La sumisión de Rocío

Una portentosa hembra, muy digna y prepotente, se ve obligada a ir sometiéndose poco a poco al dueño de su empresa para no quedarse sin trabajo en esta cuarentena.

Os contaré cómo es Rocío, una de las cinco empleadas de mi pequeño negocio. Pero antes os diré que, dada la situación sanitaria en España, mi actividad empresarial se ha reducido a cero y he tenido que cerrar. He pedido un ERTE al gobierno, pues no me puedo permitir los sueldos de mis empleadas mientras no vendamos nada, aunque yo personalmente tengo unos pequeños ahorros. Total, que el gobierno me ha denegado el ERTE porque consideran que no cumplo los requisitos y he tenido que disolver la sociedad. Lamentablemente, todas mis empleadas se han quedado sin trabajo. Bueno, todas no, Rocío sigue contratada, o al menos eso cree ella...

Pero volvamos al principio. Rocío es una hembra de 39 años, tiene un hijo adolescente y está divorciada de un cabronazo que no le pasa un céntimo de pensión. Rocío físicamente es un auténtico espectáculo. Es bastante guapa: rubia teñida, pelo largo, labios gorditos; y tiene un cuerpazo: es alta -1,75-, tiene dos tetazas enormes y también buenas piernas y buen culo. Recuerdo que la primera vez que la vi, el día que la contraté, cuando se sentó y se quitó el abrigo se me fueron los ojos para ese par de berzas que se gasta. Llevaba una camiseta normal, típica del Zara, pero esas tetonas tan bien puestas rebentaban el sujetador contra la tela de la camiseta. En ese momento tuve claro que la contrataría, aunque no vayáis a pensar que con ilusiones de tener nada con ella, pues siempre he sido bastante introvertido y las mujeres así me imponen demasiado, sea yo el jefe o no. Pero alegrarme la vista cada mañana y matarme a pajas con ella no me lo quitaba nadie, y así fue.

Volviendo a Rocío, hablaré ahora de su forma de ser. Es una mujer un tanto borde, aunque nada exagerado y a mí siempre me ha tratado con sumo respeto, en general buena trabajadora -sus ventas eran siempre las más elevadas- y, eso sí, un tanto prepotente y creída. Pero uno de los rasgos de su personalidad que más destacan es el de su tacañería y amor por el dinero. Bastaba que ayudase en una venta a una compañera para reclamar para sí la comisión, y en una ocasión en que cometió un error y, en teoría, debía de descontárselo, me dio tanto el coñazo que acabé por perdonarle los dichosos 50 euros. Jamás pagaba un café que no fuese el suyo, y aunque alguna compañera la invitaba de vez en cuando al pagar la ronda de todas y por no discriminarla, ella jamás devolvía dichas invitaciones. En medio de este panorama, os podéis imaginar que cuando tuve que anunciarles que cerraba fue en ella en quien pensé primero. Realmente, aunque la situación era jodida para todos nosotros, me preocupaba mucho cómo decírselo a Rocío. Una mujer que da tanta importancia al dinero, con un hijo y sin un céntimo de su ex -que estaba podrido de pasta, era un constructor que la tuvo unos años de mujer florero hasta que la dejó por una más joven-, ahora al quedarse sin trabajo iba a combustionar.

Después de darle muchas vueltas, y cuando ya era seguro el cierre -yo ya lo había hecho efectivo de facto-, hablé con las otras cuatro empleadas. A Rocío la dejé para el final, pues me preocupaba enfrentarme a ella en esta situación. ¡Quién me iba a decir lo que saldría de todo aquello! Pero iré por partes, en primer lugar os relataré cómo le di la noticia. Aquello ocurrió en el bajo en que tengo la oficina, a última hora del martes 17 de marzo. La cité allí para hablar de la situación, y se presentó muy angustiada. Por poneros en contexto al 100%, os diré que venía con unos vaqueros ajustados que realzaban su figura y una blusa con cierto escote -nada exagerado-, pero con los botones al límite de su poder de contención, como siempre que llevaba este tipo de prenda, debido al empuje de sus tetazas:

-Oye, Juan, ¿no nos iras a mandar al ERTE, no?

-Siéntate, Rocío, haz el favor.

-No me siento, no. Contéstame, por favor.

-Escucha, no me han concedido el ERTE. Voy a tener que cerrar -de hecho, ya lo había comunicado formalmente a la Seguridad Social-.

