La sumisión de Rocío (V)

Capítulo crucial de la saga. Recomiendo leer los anteriores para disfrutarlo como es debido, o como mínimo el primero. El episodio cero, en cambio, no aporta información relevante.

Rocío colocó aquel cuchillo bajo mi escroto, y sentí el frío del acero en mis pelotas. Durante solo un segundo, multitud de pensamientos se agolparon en mi mente. Sería castrado: jamás volvería a gozar de placer sexual alguno. Por no hablar de la humillación de ser un "manso" de por vida. Y lo peor es que sabía que me lo tenía merecido. Era evidente que aquello no podía terminar bien: uno no puede hacer el mal impunemente, o al menos no alguien como yo. En esta vida hay ganadores y perdedores: están los que copian en cada examen sin consecuencias; y están los que, como es mi caso, copian una sola vez y los pilla la maestra. No, yo no estaba hecho para esto; me dejé llevar por la polla y acabé transformado en un monstruo depravado. Pero ahora, cuando un segundo más tarde Rocío cercenase mis huevos, todo aquello terminaría. No volvería a excitarme sexualmente y, por tanto, podría ser yo mismo de nuevo: una persona buena, noble y en paz con su conciencia.

Cerré los ojos y apreté la mandíbula, solo esperaba que aquello no fuese muy doloroso. Esperaba oír mi propia voz, tal vez un grito ahogado abriéndose paso desde mi garganta. Y lo escuché. Escuché un grito agudo.

-¡JODERRRRRRRR!

Pero no era mi voz, sino la de Iván, que había seguido a su madre y la amonestaba desde la puerta. Instintivamente, ella se giró; y yo, puro instinto de supervivencia, sujeté su mano derecha -la del cuchillo- con mi zurda y la golpeé con mi diestra. La reduje sin dificultades y le quité aquel cuchillo, aquel arma improvisada con la que había estado a un instante de extirpar mi hombría.

La tumbé boca arriba en el suelo y me senté sobre ella, apoyando mis rodillas sobre sus brazos de manera que quedase inmovilizada. Agarré con fuerza el cuchillo en mi mano y lo coloqué sobre su rostro. Iván, que había iniciado su carrera hacia nosotros, probablemente para acudir en auxilio de su madre, se detuvo en seco a un metro escaso de nosotros.

-Un paso más y marco a tu madre, chaval -le dije-; solo un paso y le desfiguro el rostro de por vida.

Él se quedó quieto, y empezó a sollozar. Aquel chaval de diecisiete años, que ya pasaba del metro ochenta, lloriqueaba como un bebé, consciente de lo que había provocado.

-Lo siento, mamá -dijo al fin, cuando recobró el aliento y las lágrimas le permitieron hablar-. Lo siento, pensé que te habías vuelto una cualquiera, no entendía nada... Lo de ayer ya fue demasiado, y cuando vi... -le costaba hablar de nuevo- cuando vi que te desnudabas y subías te seguí. Al verte arrodillada ante él pensé... ¡joder!, pensé que le estabas haciendo una mamada sin preocuparte de que yo pudiera entrar en cualquier momento. Ahora creo entenderlo todo... este hijo de puta estaba abusando de ti, ¿no es cierto? Y por eso tú ibas a vengarte.

Sin dejar de aprisionar los brazos de mi sometida, y sin retirar la hoja de su rostro, intervine:

-No es exacto, Iván. Aquí nadie ha abusado de tu madre. Ella misma te lo confirmará si le queda un ápice de dignidad en ese cuerpo de puta. Es verdad que lleva días dándome placer sexual, pero lo hace porque llegamos a un acuerdo. ¿Comprendes? Tu madre y yo hicimos un trato. Ella se mudó aquí contigo, ayer, por decisión propia y libre.

-¿Es eso cierto, mamá? -preguntó, todavía incrédulo. Al ver que su madre no replicaba comprendió que yo decía la verdad, y se sentó a llorar en el suelo.

-Lo siento, chaval -dije-. Tienes una madre muy zorra, puedo saber cómo te sientes. En todo caso, ahora debo hacerla pagar. Ha estado a punto de castrarme, lo habría hecho de no ser por ti. Desde ahora habré de agradecerte por cada vez que pueda follármela.

-¡Eres un hijo de puta! -me gritó el chico.

-Es probable, muchacho. Seguramente lo sea, pero es mi polla la que piensa por mí y me hace obrar así. Ojalá nunca llegues a entenderlo en tus propias carnes. De cualquier forma, comprenderás que ahora debo darle a tu madre un castigo ejemplar, y creo que ninguno mejor que este.

Dicho lo cual, acerqué mi rabo a la boca de Rocío. Como no me fiaba de ella, la advertí:

-Ahora me la vas a chupar delante de tu hijo. Y ojo con usar los dientes o intentar cualquier otra cosa, porque te marco la cara de por vida para que cada vez que te mires al espejo recuerdes lo puta que eres. Eso y después le corto los cojones a tu hijo, tal y como tú querías hacer conmigo.

