La sumisión de Rocío (II)

Una rubia despampanante se encuentra en mi poder para no perder su empleo en esta cuarentena. Recomiendo leer la primera parte para comprender en profundidad el contexto de los personajes de este relato.

Los siguientes dos días fueron muy difíciles. Por un lado, me agobiaba el lío en que estaba metido. Obviamente Rocío me mataría si supiese que realmente estaba sin empleo. Y ciertamente era inadmisible lo que había hecho, usando su boca, sus tetas y su coño para mi satisfacción a cambio de una promesa en falso. Pero, por otra parte, cada hora que pasaba me iba obsesionando más la idea de volver a poseer a Rocío. Yo nunca he tenido demasiadas relaciones y, cuando así ha sido, desde lugo no eran hembras de este calibre. El tener un buen rabo y un buen par de pelotas siempre me había hecho fantasear con tener en mi poder a una mujer, a merced de mi poderoso miembro, pero en la realidad mi timidez me impedía acercarme a ninguna, y aunque muchas hubiesen tenido una noche loca de saber cuán dotado estaba, lo cierto es que la polla no se ve de primeras y el resto de mi atractivo era muy cuestionable. Y ahora, de repente, no solo había tenido relaciones con una de las mujeres más portentosas que había conocido, sino que la había tenido prácticamente a mi merced. El conflicto interno, como se ve, era enorme; finalmente, me pudo la obsesión y centré mis esfuerzos en pensar cómo seguir gozando de Rocío como mi puta particular.

Llegué a la conclusión (no sé si yo mismo o mi polla, que seguramente fue quien lo pensó por mí) de que, dado que si Rocío sabía la verdad yo estaría en un buen lío, no había mucho que perder y sería estúpido no aprovechar la situación mientras pudiese. Además, era seguro que a final de mes tendría que pagarle su sueldo, pues de otra forma se descubriría todo el asunto, y 1400 euros eran demasiado por un polvo, por mucho que ella fuese una diosa. Así las cosas, decidí que aquello tenía que repetirse, y en cuanto tomé la decisión necesité que fuese DE INMEDIATO. Todo esto coincidió con los primeros días del Estado de Alarma, el confinamiento y todo lo demás aquí en España, por lo que tendría dificultades para volver a ver a Rocío. Buscar una solución a aquello era algo que me obsesionaba, no me dejaba dormir, pero cuando di con la clave me pareció una auténtica genialidad. Fue así como, al cuarto día desde nuestro encuentro sexual, la telefoneé de madrugada.

-¿Rocío? Disculpa que te moleste...

-Joder, tío, son las dos de la mañana.

-Ya, en fin, lo siento... ¿te he despertado?

-No, estaba en el sofá medio adormilada viendo una serie, pero me has dado un buen susto. ¿Qué ha pasado?

-Nada, es decir, bueno, sí... -empecé a desarrollar mi plan-, esta tarde he hablado con Miguel, el de la gestoría, ya sabes...

-No me jodas que hay algún problema. Oye, Luis, recuerda que hicimos un trato -empezaba a alterarse.

-Tranquilízate y escucha, Rocío. Lo único que pasa es que Miguel me ha comentado que si mantengo tu sueldo no podré cesar la actividad, y por lo tanto no recibiré las ayudas del Estado. Eso implica seguir pagando la seguridad social de las otras cuatro empleadas, además de tu sueldo completo y mis gastos de local y demás.

-¡Teníamos un puto trato! ¡Recuerda que usaste mi cuerpo a tu antojo! -Esto último lo dijo igualmente alterada, pero bajando mucho la voz, probablemente preocupada por que su hijo Iván pudiese escucharla desde su cuarto.

-Rocío, teníamos y tenemos un trato. Pienso seguir cumpliendo, pero tenemos que revisar las condiciones. En primer lugar, yo no puedo pagar todo lo que te acabo de mencionar sin tener ingreso alguno, por lo que necesito que nos activemos los dos, ya que somos actualmente los únicos trabajadores en nómina de la empresa, y hagamos algo de labor comercial.

-Joder, qué susto me has dado, tío. A ver, por eso no hay problema. Ya sabes que te dije que estaba para lo que hiciese falta. Contabilidad, ventas... lo que necesites.

