entre los dedos el abultado tronco de Germán y lo acariciaba a través del ligero pantalón corto. Germán se mordía el labio a punto de suspirar.

  • Yo también, mucho. No sabes cuanto te echo de menos. Te quiero. - dijo mirando hacia la entrepierna de Germán. Levantó la mirada hasta sus ojos – Te quiero, amor. - no estaba claro si lo decía al teléfono o a Germán. - Adiós. Adiós. Llámame. Un beso muy fuerte amor. - cortó la llamada y comprobó en la pantalla que se había apagado.

  • Lo siento, amor. Pero tenía que contestar. - susurró mientras seguía pajeando lentamente a Germán a través del pantalón - ¿Lo comprendes? - el asintió.

  • Es que no me gusta -

  • Lo sé, lo sé amor – susurraba melosa sin dejar de acariciarlo – Yo te lo compensaré. ¿Vale? - él resopló y asintió.


Antonio estaba furioso. Qué valor tenía, la muy zorra. Con ese en el coche y le decía que le quería y le echaba de menos. Pero ya se enteraría. Ya lo creo que se enteraría.

Fue a arrancar el motor mirando el coche que perseguía, pero se extrañó que aquel auto siguiera inmóvil todavía. Decidió esperar unos minutos.


Germán miraba con ojos como platos como le estaban bajando la cremallera de la bragueta muy lentamente. Después los cerró. No era para menos, porque su manita estaba dentro, rebuscando, hasta que aferró lo que buscaba.

  • Por Dios, Mari... ¿Qué haces? -

  • ¿Qué voy a hacer? - mientras la sacaba de su encierro. - Ya te lo he dicho... Compensarte... Te lo mereces. - levantó la mirada a sus ojos y sonrió mordiéndose el labio. Giró, hasta ponerse de lado en el asiento, se inclinó bajando despacio la cabeza. Empezó lamiendo el capullo. Haciendo que Germán resoplara.

  • Qué dura la tienes cielo. ¿Quieres que pare? - susurró al glande. Germán lanzó un agónico nooo. Que provocó que ella sorbiera sonoramente el pene.

Su cabeza empezó a bajar y subir primero muy despacio, preparando la verga para lo que vendría. Él lanzó un fuerte gemido llevando la cabeza atrás hasta apoyarla en el reposacabezas

  • Qué bien la mamas Mari… que bien la mamas... - balbuceó con los ojos cerrados, mientras la cabeza subía y bajaba cada vez más rápido

Antonio miraba intranquilo aquel auto parado. “¿qué habrá pasado?”. Finalmente decidió acercarse. Arrancó el auto y fue descendiendo la cuesta a una velocidad moderada.

Al alcanzar al vehículo naranja lo empezó a adelantar, reduciendo aún más la velocidad, mientras escrutaba el interior del vehículo. Al llegar a la altura del conductor casi se frenó en seco. Consiguió controlarse y siguió hasta sobrepasar el coche naranja. Había palidecido

  • Pero... Pero.. No puede ser.. No puede ser... - no se creía lo que había visto. Pero lo había visto. El conductor con la cabeza hacia atrás, ojos cerrados, con la boca abierta.

Pero lo peor no era eso. Lo peor era la coronilla que había visto aparecer y desaparecer por el borde inferior de la ventanilla. Una coronilla que bajaba y subía. Una coronilla con el pelo de Carmen.

Estaba en shock. - “Esa coronilla quería decir... quería decir… que ella...” le estaba haciendo una felación al tipo. “¿Ella? Pero si no puede ni cogérmela bien. Si me la toca con dos dedos. ¿Cómo va a estar chupándosela?”

Antonio aceleró huyendo hasta encontrar una estación de servicio. Se metió porque necesitaba tranquilizarse. Aparcó el coche en un sitio apartado y fue a la cafetería con intención de tomarse una tila.

Estaba tomando la infusión cuando casi la escupió entera, dejando la mesa hecha unos zorros, al ver el auto naranja entrar también en el aparcamiento.


Germán lanzó un fuerte gruñido mientras se corría en la boca. Ella no se apartó, al contrario, siguió chupando y tragando toda la lefa. Cuando se separó del pene le miró directamente a los ojos relamiéndose.

  • ¿Te ha gustado la compensación amor? - su voz sensual anunciaba más compensaciones

  • ¡Joder! Mari... Cada día eres más buena chupándomela. Me vas a matar. - una risa cantarina contesto sus palabras.

Se sentó bien en el asiento mientras él se guardaba su herramienta. Reanudaron la marcha. Volvió a poner la mano, posesivamente, en la entrepierna del conductor. Iba canturreando la canción de la radio. De vez en cuando miraba a Germán y le daba un pequeño apretoncito para que recordara donde estaba su mano.

