La tara de mi familia 1
Por alguna razón que desconozco se borró el inicio de la serie.Fernando de Trastamara descubre que no es un ser humano normal, es un titán. Por sus genes corre sangre de reyes que en un pasado perdieron un imperio. Dotado de un enorme poder mental, es capaz de manipular mentes ajenas. El inicio
Capitulo uno. El despertar
Para entender la historia de mi familia, tengo que hacer mención a algo que sucedió veinte años atrás, cuando durante una calurosa tarde de verano, mi criada me llamó diciendo que tenía que ir a ver a Don Manuel, mi padre. Era el día en que cumplía catorce años, por lo que esperaba un regalo, y corriendo fui a su encuentro.
-Hijo, necesito hablar contigo-, me dijo mi padre, debía de ser muy importante, para que por primera vez en mi vida, se dignara a tener una charla conmigo.
Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre, era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores, la gente decía de él que era un genio de las finanzas, pero para mí, no era más que el que dormía con Mamá, y que me pagaba los estudios, por que jamás me había obsequiado con ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.
-¿Cómo te va en el colegio? - fueron las palabras que me dijo para romper el hielo.
- Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase -, en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.
-Pero, ¿Estudias? -, una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos antes de contestar, lo que le permitió seguir hablando - Debes de ser el delegado, el capitán del equipo, y hasta el chico que mas liga… ¡me lo imaginaba! y lo peor es ¡que me lo temía!-.
Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso, por la afirmación de él, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.
-¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?- , le solté enfadadísimo.
-Si, hijo-, en sus mejillas corrían dos lágrimas,- Porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara-.
-¿Tara?, no sé a que te refieres -, si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura, pero sobretodo a la tristeza que veía en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.
-¡ Lo comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela, es más creo que estaba sentado en ese mismo sillón, cuando tu abuela me explicó la maldición de nuestra familia-.
Mi falta de respuesta le animó a seguir hablando, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo, y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja. Y que durante generaciones y generaciones, nunca había habido pobreza, que siempre durante mas de 1.300 años, habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber mas de un hijo con nuestros genes, y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo fracaso, con miles de muertos.
-Eso lo sabía yo, ya -, le repliqué, desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.
-Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole -
- No- , tuve que reconocer muy a pesar mío.
- Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver que los nobles desobedecían a su marido, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo, pero tenía trampa, individualmente era cierto, pero no con todos en común. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo, hasta que sus súbditos molestos con él llamaron a los musulmanes, para quitárselo de encima -.
Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición.
- Esa tara se ha heredado de padres a hijos, durante generaciones, yo lo tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido -.
- Pero, Papá, eso no es una tara, es una bendición -, le contesté, ignorante de mí.
- No, Alberto, cuando uno adquiere un poder, también asume las consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece, y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad, han muerto violentamente. Por eso le llamo Tara, el tener ese gen, te condena a una vida solitaria, y te abre la posibilidad de morir asesinado -.
-¡No te creo!-, le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.
-¡Haz la prueba!, busca a alguien como conejillo de indias, y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra, pero ten cuidado, por que recordará que lo ha hecho y puede que te odie por ello, y cuando te ocurra, vuelve conmigo para que te explique como debes usarlo-.
No hacía nada en esa habitación, con ese ser despreciable que me había engendrado y como un niño, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas, tenía que ser mentira, debía de haber otra explicación, pensaba mientras me calmaba. Pero tenía que hacer la prueba, aunque estuviera condenada al fracaso, no había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo, por eso cuando entró Isabel, la criada a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.
La muchacha era la típica campesina, recién llegada a la ciudad, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía no tenía novio, y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral, pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciera, al recordarlo no debía de ser yo, el objeto de sus iras.
Fue durante la cena, cuando se me ocurrió el que hacer. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no solo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo, el hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid, y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente, no llegaba a comprender como podía estar enamorado de ese patán. Sonriendo pensé que, de resultar iba a matar dos pájaros de un tiro, iba a comprobar mis poderes e iba a castigar la insolencia de mi pariente.