Rocío supo al instante que no era momento de sacar a pasear su orgullo. Yo estaba como poseído, fuera de mí; loco de excitación, de poder y de sed de venganza. Ella leyó bien la situación y actuó en consecuencia, trabajando mi miembro con mucha más eficiencia de la que su difícil postura, aprisionada bajo mis rodillas, era esperable que le permitiese.

-Iván, quiero que mires. ¡Como no mires marco a tu madre! Y tú, Rocío, sigue mamando. Así ohhhh, joder, eso es, ufff. ¡Qué boca de zorra tiene tu madre! Seguro que uhh ahh, joder, qué bueno, ugfff, seguro que tus amigos oooh uhhhfff se la machacan a gusto cuando ahhh cuando piensan en ella.

Aquella forma de humillar a Rocío a través de su propio hijo, lo más importante para ella, me excitó sobremanera. Tanto que no tardé en estar a punto de correrme.

-Ahora uhhff, ahora verás, putaa ahhh, lo que los huevos que ooohhohh que no cortaste tienen para uuh para ti.

Y dicho lo cual, descargué un buen lefazo sobre el sometido rostro de Rocío. Cuando terminé de correrme restregué bien mi miembro por su cara repleta de mi esperma. Por último le escupí en el rostro y me puse en pie, todavía cuchillo en mano. Rocío aprovechó para limpiarse la cara con el dorso de la mano para poder ver algo.

-Ahora no me puedo fiar de vosotros, así que tendré que tomar mis medidas -Me quité la camisa y la rajé en dos mitades. Con ella hice unas ligaduras-. Iván -llamé-, acércate -el chico dudó-. Acércate, te he dicho. Vas a atar a tu madre. Átale las muñecas por detrás de la espalda.

El muchacho obedeció, a sabiendas de que con aquel enorme cuchillo en la mano no era buena idea llevarme la contraria. Ató las manos de Rocío tal y como le dije, pero hube de revisar las ataduras y apretarlas. Rocío se quejó al sentir el apretón, a lo que contesté agarrándola por el pelo y arrodillándola por la fuerza. Iván hizo ademán de intervenir, pero acerqué el cuchillo al rostro de su madre y se detuvo. Rocío, arrodillada y lefada, en tanga y tacones, y con las manos atadas a la espalda, ofrecía un hermoso espectáculo con sus tetonas al aire.

-Por favor, Luis -habló sumiso el chico-. Por favor, libera a mi madre. Ya te has vengado.

-¿Vengado? ¿Tú crees que esto paga el precio de que te dejen sin pelotas? ¡No me hagas reír! En todo caso -continué-, no debes preocuparte, pues liberaré a tu madre en un instante.

-Gracias -dijo él.

-Sí, en un instante; en lo que tardemos en atarte a ti para que ella no tenga la tentación de desobedecer mis órdenes.

Mi mente perversa, guiada por mi polla enferma de deseo sexual, trabajaba a una velocidad increíble. ¡Ahora sí que iba a tener a aquella hembra a mi merced! Urdí mi plan en cuestión de segundos, y pocos minutos después ya lo había dispuesto todo. Con su madre atada y el cuchillo a un centrímetro de su hermosa cara de putona, ordené a Iván que se vaciase los bolsillos -sobre todo para asegurarme de que no llevaba el móvil consigo- y que fuese al sótano, donde le di instrucciones para encontrar unas cuerdas que yo guardaba de un antiguo equipo de escalada. Hacía años que no iba al rocódromo, pero aquel equipo me volvería a ser muy útil ahora. Cuando Iván volvió, até con dos de las cuerdas a su madre, pasándolas por todo su cuerpo -sus ubres, sus piernas y hasta rozándole el chocho-, dejándola completamente inmovilizada contra las patas de la mesa, a donde la até con una tercera cuerda. A continuación tomé el móvil de Iván y al chico, y bajé con ellos a la primera planta. Allí cogí de la cocina el teléfono de Rocío, el cual guardé en un cajón junto con el de Iván, ambos bajo llave. La llave me la metí en los calzconcillos, a la espera de un lugar más idóneo cuando pudiese pensar con calma.

Tras aquellas primeras maniobras, continué poniendo en práctica mi plan. Bajé con Iván al sótano, y lo até con las restantes cuerdas. Antes le pedí que se desnudase. No por humillarlo más, sino tan solo por asegurarme de que no tenía nada con él que pudiese servirle para liberarse. Bien atado lo metí en un armario, el cual cerré con llave también. Después atranqué la puerta también desde fuera, acercándole la mesa de ping pong que tenía en aquel sótano, acumulando polvo desde hace cinco años. Salí del sótano, el cual también cerré con llave, y fui al jardín desde la puerta trasera, donde guardé las llaves juntas, semienterradas con un poco te tierra, junto al seto. Ya pensaría un lugar mejor, pero por el momento era suficiente.