  • ¿Paramos a comer y beber algo? Así te quitas el sabor de boca -

  • ¿Quién dice que no me gusta como sabe? Me encanta como sabes cielo. -

Las risas de ambos acompañaron sus palabras mientras el auto entraba en el aparcamiento. Fueron hacia la cafetería enlazados, ella con la mano en su cintura, él con la mano en su nalga. Entraron y buscaron una mesa.

  • En esa no. Han tirado algo encima – dijo ella.

  • Disculpen. Ya lo limpio. Un cliente que ha tirado media infusión, el pobre.- dijo una camarera mientras pasaba una bayeta limpiando el desastre. - enseguida vengo a tomarles la comanda.

Ambos se sentaron en aquella mesa.


Antonio se fue deprisa hacia la parte de tienda de la estación de servicio. A través del ventanuco vio como ellos se sentaban. Todo arrumacos y besitos. Le parecía que ella le metía mano en el paquete por las caras que ponía él y como giraba la cabeza mirando a todos lados mientras ella sonreía lasciva mirándolo.

Les sirvieron unas hamburguesas y bebida. No quiso ver más. Directamente se fue al auto y lo estacionó de forma que viera si salía el vehículo naranja. Como media hora más tarde los vio salir, otra vez enlazados por la cintura, besándose. “¿pero es qué no paran?”. Vio el coche salir a la carretera. Esperó otros diez minutos y salió detrás de ellos.


Germán conducía silbando, de vez en cuando miraba abajo para ver la mano encima de su polla. Le hacía sonreír y lo mantenía con una media excitación continua.

Ella, se había descalzado y seguía canturreando las canciones de la radio. Se la veía contenta, casi feliz. En un momento determinado apartó la mano de la entrepierna de Germán y buscó el teléfono.

Buscó el contacto de Antonio y tecleo rápido “Cuanto te echo de menos” y varias caritas de besos. Esperó a ver si le contestaba. Como no lo hizo, se encogió de hombros, metió en el bolso el teléfono y su mano volvió a manosear la verga de Antonio

Los kilómetros iban pasando. Tras ellos, vigilando el GPS, el Alfa Romeo también devoraba los kilómetros.

La carretera se fue pegando a la costa, terminando paralela a la playa. Pronto llegaron a su destino. Abrazados fueron al edificio de apartamentos que había en primera línea de playa.

  • Menudas dos semanas, amor – sonrió feliz colgándose el bolso

  • Ya lo creo, va a ser estupendo -

  • Sí, incluso algún día podemos bajar a la playa – la miró con estupor mientras ella le sonreía viciosa. Los dos se rieron.


Antonio siguió el itinerario que el GPS le marcaba. Al llegar pudo observar como estaban sacando el equipaje del auto. Consiguió aparcar viendo como iban a entran en el edificio corrió hasta la puerta, pero se había cerrado. Miró los timbres de los pisos. Pulsó varios de golpe.

  • Carteroooo - un vecino, como casi siempre, le abrió. Corrió, por el hall, hasta el ascensor. Aun subía... 4, 5, 6. Se detuvo en el sexto.

  • Es en el sexto.- Volvió sobre sus pasos hasta los buzones.

  • Sexto, sexto. - tres apartamentos por planta. En dos hay nombres de personas. En otro solo pone sexto B.

  • Ese, seguro, es lo típico de los apartamentos de alquiler. - Esperó diez minutos sentado en los escalones. Tomó el ascensor hasta el sexto.

En silencio recorrió el rellano de la planta hasta la puerta B. Comprobó que las otras estaban blindadas. Sin embargo la puerta del B era simple. Miró la cerradura, también sencilla. Recordó cuando le explicaron como abrirla. Rezó para que solo estuviera enganchado el resbalón. Metió la ganzúa que le habían proporcionado y la fue bajando hasta que topó con el metal del resbalón. Estiró con fuerza hacia él, notando como iba cediendo hasta que la puerta se liberó.

Sentía la rabia inundandole. Entró y cerró la puerta con el mayor sigilo. No era muy necesario porque gemidos y voces resonaban en el pasillo. Él, guiado por las voces, terminó ante una puerta medio abierta. Asomó la cabeza un poco. Lo que vio le dejó anonadado.

Su mujer, su Carmen, desnuda como vino al mundo. Encima de la cama. En cuatro como una perra, como un animal. Bramando de gusto, gritando de placer. Porque el tipo, de rodillas tras ella, aferrado a sus caderas estaba bombeado salvajemente el coño de su Carmen. Clavándole la verga. Hundiéndole la polla. Endilgándola entera una y otra vez.