Esperé pacientemente mi oportunidad, no debía de acelerarme, cuando lo probara debía de sacar los beneficios posibles con el mínimo riesgo personal. Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, quiso echar un billar, por lo que bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión. Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, y quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina, donde me encontré a Isabel. Era el momento, y mientras de mi boca solo pudo oír, como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era “ un hombre irresistible, que solo el roce de su mano o su voz al hablarle, la haría enloquecer, y que necesitaba que sus labios besaran sus pezones ”.
Ya no me podía echar para atrás, no sabía si resultaría mi plan pero previendo la remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos, y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio le llamaba, por lo que junto a ella, bajé las escaleras.
La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado, sobre la mesa mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada, mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.
Su novia no se lo podía creer, y durante unos segundos se quedó paralizada sin saber que hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse, y bajar del billar. Pero luego explotó y como loca se fue directamente contra Sebastián, gritándole y tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Solo pudiendo mi primo, intentar el tranquilizarla. Todo eran gritos y lloros, el escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo, y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.
No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito, o a una orden inconsciente, pero el hecho real es que los tres se callaron, y expectantes me miraron.
-¡Sebas!, vístete y tú, Isabel, vete a la cocina -, la muchacha vio una liberación en la huída, por lo que rápidamente me obedeció, sin protestar,- Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza, pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, por lo que te pido que te tranquilices -.
- Tienes razón -, me contestó,- pero dile que se vaya, no quiero ni verlo -
No tuve que decírselo, ya que antes de que su novia terminara ya salía por la puerta. Siempre había sido un cobarde, y entonces no lo iba a ser menos, debió de pensar que lo más prudente era el escapar, y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.
-¡ No me puedo creer lo que ha hecho !-, me dijo justo antes de echarse a llorar.
Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío, y su tristeza se me contagió, por lo que al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella, o por mí, ya que había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.
-¿Por qué lloras?-, me preguntó.
- Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos -, le respondí sin confesarle, que solo respecto al comportamiento de Isabel gran parte de la culpa era mía, ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.
-¡Que dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú -, me dijo, dándome un beso en la mejilla. Al besarme, su perfume me impactó, era el olor a mujer joven, a mujer inexperta pero que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza al notarlo ella.
No hizo ningún comentario, cuando tuve que separarme de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero tras breves instantes me regaló una mirada cómplice, que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.
Yéndome al piso de arriba, busqué a Isabel para tranquilizarla, nadie se iba a enterar de lo sucedido, por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.
- Isabel, ¿puedo hablar contigo? -, le pregunté.
-Claro, Fernando -, me contestó sollozando.
Rápidamente, le explique que Ana María me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo, por lo que debía dejar de llorar, porque sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logrando calmar a la pobre criada, pero yo necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo, por lo que le pregunté que había pasado.
- No sé que ha pasado, pero al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones insinuándome como una puta, pero Don Sebas al verme me empezó a besar y lo demás ya lo sabes. Solo de recordarlo se me han vuelto a poner duros -.
-¿El qué?-, pregunté inocentemente.
- Los pechos -, me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.
-¿Me los dejas ver? -, mas excitado que interesado,- nunca he visto los de una mujer-.
Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes, y duros con unos grandes pezones que ya estaban erizados, antes de que sin pedirle permiso se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:
- No sigas que estoy muy cachonda -.
Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano seguía apretando el otro.
-¡Que rico!-, me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.
Esa reacción me calentó, y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi mano se deslizaba a su trasero.
-Tócame aquí -, me dijo poniendo mi mano en su vulva. La humedad de la misma en mi palma, me sorprendió, no sabía que las mujeres cuando se excitaban tenían flujo por lo que le pregunté si se había meado.
-¡No!, tonto, es que me has puesto brut a-, viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca había magreado a una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo, - ósea que eres virgen -.
La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar, pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba.