-Pues veo que estamos en la misma sintonía. El tema es que necesitaremos trabajar en persona codo a codo, Rocío, pues sabes que hay mucho papeleo que mirar y no todo se puede hacer estando separados. Además, los programas de contabilidad tienen licencia, como sabes, y son de pago. El único ordenador en que los tenemos dados de alta es el de la oficina, y me lo he tenido que traer a casa, claro, ya que ahora no se puede salir.

-Entiendo, pues no sé cómo podemos...

-En resumen -la interrumpí-, he pensado que te vengas a mi casa estos días, al menos hasta que nos dejen volver a la oficina presencialmente.

-¡Pero eso es imposible! ¡Joder, Luis, tengo un hijo de diecisiete años! Tengo que estarle muy encima para que no se pase el día jugando a la videoconsola, no puedo dejarlo solo todo el día. Además, si me para la policía con esto del Estado de Alarma, ¿cómo justifico los viajes a tu casa? ¡Que no podemos salir, coño! ¿Es que no ves las noticias?

-A ver, Rocío, creo que no me estás entendiendo. No digo que vengas a mi casa a trabajar ocho horas al día, digo que te mudes, os mudéis, a mi casa mientras esto dure.

-Pero... -se quedó pensativa.

-Rocío, tú misma me dijiste que harías lo necesario. Este es el momento de demostrar que no eran solo palabras. Si no cumples, yo tampoco lo haré. No voy a cargar con unos gastos inasumibles y quedarme en la ruina para que tú estés de brazos cruzados.

-Joder, Luis, tú sabes que no es eso. Sabes que yo soy la tía más cumplidora con el curro que te puedes encontrar.

-Precisamente por eso me sorprenden tus dudas.

-No, a ver, me has cogido por sorpresa y son las dos de la mañana, eso es todo. Una no piensa ya con claridad. Mañana hablo con Iván y a primera hora nos hacemos la maleta y nos vamos para tu casa. ¿Es necesario que lleve algo de comida? Acababa de llegarme un pedido de alimentación justamente hoy.

-Por el momento tengo de todo, así que no es necesario. Lo que sí te pediría que trajeses, y aprovecho para comentarte la segunda cuestión, es ropa sexy -el corazón me latía a mil por hora, no me creía que me estuviese atreviendo a decirle aquello-. Ya sabes, de esos pantalones ajustados que te gastas a veces, tacones, ropa con escote...

-Escúchame, cabrón -dijo casi en un susurro, pero con voz muy firme y decidida-, si piensas que voy a ser tu puta bajo el mismo techo que mi hijo estás mal de la cabeza.

-Rocío, escucha con tranquilidad, pues te alteras demasiado fácilmente. De momento solo he hablado de ropa, ropa que supongo que tu hijo estará acostumbrado a ver, ya que es así como vistes habitualmente. Únicamente quería asegurarme de que no se te quedasen en casa mis pantalones preferidos o esa camiseta apretada que siempre llevas a rebentar. Respecto a lo otro, a ver, comprenderás que el trato lo incluye todo. Supongo que no creerías que aquello era una vez y punto. Media horita de placer para el tonto de Luis y venga, que me mantenga el curro hasta que él mismo no tenga para comer. No, eso no va a ser así, aquí todos tenemos que poner TODO de nuestra parte. Tú me vas a satisfacer sexualmente, ¡vaya que sí!, pero no te preocupes, pues te garantizo que Iván no sospechará nada.

-No lo veo, Luis, no lo veo. ¡No lo veo, joder!

-Rocío, vivo en una casa de tres plantas. La vida se hace en la primera, los dormitorios están en la segunda y la oficina la estoy montando en la de arriba. Nosotros estaremos todo el día currando, y el chaval estará abajo con la videoconsola. De vez en cuando bajas a echarle la bronca para que estudie un poco y ya está. Por lo demás, tenemos mucho que currar, así que tampoco te pediré nada del otro mundo. Tal vez un desahogo rápido cada día.

-¡¿Cada día?!

-Por supuesto, eso es innegociable. Y además tendrás que hacerte cargo de las tareas de la casa.

-Pfff, ¡esto es increíble!

