La sumisión de Rocío (VIII)

Nueva entrega de las desventuras de esta guarra.

Pasaban los días y la desescalada en el confinamiento era cada vez mayor. Pronto nos dejarían salir de nuestras casas de nuevo, y con ello variaría el estatus de mi relación con Rocío. Pero a estas alturas yo estaba ya tan enganchado a sus favores que no podía concebir perder mi poder. Y, al fin y al cabo, yo tenía en mi poder una cinta y a su hijo, quien estaba ya totalemente de mi lado. Con semejante par de ases en la manga bien podía aspirar a someter a la puerca de Rocío una buena temporada. Así se lo hice saber cuando amenazó con largarse:

-Luis, ahora que ya se puede salir a determinadas horas, he decidido que Iván y yo nos iremos a casa y seré yo la que venga por las tardes a...

-¿Cómo dices? -la interrumpí- ¡Y una mierda! No pienso tener una puta a tiempo parcial.

-¡No me hables así!

-Te envalentonas muy rápido así que paso unos días sin encularte, igual debería -la agarré y forcejeamos-, igual debería solucionarlo.

-¡Para, cabrón! ¡Quedamos en que por el culo no!

-Quedamos en muchas cosas que no cumples, puta. ¿Quieres irte? De acuerdo, vete. Pero antes de irte pregúntale a Iván si se va contigo, porque como te largues no vuelves a pisar esta casa, chupapollas.

Rocío me miró con odio, mientras se zafaba de mis manos. Yo conocía esa mirada, aquella que me clavaba cuando lo más sagrado para ella estaba en peligro. Se recolocó la camiseta, sus tetas estiraban la tela, poderosas como dos enormes balones de baloncesto. La visión de esas tetazas comprimidas me excitaba en exceso. Su pantalón, un vaquero ajustado blanco que le marcaba el coño, también me volvía loco. Ella me miraba con odio y yo la miraba con deseo, pero fue ella quien habló al fin, en tono conciliador, recalculando su situación:

-A ver, Luis... Joder... es que vamos para dos meses en esta situación... Me has hecho tu puta -sabía que me volvía loco oír aquello de su boca-, tu chupapollas particular... has usado a tu antojo todos mis orificios... Y el trato era el que era. Yo creo que venir por las tardes a satisfacer a mi macho no está tan mal -se acercó y puso su mano en mi paquete; yo ya la tenía como una piedra.

-Rocío -dije, después de un leve suspiro entre dientes al sentir su mano en mi rabo-, si te dejo marchar sé lo que acabará pasando. Hace apenas un minuto ya te estabas revolviendo, y no tardarás en dejar de cumplir con tus funciones. Dejarte ir ahora sería fatal para tu educación.

-¡¿Para mi qué?!

-No te sulfures. Llevo tiempo queriendo comentar esto contigo. Mi idea es que si logras comportarte, y para ello necesitas una educación disciplinada, podamos vivir juntos los tres mucho tiempo y no tengas que quedarte sin Iván.

-Hijo de puta -dijo, secamente.

-La cosa es esta -señalé su cuerpo de arriba abajo en un gesto con los ojos-, eres una hembra de primera. No hay zorras como tú a mi alcance, y estoy enganchado a ti. Además, está la historia de querer cortarme los cojones, algo que no puedo olvidar fácilmente. Sí, Rocío, voy a hacer lo necesario por tenerte sometida mientras quiera; y si no lo aceptas, pues al final eres libre de decidir, debes saber que Iván se quedará conmigo -bajé la voz-, y que puedo llegar a ponerlo mucho más en contra de la guarra de su madre.

En ese momento Iván entró en la cocina.

-¿Qué pasa? -preguntó-, ¿Algo no va bien, papá?

-Mamá quiere irse, muchacho. Estoy intentando explicarle que si se larga no querremos saber más de ella.

-¿Es eso cierto, mamá?

-Hijo... a ver, solo le decía a Luis...

-A mi padre.

-A tu... joder, qué locura... en fin, le decía a tu padre que nos iríamos solo a dormir a nuestra casa.

-Ya, pero es que yo ya duermo en mi casa.

-¡Iván! Debes atender a razones.

-Mamá, creo que papá te lo ha dejado todo bien claro. Si te largas olvídate de que tienes un hijo. Serás para mí exactamente igual que mi padre biológico, el cabrón ese que te montó cuanto quiso hasta dejarnos tirados.

-¡Iván, no te consiento que me hables así!

-¿No me lo consientes? ¡Pues a él bien que le consentías todo! ¡Yo os oía por las noches, guarra!

En ese momento Rocío lo abofeteó. Iván se quedó paralizado un momento, pero de repente, con un rápido movimiento, agarró a su madre por el cuello. Sentí que era el momento de mediar. Agarré al chico, que soltó a su madre y rompió a llorar entre mis brazos. Rocío, entre tanto, intentaba disculparse. Me fui con el muchacho al jardín y lo tranquilicé. Hablamos un par de horas, y le expliqué que era muy importante que se mantuviese firme para que me ayudase a mantener a su madre en casa.

-Tu madre es una puta, hijo, es la verdad. Pero me tiene cojido por los cojones, nunca mejor dicho. Estoy enganchado a ella... no sabría qué hacer si se va. Sé que es duro que te hable así de tu madre pero...

-Lo entiendo, papá. Lo entiendo. Yo... en fin. Yo también me excito mucho... bueno...

Vi que mis libros de Freud habían hecho efecto, al fin se soltaba, ¡bravo! Lo animé a seguir, lo invité a no guardarse nada, lo hice sentir seguro... y él continuó:

-Joder, es que tiene unas tetas increíbles, papá. Yo me...