Nada mas atrancar la puerta, coquetamente se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero, se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y dirigiéndome me pidió que le despojara de la falda y la braga. Obedecí encantando, ya que me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo, mientras me explicaba las funciones de su clítoris, animándome a tocarlo.
En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas, y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose, lo sacó de mis calzoncillos, y dirigiéndolo a su monte, me pidió que jugara con mi capullo, en el botón que me había mostrado.
Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y como si fuera un pincel, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.
-¡Así!, ¡Sigue así!-, me decía en voz baja, mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.
Mas seguro de mi mismo, separé sus labios, para facilitar mis maniobras, y con el glande recorrí todo su sexo, entre gemidos de placer de la muchacha. Nunca lo había tenido tan duro, y asustado le pregunté si eso era normal.
-No, ¡lo tienes enorme para tu edad!- , me contestó entre jadeos, - vas a ser una maquina de mayor, pero continua así que me vuelve loca -
En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer, por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer, y de un solo golpe se lo introduje entero.
-¡Ahh!-, gritó al sentir como la llenaba, sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración, y cuando notó como la cabeza de mi sexo, había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio, incrementando poco a poco mi ritmo.
Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir, cómo cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo, y como el flujo facilitaba cada vez más mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que entraba, mi confianza hizo que acelerara la velocidad, mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
Isabel ya fuera de sí, me pedía que la besara los pezones, pero que no dejara de penetrarla cada vez mas rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como su respiración agitada me pedía mas, y como su cuerpo como bailando se unía al mío, en una danza de fertilidad.
- Soy una guarra -, me soltó cuando desde lo mas profundo de su ser, como si fuera un incendio el calor se apoderó de ella, - pero me encanta -, y cambiando de posición se puso de rodillas dándome la espalda, introduciéndoselo lentamente.
La postura me permitió agarrarle los pechos, y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua, y gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete, y ella mi montura, por lo que me pareció de lo mas normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, y su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez mas mojado sexo, obligándome a continuar.
- Pégame más, castígame por lo que he hecho -, me decía, y yo le hacía caso, azotando su trasero. Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración, y el sudor empapaba su cuerpo, cuando como un geiser, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de flujo, mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades.
Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber que ocurría, pero mi criada me exigió que continuara, que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene, pero sobretodo sus gritos provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueño de mi cuerpo, y antes que me diera cuenta que ocurría en breves oleadas de placer exploté en sus entrañas, llenándola de semen.
Desplomado del cansancio, caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer, y por vez primera supe lo que significaba el orgasmo. Tras descansar unos minutos a su lado. Isabel me hizo vestirme, ya que alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran, despidiéndome con una frase que me elevó el ánimo:
-¡ Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar -.
Salí del lavadero, y sin hacer ruido me fui a mi cuarto, no quería encontrarme con nadie, ya que solo observando el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota se hubiera imaginado que es lo que había pasado.
Ya en mi baño, me despoje de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes, “ el viejo tenía razón, algo había ocurrido ya que conocía a la mujer desde hace seis meses y nunca se había comportado así, como una perra en celo ”. Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder, para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.
No me había dado cuenta lo cansado que estaba, hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada, cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas un antepasado mío era el protagonista, y curiosamente la secuencia que se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, me desperté sobresaltado.
-Tranquilo, soy yo -, me decía Ana acercándose a mi cama.
-¡Que susto me has dado!-, le contesté todavía agitado.
-Quiero hablar contigo -, me dijo, tenía la piel de gallina por su decisión pero yo en mi ingenua niñez pensé que como venía en camisón, tenía frío, por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor.
La novia de mi primo, no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé, frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera, calentándola, lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa, agarrándome de la cabeza, me besó en la boca y abriendo mis labios su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó mas a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.
-¿Y esto?-, le pregunté, alucinado por mi suerte.
-Sebastián no merece ser el primero-, me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama. Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando, sin saber el porqué.
Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos, desgarrándole el camisón, el deseo no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad y la experiencia que me había dado Isabel, con cuidado retiré los tirantes de sus hombros dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados con dos rosados pezones que me gritaban que los besara.