-¿Cerrar? No. No, Juan. Tú no puedes hacerme esto.

-Escucha, Rocío, de veras que lo siento. Pero tienes que entender que no puedo mantener vuestros salarios sin tener ventas...

-Yo no te hablo de mantenernos a las cinco, hablo de mí. Soy tu mejor comercial, joder; siempre lo he dado todo por tu negocio. No me puedes dejar tirada ahora.

-Rocío, de verdad que lo siento. No me gustaría que lo tomases así, pero yo no puedo mantener esto a flote. Sé que has trabajado como la que más, y te estoy muy agradecido...

-¡Me he dejado la piel! ¿Entiendes? He trabajado como una negra para dar las mayores ventas a esta empresa. Me he camelado a los clientes, he aguantado a babosos que me escribían al móvil para invitarme a cenar sin sacármelos de encima hasta cerrar la venta, me he puesto escotes de vértigo para vender más para ti... todo, joder, ¡lo he hecho todo!

-Rocío, en serio, me sabe muy mal que lo enfoques así. En todo caso, yo nunca te pedí de manera directa o indirecta que actuases de esa forma o que vistieses de una determinada manera.

-¡Vamos, Juan, no seas cínico! ¡Tú sabías que los clientes comían de mi mano y estabas encantado con ello!

-Por supuesto, pero no pensaba que fuese porque hacías nada fuera de tus funciones.

-A ver, evidentemente no iba chupando pollas -Rocío nunca me había hablado así, estaba verdaderamente alterada-, no iba mamándosela a los clientes para obtener la venta si es a lo que te refieres. Pero los ataba en corto y me daba resultado. Eres hombre, Juan, tío. Sabes de sobra que pensáis con la picha. Tú sabías que yo vendía porque sabía alegrarles el día.

-Insisto en que nunca te pedí que actuases así.

-Mira, Juan -bajó de nuevo el tono, adoptando una postura más conciliadora y casi sumisa-, en serio... Joder, no puedes hacerme esto. Te pido solo un mes, mantenme un mes en nómina a ver si todo esto vuelve a la normalidad.

-Rocío, es que la empresa ya... -no me atrevía a decirle que ya no existíamos como negocio-, en fin... ya no va a dar dinero alguno.

-Puedo ayudarte con la contabilidad desde casa, puedo hacer labor comercial por teléfono, puedo leerme todos los decretos que están sacando para ver qué ayudas podemos pedir... En serio, dame esa oportunidad, joder. Sabes que tengo un chaval de diecisiete y que el cabrón de mi ex nos tiene secos.

-Escucha, Rocío, no puedo -me dirigí hacia la puerta, invitándola de algún modo a que me siguiera.

-Por favor -me detuvo, poniéndose en mitad de la puerta y abriendo los brazos. Al mover los brazos para interponerse en mi camino, sus tetas dieron un colosal bote al unísono. Por favor, haré lo que sea. Lo que sea.

-Rocío...

-Lo que sea. Y no me obligues a rebajarme más. Sabes que soy una mujer con orgullo. He salido adelante dignamente cuando mi ex nos dejó a Iván y a mí, no me hagas perder esa dignidad.

-No sé por donde vas -dije con franqueza.

-Te estoy diciendo que me mantengas en nómina y haré lo que sea. Lo que me pidas, pero dilo ya y acaba de una vez.

-Rocío es que yo... yo no puedo pedirte nada que tú...

-¡Oh, vamos! ¿Quieres que te lo pida de rodillas? Pues eso sí que no lo pienso hacer. Dime lo que quieres de una vez por todas.

Yo no daba crédito. ¿De verdad me estaba proponiendo algo sexual o eran imaginaciones mías? Pero ¿cómo arriesgarme sin estar seguro? Estaba caliente, claro; en ese momento tenía la polla a rebentar. Mi miembro, que no es precisamente discreto, se marcaba ostentosamente bajo mi pantalón. Estaba dispuesto a lanzarme, pero tenía que asegurarme, pues Rocío era una mujer de armas tomar y yo no podía cagarla por un malentendido.

-Rocío, dime tú lo que me ofreces de manera exacta. No es que quiera que te rebajes, es que no estoy seguro de entenderte.