Volví a junto Rocío y le expuse claramente la situación:

-Iván está atado y encerrado. Ahora vamos a grabar un vídeo porno tú y yo, un vídeo en el que te mostrarás bien puta y en todo tu esplendor. Escribiré el guion y tendrás que aprendértelo bien, pues grabaremos todo seguido y sin cortes, como un vídeo casero improvisado. Repetiremos el vídeo desde el inicio cada vez que una toma salga mal, así que tú verás si te conviene hacerlo todito a la primera. Si te niegas a hacer el vídeo, Iván lo pagará. Esto ha llegado ya muy lejos y siento que no tengo demasiado que perder.

-¡Cómo le hagas algo...

La abofeteé, no quería escucharla. Era la primera vez en mi vida que golpeaba a una mujer. Estuvo a punto de disculparme, pero debía mantenerme firme.

-Rocío, desde ahora llevaremos tu sumisión al extremo. Me tratarás de usted, te humillarás en cada comentario y no solo acatarás mis órdenes, sino que además te encargarás tú misma de estar pendiente de satisfacer mis necesidades. Esto será así ahora por el bien de tu hijo. Una vez que grabemos ese vídeo, la propia cinta será mi comodín. Con ella me aseguraré de que jamás puedas denunciarme, cubriéndome las espaldas y logrando que tu versión nunca sea creíble. Por supuesto, también usaré la grabación para tenerte en mis manos sin necesidad de tener secuastrado a tu hijo.

-¿Lo soltarás, entonces?

-¡DE USTED, PUTA! ¡Y HUMILLÁNDOTE, JODER!

-Perdón. ¿Mi macho... -aquello le costaba un mundo- mi macho lo soltará cuando haya grabado el vídeo porno con su puta particular? -Rocío se humillaba con el rostro enrojecido por la ira. No sería nada fácil, ni en estas condiciones, someterla.

-Lo soltaré, claro. No tengo nada contra tu chico. Para mí no es más que un instrumento para someterte, del cual no necesitaría haberme servido si no lo hubieses complicado todo hasta este extremo. Cuando tenga el vídeo sabré que jamás podrás mandarme a prisión. Por lo demás, tú podrás escoger si seguir dándome placer y que el vídeo se mantanga en el anonimato o si, por contra, quieres pasar a ser toda una estrella amateur de la red. Créeme que con ese cuerpo y lo que vamos a grabar, tu vídeo se haría viral en cuestión de horas. Tu dignidad quedará anulada y todo el mundo sabrá que Iván tiene a una puta como madre. Supongo que los años de estudios que le restan no serán fáciles, sometido a las burlas de sus compañeros.

-Está bien. Su puta hará todo lo que sea necesario. Su puta Rocío solo desea complacerlo -sollozaba- y que su hijo no se vea afectado más por la negligencia de esta puta desobediente.

Al decir esto último, al ella misma referirse como la culpable, por su orgullo indómito, de que Iván hubiese pasado por todas estas  vejaciones, se rompió del todo y empezó a llorar desconsoladamente. Aquello me hizo sentir profundamente culpable y bajó mi incipiente erección al momento. Mis fantasmas volvían a asediarme, pero realmente ahora no podía dar marcha atrás. Si me mostraba débil y no me cubría las espaldas, probablemente acabaría en la cárcel. Allí sería yo el sodomizado. No, ahora solo quedaba mirar hacia adelante. Miré de nuevo a Rocío, intentando obviar sus lágrimas y fijarme en lo que realmente debía interesarme: su cuerpo. Ella debía ser eso para mí, sí, me dije, solo eso: un cuerpo, una boca; nada más. Al fin y al cabo aquella zorra había intentado castrarme. Primero había pasado tres años llenándome los huevos, la puta calientapollas tetona de mierda, y cuando al fin llevaba un par de días gozándola había querido castrarme. Estos pensamientos reactivaron mi sed de venganza, y mi erección. Súbitamente me fui hacia ella y, atada por todo el cuerpo como estaba, inmóvil por completo salvo de cuello para arriba, empecé a follarme su boca.

Utilicé aquella boca de chupapollas durante cinco minutos, follándomela como un animal hasta sentir que volvería a correrme, por tercera vez en apenas un par de horas. En ese momento solté la cuerda que la unía al escritorio, estando ella todavía atada por otras dos. La tumbé y, apartando la soga que se ceñía a su coño, la penetré. Embestí dos veces en aquella postura incómoda pero placentera, y eso bastó para descargar mis huevos dentro de ella.

-Te voy a follar a pelo a diario hasta preñarte, puta -le dije-. Los cojones que no fuiste quien de malograr le darán un hermanito a Iván, ya lo verás.

Y dicho aquello me retiré de su interior, dejándola vacía de polla; tomando de sus entrañas la poca dignidad que le quedaba, y dejando en ellas, a cambio, tan solo un rastro de semen.


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