-¿Estas segura?-, le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar, por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí.
Ana no era como mi criada, todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas, mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos, a la par de su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por su cuello, y sus hombros, hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea, como si le diera vergüenza su aureola se contrajo, de forma que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.
Pero fue cuando repitiendo la operación en el otro, cuando los suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón, levantándole las piernas, encontrándome con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la braga de algodón de Isabel.
Me entretuve unos momentos, apreciando su cuerpo, era mucho mas atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas, su pecho estaba en perfecta sintonía con sus caderas y piernas. Ella sabiéndose observada me preguntó:
-¿Te gusta lo que ves?-
Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama, ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos, pero esta vez no se detuvo ahí, sino que bajando por su piel, bordeó su ombligo, antes de encontrarse a las puertas de su tanga.
Hablando sola sin esperar que le contestara, me empezó a contar que se sentía rara, que era como si algo en su interior se estuviera despertando, que no eran cosquillas lo que sentía sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triangulo, su vértice señalaba mi destino, por lo que me fue mas sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más, e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.
Ana María, que en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando, el deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias, por lo que gimiendo me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer.
No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo, me indicaban la cercanía de su orgasmo, por lo que sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos, pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer, pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca, y como un poseso probé su contenido, mientras ella se retorcía de placer. No quería desperdiciar ni una gota, lo malo es que cuanto mas bebía, mas manaba de su interior, por lo que prolongué, sin darme cuenta, cruelmente su placer, uniendo varios clímax consecutivos. Hasta que agotada, me pidió que la dejara descansar, sin haber conseguido mi objetivo, de su sexo seguía emergiendo un manantial que mojó por entero las sabanas.
-¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado! -, me dijo en cuanto se hubo repuesto, estaba radiante, y feliz por haberse metido entre mis brazos, sin que yo se lo hubiera pedido, me preguntó si ya tenía experiencia.
- Eres la primera -, le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto, al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.
-¿Entonces eres virgen?-, me volvió a preguntar, y nuevamente la engañe diciéndole lo que esperaba oír, le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche, bajo la apariencia de una mortal llamada Ana.
Se rió de mi ocurrencia, y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar, ya que sin medir las consecuencias tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada, le iba a hacer daño, y eso era lo último que quería ya que en mi mente infantil me había enamorado de ella. Refunfuñando me hizo caso, dejándome a mi la iniciativa.
Esa noche había follado con una mujer, pero en ese momento lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa, mi princesa, y como un caballero la tumbé en la cama, boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido, pero recordé que la primera vez marcaba, por lo que introduje lentamente la cabeza de mi pene, hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento, pero ella sin poder esperar, empujándome con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.
Gritó de dolor, al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro, para posteriormente empezar a moverme muy despacio, besándola mientras le decía lo maravillosa que era. Se fue relajando paulatinamente, su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes, y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se transformaron en sonrisa, al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo. Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizaba mis movimientos, y ella al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido.
Su orden fue tajante, y como si fuera un autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me recibía con un pequeño gemido, cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando como un escalofrío el placer partió de sus ingles, recorriendo su cuerpo. Sentí como su flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.
- Es maravilloso-, me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.
Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía mas mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior, y nuestros gritos de placer se mezclaron en la habitación. Fueron unos instantes, pero tan intensos que supe que esa mujer era mi futuro.
- Te amo -, le dije nada mas recuperarme el aliento.
- Yo también -, me dijo con su voz juvenil,- nunca te olvidaré .
-¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia? - le pregunté asustado por lo que significaba.
-Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo -, me contestó con dulzura, pero fue peor a mis oídos que la mayor de las reprimendas.
-¡ Pero creceré!, y entonces seré tu marido -, le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lagrimas infantiles anegaban mis ojos. Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama, y vistiéndose se fue de mi habitación. Cuando ya se iba le grité llorando, - ¡Espérame!, pero no me contestó.
Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Fue Isabel, la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombie, mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.
Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar salía Isabel con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo, por lo que cogiéndola del brazo, la metí conmigo.
-¿Qué querías?-, le pregunté.
Ella sonriendo me dijo:
- Estás hecho una fichita, pero no te preocupes que nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo, yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas -.
“¿Sangre? ”, pensé por un momento, era lo único que me quedaba de esa noche, no podía perderlo, por eso le pregunté:
- Te puedo pedir un favor -, y muy avergonzado continué ,-necesito quedarme un recuerdo, ¿podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?-.
Entendió por lo que estaba pasando, y guiñándome un ojo con mirada cómplice me contestó:
- Voy a hacer algo mejor, luego te veo -.
Y sin decirme nada mas, se fue a continuar con su trabajo. Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí me dio un abrazo diciéndome:
-¡ Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado, sino que ha aceptado casarse conmigo- .
Mi mundo se desmoronó en un instante, comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física, a cada acción sobreviene una reacción, y en mi caso la reacción era extremadamente dolorosa. Con catorce años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre, mi viejo tenía razón no era una bendición el estar dotado de esa facultad, era una arma de doble filo, y yo la había esgrimido sin saberlo, y me había cortado.
Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete, que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana, la criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia en despacho de mi padre.
Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada mas verlo con lágrimas en los ojos le dije:
-Papá, ¡Tenemos que hablar!-.
Me estaba esperando. Tal como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo
-¿Verdad, que duele?-, no había reproches, solo comprensión,- Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra, comparten este dolor, y somos tu y yo-.
Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses, pero necesité años, para aceptar que nada podía evitar que ese pacto firmado hace más de trece siglos, me jodiera la vida.
Capitulo dos. El aprendizaje.
- Hijo, el primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas sexuales. Piensa que mientras la obediencia inducida creas resentimiento, la dependencia por sexo, no -.
- Pero Papá solo tengo catorce años -, le contesté avergonzado.
-¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel? -, me respondió tranquilamente, sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, - O me crees tan tonto, para no ver en los ojos de Ana María, la certeza de haberse equivocado -.
Lo sabía todo, en ese momento supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.
- Tu madre, no debe saber nada -, me ordenó. Nadie excepto nosotros dos debía de conocer nuestras capacidades, y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro. – He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados, a partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa que clase de enseñanzas vas a recibir -.
Lo que mi viejo no me dijo, era que otra de las razones por la que había tomado esa decisión, era que debía acostumbrarme a vivir solo, tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común. Toda esa tarde, estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio que estaba en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero cerca de mi padre, de forma que pudiera seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos. Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor, ya que su razón de ser fue tener un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura, y docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuviera que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, que era la heredera del don, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido, y cogiendo una pistola se suicidó en el salón. A raíz de ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.
Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera, bajo ningún concepto iba a aceptar que la separaran de su hijo, y solo aceptó cuando mi padre se lo ordenó haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era un muñeco en sus manos, nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil, con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es que mi viejo le había influido en su elección, y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no era más que teatro, y que había dispuesto que ella me enseñara todo lo que debía saber sobre sexo.
Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. Mi mente infantil no era conciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos la responsabilidad que iba a significar el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí, veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.
La cocina del chalet era tipo americana, con el salón-comedor incorporado, por lo que esa noche, mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto, era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema, tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.
Cuando me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar, me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella, sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado, y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.
La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado en que así fuera, nunca había podido demostrar sus dotes en la casa de mis padres, pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos porque se ella cenó conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:
- Hoy por ser una ocasión especial, y si no se lo dices a tus padres, si quieres abrimos una botella de cava, para celebrar tu primera noche aquí -.
No me dio tiempo a contestarla, ya que sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores que había en la bodega, y sirviendo dos copas, brindó por los dos. Nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco, mientras ella dio buena cuenta del resto del cava. En el postre, el alcohol ya había echo su efecto y su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. En silencio, escuchó como siguiendo se había metido en mi cama, buscando vengarse de mi primo, y como siguiendo sus enseñanzas la había desnudado.