-Rocío, si te portas bien sabré ser agradecido. Sé que no eres ninguna puta, y no espero que seas la mía -mentía como un bellaco-, solamente necesito que seas una buena empleada y me ayudes, de todas las maneras posibles, a sacar esto a flote. Cuando esto termine todo volverá a la normalidad. Te irás a tu casa y, cuando volvamos a abrir y tener unas ventas como las de antes, contrataré de nuevo solo a dos de las otras cuatro comerciales y tú cobrarás el suedo de tres. El tuyo y el de esas dos que seguirán en el paro. Te mereces ese sueldo por tu valía profesional, y yo sabré recompensarte por haber arrimado el hombro en todos los sentidos en esta situación. Repito en TODOS los sentidos. Además, Iván estará bien en mi casa, que seguramente es mucho más grande y en la que tiene un jardín para jugar al fútbol y hacer algo de ejercicio.

-Eso es cierto -pensó en voz alta-, aquí en este piso enano el pobre se está asfixiando. Siempre ha sido un chico muy activo.

-Pues claro, aquí estará de maravilla. Por otra parte, no gastarás un céntimo en tu manutención ni en la suya. ¡Vas a ahorrar tu sueldo entero, Rocío! -Aquello, mezquina como era con el tema del dinero, acabó de convencerla.

-Está bien, Luis. Pero que quede claro que, bajo ningún concepto, me tratarás ante Iván de un modo en que pueda sospechar que entre nosotros hay algo.

-Por supuesto, Rocío. Ahora descansa, que mañana toca madrugar.

Cuando colgamos, mi excitación no tenía límites. ¡Rocío iba a mudarse a mi casa! ¡Iba a pasar los días deleitándome con la visión de su cuerpo, y las noches gozando de él! Pensé celebrar aquello con una buena paja, pero me contuve. Ya bastantes pajas me había tenido que hacer a cuenta de Rocío, desde ahora sería ella la encargada de complacerme. Al fin y al cabo era lo justo, pensé. Un hombre no tiene por qué sufrir día a día el calenton continuo que mujeres como ella nos provocan, mujeres de cuerpos impresionantes que se sacan todo el partido a sabiendas de que nos tendremos que matar a pajas, pues los tíos del montón no tenemos ninguna posibilidad con ellas. ¡Jodidas calientapollas, se creen por encima del bien y del mal! Pues ahora una de ellas, esta impresionante hembra, tendría que satisfacerme a diario. ¡Claro que sí!

Sobra decir que aquella noche apenas pegué ojo. Al fin, en torno a las ocho de la mañana conseguí conciliar el sueño. Un par de horas después, mientras dormía a pierna suelta, me despertó el timbre del portalón exterior. Me levanté, todavía desorientado, y miré por la ventana. Rocío e Iván esperaban en la puerta, cada uno con una gran maleta en la mano y una mochila al hombro. No podía creerlo, aquello era real.

-Hola, Iván. Yo soy Luis, encantado -aquel adolescente espigado me miraba con cierto recelo.

-Hola.

-Ya verás que aquí estás de maravilla -insistí-, puedes ir enchufando la videoconsola, que mamá y yo tenemos bastante trabajo por delante. Hoy puedes jugar cuanto quieras.

Pese a todo, Iván ni me dio las gracias. Era evidente que de tonto no tenía un pelo, y que suponía que si no había algo entre su madre y yo, al menos a mí me encantaría tenerlo. Un hombre soltero que acoge en su casa a la empleada cachonda durante la cuarentena, no había que ser un genio. Era normal que Iván mostrase cierto recelo hacia mí, pues al fin y al cabo a nadie le gusta pensar que un desconocido está montando a su madre. Por su parte, a Rocío no le hizo ninguna gracia que yo me creyese con derecho a consentir así a su hijo, lo cual me hizo saber en cuanto estuvimos a solas. Pero yo no le dejaría comerme así el terreno: debía mostrarle quién mandaba desde el principio, o aquello se me iría de las manos y acabaría por gobernar ella en mi propia casa.

-Rocío -le dije una vez que Iván se instaló en la sala-, te enseñaré nuestra habitación.

-¡¿Nuestra?! ¿Cómo dices?

-La casa es grande, pero hay las camas que hay. Una en la habitación de invitados, que será la de Iván; y otra en la mía, que será la nuestra. A él le diremos que yo duermo en un sofá cama en el piso de arriba.

-No lo acabo de ver...

-Rocío, es un chaval de diecisiete años, no un policía. Estará a su rollo y no creo que ande muy pendiente de ver dónde duermo yo. Además, el no va a ir a nada a la planta de arriba, con lo que no sabrá si el sofá cama se está utilizando o no.