-Bien, te lo diré. Una se da cuenta cuando la miran. Tú eres de los que sabe disimular, y desde luego nunca has actuado como un baboso conmigo, pero me doy perfectamente cuenta de cómo me miras estas dos -se las sujetó con ambas manos- siempre que te parezco distraída. Pues aquí las tienes, a ellas y a mí. Pídeme lo que quieras, lo hago y me mantienes un mes en nómina. Más clara no puedo ser.

-Está bien -dije, loco de excitación. Rocío, desde que trabajaba para mí, había sido mi mayor fantasía-, de acuerdo. Pero quiero que me hagas un completo.

-¿Qué quieres decir? Tampoco uses esa jerga, que no soy ninguna puta.

-Me refiero a que quiero gozarte de verdad. Es cierto, desde el primer día tus tetas me han vuelto loco -me confesé, presa de mi total excitación-, pero también tu boca, que debe... en fin...

-Sí, la mamo bien. ¿Qué más?

-Pues eso, que tienes un cuerpazo y quiero gozarlo entero.

-Dime exactamente lo que quieres; vamos, Juan.

-Una mamada, una cubana y follarte. Todo, lo quiero todo.

-De acuerdo, pero con tres condiciones: primera, no soy ninguna puta, hago esto porque tengo un hijo, me tratarás con respeto; segundo, ni se te ocurra correrte en mi cara; tercero, me puedes magrear el culo lo que quieras, pero el ojete no lo entrego.

-Joder, muchas condiciones pones. Está bien, te diré las mías: tanto la cubana como la mamada me las vas a hacer con ganas, como si te fuese la vida en ello.

-No tendrás queja alguna, tranquilo.

-Eso espero -me iba envalentonando-, continúo: segunda condición, dado que no tengo condones y no la quieres en la cara, tendrás que recibirla dentro del coño.

-De eso nada, Juan. No tomo la píldora.

-Pues te tomas mañana la píldora del día después o te quedas preñada, como tú quieras.

-Eres un hijo de puta y un cerdo. Y eso que parecías una mosquita muerta.

-Mira, Rocío, me la tienes bien gorda ahora mismo -me desabroché el cinturón, abrí el pantalón y le mostré mi paquete a rebentar-. Así que déjate de hostias y ponte a mamar.

-Esta bien -dijo-, cuando te vayas a correr la sacas y te descargas en mi cara.

-Eso está mejor -el poder que sentía me estaba enloqueciendo. Tenía a esa mujer en mis manos, a una mujer que jamás se habría fijado en mí y a la que fuera de un contexto laboral ni siquiera habría sido capaz de hablar. ¡Y ahora iba a ser mi puta particular!-, mucho mejor -continué-, así que ahora empieza a comer.

Rocío se puso en cuclillas frente a mí, me bajó del todo los palantalones e hizo lo propio con mi boxer. Cuando mi polla quedó erecta frente a su rosto, vi en sus ojos que estaba impactada.

-Menudo rabo se gasta el jefe, ¿verdad? A juego con tus tetas, y mira qué cojones tengo. Ahora empieza a usar esa bocaza de chupapollas que tienes, ¡vamos!

Acuclillada, empezó a mamar. Tenía una boca ideal para estos menesteres, y sin duda sabía utilizarla. Quise reafirmar todavía más mi poder, y apretarle un poco más las tuercas.

-Ohhmm, joder, Rocío uuhh, la mamas de primera, pero quiero verte de rodillas, no en cuclillas.

-¡No! Eso ni de puta coña -dijo, dejando de mamar mi rabo-. Yo soy una mujer que se hace valer, que tiene dignidad. Puede que pienses que tener que rebajarme a chupársela a mi jefe por dar de comer a mi hijo me denigra como mujer, pero estás muy equivocado. Lo que me rebajaría sería arrodillarme ante un hombre, admitiendo así su superioridad. Y eso no pienso hacerlo así tenga que pedir limosna en la calle -parecía fuera de sí, y temí que se levantase y se fuese-. Así que te la mamaré en cuclillas, difrutarás mi coño, mis tetas, incluso te vaciarás los huevos en mi cara; pero NUNCA me verás de rodillas ante ningún hombre.

-Está bien, joder. No hacía falta ponerse así. Sigue trabajándome el rabo y no me des la charla.

-Chuuurp, slump, sluuurp.

-Eso es, joder. ¡Qué boca tienes, Rocío!

-Churp, slurrrrp, chuuup.

-Deja que te la pase por la cara.