Su cara reflejó su satisfacción, cuando mintiéndole le dije que después de haber visto su cuerpo, el de Ana me había parecido sin gracia.
- ¿Por qué dices que te resultó insulso?-, me preguntó medio excitada por mis palabras.
- Era el cuerpo de una niña, el tuyo en cambio es el de una mujer -, le contesté dorándole la píldora ,-tú fuiste la primera, mi maestra -.
Poco a poco estaba llevándola donde quería, sus pezones se marcaban en su vestido, mientras me escuchaba.
- Y teniéndola desnuda, ¿que hiciste?-
- Recuerdas como me enseñaste a excitar tu sexo, recuerdas como me dijiste que usara mi pene -, sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.
- Claro, que me acuerdo -, me contestó cuando involuntariamente ya se estaba acariciando los pechos.
- Pues usando la misma técnica, le separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón -.
-¿Le comiste allí a bajo?-, me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.
- Si, y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca, mientras yo pensaba en ti, deseando que fuera el tuyo el que estuviera en mi boca -, no dejé de mentirla al ver como le estaba afectando mi relato. Isabel totalmente caliente, lo trataba de disimular cerrando sus piernas, pero hacer esto lejos de tranquilizarla, al oprimir su cueva lo que estaba era excitándola aún mas.
-¿Y después?-, me pidió que continuara. Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.
-No sigo te contando si no prometes hacérmela -, le solté de improviso confiando en que estuviera lo suficiente cachonda para no negarse.
-¿Hacerte qué?-
-Una mamada-.
-¡Niño!, ¿estás loco? ¡Te crees que soy tu puta!, y ¡que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje!-, me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud, pero creo que sobretodo por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.
- Tu, te lo pierdes -, le contesté dejándola sola. Y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.
Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto calor esa noche, por lo que pensé que lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido, me había adelantado, si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento estaría siendo objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, estaba congelado con la piel de gallina, y quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla. Pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.
- Déjame que te seque -, me rogó con voz apenada,- siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego-.
Sin decirme nada mas, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda, seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes, y al llegar a mi trasero se sentó en el suelo, dándome un beso en mis nalgas, mientras secaba mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedaba a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.
-Cuéntame cómo la desvirgaste -, me pidió metiéndoselo en la boca.
Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande, y a una mano que no fuera la mía masturbándome. No podía negarme a complacerla, por lo que retomando el relato, le expliqué como Ana quería que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó el ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mi, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos, se los introdujo en la boca, mientras su mano seguía masajeando mi extensión.
Pero fue cuando le intenté expresar con palabras que sentí cuando Ana me abrazó con sus piernas, rompiéndose el himen, cuando ya fuera de si, llevó sus dedos a su propio sexo, y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba, sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana empezó a gemir mientras su coño empapaba mi pene.
Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca, dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar, y cogiéndola de la cabeza forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas, y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos, la estimuló más aún si cabe, y retorciéndose, como la puta que era, se corrió en el mármol del baño.
Nada mas recuperarse, se levantó del suelo, y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía, pero al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado, por eso me extrañó que dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme, quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada mas cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido.
Dormí profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre, el que al abrir las persianas de mi habitación, me despertó.
- Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando- .
El hecho que mi padre, que nunca se había ocupado de mí, me levantara, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Jesús, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor me lo encontré tomándose un café.
- Buenos días, Papá-
-Buenos días, hijo, siéntate que quiero hablar contigo-, se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las ultimas veces,-hoy tenemos un día bastante ajetreado, debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia hará que tu vida no acabe antes de tiempo-.
-¿Qué quieres que haga?-, le pregunté.
- Lo primero cuéntame como te fue ayer en la noche .
Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.
- Bien -, mis mejillas debían de estar totalmente coloradas, y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cual era mi conclusión de mi experiencia.
No supe que contestarle.