-Puede venir por la noche a mi habitación.

-¿Cuándo fue la última vez que tu chaval fue a tu cama por la noche? ¡Vamos, Rocío!

-Sí, puede que tengas razón. De todas formas no pensaba que dormir contigo estuviese en el trato. Una cosa es el sexo...

-Te contradices. Tú misma insistes en que no eres ninguna puta, y luego te comportas como tal.

-¿¿Perdona?? ¡Mucho cuidado con lo que dices!

-No, Rocío, sabes que tengo razón. Si solo me satisfaces sexualmente a cambio de tu salario es porque eres una puta. Si asumes que hacer las tareas de la casa, compartir espacios conmigo y darme desahogo sexual es una manera de ayudarme a pasar lo mejor posible el estrés de este bache, pues no olvidemos que mi negocio está al borde de la quiebra, y que yo por mi parte os ayudo a Iván y a ti a tener una vida más cómoda, pues... pues como ves así el enfoque cambia bastante.

-Eres un liante, Luis. Siempre le das la vuelta a todo, pero de tonta no tengo un pelo. Se hará como dices, pero Iván no debe sospechar nada.

-Eso ya había quedado claro. Ahora, si me permites, he de decirte que vienes impresionante -jeans azules elastizados bien ceñidos, marcando su culo y sus interminables piernas; un jersey ceñido de cuello de cisne, el cual rebentaba con sus tetazas marcando sujetador; y unos zapatos de tacón, no excesivamente alto, pero que realzaban todavía más su figura y la hacían parecer aun más alta, aparentando casi mi altura-. Deja que te vea bien -le dije, invitándola a dar una vuelta sobre si misma-, lo dicho, bestial. ¡Plas! -Le di una palmada en su trasero.

-¡Luis!

-Shhh, no empieces de nuevo. Venga, deja la maleta ahí y vamos a la oficina.

Le enseñé la planta superior, donde estaba lo indispensable para trabajar en esta época de cuarentena -en un trabajo que, no olvidemos, ya no existía-, y acto seguido le pedí que bajase a la cocina a darle un repaso a aquello y que fuese pensando en hacer de comer. Aceptó a regañadientes. Antes de que se fuese le di otra palmada en el culo y le dije donde encontrar un delantal para no mancharse la ropa. Cuando me quedé solo me miré al espejo y me sonreí: "esto no tiene marcha atrás, Luis" -me dije- "Ahora disfruta mientras dure, y luego ya veremos".

Una hora más tarde bajé a la primera planta. Iván seguía en la videoconsola, jugando con los auriculares puestos, y no me vio pasar o fingió no hacerlo. Rocío estaba empezando a hacer la comida, y había hecho un buen trabajo en aquella cocina.

-La tenías hecha un asco, tío.

-No exageres, anda -le dije-. Me pones muy cachondo con tanta queja.

-Shhh, ¡Luis! Nos va a escuchar -dijo, haciendo un gesto en dirección a la sala.

-¡Bah! Está con los cascos. Escucha, Rocío, estoy muy caliente. Llevas un par de horas en esta casa y ya me pesan los huevos.

-Normal -dijo altiva-, me pides que venga con esta ropa.

-Ropa que tú usas normalmente, no lo olvides.

-¿Y? Solo jodería que una no se pueda poner lo que le da la gana.

-Nadie ha dicho lo contrario, pero las consecuencias son estas -y señalé mi paquete, claramente abultado bajo el pantalón.

-Eso es porque tú eres un enfermo y un salido de mierda -me susurró.

-O porque tú eres una calientapollas. ¡Y ya estoy harto! Deja ahora mismo lo que estás haciendo y acompáñame a la parte de arriba.

Rocío dudó unos instantes, pero tras sostenerme la mirada unos segundos que se hicieron eternos comprendió que no le quedaba opción. Debía pasar por este tipo de situaciones si quería mantener su nivel de vida, e incluso codiciar el prometido ascenso cuando todo esto pasase.

-Vamos -dijo-, cuanto antes acabemos, mejor.

Pasó delante de mí y subió las escaleras ella primero. Yo subía detrás, a apenas un metro, deleitándome con su balanceo. Nada más llegar arriba cerré con el cerrojo la habitación donde estaba la oficina. Ella comprendió que era por su propio interés, por si Iván subía a algo, aunque no debería hacerlo.