-Te pajeas pensando ellas, ¿verdad?

-Todos los días -dijo, avergonzado.

-No tienes que bajar la mirada, hijo. ¡Es normal! ¿Viste cómo iba hoy vestida? Lo hace a propósito, le encanta ejercer su poder sobre los hombres. No somos más que sus víctimas: yo con un enganche brutal a ella y tú, su propio hijo, matándose a pajar con sus berzas. Pero ahora mismo te vas a resarcir.

-¿Qué quieres decir, papá? Ella nunca...

-No, ella nunca dejaría que le pusieses un dedo encima, pero por ahora voy a humillarla un poco con tu ayuda, para restablecer el orden, y de paso te alegraré la vista. Más adelante, si te portas bien, puede que llegues a meterla entre sus tetas. Ojos vendados, no sé, ya se nos ocurrirá algo. Pero para eso debes ayudarme a que me obedezca. ¿Cuento contigo?

-¡Por supuesto, papá! Pero... -su mirada volvió a apagarse-. ¿No seremos unos pervertidos? Yo... es decir, es mi madre...

-Recuerda a Freud, hijo. Y recuerda que es ella quien provoca la situación. ¡No te puedes permitir sentirte culpable! ¡Basta ya! Hay muchas mujeres como tu madre empalmando a diario las pollas de sus hijos, y todas ellas merecen una lección, pues vosotros quedáis marcados de por vida. ¿O acaso no te marcó oír como tu madre era la puta de tu viejo?

-Sin duda... ¡Joder, sin duda!

-Pues ahora tiene que pagar. Recuerda, ayúdame a someterla y pronto podrás follarte sus tetas.

Cuando entramos de nuevo en la casa, Rocío se acercó a Iván, suplicando su perdón. Pero yo intervine:

-Puta, quítate la camiseta: queremos verte las peras.

-Estoy hablando con mi hijo, no empieces.

-No lo diré otra vez, puta. La próxima vez te encularé por la fuerza.

Miró a Iván.

-Hazlo, mamá -el chaval estaba visiblemente excitado-. Obedece a papá, para algo es tu macho y es el que paga las facturas.

-No pienso hacerlo, Iván. Esta vez tendrá que encularme por la fuerza, y no creo que tú vayas a consentirlo.

El muchacho me miró, le hice un gesto, y la agarró de las tetas, estirando con fuerza la tela de la camiseta.

-¡QUÉ COÑO HACES!

-Papá ha dicho que te la quites -dijo, mientras continuaba el forcejeo y, de paso, el manoseo-. ¡Ya has oído que queremos verte las peras, calientapollas!

Finalmente Iván impuso su fuerza física, y Rocío se quedó en tetas. Intentó taparlas con las manos y apartarse de su hijo, pero era inútil, pues sus enormes tetas eran incontenibles.

-Pon las manos detrás de la cabeza y enséñanos las peras -dije, de nuevo en voz muy firme-. Si no lo haces te arrepentirás. Tu hijo te sujetará mientras te doy por el culo, ¿es lo que quieres? ¿Quieres llegar a ese extremo?

Rocío rompió a llorar. Sabiéndose sin alternativa, colocó sus manos en la nuca, regalándonos el espectáculo de sus tetazas. Aquella pose era sumamente humillante.

-Bien, así me gusta -dije-. ¿Ves? Por las buenas todo es mejor. Ahora te voy a follar las tetas mientras Ivancito mira, ¿porque quieres mirar, verdad, chico?

-Sí, papá, claro que quiero.

-Por favor, Luis... -Rocío suplicaba, ya completamente sometida-. Mira, deja que se vaya y te la chupo -se arrodilló.

-Rocío, él muchacho no quiere irse, y por otra parte tú debes aprender la lección. Te sentarás en esa silla y sostendrás tus tetas con las manos para que me las folle. Eso eres para mí: una boca, un culo, un coño y unas tetas; y en este momento me apetece usar tus tetas. Ah, y una empleada de hogar, pero esa es otra historia. Total, que me las voy a follar mientras el chico mira, a no ser que prefieras la opción de la puerta trasera.

Rocío ni contestó. Se sentó en la silla que le había indicado y esperó a que metiese mi polla entre sus tetas. Cuando la alojé en medio de ellas, las agarró y miró hacia un lado mientras yo las sacudía embestida tras embestida. Rocío miraba continuamente hacia su derecha, mientras me follaba sus tetas. Así, los diez minutos que debí estar fornicando sus peras siempre rehuyó mirar a su izquierda. Yo sabía que no lo hacía para no ver a Iván, que estaba allí, a mi espalda; pero lo que no sabía era por qué no quería mirar. No era la vergüenza de ser vista por él, era el rechazo a verlo ella a él, pues Iván, justo cuando estaba por correrme me di cuenta, se había sacado la polla y se pajeaba mientras me follaba las tetas de su madre. Iván no tenía una gran polla, se ve que había sacado los genes de su padre biológico y no el poderío de Rocío, pero se la cascaba como un animal.

Cuando me corrí lo hice en la cara de Rocío, limpié mi capullo en su pelo, dejándole un buen pegote de lefa en él. Iván se había corrido instantes antes, y ya sin el calentón se mostraba pudoroso, mientras intentaba limpiarse con un kleenex. Cuando me di cuenta, por el rostro del muchacho descendían dos enormes lagrimones.

Muchas gracias por leerme. Apoyad con vuestros "excelentes" el relato y, si veo que ha despertado mucho interés, pronto habrá continuación.