- Mira, Fer. La diferencia de edad entre tú e Isabel, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval, pero por otra parte, le excita la idea de ser tu maestra, ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo. Debes de explotar este aspecto, lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla. Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso, para que te acune en sus brazos, y si es necesario chantajéala, de forma que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero ten tú el control, que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos, y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella -.
La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por primera vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre, eran poco mas que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada mas terminar me llevó a dar una vuelta a la finca, no quería que nadie nos interrumpiera.
Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Para mi padre, Alazán y para mí una yegua llamada Partera. Esa iba a ser mi primera lección del día.
- Fer, los animales están acostumbrados a que los humanos les mandemos, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti -.
No se me había pasado por la cabeza, que pudiéramos usarlos de la misma manera, pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor, aunque tuviera la dificultad de su irracionalidad.
Me resultó sencillo, llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil, y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.
- Fíjese, jefe, su hijo ha heredado su facilidad con los bichos -, le comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.
Sin más preámbulo, salimos trotando de la caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, estuvo explicándome que lo importante era que aprendiera a utilizar métodos indirectos, para conseguir que me obedecieran. Cuanto mas sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Y me dio un ejemplo práctico. Sin darme cuenta, me había quitado la bota para rascarme el pié en marcha.
- Mira la burrada que te he obligado a hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota, y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte a que te picara el pié, y tu mismo sin mi intervención te la has quitado para rascarte-.
Estaba alucinado al darme cuenta que había sido objeto de su manipulación. Pero fue realmente me di cuenta de su poder, cuando frené de golpe al caballo y salí despedido, chocando abruptamente contra el suelo.
- Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado -, me dijo riéndose a carcajadas,- esa es la diferencia entre orden bien dada y orden abusiva, debes intentar nunca practicar esta segunda -.
Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando tratando de vengarme, intenté hacer lo mismo, ordenarle que se cayera del caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.
-Eres todavía demasiado débil, para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado -, me informó con una sonrisa en sus labios, y una expresión orgullosa en sus ojos, - sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte-.
La jaqueca me duró más de media hora, que resultando un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara, como dice el viejo refrán, que sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica.
Fue una mañana inolvidable, durante la cual me fue enseñando y yo fui asimilando, pero sobretodo pude por fin comprenderle. Los esfuerzos que me hizo hacer, tuvieron como consecuencia que a la una del mediodía, estuviera realmente agotado. Por eso nada mas llegar a la casa de invitados, me metí directamente en la cama.
Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer, pero entre sueños le dije que me dejara descansar que estaba agotado. Pero cuando a las seis todavía no había bajado, fue cuando empezó a preocuparse, y entrando en la habitación, me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto, debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, por que mi viejo al oírla, le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, por lo que le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Pero mi padre fue inflexible, negándose de plano y prohibiéndole además que molestara a mi madre.
- Si mi esposa se entera, va a querer que Fernando vuelva a la casa -, le contestó, y la criada temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió mas.
Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yéndose a la cocina me preparó un consomé para que entrase en calor. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más, y ya empezaba a delirar. Cuando entró la confundí con Ana, y tratándole de besar le pedía que nunca me volviese a abandonar.
Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también de mis palabras me dijo:
-Mi niño, como puedes pensar que te dejaría -, y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas, y sin ser realmente consciente de lo que hacía empecé a besárselos.- Son tuyos -, me dijo separando mi labios de su escote,- pero estás enfermo, y ahora no debes fatigarte -.
Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para prepararme algo de cenar. Cuando volvió con la comida, me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.
-¡Menudo susto me has dado!-, y dándome un beso en la boca, me dijo,- ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo!-.
Le comenté que no me acordaba de nada, y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado, y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.
- Sigo helado -, le dije guiñándole un ojo al terminar.
- Eres un pillín -, me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor.
Calor del bueno. Nada mas tumbarse, acurrucándome a su lado me apoderé de sus pechos, sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.
-¡Déjame a mi! -, me pidió y sin esperar mi respuesta me fue desnudando cubriéndome de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo.- Un buen amante debe saber que el órgano sexual mas grande, no es éste -, me dijo cogiendo mi pene entre sus manos ,- sino su piel-.