Vi que aquello no le hacía ninguna gracia, pero ya no se atrevió a protestar de nuevo. Imagino que ella sentía que tenía demasiado que perder. De ese modo me vengué de su negativa a arrodillarse, y le restregué mi miembro por la cara una y otra vez. La muy zorra ponía cara de asco, así que le dije:

-Vamos, Rocío, pon morritos.

-Mmmmm.

-Eso es, así, ohhh, me encanta pasarte la polla por la cara mientras pones esos morritos de zorra.

-Eres un cerd... slurpppp -la introduje en su boca.

-Come y calla, o te quedas sin curro, zorra.

-Chuuup, slurp.

-Y esfuérzate, recuerda el trato.

-Slurppp, chuuuupp.

-Eso es... ohhh, eso es. Ahora quiero ver esas tetas, ¡vamos!

Rocío se puso de pie, alta como era parecía una diosa, y se quitó la blusa. Botón a botón, aquel trozo de tela iba cediendo terreno a sus enormes berzas. Después se quitó el sujetador, y las dejó completamente libres. Tenía unas TETAZAS, de grandes y perfectos pezones rosados. Sin decirle nada tomó una silla, se sentó y me atrajo hacia ella tirando de mi rabo. Entendí la jugada, y yo de pie y ella sentada metí mi rabo entre sus tetas y empecé a follarlas. Ella las sujetaba con sus manos y me miraba a los ojos, poniendo morritos con esa bocaza que sabía ya cuánto me calentaba, exagerando su cara de zorra. Me estuve follando esas dos tetas un buen rato, hasta que vi que no aguantaría mucho más, por lo que me dispuse a follarla.

-Vamos, Rocío, ponte contra el escritorio, que el jefe te la va a clavar.

Se levantó de la silla y se puso contra el escritorio, de espaldas a mí. Acto seguido se bajó aquellos vaqueros ajustados que tan bien marcaban su figura. A petición mía se dejó puestos el tanga y los tacones. Acerqué mi polla a su ojete.

-Tranquila -noté cómo se revolvía al sentir mi polla en esa zona vedada-, ya sé que este ojete estrechito no está en el trato. Solo quería que supieses que solo con introducir en él la cabeza de mi pollón te iba a quedar taladrado para una buena temporada.

-Ya te he dicho que el culo no lo ofrezco, cabrón, así que métemela en el coño de una vez y déjame en paz -yo notaba su excitación, la muy zorra tenía el tanga empapado, como pude comprobar con mis dedos.

-Estás mojadita, cerda. Y pensar que vas a cobrar por esto. Te voy a follar, putita.

Dicho aquello, la introduje en su chocho. Lo tenía tan resbaladizo que, incluso con mi miembro, no fue difícil acceder.

-Uhhhm, ohhhhgh, estoy dentro de ti, zorra. ¡Te la estoy clavando!

-MMMMMM, sí, joder, fóllameee.

-Mmm, uh, uh, uh, UHH, joder, uhhh, mira cómo te empotro.

-¡No pares, cabrón!

Seguí embistiendo, cubriéndola, montando a mi hembra durante unos minutos más hasta que al fin estalló de placer y se corrió en un prolongado orgasmo.

-Oh, oh, ah, ah, ah, oh, sí, sigue, fóllame, fóllame, ah, ah, Juan, Juan, fóllame, ah, ah, ahhh, AHHHH, AHHHHHH, AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!

Yo ya no aguantaba más, y en cuanto ella dejó de gemir la agarré del pelo y la intenté arrodillar.

-¡Eso no, cabrón!

-Pon la cara, saca la lengua y prepárate para recibir mi lefada. -Rocío se había salido con la suya y esperaba en cuclillas mi corrida.

-Toma, puta, ohgmm, ahhhg, toma joderrrr, OOHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

La lefé entera. Dejé su cara pintada de blanco. Luego me limpié la punta del capullo en su pelo y le exigí la blusa como recuerdo. Minutos después, tras pasar por el lavabo a adecentarse y lavarse la cara, Rocío se iba con sus tacones, sus jeans y su gabardina -bajo la cual solo había un sujetador cubriendo sus tetas- convencida de que mantenía su empleo. Yo, ya sin la excitación del momento, pensé que estaba metido en un buen problema.

Si os ha gustado, valorad en positivo y comentad, lo cual me motivará para continuar la saga de Rocío.

Gracias por leerme.