  • Más... Más… - Carmen no deja de pedir.- Dame más fuerte.. Dame más fuerteeee - No dejaba de gritar. Que quería más. - Lo necesito amor.. Dameeeee.... Dameeeee

Antonio no reconocía a su mujer en esa golfa desorejada, en esa puta viciosa que se removía lasciva pidiendo más.

¡Me corro!… ¡Me corro! – gritó, dejando caer su cara sobre el colchón, todo su cuerpo temblando. Recorrido por un orgasmo salvaje. Terminó gimiendo como loca con los ojos en blanco. Él le levantó las caderas y se la endiñó entera, hasta las bolas mientras gruñía

  • Toma… Toma mi leche… ¡tomaaaa! - se dejó caer sobre el cuerpo de ella y ambos quedaron extenuados sobre la cama jadeando.

  • Ha sido brutal – susurró su Carmen, tras un gemido. Su voz pastosa, muy viciosa – ¿Luego me romperás el culo, Amor? - gimoteaba suplicando eso - ¿Me darás luego por culo, porfi?.


Antonio, rojo de ira, no lo soportó más “¿Qué le dé por culo? Pero ¿Qué le dé por culo?”. Levantó el pie y pegó una patada con toda su fuerza a la puerta. El ruido del portazo resonó en toda la casa. Entró como un basilisco.

La pareja, había pegado un salto por el susto. Se habían arrastrado sobre la cama hasta quedar sentados apoyados en el cabecero, con caras de pánico. Germán, cubriéndose con una de las almohadas sus partes pudendas. La mujer con una esquina de la sabana se tapaba la ingle y con el brazo apenas los pechos. Los dos pálidos como muertos veían a Antonio al pie de la cama con cara de ir a asesinarlos.

  • Antonio… Antonio – balbuceó ella – Cálmate, no es lo que parece cariño. Te lo puedo explicar -

  • ¿Qué me vas a explicar, Carmen? ¿Qué? - escupía las palabras de la rabia que tenía acumulada - ¿Qué te follas a este? O ¿Qué has venido de ejercicios espirituales a la cofradía del santo polvo?... dime… ¿Qué me vas a explicar? ¿Qué lo siguiente era que te partiera el culo? ¿Eh? ¿Eso?

Germán estaba anonadado, mirando como Antonio parecía al borde de un ataque de apoplejía y con una mano buscaba el bóxer que debía estar por el suelo al lado de la mesita de noche. Ella cada vez más intranquila, con los ojos anegados en lagrimas, extendía la mano hacia Antonio intentando que se calmara.

  • De verdad Antonio, de verdad... Tiene explicación, de verdad – estaba a punto de llorar viendo el estado de su marido.

  • Ya lo creo que tiene explicación, ya… ¡Que eres un zorrón! Eso eres. Un verdadero zorrón. Y este… Bueno… Este... Pues debe ser un putero… Porque se folla a una puta.

A su Carmen le cambio la cara. Del susto y dolor que reflejaba pasó, en un instante, primero a convertirse en una máscara indescifrable, luego fue achicando los ojos mientras el resto de la cara empezaba a reflejar más rabia de la que podía haber sentido Antonio.

  • ¿Qué me has llamado? - siseó adelantando el cuerpo - ¿Me estás llamando puta? ¿Eso me estás llamando? ¿Puta?

  • Sí... Puta. Puta con mayúsculas. Eso eres una ¡PUTA! Con todas las letras. Pero esto no se va a qued.... -

Se interrumpió cuando vio a su mujer saltar sobre el colchón hasta quedar de pie y avanzar hacia el con largas zancadas, sin importarle un pimiento que la viera como Dios la trajo al mundo.

  • ¿Así que puta? ¿Que soy una puta? - rechinaba entre dientes mientras bajaba de la cama por los pies.

Antonio no lo esperaba cuando la mano de su mujer impactó en su cara. Un tortazo de antología. De esos que te pita el oído, sientes arder la cara entera y los ojos se te llenan de lágrimas, mientras te desplomas como un saco sobre el suelo. Qué es justo lo que le pasó a Antonio. Quedó tumbado, con los brazos abiertos, mirando acojonado a su mujer.

Ella como una furia desatada, como una arpía dispuesta a comerle el corazón, inclinada sobre él, con los ojos como carbones encendidos, enseñándole los dientes como si le fuera a morder, le gritaba

  • ¡¡No soy ninguna puta!! ¡No me lo llames! ¡Lo oyes!.. ¡¡Tu no me llamas puta y menos delante de mi marido!!