- Si, maestra -, le contesté.
Mi respuesta le satisfizo, y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a enormes cantaros, diciéndome:
- Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer, y para ello debes de recordar primero que al nacer son tu alimento, quiero que te imagines soy madre y que tu eres mi bebé-.
Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía, y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer, y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando, y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado, decidí que ya me había cansado de hacer lo mismo, por lo que en vez de chupárselo se lo mordí. Ella al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:
-No pares, mi niño no pares-.
Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si la fantasía la ponía así debía explotar esa faceta, por lo que siguiéndole la corriente le susurré al oído:
-¡Que rica está mi mamá!, es la mamá mas guapa del mundo-.
Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase, que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias espoleó mi curiosidad, e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, y tratando de verificar su aguante, procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió, pero conseguí hacerlo, y cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigía más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la absorbía. El sexo de la muchacha ya dilatado permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera, y para ello le ordené que separara más sus piernas. Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfrute de la visión de sus labios hinchados, y sin saber porque me apoderé de su clítoris mordisqueándolo, mientras mi mano su iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar, pero no me pidió que los sacase, y yo no lo hice, todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a golpear la pared de su vagina, como si de un saco de boxeo se tratara.
- No por favor, ¡para!-, me gritaba pataleando.
Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra, sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada, e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas, intentando zafarse de mi ataque, pero tras unos segundos el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo y sin que pudiera hacer nada por evitarlo se desmayó en la cama.
Nadie se había desmayado jamás en frente mío, por lo que no supe reaccionar. Al principio creí que la había matado, pero pegando mi cara a su pecho, oí su corazón latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar me levanté al baño a por un vaso de agua, y espolvoreándosela en la cara conseguí reanimarla. Isabel salió de su trance un tanto desorientada, pero tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo, me dijo:
- El alumno ha superado a su maestra-.
Interrogándola por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación, nunca alcanzadas, y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.
- Entonces, ¿Soy un crío? -, le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.
- No, un crío no puede ser mi dueño -, me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad, y que estaba totalmente entregada a mis deseos.
-¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra? -, le repliqué poniéndome encima y penetrándola.
- Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa -, me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por su escroto. Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuales eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal, pero ella viendo mi indecisión alargó su mano, colocando mi miembro en la entrada de su culo.
Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacia su coño, pero analizando mis impresiones decidí que me gustaba.
Ella por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover, mientras se acostumbraba a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé a sacársela y a metérsela. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba mas suelto, mas seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer, mientras mis huevos chocaban contra ella.
- Mas rápido -, me pidió y tocándose su clítoris.
La postura no me permitía incrementar mi velocidad, por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites, su conducto me ayudó relajándose.
- Más rápido -, me volvió a exigir, al notar que oleadas de lujuria recorrían su cuerpo.
Seguía sin sentirme cómodo, por lo que soltándole sus pechos usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua, y entonces recordé como le gustaba que la montaran, que se volvía loca cuando le azuzaban con unos golpes en su trasero.
- Vas a aprender lo que es galopar -, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre comencé a azotarle sus nalgas.
No se lo esperaba, pero al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó buscando desesperadamente llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, y solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara en intensas descargas, inundando con mi simiente su interior.
Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora, por lo que tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:
- Fer, si se enteran tus padres, me matan y no se cuanto dure, pero nadie me ha dado tanto placer, por eso te doy permiso a tomarme cuando desees -.
-¡Que equivocada estás! ¡Puta!-, le repliqué enojado ,-No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca, y si no estas de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!-.
Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado me pidió perdón.
Acariciándole la cabeza la tranquilice y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo le expliqué:
- Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra, y espero que sigas así, enseñándome .
Nada mas acurrucarse a mi lado me preguntó:
-¿Qué es lo que te gustaría probar?-
Soltando una carcajada, le respondí: -¡A dos mujeres!- , me miró divertida, y como única respuesta se introdujo mi pene en su boca, asintiendo.