-¿Qué vas a querer? -Dijo, despectiva.

-Rocío, me estás llenando los huevos, en sentido literal y figurado. Deja de hablarme así y no olvides que soy el dueño de la empresa para la que, gracias a mi bondad y comprensión, sigues trabajando. Respondiendo a tu pregunta, vas a hacerme una mamada. Una buena mamada con esa bocaza que tienes. Después, por la tarde, habrá que salir a la farmacia, pues van siendo horas de que empieces a tomar la píldora. Cuando dije esto último, su cara se desencajó, pero intentó disimularlo.

Al instante Rocío se puso en cuclillas y empezó a desabotonarme el pantalón. Yo estaba muy cachondo, y cuando mi polla quedó libre también del boxer se la pasé por la cara con fuerza.

-Tanta chulería y tanta mierda -le dije-, y todo para acabar aquí comiendo polla -su cara hervía de ira-. Venga, Rocío, abre esa boca. Eso es, ¡zas!, uhm... -empecé a follarle la boca con mi miembro. Mi polla estaba a rebentar: grande y gorda como era, daba gusto verla entrar y salir de esos gruesos labios de chupapollas.

-Agrm, uhhm, ohms, slurp, smuassh.

-Eso es, Rocío, chupa. Ohhh, joder, uh, qué boca, ohhh, qué boca te gastas -dejé de follarle la boca para que ella tomase las riendas y la mamase por su cuenta. Me senté y la acerqué a mí. Siempre de cuclillas, empezó a mamar a lo bestia. Se notaba que quería que me corriese cuanto antes para terminar con aquella degradante situación.

-Chuuup, smuaaahsshh, slurrrrrrp, chuuuups.

-Eso es, zorra, cómetela entera.

-Slurpp, chuppps, smuaaaaash, slurps.

-Vamos, quítate la ropa. Quiero ver ooohmm, ahhh, quiero, uhhhm, mmmm, joder, quiero verte en tanga mientras me la mamas.

Rocío obedeció. Se quitó primero la parte de arriba y el sujetador, ofreciéndome la imagen de esas dos DESCOMUNALES tetazas; después se bajó los ajustadísimos pantalones, no sin dificultades. Ya en tanga, alta y hermosa, interminable sobre sus largas piernas, se acuclilló de nuevo para seguir trabajándomela. Mi excitación ya alcanzaba el clímax.

-Venga, que me falta poco, Rocío.

-Slurp, ¿dón... slurpppp ¿dónde te vas a mmmmm a correr?

-Voy a descargar en tu cara, y como me jodas la mamada ahora te saco en pelotas arrastras y te llevo abajo, a junto tu hijo -yo no me reconocía, pero la excitación era enorme y mi polla pensaba y hasta hablaba por mí.

-Eres un hijo de puta -pero, sin otra opción, añadió-. Venga, descárgate en mi cara.

-Eso es uhhhh, eso es ohh ahhh -dije mientras me pajeaba ante su rostro-, ahora voy a vaciar mis huevos en tu carita de puta, para que te quede bien claro quien ooooohh quien manda aquí... AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH, ¡jo-DER! ¡JOOOOO-DEEEEERRRRRR!

Y me corrí. Le lefé la cara entera. Cuando terminé vi que me había excedido en mis últimas palabras. Rocío se hallaba profundamente humillada, tanto que ni siquiera le pedí que me limpiase la polla con la boca, para no tensar más la situación.

-Anda, ve a lavarte -le dije.

Se levantó, recogió su ropa y se fue al baño, intentando disimular el hecho de que había empezado a sollozar. Yo estaba sumamente arrepentido y me veía a mí mismo como un degenerado. Ahora bien, sabía perfectamente que eso era porque acababa de descargar, pero que en cuanto me volviese el calentón volvería a suceder lo mismo. O peor, pues cada vez, podía sentirlo, estaba más obsesionado con Rocío. Dominar y someter a esa hembra irreductible me mantenía en un estado casi continuo de excitación.

Esa tarde trabajamos juntos, apenas sin dirigirnos la palabra. Yo estaba muy cortado y ella probablemente se sentía todavía humillada. Pero la noche, la noche sería otra historia.

Recordad que los comentarios son bienvenidos, y que los votos positivos a mi historia me animan mucho a continuar la saga.

Gracias por leerme.